Luis, Jacobo y un verano 25 Reconciliación en la c

-Es un chico guapo y si me lo pido igual dejo que me folle con ese bultazo que tiene bajo el pantalón. –la risa salió espontánea de la boca de Julio y de la mía, nos abrazamos mientras reíamos.

Faltaban pocos días para que partiéramos de vacaciones y evitaba hablar a Julio y más pedirle otra cosa aunque la deseaba, quería enseñarle el regalo que le había preparado y que ya no tenía sentido alguno que viera, su cumpleaños se había ido.

Mamá nos pidió que fuéramos preparando el equipaje que necesitábamos, y para pasar tanto tiempo era mucho lo que debíamos llevar. Las clases terminaron y nos entregaron las notas, como era de suponer Julio demostró que se había integrado a la perfección en el colegio y sabía aprovechar la enseñanza que impartían. En resumen saco unas estupendas notas, mejor que Bruno, Jacobo y yo mismo.

Mis padres no cabían en sí de gozo y en general todos nos alegramos. Hicimos compras de lo que nos faltaba o necesitábamos, con alguna cosa superflua que siempre caía en las bolsas. Fueron días muy ajetreados e invitamos a Felipe para que fuera unos días a pasarlos con nosotros. Tenía que consultarlo con sus padres y de momento quedó en suspenso.

Esa tarde Julio se asomó a mi habitación que como siempre estaba abierta pero se quedó apoyado en el dintel.

-¿Puedo pasar? –dejé lo que estaba haciendo para mirarle, había vuelto a crecerle el pelo y en el cuello se le ondulaba, lucía una bonita sonrisa, de esas que enseña cuando quiere conseguir algo.

-La puerta está abierta, no tienes que pedir permiso.  –creo que fui un poco seco y la sonrisa se torció en una cara de preocupación. Se acercó al escritorio donde estaba y me cogió de los hombros para que me levantara.

Me abrazó acariciando mi pelo y me llevó con él para sentarme en la cama.

-Luis estás enfadado conmigo, lo que sea que te haya hecho te pido perdón. Llevas días evitando hablarme y no quiero verte así. –estaba pasando su brazo por mi hombro y yo con la cabeza baja.

-¡Perdóname! Y hagamos las paces, ¿de acuerdo?  -volvió a besarme el pelo pero yo no reaccionaba cuando lo que quería era echarle los brazos al cuello y decirle que el que tenía que perdonarme era él a mí, estaba molesto sin que él fuera culpable. Tenía todo el derecho del mundo para estar con las chicas que quisiera.

-No estoy enfadado, solo algo molesto y no es contigo precisamente.  –apretó su abrazo y me giró para que le mirase.

-¿Entonces volvemos ya a ser amigos?  –cogió mi barbilla y aproximo sus labios para besar con suavidad los míos y después de ese beso me apreté contra su pecho suspirando.

Se tendió en la cama y parecía que soñaba.

-Volvemos a la hacienda, ¿te das cuenta del poco tiempo que falta?  -seguramente tendría ganas de ver a Amira y sus amigos. Bien, no solo nosotros somos importantes para él.

-¿Sabes que en mi anterior viaje Eduardo volvió a preguntarme por ti? Parecía muy interesado, como en Navidad. ¿De verdad que no hubo algo entre vosotros?  -él no había hecho comentario alguno salvo lo de la separación de sus tíos, ¿cómo lo iba a saber?

-No tuvimos más contacto que las dos o tres palabras que nos hablamos en la calle. Además Eduardo no tiene aspecto de ser como yo.  –Julio soltó una risa sardónica.

-Yo tampoco lo tengo y mira como te follo a ti y a tu primo Jacobo, la necesidad es imperiosa a veces, y tenemos que aprovechar lo que tenemos. Las chicas en el pueblo no son muy fáciles de conseguir, nos conocemos todos y la gente habla.

-Tú al menos tienes a Amira.  –su risa sardónica vuelve a sonar.

