Luis, Jacobo y un verano 16

Me acerqué hasta que mis piernas rozaron sus rodillas, permanecí un momento indeciso, él no me miraba ni me hablaba, sabía que conocía quien le rozaba las rodillas. Actué como cuando era niño, lo que no hacía desde hace muchos años, me senté sobre sus piernas y abracé su pecho posando mi cabeza

Besé su mano y bajo la vista, miró ambas manos sobre su rodilla, la suya arrugada, un poco morena, con manchas, la mía blanca y tersa.

-Era una preciosidad cuando lo vi por primera vez en el hospital donde su madre lo acababa de alumbrar, frotaba su naricita con sus manos tan chiquitas y nerviosas.  –calló como si esos recuerdos fueran una losa que la aplastara.

-Abuela, si te resulta penoso lo dejamos.  –su vista cambió y se volvió animosa.

-No hijo, es mejor que lo sepas aunque no tenga importancia.  –para mí sí que la tenía y mi curiosidad había aumentado, además teníamos toda la tarde, ella para hablar y yo para escucharla.


-Tu abuelo era entonces coronel, vivíamos en una pequeña ciudad donde lo habían destinado. Dirigía una unidad de alta montaña y a veces se trasladaba a otra ciudad mayor donde impartía clases en una escuela del ejército.

-A Rufo le tocada cumplir con el servicio miliar y tu abuelo, para atender la petición del padre del chico, lo reclamó para su unidad. Era un muchacho muy guapo, simpático, varonil y tosco, yo le conocía pero poco. Terminó siendo el asistente de tu abuelo, sacó el carnet de conducir y se encargaba de llevarle a la ciudad donde impartía las clases, y a realizar labores en la casa donde vivía con nosotros salvo cuando tenía que ir al cuartel.

-Un terrible día tú abuelo sufrió un atentado saliendo de la escuela, Rufo que iba a su lado le cubrió y fue él quien recibió los disparos dirigidos al coronel, salvo la vida de tu abuelo exponiendo la suya propia.

-Cuando terminó el servicio militar él quería quedarse en la ciudad donde tenía más posibilidades de prosperar como conductor o en otros trabajos, su padre estaba enfermo cuidado por la hermana de Rufo, la madre de Julio.

-Tu abuelo lo envió de vuelta al pueblo, a la hacienda para que ocupara el lugar de su padre y la atendiera. Cuando el padre de Rufo murió quedaron los dos hermanos solos, nosotros solo veníamos alguna corta temporada. La hacienda era un lugar solitario donde estaban contados sirvientes en aquellos tiempos, los peones según se necesitaban, los contrataba Rufo y el resto del tiempo permanecían prácticamente solos.

-La madre de Julio quedó encinta, se la busco un trabajo en otro lugar, muy lejos, en un intento de tapar lo que había pasado. Lo suficiente alejada para que tu abuelo intentara olvidar lo ocurrido al no verla.

-Cuando tuvo a Julio, Rufo y yo estuvimos allí, tu abuelo seguía sin perdonar la falta de los muchachos y la chica con el niño siguieron exiliados de nuestras vidas hasta que la madre enfermó y terminó falleciendo, Entonces tendría el niño unos tres años.

-Nos trajimos al niño con nosotros, por lo menos tu abuelo no se opuso, pero había una condición. Rufo tenía que buscarse una mujer con la que casarse y Julio nunca sería reconocido como hijo suyo.

-El general no odia al muchacho, pero si no existía no había pecado, por eso lo ha ignorado hasta ahora, ha tenido que estar a punto de matar a su nieto para darse cuenta de su tremendo error e intransigencia.


Al día siguiente mis padres volvieron al hospital para conocer los resultados. Todo en mí estaba bien y podía irme a casa. Esperaba encontrarme al abuelo, de pie en las escalinatas esperándome como siempre,  no era así solamente esperaba la abuela junto a Julio y su tío. Estaba anocheciendo y la luz de la biblioteca se veía encendida desde la escalera principal de acceso a la casa.

Me dejaron solo ante la puerta de la biblioteca cerrada, la abrí y un pequeño chirrido de la bisagra me asustó, el abuelo permanecía sentado en su butaca de orejas, donde siempre permanecía para leer, con el ventanal a su espalda y la gran chimenea a la izquierda. Tenía la cabeza inclinada, apoyada sobre una de las orejas del sillón, sobre la mesa de al lado tenía su bastón, lo había cambiado y ahora la empuñadura era una bola de madera negra de caoba con incrustaciones de otro material blanco.

