Luciana, la mujer de mi Jefe
Eres igual a todos los hombres, me dijo, solo que tu tienes el completo descaro de no solo imaginarlo sino decirlo. Soy la esposa de tu jefe, que además es tu amigo desde hace 5 años, ¿qué crees que haría él si se entera de lo que me vienes a decir, qué crees que pasaría?
Era el solo hecho de navegar por aguas prohibidas, sin amor ni compromiso de por medio, sin remordimientos que afectaran nuestro pensamiento pero con recuerdos que vistieran de filme erótico cualquier escena cotidiana.
¿Te agrada mi propuesta? le pregunté a Luciana, pero ella se sintió ofendida. No quiero más que hacerte sentir que tocas el cielo, continué, sin tapujos ni lamentos, sin que nadie se interponga en nuestro camino ni nadie tenga nunca que conocer detalle.
Eres igual a todos los hombres, me dijo, solo que tu tienes el completo descaro de no solo imaginarlo sino decirlo. Soy la esposa de tu jefe, que además es tu amigo desde hace 5 años, ¿qué crees que haría él si se entera de lo que me vienes a decir, qué crees que pasaría?
Luciana tenía unos 40 años, es madre de 3 hijos pero aun conserva un cuerpo que muchas mujeres de esa edad desearían tener. Y si, es la esposa de mi jefe, y amiga tanto de mi mujer como mía desde hace varios años.
Si me atrevo a decirte esto es porque he visto como me miras desde hace mucho tiempo, como me tratas Luciana, le dije. Y déjame decirte que ese deseo que noto en ti es mutuo, yo también he tenido mil fantasías contigo. Sus ojos se llenaron de fuego en ese momento, tal vez porque descubrió que su deseo oculto ya no estaba tan oculto, asi que se limitó a contestarme que era un desgraciado y un corriente y salió de la oficina para subirse a su coche sin decir otra palabra.
Al día siguiente esperé lo peor, esperé que el dueño de la empresa para la cual trabajábamos tanto Luciana (su esposa) como yo (su amigo) llegara golpeándome en la cara por aquel atrevimiento, pero no fue asi.
Deja de buscar momentos para encontrarte a solas conmigo, me dijo Luciana en voz baja mientras la seguí hasta el zinc para servirme un café junto con ella. ¿Qué quieres entonces?, le pregunté, ¿que cambie las palabras románticas y en vez de decirte que eres hermosa te diga que me excitas? ¿que en vez de decirte que tu cuerpo es un sueño te diga que tu culo me hace tener una puta erección cada que lo imagino desnudo?
Luciana tiró un poco de café cuando sus manos temblaron del coraje. Déjame en paz ya por favor, te lo ruego, me dijo.
No la miré a los ojos los siguientes tres días, por el contrario fijé la mirada en su cuerpo cada vez que pasó frente a mi, en sus voluminosas y seguramente flácidas tetas, en sus torneadas piernas y en su vientre ligeramente abultado por los embarazos pasados, en aquel culo que marcaba ropa interior de abuelita, de esas llamadas matapasiones, pero que a mi lejos de matármela me reafirmaba el deseo de descubrir lo que había debajo de ella.
Deja de mirarme el cuerpo todo el tiempo, vas a causar un problema, me dijo. La miré de reojo y le agradecí que hubiera sido ella quien buscó el momento de estar a solas mientras servía mi café. Lo hice solo para recordarte que te estás metiendo en terreno peligroso, me dijo, no te hagas ilusiones. La vi entonces de frente y le pregunté si le gustaba el hecho de que todo el tiempo la mirara, no los problemas que esto pudiera causar, sino el simple hecho de que un hombre se interesara tanto en ella como para arriesgar su trabajo y su integridad por unos segundos de fantasía mental.
Comencé a tener una ligera erección mientras ella se quedaba pasmada buscando la respuesta en su mente. Mira, le dije, mira lo que causas, mientras bajaba la mirada hacia mi pantalón esperando que ella lo viera también. Los nervios se apoderaron de Luciana, su taza de café comenzó a temblar en sus manos hasta que tuvo que dejarla sobre la tarja, pero sus ojos estuvieron donde tenían que estar durante un largo e incómodo momento.
Pasó una larga semana donde cada día tuvimos un encuentro casual de aquellos. Hubo miradas, frases, coqueteos y sonrisas aisladas, aquello se estaba volviendo ya normal para nosotros y aunque no volvimos a hablar sobre un encuentro real, se notaba que ella ponía cada día más énfasis en su arreglo personal para ir a trabajar.
