Lucía y la esclavitud 1
Mientra sirve a su dueño, Lucía recuerda como se inció su camino en la esclavitud
La luz de una solitaria farola aún se filtraba a través de los pequeños agujeros de la persiana bajada. Quedaban varias horas para que el sol se enseñoreara del cielo, pero la jornada de trabajo y servicio de Lucía estaba a punto de comenzar.
Agazapada en el suelo junto al lecho de su propietario esperaba que en el reloj figurara la hora indicada para despertar a hombre que había convertido su vida en una constante demostración de sumisión. Que la había transformado en un juguete sexual servil y complaciente.
Cuando dieran las seis de la madrugada ella se encaramaría a lo alto de aquella cama y comenzaría a prestar su servicio de despertador. Una lenta y suave mamada serviría para despertar a su señor. Un masaje en los huevos con la lengua y los labios y luego, si el quería, una buen rato devorando esa verga inmensa y casi permanentemente erecta hasta que el amo se sintiera complacido. Era posible que no se corriera, casi nunca lo hacía por la mañana, pero no podía contar con ello. Era el amo el que decidía. Siempre era su dueño el que lo hacía. Ella estaba exclusivamente allí sólo para servirle.
Al principio, cuando comenzó su recorrido de esclavitud y complacencia, los gustos del amo a la hora de despertarse le habían costado más de un disgusto. Ella siempre había dormido mucho y había dejado que fuera la luz del sol la que la despertara.
Ahora, tras un año de servicio, disponía de una especie de despertador interior que la permitía abrir los ojos siempre media hora antes de la hora en la que su dueño y señor la requería. Así tenía tiempo para prepararse. Tiempo para pensar. Algo que no le gustaba mucho a aquel hombre que pretendía que ella y sus compañeras utilizaran solo el cuerpo para servirle.
Automáticamente rectificó el pensamiento. Aquel hombre que las sometía quería que también utilizaran la mente, pero solo para pensar la mejor manera de servirle, de humillarse ante él, de ganar el derecho a sus recompensas. Ella se esforzaba por conseguirlas, por lograr que el amo la follara y la permitiera disfrutar durante la follada. Por ser la mejor.
¿Cómo era posible que lo hubiera logrado en tan poco tiempo? ¿Cómo era posible que lo hubiera logrado desde el primer día?
Lucía volvió a mirar el reloj. Quedaban apenas diez minutos para el primer servicio del día. Las seis de la mañana.
Hubo otro tiempo, mucho antes de servir a su amo. Mucho antes de encontrar un placer prohibido en arrastrase ante él y suplicarle que consintiera en penetrarla con su insaciable tranca, en el que también debía levantarse a las seis de la mañana...
Casa de Lucía (Barcelona), unos años antes ....
- Tienes que levantarte, perezosa –la voz era casi un susurro y sintió como mano le acariciaba la espalada- Tienes que ir al colegio y antes hay que ducharse
Lucía se revolvió entre las sabanas e intentó seguir durmiendo. Un instante después comprendió su error y se enderezó, pero ya era demasiado tarde. La mano restalló contra su desnudo culo. Un culo joven y firme como correspondía a una joven de dieciocho años. Sintió el calor en el glúteo y se enderezó.
- ¡Levántate! –dijo su madre con un tono ahora firme y casi cruel- Tienes que ir a clase. Estoy pagando un motón en ese colegio privado y no vas a ser tu la que desaproveche la oportunidad que te estoy dando. ¡Corriendo al baño!
Lucía se levantó en un solo movimiento, sonrió a su madre y se encaminó hacia el baño. Pese a lo temprano de la hora, la casa bullía de actividad. Pasó delante del cuarto de su hermano y este, ya vestido y preparado le sonrió con una mirada cómplice. Abajo escuchaba los ruidos de Javier, el novio de su madre, vistiéndose también en el cuarto de matrimonio.
Su madre vivía desde hacía un par de años con Javier, desde unos meses después de que el padre de Lucía y Pedro, su hermano, se hubiera largado dejándoles solos. Era un tipo simpático, al menos exteriormente. Era policía.
Lucía llegó al baño. No se había molestado en vestirse. Su madre insistía en que durmiese desnuda porque según ella así tardaba menos tiempo en levantarse por las mañanas. Abrió el grifo de la ducha y, sin esperar a que la temperatura del agua ascendiera se colocó bajo el chorro.
Los primeros instantes de agua fría sirvieron para despertarla completamente. El agua ya se había calentado cuando escucho la voz de su madre al otro lado de la mampara.