Me acerqué hasta que mis piernas rozaron sus rodillas, permanecí un momento indeciso, él no me miraba ni me hablaba, sabía que conocía quien le rozaba las rodillas. Actué como cuando era niño, lo que no hacía desde hace muchos años, me senté sobre sus piernas y abracé su pecho posando mi cabeza en él.

-Te quiero abuelo.  –fueron suficientes esas palabras para que abrazara mis hombros y me sostuviera contra su pecho.

Pasamos mucho tiempo así abrazados, hasta que mis brazos se dormían y la oscuridad terminó por cubrir la habitación, no quería deshacer nuestros abrazo, nuestra comunicación corporal escuchando los latidos de su corazón e imagino que él los míos.

Fue la voz de Julio la que nos sacó de nuestro estado.

-Dice la señora que vayan al comedor.  –no podía creerlo, era la primera vez en mi vida que escuchaba a Julio hablar al abuelo, como si hubiera sucedido un milagro y un mudo hubiera recobrado el habla.

El abuelo no respondió pero me empujó para que me bajara de él, debía tener sus piernas dormidas y tardó en levantarse apoyándose en los brazos del sillón. Aún me quedaban más sorpresas para ver. Julio nos siguió y ocupó un lugar en la mesa a mi lado, los dos enfrente de mis padres.

No sabía interpretar lo que sucedía, y se me ocurrió pensar si no sería una penitencia autoimpuesta, como un castigo que se infligía reconociendo su error, sea como fuera, el caso era que el abuelo aceptaba al chico tantos años ignorado.

La mañana siguiente la pasé recogiendo mis cosas y luego me acerqué hasta la casa de Rufo, cuando vi la ranchera estacionada cerca de la puerta y supuse que se encontraría allí. Julio igual que yo recogía sus escasas y personales pertenencias, tenía una maleta pequeña y una mochila como único equipaje.

Estaban los tres en su salita, enfrente de la habitación de Julio donde tantos ratos habíamos pasado, su tía se frotaba las manos nerviosa, la insignificante mujer sacrificada que había hecho de madre y tía de Julio.

-Venía a darte las gracias y ya a despedirme. –me acerqué para dar un abrazo al tosco hombre, tan parecido a Julio y ahora los veía iguales, también a la pobre mujer que lloraba.

-Estará bien, no tenéis que preocuparos. –salí de la casa para no llorar, contagiado por la mujer que seguía llorando a pesar de querer reprimir el llanto.

Se nos hizo tarde aunque no teníamos prisa, la tía nos tenía preparada la cena para darnos la bienvenida. Durante todo ese tiempo no escuche la voz del abuelo, o estaba terriblemente avergonzado o se había quedado mucho, solo me dio un sincero y fuerte abrazo, hablaría con el tiempo.

Mis tíos y primos nos recibieron en la puerta del jardín común, aún llevaban el bañador puesto, habrían estado en la piscina con amigos. Bruno monopolizó a Julio subiéndole a su habitación mientras yo hablaba con Jacobo, nos llamaron para la cena y después Bruno quería arrastrar a Julio con él y la tía no le dejó.

-Ya tendréis tiempo para hablar, ahora tienen que descansar del viaje.  –entre Carmen, ayudada por Silvia, habían sacado nuestros equipaje del coche, Bruno y Jacobo nos acompañaron, enseñaron su habitación a Julio, ya habían estado curioseando los días que estuvieron solos.

Se marcharon cuando mamá los echó, por ellos se hubieran quedado a dormir en mi casa. Estaba claro que Bruno había encontrado el amigo ideal para él en Julio aunque tenía muchos otros.

Al fin nos quedamos solos, los dos en esa gran planta que a veces se me había hecho inhóspita y desierta.

Estábamos en su habitación, donde nos habían dejado mis primos, le habían colocado una gran cama, casi el doble que la mía y a pesar de todo disponía de mucho espacio.

-Mamá ha dispuesto que usemos los dos un solo baño, hay otro si lo deseas. –le vi mirarme divertido.

-Si mamá lo desea así, lo compartiremos sin protestas y si tú también lo quieres.  –me sorprendió que él utilizara el término mamá al referirse a ella. Nos lavamos la boca y le fui enseñando donde tenía cada cosa mientras él me observaba moviéndome y abriendo armarios.

Entonces me sujetó de la cintura colocándose detrás de mí, mirándonos en el enorme espejo de la pared.

-Para, para ya Luis, tengo que hablarte.  –acariciaba mi cintura mientras hablaba y recosté mi espalda sobre su pecho esperando, sin moverme.