-Amira es más difícil que ninguna, en Semana Santa no puede estar a solas con ella, la cierran entre murallas, ya te dije que conseguí estar con ella porque Bruno me ayudó.  –creo que me alegré al escucharle decir que no había podido follar con su amiga, y seguido me arrepentí.

-Este verano lo tendrás mejor con la ayuda de tu amigo. -mis palabras eran hirientes, no quería ser así, de verdad, pero a veces me salía el mal o los celos que me quemaban el corazón. Quise cambiar de conversación, volvíamos a distanciarnos y tampoco quería eso.

-Perdóname, no quería herirte.  Quería felicitarte por tus notas, aún no lo he hecho.  –se volvió hacía mí y sentí su aliento en el cuero cabelludo, luego mordió la parte superior de mi oreja.

-A veces pareces tan juicioso y mayor y otras eres como un niño, pero me gustas así. Te quiero Luis, como un hermano, un amigo, mucho, muchísimo.  –se apretó contra mí y pude sentir que era verdad lo que decía, me quería de esa forma pero ahora también necesitaba de mi auxilio, la dureza de su virilidad era elocuente y lo decía todo por él.

-Voy a contarte algo que conozco sobre Eduardo, y creo que es bueno que sepas si vais a seguir hablando con él.  –se detuvo un momento y luego prosiguió.

-Eduardo es algo mayor que yo, no mucho, dos o tres años y creo que es un buen chaval que no tiene enemigos. Sé que le gustan las mujeres, ahora anda detrás de una chica aunque no sé cómo están sus relaciones, pero eso no quiere decir nada.

-Vive con un hermano mayor que él, sus padres murieron en un accidente. Un día que volvían del campo el tractor cayó al río hace ya varios años, murieron los dos atrapados por la máquina. El hermano de Eduardo tenía diecinueve años y pudieron quedarse a vivir sin que las instituciones los tuvieran que acoger.

-Ahora viene lo embarazoso…  -paró un momento de hablar acariciándose la ceja, yo esperaba expectante que siguiera, debía de ser algo delicado cuando dudaba tanto en hablar.

-Su hermano a veces se lo coge, le da por el culo…, yo no conozco los detalles. No sé si lo hace libremente o forzado, si le gusta o no, si es mutuo y recíproco. No sé más ni quiero saber.

El silencio nos envolvió, no dejaba de conocer rumores sobre sordideces que sucedían en el pueblo, que a veces podían ser simples rumores o maledicencias de las gentes, pero que en este caso me llegaba de Julio y él no era de pregonar infundios.

-Pueden ser chismes, cotilleos que pregonan las personas sin darse cuenta del año que hacen, como las patrañas que hablan sobre tu historia.  –me cogió la barbilla para que le mirara y aprovecho para posar sus labios en mi frente.

-Esto es cierto y no lo juzgo, de ningún modo, no me atrevería nunca con lo que ha pasado en mi familia y además, no tenemos derecho a enjuiciar a los otros.

-La hermana de María y madre de Susana les limpia la casa donde viven y los ha visto, ella misma me lo ha dicho y no dudo que sea verdad, porque esta mujer tampoco puede decir que su vida sea de santa y nunca habla mal de las personas, cuando me lo dijo no era por chismorreo te lo aseguro.

Tampoco yo tenía nada que objetar y menos sin conocer lo que hubiera podido suceder entre Eduardo y su hermano, pero me quedaba la duda de conocer el motivo de por qué la madre de Susana le contaría lo que había visto a Julio. Dudaba en preguntarle.

-¿Por qué te lo dijo a ti precisamente?  -le miraba y veía como se ponía rojo.

-No creo que eso sea importante, me lo dijo y vale.  –lo pensé, y en mi cabeza lo vi como si lo hubiera presenciado, no creo conocer a la madre de Susana, aunque pudiera ser que la haya visto alguna vez en la hacienda visitando a María o a su hija.

