Luis, Jacobo y un verano 29 Rufo como semental

Enredaba mis finos y delicados dedos en los pelos de su pecho bajando hasta su duro abdomen a la vez que lamía sus poderosos pectorales.

El curso había finalizado para Jacobo y para mí, con notas suficientes para despreocuparnos durante el verano, aunque debía dedicar un tiempo a los idiomas, sobre todo al francés que era el que peor dominaba, el inglés se me daba mejor. Bruno y Julio tenían aún unos veinte días  para preparar el acceso a la Uni y pasar los exámenes. Nos íbamos a quedar en la ciudad retrasando las vacaciones y esperar a que terminaran los futuros universitarios.

Todo cambió al invitar Felipe a mi primo para pasar unos días con él y su familia, sin analizar el motivo nuestro amigo lo era más de Jacobo que mío. Quedé solo y decidí adelantar mi viaje a la haciendo y esperar allí a que el resto se fuera incorporando. Ese fin de semana mis padres me llevaron, así aprovechaban para ver a los abuelos.

El viaje lo hicimos tranquilos, íbamos los tres solos, Julio se quedó con Bruno y al cuidado de Carmen hasta que mis padres volvieran. Mamá me dejó su lugar, según ella para que me fuera acostumbrando a lo que era un coche, Julio y Bruno tomarían sus clases en el verano para lograr su codiciado carnet de conducir, ellos me llevaban ventaja por sus excursiones con quad el pasado verano además de que conducían la ranchera dentro de los terrenos de la hacienda.

Me hizo ilusión el que mamá me cediera su asiento cuando, hasta ahora, siempre era a Julio al que se lo ofrecía. Resultó doloroso el encuentro con el abuelo, verle tan derrotado físicamente aunque su mirada seguía siendo imperiosa y de mando.

Los dos días pasaban rápidos, pero fueron suficientes para darme cuenta de que el dolor del abuelo no era el sentirse inválido, parecía como si fuera su honor el que estuviera empañado, le notaba sufrir cada vez que Rufo le cogía en sus fuertes brazos para meterle en la cama o llevarle al baño, no admitía el que las mujeres que ayudaban a María le bañaran y era Rufo el que lo hacía.

Qué extraña pareja formaban, el que había recibido el daño en el pasado, devolvía cariño y atenciones, y eso ofendía al abuelo.

El domingo quise dar un paseo en caballo y Rufo se preocupo de ir conmigo a las cuadras y ensillarme a  Rocío, ofrecerme la mano para colocar mi rodilla y alzarme. Marcos debía tenerle un gran respeto, se mantuvo aparte aunque provocador como era él y en su pose preferida.

Hacía calor y dispusieron la mesa en la galería cubierta del patio, les escuchaba atentamente analizando las palabras. Si Julio conseguía la nota suficiente iría a León para hacer Ingeniería Agrícola, Rufo que comía con nosotros parecía estar de acuerdo con lo que mis padres y el abuelo decidían. De nuevo volvían a dejar que mi abuelo dirigiera la vida de los demás, en este caso la de su hijo. Parecía que lo tenían todo decidido sobre la vida de Julio.

Hablaron indirectamente de Bruno, en este caso haría lo que tenía decidido, iría a la Universidad de los Jesuitas en Bilbao, un centro privado para estudiar Ciencias Empresariales.

Mis padres marcharon y ya no volverían hasta que Julio y Bruno hubieran terminado los exámenes. Me quedaba solo rodeado de personas mayores y ancianos pero no me importaba, Eduardo sabía que estaba cerca y deseaba que nos viéramos lo que no resultaría tan fácil.

Aprovechaba el estar solo para estudiar lo que me habían preparado en la escuela de idiomas, al lado de la piscina, con los abuelos sentados en otra mesa y dándome un baño cuando el calor se hacía insoportable, o simplemente lo hacía para despejarme y realizar ejercicio.

