Lucía es aleccionada por tres obreros

La joven Lucía desea aprender sobre sexo con su novio, pero no se imagina lo que le pueden enseñar tres obreros de construcción en una calle desierta.

A sus 18 años de edad, Lucía era la chica más deseada y popular de la escuela. Y no era para menos, pues a pesar de su corta edad, ya era todo un monumento. Medía 1.75 mts. de estatura, sus piernas largas y torneadas, unidas a una cintura de avispa y a unos grandes ojos verdes la hacían destacar entre las otras chicas, siendo la protagonista de los sueños húmedos de compañeros y profesores.  Lucía también era muy carismática, era la capitana del equipo de cheerleading de su colegio, motivo por el que contaba con un cuerpo atlético y tonificado que se había ido desarrollando al ritmo de las coreografías que tarde a tarde repasaba con sus compañeras.

Diego, un joven proveniente de una ciudad vecina, llegó al comienzo del nuevo año lectivo a integrarse al salón de Lucía. A ella le gustó desde el primer momento y se propuso conquistarlo, así que empezó a servirle le guía, se sentaba con él en la cafetería y se le insinuaba sin ningún pudor. Diego era un chico atractivo, pero poco experimentado, solo había tenido una novia y su virginidad la había perdido con una tía cuarentona, que dos años atrás, en nochebuena, lo había llevado de la mano al zaguán de su casa y le había quitado la ropa mientras él, casi paralizado, se dejaba hacer. Por eso los avances de Lucía lo ponían muy nervioso. La belleza de esa niña y su actitud lo perturbaban, pero era consciente de que debía aprovechar la oportunidad que, con sus coqueteos, ésta le ofrecía. La simple posibilidad de estar en la intimidad con alguien como ella lo hacía sentir especial.

Después de tres semanas de flirteos, Diego decidió ser valiente y le pidió a Lucía que fuera su novia. Ella aceptó feliz, pues era lo que había estado buscando. Para celebrar, lo invitó la noche siguiente a ver películas a su casa. Se aseguró de que ni sus padres, ni su hermano estuvieran, preparó las crispetas y recibió a Diego en una oscura habitación:

—Amor, esta noche es para los dos. Mira la peli que alquilé— Le dijo Lucía a Diego enseñándole una caja de DVD en la que se leía el nombre de la cinta: “Lucía y el sexo”

—jeje, que bien Lucy. — Dijo Diego, tratando de disimular su asombro frente a la película elegida.

Era una clara insinuación, pero Diego no se había imaginado que Lucía quisiera ir tan rápido. De hecho no había llevado protección y mentalmente no estaba preparado para follar con ella esa noche. Lo había tomado por sorpresa.

La habitación era pequeña y el piso estaba cubierto por una alfombra roja, sobre la que Lucia había dispuesto varios cojines con la idea de acostarse ahí junto a Diego. Y así fue. Se acostaron frente a la pantalla y la película empezó a avanzar. A la primera escena candente, Lucía se giró, arrimó su cuerpo al de Diego y empezó a besarle el cuello mientras con una mano le sobaba el pelo, luego acercó sus labios a su oreja y le susurró:

—Quiero que nos divirtamos esta noche. ¡Pídeme lo que quieras! Yo te quiero hacer feliz.

—Gracias Lucy— Le dijo Diego mientras se volteaba hacía ella y le tomaba el rostro para besarla tierna y prolongadamente en la boca.

Inmediatamente después, Diego se giró y siguió viendo la película mientras tomaba una manotada de crispetas.

Lucia esperaba más que un beso e irritada sintió que debía ser más directa, así que se incorporó y se sentó sobre el vientre de Diego con las piernas abiertas, impidiendole ver la pantalla del tv.

—A ver Dieguito, tu y yo solos en casa, una noche de viernes. ¿Acaso no se te ocurre qué podríamos hacer? — Le dijo Lucía a su novio mientras se desabotonaba la camisa de su uniforme de colegio.

Diego abrió los ojos como un par de platos y dejó caer las crispetas para posar sus manos sobre los muslos abiertos de la chica. Realmente lo asombraba su gran determinación.

