Lucía y su perversa madre. se aman

Sentimientos de amor-odio de madre e hija, que acaban de la mejor manera posible.

Lucía no tenía ningún miedo. Meses atrás, su padre, antes de partir viaje por los mares, le había contado que sólo se tiene miedo de lo desconocido, y le puso el ejemplo de cuando te han de poner una inyección: «Es absurdo empezar a chillar o escaparse, sabes que te la van a poner de todos modos, sabes lo que duele pero también que no te van a quedar secuelas del pinchazo ¿Verdad que a partir de una edad dejaste de hacer el numerito cada vez que te ponían una inyección?» Ahora no la iban a pinchar, pero al menos la zona afectada sería la misma. Dolería, pero ya sabía perfectamente cuanto, era absurdo tener miedo. Buen consejo el de su padre.

De todas maneras se asombraba de su mansedumbre, algo había cambiado recientemente: ahora sabía que si se relajaba iba a gozar más de “lo otro” y que este placer compensaría con creces el dolor físico.

Carmen, su madre —no era su madre biológica sino la segunda esposa de su padre que la había cuidado desde pequeña y siempre se habían tratado de madre he hija— , también se extrañó del cambio en el comportamiento de Lucía. Un mes atrás la hubiera tenido que arrastrar a la habitación para castigarla, pero esta vez todo era obediencia. Pero enseguida intuyó a qué se debía. No solo ella se excitaba dando azotes, la chica también al recibirlos, y últimamente había sido bastante evidente.

Lucía se quedó unos instantes delante de su madre que se había sentado en la cama, con la vista mirándole alternativamente los ojos y el pie derecho que instintivamente se iba quitando y volviendo a introducir en la zapatilla. Entonces se desabrochó los pantalones que le cayeron hasta los tobillos y a continuación se bajó las braguitas. No, no le habían mandado desnudar sus nalgas, y normalmente los castigos no tan graves como el de hoy, los recibía encima del pantalón o al menos del pijama.

Carmen no pudo evitar una leve sonrisa de satisfacción. Era mucho más excitante para ella azotar un culo desnudo, y ver como iba enrojeciendo. Y también pensó con un escalofrío de placer disimulado, en que notaría la vulva de la chica encima de sus piernas. Iba con bata, y se las arregló para que con un leve movimiento, le quedaran las piernas destapadas. Entonces Lucía se tumbó encima de ellas. Notaba su vello púbico contra los muslos. Lentamente, se agachó para tomar su zapatilla, esta ves era una de cuadros, rojos y negros, muy femenina como siempre, con un pequeñísimo pompón rojo en el empeine a modo de adorno mientras la chica que de reojo le miraba el pie, se estremecía.

Lucía se relajó ante el primer azote, siempre le sorprendía el dolor que sentía, más del que luego rememoraba pero aun soportable, ya sabía que luego lo podía compensar, el espasmo del golpe se transformaba rápidamente en una oleada de calor que a medida que penetraba en su cuerpo se convertía en placer y excitación. Otro, y otro, lentamente iban cayendo los azotes, pero cada vez notaba menos el dolor y más la excitación. Estaba deseando masturbarse con todas sus fuerzas, aunque por otra parte le gustaba que el castigo se prolongara, había deducido que cuantos más azotes y más dolor, luego obtendría más placer.

Carmen, también estaba excitadísima, y más, cuando en su muslo empezó a notar la humedad de la vulva de Lucía. Pegó más fuerte y parecía que a la chica no le importaba. Le veía las nalgas cada vez más rojas, empezó a desear azotarlas con la vara, para ver aquellas marcas que apaercían lentamente después de cada azote. Notaba el roce deliberado entre la vulva y sus piernas aprovechando cada espasmo que seguía al azote. Fantaseó entonces en azotarla atada, muy fuerte, para ver unos espasmos todavía mayores. Esto le hizo aumentar todavía más la fuera de los zapatillazos. Finalmente se detuvo después de unos cuantos más de la docena que inicialmente había decidido darle. Ya había habido suficientes, ahora sólo tenía deseos de quedarse sola y masturbarse.

