Lucía y dos chicos negros

En una casa rural, de vacaciones, me ausento un momento y mi novia aprovecha para cuidar de dos chicos negros.

Ocurrió así: Lucía y yo nos pillamos una casa rural en mitad del Cabo de Gata, cerca de la playa y más cerca aún de esos feos invernaderos que hay por todas partes. Acababa de terminar el verano, así que aunque aún hacía calor, la teníamos entera para nosotros solos; y estaba de lujo, pues nuestro apartamento tenía una amplia habitación con una cama de matrimonio y otra pequeña al lado, un cuarto de baño enorme, cocina y salón. Además, lo mejor es que fuera tenía una alberca muy grande que se podía usar como piscina.

Nuestra intención no era usarla en cualquier caso. La playa estaba a cinco minutos escasos en coche, y teniendo al vasto Mediterráneo con su rumor hipnótico, ¿quién quiere agua estancada? Pero pasó algo con lo que no contábamos: el viento. Un día no nos quedó más remedio que quedarnos en el apartamento y la piscina, puesto que se había levantado tal vendaval que era imposible estar en la arena de la playa. Así pues, anduvimos de aquí para allá haciendo el vago hasta que nos fuimos a relajarnos a la piscina.

Junto a ésta había tres tumbonas de madera y colchoneta muy cómodas. Yo llegué primero e intenté leer, aunque fue un total fracaso, ya que el viento me cerraba las páginas. Ella se retrasó un rato y cuando salió yo ya estaba incluso un poco aburrido. Llevaba un bikini rojo bastante normal.

Ella es una preciosidad. Es muy pequeñita, apenas supera el metro cincuenta, delgada pero con bonitas curvas y unas tetazas de escándalo. Tiene una cara preciosa, redondita, nariz del tamaño adecuado, ojos grandes marrones, pelo castaño oscuro que se agitaba por la ventolera.

Se sentó a mi lado. Estuve un rato observando aguantándome la risa cómo intentaba leer su libro y el viento no la dejaba. Al final, hastiada, soltó el libro de un golpe contra el suelo y bufando se acomodó para tomar el sol.

El viento venía a rachas. De pronto te golpeaba hasta casi tirarte y retumbaba ensordecedor y de pronto se calmaba y todo era quietud. En una de estas calmas, escuchamos unas voces.

Me giré buscando en todas direcciones, pero tardé en verlos. Eran dos chicos negros que estaban arreglando un jardín de plantas de secano que había en el terreno contiguo. No debían pasar los 22 años, eran muy oscuros y muy delgados. Sudaban como pollos.

Lucía me preguntó qué era y se los señalé. Se quedó mirando un rato y después me comentó que le daba pena, pues debían estar asándose de calor. Me encogí de hombros y me quedé callado.

Dejamos el rato pasar y Lucía se levantó sin decir nada y se fue para nuestro apartamento. Tampoco le eché cuentas, iría al baño o algo.

Salió al rato con dos latas de refresco de cola y se fue hacia los negros. Éstos, cuando la vieron acercarse se incorporaron y miraron su lujurioso cuerpo de arriba abajo. Los tres intercambiaron algunas palabras y ella les dio las dos latas de refresco. Luego volvió hacia las tumbonas meneando instintivamente el culo al que los tíos no le quitaban ojo.

Yo lo observe todo con cara de idiota, pero para mi sorpresa no fue celos lo que sentí, sino una mezcla entre orgullo de que mi novia despertara pasiones y un pellizquito de lujuria: me había dado morbo que aquellos dos negros jovencitos se la follaran con los ojos.

Aparté esos pensamientos y seguí a lo mío tumbado. Tampoco hablé del asunto con ella, me limité a alzar la cara hacia los rayos solares en silencio.

Al rato, Lucía me dio un golpecito en el hombro.

  • Quiero beber algo -me dijo.
  • ¿Quieres que vaya a la nevera a por un refresco? -pregunté.
  • No quedan. Les he dado los últimos a ellos -dijo señalando hacia los dos chicos.
  • Pues entonces, vas a tener que beber agua -le dije levantando los hombros.

Ella bufó y me dio la espalda algo molesta.

