Lucia, un amor sin temores...

Ella es real, mi sueño imposible, aunque quizá no sea tan dificil de alcanzar.

Hola amigos, este relato lleva mucho de ficción y poco de realidad.

Solo he de decirles que se trata de una historia que almaceno en mi mente esperando el momento, el lugar y la situación para poder llevarlo adelante.

Ella es real, compartimos más de 8 horas a diario (lunes a viernes) pero vaya a saber uno porque causa, razón, motivo o circunstancia jamás me he animado a buscar un contacto más concreto y real.

Trataré de presentárselas cuidando no exponerla más que lo indicado. Cuenta al día de hoy con hermosos 51 años, se ve suave, dulce y delicada cual muñeca de porcelana china, digna de un ejemplar de la dinastía Ming.

Lucía, tal su nombre, se ha separado recientemente. He compartido sus lágrimas cuando su, poco inteligente, hombre la dejó por una chica bastante menor.

No posee un cuerpo exuberante, sus formas no recuerdan una vedette ni nada que se le parezca. Pero aún así logró despertar en mí algo inexplicable, que me lleva a desearla a cada minuto que compartimos. Es pequeña, quizá 1,60, delgada y sus curvas quizá lleguen a 85-60-90. Ojos café, y un cabello tipo melena corta que llevan el color del cacao.

Tiene una sonrisa capaz de derretir al más frío de los témpanos y una dulzura en su voz, propia de un ruiseñor al trinar.

Así las cosas, es difícil no enamorarse de ella ni tratar por todos los medios de sustituir al que no supo cuidarle y le cambió por la inexperiencia y voracidad de una joven sin experiencia.

Lo que les comento sucedió (y he aquí la fantasía) un atardecer cálido de octubre.

Nos hallábamos en mi oficina acelerando a más no poder nuestras labores tendientes a la liquidación de sueldos del personal. Una medida de fuerza del personal docente de la institución favoreció nuestra soledad, ya que solo el personal de planta del establecimiento está obligado a cumplir horario laboral para garantizar la apertura del edificio.

Ella, la secretaría del establecimiento, y yo quien opera el centro de cómputos del mismo éramos los únicos habitantes de ese monstruo silencioso.

Lu, ¿pongo un poco de música en la PC mientras trabajamos?

Ok, dale que esto parece un cementerio. Mientras preparo dos cafés y descansamos un poco de esta tortura de números.

Dialogo brevísimo, pero concreto que nos permitía encender un cigarrillo a cada uno, y estirar las piernas algo entumecidas por las tres horas continuas de labor sin interrupciones.

Tras salvar los datos modificados, nos encaminamos a la cocina de la escuela en busca de la reparadora bebida.

Una vez allí, empezamos una charla tranquila que se iría tornando cada vez más cálida.

¿Cómo andan tus cosas? ¿mejoran? – Pregunté como al descuido

María consiguió trabajo en una refinería de la zona portuaria, y hace que cada vez me sienta más sola en ese caserón. Apenas si nos vemos para almorzar y cenar. Me siento una vieja.

Vamos, no es tan así. No te deben faltar amigas para compartir charlas –comenté

No creas, desde que él se fue, pareciera que todas nuestras amistades desaparecieron.

Un brillo prelacrimógeno, asomó en sus ojos.

Cada día me veo más sola y ya casi ni ganas tengo de salir a tomar un café o cenar con amigas – Me dijo.

Si sabía que te ponías así, ni te preguntaba –respondí

No, me hace bien hablar de ello ya que en casa parece un tema caído en el olvido – musitó

Mujer, no te sientas mal. Si necesitas hablar, sabes que podes contar conmigo – dije mientras la tomaba por los hombros, intentando un abrazo leve.

No te das una idea que feo es llegar a esta edad y darte cuenta que estás sola.

La pava anunció que el agua estaba a punto y descomprimió la situación. Con ambos cafés en mano volvimos a mi oficina, una selección de música suave (mi preferida) sonaba como generando un ambiente especial.

El tema siguió allí, presente como una puerta que abría un paso al momento esperado.

Pensar que lo tenía casi todo, y ahora estoy así sola, sin nada – me dijo, mientras un lágrima comenzaba a rodar por su mejilla.

Descargate, dejá salir eso que te duele – comenté mientras secaba con mis dedos la perla que caía.

La abracé, la vi tan indefensa que me inspiró una ternura especial. Se acurrucó en mi pecho mientras sollozaba.

