Luis: Bene curris, sed extra viam

(Vas bien, pero fuera del camino). Otra aventura de la saga de Luís.

Luís: Bene curris, sed extra viam

1 – Las nuevas técnicas

Era lunes. Luís y yo acabábamos de despertar y nos acariciábamos sumergidos en un profundo beso.

  • ¡Cómo te deseo, Quintín! – me dijo - ¿No hay más formas de hacer feliz a quien más amas en tu vida?

  • No lo sé, cariño – le respondí -; tal vez un día tú y yo las descubramos pero ¿es que no son suficientes para ti las que ya conocemos?

  • ¡Sí! – dijo contento -; sé que me quieres y casi con eso me basta.

  • Pues pongámonos manos a la obra – le dije – y descubramos algo más. Tiene que haber más y estar escondido. No lo vemos.

Inmediatamente se puso sobre mí y comenzó a acariciar mi cara y a mirarme de una forma y de otra y nuestros respectivos miembros comenzaron a aumentar su tamaño, a endurecerse y a ponerse húmedos.

Oímos que alguien entraba en el piso. Era mi madre que venía a ayudarnos a la limpieza, como siempre, y desde el salón nos habló con voz fuerte y clara:

  • ¡Buenos días, hijos! Voy a limpiar por aquí, por aquí afuera, y cerraré la puerta del pasillo. No quiero molestaros, pero me parece que ya es hora de que os vayáis levantando.

  • ¡Jo! – exclamó Luís retirándose de mí - ¡Tu madre! ¡Qué vergüenza!

  • ¿Pero qué dices, bonito? – volví a acercarme a él -. Mi madre nunca entraría aquí sin nuestro permiso. Sabe lo que puede encontrarse y creo que no se asustaría ¡Vamos! Vuelve a donde estabas ¿O me vas a dejar con la miel en los labios?

  • Pero… - estaba asustado - ¿vamos a hacer esas cosas con tu madre ahí?

  • ¡Pues claro! – le pellizqué la nariz - ¿O es que te crees que mi madre es tonta o que nos va a espiar? ¡Venga ya!

Volvió con mucho cuidado a donde estaba, miró receloso la puerta y seguimos por donde íbamos. Al poco tiempo, gateando bajo la sábana, se fue hasta mis pies y comenzó a besármelos y a chuparme los dedos. Me mantuve quieto, sonriendo y mirando al techo. En Luís se había despertado su imaginación. Su retraso no era tanto como para no saber qué hacer conmigo en la cama, sino que tenía que ir cogiendo experiencia poco a poco.

Fue luego subiendo por las piernas besándolas y lamiéndolas y fue metiendo su cabeza entre mis muslos y empujando. Abrí las piernas bastante, pero despacio, y siguieron sus besos ininterrumpidos hasta llegar a mis huevos. Fue entonces cuando empecé a notar una mezcla de cosquillas y placer que impulsó mis manos hasta ponerlas sobre su cabeza. Tiré de la sábana hacia abajo; quería ver qué estaba haciendo. Me había sujetado por las caderas y comenzó a subir sin dejar de besar hasta la punta de mi polla. Acaricié sus cabellos, no sé si como respuesta a ese placer o para indicarle que me gustaba lo que hacía, pero cuando menos lo esperaba, comenzó a lamerme el glande y a tirar de mi prepucio para descubrirlo y, con mucho cuidado, fue metiéndosela en la boca. Me incorporé de la cama:

  • ¡Luís! ¿Qué haces? – le dije en voz baja - ¿Dónde has aprendido eso?

  • Te la estoy mamando – me miró con timidez -; si te hago daño o no quieres, me lo dices.

Apreté su cabeza contra mi cuerpo y lo acaricié con más cariño que nunca.

  • Me lo ha enseñado Alex para que seas más feliz que nadie.

  • ¿Alex? – exclamé susurrando - ¡Es un niño! ¿Cómo lo haces? ¿Qué te ha enseñado?

  • Me lo hizo él primero y me fue diciendo cómo hacerlo – me dijo feliz -; luego, se lo hice yo a él para probarlo y me dijo que ya sabía cómo era.

Me quedé inmóvil mirándolo asustado.

  • ¿Has hecho esto antes con Alex? – le pregunté extrañado - ¿Él te ha enseñado?

  • Sí, Quintín – dijo asustado -, yo sólo quería saber qué hacerte.

Volví a abrazarlo con todas mis fuerzas y afloró en mí una sonrisa de emoción.

  • No pasa nada, cariño – le dije -; Alex es un buen chico y te ha enseñado tan bien que me he asustado. Sigue, amor mío, sigue. Vas por buen camino.

Me sonrió abiertamente y volvió a meterla en su boca despacio. No sé lo que hacía ni cómo lo hacía, pero el placer era insoportable. Me iba a correr en un segundo si seguía haciendo aquello.

