Luis, el maduro que me corneó

La visita a un concesionario de automóviles nos deparó algo tan inesperado como placentero.

Era una mañana de principios de verano cuando paseando con mi mujer recalamos en las grandes cristaleras de un concesionario de automóviles de una reconocida marca de alta gama, es una marca que a mi mujer le encanta.

-   ¿Entramos a mirar? - me preguntó Judith.

-   Cómo quieras, mirar no cuesta nada - le respondí.

Nos dimos una vuelta por las instalaciones, la verdad es que ver esos coches nuevos tan bien presentados es un placer para alguien como yo a quien le encanta la automoción.

Había un comercial atendiendo a un señor de pelo blanco y bien vestido.

-   En seguida estoy con ustedes - nos dijo a cierta distancia.

-   No se preocupe estamos echando un vistazo - contesté.

Continuamos con nuestra visita mirando uno y otro modelo. A los pocos minutos se nos acercó el comercial.

-   Si están interesados en algún modelo no tienen más que decírmelo.

-   Bueno realmente sólo hemos entrado a mirar sin más, muchas gracias. - le contesté.

El comercial se alejó de nosotros y se sentó en su mesa. Mientras, el señor con el que había estado hablando él aún estaba en la sala hablando por el móvil. Continuamos mirando y al rato, mi mujer se sentó al volante de uno de los coches y me dijo:

-   ¿Qué tal me queda?

Cuando detrás de mí alguien respondió:

-   Te queda estupendo.

Me giré y vi al señor de pelo blanco y bien trajeado tras de mí.

Al girarme me extendió la mano y me dijo:

-   Discúlpeme me llamo Luis.

Extendí mi mano y le dije:

-   Encantado soy Álvaro.

-   ¿Y esta mujer tan guapa se llama…?

-   Judith - respondió ella mientras se bajaba del coche para saludarlo con dos besos.

-   Encantado de conocerte Judith.

-   Álvaro no sé si será muy atrevido por mi parte decirte que tienes una mujer espectacular - me sugirió Luis.

-   Atrevido por qué, es la realidad o al menos yo pienso que tengo una mujer guapa. - le contesté.

-   Bueno hay hombres que se pueden sentir molestos por el mero hecho de que alguien halague a su mujer. - apostilló.

-   Para mí no supone ningún problema y además no eres el primero que lo hace. - le dije mirándole de buenos modos.

Por supuesto él no sabía en ese momento que estaba hablando con un cornudo consentidor y, cómo es evidente yo no se lo podía decir.

-   ¿Usted se ha comprado alguno? - le preguntó mi mujer.

-   No he venido a comprar, he venido a ultimar detalles para la presentación de la marca en un terreno que tengo a las afueras. Mi hermano es amigo íntimo del dueño y ha hecho de intermediario para utilizar mi terreno para exhibir los coches. Por cierto no me hables de usted.

-   ¡Qué bien! - dijo Judith.

-   Pues estaré encantado que vayáis por allí, os doy dos invitaciones, se han repartido algo más de trescientas.

-   Pero si no conocemos a nadie - dije yo.

-   Ni yo tampoco, la gente va invitada a ver los coches de la marca pero entre ellos estoy seguro que la mayoría no se han visto en su vida, es a las seis de la tarde, se servirá un coctel y pasaréis un rato agradable os lo aseguro. - dijo él.

-   A mí me apetece ir. - dijo Judith.

-   Bueno podemos plantearlo ¿por qué no? - le respondí.

-   Me encantaría quedarme con vosotros un rato más pero tengo una cita y no quiero llegar tarde.

Acto seguido me dio la mano y dos besos a mi mujer.

De tal guisa se marchó del concesionario. Tanto a mi mujer como a mí nos sorprendió su buena presencia, era un hombre con muy buena planta, de pelo blanco, ojos azules y bien conservado. Yo calculo que podía superar en algo los setenta años.

-   Este hombre de joven debía de estar muy bien - me dijo Judith.

-   Parece una persona culta y educada. - le dije yo.