  • ¿Qué quieres que haga? -pregunté un poco indignado por su enfado.
  • Podrías ir al pueblo, al supermercado, y comprar unas latas.
  • ¿Ahora? -pregunté un poco sorprendido.
  • ¡Iría yo, pero no sé conducir!
  • Tía, eres de lo que no hay. No voy a ir al pueblo ahora. El coche está en todo el sol, tiene que ser un horno.
  • Venga... -se puso melosa ella-. Si me haces ese favor, a lo mejor puedo ser muy buena contigo yo luego.

Eso cambiaba los términos de la negociación. La miré fijamente y ella se apartó las braguitas del bikini para enseñarme la rajita. Me levanté y fui al apartamento a por las llaves el coche. De pronto la perspectiva del calor no parecía tan mala si auguraba una noche de guerra. A decir verdad me estaba aburriendo bastante en las tumbonas sin poder leer, así que tampoco estaba tan mal lo de ir al pueblo a pasearse un poco y comprar unas cosillas.

Me monté en el coche, puse el aire acondicionado a toda pastilla y me puse en movimiento. Asomando desde la alberca, ella me hizo un gesto de despedida y me tiró un beso. Giré a la derecha en la puerta de la finca y enderecé por el camino. Diez metros más adelante estaban aquellos dos negros que me miraban sonrientes incorporándose.

No había caído en la cuenta: ahora iba a quedarse ella sola con los dos negros. ¿Y si...? No, no. Lucía nunca haría eso. ¿Pero y si...? Mil vueltas dio mi cabeza. Estaba claro que los negros se la habían comido con los ojos y ahora se quedaba sola con ellos dos y yo sabía por nuestras conversaciones que ella siempre ha tenido cierto fetiche por los hombres de color.

Pero todo eso me parecía inverosímil. Simplemente ella no es una mujer infiel, pensé, y continué conduciendo hasta la siguiente curva. Al girarla, me di cuenta de que ya no podía ver la casa rural ni el camino ni a los negros por el espejo retrovisor. De pronto, ellos tres habían entrado en un mundo de posibilidades infinitas, pues no estaba yo para verlos. Eché el coche a un lado y lo detuve y me bajé. Anduve para arriba y para abajo. Estos celos no son propios de ti, me dije a mi mismo. Nada, olvídalo, vuelve al coche. Hice el ademán de subirme, pero en lugar de eso cerré la puerta de un golpe y fui caminando hacia la casa rural evitando el camino.

Conforme me acercaba, vi que los dos chicos seguían en su sitio, aunque no estaban trabajando, sino de pie hablando y mirando hacia la piscina. Eso era bueno, no habían ido como lobos a por Lucía. Rodeé la alberca y me puse por el otro lado. Escondido detrás de un murete, busqué a mi chica, pero no la vi: las tumbonas estaban vacía. De pronto, me giré hacia la izquierda y la derecha y aluciné con lo que estaba viendo: mi novia estaba saliendo del apartamento llevando un bote de protector solar, pero no llevaba ya su bikini rojo, sino otro muchísimo más pequeño, apenas un tanga y dos triángulos para tapar los pezones. Incluso había cambiado sus chanclas piscineras por otras con un poco de cuña.

Anduvo contoneándose hacia la piscina y se sentó en las tumbonas. Por el ángulo de su cuello, supe que había mirado fijamente a los chicos negros mientras se movía: quería tener claro que la miraban. Yo simplemente estaba alucinando.

Se sentó en una tumbona y empezó a darse crema con sensualidad mirándolos: los muslos separados, la rajita asomando por uno de los lados del tanga, los pezones duros atravesando la tela que apenas cubría sus maravillosos pechos. Los chicos hablaban entre ellos sin perder detalle: no sabían si acercarse o no, de un lado estaba disfrutando con lo que estaban viendo, de otro merecía la pena tal vez acercarse y ver si la situación iba a más.

No necesitaron decidirse porque fue ella misma la que dio el paso. Les hizo un gesto para que se acercaran, cosa que ellos hicieron rápidamente. Cuando llegaron, ella estaba esperándoles de pie, intercambiaron unas palabras y ella le dio a uno de ellos el bote de crema solar. La rodearon y empezaron a echarle crema. Al principio iban con calma, como cohibidos, aunque se notaba que rápidamente habían conectado, porque no paraban de decir cosas que yo no podía oír por el viento y de reírse los tres. Estuvieron así un rato, poniéndole crema en la espalda, la tripa, las piernas, sin sobrepasarse, hasta que de pronto ella dijo algo y ellos dos pararon de tocarla. Entonces, con dos movimientos hábiles ella misma se deshizo de los dos trozos de tela que cubrían sus últimas intimidades.

