Luis-Luisa, la dulce
Un Chico que gusta de los tacones altísimos, se cita con otro el que también los ama y ambos gozan unidos por su fetichismo y se transvisten gozandose mutuamente.
Citado por via mail con Luis el viaje hasta su departamento se hizo muy corto, eran solo sesenta kilómetros. El me abrió personalmenmte la puerta vestido sólo con su bata casera, y su pelo aún mojado. Sonriendo, después de saludarnos en persona por primera vez y de comentar nuestro encuentro vía email, me invitó a sentarme en el sillón mientras él terminaba de secarse y prepararse.
El de Luis era un piso de estudiante, pequeño pero completo y con libros por todas partes. Un aparente desorden se mostraba por las escasas dependencias que alcanzaba a ver. A Luis lo había encontrado hacía muy poco, algo más de unas dos semanas por vía email.
Después de un inesperado contacto nos enviamos varios emails, aunque solo hasta varios después empezamos a intercambiar algunos con fotos. A mis veinticuatro años le llevaba solo dos a él. Sin embargo, Luis parecía aún más joven. Su ensortijado pelo rubio que poco se notaba en las fotos, convencía bastante sobre eso. También sus facciones muy regulares y muy suaves, le daban el aspecto de un niño precioso.
Ya se me había mostrado amanerado en sus emails, Y en persona lo era bastante más, sin duda eso me encantó desde el comienzo, ya que yo había buscado por largo tiempo una amistad de ese tipo en la Web.
Oyendo como corría el agua en la ducha, acerqué la bandeja con vasos para trago que me había servido a su sugerencia y comencé a beber una deliciosa cerveza, mientras en el suyo la burbujas del gas continuaban aflorando.
Tras un trago registré un revistero cercano, del cual saqué una revista de última moda entre una montaña de revistas de modas y del corazón, la cual estaba muy abierta evidentemente en un artículo dedicado decididamente a los zapatos con tacones super altos. A los cinco minutos de hojearla, Luis me dijo desde el baño que si quería podía poner la televisión o la música del componente.
Acercándome al mueble descubrí una extensa colección de música de varios estilos. De entre los compactos escogí el que mejor me pareció y lo puse en el tocadiscos. Volví al sofá y me acomodé en él disfrutando de la música y la bebida. No pasaron más de dos canciones cuando apareció "ELLA".
Sin decir nada, desfiló pavoneándose por delante de mí hasta quedar justo enfrente, a unos tres metros. Saltaba a la vista que sabía muy bien lo que hacía. Sus tacones eran interminablemente altos y finísimos, al menos de unos 15 cm. de altura fijos en unos preciosos y afiladísimos zapatos sin talón con una fina pulsera al tobillo de brillante color rojo italiano, medias negras con liga al muslo, cortísima minifalda blanca a juego con una breve chaquetilla que apenas ocultaba un brillante top igualmente rojo que destacaba unos senos fabulosos, un conjunto realmente magnífico.
También a su aspecto le había dado un buen tratamiento, lo único que no le hizo falta fue la peluca, ya que le bastó con dar mas volumen a su precioso pelo que se revelaba ahora como una luenga y rubia melena despampanante. Incluso los bonitos y largos pendientes flanqueando su maquillada cara se mostraban cómo de lo más femenino. Una auténtica diosa del Olimpo.
Coquetamente, se sentó a mi lado y tomó su vaso. Charlamos largo y tendido de nuestras aficiones, aventuras y mil y un temas que nos vinieron a la cabeza mientras mi "anfitriona" no dejaba de llenar los dos vasos. la velada ya era encantadora y la idea, sugerida en nuestra correspondencia, de salir a tomar algo de esa guisa se mostraba cada vez más accesible.
Poco a poco nos íbamos acercando, cada vez que Luisa, cómo se hacía llamar ahora, se levantaba por algo, se sentaba luego mucho más cerca. Hasta que nos tocamos. Fue algo eléctrico, fue igual que la primera vez que me arrimé a una muchacha. Nuestras manos, con sus hermosas uñas cuidadosamente pintadas al rojo fuego, se encontraron y se fundieron en un preludio de lo que iba a suceder. A partir de ese momento, todo sucedió más rápido todavía.
Sin remedio ni premeditación pasé mi mano por su espalda, abrazándola y atrayéndola hacia mí. En un instante nuestras bocas se unieron.
