Luis, Jacobo y un verano 04

-No pasa nada Julio, me ha gustado mamártela. –la luz volvió a sus ojos que se habían vuelto mortecinos.

Debía ser muy tarde cuando desperté por las cosquillas que sentía en mi nariz. Mi primo me miraba ya vestido y preparado.

-Anoche te rompieron el culito a base de bien, lo tienes rojo. ¡Vaya suerte la tuya! –debió de verme triste y su cara cambió.

-Luego me lo contarás, voy a bajar para el desayuno, Bruno ya estará en el comedor intentando tranquilizar a los abuelos, date prisa en prepararte.  –se volvió para marchar pero antes abrió mis nalgas.

-Lo que antes te decía, bien jodido. –soltó una carcajada y antes de que le tirara la almohada a la cabeza había traspasado la puerta.

Llegué al comedor y todas las miradas convergieron en mí, no sé lo que vería mamá pero noté preocupación en su cara, fui besando de uno en uno, todos habían terminado salvo el abuelo que repetía el café, no se levantaban de la mesa y continuaban hablando.

-¿Qué te sucede cariño? ¿Te encuentras mal?  -mamá abrazó mi cintura para que no me alejara.

-Estoy bien no es nada. –me molestaba ser el centro de atención aunque la culpa era mía.

María colocó mi desayuno en la mesa, el estomago se me revolvió cuando miré la comida e hice un gesto de desagrado.

-Solamente la leche, ¡por favor!  -sonreí a la pobre mujer para que no se sintiera culpable.

-A Luis se pasa algo. -la abuela había interrumpido al abuelo de lo que hablaba y este levantó la mirada de su taza.

-Eso es lo que digo, sería mejor que os preocuparais de vuestros hijos, de su salud, de lo que hacen en lugar de pensar en esos viajes absurdos, y nada menos que a Noruega, ¿qué habéis perdido allí?  -ahora entendía el que todos siguieran sentados a la mesa, no era por mí.

Mamá que estaba a la derecha del abuelo le cogió la mano.

-Papá, hemos quedado con los amigos. Solamente será un mes y los chicos están bien con vosotros,  -le miró como sabe hacer para conseguirlo todo. –¿Dónde iban a estar mejor? ¿O es que no quieres tenerlos?  -palabras mágicas, ya no puso más problemas al asunto.

Mientras bebía el vaso de leche pensaba que hacían bien, era lógico que quisieran pasar unos días solos, con sus amigos y divertirse como ellos desearan, ¿qué importaba Noruega o el pueblo de al lado donde fueran?

Entonces Bruno se levantó limpiándose los labios.

-Nosotros vamos a montar a caballo y volveremos para la hora de comer. –el tío afirmó con la cabeza, luego se dirigió a su hermano y a mí.

-Podéis ir a prepararos, voy a encargar los caballos. –al pasar al lado de mamá la hablé para que todos oyeran.

-No os preocupes por mí, abuelo tú tampoco, estoy bien.  –Jacobo y yo salimos para hacer lo que mi primo nos pidió.

Cuando entramos en la habitación hablo como para él mismo.

-No sabía que el follar matara…  -y comenzó a reír.  -¿Me vas a contar lo de ayer?, tuvo que ser muy fuerte.

-Ahora no me apetece, hagamos caso a Bruno.  –nos lavamos la boca y comenzamos a vestirnos, estrenaría botas nuevas y el pantalón no me entraba, era el del año pasado.

Si el otro año lo llevaba prieto, marcando todo mi esqueleto, ahora rompía las costuras.

-No puedo respirar.  –Jacobo comenzó a reír cuando me miró.

-He engordado un montón.

-Has crecido, ten, ponte uno mío. –cuando Bruno llegó ya estábamos preparados.

Tenía miedo de encontrarme con Julio en las cuadras, deseaba ver su cara y desvelar lo que pensara, y a la vez sentía pavor porque estuviera molesto conmigo.

Gracias a Dios estaba otro empleado, allí me esperaba mi bonita, tranquila y vieja Laila, la yegua que mi abuelo me regalara, también la de Jacobo era una yegua pero más inquieta y joven, y lo de Bruno era otra cosa, un hermoso semental, garañón negro azabache que corría como una fecha, pero hoy no sería el día.