¿Qué coño está pasando? pensé lleno de ira, y muy cerca estuve de salir dando gritos. Pero estaba empalmado y muy excitado, ¿qué credibilidad iba a tener mi enfado si lo escenificaba con la polla dura? Además, me daba vergüenza la idea de que esos dos tíos ahora me miraran a la cara sabiendo como sabíamos todos que mi novia se había desnudado para ellos. No sé qué fuerza fue la que en mi interior me conminó a quedarme quieto y seguir observando, pero fue una fuerza muy poderosa.

Ante la avanzada que había hecho mi novia, los dos chicos perdieron totalmente la vergüenza. El que estaba detrás de ella, la rodeó con los brazos y empezó a magrearle las tetas con fruición. El otro bajó la mano derecha y la llevó directamente al coño de Lucía, quien reaccionó adelantando la cadera con lujuria. Estaba claro que ella ya estaba muy caliente y lubricada, porque desde donde yo estaba pude ver cómo los dedos entraron sin resistencia alguna en su coño. Ella giró su cabeza y le dio un morreo baboso al de detrás. Sus lenguas se entrelazaron durante largo rato mientras el compañero no paraba de masturbar a mi novia con velocidad. Hacía mucho viento y no podía oírla, pero por su expresión supe que estaba gimiendo. Cuando llevaban un rato así, Lucía se giró y se puso de frente al que la estaba besando y siguieron morreándose a la vez que el tío le agarraba el culo y ella le acariciaba la polla por encima del pantalón

Mientras, el otro se desvistió a prisa. Camiseta, pantalones y calzoncillos fuera. Como era de esperar, el tipo tenía una polla muy grande y muy recta, negra y brillante, levantada apuntando a la espalda de Lucía. Cuando ésta se giró después de besar al compañero y vio a aquel joven negro desnudo ante ella, no pudo resistirse y se lanzó a morrearse con él restregándose el pollón por la barriga. Aprovechando que se había liberado, el de detrás se desnudó rápidamente también... y también tenía una gran polla, muy gruesa además.

Lucía se sentó en la hamaca central con ellos dos de pie, cada uno a un lado y empezó a masturbarlos poniendo caritas de niña buena. Los chicos le metían dedos en la boca y le agarraban las tetas o le llevaban dedos al coño, aunque obviamente todos pensábamos en una cosa que Lucía no tardó en hacer: con calma, disfrutando del momento, se fue llevando lentamente la polla más gorda a la boca. Cuando su glande hubo entrado en la suave y cálida boca de mi amada, el chico pegó un gemido que a ella debió ponerla aún más cachonda, porque empezó a mamar con muchas ganas, alternando velocidad con pararse a metérsela los más profundamente posible en la garganta.

Luego de un rato se giró y empezó a hacer lo mismo con el otro chico mientras no paraba de masturbar al primero. En una de las ocasiones en que estaba intentando metérsela lo más hondo posible, el chico al que no se la estaba chupando hizo algo que me sorprendió: la agarró de la cabeza y empujó para que entrara más. Ella hizo gestos de estar ahogándose dándole golpes en la mano y entonces el chico la liberó, sacándose ella la polla de la boca con una bocanada de aire. Hubiera sido de esperar que ella se molestara por aquello, pero al contrario: pareció ponerla aún más cachonda y pidió que se lo repitieran varias veces mientras duró la mamada.

Luego de un rato comiéndose aquellos pollones negros, Lucía se puso en pie y alternó morreos con los dos chicos mientras le metían los dedos por el coño, le sobaban las tetas y el culo y le daban cachetadas. Uno de los chicos la agarró del pelo y la hizo tumbarse panza arriba en la tumbona y se le puso encima, colocando la polla entre sus maravillosas tetas. Ella entendió lo que él quería y empezó a hacerle la cubana de su vida. El chico tenía la polla tan grande que para ella no era ningún esfuerzo saborear su glande a la vez que lo pajeaba entre sus pechos. El otro se agachó y medió la cabeza entre las piernas de Lucía para comer su coño, que hasta hacía minutos yo pensaba que era sólo mío. A la vez que estimulaba su clítoris con la lengua, introducía un par de dedos en su interior variando el ritmo. Ella respondía meneando las caderas descontrolada, signo de que la excitación la llevaba al climax.