Llevaba varios días encerrado, no del todo, salía con Rocío a dar paseos, me encantaba el aire azotando mi cara y los espacios abiertos, todas las mañanas Rufo me preguntaba si tenía intención de salir a pasear, y en caso afirmativo me acompañaba para ensillarme la yegua, con unas atenciones que nunca hasta ahora había tenido conmigo, aunque posiblemente se debiera a verme solo.

Solamente un par de veces no pudo ser así y tuve que pedirle a Marcos que me ensillara a Roció, la primera se arrimó a mi cuando acariciaba el cuello de Rocío, por la que ahora me preocupaba de robar un azucarillo para llevarla, me sujetó por detrás apretando su entrepierna a mis glúteos.

-Quiero tener tu culito y hacerlo mío.  -quedé en silencio, dejando que frotara su bulto duro en mis nalgas-

-Estas en celo, lo noto chaval, como una hembra, como de estas yeguas y necesitas un macho, te lo huelo.

-Eduardo, puede llegar Rufó y verte.  –parecía que le autorizaba a continuar con mis palabras donde no negaba nada.

-Por tu culito perdería el empleo, pero tienes razón, ocupo la casa siguiente de donde antes vivía Eliseo, podemos llegarnos allí. –me mordió con sus labios el cuello, me tenía a mil y entregado, no me hubiera importado que en ese momento me hubiera bajado los pantalones y montado convirtiéndome en su hembra.

Hacía días que ningún hombre me tomaba para metérmela y lo deseaba, necesitaba ya un rato de sentirme lleno de una polla. Resultó que a pesar de su calentura Marcos era prudente y no quería que lo despidieran por follar al nieto de su patrón. No aprovechó su oportunidad de gozarme, por ahora. Y después de besarme con pasión unos minutos, marché montado en Rocío con el culo abierto de ganas por una verga, sin algo que entregarle para que dejara de latir ardiendo de deseo.

Era desconocer de lo que el destino me reservaba y que en breve me ofrecería colocándolo a mí alcance. Cuando regresé del paseó entregue la yegua a Marcos a la entrada del patio donde lo encontré, no dejó pasar la ocasión para volverme a comer con la mirada.

Entré a la frescura de la galería  y  miré hacia arriba buscando el inclemente sol, la cortinas de mi habitación se movían como si alguien estuviera detrás de ellas. Podría ser alguna corriente de aire pero la ventana permanecía cerrada y pensé en que aún estaría alguna criada haciendo la limpieza.

Subí para cambiarme de ropa, sentí  bajar la temperatura al traspasar la puerta de la entrada, fui hasta la escalera escuchando la charla que me llegada de los abuelos. La puerta de mi habitación estaba abierta, no resultaba extraño siempre lo estaban todas.

Estaba de pie ante la ventana y tenía la mano apartando ligeramente las cortinas mirando al patio.

-¿Cómo te ha ido el paseo?, te vi llegar y Rocío parecía sudorosa.  -me quedé en la puerta dudando si entrar, no por sentir temor de Rufo, por si había interrumpido algo que no me pertenecía saber, ni era de mi incumbencia aunque estuviera en la habitación que compartía con mi primo. Movió su enorme y proporcionado cuerpo hasta el centro de la habitación con cuatro lentos pasos y me miró esperando que dijera algo.

-Es muy veloz e inquieta, la gusta correr y no desfallece.  –Rufo miraba al suelo y luego al entorno.

-Es joven, y como todas las hembras que comienzan a vivir la vida también inquieta.  -me pareció que se encontraba inmerso en algún tipo de trance.

-Esto ha cambiado desde que los cuatro jugábamos en esta habitación, la señora la va transformado, entonces había dos camas con dosel, las gasas volaban mientras nos escondíamos y acariciaban nuestras caras queriendo ocultarnos detrás ellas.  –le dejé continuar con su divagación sin interrumpirle.

-A pesar de ser tan débiles conseguían retenerme en el suelo entre las tres, me dejaba hacer, ellas jugaban y yo se lo permitía todo. –entonces levantó la cabeza, ahora que estaba en la casa grande se afeitaba casi todos los días.

-Tengo que hablar con Marcos, Rocío está preparada, en el mejor momento para llevarla al semental.  –inició su caminar y al pasar a mi lado se detuvo, me observaba cuando me conocía sobradamente.

