Luis, Jacobo y un verano 01

-Lo pasarás mejor con nosotros que con Verónica y sabes que así será.

Luis, Jacobo y un verano 01

-¡Luis! Por favor te están llamando.

Había escuchado el claxon del coche de mi tío y los gritos de Jacobo llamándome impaciente. Metí las últimas cosas personales en mi mochila y acaricié el paquetito envuelto en papel de color naranja antes de meterlo con los demás objetos. Cerré la cremallera y corrí a la ventana.

Hacia un ligero viento que movía el pelo de mi primo que golpeaba inquieto con su pie la rueda del coche.

-Baja ahora mismo.  –gritó elevando la mirada y sus ojos reían, no parecía enfadado, no veía a Bruno, seguramente estaba ya dentro del coche con mis tíos.

-¡Ya te vale!  -le notaba divertido y volví sobre mis pasos, antes de coger la mochila llegué hasta el baño, bebí directamente del grifo y bajé lo más rápido que pude las escaleras saltando.

-Venga, marcha ya o a tu primo le dará un ataque.  –abracé a mamá y me dispuse a salir al jardín donde esperaba mi primo sin entrar en el coche.

-Hasta la tarde mamá, no os retraséis.

Jacobo me esperaba con la puerta del coche abierta para que pasara y entonces salió mi tía de la parte delantera.

-Será mejor que la mochila la dejes dentro del maletero para que no os estorbe y vayáis más cómodos.

Abracé a mi tía y golpeé cariñosamente a mi primo en el hombro.

-Lo siento, lo siento, han sido las despedidas.  –me disculpé como pude.

Penetré en el coche y como había supuesto Bruno ya estaba dentro, mi tío me miraba a través del espejo retrovisor con mirada seria, Bruno tenía los ojos cerrados.

-Ya lo sé tito, siempre llego tarde.  –le miré pidiendo perdón con la mirada, la suya se dulcificó y una ancha sonrisa estiró sus labios. Miré a mi primo que se hacía el dormido y agarré su mano que él dejó muerta como si no me sintiera. Sabía que estaba pensando en su novia Verónica a la que no volvería a ver hasta pasados unos meses.

El trayecto duró más de tres horas con un solo descanso en el camino, se nos hizo largo, eterno aunque teníamos nuestros juegos y bromas que hacían que los mayores nos riñeran para que nos tranquilizáramos, sobre todo mi tía que a veces reía por las ocurrencias de sus hijos o mías.

Poco a poco Bruno dejó de pensar en su novia y volvió a ser el de siempre, el chico simpático y afable que jugaba como si tuviera nuestra edad o fuera más pequeño.

Pasamos el pueblo camino de la hacienda de los abuelos, era cerca del mediodía y el calor nos sofocaba a pesar del aire acondicionado. Pasamos el arco central y accedimos a la sombra del patio interior, los abuelos nos esperaban y el servicio de la casa. Mi mirada barrio la fila de gente hasta encontrar lo que más me interesaba.

Julio aparecía al lado de su tía delgada y tiesa, recto e imponente, estirado para brindarnos los respetos y el saludo, miraba al frente y despacio giró la cabeza, sus labios no sonrieron pero su mirada fue suficiente para saber que estaba contento de vernos.

Llegaron los saludos, los besos de la abuela, el saludo serio del abuelo que llevaba su bastón con el blanco lebrel de plata en su empuñadura, los abrazos también del personal mayor que nos conocían de siempre, y la cortes y algo torpe inclinación de Julio, le hubiéramos abrazado los tres pero, ¿qué dirían los abuelos?

-¡Hola Julio!  -le saludó primero Jacobo. -¡Habrás cuidado la casita!

-Todos los días subo para echar un vistazo. –su voz sonaba ronca y profunda desde el fondo de su pecho poderoso, tímida como siempre y respetuosa ante el abuelo.

-Has crecido aún más Julio.  –tanto Jacobo como yo teníamos que girar la cabeza hacia arriba para mirarle a la cara y no nos llevábamos de diferencia más que dos años.