-   ¿Has visto que cuando se ha despedido me ha pasado la mano por detrás? - me preguntó ella.

-   Sí, ¿por?

-   Pues porque me ha puesto la mano en la zona lumbar y al darme los dos besos la ha bajado un poco con una leve caricia.

-   Pues eso es que le has gustado y creo que mucho.

-   Un hombre así tiene su morbo, ¿no te parece? - me preguntó ella.

-   Bueno la verdad es que nunca has estado con un hombre maduro, y si te digo la verdad debe de ser una experiencia morbosa de ver.

Nos despedimos del comercial con un “hasta otra, gracias” y salimos del local.

Miré las invitaciones que nos había dado Luis, por la dirección y el pequeño mapa que había al dorso en seguida supe la zona donde se encontraba.

-   ¿Pues sabes que te digo?, que me apetece ir. - le dije a mi mujer.

Los diez días que faltaban hasta el evento transcurrieron con normalidad, apenas hicimos algún comentario al respecto y siempre en el sentido de que no se nos fuera a olvidar.

Llegó el sábado indicado en la invitación y la verdad es que no teníamos ni idea de que estilo de vestimenta se requería para la ocasión, ante tal dilema decidimos no quedarnos cortos en elegancia, pero tampoco pasarnos, y de esa manera podríamos encajar en cualquier situación que nos encontrásemos al llegar.

Aprovechando la buena temperatura ambiente yo me decanté por un estilo casual sport, la americana con una básica da mucho juego en esas situaciones intermedias.

Mi mujer eligió un vestido blanco para la ocasión, tirantes finos lo sujetaban por sus hombros y por debajo la falda se quedaba a unos diez centímetros de las rodillas. Era algo sencillo a la vez que elegante y morboso ya que la falda tenía un poco de vuelo.

El conjunto lo remataba con unas sandalias blancas de tacón muy elegantes.

Nos dirigimos en coche al lugar indicado y al llegar a la entrada nos solicitaron las invitaciones y nos indicaron la zona donde debíamos aparcar. Había habilitada una gran explanada en la cual podrían aparcar unos doscientos vehículos, pero que aún no se encontraba completa. Al bajar del coche echamos un vistazo a la finca, era realmente espectacular, una antigua valla de piedra rodeaba todo el recinto, árboles por doquier y un césped bien cuidado, desde allí veíamos los coches estacionados en diferentes plataformas, y al fondo del todo una mansión que realmente era un palacete más que una simple casa.

Al tiempo que llegamos nosotros lo hacía más gente, nos dirigimos por un camino de piedra hasta el lugar indicado, a ambos lados del camino había las típicas velas de publicidad con los logotipos de la marca.

En seguida llegamos a la zona de presentación y las azafatas saludaban a todos los que íbamos llegando. Los camareros ofrecían copas de cava frío y los comerciales atendían gustosamente a cualquier pregunta que se les formulase.

En un lateral largas mesas con manteles blancos en los que podías degustar cualquier tipo de canapé.

Nos dimos una vuelta y la verdad es que todo estaba cuidado al detalle, el personal era muy amable y con los demás invitados a pesar de no conocerlos de nada podías mantener una conversación en cualquier momento.

Mientras paseábamos veíamos el palacete al fondo, no había una gran distancia y pude ver como de él salía Luis, el señor que conocimos en el concesionario y que nos había invitado.

-   Ese que sale del palacete es Luis. - le dije a mi mujer.

-   Yo desde esta distancia la verdad es que no lo veo claramente.

Decidí que debíamos acercarnos hasta él para saludarlo y así lo hicimos.

Mi mujer a cierta distancia no tiene muy buena vista, pero Luis sí, y en seguida nos reconoció. Nos aproximamos mutuamente y su sonrisa desveló su fascinación y alegría al vernos allí.

-   ¡Qué sorpresa veros aquí, al final os habéis decidido! - dijo Luis mientras me extendía su mano.

-   ¿Qué tal Luis? - le dije yo.

-   Hola. - dijo Judith sonriendo mientras se acerca para darle sendos besos en las mejillas.