Acaricie la frente de Laila y deslicé un azucarillo en mi mano que ella arrebató, juraría que sus ojos negros y grandes, donde me reflejaba como en un espejo, me reconocían.

-No le dé muy fuerte, está cubriendo a las yeguas estos días y aún le quedan algunas.  –el empleado se dirigía a mi primo entregándole las riendas.

-¿Donde se encuentra Julio?  -el hombre pareció no entender.

-¿El tonto?  -Bruno afirmó con la cabeza.

-Ha ido con Rufo arriba, a llevar personal para deshijar las vides.  –le señaló hacia la falda del monte.

Hasta el año pasado no supe por qué a Julio, mi Julio, le llamaba todo el mundo, excepto nosotros, “El tonto” o “Tonto” sin más, sin que a él pareciera molestarle. Casi toda la gente en el pueblo tiene un mote pero no veía relación entre Julio y su sobrenombre o mote. En realidad solamente es poco hablador y reservado y muy, muy inteligente, demasiado quizás.

Emprendimos la marcha guiados por Bruno, como siempre. A Laila no hace falta ni tocarla con la fusta, nota el aire  al desplazarla y ella sin más obedece, avanzamos como una media hora sin esforzar a los animales y cuando llegamos a la caseta de herramientas y utilizada para refugio en caso de tormentas y de descanso, ¡menudos recuerdos me trae!, nos dirigimos bajando hacia el río.

En esa caseta, el año pasado, en una calurosa tarde de Agosto supe la causa del apodo o mote de Julio: “Tonto”.


Empezaré por explicar lo que sé sobre Julio, todo lo que conozco, aunque tampoco es tanto.

Le recuerdo de siempre, desde niños jugando con nosotros todos los veranos, al principio no nos resultaba agradable, era un niño gordito, bajo y moreno de inmensos ojos, demasiado grandes y hablaba poco. Era tan pequeño como Jacobo y yo a pesar de tener la edad de Bruno. No había otros niños donde elegir. Creo recordar que llegamos a ser crueles con él, sobre todo Jacobo.

Es huérfano, su madre lo tuvo de soltera y su padre despareció, quizá no sea tan huérfano y su progenitor aparezca un día salido de la nada. Puede ser que por la presión mediática de la gente, o lo que fuere, dicen que su madre se suicidó. Encontraron al niño encerrado en su casa junto al cadáver de su madre. Suena terrible, ¿verdad? Todo eso nosotros no lo supimos hasta muchos años después. Y nada más, su tío Rufo y su mujer se hicieron cargo de él. Es feliz con ellos, como si fueran sus padres aunque Rufo es un poco bruto y duro con él.

Sobre Rufo: Éste fue asistente del abuelo en el ejército siendo muy joven, desconozco el motivo pero creo que se llevaban muy bien y cuando dejó el ejército lo devolvió a trabajar aquí donde lleva toda su vida al servicio de su señor, así le llama y le mira como a un Dios.

Cuando sucedió lo que contaré, nuestra relación con Julio ya era diferente. Habían pasado los años y aquel niño gordo, pequeño y de ojos tan grandes ya no era él. El cambio fue paulatino como es lógico y se había convertido en nuestro amigo,  al que deseábamos ver cuando llegaba el verano. Algunas cosas no cambiaron, seguía sin hablar pero todo el mundo lo quería, se hacía querer.

Julio, desde los doce años no tenía mucho tiempo para jugar, salvo algunos ratos y los sábados a la tarde y domingos, siempre tenía cosas que hacer.

Una de esas tardes en las que él trabajaba, nosotros salimos de paseo, como muchas veces montando en nuestros caballos, justo como lo hacemos ahora. Llegábamos a esta caseta y vimos a nuestro amigo.

Descendimos de nuestras monturas y comenzamos a hablar, todo normal, nunca antes habíamos tenido un contacto del tipo que se daría. Aunque el sol aún no estaba en su cenit hacía mucho calor y Jacobo le pidió que entráramos en la caseta para estar a la sombra.

Se enredaron las cosas, o Jacobo y Bruno las orquestaron, mi primo mayor comenzó a preguntarle por las chicas, si es que ya tenía novia, lo que se podía hacer en el pueblo, temas de los que hasta ahora nuca habíamos hablado con Julio. Este contestaba como siempre, con monosílabos o pocas explicaciones, de alguna forma Jacobo se calentó, o por gastar una broma, empezó a tocar la entrepierna de su hermano, le abrió la bragueta y sacó su verga que comenzaba a despertar al aire caliente de la cabaña.