  • ¡Espera, Luís, espera! – paré el movimiento de su cabeza -; es que si sigues así un poco más no voy a poder aguantar.

  • ¡Córrete, cariño! – me dijo en voz baja -; no importa lo que dure, sino lo que sientas.

Me quedé mudo mirando al techo y acariciando sus cabellos dorados. No podía imaginar cómo en tan poco tiempo había aprendido a hacer aquello como un maestro. Siguió chupando de aquella curiosa forma y el placer me hizo encoger las piernas apretándolas a él y comenzar a temblar hasta que solté unos chorros de leche muy potentes. Poco después, se levantó a mirarme sonriendo y con la boca cerrada. Tomó un pañuelo de papel y echó allí el semen, pero se vino a mi lado sonriendo al ver que yo lo abrazaba y acariciaba su rostro feliz. Un chorro de mi leche caía por la comisura de sus labios.

2 – La experiencia

Seguimos hasta el final, pero me sentía un inútil inexperto a su lado. Al terminar, trajo una toalla del baño y me secó muy bien. Se había corrido encima de mi pecho y me había llegado su leche hasta la cara.

  • Vamos a ducharnos – dijo – y ya salimos a saludar a tu madre.

  • No, precioso – le dije - ¿Me has secado bien? Pues vamos a ponernos los pijamas y la bata y luego nos duchamos. Así no la hacemos esperar.

  • ¡Vale!

Salimos a saludar a mi madre, que estaba en la cocina, y cuando vio entrar a Luís, lo abrazó con todas sus fuerzas y luego me abrazó a mí.

  • ¡Ay, mis niños preciosos! – dijo cogiéndonos las caras -. Os he traído un pollo guisado en esa fiambrera. Ponedlo luego en el microondas. Os va a gustar.

  • Sí, mamá – volví a besarla -, pero ahora preferiríamos tomarnos un café y un chocolate con galletas.

  • ¡Pues claro, hijo! – se echó a reír - ¡No os vais a comer ahora el pollo! Ya os he preparado el desayuno ¡Vamos! Sentaros ahí que yo os lo sirvo. Si vais a estudiar esta mañana un poco, os espero y vamos a visitar a Carmen ¿Qué os parece?

  • ¡Sí! – contestó Luís feliz -; iremos a verla un ratito.

  • ¡Muy bien! – le dijo mi madre -; y si necesitas que te ayude a vestirte, me lo dices. Así ahorraremos tiempo mientras se ducha Quintín.

  • Vale, mamá – dije -, esta tarde tengo clases y voy a dejar a Luís con nuestros amigos. Alex le está enseñando muchas cosas ¿Verdad, chato? – lo miré riendo -. Luís ha adelantado muchísimo en todo; en cálculo se está haciendo ya un experto… bueno, y en otras cosas… Se están portando muy bien con nosotros.

  • Me parece lo mejor que habéis hecho – me contestó segura -; no podíais estar los dos solos. Siempre hay que relacionarse con más gente y, por lo que me dices, parece gente seria y de categoría.

  • ¡Jo! – exclamó Luís - ¿Cómo sabe usted eso, Claudia?

  • Verás, hijo – le explicó -, cuanto más años tienes, más fácil es adivinar las cosas. Por ejemplo, adivino lo que habéis estado haciendo hace un rato.

Luís se puso rojo y agachó la cabeza.

  • ¡No sé de qué te da vergüenza, Luís! – continuó -; es lo normal. Pero esta vez lo he adivinado porque tienes una manchita en la boca. ¡Toma! Date un poco con esta servilleta húmeda.

3 – La noticia

Estuve estudiando toda la mañana y ayudando a Luís a hacer sus deberes. Se los ponía Daniel. Cuando terminamos, fuimos con mi madre a ver a doña Carmen, que se puso muy contenta, nos abrazó y echó alguna lagrimita. Nos tomó de la mano y nos llevó al salón.

  • Os he comprado esto – dijo -; a ver si os gusta

Era un edredón de plumas para nuestra cama con sus dos almohadas.

  • Señora – le dije - ¿por qué gasta usted lo que no tiene?

  • He ahorrado un poco – me dijo – y me gustaría que durmieseis más calentitos. Cuando lo tengáis puesto quiero ir a verlo ¿eh?

  • ¡Claro, mamá! - exclamó Luís - ¡Es muy bonito! Gracias.

  • Veo a este niño ahora mucho mejor, Claudia – le dijo mirando a Luís -; me parece que yo no lo estaba educando apropiadamente. Hasta me parece más guapo.

  • Es guapo, Carmen; es guapísimo – le dijo mi madre -; tu hijo ya era guapo, ahora irá aprendiendo y ya verás cómo cambia.

  • Lo veo cambiado – volvió a mirarlo su madre -. Se mueve ya de otra forma y casi no se le notan sus andares de antes.