Me voy al DF a negociar el contrato con la constructora, me dijo Roberto aquella mañana. Sus palabras fueron música para mis oídos, pues sabía que por la escuela de los niños su mujer no podría acompañarlo en aquel viaje.
Suéltame por favor esto ya es demasiado, me dijo con voz temblorosa cuando la tomé de los hombros después de seguirla por el pasillo hasta el site del servidor. ¿Es que no te gusta?, le pregunté. Pero en ese momento no me respondió, se limitó a soltarse de mi suavemente y caminar hacia afuera lentamente. Ambos sabíamos que el día estaba por llegar, con su marido de viaje en unas cuantas horas y tan solo un par de empleados distraídos en la oficina, lo que tanto queríamos tendría que suceder... o al menos eso pensaba yo.
Eran las 11 de la mañana y Luciana no se aparecía por la oficina el día del viaje de Roberto. ¡Maldita sea! esta mujer me la iba a hacer, me iba a jugar chueco y dejarme ahi con las ganas de tenerla. En la primer oportunidad le pregunté a la recepcionista si sabía dónde estaba Luciana, pues necesitaba ver un pendiente con ella, a lo cual me respondió que había avisado que se sentía un poco mal y tal vez no iría a trabajar.
El día fue un infierno para mi, realmente había confiado en mi poder de convencimiento y a cambio me habían dejado como adolescente alborotado. Tiene miedo, pensé, seguramente tiene miedo y por eso no se ha presentado. Perdí casi toda la esperanza, pero ya casi para terminar el día escuché su voz en la planta baja. No lo voy a negar, mientras yo creía haber tenido el control todo este tiempo, el solo hecho de escuchar su voz en ese momento me hizo emocionarme como un niño.
Escuché sus pasos por la escalera y me puse de pie. Ya no había nadie arriba, comencé a sudar. Salí de mi oficina y me quedé en el pasillo mirando fijamente a la escalera, esperándola, esperando ver en sus ojos las intenciones con las que había soñado toparme durante meses, hasta que apareció.
No iba ni siquiera arreglada, al contrario, iba vistiendo un pantalón deportivo y una blusa de lo más común. Buenas tardes Carlos, vengo solo a recoger mi laptop para llevarla a casa, mañana trabajaré desde allá porque no me he sentido bien, me dijo. Me fui detrás de ella como un demonio y me metí en su oficina. ¿Tanto es el miedo que me tienes? le pregunté en voz baja mientras ella empacaba su computadora en la mochila. No voy a permitir que me sigas acosando si mi marido no está aquí, me respondió, y si, si te tengo miedo.
No me tienes miedo a mi, le dije, le tienes miedo a entregarte a tus deseos, a encontrar con alguien más lo que con tu marido no encuentras desde hace mucho, a conocer otro cuerpo, a permitir que ese cuerpo te lleve a tocar el cielo; no te limites Luciana, déjate llevar por tu instinto, hazle caso que él sabe lo que obtendrás si simplemente te quedas aquí 20 minutos más y esperas a que todos se vayan. Se hizo el silencio durante varios segundos, y después, Luciana comenzó a sacar todo de la mochila y sin mirarme, a conectar su laptop en el escritorio.
Fueron los 30 minutos más largos de mi vida hasta que el Ingeniero de Soporte Técnico terminó la llamada y se despidió de nosotros. Habíamos quedado solos, sin nada ni nadie que se metiera en medio de nuestros deseos, asi que bajé como un demonio a ponerle el pasador a la puerta principal de la oficina y aun temblando de los nervios subí las escaleras nuevamente.
Luciana no pudo verme a los ojos cuando entré en su oficina, estaba aterrada. Caminé por detrás de su silla y me acerqué a su oído preguntándole susurrando que cómo quería que fuera, si lento y romántico, o pasional y desenfrenado.
Estoy aquí para vivir algo diferente, me contestó con voz entrecortada, no quiero que me trates como a una noviecita o como me trata mi marido, y es la última vez que te voy a decir esto.
La tomé de los brazos levantándola de su silla lentamente. Por el reflejo de la ventana pude ver su cara, con aquella mirada perdida en el horizonte y seguramente pensando en las consecuencias de aquello. Con fuerza comencé a bajar mis manos por sus brazos acariciando cada centímetro, luego a su cintura y luego a conocer por primera vez aquel par de nalgas que tanto había soñado con un fuerte apretón que me dejó sentirlas a placer.
Suéltame estúpido, me dijo mientras se volteaba rápidamente hasta quedar de frente a mi. Por un momento no entendí, pero después supe cuál era el juego que quería jugar.