-Estás igual que ella cuando tenía tu edad. –levantó su mano para tocar ligeramente mi cabello y la dejó deslizar pasando los dedos por la mejilla.

-Tienes el mismo pelo…, los mismos ojos, su figura, si fueras chica podrías pasar por ella.  –pasó sus duros dedos por mi mejilla otra vez hasta llegar a mi mandíbula, dejó caer la mano y siguió su camino por el pasillo sin volver la cabeza.

Me coloqué un bañador y bajé para acompañar a los abuelos y bañarme antes de comer con ellos y con Rufo.

Esa tarde recibí varios mensajes cortos de Eduardo, con sus frases preferidas logrando que sintiera ganas de estar con él, en uno de ellos me proponía el poder estar con su hermano, los tres. Estudié francés el resto de la tarde, escuchando las viejas melodías que sonaban en el equipo musical que la abuela iba eligiendo cada vez que el disco de vinilo, de la era medieval, terminaba de sonar.

No había ruidos después de la cena, la gente joven no estaba para alentar la fiesta y me retiré pronto a dormir, en el mismo momento en que Rufo comenzó a empujar la silla del abuelo para llevarle a su habitación y meterle en la cama como un día más.

Entré en el baño para tomar una última ducha y mitigar el calor, comencé con agua templada para luego ir abriendo el gripo y que resultara caliente, dejando que mis manos actuaran y llegaran hasta mi culo para enterrar mis dedos en él.

La imagen de Marcos aclarando lo que quería de mí, su desconocido cuerpo que veía poderoso y viril, la de Eduardo queriendo que estuviéramos y además añadiendo a su hermano. El descubrimiento de  lo que Rufo hacía con mamá, la tía y su hermana en esta misma habitación, sus juegos de niños y adolescentes que les llevaba a experimentar, que fueran las tres jóvenes hembras para un solo macho en pleno desarrollo y capaz de darles placer, dejarlas satisfechas de sus juegos, me excitaban al punto de follar mi culo con los dedos, sin atreverme a recorrer el pasillo para buscar a Marcos.

Eyaculé con el recuerdo último de Julio mezclado con el de Bruno, cuando los dos daban por el culo a Jacobo en una doble penetración que yo no quise experimentar. Me contraje ante la intensidad de mi salvaje orgasmo que me hacía gritar, moviendo mis dedos dentro de mi ano como si fueran las vergas de los muchachos que quiero, y al fin quedaba relajado y tranquilo debajo del chorro de agua que caía.

No sabía cuál era la hora que de la noche cuando desperté por un ligero ruido, no se volvió a repetir y volví a quedarme dormido, todo era oscuridad salvo la luz de la noche estrellada que penetraba a través de los visillos de las ventanas.

Volví a despertar por el sonido extraño y mecánico que me obligó a abrir los ojos. Alguien tenía que haber encendido una luz en alguna de las habitaciones del pasillo o en los baños. Además de la plateada luz de las ventanas, la puerta de la habitación mostraba un recuadro de la luz más amarillenta de alguna lámpara lejana.

En el recuadro tomó forma una figura que parecía un desproporcionado gorila, avanzó unos pasos dentro de la habitación y al cerrar la puerta el recuadro de luz se borró quedando todo envuelto en la luz de plata.

Resultaba como un sueño, sentía el estómago encogido y a la vez estaba tranquilo. La figura se fue materializando al acercarse a la luz de las ventanas. Se sacó la camisa que llevaba por la cabeza y vi como se inclinaba sacando alguna prenda de vestir que llevaba por los pies.

La sombra de su perfil podría causar terror, resultaba enorme, de hombros anchos y estrechas caderas, piernas como columnas y largos brazos por efecto de la luz, de entre las piernas le salía una lanza prodigiosamente larga, caída y que danzaba al caminar.

Estaba quieto expectante, ¿esperando ser atacado por algún ser infernal?  ¡No! Tenía la certeza, la convicción de saber a quién pertenecía la sombra que se acercaba a mi cama, su olor la delataba. De aquel extraño ser emanaba el olor tan conocido por mí de mi hombre, Julio.