-   Déjame que te vea bien - dijo Luis separándose un poco de ella para contemplarla de cuerpo entero. Sujetaba la mano izquierda de ella con su mano derecha como si la invitara a bailar.

Yo mientras tanto me retiré hacia atrás un poco.

-   Estás realmente espectacular Judith.

-   Muchas gracias eres todo un donjuán. ¿Todo esto es tuyo?

-   Ahora ya no, lo heredamos de mi padre y mi hermano me compró mi parte.

-   Vaya mansión debe de ser una pasada por dentro.

-   Pues no hay nada más que hablar, pasad que os la enseño.

Nos dirigimos a la puerta y tras cruzarla había un gran hall, la decoración era de época como no podía ser de otra manera, había grandes cuadros colgados de las paredes, Luis nos iba explicando brevemente la historia de alguno de ellos.

-   Gírate para ver este - le dijo Luis a Judith al tiempo que le pasaba la mano por la cintura acompañándola en su giro.

-   Este lo pintó mi padre - le indicó sin quitarle la mano a mi mujer de la zona lumbar.

Observé el detalle y mientras él le relataba alguna que otra historia familiar, le acariciaba suavemente la parte superior del culo.

Como yo no dije nada, Luis me miró directamente a los ojos sin soltar a mi mujer y yo le respondí con una leve sonrisa e inclinando levemente la cabeza.

Ambos nos entendimos enseguida, él supo que se hallaba ante una pareja liberal y decidió dar un paso más. Estábamos a los pies de una soberbia escalera que daba acceso a las plantas superiores.

-   Seguro que aún no has visto todos los coches que se exponen - me dijo él.

-   Pues la verdad es que no - le respondí.

-   Podríamos hacer una cosa, si te apetece puedes terminar la visita a los coches y mientras, yo le enseño la casa a Judith que la he visto interesada en el arte, puedes venir cuando hayas acabado.

Entendí perfectamente el mensaje que me enviaba ese hombre y me quedé unos segundos al pie de la escalera mientras los veía subir. Él le tenía pasada la mano por la cintura y la acompañaba mientras le seguía hablando.

Sabían perfectamente que yo les estaba mirando mientras subían, y antes de llegar al primer rellano él bajó su mano derecha hasta asir el borde de su falda, la cogió y dejó al descubierto su culo para mi deleite. Al girar en el rellano ella me miró y me dijo:

-   Hasta dentro de un rato cariño.

Siguieron subiendo y yo me dirigí a la salida de la mansión.

Me perdí entre la gente, a esa hora, serían la siete de la tarde ya había llegado todo el mundo. Charlaba con unos y otros al tiempo que miraba los coches y pensaba lo que podía estar ocurriendo en esa mansión entre mi mujer y Luis. - si la gente supiera - pensé.

Miré el reloj y había transcurrido una media hora desde que los dejé a solas, decidí adentrarme en la mansión para realizar una investigación cornuda.

Crucé la puerta y me fui directamente a las escaleras, subí hasta la primera planta, había puertas cerradas a ambos lados de un pasillo, las fui abriendo una a una pero tras una decoración exquisitamente elegante no encontraba nada más.

Llegué al fondo del pasillo, abrí una puerta corredera y en lugar de una habitación había un amplio salón.

Decidí subir a la planta superior, la distribución era idéntica a la anterior y tampoco descubrí nada nuevo aparte del lujo y lo bien conservado que estaba todo.

Sólo me quedaba una planta por subir, cuando llegué arriba en lugar de dos puertas a la izquierda del pasillo había una sola, por lo que pensé que sería el dormitorio principal, la abrí y sorpresa era un salón tan grande como dos habitaciones de abajo. Ahora ya sólo me quedaban las dos puertas de la derecha aparte de la del salón del fondo. Abrí la primera y nadie dentro, abrí la segunda y también desierta. Ya únicamente me quedaba por entrar en el salón del fondo.

