Lucy, la secretaria de mi marido

La secretaria de mi marido me ayudaría a seguirle y a pasarme información sobre sus andanzas, pero a un precio que yo no imaginaba...

LUCY, LA SECRETARIA DE MI MARIDO

La secretaria de mi marido me ayudaría a seguirle y a pasarme información sobre sus andanzas, pero a un precio que yo no imaginaba...

Aunque Stan, mi marido, aún no me ha dicho nada, ya sé que la próxima semana volverá a viajar a New York, supuestamente en viaje de negocios. ¿Y ahora con quién irá? No será con Marla, la profesora de inglés de Tony, nuestro hijo de seis años. Marla ya le acompañó a Miami, y no querrá volver a repetir la experiencia de tener que liarse con la recepcionista del hotel de lujo, como tuvo que hacer la última vez, pues Stan le dijo que tenía que verla con otra mujer para poder excitarse. La pobre Marla, ingenua, accedió, sin saber que mi marido es malvado y bastante retorcido.

Aunque realmente ya no me preocupa mucho con quién me está siendo infiel Stan, sí me gusta saber qué chochita untará el rejo que luego entrará en mí. Además, no puedo permitir que el muy tonto se enamore de alguna de sus amantes de ocasión, pues no podemos darnos el lujo de hacer una liquidación de bienes con esta maraña de sociedades que unen a nuestras familias. Vuelvo, entonces, a pensar en la posibilidad más eficaz: Lucy, su secretaria, ¿cómo hacer que me pase información?.

Lucy es, como es obligado en toda secretaria de mi marido, una belleza de mujer. Aclaro desde ya que, por increíble que sea, no se ha acostado con Stan, pues sé que las únicas mujeres con las que Stan no se acuesta son sus secretarias, aunque sí lo haga con las de todos sus vicepresidentes y directores de departamento. La razón es que Stan no quiere líos con las mujeres que, junto conmigo, sabemos todos sus pasos. El problema es que Lucy, la enigmática Lucy, es muy distante conmigo, a pesar de saber que yo soy la dueña del 30% de todo lo que la rodea. No obstante, intentaré hablar con ella amigablemente. Mañana mismo iré a verla.

Ronnie, mi nuevo conductor, me lleva hasta la sede de nuestro holding. Ronnie es nuevo, también negro como Steve, el anterior chófer a quien tuve que despedir después de haber incurrido con él (ya sé que debo olvidar el asunto) en un ... digamos... ehhh, en un desliz: Steve era un joven negro, bastante atractivo, y por esas cosas del destino, fue muy suave conmigo aquel día en que salí un poco pasada de tragos de una fiesta con unas amigas mías, en la que, como de costumbre, habíamos hablado de sexo todo el tiempo y nos habíamos besuqueado un poco, como hacemos las esposas ricas y bellas que no tenemos muchas ocupaciones. En el coche, y con mi cabeza chispeante por el licor, me le insinué claramente a Steve, a quien desde hace mucho tiempo tenía ganas de acariciarle el rabo. Mis amigas siempre me hablaban de la tranca que tenían los negros, y se burlaban de mí por ser la única de ellas que aún no había probado una (de hecho, la muy zorra de Kathy estaba liada ahora con un negrazo que trabajaba de obrero de la construcción, y estaba totalmente desquiciada por él). Así que esa noche me antojé de seducir a mi chofer, y el todo es que terminamos haciendo el amor en un motel de carretera (¡¡¡yo, la esposa de Stan Luckmann, cogiendo como una posesa con un negro en un motel de carretera!!!). La verdad verdadera es que Steve estuvo maravilloso, y en realidad yo no me había percatado que estuviera tan loco de deseo por mí. Yo misma tuve que pedirle que parara cuando ya llevábamos un tiempo más que normal en nuestros desfogues. Pobre Steve, le bailaban los ojitos al verme en los siguientes días. Nuestro abogado personal se encargó de indemnizarle, y pagarle su silencio, cosa en la cual mi abogado ya es el mayor experto en esta ciudad...