-Vosotros también habéis crecido.  –ahora su voz se modulaba dulce mirándome fijo a los ojos, los suyos pardos y azules los míos, sus labios oscuros y grandes, los míos finos y rojos.

El saludo terminó y se preparó un pequeño lio para recoger las cosas del coche, aproveché el momento para hablar deprisa a Julio.

-Necesito verte, esta noche en el arco trasero del patio, no faltes por favor.

Me llegó la voz de la abuela llamando a sus nietos.

-Tú Jacobo con Luis en la habitación de siempre y tú… -abrazó a su nieto mayor. –Tu Bruno ya eres un hombre y hemos preparado una habitación especial para ti.

Bruno la miró ligeramente molesto.

-Pero me voy a aburrir yo solo, no soy tan mayor.  –la abuela no perdió su sonrisa pero se mantuvo firme.

-Para algunas cosas lo eres y no vais a estar tan lejos, será en el mismo pasillo.

Bruno se puso rojo ante la opaca advertencia de la anciana que para nosotros era nítida y estaba muy clara.


El verano pasado nos sorprendió jugando, Bruno se masturbaba delante de nosotros, mostrando orgulloso su polla, quería demostrarnos la distancia a la que expulsaba su leche, juegos habituales entre nosotros, experiencias para conocer nuestros cuerpos de chicos jóvenes, Bruno nos llevaba un poco más de dos años.

En lugar de gritarnos un silencio sepulcral nos sepultó, elevó la mirada de la verga de su nieto que ahora disminuía a marchas forzadas arrugándose más de lo que era normal.

-Lavaros las manos y bajar para comer.  –obedecimos sin hablar, esperando la reprimenda que recibiríamos en el comedor. Estábamos solos con los abuelos, ese año nuestros padres habían partido a un viaje de placer ellos solos, nosotros preferimos quedarnos.

Comimos en silencio salvo las indagaciones que llegaban de nuestro abuelo preguntando sobre nuestras correrías por la hacienda, la excursión de la mañana en caballo. Al terminar el abuelo marchó a sus aposentos para echar la siesta, nos íbamos a levantar para volver a nuestra habitación y la abuela nos miró en silencio, luego desvió la mirada a María que recogía la mesa y la conminó a salir y cerrar la puerta, tenía que hablar a sus nietos.

-No he visto nada, vuestra conciencia os dirá si está bien o mal lo que hacéis, divertiros sanamente, es lo menos que espero de vosotros.

Así de escueto fue todo, sin reproches, sin medidas de castigo hasta ahora.

Los primeros días nos mirábamos sin atrevernos a jugar a lo nuestro, pero quien paraba la curiosidad por descubrir nuevas cosas a chicos con largas horas para vaguear, e inquietos a las noches ante los descubrimientos que el campo y la vida en la hacienda les mostraba, la naturaleza, sus cuerpos, la vida misma.


Subimos a nuestra habitación, era cierto que la de Bruno estaba casi enfrente de la nuestra y compartiríamos el baño, no había sido para tanto, podíamos seguir como siempre había sido.

Nuestras maletas estaban sin abrir y sabíamos nuestra obligación, debíamos colocar nuestra ropa en los armarios y prepararnos para bajar a comer.

Jacobo me sujetó por la cintura y me tiró sobre la enorme cama donde durante muchos años habíamos jugado y dormido los tres primos, se tiró a mi lado, los colchones se hundieron arrastrando nuestros cuerpos hasta que se juntaron.

-¿Vas a volver a ver a Julio? Has quedado con él.  –su naricita brillaba por el sudor haciendo sobresalir sus pecas.

-Sí, sí quiero, hace días que no pienso en otra cosa.  –se elevó sobre los codos para mirarme a la cara, apartó su cabello de los ojos y puso la boca de pucheritos haciéndome burla.

-Eres un niño caprichoso, no te das cuenta del problema en que le pudes meter. Piensa un poco en él.

-¿Pero tú le has mirado bien? Está más impresionante que nunca, recuerdo los buenos momentos del pasado verano, seremos prudentes y nadie saldrá malparado.  –besé su nariz llena de pecas elevando la cabeza.

