Luis, Jacobo y un verano 18 Y más

Se deleitaba mirándome y su verga no podía crecer más, no podía ponérsele más dura, la piel del glande parecía que iba a estallar sin poder contener la sangre que lo llenaba, dejó que su polla se moviera atrás y adelante sola, sacó los dedos de mi boca pasándolos por mis labios y se agachó para...

Y Julio se convirtió en parte de nosotros. Comenzaron las clases, Bruno y él iban en el mismo curso pero les tocaron clases diferentes. Jacobo fue el que estuvo solo y a mí me tocó en la misma aula que Felipe.

Aun quedaba algo de verano, seguía haciendo calor y los dos siguientes sábados tuvimos como invitados a los amigos de Bruno. Julio les había caído muy bien, sobre todo a sus amigas. Ya había hablado para meterle en el quipo de futbol donde él jugaba y en algún tipo de lucha.

Jacobo y yo también invitamos a algunos amigos comunes, mucho público para tan pequeño jardín, en palabras de mi tía. A veces les sorprendimos hablando de cómo había sido la fiesta, según Bruno insuperable, pienso que lo decían para despertar nuestra envidia.

Después todo cambió, el tiempo de ocio había terminado, Jacobo y Felipe siguieron con su patinaje y yo con el ballet, prácticamente nos veíamos solamente el tiempo de clases durante la semana.


Dos meses más tarde, a primeros de Diciembre.

Veía a Julio cansado aunque no era de extrañar, trabajaba más que en la hacienda. Las clases y encontrarse con cosas nuevas, sus prácticas de deporte, las salidas con Bruno y sus amigos y además el estudio en casa. No resultaba raro que estudiara hasta las dos de la madrugada. Había confirmado lo que ya suponía, era muy inteligente y trabajaba sus clases.

Lo sabía muy bien porque algunas noches me encaminaba a su habitación, resultaba fácil distraerle de su estudio un rato para conseguir lo que quería, también él se relajaba de esa forma, tomándome en un acto rápido donde lo importante era vaciar la carga de su semen en mi culo o en mi boca.

Me sentía mal, era como si le obligara a realizar lo que no deseaba aunque consiguiera excitarle y que me la metiera. Resultaba raro el que Bruno se me ofreciera, debía estar muy ocupado con su Vero.

Alguna noche esperaba hasta que terminaba de estudiar, era una forma de obligarme a mí a hacerlo a mi vez, luego iba hasta su habitación para meterme en su enorme cama, comenzar a acariciarle hasta que llevaba mi cabeza hasta su verga para que se la mamara. Nunca se negaba y siempre tenía que ser yo el que iniciara las caricias hasta conseguir que quisiera follarme.

Esa noche tenía unas ganas tremendas de polla, había tenido la clase de ballet y el profesor  le pidió a Asaf que me ayudara en la barra para los estiramientos. No es que éste fuera algo extraordinario, tendría unos veinte años, moreno de piel y de pelo, llevaba melena y en clase siempre lo llevaba recogido en una coleta, entonces marcaba mucho sus rasgos, cuando se lo soltaba para salir se le convertía en una hermosa cabellera hasta los hombros que lo dulcificaba, muy delgado, enjuto donde sobresalía bajo sus mallas su duro y alto culo con una enorme paquete en la entrepierna, y sus patillas largas hasta la quijada de pelos negros y algo ensortijados.

Era inevitable que a veces, colocado detrás de mí, su bulto no rozara con mi culo. Llegué a pensar que lo hacía a propósito ya que era mucho apretar.

-Estas en tensión Luis y tienes que relajarte. Si quieres le digo a Iván para que te de un masaje.  –Iván era el profesor y su jefe, de unos cuarenta años que debía haber bailado mucho, tenía una gran musculatura y las bailarinas parecían plumas en sus manos, no era nada guapo, impresionante su cuerpo, de cara alargada y escaso pelo muy corto lo que le quedaba.