Al llegar al edificio del holding, uno de los vigilantes me mira con una malicia que no me pasa desapercibida. Este hombre me parece conocido, ¿dónde lo habré visto? Esa mirada casi que de confianza y cierta burla me dejó inquieta, tanto que en el ascensor apenas respondí a los reverenciales saludos de los empleados, "Buenos días, señora Luckmann, luce usted maravillosa". Ya casi cuando entraba a la infinita antesala del despacho de mi marido, un fogonazo mental me despeja la duda, pero me siembra aún más inquietud: claro, no lo reconocí de uniforme: aquel vigilante es el hombre a quien tuve que masturbar en una fiesta de la empresa para asegurar su silencio cuando me vió con el joven Perry, el saxofonista del grupo musical que amenizaba el ágape, haciendo el amor en uno de los reservados. Ya caigo: el bandido tenía una verga bastante grande, y no me costó mucho descargarle su apetencia. Luego ya quería continuar en cosas de mayor tono, pero lo tuve que parar enérgicamente, muy digna ante sus amenazas. Pero creo que se contentó con eso, pues nunca en su vida soñó que la dueña del emporio le haría alguna vez una paja. Pero no me gusta que se ande con esas miraditas, creo que tendré que acudir nuevamente a mi abogado para que haga lo que tenga que hacer.

Me dirijo directamente al escritorio de Lucy, y con una sonrisa amplísima la saludo de beso. Ella se sorprende un poco, quizás porque no es lo habitual. Siempre hemos conservado nuestras distancias, pero hoy he decidido estar definitivamente encantadora con ella. La verdad es que hoy está bellísima, y luego de saludarla le digo cómo está de estupenda. Ella se relaja un poco, y me agradece el cumplido.

Oye, Lucy, aprovechando que Stan estará fuera toda la tarde, ¿te gustaría ir a almorzar conmigo?, es que no quiero volver hasta casa ahora...

Oh, señora Luckmann, la verdad es que...

Oye, linda, no me digas señora Luckmann, que no soy tu profesora, je, je. No te aceptaré pretextos.

Eehh, está bien, Jenny, iré con usted, será un placer.

OK, querida, pero deja el "usted" aquí en tu escritorio, y tutéame, como hacen las amigas.

Está bien, Jenny. Creo que en una media hora podré estar contigo.

Lucy sonrió amablemente. La verdad es que cuando me llamó por mi nombre sentí una agradable complicidad. No sé aún cómo abordaré el tema con ella, pues es fiel como secretaria y no será fácil proponerle que se convierta en mi informante, pero con dos copas de vino ya se me ocurrirá algo.

Media hora después Lucy se sube a mi auto, y le digo al chófer que nos lleve al San Carlo, el restaurante italiano de las afueras con un ambiente íntimo y perfecto para hablar tranquilamente. No me pasa desapercibido que Lucy viene con el pelo suelto, lo que la hace ver muy atractiva. Tiene un pelo realmente hermoso, largo y ligeramente ondulado, cuyo olor a shampoo me encanta. También se ha puesto un toque de perfume caro, concretamente el que le regalé las pasadas navidades, lo cual interpreto como un detalle para conmigo. En el camino hablamos de cosas intrascendentes hasta llegar al lujoso restaurante, donde tengo ya mesa reservada.


Lucy ha terminado su plato, y celebra con risas un comentario chistoso que le he hecho. Estamos bastante relajadas, hemos sido generosas con el vino, y para mi sorpresa, ella reaccionó con neutralidad a mi propuesta para que en lo sucesivo me informara sobre los pasos de Stan. Aún no me ha dicho nada, pero yo ya le he dicho que quisiera saber qué le parecía la idea. Incluso, sin mayores rodeos, le hice una oferta económica bastante alta, que pondría a dudar a cualquier secretaria. A la hora del postre, Lucy me dice: - Mira, Jenny, realmente el dinero no me interesa. Has de saber que Stan me paga un sobresueldo bastante bueno gracias a su doble contabilidad...

Yo me hago un poco la sorprendida, a pesar de tener perfecto conocimiento de ello. No sé por dónde irá Lucy con su respuesta.

Realmente, Jenny, lo que te puedo decir es que para yo poder informarte, necesitaría... no sé, que nos tuviéramos un poco más de confianza..., mmmmh... la verdad es que tú y yo nos conocemos poco... Mira, por qué no reservamos, no sé... algún fin de semana para pasarlo juntas y poder hablar más, conocernos más...

Aunque yo había pensado muchas alternativas antes de esta conversación, esta propuesta de Lucy me sorprendió un poco. La verdad es que el tono con que había avanzado la conversación en ocasiones se estaba tornando íntimo, y yo notaba que Lucy me miraba de una manera especial.