Cuando el negro que estaba encima suya le pellizcó con fuerza los pezones tirando de las tetas hacia arriba, ella estalló en un orgasmo que la hizo tener espasmos:

  • Sí, joder, me corro -gritó clavando las uñas en las piernas del chico que estaba sobre ella.

Luego, se incorporaron y Lucía indicó al que había estado comiéndoselo que se sentara en la tumbona, y se sentó encima de él clavándose centímetro a centímetro aquel trozo de carne negra. Pude ver su cara de satisfacción mientras esa polla desconocida se abría paso en su interior. Yo pensaba que no iba a poder entrarle toda, y eso debió pensar mi novia, pues cuando aún faltaba un poco ella hizo un gesto indicando que ya no más. Sin embargo, el chico no pareció estar de acuerdo y empezó a bombear con fuerza. Ella pegó un grito de dolor e hizo ademán de levantarse, pero él la sujetó de las caderas y siguió penetrándola haciendo caso omiso de sus quejas. En cuestión de segundos el dolor se convirtió en placer y era ella la que buscaba más y más polla en su interior mientras no paraba de masturbar al otro. La cara de victoria del que estaba follándose a mi novia era de lo más elocuente.

Mientras tanto, detrás del murete yo había pasado por una sucesión de sentimientos y al final me había abandonado al placer de ver a mi chica entregada a dos desconocidos. Sólo deseaba ver más y más. Valoré si masturbarme o no, pero decidí que no, pues si lo hacía, seguramente cuando llegara al orgasmo se me iría la excitación y de golpe y porrazo todo me parecería mal e intervendría y seguramente acabaría haciendo el ridículo.

Mientras el semental que estaba debajo suya la penetraba, Lucía empezó a devorar la polla del chico que estaba de pie delante suya. Éste le agarraba la cabeza y le follaba la boca sin piedad alguna mientras a ella se le saltaban las lágrimas. Estaba claro que los chicos habían perdido cualquier reparo y le estaban pegando una follada salvaje. No lo hubiera imaginado, pero mi novia estaba disfrutando de verdad de que la utilizaran de aquel modo. De hecho, fue en esta postura que le vino su segundo orgasmo, más profundo y lento. Lo noté en su cara desde mi lugar de espectador privilegiado. Cerró los ojos y empezó a morderse los labios y a mover lentamente la cintura, hundiéndose el pollón negro en su interior y dando pequeños respingos que indicaban el climax.

Después de observarla correrse, el chico que estaba de pie se tumbó en una de las otras tumbonas masturbándose presenciando como mi novia y su amigo follaban. Pero estuvo poco rato porque Lucía se levantó de encima de su amigo y se le subió a horcajadas y empezó a cabalgarlo mientras se morreaban con pasión. En cuestión de minutos los tres habían desarrollado una complicidad y comodidad increíbles. Lucía y su semental se hablaban muy cerca, se sonreían y besaban. Él movía sus caderas justo a la velocidad que ella iba necesitando. Ella le lamía el sudor del cuello, le dejaba magrearle las tetas, incluso le permitió meterle todo un dedo en el culo, cosa que a mi me está totalmente prohibida.

No sé cuánto tiempo estuvieron en esa postura, pero fue mucho. El amigo mientras tanto seguía de pie mirando masturbándose lo justo para no perder la erección, pero sin llevarse más allá.

Esto duró hasta que el chico que estaba follándose a mi novia paró y le dijo algo al oído y los dos miraron al tecero. Intercambiaron los tres unas palabras. Lucía negó con un gesto, pero los chicos contra argumentaron algo. Yo estaba muy lejos y había mucho viento y no podía escuchar, pero pronto sabría de qué hablaban.

Lucía se sacó el pene de su acompañante de su interior y reptó hasta quedarse a cuatro patas sobre el chico, la cara a la altura del pene, el culo ofrecido al amigo. Éste se puso detrás de mi novia. Pegó un gran escupitajo en la raja del culo y mientras ésta le comía la polla al otro, apoyó su enorme glande en el ano de mi novia. Yo simplemente no me lo podía creer. ¿Cómo era posible que aquel pollón gigante fuera a penentrar en el culo de mi novia cuando ella me lo negaba a mi argumentando que con el mío, mucho más normal, le dolía?

A decir verdad, desde mi posición yo pude ver su cara y se la notaba algo asustada, pero dejándose hacer. Cuando el chico empezó a empujar muy lentamente, ella se quedó muy quieta, respirando profundamente, mientras el tercero en discordia se masturbaba en silencio, la polla a centímetros de la boca de Lucía, esperando a que todo pasara para encontrar acomodo en su calor.