-No es necesario, son las clases del colegio que me estresan. –colocó sus manos en mi cuello y comenzó a hacer presión, se sentía delicioso notar como los músculos se iban soltado, luego pasó a los hombros, todo esto lo hacía en el salón mientras los demás practicaban.

-Algún día deberías hablar con Iván, te vendría muy bien que te tratara un poco. –su  tono me pareció un poco raro y me aparté.

-Creo que estoy mejor.  –me acompañó unos minutos más y luego me dejó solo para que hiciera mis ejercicios de barra.

En el viaje a casa recordaba las manos de Asaf en mi cuello, aquello resultaba una caricias más que un masaje aunque me relajara, y sobre todo en los roces de su paquete en mi culo. Serían imaginaciones mías pero presentía que me estaba proponiendo algo.

Sin acabar mis deberes salí al pasillo, en pijama y llegué hasta la habitación de Julio, nunca cerraba su puerta, la tenía siempre entornada, en cierta manera la única que subía por aquí era Carmen para realizar la limpieza y recoger la ropa sucia, algunas veces mamá para inspeccionar, ahora subía más para ver como estábamos y si necesitábamos alguna cosa.

Estaba sentado en su gran escritorio, mirando la pantalla de su ordenador en su lateral izquierdo, mordiendo un lapicero, varios libros abiertos y cuadernos, la mochila en el suelo a su lado, estaba como ausente y en otro lugar. Llegué hasta él sin que se diera cuenta y cuando apoyé mis manos en sus hombros se percató de que me tenía allí.

No me habló, solo inclinó la cabeza para atrapar mi mano entre su mejilla y su hombro.

-¿Te pasa algo Julio?  -volvió la vista a la pantalla que reproducía un salvapantallas pasando fotografías, de la hacienda, de sus tíos, del pueblo y sus amigos. Sin que lo dijera me di cuenta de que los echaba de menos.

Me incliné para rozar su pelo con mis labios, ya le había crecido, no lo tenía tan corto como en el verano, y necesitaba un arreglo. Me tendí en su cama y le observaba desde allí, Poco a poco fue recogiendo lo que tenía en la mesa y metiéndolo en su mochila, al final apagó la pantalla del ordenador, la última imagen que pude ver era de la chica de las largas piernas, aún no sabía su nombre, no se lo había preguntado a Bruno ni a él.

Llegó hasta la cama y se detuvo a mirarme, estaba tendido sobre el edredón, con mi ligero pijama de tela de pantalón corto y chaqueta cerrada.

-Vas a coger frío tápate. –corrió el edredón y la sábana y se metió debajo tapándose hasta los sobacos, luego me miró esperando que le imitara, me deslicé y me coloqué a su lado,

Nos miramos el uno al otro, intentaba sonreírme y se le notaba forzado.

-Extrañas la hacienda, pero ya te queda poco, dentro de dos semanas volverás allí, aunque sean solo unos días podrás verlos. Los exámenes están cerca.  –No respondió, solo me miraba.

-¿No eres feliz con nosotros Julio?  -pasó su mano por mi mejilla apartándome el pelo.

-¿Qué te hace suponer eso? Es solamente que les echo de menos, nunca he salido de mi casa. Soy feliz con vosotros, tus padres me tratan como si fuera su hijo, hacen que note que me quieren, tus tíos, tus primos, tú, hasta Carmen, pienso que te estoy arrebatando lo que es tuyo.

Todo lo que me decía era cierto, todos nos moríamos porque estuviera bien, quizá hasta en exceso, pero solo habían pasado dos meses, resultaba una novedad en la casa.

-Que te quieran a ti no quiere decir que ya no me quieran, además así no están tan pendientes de mi.  –hizo una mueca mostrando sus dientes y arrugando los labios, no me cansaba de mirarle.

-¿Te acuerdas de ella?  -sabía de quien hablaba y afirmó con la cabeza.