Te gusta, no lo niegues, le dije. Me soltó entonces tremenda cachetada que por poco me hace caer contra el librero. Maldita zorra me va a escuchar, pensé mientras me tomaba la mejilla, pero no me permitió decir nada. De pronto se abalanzó sobre mi y tomándome del cabello comenzó a besarme con una desesperación incontrolable, como una adolescente abría y cerraba su boca metiendo la lengua como una inexperta y jadeando de una manera que me dejó helado.
Cuando se separó de mi su mirada era la de otra persona, la desconocí por completo. Comenzó a mirarme de arriba a abajo mientras en voz baja repetía 'no quiero, no quiero'. Pensé entonces qué sería si quisiera, pues jadeando cada vez más duro comenzó a tocarme por todos lados, a abrazarme, a restregar su cuerpo y sus manos por todo mi ser como una fiera que hubiera estado en cautiverio y de pronto fuera libre. Me pellizcó, me acarició, besó mi cuello y arrugó mi ropa hasta que me hizo pensar como haría para salir bien librado de aquello al llegar a casa.
La tomé del cabello y la alejé de mi cuando sentí que mordería mi cuello. Su mirada estaba perdida y sus manos realmente ocupadas, jamás me habían explorado de esa manera por encima de la ropa. Entre jadeos me dijo que me quitara todo, que me quería ver, asi que por mi propio bien me saqué la ropa lo más rápido que pude y la aventé detrás del escritorio.
La forma en que me veía era espectacular, ni en mis mejores tiempos de gimnasio una mujer me había comido asi con la mirada. Apretaba sus puños mientras me barría de pies a cabeza, sin detenerse en ningún área de mi cuerpo continuó viendo mientras llevaba poco a poco su mano derecha a su entrepierna y comenzaba a acariciarla. Mi pene que hasta ese momento permanecía agazapado comenzó a despertar y sus jadeos a intensificarse.
Se dejó caer sobre sus rodillas y sin piedad alguna se metió mi pene en la boca comenzando a lamerlo y succionarlo sin control. Me sacó un par de gritos entre placer y dolor mientras lo hacía y yo intentaba separarla de mi jalando su cabello, hasta que perdí las esperanzas de lograrlo y me dediqué a disfrutar aquel momento.
Mi reflejo en la ventana, desnudo y con la mujer del jefe de rodillas frente a mi dándome placer fue inolvidable. Ella sola decidió levantarse cuando estuve a nada de soltarle la leche en la boca, comenzó a mirarme de pies a cabeza esperando tener la idea del siguiente paso, pero esta vez decidí quitarle el control del la situación.
Sácate la ropa, le dije. Ella pareció no escucharme, asi que la tomé fuertemente de los brazos y le dije que me hiciera caso o se la iba a arrancar yo. Te faltan huevos para hacerlo, me respondió con una mirada retadora. Tal cosa me habían dicho en mi vida, asi que la reacción no fue precisamente la más romántica del mundo.
Comencé a sacudirla tomándola de los brazos mientras repetía que estaba a punto de ver todos los huevos que yo tenía. Ella se resistió de inicio pero su diminuto cuerpo no logró contener la fuerza con la cual la sometía. La puse de espaldas a mi y mientras le sostenía los brazos con mi mano izquierda, bajé la derecha y a jalones le tumbé el pantalón deportivo hasta media pierna. No llevaba ropa interior, la muy zorra seguramente llevaba ya el plan de que aquello sucediera, asi que sin soltarla y mientras ella se quejaba con gemidos comencé a acariciar su culo metiendo mi mano a placer entre sus nalgas y buscando cualquier orificio que me diera acceso a ella.
A pesar de sus esfuerzos encontré su rajita con la mano. Húmeda por demás y ligeramente rasposa en el exterior, como si se hubiera rasurado el vello un par de días atrás. La disfruté un momento y le arranqué dos o tres suspiros ahogados por la resistencia que oponía, luego al sacar mi mano pasé por su cola dejando que mi dedo entrara apenas un poco y logrando que apretara sus nalgas en señal de rechazo y emitiera un ahogado grito de ¡No!.
Comencé entonces a sacarle la playera a estirones. Entendí gracias a sus movimientos que estaba dispuesta a que se la rompiera en el proceso, seguramente por eso había decidido irse vestida con aquella ropa, asi que lo hice. Se quedó con una marca roja en el cuello por el último jalón de la blusa que seguramente le traería problemas con su marido, pero eso no evitó que me permitiera continuar con aquella violencia permitida y arrancarle el bra de un solo jalón.