—Claro que se me ocurre qué podemos hacer, se me ocurre todo, mi Lucy. Solo que mis intenciones son serias contigo, no te quiero para pasar el rato… — Decía Diego mientras Lucía, impasible, proseguía con su función.

Desabotonó por completo su camisa dejando al descubierto un par de tetas enfundadas en un sostén verde menta. Nadie se habría imaginado que una chica tan delgada y atlética tuviera unos melones de tan considerables proporciones. Hasta el mismo Diego se sorprendió frente a tal hallazgo.

—Quiero que tengamos una relación larga y duradera. Al llegar a esta ciudad no me imaginé encontrar a una chica como tú, es por eso que quiero que vayamos con calma... — Proseguía Diego con un discurso mojigato que no se creía ni él mismo, mientras Lucía se soltaba el cabello  con la camisa abierta y mirándolo fijamente con sus grandes ojos verde.

Las palabras de Diego le entraban por un oído y le salían por el otro, Lucía se despojó de la camisa y empezó a desabrocharse el sostén, mientras permanecía sentada como un jinete sobre el vientre de su novio.

Fue entonces cuando dos grandes ubres coronadas por unos pezones erectos hicieron aparición frente a los ojos de Diego, quien ante la fuerza de los acontecimientos no pudo más que guardar silencio. Lucía empezó a morderse el labio inferior sin dejar de mirarlo, luego mojó su dedo índice en su boca y con él empezó a sobarse la punta de su teta derecha mientras con la otra mano levantaba su larga cabellera para dejar al descubierto su cuello.

Luego empezó a mover sensualmente su cadera sobre el cuerpo de Diego, como si lo estuviera cabalgando. Diego, en contra de su voluntad, empezó a perder el control y su pene creció entre las piernas abiertas de Lucía. Al fin de cuentas, era un adolescente con las hormonas a flor de piel.

No aguantó más y tiró a Lucía sobre la alfombra para abalanzarse salvajemente sobre sus tetas y succionarlas con fuerza mientras una sonrisa traviesa se dibujaba en el rostro de la chica. Le levantó la falda, la despojó de su tanga, de desabrochó el pantalón, sacó su verga, le abrió las piernas y empezó a tratar de penetrarla. Sin embargo, sus embestidas eran infructuosas, no lograba ensartarla y la sonrisa había desaparecido de la cara de Lucía para abrir paso a una mueca de dolor. Fue entonces cuando se le cruzó por la mente una idea que en principio le parecía absurda:

—¿Acaso eres virgen?  No sé por qué pero no lo logro, estás muy estrecha —  Dijo Diego sin tomarse muy en serio la pregunta.

—Sí, soy virgen—. Dijo Lucía con un hilo de voz.

La expresión de asombro de Diego era insuperable, le parecía casi imposible que la chica más deseada del colegio, la que se le había insinuado de esa manera tan impúdica pudiera ser virgen. Y es que la situación era irreal, estaba sobre una diosa de escultural belleza que lo había elegido a él para entregarle su más preciado tesoro. Aquella revelación lo rebasaba y, antes que amilanarlo, lo excitó al límite, así que reanudó sus intentos de penetración, ahora sí, de forma frenética e inmisericorde.

Fue un poco difícil porque lo cierto es que Diego no alcanzó a estimularla lo suficiente, la lujuria y el desenfreno lo poseyeron en cuestión de segundos y no pensó en nada más que en ser dueño de su coño. Ella estaba seca y sus embestidas la lastimaban. Finalmente su himen se rompió y Diego empezó un mete y saca doloroso que desató su llanto. Lucía se sentía engañada pues su idea de que el sexo era placentero se estaba viendo desvirtuada, se sentía desgarrada y su entrepierna le ardía sin compasión. Lo único que la hacía resistir era la esperanza de que en menos de lo que imaginaba su dolor se transformaría para dar paso al éxtasis y a la satisfacción. Sin embargo, sucedió lo inesperado, Diego se vino rápidamente, llenó su esfínter con su leche y extrajo su falo flácido y satisfecho de su concha, sin que el dolor de Lucía hubiese cesado y sin que ella hubiese llegado al clímax.