-No seas pájaro de mal agüero, dijiste que lo pasaríamos genial, ¿recuerdas? Y al final tú eres el culpable de que lo nuestro empezara.  –saltamos de la cama para asearnos antes de bajar a comer, Bruno estaba ya en el baño ocupando uno de los dos lavabos.

La comida transcurrió muy tranquila, pusieron la mesa de la galería interior, donde corría una dulce brisa que bajaba del monte y se humedecía acariciando las hojas de los álamos y las frondosas choperas del río.

Mis tíos y los abuelos no nos prestaban mucha atención y cada uno hablaba de lo que le interesaba. Después del café los mayores se retiraron y nosotros subimos para lavarnos la boca, según la abuela debíamos dormir un rato. ¿Y quién duerme?

Poco después estábamos los tres sobre nuestra cama de siempre.

-¿Vamos a ver la casita del árbol? Julio dice que la ha cuidado.  –Bruno ya no se acordaba de Vero, su nueva y flamante novia, Así era mejor, quería verle como siempre, conteniéndonos a Jacobo y a mí.

Bajamos por la escalera trasera, procurando no hacer ruido aunque algunos escalones crujían con nuestro peso, evitamos así cruzar el patio central y ser aplastados por el sol, pero corriendo y saltando entre risas para ver quien llegaba primero a la entrada, o salida, según como se mire.

Pasamos el pasadizo y delante de nosotros, destacando impresionante, el magnolio que hace más de dos siglos trajera nuestro antepasado de América. Entre sus ramas, oculta por las grandes y rígidas hojas, se escondía nuestra casita de madera, testigo de nuestros juegos e innumerables e inolvidables experiencias, como la rotura del brazo de Jacobo al caerse, los arañazos que producían las duras hojas en nuestros infantiles brazos y piernas, y tantos otros recuerdos.

A la derecha, la casa del encargado de la hacienda Rufo como le llamaban, tío de Julio y otras dependencias y viviendas de diferentes empleados, el resto vivía en el pueblo alejado unos cuatro kilómetros.

Jacobo bajó la escala de cuerda para subir hasta donde se iniciaban las escaleras de madera. A la sombra de las hojas, envuelta en la frescura del aire que discurría por todas partes envolviéndola, estaba la fantasía que todo niño sueña con disfrutar.

Todo estaba en su lugar y limpio como dijo Julio, en un rincón las mantas dobladas para podernos tumbar o sentar cómodamente, en una caja, detrás de la única silla baja, estaría lo que todos sabíamos que contenía.

Jacobo la abrió y sacó un paquete de tabaco rubio sin estrenar, el presente que Julio nos dejaba como bienvenida, cerillas y un cenicero, debíamos ser cuidadosos con el humo o provocar un incendio, también extrajo un par de revistas cuyas portadas lo decían todo. Una era de parejas de hombres y mujeres desnudos y otra de chicos, estaban un poco arrugadas y alguna mancha mal limpiada en su momento, tiraba de la tersa superficie del resto del papel.

Bruno extendió una manta en el suelo de maderas y se tumbó sobre ella, Jacobo y yo nos sentamos en cuclillas a su lado pasando las hojas de la vieja y usada revista, pasó las hojas con rapidez buscando las imágenes que le interesaban, un chico muy joven y rubio, parecido a nosotros tres chupaba la verga de otro mayor, mucho mayor. Mamaba y elevaba los ojos como buscando la aprobación del que recibía la felación.

Bruno comenzó a acariciarse la entrepierna mientras nosotros mirábamos las fotografías impresas, no por conocidas menos voluptuosas que si fueran nuevas.

-Dejaros de tonterías tengo la polla preparada y con ganas de que la maméis.  -Jacobo reptó al otro lado de él, se inclinó acercándole su cara.

-Marica, ¿ya olvidaste a Vero? ¿Te la chupamos mejor que ella?  -pero no continuó hablando, su hermano sujetó su cabeza y la bajo hasta que sus bocas se encontraron. Comenzaron a besarse como ellos hacen, con muchos ruidos morbosos, sonidos guturales de absorción. Sentí reaccionar mi verga y me incliné para apoyar mi cabeza sobre el bulto de su entrepierna.

