Lucía - De tal palo, tal astilla
Con 19 años, Lucía era digna hija de su madre, pero con mejor cuerpo.
El juego de provocación que había empezado Adriana, y el polvazo rápido que echamos en el baño, habían despertado un morbo en mí, que me tuvo toda la semana siguiente haciéndome más pajas que un mono. Lo primero que hacía al despertarme era una buena paja, y lo último antes de acostarme, otra aún mejor. Y si a lo largo del día tenía algún rato, era muy probable que cayese otra más.
De hecho, alteró tanto mi sexualidad, que sacó de nuevo al animal sexual que llevaba algún tiempo desaparecido. Cuando empiezo en algún nuevo proyecto, me suelo concentrar tanto que el trabajo, que inevitablemente aparco mi vertiente sexual, pero después de la barbacoa del sábado, ya no había forma de enjaular a la fiera. Me notaba excitado a todas horas. Miraba a las mujeres de la oficina con deseo, a las camareras, a las cajeras, a las dependientas en las tiendas… Volvía a ser el yo de siempre.
Durante esa semana me había masturbado pensando en la mitad de las vecinas de la urbanización, de aquellas que normalmente veía sin mayor interés en la piscina, por supuesto recordando a Adriana, pensando en sus dos amigas venezolanas, y en María, la colombiana casada con Mike, el amigo americano de Gus. Ya digo que estaba desbocado.
Una mañana, al salir de casa para ir a trabajar, estaba arrancando el coche, cuando pasaron por delante de mí, caminando hacia la parada del autobús Lucía y Jessy, las hijas de Gus y Adriana. Las dos iban vestidas muy juveniles, muy de su edad. Bueno, la verdad es que Lucía, la mayor, iba como para romper corazones. Y no porque fuese especialmente femenina, pero llevaba unas mallas de esas de yoga, que se le pegaba a la piel sin dejar casi nada a la imaginación, y al no ser negras, se leían perfectamente todas las formas de su cuerpo. Estaba tremenda. Daba igual que tuviese solo 19 años, esa niña iba pidiendo guerra desde por la mañana.
Las pité y les pregunté que si las acercaba a algún sitio. Ellas se aceraron muy sonrientes, especialmente Lucía, y me dijeron a donde iban. La verdad es que cada una iba a un sitio distinto, así que no podía llevar a las dos, pero como al menos parte del camino de cada una me pillaba de camino, les invité a subir y las acerqué hasta donde pude. La primera en bajarse fue Jessy, que iba a coger el metro en una parada que me pillaba de paso.
Al quedarnos solos en el coche, Lucía me miraba en silencio y sonreía. Yo al principio no le di mayor importancia, pero a fuerza de notar sus ojos clavados en mí, la miré y le pregunté
Y – ¿Qué tal Lucía? ¿Todo bien?
L – Sí, claro, todo muy bien. Al menos todo lo que yo veo.
Y – Jajajajaja, ¿qué quieres decir?
L – Pues eso, que lo que yo veo, está muy bien. Que me gusta mucho
El descaro de la niña me pilló un poco por sorpresa, pero al mismo tiempo, con la semanita de calentón que llevaba, hizo que mi polla reaccionase inmediatamente, y empezase a ponerse morcillona.
L - ¿No dices nada?
Y - Pues no sé muy bien qué decir, la verdad… Me sorprende que una niña de 19 años se fije en un hombre de mi edad, y más aún que diga lo que tú acabas de decir.
L – A ver… de entrada, de niña nada. No sé si te has fijado en la piscina, pero yo ya no soy una niña. Ni mi cuerpo es el de una niña, ni mi mente tampoco. Y además, mis gustos tampoco son de niña. Tengo gustos de mujer, y me gustan los hombres, no los niños.
Y – No quería ofenderte Lucía. Ya sé que no eres una niña, pero pese a que ya seas una mujer, eres muy jovencita. De hecho, si te paras a pensarlo, yo podría ser tu padre.
L – Podrías, pero no lo eres. Y te conservas muy bien. No solo le gustas a mi madre y a sus amigas, ¿sabes?
Ese comentario me dejó un momento sin palabras…
Y – ¿Cómo dices?
L - No te hagas el tonto, que sé perfectamente lo que pasó la otra noche en el baño del sótano entre tú y mi madre. Os escuché desde fuera. Y por si te interesa saberlo, me puse muy caliente. Me habría gustado estar en el lugar de mi madre.
En ese momento yo ya no sabía qué decir. Eso explicaba la sonrisilla que tenía y su comentario cuando me la encontré en el comedor al subir del baño… Había estado escuchando como me follaba a su madre. Al principio me asusté un poco por lo que pudiera pasar, pero el hecho de que me lo estuviese diciendo en esas circunstancias, me decía que la niña no iba a contar nada a nadie. Más bien, lo pensaba utilizar como justificación para pedir lo suyo. Y la verdad es que la idea tampoco me disgustaba.