Contuve el aliento mirando la cara de Julio que observaba la maniobra sin apartar la mirada. Mi primo, como si nada importara, comenzó a masturbar a su hermano. Esto, que para nosotros era ya normal, para Julio resultaba nuevo. Lo que hiciera era impredecible y Jacobo dio un paso más.

Miró lascivo a Julio, puso la mejor de sus sonrisas y habló directamente al chaval.

-Sácate la verga, ¿no irás a tener vergüenza?  –además de rojo Julio estaba algo excitado, miraba la mano de Jacobo moviéndose a lo largo de la polla de Bruno, seguido me miró a mí que solo observaba sentado a su lado.

-¡Déjale Jacobo!, ¡para ya!  -le espeté intentando ayudar, pero no conocía muy bien a mi primo ni sus intenciones.

-¿Por qué? No es nada malo hacerse una paja entre amigos. ¡Venga Julio sácate la verga ya!  -Julio estaba acostumbrado a atender los caprichos de mi primo, a sufrir sus ironías, o por un acto de valentía ante nosotros, los nietos de su patrón, se puso de pie y bajó sus pantalones junto con su bóxer de color azul oscuro. Nunca lo olvidaré.

Nada de lo que sucedió aquella tarde se borrará de mi cabeza, sobre todo lo que colgaba entre las piernas de Julio, su polla mirando al suelo mediría unos diecisiete centímetros, ¿cuál sería su tamaño estado a pleno rendimiento?

Bruno que no decía nada miraba hipnotizado el instrumento de nuestro amigo con la boca abierta en forma de O, igual que nosotros dos, Jacobo había dejado abandonada la verga de su hermano para acercarse de rodillas, curioso, para ver lo que parecía ser un esperpento, no por su fealdad y ridiculez, justo por todo lo contrario.

Era la verga en ese estado más bonita que yo hubiera visto hasta ahora, me enamoré de ella en ese mismo momento, delgada y un poco morena, el glande totalmente tapado por el prepucio, con la piel tan fina que se dibujaba la cabeza de la polla como si estuviera fuera, recta y un poco aplastada, eso parecía hasta la vimos totalmente tiesa y dura.

-¡Por esto te llaman “El tonto” todo el mundo!  -exclamó Bruno.

El pequeño de mis primos reculó y volvió a coger la polla de su hermano, por cierto, se le había encogido. Julio parecía satisfecho al ver nuestra admiración por él, por una vez en su vida veía a los tres primos de alguna forma a sus pies y además sonreía mientras su verga se movía con su respiración.

-Mastúrbalo para ver lo que crece.  –¡me lo estaba pidiendo a mí!, no a su propietario, como si se tratara de un juego entre nosotros tres, estábamos ya en confianza después de los minutos transcurridos y levanté la mirada para ver la cara de Julio. No se inmuto para nada, y no sé si lo quería hacer, alargué la mano y la toqué.

Los dos sentimos una corriente que recorría nuestro cuerpo, la polla de Julio dio un salto y noté como se agrandaba en mi mano, la moví un par de veces y tuve que ponerme de rodillas para llegar hasta ella que escalaba vertiginosamente el aire.

En un minuto la tenía dura como el granito, elevada, tocando la punta más arriba de su ombligo, ahora se veían en pleno esplendor sus rotundos testículos ya negros por el vello que los cubría y pegados a la base de la verga, sería tan velludo como su tío por el pelo que ya tenía en los muslos y piernas.

Su piel era suave, estaba caliente como imagino al infierno, sentía en mi mano pasar la sangre por sus venas aunque no sobresalían, eran surcos azules en la noche morena de su piel.

Era una tentación tan grande, tan potente su atracción que no hubo necesidad de que mi primo me orientara en lo que debía hacer a continuación, tiré de su fuste para que bajara hasta mi boca y recogí con mi lengua el néctar que escurría de ella.

Comencé a lamerla con fruición de arriba abajo, a chuparle los huevos mientras mi mano recorría el tronco, escuchaba como música de fondo los ruidos de la mamada que Jacobo hacia a Bruno y yo le imitaba, levanté la mirada y Julio no perdía detalle de lo que hacia mi mano, mi boca y mi lengua, en un momento los cerró cuando atrapé la punta de su polla y la metí en la boca aun cubierta por la piel.