-¿Amira?... Sí claro que me acuerdo, de todos ellos.  –se había acercado a mi pero mirando hacia el techo, veía su perfil, su nariz era ligeramente aguileña en el centro, el puente se le elevaba un poco mostrando una vena azul, sus labios desde esa posición de veían gordezuelos y la nuez de adán sobresalía al tener la cabeza un poco inclinada hacia atrás.

-¿La amas? –El nombre de la chica era raro y bonito también. Sin dejar de estar de espaldas giró la cabeza hacia mí.

-No lo sé, me atrae, la deseo como mujer, más que a otras chicas, me gusta estar con ella en la intimidad aunque podemos poco.  –tenía miedo de preguntarlo y de saber la respuesta que imaginaba pero no pude contenerme.

-¿Lo habéis hecho?  -me miró largamente antes de contestar.

-Pocas veces, tres, solamente hemos tenido ocasión de hacerlo tres veces, las tres este verano  pasado.  –ya no quería saber más, los detalles no me interesaban pero él siguió hablando.

-No resultó muy placentero, las tres veces fueron muy rápidas, con la ayuda de Bruno que entretenía a sus amigas y todas fueron en el campo, pudo haber sido mejor. Es tan linda y estaba tan ansiosa que no se opuso, quería perder la virginidad.

Se había hecho tarde, la conversación había sido corta pero con silencios prolongados, teníamos que dormir y me moví para salir de la cama y marchar a mi habitación.

-No te vayas, duerme conmigo esta noche. Quédate aquí.  -me sujetó de la mano tirando suave de mi, era la primera vez que me decía que quería estar conmigo desde hacía mucho tiempo y a pesar de mi amargura cedí.

Él no mandaba en su corazón, ni podía ordenarle a quién debía amar o no, además sabía que resultaría así aunque siempre guardaba una esperanza de que todo cambiara. Pasó su brazo por mi pecho para estrecharme contra él.

-¿Sabes que me recuerdas a Amira? No sé por qué pero en algunas cosas eres como ella.  –no podía entender cómo podía parecerme yo a una chica y precisamente a ella. Por una vez tomó la iniciativa y se aproximo hasta quedar pegadas las puntas de nuestras narices y las frentes.

Exhalábamos nuestros alientos el uno en la boca del otro y los aspirábamos hasta que inclinó la cabeza y sus labios se posaron sobre los míos, con las cabezas cruzadas nos chupábamos las bocas, la suavidad del principio se precipitó en una cascada de deseo irreprimible, sujeté su nuca para pegarle con fuerza a mi boca, para respirar le soltaba un poco.

Acariciaba su pelo enredando mis dedos en él, los hundía hasta llegar a su cuero cabelludo mientras mordía sus labios, a veces templado y otros con furia rabiosa, su lengua resbalaba por el interior de mi boca y me daba besos cortos antes de volver a perforarme con ella luchando en una hermosa batalla amorosa.

-Quiero metértela Luis.

-¿Te la chupo un poco?  -jadeaba en su boca, también lo quería yo y me sentía excitado, mi culo pedía su verga, la deseaba como un sediento su agua, aunque la crema se hubiera absorbido por mi piel esperaba que quedará aún y no me doliera su entrada.

-No puedo esperar o me corro, déjame meterla.  –aún seguíamos con nuestro traje de dormir, no habíamos tocado nuestros cuerpos excepto nuestros rostros, los cuellos y las bocas y había sido suficiente para sentir la necesidad de la cópula salvaje.

Cada uno nos quitamos nuestras prendas, riendo cuando nos enredábamos en las perneras de los pantalones y caíamos de espaldas sobre la cama. Cuando quedamos desnudos, yo tumbado mirándole, él de rodillas a mi lado se quedó observándome, manejaba su larga polla subiendo el pellejo de su glande y bajándolo, estiré la mano para coger sus testículos y palparlos. Su verga se endureció más al notar mi mano en sus huevos.