La polla se fue hundiendo centímetro a centímetro. Cuando el grande hubo entrado, ella hizo el ademán de levantarse por el dolor, pero la sujetaron entre los dos. El que no estaba penetrándola se incorporó y la abrazó para calmarla. El otro se estuvo quieto sólo unos segundos y siguió a su tarea. Cuando entró hasta la mitad empezó el mete saca. Adelante y atrás, muy despacio. Ella ponía cara de angustia y hacía gestos de dolor, pero se dejaba hacer.

Al rato se acostumbró, porque volvió a su tarea de chupársela al otro. La escena era verdaderamente inimaginable al principio del día: mientras un desconocido la sodomizaba, Lucía hacía lo posible por meterse un pollón negro en la boca, pero era imposible. Al rato, el chico se la sacó de la boca y le indicó a mi novia que le comiera los huevos. Ella, encantada se metió aquellos huevos gordos en la boca, succionando y lamiendo con maestría, pero él se elevó un poco, dejándole claro que quería la lengua de ella en otro sitio. Mi novia bajó un poco con una sonrisa pícara y empezó a lamerle el perineo, haciendo que el chico se retorciera de placer.

Fruto de la excitación, ella empezó a echarse hacia atrás, buscando el pene de quien la estaba sodomizando. El tipo entendió y empezó a darle más fuerte, entrando cada vez más hasta que finalmente su pollón había entrado entero en las entrañas de mi novia. Llegó un punto en que las embestidas eran violentas, sólo soltándole las caderas para darle cachetadas fuertes en el culo rosado. El lenguaje corporal de mi amada iba cambiando y pasó de estar arqueada hacia arriba de dolor a estarlo hacia abajo de placer, y pasó lo inesperado:

  • ¡Sí, joder, fóllame el culo! -gritó ella. A lo que el chico respondió dándole aún más fuerte.
  • ¿Te gusta, puta?
  • Si, me gusta. Si. Fóllame, ¡Me corro! -gritó ella- ¡Me corro, joder!

El chico aumentó la velocidad con que penetraba el culo de mi novia, apretando los dientes, sudor cayéndole por la cara y la espalda. Pronto, él empezó a jadear muy fuerte también, algo más parecido a un gruñido incluso. Juntos se contoneaban al unísono, los cuerpos chocando, el placer llegado desde el dolor. Con un último alarido de placer, él sacó su polla del interior del culo de mi chica y con un par de sacudidas a su miembro, expulsó una gran cantidad de semen sobre la espalda de ella a la vez que su rostro se deshacía de placer. Ella lo recibió acompañándolo con un orgasmo propio, medio llorando medio riendo, muy quieta salvo por la mano derecha con que se acariciaba el clítoris, con la boca abierta, jadeando de placer.

Mi novia cayó exhausta sobre el otro. Los tres se rieron. El chico que acababa de correrse la ayudó a ponerse en pie, la abrazó entre risas y le dio un profundo morreo. Ella aún le buscaba la polla con la mano para masturbarlo. Pero él le indicó con un gesto que ya había tenido suficiente.

De resultas, Lucía se giró hacia el que aún quedaba con ganas de marcha. Hablaron un poco. Él se puso en pie y ella se tumbó boca arriba, las piernas muy abiertas, dispuesta a recibirlo en su interior. El chico se dejó caer sobre ella y la penetró

Lucía estaba agotada, puede que algo menos receptiva, pero cuando el pollón negro se abrió paso por su vagina, ella dio un leve gemido de placer y recibió a su amante con un lascivo beso cuando sus caras estuvieron a la misma altura.

El chico empezó un mete saca acompasado a ritmo mediano. Sus caras estaban muy cerca y se miraban a los ojos. De vez en cuando uno de los dos lanzaba un beso al otro, o ella le mordía a él el labio, o él sacaba la lengua para que ella la chupara como si fuera una polla. Poco a poco el ritmo fue ganando intensidad. Las pelotas del chaval chocaban con mi amada y ella recibía cada embestida como un regalo de la vida, con gritos de júbilo. Así, el movimiento volvió a convertirse en furioso. El pollón rasgaba el interior de mi novia, que empezó a experimentar de nuevo el subidón del orgasmo. Puso sus manos sobre las espaldas fornidas de aquel negro africano y clavo sus uñas arañando la piel. Él lo interpretó como una invitación a ser más duro, y así lo hizo. Empezó a sacarla casi entera y a meterla de un golpe salvaje. Ella gritaba como si hubiera recibido una puñalada cada vez, dejaba caer la cabeza hacia atrás y volvía a adelantarla con los ojos en blanco. Era una obra de arte verla: abierta de piernas, la piel rosada allí de donde la habían agarrado o donde le habían dado cachetadas, toda cubierta de sudor, de babas y de otros flujos.

