Lucia y el equipo de ginecólogos
Relato basado en hechos reales. Un estraño tratamiento ginecológico para una hembra en celo. No aconsejado para hombres o mujeres celosos.
LUCIA Y EL EQUIPO DE GINECÓLOGOS
NOTA PREVIA:
El relato que va a leer es ficticio, con morbo añadido, pero basado en un hecho real, tan auténtico como la Lucía de la historia, la morenaza existe y ese es su auténtico nombre. Ella conoce el escrito y me autoriza, pues soy su marido.
Mi mujer: Lucía, educada, de buena familia, morenaza, ojos negros, alta, físicamente tipo más latino que europeo, el denominado: guitarra ( pecho abundante, cintura estrecha y cadera amplia) es de las que normalmente gustan a los hombres, y a mí, que tanto admiro a la mujer latina, igual que a sus hombres-hombres.
Estamos casados hace cinco años, no tenemos hijos, y vivimos de mi trabajo de forma un tanto desahogada, en una pequeña ciudad, mientras ella se dedica a la casa.
Este verano, Lucía me pidió, algo que yo no había hecho nunca, pues es una cuestión que nunca me ha gustado, acompañarla al médico, tenía que ir al ginecólogo a la revisión anual, y su médico de toda la vida se había jubilado, ahora había otro Doctor nuevo que tenía una Clínica a las afueras de la ciudad, un chalet muy grande y un poco solitario.
Reconozco que ella es muy miedosa, y entre el médico nuevo, y el lugar, me comentó que si no la acompañaba no iba, por lo que al final accedí al tierno chantaje.
Se arregló como hacen muchas mujeres cuando acuden al médico, cien veces lavadas y perfumadas, con especial atención al conejito, afeitado del cuello hasta los pies ni un solo pelo, ropa interior blanca de algodón, el corpiño y la pantaleta discreta, falda en lugar pantalón, más cómoda para despojarse de ella, una blusa de color crema, tacón bajo y sin medias, en resumen muy discreta como si fuera una niña de Colegio.
Al final, pedimos hora, y efectivamente el sitio muy bonito, pero un tanto diferente a las consultas tradicionales, normalmente en un despacho de un edificio comercial,
Por la placa de la entrada, observamos que se trataba de dos especialistas en ginecología, en un precioso chalet de dos plantas, solitario y con unos amplísimos jardines.
Nos abrió la puerta una enfermera mayor y pasamos a una enorme sala de espera, donde había algunas mujeres esperando.
Después de un buen rato nos tocó la vez, pasamos al despacho, muy amplio y bien decorado, y nos atendió el Dr. Gonzalez de mediana edad, elegante y muy serio, quiso hacer la ficha de primera visita con todos los datos de mi mujer y me llamó la atención el comentario, que prefería que en las visitas al ginecólogo las mujeres fueran acompañadas de sus maridos, en la sala de espera no había ninguno, pero de momento no le concedí más importancia, sólo que noté que a Lucía, a quien lógicamente conozco bien, le había agradado el comentario.
Prosiguió con las preguntas de rigor sobre enfermedades, antecedentes y
pasó a una parte más íntima, sobre nuestras relaciones sexuales.
Intervine para decir que ella era muy ardiente y fogosa y que a veces yo pensaba que era demasiado mujer para mí, que creía no llegaba a complacerla, a lo que el doctor sonrió abiertamente, ella bajó los ojos me pareció que se ruborizaba, y nos comentó que era una dolencia muy habitual hoy en día, que producía en la mujer fatiga, mal humor, nervios, irritación. . . . y angustia en el marido, efectivamente nos había hecho en unos segundos un retrato perfecto de nuestra situación, me alegre de haber acudido.
Y continuó diciendo, todas esas dolencias hoy se pueden solucionar.
Noté que extrañamente el doctor, se dirigía mucho más a mi que a mi mujer, pero mi primer aviso fue cuando la mandó cambiarse y ponerse una bata, observé que miraba sus curvas latinas de forma más humana que científica.
Incluso cuando se giró, observé como clavaba sus ojos en su ancho y generoso culo, lo cual lógicamente me excitó, a la vez que me dio a entender lo que empezaba a intuir.
En lugar de ponerme serio por el repaso que había dado a mi esposa, sonreí lo que el doctor quiso interpretar como inicio de complicidad por mi parte o al menos de no poner objeciones o dificultades al proyecto.