-Eres increíble, perfecto.  -no dejaba de observarme, me sentía examinado minuciosamente, metí mi pene entre las piernas y las cerré cruzándolas, ocultándolo a su mirada, como si no existiera, ofreciéndole la visión andrógina y ambigua que resultaba mi cuerpo, elevé la cabeza y la moví para que mi cabello se esparciera y descansara como una almohada debajo de mi cabeza.

Pasó sus dedos por el vello dorado de mi pubis y subió lentamente por mi abdomen rozando con suavidad las suaves colinas hasta llegar a mi pecho, llegó a mi boca y metió dos de sus dedos, todo lo hacía con la mano izquierda, la derecha no abandonaba el garrote tieso y enorme de su pene del que caía un hilo de precum, lo recogía para esparcirlo en su glande ahora despejado de la piel.

-Preciosa, maravillosa.  –me trataba en femenino y se mordía el labio inferior, pensé que tenía que haberme colocado unas braguitas de mamá y hacer más genuina y auténtica la imagen que le ofrecía de púber muchachita.

Se deleitaba mirándome y su verga no podía crecer más, no podía ponérsele más dura, la piel del glande parecía que iba a estallar sin poder contener la sangre que lo llenaba, dejó que su polla se moviera atrás y adelante sola, sacó los dedos de mi boca pasándolos por mis labios y se agachó para besármelos.

Abrí mis piernas ahora que le tenía abrazado, sintiendo sus labios pasando sobre los míos y no me veía el pene, se colocó entre ellas y apreté sus costados con mis muslos, mantenía sus ojos cerrados, soñando. Su verga llamaba a la puerta de mi ano, pasé mis manos por debajo de mis muslos y la sujete para llevarla a mi ojete.

Julio seguía con los ojos cerrados, bajando a besarme y dejándome hacer, se la masturbé sintiendo su enorme dureza y suavidad de la piel. Me abrí todo lo que pude para ofrecerme.

-Métela ya Julio, entra en mí.  –se la sostenía apuntando a mi ano, él solo empujaba poco a poco mientras mordía su labio, paraba y volvía a empujar con rotundos golpes de su cadera pero sin forzar la entrada.

Me fue penetrando hasta que retiré mis manos de su falo para que entrara del todo, nunca había sentido su herramienta tan gorda y potente, parecía más gorda que la de Bruno, y más larga ya lo era, había pasado mis diecinueve centímetros de recto y llegaba más allá haciendo que me sintiera estirado, ligeramente dolorido.

Tiré de sus sobacos para que subiera un poco y terminara de entrar, de meter toda su carne en mi vientre.  Mis manos pasaban por todo su lomo hasta llegar a sus nalgas que comencé a notar endurecerse apretando su cuerpo al mío.

Colocó sus codos a los lados de mis hombros y sujetó mi cara con sus manos.

-Luis, a ella no le entra todo, me rechaza cuando quiero estar entero dentro de ella. –le atraje hacía mi para que nuestras bocas se unieran y que callara. Ya sabía que le estaba haciendo el amor a ella, pero era a mí a quien follaba, yo el que tenía su verga en mi interior, yo el que degustaba su saliva, y aunque el amor se lo estuviera haciendo a ella, era yo el que le daba placer entregándole mi cuerpo para lo que quisiera o necesitara.

Esperé hasta que comenzó a moverse, a sacar su verga para volverla a meter, despacio, recreándose en sus imágenes, acariciando con su mano izquierda mis pechos imaginando que serían los de la chica, sintiendo mi culo como si fuera la vagina de ella que ahora podía contener todo su pene como él deseaba.

-Luis. Luis, tu culo es delicioso, tan rico y acogedor.  –aceleraba sus embestidas, a veces sacando su pene hasta el glande y volviendo a enterrarlo con una golpe seco de sus huevos en mis nalgas, y por lo menos, si decía un nombre era el mío y no el de la muchacha.