—¡A ver si la próxima vez tienes más memoria! Si no te entran por la cabeza tus obligaciones, te van a entrar por el culo. Y ahora mismo, vete a la cocina y acaba de arreglarlo todo, que no voy a ser yo otra vez la que lo haga.

—No, ahora no —se le escapó a Lucía que tenía previsto algo más inmediato y divertido.

—¡Sí ahora! No te va a llevar más de cinco minutos.

De mala gana, Lucía se subió los pantalones y ostensiblemente enfadada se dirigió a la cocina. Su madre, inmediatamente, cerró la puerta de la habitación con la aldaba y se tendió en la cama.

En menos de dos minutos, un estruendo de cristales rotos proveniente de la cocina, la sacó de su trance y comprendió que el juego de los azotes, por hoy, no había terminado.

—¡No me chilles! Ha sido un accidente sin querer…

—¿Sin querer? Te has marchado llena de rabia y te has puesto a hacer el trabajo a lo bruto ¡Te vas a acordar! —la voz de Carmen reflejaba un enfado fingido, los motivos eran más inconfesables que corregir a su hija— ¡Pasa a la cama! ¡Desnúdate!

Lucía lentamente se volvió a bajar pantalones y braguitas.

—¡Del todo, quítate toda la ropa!

Algo sorprendida por la nueva exigencia, lo hizo. Ya veía que se preparaba un castigo fuerte y por mucha filosofía de su padre, empezó a temblar. Carmen se dirigió al jarro donde había flores secas y cañas y escogió una caña larga y más gruesa que con la que la otra vez había azotado a la chica. Al oír como zumbaba al blandirla comprendió que sería mucho peor.

—¡No madre! ¡Con esto no! no lo voy a poder aguantar…

—¡Sí! Con esto. A las niñas rabiosas les conviene algo que duela rabiosamente.

—¡No! —replicó con voz de terror mientras hacía el gesto como de huir.

Pero Carmen que era ágil y fuerte, la atrapo por un brazo y la echó de bruces en la cama. Lucía pataleaba, no iba a ser fácil azotarla así, y entonces decidió atarla. con la mano libre se quitó el cinturón de la bata y después de una cierta lucha ya estaba enrollando las muñecas de la chica que algo después quedaron amarradas a las barras de la cabecera. Luego, y fue más fácil, vinieron los dos pies que quedaron atados bien separados a los pies de la cama.

Carmen iba a hacer realidad la fantasía de unos minutos antes. Blandiendo antes al aire un par de veces la vara, descargó el primer azote en medio del culo, ya rojo por la zapatilla. La marca tardo unos segundos en aparecer, mientras el alarido de la chica casi la ensordecía… Ciertamente era peor que con la caña más fina de la otra vez. A pesar de estar atada Lucía botaba y botaba agitándose el máximo que le permitían sus ligaduras.

Los azotes continuaron hasta el número doce. La mente de Lucía ya no sabía como contrarrestar el dolor, los zapatillazos eran casi caricias comparados con aquello, ahora el dolor no se amortiguaba antes de recibir el siguiente azote, sino que se sumaba al de los anteriores. Con las manos atadas no podía responder al reflejo de, al menos, poderse fregar la piel para mitigar algo el dolor. De todas maneras, aquel deseo sexual interno, no se apaciguaba sino todo lo contrario.

—¿Ya está? —preguntó Lucía en medio de sollozos al ver que no venían más— Por favor, desátame que me duele mucho, y me pica, me quiero masajear un poco ¡Por favor!

—No. Esto es solo la media parte —respondió Carmen con el corazón a cien por hora de lo excitada que estaba— No te voy a desatar, ya te daré yo un poco de masaje.

Y se sentó a su lado y le empezó a acariciar las nalgas. Las notaba calientes y con bultos allá donde la caña había impactado, pero para Lucía la sensación era muy agradable, el alivio enorme. Y “lo otro”, pues empezaba a excitarse todavía más. Carmen se detuvo dispuesta a reanudar el castigo.