Mandó a Lucía esperar en otra salita, mientras que el doctor aprovechó para preguntarme, eso sí con toda la amabilidad y delicadeza del mundo, si le daba autorización a él y a su otro compañero, a realizar un examen más profundo y unas pruebas prácticas, a mi mujer, dado el resultado del cuestionario sobre los problemas sexuales entre nosotros, le comenté que no tenía el menor inconveniente, mi respuesta le debió agradar tanto que a partir de este momento todo fue más fácil.
Le comenté, que el problema era que encontraba a mi mujer excesivamente nerviosa, a lo que me respondió que eso tenía solución inmediata, que con el nuevo tratamiento, la dejarían completamente sedada y dispuesta. . . no sabía para qué.
Al darle mi conformidad , indagó si no tenía prisa, y si yo quería estar presente en el examen, con mi afirmación, el tono cambió por completo, pensé que acababa de ser su cómplice, y de muy buen agrado.
Me indicó, que deberíamos esperar a terminar la consulta de ambos doctores, que durante el examen permanecería en una habitación contigua con una mirilla disimulada detrás de un cuadro.
Y por otro lado, me informó que la exploración y pruebas siempre llevaban bastante tiempo, normalmente toda una noche.
Por último me hizo saber, que por su experiencia, una mujer como la mía, precisaría de un tercer doctor, al que iban a avisar, para que viniera lo antes posible, igual que hizo telefoneando interiormente a su compañero de clínica.
En principio, pensé que era una locura toda una noche, y por qué había dicho que una mujer como la mía, precisaría tres doctores?. Qué habría visto en ella?.
No tenía ni idea de qué se trataba, pero preferí esperar acontecimientos antes de negarme sin causa.
Mientras estaba con mis pensamientos, apareció el segundo doctor, un poco mayor que el Dr. González, alto, delgado con el pelo blanco, muy interesante como hombre, me saludó y me dijo sin más: enhorabuena, quedarán encantados con el tratamiento, su vida cambiará y la señora querrá venir a la consulta más veces de las que se imagina.
Yo no sabía a que se refería, ni entendía bien lo que pasaba, sólo intuía que mi mujer por un lado y yo como mirón íbamos a pasar una noche super excitante, lo cual me tenía loco de deseo.
El Dr. Boy, que así se llamaba, mucho más decidido que el Dr. Gonzalez, fue directo a la sala de espera donde estaba Lucía, con la bata puesta, la ordenó se levantara, abrió la bata sin más miramientos y observó con calma el cuerpo desnudo de mi mujer, parándose en las tetas y en la concha, era como si examinara un animal en la feria, antes de adquirirlo, le empujó hasta la pared puso su rodilla empujando el sexo de mi mujer, coloco una mano bajo una teta, como si fuera a comprobar su peso, mientras que con la otra pellizcaba suavemente el pezón, mientras que ella se estremecía.
Su amplia sonrisa debió de ser la aceptación y compra. . .
Salió y apareció, al cabo de unos segundos, con una inyección en las manos, mandó a Lucía se inclinara sobre la camilla, con el culo en pompa, levantó la bata, descubrió la cola, pasó la mano acariciando un carrillo, con lo que mi mujer, que ya estaba un poco alterada con el tocamiento del pecho y la presión en su coño, se estremeció, como si la hubieran aplicado electricidad, al sobar el segundo carrillo, aquel precioso, redondo y amplio culo se movió formando un círculo, cuestión que no pasó desapercibida para el doctor, que no puedo decir si sonreía o babeaba o ambas cosas.
Clavó la aguja con decisión y lentamente inyectó el liquido, sólo escuché un ligero quejido mezclado con un sollozo supongo de placer de mi esposa.
A hora a descansar, le dijo autoritario, esta es la primera, y va a pedir muchas. Iba mucho más deprisa y directo que el Dr. Gonzalez.
Yo seguía sin entender nada y creo que ella menos aún, pero ambos estábamos empezando a gozar.
Vino hacia mi, y me comentó, ya le han informado que mientras terminamos la consulta, llegará el otro doctor al que ya hemos avisado
Pasará una hora, y en ese tiempo estará sedada y con "hambre" suficiente, inmediatamente pensé en que la habría inyectado, un sedante? Un estimulante? Lo que era cierto que había insinuado que le iba a gustar y que en el futuro sería ella la que pediría la inyectaran, pues dejó claro que la adicción iba a resultar segura.
Lo que no llegué a entender, de qué tendría "hambre" eso no lo entendí bien o quizá demasiado bien.