Llegué hasta la puerta, puse mi atención, pero no se oía nada. La abrí y cual fue mi sorpresa, no era un salón sino un dormitorio impresionante tan elegante o más que el resto, en el centro una gran cama y sobre ella completamente desnudos y recostados sobre el lado derecho se hallaban mi mujer y Luis.

Él estaba detrás de ella con su cuerpo completamente pegado al de Judith, las piernas algo flexionadas y practicándole una penetración lenta, la mano izquierda de Luis masajeaba los pechos de ella y con sus labios besaba suavemente su cuello.

Cerré la puerta, al oír el ruido ella abrió repentinamente los ojos y al verme allí los volvió a cerrar, él ni se inmutó, siguió haciéndoselo con mi mujer sabedor de que el cornudo los observaba y que esa era mi única misión, mirar.

Tras unos segundos observándolos les dije:

-   Os encontré.

Ella abrió los ojos lentamente y sonriendo me respondió:

-   Era fácil.

Luis paró de besarla en el cuello y mirándome dijo:

-   Qué delicia de mujer tienes Álvaro.

Deslizó su mano izquierda desde los pechos hasta sus rodillas, la metió entre ambas y a modo de compás le separó las piernas para que yo pudiera ver la folladita que le estaba propinando.

-   Mira que bien atendida la tengo.

Yo me puse en cuclillas para de ese modo tener un primer plano del coño de mi mujer penetrado por la polla de su macho de turno.

Era una visión súper morbosa y excitante, su falo entraba y salía lentamente de su rajita, era una polla de tamaño normal pero el hecho de que estuviera haciéndolo con un hombre tan maduro me provocaba una excitación extra.

Luis movía su pelvis de manera que su polla casi se salía por completo, antes de hacerlo volvía a introducirla con maestría en las entrañas de mi mujer. Cuando estaba por completo dentro de ella paraba unos segundos.

Parecían no tener prisa, estaban disfrutando y eso era lo importante, darse placer mutuamente y como no, morbo al cornudo.

Decidí ponerme cómodo en aquella amplia habitación, eché un vistazo a mi alrededor, había un par de sofás y un par de butacas. Una mesa de escritorio, grandes armarios, una puerta daba acceso a un cuarto de baño… miré todo con curiosidad mientras los dejé a ellos que retozaran tranquilamente, me acerqué a uno de los grandes ventanales, corrí el visillo un poco y veía a toda la gente congregada en el evento desde allí arriba.

Era morboso para mí mirar desde la ventana hacia afuera sabiendo que a mis espaldas mi mujer me estaba poniendo los cuernos.

-   ¡Así cómeme un poquito! - le oí susurrar a Judith.

Me volví y me acerqué a la cama, puse una butaca cerca de ella para sentarme a contemplarlos, estaba frente a ellos, mi mujer se había girado un poco de manera que ya no estaba completamente de lado, en esa pose él la seguía penetrando pero al mismo tiempo podía mamarle un pezón.

-   ¡Mmmmmmm qué bueno! - jadeó ella.

Mientras con una mano le rodeaba la nuca para que él no parara de comerle las tetas, Luis lo hacía todo con mucha dulzura y maestría, tenía una larga experiencia con mujeres y parecía estar encantado con la mía.

-   ¿Te gusta cariño? - le pregunté.

-   Mucho, es un buen amante y muy dulce, maneja bien la polla y la lengua.

-   Tú también eres una experta mamando, lástima que Álvaro haya tardado tiempo en venir y se lo haya perdido.

-   Se ha perdido la primera mamada pero no se va a perder la segunda, ¿o no te apetece otra? - añadió mi mujer entre risas.

-   ¡Ufffff! ¿Has oído Álvaro? tu mujer quiere que esta noche llegues a casa con una buena cornamenta, esto promete.

Luis cogió a mi mujer por la cintura y pegándose bien a ella la montó sobre su polla, ambos boca arriba, ella encima de él dándole la espalda.

Moví la butaca hacia los pies de la cama y de esta manera verlos de frente, tumbados mirando al techo, mi mujer con su polla dentro y él con una mano encima de cada pecho sobándoselos, en esa postura Luis aprovechaba para besarle el cuello y comerle la oreja.