Se tendió a mi lado haciendo crujir la enorme cama y hundirse el colchón, como si hubiera caído una gran carga sobre ella. Se giró muy despacio, podía sentir su pesada respiración, se me pusieron los escasos pelos de mis brazos en punta.

-Otra vez volvemos a estar juntos, te he extrañado tanto.  –apretaba su cuerpo duro en mi costado, nos separaba la sábana y mi pantalón de dormir de delgada tela. Colocó su gran mano sobre mi pecho desnudo y acarició mi tetita.

-A ellas ya les han crecido, pero me gustan las tuyas, Ana, mi amor, las adoro.  –pronunciaba el nombre de mamá mientras lamía mi pecho. Sujetó mi mano y la llevó hasta su verga aplastada contra mi cadera.

-Mi vida hoy estamos solos, cógela, es para ti. –cerré mi mano agarrando el pene enorme, gordo y largo, caliente como no recordaba otro. Su aliento barrió mi cara cuando su boca buscó la mía y aplastó sus labios causándome daño. Los abrí para tomar aire e invadió mi cavidad con su lengua.

Su sabor, al igual que el olor me recordaba a Julio…, no…, era igual y acepté la carne que me entraba buscando entre mis dientes. Llevé mi mano a su pecho soltando el falo que quemaba. Ahora no era el pecho de Julio, pertenecía a un macho mayor y curtido, totalmente cubierto de vello largo y duro, sus pezones erectos y grandes invitaban a morderlos y dirigí allí mi boca cuando la liberé de la suya. Sabían agrios al principio, sin sabor después de lamerlos, deliciosos en cualquier momento.

Enredaba mis finos y delicados dedos en los pelos de su pecho bajando hasta su duro abdomen a la vez que lamía sus poderosos pectorales.

-Eliseo, mi amor.  –no sé lo que me impulso a nombrarle pero eso provocó una fuerte reacción en la sombra tendida a mi lado, ahora con una dura pierna encima de las mías apresándome.

-Ana María, mi vida al fin vuelvo a tenerte. Deseaba  volver a estar así otra vez.

Sus besos sobre mi pecho me producían temblores y fue bajando hasta mi abdomen para volver a mi boca. Mordía con suavidad mis labios revolviendo mis cabellos.

-¡Qué hermosa eres!  -la pierna que tenía encima de las mías estaba buscando un hueco y metió su rodilla haciendo que las abriera, se deslizó encima de mi rozándome apenas con los vellos de su cuerpo, acariciando el mío que respondía a su deseo.

-Quiero metértelo mi vida, déjame hoy que lo haga.  -todo resultaba muy suave, como si lo estuviera viviendo a cámara lenta. Sin responder abrí mis piernas para acoger aquella sombra de gorila peludo entre ellas.

Mi culo después de tantos días sin recibir un buen rabo lo deseaba, quería que aquello entrara en mí aunque me destrozara, aquella enorme verga del poderoso macho que no creía que cupiera y palpitaba inquieta golpeando con su cabezota en mi ano. Separé mis muslos dejando libre el camino y coloqué mis manos a la entrada de mi culo para guiarla.

-Despacio Eliseo, se suave amor. –empujaba deseando entrar y tomar posesión de mi culo, la sujeté estando a punto de entrar, pensaba que rasgaría mi ano, apreté con fuerza para poder distender el esfínter de esa forma y entró, tuve que morder mi labio para evitar que el alarido de dolor escapara de mi boca.

Le contenía sujetando sus muslos peludos para que fuera avanzando poco a poco, pero tenía más fuerza que yo y tuve que soportar su avance como él quería, mi ano se dilataba y también mi recto para poder contener aquella boa tremenda, Evité que entraran los últimos centímetros colocando mi mano agarrando su polla.