Diego se incorporó, se subió los pantalones y se peinó.

—¿Esto fue todo? — Dijo Lucía, asombrada.

Diego, se avergonzó de inmediato, tomó su mochila y abandonó la casa ruborizado por no haber podido colmar las expectativas de la candente ninfa. Lucía trató de detenerlo, pues su expresión no había sido de reproche, si no de asombro y al ver la reacción de Diego entendió el grado de su imprudencia. Sin embargo, el joven salió como alma que lleva el diablo sin que ella lograra evitar su huida.

Diego no contestó las llamadas de Lucía durante todo el fin de semana. Aunque ya había sido desvirgada, ella estaba apesadumbrada, no tanto por Diego, si no por ella misma, pues su imprudencia estaba arruinando sus planes. Y es que el objetivo de Lucía era adentrarse en el mundo sexual antes de graduarse, no era lógico que una chica como ella llegara a la universidad con un halo virginal. Lucía era una especie de leyenda urbana y todos pensaban que era muy experimentada, cosa que ella no quería desmentir, así que la llegada de un forastero como Diego le permitiría llevar a cabo sus planes sin perder su fama de femme fatale.

El plan era perfecto y Lucía no se resignaba a pensar que lo había echado por la borda, así que, al salir de la escuela, corrió tras Diego para pedirle perdón. Diego se asombró de que ella siguiera insistiendo a pesar de sus desplantes. A él le avergonzaba mirarla a la cara después de lo sucedido y pensaba que, por no haber dado la talla, ya todo habría terminado entre los dos.

—Diego, fui muy grosera contigo. ¡Perdóname! Esto tiene solución, entre los dos podemos hacerlo de nuevo. — Decía Lucía con las manos en señal de ruego.

Diego, no daba crédito a sus palabras. Y avanzaba cada vez más rápido para no ser alcanzado por la chica. Estaba realmente avergonzado.

—Diego, estoy hablando en serio— Repetía Lucía mientras corría tras él.

Para ir hacia la casa de Diego había que pasar por una calle solitaria, frente a un lote en el que estaban construyendo un gran centro comercial. La estructura de concreto estaba llena de obreros sudorosos, que a esa hora del día, ya estaban agotados de la fuerte jornada. Tres de ellos, desde la parte alta de la construcción, observaron a Diego huir de Lucía y empezaron a seguir la escena mientras se burlaban:

—Jajaja puberto pendejo, acaso no ve que esa hembra le está rogando. Ojalá me rogara a mí, yo ya se la habría clavado hasta los huevos a semejante mujerón — Dijo Carlos, un obrero rubio y vivaz.

—A esa perra lo que le hace falta es un macho que le dé su merecido, no debería correr tras un imberbe como ese.— Completó Lucho, un obrero corpulento y moreno.

—Miren como le muestra las tetas, está desesperada, lo que quiere es verga y ese culicagado no entiende— Dijo Oscar, un tercer obrero de facciones indígenas y baja estatura.

Lucía empezó a caminar frente a Diego, quien no detenía su paso:

—Diego, ¿es que acaso no te gustó? — Dijo Lucía mientras se soltaba el primer botón de la camisa y hacía un puchero.

—No es eso mi Lucy, tal vez siento que no soy suficiente para ti— Dijo Diego deteniéndose desconsolado.

—Amor, no es cierto. Yo quiero volverlo a intentar, quiero que tengamos sexo y sea placentero para los dos. — Dijo Lucía avanzando y dándole un besó apasionado al chico que no opuso resistencia esta vez.

Ella tomó el paquete del joven con su mano y se lo sobó tiernamente, mientras seguía introduciendo la lengua en su boca.

—¡Pero que guarra! Miren como le coge el pene, está bien ganosa la zorrita esta. — Dijo Lucho entre risas y sin soltar el rodillo con el que estaba pintando una pared.

Diego de nuevo no aguantó la excitación y empezó a sobarle el culo a Lucía, a pesar de que estaban en plena vía pública; pensaban que nadie los veía, ya que no alcanzaban a oír las voces de los obreros. La apretó contra su pechó y le dio un pequeño mordisco en el cuello sin soltar sus nalgas.