-   ¡Jajaja! Me haces cosquillas - dijo ella.

Irguió su torso y echando las manos hacia atrás las apoyó en el colchón, Luis la cogió por la cintura. Judith estaba sentada en su polla dándole la espalda, separó bien sus piernas y empezó a mover el culo.

-   ¿Lo ves bien cariño? - me dijo ella.

-   Perfectamente amor.

Es una postura genial para mirar, tienes delante a tu mujer corneándote, puedes ver la penetración perfectamente y, además se puede permitir el lujo de mirarte a la cara con semblante desafiante y mirada felina, como queriéndote decir en silencio: “toma cabrón, mira lo que tu mujer es capaz de hacer delante de ti, cornudo”, para después mirarse el coño y volver a mirarte con una leve sonrisa que en realidad quiere decir: “esto es lo que hay, cornudo”.

Me encanta ese lenguaje gestual entre ella y yo porque nos entendemos perfectamente y además es una manera muy sutil de cornear.

Luis y Judith se encuentran cómodos follando en esa postura y para mí es un placer no perderme ni un detalle. Mi mujer mueve el culo lentamente y le pregunta a su amante:

-   ¿Vas bien así cariño o quieres más rápido?

-   Así es perfecto me gustan las folladas lentas.

-   Pues disfruta de mi coñito.

-   ¿A ti te gusta más fuerte?

-   A mí me gusta lo que a usted le guste Don Luis, he venido a su cama para complacerle.

Mi mujer le dio un tono picarón a la charla hablándole de usted al hombre con el que estaba follando.

-   Tienes una mujer traviesa Álvaro, me gusta.

-   Pues ya la has oído, está aquí para que la disfrutes.

-   Yo también la haré disfrutar a ella como se merece.

Tras unos minutos deleitándome con ese plano Judith miró uno de los sofás que había en la habitación y dijo: “bonito sofá, qué sitio más morboso”.

Paró de repente la follada y se levantó de la cama dirigiéndose al sofá, se puso de rodillas en la parte de asiento y apoyó sus antebrazos en la parte superior del respaldo. Poniendo el culo respingón giró su cabeza hacia atrás y le dijo a Luis que aún estaba en la cama observándola: “aquí me tienes, toda tuya, jódeme”.

Luis no se lo pensó dos veces y se colocó de pie detrás de ella enchufándole su polla en la rajita, me miró y me dijo: “es más traviesa de lo que yo pensaba”.

Comenzó a penetrarla mientras yo me sentaba en el sofá para verlo bien de cerca, alargué una de mis manos y le sobé las tetas, Luis se inclinó sobre ella y apartando mi mano comenzó a sobárselas él sin dejar de follarla y me dijo: “ahora es mía, tú sólo mira cornudo”.

Que un corneador me llame cornudo mientras se está follando a mi mujer es algo realmente excitante y que me pone muy caliente.

-   Dame fuerte que me quiero correr - le dijo Judith.

Luis comenzó a bombear más rápidamente y tras unos minutos ella estalló de placer.

-   ¡Ahhhhhh! ¡Sí así! ¡Jódeme! ¡Mmmmmmm! ¡Qué bueno! - espetó ella.

Él se separó de ella y quedó de pie, ella giró y se sentó, le cogió la polla y le dijo: “ahora te toca a ti, dame tu leche”.

Se acercó a su amante y comenzó a mamársela, Luis le dijo: “aún no, quiero darte más”.

Mi mujer se puso de pie, le dio un beso en los labios y mientras le acariciaba la polla le dijo: “cómo tú quieras, a mí me encanta follar y tú lo haces bien”.

-   Anda ven aquí un poquito y descansamos - le dijo Judith mientras se tumbaba en la cama.

Él se tumbó junto a ella, la abrazó y permanecieron así un rato. Yo por mi parte los observaba desde el sofá, él boca arriba y ella a su lado recostada apoyando la cara sobre la parte superior de su pecho.