Inclinó la cabeza para besarme el pelo y a través del espejo unió sus ojos a los míos.

-No te he dado las gracias todavía.

-No es nada Julio, aquí hay sitio de sobra para una familia entera.

-No es solo por esto.  –subió sus manos a mi pecho.

-Salvaste mi vida y conseguiste que tu abuelo cambiara.  –me di la vuelta y levanté la cara, intentaba disimular pero estaba emocionado y su aliento que expelía con fuerza me lo confirmaba.

Acaricio mi cara y pasó el dedo índice de su mano derecha por mi ceja con su suavidad apretando ligeramente.

-Se nota como tienes el hueso hundido. Aquella noche salvaste mi vida exponiendo la tuya, no podré pagártelo nunca.  –abracé su cuello para que callara y le besé en la boca, estaba apoyado con mi culo en el lavabo y elevé las piernas para abrazarme con ellas a su cintura.

-También aquella noche dejamos de hacer lo que queríamos, vamos a estrenar tu cama. –comenzó a besarme la cara con fuerza y caí en el agujero del lavabo.

-Es mejor en tu cama o me harás daño. –reía mirándole en mi ridícula situación, con el culo en la pileta y las piernas levantadas.

Me levantó para volver a enredar mis piernas en su cintura y lamerle los labios.

-Nunca, nunca te hare daño, ni permitiré que otros te lo hagan.  –terminamos tendidos sobre su cama, donde me llevó abrazado a él y sin dejar de besarnos.

Estuvimos un rato besándonos, saboreando nuestras bocas y escuché lo que no esperaba oír.

-Te quiero Luis, toda tu familia es increíble, sobre todo tú.  –al fin le escuchaba decir que me quería, entendía que no era como yo lo deseaba, pero menos es nada. Sujete su dura verga en mi mano.

-No he vuelto a vaciar mis huevos desde aquella noche y fue con mi primo Bruno.  -reía mordiendo mi oreja contento besándola también.

-Yo tampoco y fue con Jacobo, puedes imaginarte la carga que llevo dentro.  –sí, lo imaginé y mi pene pego un respingo mientras mi ano se abría involuntariamente.

-Esta noche te lo sacaré todo. -gozábamos con nuestros besos, olvidándonos del mundo, de todo, lo importante éramos nosotros, sacar de nuestros cuerpos el frenesí que sentíamos en ese momento.

-Fóllame Julio, hazme tuyo ya.  –mordía mis labios y mi barbilla pasando a mi cuello y mis orejas. Julio me estaba volviendo loco de deseo, de lujuria por él, por su cuerpo.

Sentía palpitar su verga sobe mis piernas desnudas y llevé mi mano para sujetar su pene húmedo de precum. Me fui escurriendo de él besando su fuerte pecho hasta llegar a su ombligo donde lamí enterrando mi lengua en su hoyito y luego subía para elevar sus brazos y lamer sus axila, llenas de pelo negro y duro, tan olorosas y ricas.

-Me excitas Luis, me tienes temblando, déjame que yo también te la chupe.  –casi nunca lo había hecho, siempre era yo el que me lo comía entero y me emocionó el que tuviera ganas de mi y no solamente de darme por el culo.

Rápidamente organizamos un sesenta y nueve después de quitarnos toda nuestra ropa. No podía dejar de admirar su perfecto cuerpo de macho, duro y trabajado de las labores del campo, sus maravillosas y largas piernas cubiertas de vello.

Rodeé su culo con mis brazos y lo apreté contra mi pecho, su verga palpitaba sobres mis tetitas y entonces metió mi verga en su boca para sacarla y comenzar a lamerla arriba y abajo, me hacía temblar y apretaba su verga sobre mis pechos como si fuera un bebé mientras mi manos acariciaban su duro y redondo culo.

Me mamaba delicioso y me retiré de él hasta que la punta de su polla tocaba mi barbilla, descapullé su glande con mis labios y lo rodeé con mi lengua chupando toda su esencia.

-¡Ahhh! Sí, sí. –eran roncos gruñidos que se le escapaban cuando soltaba mi pene y luego retornaba a él chupando con fuerza, dándome una mamada como no recordaba de su boca tragando toda mi polla.

Empezó a tocar mi ano y a meterme uno de sus largos dedos. El placer era explosivo, por una parte su boca y su lengua chupando mi duro pene, lamiendo goloso mis huevos y el juego que su dedo hacía dentro de mi recto, todo ello completado con el sabor tan profundo a verga de su tronco llenando mi garganta.