  • Unos amigos y yo – le dije – estamos enseñándole de todo. Lo primero que había que hacer era enseñarlo a aprender y ya sabe. A lo mejor, dentro de poco no se le nota nada especial. Para mí es especial, pero de otra forma.

Se acercó doña Carmen y me abrazó como si también fuese su hijo.

  • Ahora iremos a casa a comer – le dije -; mi madre nos ha traído pollo guisado. Lo hace muy rico. Lo preparará Luís – lo miré -; ya sabe hacer eso también.

Finalmente, nos vimos los dos solos en casa y se volvió Luís a mirarme lentamente. Me acerqué a él y lo abracé meciéndolo.

  • Verás como poco a poco lo vas aprendiendo todo – le dije al oído -; a lo mejor lo vas a aprender un poco después que nosotros, pero serás uno más; sin diferencias.

  • Creo que sí, Quintín – me contestó -, nuestros amigos no son unos amigos normales. Saben mucho. Cocinan, tocan música, conducen

  • y tienen a un hermanito jovencito – concluí – que hace algunas cosas muy bien. No te avergüences de nada, Luís. Haz lo que sea necesario. Sé que Alex te quiere mucho y te va a ayudar en otras cosas. Presta atención a lo que te diga y no te cortes un pelo si tienes que hacer con él… «algunos ejercicios».

Se echó a reír, me abrazó y me dio las gracias.

  • Pues ahora siéntate tú ahí – me dijo – y descansa un poco. Yo voy a preparar el pollo que ha traído tu madre y la mesa; como me habéis enseñado. Cuando tenga arregladas las piernas también podré ponerme yo solo las zapatillas.

  • ¿Qué dices? – me asusté - ¿Quién te va a arreglar las piernas?

  • ¡Pues Alex! – dijo seguro -. Me parece que no te he dicho eso ¡Lo siento!

  • ¿Quieres decirme cómo va a arreglarte Alex las piernas? – le pregunté casi asustado - ¡Eso sólo puede hacerlo un cirujano y bastante experto!

  • ¡Claro! – me dijo acercándose -, es que tú no sabes que Alex es multimillonario. Antes era griego y se llamaba Alexander Dináderakis. No se lo dicen a nadie, pero me ha prometido que si mis piernas tienen una solución, me las arreglarán en una clínica de lujo.

  • ¿Por qué no me has dicho eso antes? – me extrañé - ¡Menuda sorpresa me estás dando!

  • Te lo contaré todo cuando esté seguro – se acercó a besarme -, pero no les digas que yo te lo he dicho ¡Prométemelo!

Me quedé mirándolo boquiabierto y sonriendo y observando aquella preciosa cara de felicidad.

  • ¡Te lo prometo!

4 – Los planes

Ya estábamos todos sentados a la mesa y Tony iba y venía con Luís a la cocina para traer los platos. En realidad no esperábamos aquella cena, pero es que ellos siempre mantenían estrictamente las costumbres. Se cenaba siempre a la misma hora, la disposición de los comensales estaba muy estudiada y los cubiertos se usaban debidamente.

  • Hemos pensado en contratar a una mujer para el servicio – dijo Daniel -, pero si te soy sincero, las que hemos encontrado hasta ahora eran todas inmigrantes y les costaba trabajo entender nuestras costumbres. No nos importa cocinar y servirnos nosotros mismos, pero procuramos dar a nuestro… a Alex la mejor educación posible.

  • Veo que Luís se amolda muy bien – les dije -; en las pocas tardes que ha estado con vosotros ha aprendido mucho. ¡Me da lecciones!

  • Eso es porque lo quieres – me contestó Alex -. Nosotros haremos lo que podamos.

  • Me gusta vuestra forma de vida – comenté -, pero nosotros no podemos llevarla.

  • Nosotros somos músicos – me explicó Daniel -. Tenemos una orquesta que toca canciones de moda por las ferias de los pueblos, pero no es una orquesta cualquiera. Ahora hemos hecho un descanso y no comenzaremos los ensayos hasta… pasada la Semana Santa, supongo. Vamos a modernizar todo el instrumental, el equipo de sonido, los ordenadores, las luces y el transporte. Esperamos así sonar mucho mejor y, por lo tanto, cobrar más. Pero el escenario quema mucho y llegará el día en que nos retiremos y montemos un negocio.

  • ¿Vais a ahorrar para montar un negocio? – no insinué lo que me dijo Luís -. Creo que debéis ganarlo muy bien.

  • No tanto – se encogió de hombros Daniel -; la gente piensa que tocas una hora y te llevas más de mil euros ¡Por una hora!... Eso es absolutamente erróneo. Hemos tenido que estudiar mucho, tenemos muchos gastos sólo para ensayar y lo hacemos durante meses; hasta el último movimiento. Eso vale más de dos mil si tienes en cuenta que somos seis personas. Pero hay algo que no sabes.