-¿Te lo montas con ella?  -me dio hasta pena la cara que se le puso.

-Vale, sí, fueron pocas veces y tenía catorce años, ¿te puedes imaginar? ¿Quién puede resistirse?  No puedo hablar contigo, enseguida te enteras de todo y ahora volverás a enfadarte.  -le miré en silencio, y no me enfadaba, podía dolerme como todo lo que a él se refería en ese sentido, pero me daba cuenta de lo complejos que somos las personas, yo mismo, y como nuestros impulsos nos guían.

-No, no me enojo, no te preocupes por eso, creo que te entiendo. –no es que le estuviera comprendiendo a él, era a todo el género humano, porque todos somos iguales en el tema sexual, con alguna pequeña diferencia o variación, quisiéramos verlo así o no.

-Sobre Eduardo, presiento que siente lo mismo que tú, se siente atraído por Jacobo y por mí, no sé cómo nos verá, seguramente será la curiosidad y el que allí haya tan pocas oportunidades para experimentar la sexualidad en vivo.  -Julio callaba pero sus labios no dejaban de besar mi cara sin llegar aún a mi boca, eran besos tiernos y cariñosos de momento.

-No vamos a enamorarnos de Eduardo, pero vale, agradezco tu interés.  –aparté un poco mi cara para poderle enfocar con la vista y le enseñe mi sonrisa más pícara.

-Es un chico guapo y si me lo pido igual dejo que me folle con ese bultazo que tiene bajo el pantalón.  –la risa salió espontánea de la boca de Julio y de la mía, nos abrazamos mientras reíamos.

-Te has fijado en su paquete, eres imposible, se la he visto y no es como la mía, no la llega a igualar, te lo prometo, aunque le anda cerca, lo que si tiene más grande son los huevazos y eso no entra dentro para dar gusto.  –la cosa se estaba poniendo muy caliente, abrasaba de calentura y coloqué mi mano sobre lo que apretaba contra mi rodilla.

¡Wooouuu! Era increíble como la tenía, o quizá fueran mis ganas, las ansias locas de volver a tenerla, acariciarla, mamarla y que me la metiera.

-Julio…, yo quiero.

-Yo también tonto, no ves como estoy, voy a comerte tu culito y todo lo que me dejes.  –me tiré encima de él y le mordí el mentón con los pelos de chivo que llevaba, no me atendía y se afeitaba de una vez.

Pasaba rozando mi cuerpo sobre el suyo, sintiendo bajo la tela de nuestros pantalones la dureza de nuestros sexos.

-Me gusta, me gusta tu verga Julio, tu boca tan rica y estos pelos de tu cara que no quieres afeitar. Me moría de ganas de tenerte.

-Habérmelo dicho, yo también quería y no me atrevía por tu enfado, Luis tienes un cuerpo divino, me encanta acariciarte la piel y besarla.

Y no dejaba de besarme sumamente excitado, los dos lo estábamos y no dejábamos de frotarnos nuestras vergas y enredar nuestras piernas, y todo el cuerpo desesperados por tenernos, terminaríamos por corrernos sin quitarnos la ropa tanta era nuestra desesperación y deseo.

-¿Nos desnudamos?

-¿A qué esperas?

-¿Aquí, o en tu habitación que tiene la cama más grande?

-Allí, sin duda, quiero devorarte.

Salimos corriendo al pasillo, quitándonos la camisa, el pantalón, tropezando y marchando a la pata coja, riendo a punto de caer enredados nuestros pies en la tela, y ninguno de los dos llevaba ropa interior.  ¡Ufff!  Ver su redondo y peludito culo moverse aumentó el tamaño de mi polla, si él se dejara no me importaría penetrarlo.

Él se tiró primero sobre la cama y yo sobre su cuerpo apresándolo para que no se me escapara y ahora si podía sentir su calor, el contraste de su piel dura con la mía nacarada y suave, las dos vergas unidas, pegadas por nuestros flujos, follándome su abdomen ya que su ano no me estaba permitido.