La miré, ahora sonriendo, y dispuesto a tomar las riendas de lo que estaba a punto de pasar. Si la niña quería sexo, sexo iba a tener, pero con mis condiciones.
Y – tú estás segura de que quieres tener sexo conmigo?
L – Pues claro que sí. O es que te crees que soy virgen todavía? Las venezolanas somos mujeres muy calientes. No sé a qué edad empiezan las españolas, pero con 19 años en Venezuela ya no quedan muchas chicas vírgenes.
Y – Me parece bien Lucía. Por mi parte tampoco hay ningún problema. Me pareces una chica muy atractiva, y si eso es lo que quieres, eso es lo que vas a tener, pero con mis condiciones. Tendrás que saber guardar el secreto. Lo que pase entre nosotros no se lo puedes contar a nadie. Y tendrás que hacer todo lo que yo te diga, y cuando yo lo diga. Si no te parece bien, lo dejamos aquí, y todos tan contentos.
L – ¿Quieres que sea tu esclava?
Y – No, no quiero esclavas pasivas. Quiero que seas mi puta, mi zorra. Si aceptas, te aseguro que no te arrepentirás, pero si no estás de acuerdo, ya te he dicho que no hay problema.
No me conocía ni yo. Esas palabras salieron por mi boca como si se las estuviese diciendo a su madre, que era la que en realidad me había encendido de esta manera. La madre me había encendido, y ahora la hija iba a pagar las consecuencias.
L – Me parece bien. Acepto.
Le pedí su número de teléfono para poder contactarla directamente cuando quisiera, y le dije que ya recibiría instrucciones. Enseguida llegamos a donde se bajaba, y la verdad es que me quedé con ganas de meter mis dedos en su coñito y averiguar si se había puesto tan cachonda como yo, pero había gente en la acera, y no pudo ser. Nos dimos dos castos besos, y se bajó.
Pasé todo el día excitado pensando en Lucía y en su madre. Pensar en que un bombón de 19 años se quería poner a mi disposición, me tenía todo el día con la polla babosa. Cada vez que iba al baño, aprovechaba para limpiármela un poco, porque estaba todo el tiempo mojando el calzoncillo
Cuando salí de trabajar, los compañeros de la oficina dijeron de ir a un bar a ver un partido de baseball y a aprovechar la happy hour, que tenían la cerveza y las buffalo wings a mitad de precio, y la verdad es que cualquier otro día me habría apuntado, pero esa tarde tenía claro lo que quería, y ver el baseball no estaba entre mis prioridades.
Envié un mensaje de texto a Lucía, y le dije que en una hora la quería en mi casa. Le dije que la quería con los mismos pantalones de yoga ajustados que llevaba por la mañana.
Al llegar a casa, me di una ducha rápida, y me puse un pantalón corto de deporte, una camiseta y me quedé descalzo por la casa. Me abrí una cerveza y me fui hasta la puerta. La dejé sin el pestillo, de tal forma que cuando viniese Lucía pudiese entrar y a continuación me senté en el sofá. Ni siquiera encendí la tele. Estaba excitado. Notaba la polla babosa de nuevo pese a haber salido hacía nada de la ducha. Mientras esperaba que llegase estaba repasando mentalmente lo que pasó la semana anterior en la piscina. Cómo desde el principio sus sonrisas habían estado presentes, cómo pese a escucharnos a su madre y a mí follando en el baño, supo esperar su momento y cómo a la primera ocasión que había tenido había conseguido lo que quería. Me di cuenta que en realidad, por mucho que yo pensara que iba a hacer con ella lo que me diera la gana, la que de verdad estaba haciéndolo, era ella.
Debía estar casi a punto de llegar, así que sin esperar a que llegase, le mandé un mensaje a su móvil, y le dije que al llegar, abriese la puerta y entrase sin llamar.
No tardó ni cinco minutos desde que le envié el mensaje en abrirse la puerta con mucho cuidado, y apareció Lucía. Entró y cerró la puerta tras de sí.
L – Hola. Casi no puedo salir. Mi madre está en casa y se pone muy pesada preguntando. Le he dicho que me iba a correr…. Jajajaja. Si te paras a pensarlo no la he mentido.
Y – Eso ya lo veremos. Ven aquí delante de mí, y déjame verte.
Vino caminando hasta donde estaba yo y se paró justo delante de mí.
Y – Descálzate
Le hablaba en tono serio, sin dejarle ver el deseo que sentía por follarla.
Y – ahora quítate la camiseta y a continuación, te das la vuelta y dándome la espalda y con tu culo a un metro de mí, te bajas el pantalón hasta los tobillos doblándote por la cintura, sin doblar las rodillas.
Dibujó una sonrisa en su cara y obedeció. Mientras lo hacía, cogí mi cámara de fotos digital, que ya había dejado intencionadamente en el sofá, y empecé a hacerle fotos.