—No, mamá, un poco más…

Carmen, accedió y durante un par de minutos más volvió a amasar las nalgas de su hijastra. Se dio cuenta de que la estaba deseando, pero el castigo había de continuar.

La segunda docena no fue tan fuerte aunque Lucía volvió a chillar ya a llorar, quedaban pocos trozos de piel que no estuvieran ya cubiertos por una línea roja, que en algunos lugares, especialmente donde coincidían dos, se estaban volviendo moradas.

Justo al terminar, y sin desatarla, las manos de Carmen volvieron al la piel castigada. Lentamente Lucía dejó de llorar, ahora se estaba relajando y gozando de algo que antes no había conocido, las caricias de otra persona en una zona tan sensible.

—Te voy a poner crema hidratante, así se te pasará antes la escozor…

—Sí, por favor —contestó Lucía con un tono absolutamente amistoso

La crema se extendió por toda la piel enrojecida y ahora las manos de Carmen al deslizar suavemente, hacían que su masaje fiera mucho más agradable. Un masaje que se extendía un poco a zonas no castigadas de los muslos o la parte alta del culo.

—¿Ya está? ¿O quieres más? —tanteó Carmen.

—Más —fue la respuesta lacónica de su hijastra.

Lucía durante el masaje se empezó a refregar la vulva contra la colcha. Ahora ya era evidente para Carmen que decidió pasar al siguiente paso de su estrategia, en sus movimientos de masaje, los pulgares empezaron a entrar hasta el fondo de la raja entre las dos nalgas. Cuando pasaban por ahí, Lucía se estremecía y se le escapaba un suspiro de placer.

—¿Quieres un poco más abajo? —preguntó algo ambiguamente.

—Sí, sí.

Y los pulgares, a cada círculo que hacían las manos, pasaban ahora por encima del ano y un poco más abajo. Los signos de placer aumentaban

—¿Más?

—Sí, más abajo…

La manos de Carmen estaban planas encima de las nalgas de Lucía describiendo círculos,  ahora los dedos pulgares, a cada vuelta le empezaron a tocar la parte baja de la vulva, este movimiento se mantuvo nos minutos con evidentes signos de placer por parte de Lucía.

—¿Quieres que siga por aquí?

—Sí —fue otra vez la respuesta instantánea de Lucía.

La mano derecha abandonó la nalga de la chica, en inmediatamente penetro por debajo entre las dos piernas. La palma plana empezó a acariciar la vulva de Lucía que empezaba a retorcerse de gusto.

Pronto, los dedos, empezaron a buscar las partes cada vez más sensibles, hasta acabar en el clítoris que entre el flujo y la crema hidratante de las manos estaba muy resbaloso. Carmen bajó la cabeza y besó con ternura el coño de la niña de sus ojos.

En un par de minutos Lucía llegó al orgasmo, un orgasmo distinto a todos los que se había proporcionado en solitario, un orgasmo que ante la persistencia del movimiento de los dedos de su madrastra iba rebotando incontroladamente hasta que ya no pudo más.

—¡Para! ¡Para! Que ya no lo aguanto…

Carmen no dijo nada, retiró las manos y la desató, empezando por los pies. A continuación y con suavidad la puso de pié, y la abrazó. Lucía todavía estaba desnuda, ella había conseguido, mientras azotaba a Lucía, no llevar nada debajo de la bata que al quitarse el cinturón se le había abierto del todo.

Se besaron como siempre hasta aquel momento en las mejillas, pero sin saber de cual de las dos había sido la iniciativa del movimiento, las bocas se encontraron pronto la una encima de la otra. Las manos de Carmen, continuaban acariciando las nalgas de Lucía, las de esta, se metieron por dentro de la bata y fueron a parar a las nalgas de Carmen, las primera que tocaba en su vida. Las horas siguientes fueron bestiales.