El primer beso fue como una toma de contacto, solo los labios se juntaron brevemente. Separándonos, nos miramos a los ojos un instante; antes de que darnos cuenta, estábamos otra vez unidos ansiosamente por la boca.
Pero esta vez nuestras lenguas se trabaron y se unieron más que nuestras manos momentos antes. Los manoseos ya eran ahora generalizados, nos acariciamos por encima de la ropa reconociendo la mayor parte de los rincones de nuestros cuerpos.
Los besos se esparcían ahora por las mejillas, el cuello, las orejas... Hasta que la calentura fue tal que abandonamos los planes para nuestra cita. Lejos de prepararnos para salir, Luisa se levantó y dejó caer su falda para mostrarme unos preciosos pantaloncillos de seda negra brillante como las medias.
También la corta chaqueta en juego cayó sobre una silla dejándose solo puesto el cortísimo top que apenas ocultaba sus ya erectos y prominentes senos. Radiante cómo la más hermosa de las mujeres, se acercó a mi, todavía sentado. Tirando de mis brazos, no le costó nada llevarme a su habitación.
En ella una cama grande para el tamaño del cuarto, pegada a la pared, se mostraba preparada para acogernos. La dulce Luisa se sentó en una de las puntas y comenzó a desabotonarme la camisa. Luego me soltó el cinturón y entreabrió los pantalones sin llegar a tocar nada. Besó mi pecho mientras, por encima de los jeans, me acariciaba las nalgas.
Su lengua se movía juguetona por entre mis tetillas y yo ya tenía los pezones como los de ella. No pude aguantar más aquella excitación y, poniéndome a su altura, volví a besar a la tan sensacional y joven travesti. La recosté suavemente en la cama y me desnudé por completo en un momento, puesto que "ella" había hecho ya parte de la faena.
Volví a mirarla y vi entre sus piernas, oculto por un apretadísimo sosten, un bulto que no conseguía empañar su lado femenino en absoluto. Cómo un león en celo me tumbé ante él y comencé a besar su terso vientre. El top me impedía llegar más arriba, dónde estaban esas fabulosos tetas que deseaba morder, chupar y mamar.
Así que decidí tirar para abajo. El ombligo y sus aledaños se mostraron cómo una fuente infalible de cosquillas para mi amante, pero inexorablemente, descendí hasta dar con la negra seda. Entre el delicioso olor del gel de baño, casi camuflado, me llegó otro que no reconocí en ese momento.
Besaba la piel inmediatamente superior a la seda arrancando gemidos a Luisa, cuando descubrí la fuente de aquel nuevo perfume. Una mancha húmeda, y nítida, indicaba el lugar en el cual se ocultaba el glande de la muchacha travesti.
Lo lamí por encima de la suave tela obligando a gemir aún más a Luisa. Estaba durísimo, tanto que parecía mentira. Acariciaba dulcemente las bolas que se revelaban al final del gigantesco clítoris hasta que estalló en mi cabeza un chispazo. No sé si por instinto, saqué aquella maravilla por un lateral de los pantaloncillos.
Apareció por fin su abultada tranca preciosa. Mucho más gorda aunque mas corta que la mía, con sólo unas venas marcadas bajo ella y enseñando desvergonzadamente una cabezota roja y mojada. Nunca me hubiese creído capaz de aquello pero, sin dudarlo, besé la punta de aquella preciosa verga, degustando su suave y apetitoso sabor.
Luisa pareció temblar por un instante. Tampoco ella, por lo que sabíamos el uno del otro, había tenido nunca una experiencia real. Después del primer contacto, sólo atinó a articular susurros de ánimo para mi y mi nueva faceta sexual. Continué hacia abajo besando el tronco de aquella polla exquisita, aunque no ofrecía el gustito del glande, por lo que regresé a él.
A Luisa le encantó la idea y, apartándome sólo un segundo, se quitó los pantaloncillos que quedaron colgando de uno de sus tobillos, y además retiró ese sostén que había tenido tan cruelmente apretado ese marvilloso miembro. Ahora toda su ingle se mostraba cómo un paraíso con poquísimo pelo y muy bien cortado. Me entretuve unos instantes besando el limpio pubis de la chica, lamiendo el interior de sus depilados muslos para volver a la base de la tranca metiéndome los huevos en la boca uno a uno.