  • Pues no… - le dije -, de música no sé nada.

  • No me refiero a la música, Quintín – me cogió la mano -; Tony y yo somos los tutores de Alex y... Alex heredó una inmensa fortuna de la que no podrá disponer hasta su mayoría de edad, pero como nos toma como sus padres (lo sois, dijo Alex), pues basta pedirle permiso y hacer todos estos cambios. Y entre los cambios, amigo, estáis vosotros. Sobre todo Luís.

  • Me encanta estar con Luís – dijo Alex -; le voy a enseñar muchas cosas.

  • Creo que sí, pequeño – agaché la cabeza -; creo que sí.

  • Es voluntad de Alex que Luís pueda moverse normalmente

Me hice el ignorante.

  • ¿Moverse normalmente? – dije - ¿A qué os referís?

  • Hemos consultado el caso en la mejor clínica y con el mejor equipo de cirujanos. Luís puede haber nacido con un defecto de columna o de caderas. Te pedimos permiso, y se lo pediremos a su madre, para que este equipo de médicos arregle ese problema si es posible. Esperamos que dentro de unos quince días se puedan comenzar a hacer pruebas.

  • Ammm… - no sabía qué decir -. No, no voy a negarme a eso, Daniel, pero me parece abusar de vosotros.

  • Alex desea que Luís sea normal – fue tajante Daniel – y si nos dais el permiso, así será.

  • Papá Dani – dijo Alex - ¿Y si no nos dan el permiso?

  • ¡No, hijo, no! – miré a Alex emocionado - ¿Crees que no me gustaría verlo moverse normalmente?

  • ¿Nos darás el permiso? – preguntó el pequeño -.

  • Mira, Alex – le dije -, Luís es mayor de edad; es un adulto. Si él os da el permiso, ni su madre ni yo podemos negarnos.

Al fin, se sentaron a la mesa Tony y Luís, cada uno en su respectivo sitio y colocamos todos las palmas de las manos sobre el mantel agachando unos segundos la cabeza. No era una forma extraña de bendecir la mesa, sino algo parecido a un rito oriental de respeto a aquello que nos iba a dar la vida. Cuando «papá Dani» levantó la cabeza y tomó la servilleta, todos hicimos lo mismo y comenzó la cena.

5 – La celebración

Había que fijarse mucho para apercibir en Luís algún tipo de andar extraño. Al principio se le notaba un poco rígido; cuando lo conocí. Ahora, había dejado de hacer algunos extraños movimientos esporádicos con las manos y con el cuello y sus andares eran prácticamente normales. Lo que ya no era normal era la rapidez con la que estaba aprendiendo cosas, cómo había aumentado su vocabulario y cómo hacía otro tipo de «ejercicios» que me dejaban perplejo.

Cuando llegamos a casa no quisimos oír música ni ver la tele, que no emite más que desastres, robos, asesinatos y cotilleos. Nos fuimos a la ducha casi al momento y pusimos el agua muy calentita. Nos enjabonamos como siempre (Luís no podía enjabonarme bien las piernas). Lo sequé muy excitado y ya estaba empalmado. Secar aquel pelo dorado me sacaba de mis casillas. Él también me secó todo lo que podía y, sin soltar la toalla, me agarró la polla y fue haciendo unos movimientos muy delicados. Tiró de mí despacio hasta la cama y se sentó. Me puse de rodillas (lo adoraba) ante él y acaricié sus pies pensando en la primera vez que le quité las zapatillas en la playa. Aquellos pies tan delicados, tan estilizados y tan perfectos, eran para mí casi un objeto de veneración. Los tomé sobre la toalla y me agaché aún más hasta poder besarlos. Al poco tiempo, se echó hacia atrás en el colchón y comenzó a hablar:

  • Quintín – dijo -, no pensaba que iba a encontrar a algún amigo con quien llevarme bien. Creía que iba a tener que quedarme casi siempre encerrado en casa y salir sólo a ver los pajaritos y los patos, pero menos pensaba que te iba a encontrar a ti ¡Te quiero, te quiero, te quiero!

Me levanté un poco y comencé a besarle los huevos y a acariciarle la polla hasta que fui a metérmela en la boca.

  • Hazlo como sepas, cariño – me dijo -; si quieres, algún día te enseñaré lo que me ha enseñado Alex, pero lo bueno sería que te enseñara él.

  • ¿Él? ¿Un niño? – exclamé -.

  • Sí, Quintín – contestó riendo -, es un niño, pero a mí me ha enseñado ¿Te va a dar vergüenza ahora de que te enseñe él?

  • No, no, mi vida – le dije -.

  • Me gustas. Vas muy bien, pero te sales un poco del camino.

(continuará)