- Estas tardando un motón, Lucía – le dijo. La suavidad había vuelto a su voz- Hazme sitio que me ducho contigo y así ahorramos tiempo.
- Como quieras, mamá –Lucía se apartó mientras su madre entraba en la bañera. La joven se preparó para el ritual. Al parecer esa mañana su madre no había conseguido “duchar” a Pedro.
Marta, la madre de Lucía, tenía 35 años y su cuerpo era casi espectacular. Tenía las formas típicas de las matronas latinas. Unas caderas amplias y unos pechos voluminosos pero aún firmes. Su culo era redondo y apetecible y una larga melena castaña caía sobre sus hombros.
- Frótame la espalada, hija .dijo la madre mientras sedaba la vuelta- Lucía utilizó su propia esponja para enjabonar a su madre.
Llegó hasta el culo y lo frotó con fruición, la mujer se contorsionó y dejó escapar un pequeño gemido de placer. Lucía quiso apartar la mano pero Marta ya había abierto sus largas piernas, señal inequívoca de que no iba a permitir que la ducha no fuera completa.
La joven introdujo la esponja entre las piernas de la mujer y comenzó a frotar suavemente. La mujer se contrajo de justo y alargó los brazos para apoyarse en la pared y poder abrir mas las piernas. Lucía prosiguió con su trabajo. Con la otra mano acarició uno de los pechos de su madre, que lo agradeció con un suspiro. La espuma del jabón se hizo de repente más acuosa y Lucía comprendió que los jugos de su madre comenzaban a mezclarse con el jabón. Intentó apartar la mano.
Cuando lo hizo, Marta se giró enfrentándola con los ojos llenos de rabia.
- ¡No puedes privar a tu madre de su placer! –le gritó al tiempo que sujetaba con fuerza una de las firmes tetas de Lucía- Me debes un respeto. Lucía volvió a aplicar su mano a la entrepierna de Marta para tranquilizarla, pero la ira de ella ya se había desatado.
- ¡Yo hago todo por ti! –continuo mientras apretaba su coño contra la mano de Lucía- ¿Y tu tienes problemas para concederme un pequeño capricho? –La mano de Marta sujetó por la nuca a Marta y comenzó a hacer fuerza hacia abajo. La joven se puso de rodillas y sintió el bello del coño de Marta rozándole contra la cara. Sabía lo único que aplacaría a su madre. Un “aseo” completo.
Comenzó a besar a Marta alrededor de la vagina y en la parte alta de los muslos. Ella pareció tranquilizarse y le sujetó la cabeza con ambas manos.
- Eres mucho más buena conmigo que tu hermano.
- Si mamá –respondió Lucía entre beso y beso-
- Él ahora es más fuerte –los dedos de Marta se engarfiaron alrededor del pelo de Lucía, como si el solo recuerdo del nombre de Pedro la excitara más que todas las forzadas atenciones de su hija.- Por eso se niega ayudar a su pobre madre a ser un poco más feliz.
Lucía seguía besuqueando la entrepierna de su madre, intentando retrasar el momento en el que tuviera que aplicar su lengua a los ya chorreantes labios vaginales de su madre.
- Yo sólo pido algo de placer, algo de respeto- Marta empujó la cabeza de su hija hacia si. Era una señal inequívoca de que había llegado el momento de darla un placer completo- Algo de descanso después de estar todo el día con ese...
- ¿Ese Que?
La voz de Javier llegó fuerte y masculina desde la puerta del cuarto de baño. Lucía apartó la cabeza de la entrepierna de su madre. Esta casi ni se dio cuenta. Ya estaba intentando salir de la ducha.
Lucía asomó el rostro por la rendija que en la mampara de la ducha había dejado Marta al salir del baño. La escena que presenció no le sorprendió lo más mínimo. Era el pan nuestro de cada día.
Javier se encontraba en la puerta, con el rostro demudado por una mueca de desdén y crispación. Vestía el uniforme completo de policía y en su costado colgaba el arma reglamentaria.
Marta se acercó a él chorreando agua y comenzó a acariciarle el rostro. Mientras le manoseaba se contorsionaba frente a él como una serpiente. Movía las caderas hacia delante intentando frotar su húmedo coño contra la entrepierna de él.
- ¡Apártate mujer! –le espetó Javier, empujándola y haciéndola caer al suelo. Marta se incorporó pero permaneció a cuatro patas. Se sujetó a la pierna de Javier y comenzó a besar y lamer sus zapatos
- Lo hago por ti –dijo besando el calzado del hombre- Sólo por ti. Tengo que enseñarla, mi hombre. Así, cuando tu quieras tendrás a tu disposición a dos hembras dispuestas –Marta ascendía con la mano por la pierna del hombre. Sus mano se colocó bajo el paquete de Javier- Esta maravillosa tranca tendrá dos perras a su servicio.