Volví a mi sitio preferido y alojé en mi ansiosa boca el gordote glande que a penas me cabía dentro de mi boca. Teniéndolo dentro, le dediqué unos golpecitos de lengua sacados de los tantas veces leídos relatos eróticos. Decididamente parecían funcionar. La joven gemía cada vez más y comenzaban sus jadeos, los cuales me excitaron tanto que sólo se me ocurrió pajearle, a la vez que mamaba ansiosa aquella punta.
Llegó sin avisar. Un chorretón de blanca leche invadió mi garganta y casi vomito. En medio de la sorpresa, saqué su gordo pene de mi boca pero éste siguió escupiendo trallazos de semen dejándome perdido. Luisa se convulsionaba como una puta, corriéndose tan a gusto que chillaba sin darse cuenta.
Cuando se relajó, luego de haberme limpiado un poco el esperma que goteaba por mi cara, me tumbé junto a "ella" apoyando mi mano en su entrepierna. Su erección había remitido y la verga estaba ya algo lacia aunque sentía con total claridad cómo seguía palpitando.
Abrazados y calientes como nos encontrábamos, no tarde demasiado en pedirle a Luisa mi propia satisfacción. Sonriendo como una chiquilla traviesa se puso de rodillas a mi lado mientras yo me semi incorporaba. Me senté apoyando mi espalda en la cabecera de la cama y mi polla quedó apuntando al techo.
Dura , caliente, nervuda y visiblemente inclinada a la izquierda. Mayor que la de Luisa en diámetro y longitud, fue largamente observada y palpada por la guapísima travestí. Volvimos a acariciarnos tiernamente sin dejar "ella" su toqueteo, acariciando todo lo acariciable alrededor de mi velludo pubis.
Jugando con los huevos, con la tranca y ensortijando el pelo que los rodeaban fue descendiendo hasta la fuente del mayor de mis calores. Repitiendo mis anteriores pasos, besó el grueso glande de mi verga transmitiéndome un escalofrío mayor que los que me producían las mamadas de mi novia.
Siguió tragando lo que buenamente pudo de mi enhiesto falo, casi la mitad. Me encantaba ver cómo el duro miembro desaparecía dentro de su gruta para reaparecer brillante de su saliva. Su lengua reseguía cada uno de los pliegues de la piel que envolvía la polla, causándome unos espasmos casi incontrolables. Sin embargo, al poco rato, levantó su linda cabeza dijo con una casi femenina voz -¡Dámela, mi amor, hazme que sea tu mujer!-.
Por mi parte hacía ya rato que deseaba oír aquello, aunque no tenía ninguna intención de desperdiciar la inocente pero fabulosa mamada. Decidimos que la desfloración, por lo menos la defloración con "fuego real", debía ser a lo clásico, ya tendríamos tiempo para experimentos si aquello funcionaba.
En un periquete se había colocado de rodillas con la cabeza pegada a la almohada. Su maravillosa espalda subía desde la cama para terminar coronada por el magnífico y terso culo de Luisa. Le separé las piernas y le coloqué su preciosos tacones bien separados
Tras esto su ano quedó totalmente expuesto. Conteniendo apenas mi profundo deseo, besé la parte posterior de sus piernas, degustando el sabor salado de su piel, llegando hasta detrás de las rodillas, dónde sufría unas cosquillas enormes.
Lentamente volví a subir lamiendo los muslos de Luisa entre sus ronroneos. Aún por encima de las medias percibía con claridad el calor que emanaba mi amante. Pronto llegué a las bonitas nalgas, a las que besé con ternura, y me dirigí al verdadero objetivo.
Un cerrado ano se mostraba en medio de la pulcra rajita de Luisa. Lancé la lengua hacia él y pareció abrirse para acogerla al tiempo que un chillidito nervioso salió de la garganta de ella. Estuve un buen rato mojando el esfínter de mi muchacha travesti, mientras ella no paraba de gemir cada vez más excitada. Al fin, era ya tal la dilatación de su rajita, que podía explorarla con la lengua sin ningún esfuerzo.
Luisa alcanzó a indicarme el cajón de la mesita de noche entre sus espasmos. Desviando un momento mi atención de su cuevita, obedecí. Como había intuido, en medio de revistas y juguetes de todo tipo, había un frasco de lubricante con base de agua junto a un paquete de condones.
Metí uno de mis dedos en el frasco y, sacándolo embadurnado con la vaselina, lo enterré muy despacio en el ya abierto ano de Luisa. "Ella", gimiendo como una perra, buscó el final del dedo hasta que sus nalgas chocaron con mis nudillos. ----¿Tranquila, mi amor, pronto te llegará.?-, le dije tiernamente al oído.