—¡Págale pieza! — Gritó Oscar, sin que sus palabras fueran escuchadas.

—Ese mocoso no tiene con que llevar a esa hembra a un motel, ojalá que se la coma ahí. Les juro que me hago una paja — Dijo Carlos con la espátula en la mano.

Los dos jóvenes se magreaban impúdicamente frente a la mirada lasciva de aquellos obreros, hasta que Lucía le desabrochó la correa y bajó la cremallera de Diego, él la levanto del suelo y dieron una vuelta que los hizo caer a una cuneta. Diego levantó la falda de la chica y le quitó la tanga tirándola hacía la calle.

—Jajaja Carlos, te va a tocar hacerte la paja, se la está cogiendo. — Dijo Lucho sin dejar de mirar a los dos chicos que seguían revolcándose en el césped.

—Miren dónde quedó la tanga, le va a tocar irse sin calzones a la muy perra. — Dijo Carlos entre risas.

Carlos empezó a bajarse la cremallera de su jean para cumplir con su promesa, pero de repente se vio que Diego se paraba del piso y se iba corriendo por la calle, dejando a una Lucía furiosa y con la falda empapada en lefa.

—Jajaja no jodan! Ese niñito tiene problemas de eyaculación precoz. Se vino antes de que yo me sacara la verga del pantalón. — Dijo Carlos con tono sarcástico.

—Jajaja pobre nenita, ese noviecito no le sirve para nada— Afirmó Lucho sin parar de reír.

—Como dicen por ahí, Dios le da pan a quién no tiene dientes. Una guarra de esas, con ese culo, con esas tetas, es para darle como a rata. Ya quisiera yo estar en el lugar de ese mocoso de mierda.- — Decretó Óscar con rabia.

Lucía se paró toda despeinada, se arregló el uniforme y buscó su tanga alrededor, pero al ver que estaba sobre el asfalto de la calle, la dejó ahí y se fue visiblemente irritada. Mientras se iba, los obreros le gritaban porquerías que ella no alcanzaba a escuchar:

—Puta, lo que te hace falta es un macho como yo. Yo si te doy toda la verga que quieras. ¡Te parto en dos, zorra! ¡Te parto en dos! — Gritaba Óscar, colérico.

Diego no fue a clase el día siguiente, la vergüenza no le permitió levantarse de la cama y no quería volver a ver a Lucía nunca más en su vida. Es más, quería retornar a su ciudad natal. Con su anterior y única novia, el problema no había sido de tales proporciones. Él no aguantaba mucho, era verdad, pero con Lucía era otra historia, se venía casi de inmediato. Era algo que hería su ego maltrecho de adolescente.

Lucía, por su parte, ya no estaba tan furiosa con Diego como con ella misma, sentía que estaba haciendo mal las cosas. Ella era una chica acostumbrada a obtener todo lo que se proponía y sentía que estaba arruinando el plan que se había trazado desde el inicio del año lectivo. Por eso, al ver que Diego no había asistido, pensó en ir a buscarlo a su casa, pero no para forzarlo a follar con ella, sino para hablar. Tal vez había sido muy acelerada, debía ser más estratégica si quería obtener los resultados que esperaba.

Con lo que no contaba era con que ese día su entreno se extendería hasta muy tarde, llevándola a salir del colegio casi a las 7:00 PM. Sin embargo, emprendió camino hacía la casa de Diego con paso apresurado en medio de la penumbra. Lucía no conocía otro camino que el que habían tomado el día anterior, le molestaba un poco tener que pasar por la calle solitaria, pero debía hacerlo si quería arreglar las cosas con Diego.

Al pasar frente al centro comercial en construcción alguien se dirigió a ella de forma inesperada:

—Vaya, vaya, pero miren a quién tenemos aquí… — Dijo Carlos, uno de los obreros que había estado observando a los adolescentes el día anterior.

Carlos estaba acompañado de Lucho y de Óscar, habían tenido que quedarse terminando de pintar una oficina, venían todos llenos de pintura y cargados con sus herramientas en la espalda.