Estuvimos así durante un rato charlando de temas diversos, es un hombre con mucha cultura y clase y yo me sentía muy a gusto conversando y viendo como ambos se acariciaban desnudos.

Luis se giró un poco y buscó la boca de mi mujer besándola suavemente, ella lo complació dándole su lengua, jugaron con sus labios y lenguas al tiempo que sus manos buscaban lascivamente los lugares más prohibidos del cuerpo del otro.

No hablaban, sólo se acariciaban mutuamente, mi mujer masajeaba la polla de Luis mirándolo a los ojos, una sonrisa picarona de ella dejó entrever lo que se avecinaba.

Lo besó fugazmente en los labios y recorrió su cuerpo con besos efímeros hasta llegar a su falo, abrió la boca y sacando la lengua lascivamente comenzó a hacer círculos con ella sobra la punta de su polla, tras unos segundos rodeó su glande con los labios y empezó a chuparlo. Luis cerró los ojos y dio un suspiro de placer. Mi mujer fue introduciéndose cada vez más la polla en la boca al tiempo que se la mamaba con maestría.

Me clavó su mirada corneadora como queriéndome decir: “mira cabrón igual que la que te habías perdido antes.” Continuando con su trabajito oral a su veterano macho.

Unos minutos de dulce mamada son un auténtico placer para la vista de un buen cornudo y no menos para la polla de un corneador. A ella por su parte le encanta el sexo oral, tanto hacerlo como que se lo hagan.

Judith deleitaba a su macho sin prisas disfrutando de lo que estaba haciendo y sabedora del placer físico que él estaba sintiendo y del placer emocional que estaba sintiendo yo. Es una buena mamona y cuando lo hace, el macho de turno queda completamente satisfecho.

Luis se irguió un poco y dándole una palmadita en el culo le dijo: “ven aquí que te quiero comer yo a ti”.

Judith se giró quedando ambos en un perfecto sesenta y nueve, yo me levanté del sofá para ver cómo Luis le comía el coño a mi mujer, me coloqué detrás y de este modo podía ver la rajita de mi mujer abierta y la lengua de Luis deslizándose por ella, de fondo veía la cabeza de Judith subiendo y bajando al ritmo de la mamada.

La gran habitación con la cama en el centro daba mucho juego para poder observarlos desde cualquier ángulo, yo tenía carta blanca para mirar y aprovechaba tal circunstancia, me gustaba alternar entre la visión de la mamada y la de la comida de coñito, si yo me encontraba a gusto imagino que ellos aún más, ¿qué deben de pensar en una situación así sabiendo que yo los estoy mirando? “mira lo que quieras cornudo que nos estamos muriendo de gusto”, “disfruta de tu cornamenta que nosotros gozamos poniéndotela”.

Luis introdujo un dedo en el coño de mi mujer sin parar de lamerle el clítoris, estaba cachonda y ese dedo quedó empapado en flujo, lo deslizó un poco más arriba y le metió la primera falange en el ano.

-   ¡Ohhhh! - gimió Judith.

A mi mujer le gusta practicar el sexo anal pero sólo si el que se lo hace es un experto en la materia, no todos valen para eso.

La excitación de ambos iba en aumento hasta que ella poniendo su torso en vertical le dijo:

-   Fóllame un poquito que estoy ardiendo.

-   Un poquito no, todo lo que tú quieras.

Judith fue la que se giró y quedó a horcajadas sobre su polla, se la cogió y la introdujo en su coñito.

Se sentó sobre Luis como una auténtica amazona y ahora era ella quien marcaba el ritmo, subía y bajaba su culo haciendo que el falo de su macho entrara y saliera de su coño. Él seguía tumbado boca arriba disfrutando de la vista que tenía ante sus ojos, una mujer 30 años más joven que él y tremendamente atractiva se lo estaba follando ante la mirada de su cornudo marido.

Luis deslizó sus manos por la cintura de Judith subiendo hacia sus tetas, empezó a describir círculos en los pezones con las yemas de los dedos para más adelante cubrirlas completamente con sus manos, se miraban sin decirse nada, yo alternaba mi mirada entre el sobeteo de tetas que Luis le hacía a Judith y el estilo con el que ella se lo estaba follando.