El caso es que nos dejaron a los dos solos, en la salita y salieron, una música muy agradable y sedante, unos sillones comodísimos, a media luz hizo que nos encontráramos a gusto, Lucía insinuó que teníamos hora y que por qué teníamos que esperar, se me ocurrió decir que tenían una urgencia y me habían pedido disculpas, con lo que el tema quedó resuelto mientras observe que mi mujer no estaba para muchas discusiones.
Recostados sin hablarnos me di cuenta que empezaba a entornar los ojos, abría la boca y respiraba muy profundamente, esto me asustó un poco, salí de la sala de espera y llamé a la puerta del despacho del Dr. Gonzalez, me indicó esperara unos segundos pues estaba despidiendo a la última paciente.
Le comenté que mi mujer estaba un poco rara, a lo que me contestó de forma autoritaria y tajante, que yo les había autorizado a drogarla, que lo habíamos aceptado, que era parte de la curación, y que el tratamiento sería sumamente agradable tanto para la interesada como para mi e incluso para ellos como especialistas.
Me quedé de piedra, pero la excitación era tanta, que no quise ni negar aquella barbaridad, pues acababa de autorizar que drogaran a mi mujer.
Al cabo de unos segundos, escuché cerrar la puerta de la calle, la última visita y la enfermera habían salido juntas, se escuchó el ruido de la llave del cerrojo, y apareció el Dr. Boy ya sin bata, vestido de calle.
Me condujeron a la sala, donde debía esperar y mirar la "película" a través de una mirilla, detrás de un cuadro, me ofrecieron asiento, mientras que ellos se dirigieron a la sala donde estaba Lucía.
Ella estaba ya medio tumbada en el sillón, con las piernas abiertas, los ojos perdidos, la ordenaron de forma autoritaria se levantara, lo intentó pero no podía sostener las piernas, los doctores se miraron y comentaron: ya está lista, ha perdido la voluntad.
Ahora mira a ver si el deseo funciona, levántala y la llevas a la silla, la despojaron de la bata, desnudaron y casi arrastraron hasta el sillón ginecológico, las piernas abiertas, los muslos como columnas rectas y redondas, los pies en los estribos, los ojos entreabiertos, la concha en ofrecimiento, recién afeitado parecía la cuquita de una niña de 12 años, los pechos erguidos. . . la verdad era un espectáculo, personalmente sentí una mezcla de sensación de excitación y a la vez de orgullo al ver aquel cuerpo tan perfecto y tan mío, en una postura tan sensual, que no había ni imaginado hasta ese preciso momento.
Mientras uno de los doctores, acariciaba su conejito, con los primeros aullidos por parte de Lucía, con dos dedos abría sus labios mayores mientras que el otro buscaba su clítoris y una vez localizado, le pasaba la yema de los dedos, Lucía nada mas tocarla, como yegua en celo, dio un respingo, sus pezones se levantaron y sus caderas elevaron su sexo. . . el doctor exclamó, que barbaridad como responde, esto es una máquina.. . y acto seguido acercó sus labios a los de mi mujer, y mi primera sorpresa fue de cómo se amorró al doctor, manejando la lengua como si fuera la más perfecta de las amantes, entraba y sacaba su lengua de la boca del doctor, parecía que le quería absorber, las lenguas unidas, las bocas llenas de salivas, se soltó los brazos de la silla y se abrazó al doctor, tuvo que ser él mismo el que se apartara, dejándola sola para que descansara tanto ella como los doctores asustados por los ardores iniciales.
Escuche que comentaban sobre la conveniencia de que reposara un poco antes de proceder a cubrirla, como si se tratara de una vaca aunque por las risotadas entendí que tres eran pocos para una hembra así, al final tendremos que llamar al salido del jardinero.
Iniciaron el trabajo, primero se acercó el Dr. Boy a masajear de nuevo el clítoris de mi mujer, quien nuevamente y con más fuerza, sin duda después del descanso, empezó a gritar, sollozar, gemir, sudar, levantar sus amplias caderas, hasta el punto que el Dr. Gonzalez tuvo que darle un fuerte bofetón en la cara para que no armara tanto escándalo, aunque allí no había vecinos para quejarse de los ruidos.
Harto el Dr. Gonzalez de la calentura de mi mujer, se acercó a la silla ginecológica, se colocó entre los muslos de Lucía, e instaló su instrumento tieso y largo, frente a los labios hinchados del coño, y sin mas miramientos, de un golpe seco se la clavó hasta los mismísimos huevos, ella empujaba hacia la polla y él hacia sus entrañas, entró como una flecha, yo estaba seguro que mi mujer estaba inundada de jugos, con lo que aquella raja admitía en ese momento cualquier cosa que quisieran meter.