—La niñita ganosa de ayer. ¡Cómo está de buena la condenada! — Dijo Lucho, mientras se acercaban a Lucia.

Lucia trató de apurar el paso, sintió temor ante las miradas libidinosas de los tres hombres. Pero cometió el error de darles la espalda.

—A esta putica hay que darle su merecido, no sé ustedes pero yo si me la voy a gozar un rato. — Dijo Óscar avanzando hacía la chica.

Lucía sintió los pasos tras ella e intentó correr, pero Óscar le arrancó el morral de la espalda y la tomó desde atrás por los brazos, sujetándola contra su cuerpo.

Carlos alcanzó a ver la tanga que el día anterior había quedado en la mitad de la calle y la tomó en su mano, risueño avanzó frente a Lucía que pateaba y gritaba.

—Por favor déjenme ir. En mi morral hay dinero, tomen todo el que quieran pero no me hagan daño— Suplicó la joven.

—A ver putica, nosotros somos hombres honrados. Nos jodemos todo el día trabajando, no necesitamos tu limosna. Estamos aquí para hacerte un favor, el que no pudo hacerte el pendejo de tu novio. — Le dijo Carlos restregándole la tanga a Lucía la cara.

Lucía agachó la cabeza y recordó lo sucedido el día anterior, lo deseosa que estaba de llevar a cabo sus planes. Esta vez su objetivo la había obnubilado de tal manera que ni siquiera se le ocurrió que alguien podría estar observando su comportamiento. Así que agachó la cabeza avergonzada y derramó un par de lágrimas frente a los ojos de sus captores.

—¿Pero qué pasa mi reina? ¿Ayer no llorabas? Vamos, alégrate que la vamos a pasar muy bien. — Le dijo Lucho, secándole las lágrimas con su mano untada de pintura seca.

—Quiero ver esos ojazos que tienes. Mírame y dime cómo te llamas.­ — Le dijo Carlos a Lucía tomándola bruscamente por el mentón.

La chica levantó la cabeza y dos inmensos ojos verdes iluminaron su rostro.

—Ja! Creo que nos ganamos la lotería, muchachos. Esta perra está más que buena. Desde allá arriba se le veía un cuerpo de infarto, pero no es solo eso, es una belleza. — Dijo Lucho, con voz burlona.

—No entiendo como una hembra así le ruega a un escuálido como ese. A ver, zorra ¿Cómo se llama el pendejo de tu novio? — Le gritó Carlos, tomándola por las mejillas.

Lucía movió la cabeza de lado a lado dando a entender que no respondería a su pregunta.

—¿Ah? Conmigo no te hagas la lista, dime ya como se llama ese idiota. — Le dijo Carlos, dándole una bofetada.

—Diego, se llama Diego. ¡No me vuelvas a pegar! ¡No me hagan daño! — Dijo Lucia entre sollozos.

—Ah, con que Diego se llama el imbécil que no fue capaz de cogerte como mereces. Ya olvídate de él, aquí estamos nosotros, te damos toda la verga que quieras y hasta más. — Dijo Carlos entre risas mientras los otros dos asentían.

Carlos rompió la camisa del uniforme de Lucia, dejando al descubierto su grandes tetas entre un sostén blanco.

—A qué ninguno de ustedes se imaginaba que esta perra tenía semejantes tetas. Se ve muy flaca para tener semejante delantera. — Dijo Lucho apretando la teta derecha de Lucía, mientras ésta hacía un gran esfuerzo por no gritar.

Carlos tomó en su mano una espátula y la acercó a la cara de Lucía mientras ésta aún era sostenida desde atrás por Óscar. La niña empezó a suplicar, pensando que la heriría con aquel instrumento.

—Cálmate, quiero ver mejor tus tetas. — Dijo Carlos rompiendo bruscamente el sostén y dejando a la vista el pesado busto, que al ser liberado, dio un pequeño bote.

Carlos y Lucho se abalanzaron sobre ella y empezaron a chupar sus pezones bruscamente. Lucho amasaba la teta derecha con su tosca mano y a ratos le daba palmadas solo para ver cómo vibraba frente a sus ojos.