Oh, Lucy, qué buena idea. La verdad es que yo lo había pensado, incluso tenía en mente que algún viernes nos fuéramos a pasar la tarde al club...

Oye, Jenny, piénsalo, pero hay un sitio que he oído mencionar, el Green Hut, creo que se está muy bien allí.

¡Claro, el Green, cómo no lo había pensado!.

¡Aquí sí que quede intrigada!: el Green Hut era un exclusivo club de élite, al cual por supuesto mi marido y yo teníamos acceso, famoso entre los ricos porque era el sitio perfecto para encuentros furtivos con amantes y lugar de infidelidades sin fin. Pero, ¿cómo sabía Lucy de su existencia? Un montón de pensamientos se agolpaban en mi cabeza: ¿sabrá ella más de lo que yo misma sospecho? ¿sabrá que es ahí donde yo me encuentro con Ruby, la esposa del vicepresidente financiero, la hermosísima y rubia Rubby, para dar rienda suelta a nuestros impulsos bisexuales? ¿o será, más bien, que Lucy lo que propone es directamente tener algún tipo de relación conmigo? Oh, la verdad es que no sabía qué pensar. La verdad es que la posibilidad de tener relaciones íntimas con una mujer no es para mí nada extraño, pues aparte de la bellísima Rubby, con quien hago el amor unas dos veces al mes, desde que estaba en el colegio experimenté el amor lésbico, tanto con algunas de mis amigas como con un par de profesoras. Pero siempre había tenido claro que me gustaba el amor de un hombre. Stan me coloca unos cuernos de ciervo cada que puede, pero la verdad es que es estupendo en la cama, y no son pocas las veces que llega jadeando a buscar que acceda a sus requerimientos. Lo cierto es que aún me gusta hacer el amor con mi marido..., lo cual no obsta para que, al igual que él, también yo diversifique mis gustos y caprichos con otros.... y otras....


Hace ya un rato que hemos cruzado la desapercibida puerta del Green Hut que está a la derecha de la autopista, y hemos pasado las espaciosas veredas y jardines antes de llegar a la gran cabaña. He recogido a Lucy en su casa, y el verla de jeans apretados y camiseta ceñida me ha dejado un poco aturdida. Viene, cómo no, con el pelo suelto, como si adivinara cuánto me gusta verla así. Lucy está hoy buenísima, y no más entrar en el coche y estamparme un sonoro beso muy cerca de la boca me han indicado por dónde iban las cosas. Lucy tiene hoy la mirada algo turbia, y su boca está más brillante que nunca, a pesar de que apenas se ha puesto labial. El rostro de Lucy es hermoso, y tiene una piel por la cual yo pagaría lo que me pidiesen para tener una igual. Es una piel de melocotón, un rostro suave cuya belleza hoy me es más notoria.

Ya en la cabaña principal, Lucy me propone que descansemos un poco en el bogaloo que he reservado. El bogaloo es cómodo, íntimo y, sobretodo, ideal para estar con alguien que te guste. Allí, sin mayores preámbulo, Lucy me abraza por detrás, acerca su cara a mi nuca, y me besa lentamente. Me gira decidida, nos miramos un momento, un poco ruborizadas ambas, anhelantes, y ella se anima primero: asoma un poco su rosada, fresca y húmeda lengua, y junta sus labios a los míos. Yo ya siento en ese momento mi corazón desbocado y la sangre explotando en mis zonas sensibles. El beso de Lucy es sublime, suave, reposado y cálido. Yo le correspondo, y empezamos a dejar actuar nuestras lenguas. La lengua de Lucy es sencillamente exquisita. Sus labios son rojos, suaves, perfectos, de aquellos que son un poco pegajosos pero dejan su huella húmeda al besar. Así nos estamos un buen rato, con besos lentos y repetidos en la boca, como en plan exploratorio, a pesar de que ya nos hemos dado un buen intercambio de lenguas. Veo que Lucy quiere hacer todo lentamente, y disfrutar cada momento. Yo la dejaré hacer, y seguiré su ritmo. La verdad es que estoy bastante excitada, y comienzo a besarle todo el rostro, maravillándome ante la perfección de su piel. Nunca he sentido una piel tan suave. La veo cada vez más hermosa, y no puedo evitar decirle cuánto me gusta. Eso la provoca, y me dice, retadora: ¿Ah, sí?, ¿te gusto?. Le digo que sí, y que me gusta mucho. Lucy entonces dice que nos vayamos a la sauna, para que allí nos demostremos cuánto nos gustamos. Yo le acaricio el rostro con mis dos manos, extasiada, y le doy suaves besos en los labios. Mientras tanto, dos notorias erecciones debajo de mi camiseta indican que mis pezones piden guerra, mientras los labios, y no precisamente los de la boca, palpitan en busca de alivio.