Me fui girando para quedar invertidos, yo encima de él, abierto de piernas con mi culo sobre su cara, él también abierto con su verga apuntando a mi boca, elevé un poco mi cadera para dejarle mi pene al alcance su boca... Entonces lo vio.

-¿Qué te has hecho?   -me apartó de él casi violentamente y quedé tumbado boca arriba mientras él, de rodillas ante mí, miraba mi pubis. No sabía si le gustaba o no, lo miraba fijamente y luego puso su mano sobre el leve brillo de mis pelos, siguió con la punta de sus dedos por los bordes del triángulo y sonreía, lo veía bonito. Cogí mi pené y lo metí entre mis muslos, ocultándolo cruzando mis piernas para retenerlo y que no se viera.

-¡Es precioso!

-Iba a ser mi regalo por tu cumple.

-¿Mi regalo?

-Esperaba que te gustara y aquella noche de la fiesta te lo iba a enseñar.

-¿Has hecho esto por mí…, más aún?  -parecía que se sintiera culpable.

-Quiero que me veas guapa, que quieras estar conmigo alguna vez, y le pedí a mamá que me llevara a su salón de belleza.  –pasaba con suavidad su mano por el pelo de mi pubis, las rojeces habían desaparecido de la parte alta y del entorno del pene, milagro del aceite que Adrian me entregó y recomendó utilizar.

Se tumbó a mi lado, los dos girados para tener nuestros ojos enfocados, acerco su cara y me besó en la nariz.

-Luis yo te encuentro guapa, bellísima, no necesitas hacer más, lo que tienes al natural es suficiente, pero gracias, gracias pequeño y es muy bonito lo que has hecho, el mejor regalo de todos, y he tenido muchos, eres tú.

Era tan bonito, todo tan dulce, reconozco que hasta empalagoso, pero a mí me gustaba, me encanta la dulzura, la suavidad, verle tan…, tan entusiasmado con mis artes de seducción que empleaba para tenerlo contento.

Volvimos a nuestros besos, ahora suaves, no como al principio.

-Volvamos a ponernos como estabas, quiero comerté el culito mientras me la mamas.

¡Ohhhhh! Sí, era prodigioso su empeño en darme la mejor comida de culo que él hubiera podido practicar, reconozco que no era como la de Asaf, pero ponía tanto interés que las lamidas de su lengua en mi periné, mis huevos y el entorno de mi ano, suplían las metidas de lengua del melenas de Asaf.

Y además se trataba de Julio, el chico al que amaba y al que tenía totalmente entregado y con su rica y suculenta verga en mi boca chupando y jugando con ella. Lamía, chupaba y aspiraba sus jugos dulces y pegajosos, acariciaba sus huevos hermosos que se movían danzando en su escroto, y podía acariciar su anito con mis dedos húmedos de su precum.

¿Qué más podía pedir? Que me la metiera para sentirme, en ese momento, muy hembra, su mujer, su chica amada, querida y entregada en un acto de amor sublime donde el placer emocional superaba el carnal que ya era inaguantable.

-Julio, ¿quieres meterla, follarme? Yo sí lo deseo…  –¿y qué iba a hacer él?, complacerme aunque imagino que él lo deseaba igualmente.

Nos separamos sin que dejara de besar y lamer mi cuerpo, yo hacía lo que podía y él me dejaba, deseaba mantener su rica polla en la boca y a la vez que la metiera por mi culo. Habíamos acertado al escoger su gran cama para poderme mover como él quería y llevarme de un lugar a otro, tenerme así en diferentes posiciones sin peligro de caer al suelo.

Se subió encima de mí y coloque mis piernas en sus hombros, respiraba agitado esperando ansioso su acometida, sentir como su poderosa verga se abría camino en mi carne. Antes de comenzar a meterla se inclinó hasta que nuestros pechos se unieron.