—A ver, perra, no nos has dicho tu nombre. ¿Cómo es que te llamas? — Dijo Lucho, he inmediatamente le mordió el pezón, causándole un gran dolor a la chica.

—Luciaaaaa — Dijo la joven, en un grito desesperado.

—Bueno Lucía, esta noche vas a saber lo que es bueno, así que pórtate bien. — Dijo Carlos, sin dejar de magrear la teta que le había tocado en suerte.

Lucía trataba de patear a Carlos y a Lucho, pero estos la esquivaban y se burlaban de su infructuosa defensa. Óscar, por su parte, no dejaba de sostenerla desde atrás y de morderle de vez en cuando el cuello, pero ya se estaba cansando de su pobre papel en ese macabro juego.

—A ver, yo también quiero gozarme a esta perra. — Dijo Óscar, arrastrando a Lucía hasta una banca derruida que había en la vera del camino. Él se sentó en ella y puso a Lucía sobre sus piernas con la cola en pompas, le levando la falda y dejó al descubierto dos nalgas de diámetro considerable.

—A las niñitas malcriadas y traviesas hay que darles su merecido. — Dijo Óscar, dándole nalgadas a Lucía mientras los otros dos reían.

—A ver si aprendes que a los hombres no se les provoca sino que se les complace. — Prosiguió Óscar bajando la tanga por las torneadas piernas de la chica, hasta dejarla en el suelo.

En la misma posición en la que estaba, empezó a meterle un dedo por el coño, sin dejar de nalguearla. El mete y saca de Óscar hacia que la espalda de Lucía se tensara, mientras sus ojos no dejaban de llorar. Carlos y Lucho sacaron sus vergas y empezaron a pajearse ante el espectáculo.

Óscar besó las nalgas de Lucia e introdujo su boca en su concha, succionando los fluidos que ya empezaban a delatarla.

—Ya está mojadita la muy puta, pero si está bien estrecha. Ese pendejo del Diego no le ha hecho ni cosquillas. — Dijo Óscar metiendo dos dedos para tantear el coño de la niña.

—Como yo fui el de la idea, me la voy a follar primero. A ver, pónganmela encima. — Completó Óscar.

Carlos y Lucho la levantaron y esperaron a que Óscar se sacara la verga del pantalón, era un falo largo y grueso en su más amplia proporción. La acercaron a Óscar y éste la obligó a sentarse sobre él, le abrió las piernas y le metió el pene en la concha con esfuerzo.

Lucía no hacía si no llorar, con sus tetas al descubierto, despeinada y frente a aquel hombre que la miraba con lujuria.

—¿Qué pasa zorra? ¡A cabalgar! Quiero ver como se te mueven las tetas mientras follamos. — Le dijo Óscar tomándola por la cintura.

Lucía empezó a moverse tímidamente sobre el falo de Óscar, pero éste, desesperado por su lentitud, empezó a mover la pelvis desde abajo en un mete y saca infernal que la rompía por dentro.

—Si no quieres colaborar, tendremos que hacerlo todo nosotros. — Dijo Óscar tirando a Lucía contra el asfalto y abalanzándose sobre ella.

Le abrió las piernas con violencia y la ensartó salvajemente frente a la mirada atónita de sus compañeros. Óscar estaba fuera de sí. Metía y sacaba su verga del coño de Lucía mientras le manoseaba las tetas y metía la lengua en su boc con desenfreno. Luego se paró y se corrió abundantemente sobre el cuerpo de la joven que lloraba sin parar.

Carlos la recogió del suelo y la puso boca abajo sobre el capó de un auto abandonado que había justo frente al edificio en construcción. Le levantó de nuevo la falda y empezó a tratar de meterle el falo por el ano.

—No, ¡por favor! ¡Por ahí no! ¡Se los ruego! — Gritaba Lucía desesperada.

—Ah, con que tu culo es virgen. ¡Mejor! Me la vas a apretar bien rico, zorra. — Gritó Carlos empujando su verga sin compasión.