El placer que me daba resultaba imposible de describir y a veces mis pies se contraían agarrotándose muy fuerte, sintiendo el gozo placentero de la gran cogida que Julio, en su papel de macho, le estaba dando a su hembra, al que entregado su cuerpo que debajo del suyo suspiraba alocado, acariciando sin cesar la espalda y las nalgas de su macho.

Lo mío no eran jadeos, ni susurros, los gritos que el placer arrancaba de mi boca estaba seguro que los escuchaban mis padres en el piso de abajo, sabrían que su hijo era cogido y follado por el macho que ellos mismos habían metido en su casa, nada importaba más que mi placer y el que le pudiera dar a él.

-Me voy a correr Julio, ya me corro.  –grité.

-Yo también. –no necesite tocarme la verga para que empezara a eyacular mi semen y a sentir a la vez como Julio dejaba dentro de mi toda su fértil simiente.

Sentía que me preñaba, como si yo fuera la matriz de la chica con la que soñaba.

-¡Toma!, ¡toma!, toma mi leche para ti.  –murmuraba en mi oído mientras se vaciaba entero.

Nos acariciábamos mientras nos reponíamos de la brutal venida que habíamos tenido, su verga descansaba pegada a mi muslo y de mi culo salían regueritos de su semen escurriendo cuando se abría aun en sus últimas convulsiones.

-Lo siento Luis, lo siento.  –su voz me alarmó, hablaba mientras besaba mi cuello.

-Siento haberte utilizado, tú no mereces esto, me aprovecho de ti.  –le estreché en mis brazos, tirando de sus glúteos hacía mi para que no se apartara, acaricié los vellos de sus nalgas, seguía encontrando extraño que la parte inferior de su cuerpo fuera tan velluda cuando no lo era su espalda ni su pecho, solo los matojos hirsutos y fuertes que se le escapaban de los sobacos.

-Tú no me usas Julio, y si así fuera, yo lo quiero, no tienes que preocuparte.

-Siento que traiciono la confianza de tus padres que me han metido en vuestra casa.  –los escrúpulos le atormentaban, como si estuviera haciendo algo malo, y no era así.

-Déjalo ya, yo me siento a gusto así, aunque como tú dices sea utilizado es mi deseo y mis padres saben lo que yo soy, un puto marica que necesita una verga en su culo, si se detuvieran a pensarlo, se sentirían a gusto sabiendo que su hijo está siendo atendido por una persona de confianza.

Mis palabras debían de sonar muy amargas, es posible que crueles, me estaba volviendo igual que Jacobo.


Llegó la Navidad, Rufo trajo a los abuelos a su casa y de vuelta se llevó a Julio, solamente pasó esa noche en la casa de los abuelos y a la mañana siguiente partieron, Julio pasaría diez días con ellos y luego volvería en tren, los abuelos se quedaban hasta después de Reyes.

Sus notas fueron extraordinarias, como sabíamos que lo eran en el pueblo, se había adaptado a la vida en la ciudad, convertido en ciudadano de la gran urbe, con sus virtudes y sus vicios.

Dejaba nuevas amistades que ahora también extrañaría cuando estuviera en la hacienda, tenía que dividir su corazón entre dos lugares, entre dos mujeres Amira y Patricia con la que ya me constaba había follado en la habitación de Bruno, si las noticias de Jacobo eran ciertas y nunca fallaba.

Yo seguía y seguiría siendo el sucedáneo, el placebo que necesitaba en sus horas bajas, o cuando la nostalgia de estar con su amada le envolvía, o que, siendo honrados, yo también buscaba y deseaba. Para darle gusto y placer o acrecentárselo, sustraje algunas braguitas de los cajones de mama, no sentía en lo personal nada por tenerlas puestas, solo lo hacía por él ya que averigüe como le volvía loco verme no siendo ni hombre ni mujer.

Continuará?