Enseguida procedí a repetir la operación con dos dedos, a lo que también respondió ella de la misma forma: exigiendo su ración de rabo, mientras me esforzaba en besar su espalda y cuello.
Al fin habíamos llegado al tan ansiado momento. Para ambos se trataba de la primera penetración de verdadera carne, aunque nuestras colitas estuviesen acostumbradas a todo tipo de consoladores, vibradores, clavijas, bolas... , aquel juego prometía mucho más.
Lentamente y en silencio, apoyé la punta de mi pene en su entrada. Luisa se dio por aludida con una inspiración larga y profunda. Apreté suave pero continua y firmemente, súbitamente en un momento, ese maravilloso ano se había tragado la polla. sólo un tenue grito escapó de la garganta de mi nueva amante cuando mis bolas y mi pubis chocaron con sus nalgas.
Me detuve allí por un rato mientras acariciaba la espalda de la chica, le pregunté si quería que la sacase, pero con un suave suspiro me lo prohibió tajantemente. Entonces comencé un pausado mete y saca coincidiendo con el inicio de sus gemidos. Pasaba mis manos por encima de sus piernas, sintiendo como sus medias y sus afilados y altísmos tacones me excitaban más a cada caricia.
Aquello iba de maravilla, mejor de lo que habíamos esperado. Pronto me encontré sobando sus huevos, descubriendo que la verga de Luisa había reaccionado de nuevo. Mientras la enculaba de nuevo, le hice una paja bien firme, pero que no dio fruto, sin llegar a correrse, unos jugos viscosos mojaron mi mano la que pasé por su espalda diciéndole frases cariñosas.
Estábamos tan enfrascados en nuestro primer polvo, que casi no me di cuenta que iba a acabar. Fascinado mirando mi polla entrando y saliendo del apretado esfínter, me llegó una sacudida orgásmica que transmití a Luisa en forma de rápidos y duros apretones. Chillé al vaciarme cómo un loco al tiempo que la sensual travestí me apretaba el pene con sus músculos.
El placer alcanzó el grado sumo para retirarse lentamente mientras nos dejábamos caer los dos sobre la cama envolviéndonos en besos y caricias.
Pero no tardó en volver las ansias sexuales a los dos y le supliqué que también yo quería gozar tanto como ella, por lo que me empezó a besar el ano con fruición, lo que me causaba escalofríos de expectación y placer, ya que sabía que mi goloso ano iba a recibir su primer pedazo de carne y que era lo mas gordo que yo jamás hubiera tenido entre mis manos.
Luisa tenía su maravilloso pene mucho mas grueso, aunque mas corto que el mío, y su cabezota era realmente gigante, por lo que una vez que mi ano estuvo untado al máximo, comenzó esa terrible pero maravillosa penetración.
En el primer instante creí que me iba a partir en dos mi pobre y goloso agujero del amor, la entrada del gigantesco glande fue dolorosísima, a pesar de que antes yo había entrado allí objetos realmente grandes, como frascos de perfume, botellas de champú y envases de laca, pero esa cabeza era como el cuerpo de una botella de vino o tal vez mayor, por lo que me hizo ver burros verdes.
Pero al cabo de pocos instantes, mientras ya se deslizaba dentro de mí el grueso cilindro de su pene, que era un poco menos gordo que la cabezota, comencé a gozar como nunca antes había sentido.
El saber que me estaba penetrando en mi tunel de amor un pene formidable, un pene que era el arma secreta de mi querida amante Luisa y que ella estaba gozando a concho también con esa deliciosa penetración, al mismo tiempo que se apoyaba fuertemente en esos zapatos con tacones de cielo para hacerme gozar tanto, hizo que se desatara dentro de mi un calor tan enorme que me llevó a una serie de varios otros climax mucho mas intensos que todos los anteriores, mientras Luisa se movía febrilmente, masajeando con su enorme e hinchado pene mi abultada próstata, la que se vació totalmente en medio de mis convulsivos espasmos.
La fabulosa sesión de placeres, continuó toda la tarde y la noche también, ya que enseguida me tocó a mi transvestirme con la ropa de Luisa y montado en sus fabulosos zapatitos, mis deseos sexuales volvieron a ser tan intensos que pudimos seguir esa orgía por largas horas, compitiendo a quien gozaba mas y a quien se convertía mejor en una chica mas linda y mas sensual, subidas en esos tacones que llegaban al cielo.