  • Sí, no pares, no pares -decía ella con ritmo, tragando saliva como podía.

Él se sentía animado por aquellas peticiones y cada vez le daba más fuerte. Pronto empezó a gritar, a gemir y gruñir mientras la penetraba. Levantó una mano y le agarró una teta con fuerza, como queriendo aplastarla.

  • ¡Ah, me corro! -gritó él.

Hizo el ademán de salirse para correrse tal vez entre las tetas de mi novia o en su barriga o en su boca o en su cara. ¿Quién sabe? No pudo. Ella lo rodeó con fuerza con las piernas, obligándolo a soltar toda su semilla en su interior. Ella recibió la eyaculación con otro orgasmo. A cada chorro en su interior ella respondía con gritos de placer cada vez más fuertes. Finalmente, él cayó sobre ella y se quedaron los dos muy quietos, fundidos en un abrazo exhausto, el pene aún dentro de la vagina de mi novia, el semen empezando a gotear hacia el colchón de la tumbona.

Me quedé de piedra. Agazapado tras mi murete, había visto cómo mi novia recibía en su interior el semen de un desconocido. Ella tomaba la píldora, así que no había ningún problema. Pero no sé..., eyacular en el interior de una persona es un nivel de intimidad superior, en mi opinión. Aún así, ni puedo mentir ahora ni me podía mentir entonces: todo aquello me había causado un morbo tremendo, y no puedo decir que hubiera disfrutado tanto como ellos tres, pero desde luego sí había disfrutado.

Los vi meterse a los tres juntos en la piscina.

Sin hacer ruido, y teniendo que andar con una erección de campeonato, anduve de nuevo hasta el coche. Me subí, puse el aire acondicionado y conduje hasta el pueblo. Entré al supermercado y saludé a la señora de la caja. Fui al fondo. Allí había latas de refresco. Agarré varios packs y luego fui a una nevera, donde cogí cuatro latas más, éstas frías. Volví a la caja, pagué y me subí en mi coche.

Respiré hondo. Ahora tocaba volver. No sabía si me los iba a encontrar juntos y me lo iban a contar tal cual o si iban a disimular, si Lucía planeaba contármelo. No sabía si era la primera vez, si había pasado antes, si mi novia planeaba repetir. No sabía si aquello era algo habitual.

Conduje escuchando música. Cuando llegué al camino de tierra de la casa rural, vi a los dos negros trabajando su jardín. Detuve el coche a su lado y les hice un gesto para que se acercaran. Lo hicieron.

  • Tomad, chicos -les dije acercándoles dos latas frías-. Hace mucho calor.
  • Gracias -dijo uno de los dos tíos que se habían follado a mi novia-. Nos vendrá bien. La verdad es que estamos reventados.
  • Ya. ¿Mucho trabajo?
  • Sí, sí.
  • ¿Aún os queda? -pregunté.
  • Sí. Por lo menos toda la tarde y mañana por la mañana.

Me despedí con un gesto y seguí hasta el aparcamiento de la casa rural. Lucía no estaba en la piscina. Paré el coche, saqué las bolsas y me dirigí hacia nuestro apartamento. Cuando entré, Lucía estaba saliendo de la ducha.

  • Has tardado mucho, ¿no? -preguntó.
  • Si, ya sabes, estaban poniendo deportes en el bar y me he parado a tomar algo mientras me enteraba de lo último.
  • Ah, muy bien -dijo ella, y me dio un beso-. Yo he estado tomando un rato el sol y me he venido para dentro. Aburridilla, la verdad.
  • Sí, ya me lo imagino.

Metí las latas calientes en la nevera y le di una fría a mi novia. Yo me abrí la otra.

Nos sentamos en el sofá.

  • ¿Sabes? -dije-. He pensado que esta tarde voy a acercarme a Almería capital a comprar unas cosillas. No hace falta que me acompañes. Puedes quedarte aquí si quieres, en la piscina.