Los pezones de Judith estaban completamente tiesos por la excitación y era un buen momento, o al menos eso pensaría él, para lamerlos. La agarró por la cintura e irguiendo su torso dirigió su boca directamente sobre ellos, Luis abrió sus piernas y ella quedó completamente ensartada en su polla, la apretó fuerte contra sí mientras le mamaba las tetas.

-   ¡Ohhh! ¡Sí! Jódeme cabrón. - gritó mi mujer.

Ella le rodeó el cuello con sus brazos y con los ojos cerrados se entregaba al placer de su macho, seguidamente Luis giró su cabeza hacia arriba mientras ella hacía lo mismo en sentido opuesto fundiéndose en un morreo lascivo.

Quedaron sentados frente a frente a la misma altura, ya nadie dominaba a nadie, sino que los dos estaban presos el uno del otro en una vorágine de placer. Se acariciaban y besaban lascivamente mientras sus cuerpos permanecían unidos de manera íntima, Luis empezó a lamer el lóbulo de la oreja de Judith y comenzaron a susurrarse:

  • Me gustaría disfrutar de ti a solas sin “espectadores”.

  • Si ese es lo que quieres, deseo concedido.

Judith me miró y me dijo:

-   Ya lo has oído cariño, este caballero quiere hacerme el amor y no quiere testigos de nuestra pasión. Seguro que te encontrarás muy a gusto viendo coches mientras él me lleva al éxtasis.

Lo besó nuevamente y le dijo: “¿ves qué fácil cielo?

Acto seguido abrazaron por completo sus cuerpos y empezaron a besarse con pasión. La fusión de ambos era total, unidos por los labios y por sus sexos, sentados frente a frente en la cama.

Yo comencé a retirarme de la estancia lentamente dando pasos hacia atrás sin parar de contemplar la escena y acercándome poco a poco a la puerta.

La abrí, salí al pasillo y tras un último y cornudo vistazo la cerré.

El chasquido de la puerta al cerrarse me hizo imaginar multitud de situaciones mientras permanecía unos segundos junto a ella.

Seguramente a ellos ese sonido les hizo gemir de placer y complicidad al verse solos y con la seguridad de que ahora nadie entraría a mirar.

Recorrí el pasillo que me conducía a las escaleras, bajé al hall y salí del palacete.

Fui hasta donde estaba congregada la gente y me perdí en la multitud como uno más, me daba morbo hablar con unos y otros y ver al fondo el palacete y más concretamente el ventanal de la habitación donde yo sabía que mi mujer se estaba entregando al placer con un hombre maduro.

Pensaba: “si vosotros supierais lo que yo sé en este momento”.

Casi mejor no pensarlo me dije, si no voy a reventar el pantalón. No sé cuánto tiempo durará, pero es mejor que no lo piense. Aún pasó más de una hora, yo iba vigilando la puerta del palacete desde lejos a ver si los veía salir. Cuando por fin llegó el momento me acerqué, tomé contacto con ellos y dije:

-   ¿Qué tal pareja?

-   Genial – respondió ella.

-   Ya te lo dije cuando nos conocimos, tienes una mujer espectacular. Ha sido un placer para mí poder atenderla.

-   Para mí también ha sido un placer poder verlo aunque sólo haya sido un ratito.

-   Bueno los tres hemos disfrutado, cada uno en su papel. ¿no crees? - me preguntó Judith.

-   Por supuesto y al mí el mío me encanta. - respondí.

Caminamos los tres juntos en dirección al evento, allí departimos un rato con Luis y luego con el resto de invitados hasta la finalización del mismo.

Al finalizar cogimos nuestro coche y de camino a casa le pregunté a mi mujer acerca de sus escarceos a solas con Luis.

-   Él es un caballero y yo una señora, no veo apropiado desvelar nuestras intimidades - me dijo entre risas burlonas.

Fin.