Lucía y Mario

Un regalo al volver de la oficina

  • Hola, qué haces?
  • Intento trabajar. Pasa algo?
  • Nada, no te preocupes.

Estás muy liado? * Bueno un poco, lo normal

Qué tal tu tarde de compras? * De lo que buscaba nada pero he comprado una cosa para los dos. * Para los dos?? Compraste los billetes para París? * Jajaja frío, frío… * Tú y tu maldita manía de dejarme siempre a medias. Dímelo anda! – (En tono cariñoso). * No seas impaciente. Cuando llegues a casa lo sabrás. * No vas a darme una mísera pista? * Sin pistas. Creo que te va a gustar. * Lucíaaa! Acabo de llegar. Dónde te metes??

(Silencio) * Vaya, parece que estás en plan misterioso... – Comenta Mario-.

Va recorriendo la casa, tan sólo se oye de fondo una música suave y apagada.

Llega al dormitorio principal, la puerta está entreabierta y un par de velas aromáticas en una de las mesillas son la única iluminación. Huele a algo que no sabe distinguir pero su olfato reconoce una mezcla de especias y esencias lejanas, exóticas. La cama está abierta y sobre las sábanas inmaculadas y tersas hay esparcidos algunos pétalos. * Hola Amor. –Susurra muy, muy bajito Lucía-.

Lo espera de pie, colocada casi detrás de la puerta. El pelo rubio y rizado cae sobre su hombro izquierdo y apenas se percibe el maquillaje. Huele al perfume suave y floral que sabe es el preferido de él. Sólo lleva puesta una braguita color burdeos y unas sandalias de tacón. * Estás preciosa… Increíble!

Esta era la sorpresa? * No, no, no… El regalo te lo tendrás que ganar. * Mírala! Serás… -Sonríe mientras observa la mirada insinuante de ella-.

Lucía ha metido las manos bajo los hombros de su americana y deja caer la chaqueta al suelo. Deshace con lentitud el nudo de la corbata y comienza a desabotonarle la camisa. Con mimo le quita los mocasines y los calcetines. * Sigues bien Cariño? – Lucía susurra suavemente casi ronroneando con tono ingenuo-. * Tú qué crees? Quién podría estar mal ahora? -Bromea él-.

La ropa de Mario va quedando amontonada en el suelo. Lucía le afloja el cinturón y desabrocha los botones del pantalón. Mientras lo hace no deja de mirarle a los ojos. Tiene la mirada inocente y provocativa que tanto le excita. Sus dedos dulces rozan la piel ajena evitando el contacto con su sexo. * Te ayudo? * Eh, quietecito, sé hacerlo sola.

Sí, sí, parece que te gusta… -Afirma divertida-.

Mario se vence sobre ella y la besa despacio. Apenas posa sus labios sobre el carmín casi inapreciable. Un beso leve, casi un saludo.

Lucía acaba de despojarle de sus pantalones y marca con su mano el volumen del sexo hinchado y anhelante. Se arrodilla frente a él y sin quitarle la ropa interior recorre con mimo su superficie con la lengua. Moja la tela y esa humedad traspasada endurece aún más su verga.

Mario la toma suavemente de los hombros hasta ponerla de pie frente a él. La abraza y se llena de su calidez, de su olor, de la seda que trasmite. Se miran y sonríen. Mario nota el roce de sus pezones y el tacto del vientre suave y dorado. Las manos de Lucía se mueven ágil y decididas para bajar el bóxer. Como un resorte liberado su polla se acuna en el vientre femenino. * Ven… -musita tranquila Lucía tomándole de la mano y conduciéndole a la cama-.

Penumbra en la habitación solamente alterada por el quiebro anaranjado del reflejo de las velas. Baile impredecible que se proyecta en la pared.

Mario se deja llevar, ha decido capitular y disfrutar cada segundo del encuentro inesperado. Está tumbado boca arriba. Ella coloca un par de almohadas bajo su cabeza para que se encuentre más cómodo. Sonríe, le mira y le gusta lo que ve. Después de quitarse la braguita y las sandalias se tumba sobre él sin dar opciones, se besan como si no existiera un mañana, se exploran, se aman. Besos in crescendo, cada vez más sentidos, cada vez más profundos. Agarrados de las manos, aferrados entre si.

Se incorpora Lucía y toma un cuenco de madera que hay junto a la cama que había pasado desapercibido a Mario. A horcajadas sobre él vierte sobre su torso un líquido gelatinoso templado y muy suave. Coge un poco más y lo vierte sobre su pecho. Resbala lentamente por su piel etérea hasta hacerla brillar. * Eres maravillosa. * Y tú un salido adorable. Sabía que te encantaría.

Con lentitud tropical lo masajea utilizando todas las partes de su cuerpo, parece un pez recién salido del agua deslizándose sobre él. Los muslos, el pecho, los brazos, los pies… Ambos relucientes, lubricados y lúbricos, recubiertos con la película que les convierte en uno solo. Lucía cierra los ojos y logra que cada poro encuentre su homónimo masculino. Su vulva brillante y abierta se adapta a la geografía masculina hasta encontrar el vástago al que acoge húmeda y complacida. Él la sujeta de la cintura mientras ella se yergue imponente, plena, hermosa. Comienza a moverse primero con suavidad para ir aumentando la frecuencia, adentrándose cada vez más en él. Sus caderas avanzan y retroceden intercalando movimientos suavemente giratorios que hacen que Mario se acompase con ella, que la mire con lujuria, que se la coma con la mirada. Lo cabalga, lo disfruta y ese gozo sin ganas de ser contenido ni disimulado se refleja en su cara, en ese morderse los labios, en sus párpados cerrados, en las manos que lo buscan, que necesitan trenzarse con las de él. Lucía gime sordamente, rumor casi  imperceptible preludio de su cénit. Mario intenta marcar el ritmo pero ella se inclina y se coloca muy pegada a él, casi encogida, haciendo que el sexo de Mario entre y salga casi por completo de ella para retomar el compás una y otra vez. Se sumerge en un océano común que la hace temblar, latir, gemir, vibrar… Mario estalla y casi brama, se contrae, la atrae hacia si, la besa, la abraza, la muerde, la adora. Alborozo de los sentidos.