Lucía gemía de dolor y Carlos seguía insistiendo, hasta que finalmente consiguió meterla hasta el fondo. Empezó a moverse lentamente y después fue apurando el ritmo, cuando sintió que se venía, tomó a Lucía por su larga cabellera negra, levantando su pecho, hasta que sus grandes melones se vieron reflejados en el parabrisas roto del carro sobre el que profanaba su agujero posterior y fue en ese momento en el que  se vino con un potente chorro en su interior.

Óscar se retiró y Lucho la llevó de nuevo hacía la banca, se sentó en ella y la obligó a arrodillarse frente a su verga erecta que no dudó ni un minuto en meter en su boca. Lucía sentía arcadas, pero Lucho era cero cuidadoso, introdujo su pene hasta la garganta de la joven y, tomando su cabeza desde la parte de atrás, empezó a follarle la boca con desenfreno. Terminó en su cara, llenando sus tetas de semen.

Lucía creía que ya todos habían tenido su turno y que se largarían sin dejar rastro. Sin embargo, en la maquiavélica mente de Óscar, se estaba gestando una nueva y perversa imagen erótica.

—Vamos, ponte en cuatro como la perra que eres. — Le dijo Óscar a Lucía.

—Déjenme ir, ya fue suficiente. — Dijo Lucía entre lágrimas.

—Aquí no eres tú la que decide qué es suficiente. ¡Vamos! ¡En cuatro! — Dijo Óscar furioso.

Lucía obedeció y  Óscar se paró frente a su culo, tras despejarlo de la falda colegial, le metió su rabo por el ano y empezó a sodomizarla como ya lo había hecho Carlos. La verga de Óscar era claramente más gruesa por lo que Lucía sentía morir.

—Ahora ustedes hagan lo que quieran con sus otros agujeros. ¡No se queden ahí mirando! Ya se parecen al pendejo su novio. —  Dijo Óscar sin frenar su mete y saca.

Lucho se tiró al suelo boca arriba y, con esfuerzo, se metió entre éste y el cuerpo de la chica. Mordió y chupó el par de ubres que colgaban frente a su cara, eso hizo que Lucía se levantara un poco haciendo espacio para que su verga quedara en la entrada de su coño. Apuntó hacía él y de un solo tirón se la metió hasta los huevos.

Con Óscar perforándole el culo y Lucho en su concha, Lucía empezó a sentir cosas que nunca antes había sentido. Su clítoris estaba como un frijol y sentía calambres en su espalda. Cuando estaba acoplándose al rítmico movimiento que ya habían acompasado los dos obreros, Carlos le metió el falo en la boca.

—Vamos, quiero que me mires con eso hermosos ojos mientras saboreas mi verga, pequeña. — Dijo Carlos, tomándola del cabello hacía arriba.

Lucía no podía hacer más que obedecer, lo miró con sus inmensos ojos verdes y un par de lagrimones rodaron por sus mejillas.

Estaba viviendo una triple penetración. Cuando pensó en adentrarse en el mundo sexual con Diego, nunca se imaginó que podría terminar de esta manera. El ritmo alcanzado por los tres era perfecto, como si hubieran estudiado una coreografía. Ella no hacía nada, era como una muñeca inerte, abandonada a los deseos de esos tres lunáticos, pero muy a su pesar estaba empezando a sentir placer. Los pezones se le pusieron duros y la espalda empezó a curvarse, su coño palpitante la estaba volviendo loca y se le nublaba la vista. Trató de resistirse, pero entre las piernas se le desató una gran cascada que no pasó desapercibida para ninguno de los tres hombres.

— Jajajaja se corrió. Parece que le ha gustado a la muy guarra. — Gritó Lucho, el primero en sentir su humedad desbordada.

Después de esto, uno a uno empezó a alcanzar el orgasmo. Primero Lucho, luego Óscar y, por último, Carlos que derramó su leche caliente en la cara y en la espalda de Lucía. Casi a las 3 de la madrugada, tras una noche delirante, los tres obreros retiraron sus vergas de la chica y huyeron del lugar, dejándola tirada y rota en la mitad de la calle.