Un par de enormes tetas cayeron libres por el movimiento, tal vez las tetas naturales más grandes que hubiera visto en mi vida y que a pesar de su flacidez, me llamaron a manosearlas durante un par de minutos mientras Luciana iba poco a poco cediendo la lucha contra su contrincante.
A tumbos terminó de sacarse el pantalón deportivo y los tenis mientras yo continuaba gozando de su cuerpo a mano limpia. De pronto nos encontramos a ambos ahi, en su oficina, desnudos y a punto de cumplir la fantasía que tanto deseamos durante no se qué tanto tiempo. Se hizo el silencio unos segundos y las manos se me tranquilizaron, ella se puso de frente a mi y nos miramos fijamente.
Súbete al escritorio y abre las piernas, le dije. Ella se sonrió, miró hacia el suelo un momento, y luego comenzó a caminar hacia atrás mientras me decía que no sería tan fácil tenerla. Fruncí el ceño mientras ella caminaba de espaldas hacia afuera de su oficina mirándome fijamente. ¿Quieres jugar?, le pregunté, y ella se limitó a salir corriendo por el pasillo de la planta alta.
Como un par de adolescentes en su primera tarde a solas la perseguí mientras ella se escondía detrás de cada escritorio que encontraba. Sus tetas se balanceaban llamándome en cada salto que daba para esconderse de mi mientras se reía como una niña que escapaba de su perro en un infantil juego.
Fuimos por toda la planta alta pasando frente a las cámaras de seguridad de la empresa. Cuando estuve a punto de atraparla varias veces ella me detenía y luego salía corriendo nuevamente. Comenzamos entonces a visitar lugar por lugar, ella puso su desnudo culo sobre cada una de las sillas de los empleados como si fuera a marcar su territorio mientras yo la seguía anonadado de aquel jueguito de persecución, hasta que dejando de correr, comenzó a dirigirse lentamente hacia la única oficina que no habíamos pisado: la de su esposo.
El contoneo de sus nalgas al aire me hicieron tener una erección nuevamente. Agitado por tanto correr la seguí lentamente hasta que entramos en la oficina de Roberto, la cual Luciana vio de arriba a abajo antes de tomar la siguiente decisión. Luego se acercó al escritorio de su marido, tomó el portarretratos con la fotografía donde estaban ellos dos y lo giró de frente a ella, como si quisiera que su marido nos viera, o ver el rostro de su marido mientras algo pasaba. Se sentó luego sobre el escritorio y abrió las piernas de lado a lado invitándome a tomarla.
Me abalancé sobre ella y de un movimiento le encajé mi erecto pene sacándole un tremendo gemido que debió escucharse hasta afuera. Sus manos fueron a mi espalda y a pesar de que el ansia era mucha, respetó mi integridad evitando arañarme y dejar un rastro.
¡Qué sensación! Entré y salí de ella durante lo que me pareció una eternidad mientras sentía sus manos por todo mi cuerpo. La besé, le dije al oído desde cursilerías hasta las más obscenas frases, y ella las tomó todas de buena manera. Se acabó mis nalgas a pellizcos mientras me jalaba hacia ella para que le diera más duro y esbozaba frases que jamás me habían dicho en mi vida. Lo disfrutamos, sin duda alguna ambos dejamos salir estrés, ansia, fantasías y deseos ocultos de años, hasta que al final no pude soportar más y comencé a dejar salir descargas de leche dentro de ella sin poder controlarme. Lo mejor de todo fue que en vez de caer en pánico, ella se dejó llevar por el calor del fluído en su interior y se entregó a un orgasmo que la hizo vibrar y temblar durante mucho más tiempo del que yo esperé.
Salió de su trance sin hablar y sin mirarme a los ojos. Barrió mi cuerpo de arriba a abajo y con los puños cerrados se acercó a mi, me tomó de la cintura y me propinó un beso que hasta el día de hoy me ha dejado pensando, no un beso de agradecimiento, no un beso de placer, sino un beso tan tierno que parecía fuera de lugar completamente con todo lo que había pasado en la última hora. Luego se fue caminando rápidamente, se vistió con el pantalón deportivo y una sudadera que tenía guardada en su oficina y se fue.
Estuve una hora más arreglando todo el desorden que habíamos dejado y buscando en los registros de las cámaras de seguridad para borrar todos los indicios. Al día siguiente, ella llegó a la oficina con un brillo en sus ojos que no le veíamos desde hacía muchísimo tiempo, me sonrió y me dijo: Gracias.