Empezó una mete saca frenético, mientras que el otro compañero besaba y estiraba los pezones como si quisiera arrancarles para que estuviera quieta, no duró mucho la fricción de la polla, ella estaba como poseída y el no pudo aguantar más y se vino rápidamente, echando toda la leche contenida en las entrañas de mi mujer.
Nada más sacarla el Dr. Boy ocupó la misma posición e introdujo su miembro, a las primera embestidas, Lucía ya tuvo su primer orgasmo, acompañado de gritos, alaridos, lloros y gemidos, pero ella quería más, no quería que se la sacaran, el doctor continuó todo lo que pudo, hasta que lanzó su leche dentro.
Era poco para Lucía, pero mira por donde, sonó el timbre de la casa, ambos corrieron a abrir, llegaba el tercer macho, sin decirle hola, casi le desnudaron y llevaron enfrente de los muslos de mi mujer, en un segundo ya tenía otra polla dentro, bastante oportuna, pues fue como la puya que ponen a los toro bravos para quitarles fuerza, la tercera pija produjo otro orgasmo con más rugidos, pero que sirvió para notar a la hembra un tanto más calmada.
A la vista de ello, el Dr. Gonzalez que estaba pendiente, de todos los detalles, mandó llevarla a un sofa cama desplegado en el mismo despacho, entre los tres y a empujones, le colocaron a cuatro patas, mientras que el Dr. Boy colocaba un especulo bien lubricado en su ano a fin de dilatarle, ella mamaba la polla del recién llegado que se la metía hasta el fin de la garganta,, sacó el aparato y metió primero un dedo que empezó a girar en círculos intentando dilatar el esfínter, enseguida pudo meter el segundo y prácticamente el tercero.
Mi sorpresa fue grande, no salía de una y me metía en otra, mi mujer tan estrecha de culo, que jamás se había dejado meter ni un dedo, ahora dilatada y quieta.
Sacó el aparato, ensalivó la pija, se amarró a su cintura con todas sus fuerzas, colocó la punta a la entrada del ano de Lucía y su movimiento de riñones me hizo comprender que empezaba a empujar, otro golpe de riñones y lentamente la fue introduciendo, no escuché gritos pues la boca estaba sellada con la polla del tercer doctor, pero si que pude observar que la penetración era lenta pero progresiva, un profundo grito delató que la cabeza de la polla acababa de traspasar el esfínter, observe como el doctor se quedaba inmóvil, la polla dentro, Lucía a cuatro patas, pasó un ratito hasta que entendió que ya la tenía bien alojada donde el macho había previsto, y el conducto se había habituado a la presión, un nuevo golpe la iba clavando lentamente pero ahora sin parar, hasta que las bolas golpearon los cachetes, un grito ensordecedor me dio a entender que estaba toda dentro, el culo de Lucía acababa de ser desvirgado y no por mí, ahora un mete y saca progresivo, arrancó gemidos y un poco más tarde gritos de placer-dolor al recibir la leche caliente, en aquel culo hasta ese momento virgen.
Cambiaron los lugares, mientras uno se ponía en postura para que le mamase, otro daba por el culo y el tercero ordeñaba las espléndidas tetas, ella no paraba, la agarraban, querían sujetarla inmovilizarla, entre tres hombres y no podían con ella.
Una y otra vez, por delante y por detrás, los tres agujeros siempre llenos, no sabría decir cuantas veces, pasaron horas hasta que cayeron los cuatro unos en el suelo y otros en el sofá, completamente sudados, exhaustos, rotos. . . estaba amaneciendo.
Aproveché para salir de mi escondrijo y acercarme a mi mujer, le di un beso muy tierno en los labios, en aquella boca que había tragado en un noche litros de semen, se volvió hacia mí y me dijo: gracias, esto para mi fue definitivo.
No pude vestirla, estaba despeinada, sudada, de sus muslos todavía fluían chorreones de semen, igual que en la comisura de su boca, la tapé como pude, lleve al coche, fuimos a casa y la acosté.
Un tratamiento que se prolongó durante mucho tiempo, para felicidad y amistad de todos. Ella siempre relajada y feliz se acabaron las migrañas, los insomnios y el mal humor.
El matrimonio lo agradeció. y si siempre hemos sido felices y enamorados, desde entonces hasta un poquito más.