-Te quiero pequeño.  –besó mi boca y dirigió su polla a la entrada de mi ano, entró como si fuera un proyectil, así de brutal y rápido. Chillé mordiendo mi labio.

-Me vas a partir.

-Eso quiero.  –al principio soporte su brutalidad resignado, era el macho que dominaba a su hembra y tenía su derecho a ejercer su fuerza. Después de varias bestiales entradas comencé a sentir mi gozo, el placer de verme impedido de escapar en la posición prisionera en que me tenía, y pasó el dolor inicial para dejar paso al placer, al deleite.

-Dame, mételo fuerte machote, jode a tu hembra, inúndame de tu leche. –loco, ido, agitaba mi cabeza llevando mi pelo de un lugar a otro, ayudando con mis riñones y empinando mi culo para que me partiera.

-¡Qué rica estas putita mía, qué buena!  -y mordía mi oreja sin dejar de entrar y salir

-Julio, mi amor, me voy a correr, me corro, ¡Dioooooooooooooss!  -un tenso orgasmo empezó y creía que no tenía fin, contraía mi vientre hasta el dolor y mis pies eran de duro acero contraídos hasta parecer que mis tendones se romperían, tuvo que aflojar y dejar mis piernas sueltas para que me relajara o partía su verga por la presión que mi ano ejercía apresándola.

Mi leche se esparcía entre los cuerpos, descansé unos segundos mientras Julio me besaba volviendo a bombear en mi culo. Aún no se había corrido, abracé su cintura con mis piernas y comencé a apoyarle en la cópula, cerrando y abriendo mi culo para darle placer y moviendo mis caderas para que notara mejor el roce de su glande en mí recto.

-Sí, si mi amor, soy tuya, todo tuya, córrete vida mía, lléname con tu bendita leche mi amor.

Con cada palabra que le decía le notaba temblar y excitarse más, y más, y más.

-Préñame Julio, dale a tu mujercita tu semen, sí mi amor.

Lo sentí como un torrente y con dolor su tremenda clavada, que me llegó al corazón e hizo que me encogiera.

-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! –gemía como una nena. –hasta que la paz nos envolvió como una suave sábana de seda que cayera sobre nosotros.

Aún no nos habíamos lavado y su verga estaba saliendo de mi culo.

-Despacio, sácala poco a poco o deja que salga ella sola, es maravilloso sentirla como resbala.

-Julio, a pesar de no poder respirar, me besaba, me besaba.

-Mi nena preciosa, ¡cómo me has hecho gozar! Mi reina.  –esas muestras de cariño eran suficientes para que mi sonrisa aflorara, saliera al aire hasta convertirse en una alegre risa al sentir su verga escapando, o siendo expulsada por mi hambriento culo que apretaba para que no saliera.

Estábamos acomodando nuestras cosas en las habitaciones de la hacienda, era otro verano el que nos esperaba y queríamos pasarlo bien después del esfuerzo de los últimos días tan movidos.

Hubiera preferido que Julio durmiera con nosotros, había habitaciones de sobra, pero era lógico que a pesar de no tener a su tía se quedara con Rufo su tío.

Extrañe que cuando nos recibió el personal no ver a su tía, miré más detenidamente a María y su sobrina Susana. Con certeza era campesinas guapas, imaginé a la mamá de Susana con su mismo rostro y como Julio a los trece o catorce años la follaba, y no sentí nada. Pensamientos que no tenían influencia alguna en mí.

También miré más detenidamente a Rufo que, al bajar Julio del coche corrió a meterse entre sus brazos, parecía emocionado. Ahora sabiendo realmente lo que eran el uno del otro notaba el extraordinario parecido entre ambos, y a pesar de que Rufo llevara veinte años a su hijo no los aparentaba, sucedía que siempre iba más desaliñado por su trabajo en el campo. Resultaba un hombre extraordinario y tremendamente viril, lo que llegaría a ser su hijo en poco tiempo.

El abuelo nos recibió dentro de la casa.

Continuará