Me llegaba su calor a través de la tela, el movimiento que hacía al crecer y sin más bajé la cremallera de su pantalón, tiré de él pero el botón de la cintura me impedía quitárselos, se movió abandonando la nuca de Jacobo y el mismo se lo desabrochó.

Ahora resultaba fácil deslizarle sus pantalones cortos tipo bañador Meyba, quedó con el calzoncillo blanco de algodón, levanté la mirada pero ellos estaban a los suyo, comiéndose sus bocas y absorbiendo sus salivas. Se confundían los dos con su pelo rubio naranja ocultando sus caras.

Cogí su pene y comencé a moverlo como si lo masturbara por encima de la tela hasta que manchó el blanco algodón con el precum que expulsaba, ahora bajé sus calzoncillos y su polla salió disparada golpeando en su abdomen.

Ya no me pude resistir y dejé de mirar como latía su pedazo de carne para acercar mi cara y aspirar el olor de mi primo, a su sudor y el característico corporal de esa parte viril de un muchacho a punto de terminar su desarrollo y pasar de adolescente a hombre, además bañado en sus secreciones.

Empecé besando su glande cubierto por la piel, ninguno de los tres estaba circuncidado, Julio tampoco, se la retraje y el olor se volvió más profundo, mareante. La metí en mi boca y Bruno comenzó a suspirar de placer. En un momento Jacobo me acompañaba a chupar esa parte del cuerpo de su hermano, alternábamos y unas veces uno se ocupaba del glande y el otro de la parte inferior.

-Esperar, parar un momento.  –se sentó y terminó de quitarse la ropa quedando totalmente desnudo. Cuando volvió a tenderse como estaba levantó sus piernas abriéndolas, dejé a Jacobo la labor de atender su verga y metí mi cara en su perineo para empezar a lamerle los testículos y la entrada del culo.

-¡Ay! Putos, ¡Qué bien lo haceis!  -sentía como la entrada de su ano vibraba ante el empuje de mi lengua y elevaba las caderas haciendo que Jacobo tragara todo su pene, acariciaba sus testículos, gordos, con unos cuantos pelitos rubios mientras intentaba entrar en él con mi lengua con toda la fuerza que podía ejercer.

-Seguir, seguir que me corro. -elevé la mirada y encontré sus ojos clavados en los míos, sus manos acariciaban sus morenos pezones y la cabeza de Jacobo al subir y bajar engullendo su verga no me dejaba ver más.

De pronto cerro sus piernas apresando mi cabeza y elevó la pelvis convulsionando en un orgasmo que le mantenía con el cuerpo arqueado y elevado del suelo.

-¡Me corro! ¡Ahhhhhh!  Pude sacar la cabeza cuando aflojó la presión y cayó su culo sobre el suelo con un sordo sonido. Jacobo no había abandonado su verga que continuaba en su boca, se le escapaba el semen que su hermano había expulsado en su boca y goloso llegue para compartir la golosina que tanto nos gusta a los dos. Lamí todo lo que había caído y estaba escondido entre su vello, lo mejor se lo llevó Jacobo, luego de limpiarle la polla de todo rastro de semen, nuestros labios se encontrar en la punta de la verga que comenzaba a estar floja.

Bruno yacía respirando entrecortado y con su mano protegía su polla para evitar que siguiéramos chupando.

Mi primo pequeño se abrazó al cuerpo desnudo de Bruno, volvió a besarle en los labios.

-Lo pasarás mejor con nosotros que con Verónica y sabes que así será.

Mi primo mayor abrió los ojos, se notaba la risa placentera en ellos.

-Estaba a punto de dejarse follar, pero mejor son dos putitas que una.

Jacobo se montó sobre él e intento golpearle entre risas.

-¿Nosotros putas? Putas de un maricón…

Cuando se calmaron y dejaron de jugar nos fumamos un cigarro entre los tres compartiendo, sabíamos que a la vuelta teníamos que entrar otra vez por la puerta trasera y evitar encontrarnos con nuestra abuela antes de lavarnos las bocas que ahora olían a tabaco y al dulzón esperma de Bruno.

Continuará?