Hora de cenar. Desde las tres de la tarde he estado haciendo el amor con Lucy. Nuestra sesión en la sauna nos dejó absolutamente exhaustas. Por primera vez en mi vida tardo más de 45 minutos lamiendo la concha de una mujer. En mi colegio eran mis amiguitas y mis profesoras las que pasaban sus frescas y traviesas lengüitas por mi panochita, dejándome completamente electrizada. Lo mío era más besar, lamerles los senos y acariciarles el cuerpo. Con Lucy noté mis sentidos estallar cuando bajé a su intimidad y me adentré en sus encantos. Nunca había sentido mayor deseo de exprimir hasta el final sus efluvios de amor. Ha sido el mejor postre que he podido degustar hasta ahora. Luego fueron sus senos... oh, my God, qué podría decir sobre los pechos de Lucy que pudiera alcanzar con palabras... son absolutamente perfectos. "Oye, linda, ¿cómo diablos te escogió mi marido, te tomó las medidas, acaso? ¿hizo un casting?" Lucy se rió con la pregunta. Yo le susurraba detrás de ella, estamos acostadas una detrás de otra y yo le acaricio los senos, mientras le susurro morbosidades en los oídos. Me dice que le encanta que le diga cochinadas al oído, y para eso, modestia aparte, no soy una novata. Mis amigas más íntimas me llaman por teléfono sólo para que les encienda la imaginación, y ahora intento desplegar todos los retorcimientos de mi mente con Lucy. Ella continúa muy excitada, y mientras le sobo los pechos yo también siento una especie de agonía. Esta mujer me ha causado mucho placer. Espero seguir hasta que quedemos agotadas, pues por hoy, no quiero terminar aún. Llevamos horas tocándonos pero no estamos aún saciadas.


Llevo más de una semana pensando obsesivamente en Lucy. No me siento ubicada en este mundo al no poder verla. Ha estado demasiado ocupada, y he tenido que imponer ante mi marido una disculpa absurda para que la deje salir mañana, supuestamente a acompañarme a hacer un inventario de papeles financieros en mi oficina. Estoy francamente ansiosa. La visión de sus tetas perfectas me atormenta minuto a minuto. Estoy más hambrienta que nunca de devorarle su chocha, y esta ansiedad me ha hecho que me ponga guarra. Le he pedido que no se bañe ni hoy ni mañana, pues quiero sentirla como una fiera salvaje, su olor de mujer alebrestada. Ella, muy perversa, me ha enviado sus calzoncitos envueltos en una caja primorosa de lujo, diciéndole a mi marido que era un regalo que me habían enviado de otra multinacional. Stan, indiferente a todo, me la trajo como si nada. Yo la abrí y me encontré con esa perla, la cual llevo aspirando como una viciosa desde ayer. No soy adicta a ninguna droga, pero esto ya es lo más similar a un narcótico. Si me masturbo más me voy a pelar los labios de allí abajo, y los necesito en buen estado para el combate sexual de mañana. Tiemblo de sólo ver sus labios. Me estremezco al ver el brillo de su lengua húmeda asomarse y venir hacia mí. Tengo escalofríos al sentir sus dientes perfectos morder mi piel, que es toda suya. Me palpitan los pezones de sólo esperar a que ella me los apriete con sus dedos, picarona. Mañana la devoraré. Reviso contantemente el pene de goma que me amarraré en la cintura para demostrarle lo que es hacer gritar a alguien de gozo. Si reprimo más este deseo no sé qué será de mí. Lucy no es aún mi informante, pero sí es mi amante. La verdad, nunca lo creí en la vida, estoy loca por una mujer: la secretaria de mi marido.

Por: Hinnde Senhte ( morbosete71@terra.com )