Pensaba que moría, aquello resultaba ser como el reportaje sobre un parto que nos habían enseñado en el colegio, donde se veía a la mujer padeciendo y haciendo fuerzas para expulsar de ella la cabeza de su bebé. Comenzó a sacarla sin terminar de meterla y seguí sujetándola para acostumbrar mi culo y recto al gran monstruo que me devoraba hambriento.

Al cabo de unos minutos el dolor desapareció y con prudencia fui retirando la mano sin apartarla del todo, entraba y salía despacio y a veces tenía que volver a sujetarle sintiendo en mis manos el diabólico diámetro de su verga, hasta que el placer me invadió y sentía el golpe seco y bruto de sus arrugados testículos en mis nalgas, sonaban como azotes y sentía que se iban poniendo rojas por la fuerza y repetición del golpeteo.

-Sí Eliseo, gózame mi vida, dame toda tu verga, dámela mi amor.  –aumentaba la velocidad de sus acometidas, rápidas y precisas, pero su verga no salía del todo, resultaba muy fuerte para mi débil cuerpo y sus manos, tirando de mis caderas, hacían que bailara sobre el colchón, me llevaba hacia atrás y adelante, a veces era mi cuerpo el que movía dejando quieta su verga.

-Me voy Ana, me corro amor, me viene.  –si hubiera sido mujer esa noche saldría preñada por la cantidad de semen y lo profundo que lo depositó en mi vientre, terminó de eyacular y seguía penetrándome hasta que me contraje y a mi vez me corrí, sin gritar porque mordía su hombro como una fiera arañándole la espalda, hincando mis uñas en la carne del viril semental.

Después de la tempestuosa corrida quedamos abrazados y bañados en sudor, el encima de mí y jadeando por el cansancio en mi cuello. Fui reaccionando y pasé mis manos por su espalda.

-Necesito ir a lavarme Rufo, por favor.  –ahora, una vez pasado todo le llamaba por su apodo, su verga se deslizó y fue saliendo de mi culo acompañada de su semen que escurrió por mis muslos hasta caer en la sábana. Se dejó caer paralelo a mí y seguía respirando muy ruidoso.

-Ahora vuelvo, no te vayas. –a mi vuelta del baño le encontré sentado en la cama, con la mirada perdida mirando el ondular de los visillos brillantes como la plata por la luz que filtraban.

Me senté a su lado desnudo como él estaba.

-Luis, tienes que perdonarme, me dejé llevar, te pareces tanto a tu madre que me cegué, y aquí era el lugar donde jugábamos los cuatro. No volverá a suceder, te lo juro.  –se le notaba confuso y preocupado.

-Rufo, no me has violado, ni forzado tampoco, yo lo he querido.  – besé su brazo velludo y pasé mi mano por su pecho en una suave y femenina caricia.

-Pero está mal, no debí hacerlo, con su hijo, no me lo perdonará nunca.

-Te he dicho que yo también lo he querido, mamá no se va a enterar, a no ser que tú lo decidas y se lo cuentes.  –se colocó el pantalón y la camisa y abandonó la habitación sin despedirse.

Me había encantado su follada y lo necesitábamos los dos, él follaba a mamá y yo era follado por Julio o eso es lo que queríamos creer. Al día siguiente no hablamos de lo sucedido pero su mirada era de agradecimiento.

Juró que sería la última vez y no cumplió su palabra, a la noche siguiente y todas las demás sucedió lo mismo, con alguna variante ya que le pedía que me permitiera mamarle la verga y permaneciera más tiempo a mí lado. Las siguientes noches le esperaba desnudo, limpio y perfumado por las cremas que utilizaba para que mi culo le diera más placer y su verga resbalara bien cuando me la clavaba. Dejó de acudir a mi dormitorio cuando los demás se incorporaron a la casa.

Hasta ahora, y han pasado algunos años, no he vuelto a estar con Eliseo aunque algunas veces lo haya deseado.  Julio y Bruno aprobaron sus exámenes con la suficiente nota para hacer las carreras que querían. Jacobo y yo visitamos en varias ocasiones a Eduardo ese verano para pasar algunas horas en su compañía y follar, sin su hermano.

No sucedió nada diferente a otros años.

Continuará?