Era inevitable el orgasmo que corría mi columna de ida y vuelta, desde mis huevos a la nuca volviendo como una corriente a mis testículos.

-¡Julio! Déjame, me voy a correr.  –saco un momento mi pene para hablar.

-Hazlo ya, en mi boca. -y volvió a chupar dando largas aspiraciones. Mi visión se extravió y apreté fuerte el culo atrapando su dedo a la ver que empujaba mis caderas para mete mi verga a tope y comenzar a vaciar mis llenos huevos.

Fueron cinco disparos intensos que tensaban mi vientre hasta dolerme, saque su verga de mi boca para no morderla y la estrujaba entre mis dedos, no dejaba de meter y sacar mi polla y de lamer de mi tronco la leche que se había derramado de su boca.

Sentí en ese momento, viéndole tan entregado, que era la primera vez que Julio me hacía el amor, que adoraba lo que yo era y no solo un objeto que satisficiera sus deseos sexuales, agujeros más o menos bellos y deseables donde meter su verga y vaciarse cuando lo necesitaba.

Dejó de lamer y, al igual que yo hice al principio, sacó su dedo de mi culo y abrazó mi redondo trasero estrechándome contra él con fuerza. Era la primera vez que me sentía querido, sabía que era ese un momento único y que igual no volvería a repetirse, pero se lo agradecí desde el fondo de mi alma.

Habían pasado un par de minutos y me había olvidado de él, de su verga ahogada entre mis dedos, dejé de apretarla, estaba roja y algo floja. Comencé a menearla para que la sangre corriera.

-Julio, por poco te la rompo, has hecho que vea las estrellas con lo bien me lo has hecho. Tú no te has corrido.  –se movió para colocarse mirando mi cara. Sonreía dichoso.

-Me alegro de que lo hayas pasado bien, nunca me ha dicho una chica que lo hago bien.  –me miraba divertido, como si se estuviera riendo de mi o gastándome una broma.

-Pero quiero que tu disfrutes, ¿recuerdas que estas lleno?  –volví a agarrar su pene que comenzaba a ponerse duro.

-Eso se arregla en un momento. ¿Cómo quieres que te la meta?  -le miré para ver su varonil rostro tan pícaro en ese momento.

-De todas las formas posibles, úsame como tú quieras.  –y le lanzó a comerme la boca.

Y me folló, vaya si lo hizo. Esa noche se vació completamente, se corrió en mi culo y en mi boca tres veces, me folló en todas las posiciones, sentía su verga en mi vientre vaciarse, apalancar con ella en mi culo para dar masajes, en no sé qué parte de mi, que lograba que me corriera sin eyacular. Resultó una salvaje noche de sexo, de amor al principio, hasta que se desbocó y se reconvirtió en un joven macho pleno de fuerza, queriendo preñar a su hembra como se pudiera, y ensayó todas las formas, hasta las imposibles que no había llegado a imaginar.

Por una noche fui feliz y me permitió dormir en su recién estrenada cama, el lugar por el que vería pasar tantas chicas a las que imaginé como las follaría al escuchar sus voces ahogadas, sus suspiros lujuriosos y ruidos que me ensordecían retumbando en mi cabeza.

Cuando desperté Julio seguía dormido, no me extrañaba, tenía que estar rendido del trabajo de la noche, escapé de su habitación hacia el baño y comencé a prepararme, sin preocuparme por el ruido que hiciera, tenía que levantarse, mamá había cogido dos días de fiesta para poderle comprar ropa y lo que pudiera necesitar, ahora tenía que vestir como uno más de la familia.

¿Fin?

Nota tonta:

Mi propósito al escribir este relato, como decía en el título: Luis, Jacobo y un verano , era contar lo sucedido durante ese tiempo, con viajes al pasado para darle consistencia. Se me ha despertado el gusanillo y no me lo puedo negar, el vicio de escribir aunque tengo poco tiempo.

De momento lo dejaré hasta aquí que era lo que pretendía y después ya veré. Tengo mis dudas sobre si estas líneas han aburrido y temo volverme pesado y reiterativo.

¡Que lo tengo que pensar! Eso es lo definitivo.

Gracias a los que lo habéis seguido, admiro vuestra paciencia, sacrificio y quizá cariño para poderme soportar.

Todo esto lo escribo sin comenzar a publicar, aún no sé si los administradores querrán hacerlo y ya doy por supuesto que alguno lo leerá, la esperanza no es una de las virtudes que practico  y seguramente me equivoque, pero si hubiera habido un lector, solo uno. Gracias a ti por evitar verme humillado.