Lucía contempló el rostro de Javier. Sus miradas se cruzaron por instante. Javier era el policía que se había encargado de investigar la misteriosa desaparición del marido de Marta y en su investigación había descubierto muchas cosas... No todas ellas referentes al desaparecido.
La madre de Lucía había puesto sus encantos a trabajar –algo que sabía hacer muy bien- y había conseguido engatusar a Javier hasta seducirle. Al principio Lucía le había odiado creyendo que un chantaje suyo había arrastrado a su madre a esa posición de absoluta sumisión en la que él la disfrutaba sin ningún reparo. Ahora ya no estaba tan segura.
Javier sometía a su madre a todo tipo de humillaciones y la utilizaba sexualmente a capricho, pero siempre se había negado a incluirla a ella o a su hermano en esos juegos. Lucía, viendo a su madre arrastrarse a cuatro patas, completamente desnuda tras el hombre, no estaba tan segura de quien había conseguido imponer sus gustos.
- No puedes dejar a tu perra así, mi hombre –se quejaba Marta arrastrándose tras el hombre que reculaba para evitar su contacto- La pequeña puta me ha puesto a cien. Si no le dejas terminar el trabajo, hazme algo para que pueda tener algo de placer.
- Te he dicho que dejes en paz a los niños, mujer –le dijo Javier mirando hacia abajo- No les metas en lo nuestro. A Lucía la pareció que Javier decía “lo nuestro” con un deje amargo en la voz.
El hombre se detuvo en su recular y Marta aprovechó para lanzarse de nuevo sobre él. Se sentó a horcajadas sobre su zapato y comenzó a frotarse encima de él.
- Lo que tu digas, mi dueño –dijo mientras deslizaba su húmedo coño sobre el zapato del hombre. Moviendo las caderas adelante y atrás- Tendrás a la perrita para ti sólo cuando quieras, podrás domarla y adiestrarla a tu gusto...
La mujer se interrumpió y exhaló un suspiro de sorpresa. Lucía vio relucir el metal de la pistola justo en el momento en el que Javier la desenfundó. Se contrajo preparándose para lo peor. El hombre apoyó el cañón sobre la sien de Marta.
- Debería matarte- dijo con la voz quebrada- pero el cañón comenzó a deslizarse hacia los pechos de la mujer. Esta lo sujetó uniendo las tetas en el centro después de usar las manos para alzarlas. Comenzó a lamer el metal.
- Si eso el que quieres hacer con tu perra, hazlo –dijo ella subiendo la lengua por el cañón del arma – pero estoy muy caliente, ansiosa de servir a tu maravillosa tranca. Fóllame, por favor, o al menos encúlame para que pueda sentir a mi dueña dentro de mi. Quiero servirte –no dejaba de menearse sobre el zapato del hombre y de masajear la pistola con sus tetas.
Lucía se dio cuenta de que se habían olvidado de ella y permaneció dentro de la ducha. Javier agarró del pelo a Marta y la hizo alzarse. Ella lo hizo con un pequeño grito mitad dolor y mitad placer.
Javier la obligó a girarse y ella apoyó las manos sobre el lavabo. Se abrió de piernas al instante.
Javier comenzó a acariciar el magnifico trasero que Marta le presentaba con la punta del cañón de la pistola
- ¿Tan ansiosa estás de dar placer a tu dueño? –la sonrisa que surcó su rostro hizo cambiar completamente su expresión a los ojos de Lucía. De nuevo Marta le había llevado a su terreno. Al fin y al cabo, pensó Lucía, ¿qué hombre podría resistir la tentación de utilizar a capricho un cuerpo como el de su madre, que se ofrecía plenamente con total sumisión.
- Siempre estoy dispuesta para servirte, mi macho – dijo Marta al tiempo que daba un respingo, al sentir el frío metal de la pistola introducirse entre sus glúteos y rozar su ano - ¿Me meterás tu arma por el culo, amo?
- Utilizaré tu culo como se me antoje porque es mío y lo tienes para hacerme disfrutar –contestó Javier apretando un poco más el arma contra el ano de su servidora, que se contorsionaba. No tengo porque anunciarte mis intenciones ni porque informarte. Simplemente hará contigo lo que me plazca.