Reconozco que jamás me gustó ver llorar a una mujer y menos si siento por ella un aprecio que va más allá de una amistad sincera. Le levanté la cara apoyando uno de mis dedos sobre su mentón y casi sin querer, como un acto reflejo le besé las mejillas, tratando de absorber las lágrimas.

Fue como hallar la llave que abrió la puerta a un deseo contenido. La vi humedecer sus labios con su lengua y tomando aquello como una señal, baje a sus labios y le entregué un beso delicado, suave que me permitió reconocer la calidez de boca.

A partir de allí desapareció el tiempo, la semipenumbra de la pequeña habitación y la música generaron el ambiente propicio para que aquel beso tenue se multiplicara y se hiciese más profundo. Se aferró a mi cuello como naufrago que se toma de su última tabla de salvación.

Entreabrió sus labios, se desinhibió por completo. Nuestras lenguas se entrelazaban en una danza fogosa y nuestras manos recorrían cada centímetro de los rostros del otro tratando de grabar en la mente cada pliegue de piel a su alcance.

Lentamente, tratando de no romper el hechizo, baje mis manos por su cuello y rocé cada milímetro de sus pequeños pechos erguidos que hacían aparecer sus pezones duros como pequeñas piedrecillas. Soltó un leve gemido.

Abriendo lentamente su blusa, acaricie su piel tibia mientras mis labios marcaban un camino inexorable hacia aquellas pequeñas piedras preciosas que coronaban la cima de sus pechos. Cuando me apoderé del primero de ellos, reclinó hacia atrás su cabeza y con sus ojos entrecerrados acariciaba mi pelo.

Besé suavemente ambos pechos, y dejé a mis manos bajar provocando a su paso ligeros impulsos eléctricos que presagiaban una descarga mayor al llegar a su, aun cerrada, entrepierna.

Necesité un leve forcejeo para alcanzar su mojadísimo Monte de Venus. Fue esa su última barrera, aquélla pollera de morley era un pequeño obstáculo que superé con un pequeño esfuerzo y su diminuta tanga blanca se descorrió rápidamente al provocar la apertura de aquel tesoro que llevaba ya año y medio sin ser visitado por ningún agente externo.

Torpemente, quizá por los nervios o la urgencia, sus manos se dirigieron al cierre de mi pantalón intentando abrirlo con premura. Logrado su objetivo, manos temblorosas pero decididas buscaron su premio, al que hallaron rápidamente y en estado de máxima elevación.

Las caricias se aceleraban, pero no era el mejor de los lugares para llegar al máximo pico de acción. Nos detuvimos por segundos, nos besamos desesperadamente y sin mediar palabra nos encaminamos como pudimos al sillón de tres cuerpos de la dirección.

Situados alli, le quité la tanga blanca (que aun conservo con su perfume) y le susurré al oido:

Quiero hacerte el amor.

También yo - fue su respuesta.

La besé nuevamente, mientras la colocaba sobre mí. La penetración fue suave, delicada como buscando no romper el encanto.

Los movimientos eran tranquilos, disfrutando cada segundo. Los besos y caricias nos impedían acelerar y nos dejaban celebrar ese momento único.

Fueron 15, 20, 30 minutos o más mucho más, no lo sé. Solo recuerdo sus labios musitando mi nombre, su cara radiante plena de amor. Una imagen imborrable.

El momento supremo fue imposible de explicar con palabras, llegamos al unísono. Las uñas de sus manos aferradas a mi espalda y mis manos tomando sus nalgas, enterrando mi miembro hasta lo más profundo de su ser. Una explosión propia de la erupción de un volcán dormido.

Quedamos rendidos, uno sobre el otro. Nos tomó casi media hora volver a la realidad. Estábamos cansadísimos, pero felices. Sin remordimientos.

Nos besamos una vez más y tratamos de recomponernos. Acomodamos nuestras ropas y volvimos a nuestra labor, aunque ya no fue lo mismo.

Por cada minitarea concluida nos prodigamos besos y caricias, que lentamente fueron encendiendo nuevamente la pasión.

Cuando los límites estaban por ser vulnerados nuevamente, sentimos la llegada del sereno y decidimos alejarnos del lugar, en busca de un ambiente más tranquilo para seguir nuestro rito...

La continuación será motivo de otro envió que prometo entregar a la brevedad.

Espero vuestros comentarios a tu_amado@latinmail.com