A pesar de mi delirio, se me ocurrió pensar en lo que estaría pasando por la cabeza de Julio, tenía al nieto de su señor, de su patrón, de rodillas ante él, mamándole la polla y disfrutando de su sabor, reverenciándole y humillado dispuesto a darle placer, a ser su esclavo, su puto, a hacer lo que él mandara desde aquel momento en que me envicié del sabor, la textura y el tamaña de su verga.

No tuve que chupar mucho más, le notaba como temblaban sus piernas y su respirar angustiado anunciaba la llegada del inminente orgasmo, cabalgaba el placer por su verga hasta explotar en mi boca. Eyaculó con fuerza dos o tres veces en chorros largos y potentes que llenaron mi boca y tuve que tragar aprisa para que no cayeran manchando mi camisa, y gocé de lo último que le salía más espeso y pastoso que el volumen del principio.

La mancha que aparecía en mi pantalón era señal de que me había corrido por el simple hecho de mamar su polla y el placer que me había producido.

Cuando solté su verga, no quería, pero las rodillas me dolían, se subió la ropa con rapidez y su polla desapareció de mi vista. Me levanté y quedé enfrente de él, ya no sonreía, creo que tenía miedo de lo que pudiera suceder ahora que el momento de éxtasis y locura había pasado.

-No pasa nada Julio, me ha gustado mamártela.  –la luz volvió a sus ojos que se habían vuelto mortecinos.

Acabábamos de traspasar una nueva frontera en nuestra amistad y connivencias.

Así comenzó lo mío con Julio, lo nuestro mejor dicho porque era recíproco, en realidad esto fue el primer contacto sexual entre nosotros aunque mi atracción hacia él comenzó antes.

Hace más de un mes, cuando llegamos y le vi lo miraba de diferente manera que otros años, sus hombros habían anchado mucho, ya superaba en tamaño y fuerza a Bruno y también se estaba volviendo muy guapo, varonil, algo tosco, todo un macho del campo, me impactó.

Hacía seis meses que tuvimos el primer encuentro mi primo Jacobo y yo y nos confesamos a mi tío, en este tiempo habían sucedido muchas cosas que contaré, si lo recuerdo y no me hago un lío.

Quiero dejar claro que lo que pasó esta tarde era consecuencia de mi interés en otro sentido por él, no era todo sexo, desde el momento en que le vi cuando llegamos a la hacienda, y sabiendo ya bien mis tendencias me enamoré como un perdido, hasta mis primos lo notaban.

La escena de la caseta fue una orquestación de Jacobo con la colaboración de Bruno para ofrecerme en bandeja a Julio. Como siempre, mi primo había hecho trabajar a su imaginación y su cabeza para contentar y dar satisfacción a su amante ocasional.

Se rompieron los tabúes. Julio, desde ese momento, era uno más de nosotros, se interponía el respeto, ¿miedo?, ancestral, casi religioso, que sentía él, y todo el mundo, hacia mis abuelos.

A la noche en nuestra habitación le pregunté a Bruno el sentido de “El tonto”, seguía sin entenderlo, se echo a reír divertido por mi ignorancia.

-En el  pueblo hay un dicho popular, “No hay tonto con polla pequeña”.

Nos pudimos reír los tres, en este caso de mí que resultaba el más tonto de verdad.


El paseo resultó delicioso, atravesamos el río por una parte poco profunda, hasta llegar al castillo elevado en un risco de un meandro del río. Nos bajamos de las cabalgaduras para que descansaran mientras nosotros tirábamos piedras al agua jugando como desde mucho tiempo no hacíamos.

Éramos felices y sin preocupación alguna, empezaban nuestras largas vacaciones, lo pasaríamos bien, así pensaba mirando las nubes avanzar raudas en el cielo y escuchando el cantarino murmullo del de agua saltando en su discurrir.

Creo que Laila me agradecía el descanso con los empujones de su hocico en mi trasero.

Bruno respetaba lo que el mozo le pidió y volvimos sin forzar la resistencia del semental garañón, llegamos con el tiempo justo para asearnos antes de bajar a comer y no vimos a Julio en el recorrido de vuelta.

Continuará?