- Si mi amo –respondió Marta en un susurro-
Javier abandonó su inspección y se retiró un poco. Marta reculo hasta volver a sentir su paquete. Luego movió uno de los brazos hacia atrás hasta que encontró a tientas la cremallera del pantalón y la bajó. Sacó el bálano de Javier, que a esas alturas estaba absolutamente enhiesto y pulsante y comenzó a masajearlo.
- Esta es la pistola que quieres, ¿verdad, perra?
- Si, mi amo
- Pídemelo
- Fóllame, por favor, mi amo
- Suplica por ella –insistió Javier-
- Os lo suplico, metémela por cualquier agujero de mi cuerpo, permite a tu esclava sentir como su amo está dentro de ella.
Javier enculó a Marta de un solo golpe y empujó con brutalidad. Ella aceptó el empellón y utilizó la mano que había quedado libre para sujetar los huevos del hombre. Al principio el arremetió salvajemente. Pero de pronto se detuvo.
- Sigue, por favor –suspiró marta-
- ¿Crees que puedes darme ordenes? –Javier sonreía como poseído. La pistola acariciaba la espalda de la mujer y ocasionalmente, sin violencia, se descargaba sobre una de sus maravillosas cachas- ¡deja de pedir y haz tu trabajo!
Marta comenzó a menearse adelante y atrás para encularse ella misma. Javier adelantó la mano que estaba libre de la pistola y estrujó una de las redondas y abultadas tetas de su esclava. Marta mantenía el ritmo y gemía de placer cada vez que la gruesa verga de Javier se alojaba plenamente en su ano. El hombre había cerrado los ojos y disfrutaba plenamente del servicio. La pistola golpeaba con suavidad alternativamente ambas cachas. Marta seguía con su esfuerzo para que al su amo disfrutara. Su mano seguía estrujando los cojones de Javier.
- Eres tan puta que tienes el culo demasiado abierto –dijo Javier abriendo los ojos y mirando directamente a Lucía. A lo mejor me empiezo a tirar a tu niña para disfrutar un poco cuando me meta en el culo de una perra.
- No, mi amo –en la voz de Marta había verdadero pánico. Lucía sabia que no era miedo a que Javier la usara, sino a quejara de utilizarla a ella como esclava para su placer- Yo sabré serviros y daros placer. Mi culo os será útil
Mientras decía esto Marta dejó de apoyarse en el lavabo con la mano. Se arriesgo a despertar más iras de su amo al abandonar el masaje de sus huevos que tan de su agrado era. Pero apoyada sobre el esternón en el lavabo sujetó sus cachas con amabas manos y las apretó fuertemente contra la verga de Javier.
Este comenzó a sentir el roce de las mismas cada vez que salía del ano de su servil juguete y finalmente encontró la excitación necesaria para culminar su corrida. Sujetó a Marta por la melena y la obligó a moverse al ritmo que le marcaba con los tirones de pelo, como si de una yegua y unas bridas se trataran.
- Vas a recibirme, perra –anunció sacando la polla del culo de Marta – prepárate.
Marta giró en redondo y se arrodillo para recibir la corrida de su amo. Abrió la boca, pero cuando este no le introdujo el bálano en la garganta, junto sus pechos con las manos y las alzó.
- Te has portado mal –dijo Javier mientras empezaba a correrse- No te dejaré saborear a tu dueña-
- Como deseéis –respondió Marta, recibiendo el semen entre las tetas y comenzando a lamerl0 y tragarlo en ese mismo momento- Siempre es un privilegio degustar su semen.
Lucía había contemplado la escena y se sorprendió de no sentir repugnancia. Ni siquiera pena por su madre. Si alguien le inspiraba un sentimiento positivo era Javier. Era fuerte y capaz de hacer su voluntad con su madre. Pero aún así los protegía ¿serían las dos caras del mismo poder? ¿Sería una especie de restricción auto impuesta de alguien que se comportaba normalmente sin restricción ninguna?. Se apoyó en la mampara y un crujido hizo a Javier y Marta de nuevo conscientes de su presencia. Javier la miró. De nuevo su expresión había cambiado. Su rostro mostraba algo raro, una especie de complicidad. ¿algo de vergüenza?. Sin hablar dejo que Marta recogiera su verga con adoración y tras limpiarla con las manos –su amo le había prohibido usar la boca como castigo- la volviera a introducir en el pantalón. Se dio media vuelta, enfundó la pistola en un solo movimiento y abandonó el cuarto de baño.
Lucía miró a su madre. Esta le devolvió la mirada, satisfecha y enardecida a la vez.
- Date prisa –le dijo todavía con el semen de Javier en torno a los pechos y a los labios- Llegarás tarde a clase.
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