L – Eh, no. No me hagas fotos, que no sé lo que vas a hacer luego con ellas.
Y – Ok, no hay problema. Vístete y ya puedes irte.
L – ¿Lo dices en serio? ¿Y no te vas a follar a este yogurcito? Jajaja.
Y – Te dije esta mañana que si querías tener sexo conmigo, tendrías que hacer lo que yo dijese y cuando yo lo dijese. Si cada vez que te diga que hagas algo voy a tener que estar explicándote esto, francamente no me interesa. No necesito andar detrás de una estudiante para echar un polvo.
Cierra al salir por favor.
L – OK… vale, haz fotos.
Y – Adiós Lucía. Cierra al salir, por favor.
Cogí el mando a distancia de la tele y la encendí al tiempo que daba un trago de la cerveza.
Ella se quedó totalmente desorientada al ver que iba en serio. Y volvió a hablar.
L – Perdona Víctor, tienes razón. No volverá a ocurrir. Te prometo que voy a hacer lo que me digas sin volver a protestar, pero no me eches, por favor!!
Y – No voy a volver a hablar de esto Lucía. Si quieres hacer esto, es con mis condiciones, y sino te vas. Seguro que no tienes problema en encontrar un pelele que haga lo que tú quieras. Ya te dije que no quiero una esclava. Quiero una puta. Quiero a una buena zorra que haga con placer lo que yo desee verla hacer. O que me mire en silencio mientras yo hago lo que me apetezca hacer. No voy a utilizar castigos, ni te voy a azotar, ni nada por el estilo. Es sencillo. Si algún día dejas de estar de acuerdo, no voy a castigarte, sencillamente esto se termina. Pero ten en cuenta que si te vas un día, no hay vuelta atrás. Y no acepto excusas. Ni menstruaciones, ni novios, ni “es que tengo que estudiar”. Cuando yo diga y lo que yo diga, sin excusas.
L – Ok. Te entiendo.
Y sin decir nada más, se terminó de quitar la camiseta, y dándose la vuelta, llevó sus manos atrás, metió sus pulgares por dentro del pantalón, y lo bajó despacio hasta los tobillos. Cogí la cámara y empecé a hacerle fotos. Se quedó quieta en esa posición. Su culo estaba a un metro de mi cara. La muy zorra pese a su reticencia, estaba más cachonda que yo. Tenía el tanga empapado.
Y – Sácatelo, ponte de pie y de frente a mí quítate el sujetador muy despacio.
Obedeció sin rechistar. Cuando llevó sus manos atrás y desabrochó el sujetador, se la notaba con la respiración acelerada. A mí me costaba mantener la polla dentro del pantalón. El morbo de saberla sometida a mis deseos y además verla así de excitada, me había provocado una erección considerable. Ella al dejar caer el sujetador, miró el bulto en mi pantalón, pero no dijo nada.
Ahora me acerqué a ella y empecé a sobarle las tetas. Tenía un buen par de tetas, y unos pezones grandes y duros. Con esos pezones, resultaba un milagro que no los fuese marcando a todas horas. El sujetador debía tener refuerzo en la parte delantera. A los 19 años, esas tetas estaban duras como piedras, y ella no podía disimular su excitación ante el masaje que le estaba haciendo. Su tanga se veía igualmente mojado al mirarlo de frente.
Y – Quítate el tanga y siéntate a horcajadas sobre mí, bien abierta.
Al hacerlo, la visión que tenía ante mí, era espectacular. Con esas tetas tan bien puestas y su coñito depilado, yo tenía un calentón que ya empezaba a costarme disimular. Le dije que sacase mi polla del pantalón, y lo hizo con toda delicadeza, sujetando el elástico del pantalón por debajo de mis huevos, quedando todo el paquete fuera. Ella me acariciaba la polla y los huevos con mucha suavidad
L – Madre mía, no me extraña que mi madre gritase tanto la otra noche. Menuda polla tienes.
Y – Quiero que te masturbes para mí. Con la otra mano puedes acariciarme la polla si quieres, o tocarte las tetas, lo que prefieras, pero hazte un dedo, y córrete.
No se lo pensó. Sin quitar su mano izquierda de mi polla, llevó el dedo corazón de su mano derecha a su coñito. Lo primero que hizo fue recorrerlo hasta abajo del todo, para mojarlo con su flujo, y a continuación, lo metió entero en su coñito. Soltó un gemido sin la menor intención de silenciarlo, y a continuación lo sacó y empezó a jugar con el clítoris. Cada dos por tres volvía a recorrer su coñito entero y metía de nuevo el dedo, pero se centraba en masturbarse el clítoris, y su mano izquierda no soltaba mi polla, que para entonces estaba ya como una piedra. Cuando llevaba un rato así, empezó a apretar su mano sobre mi polla como si la quiera estrujar, pero con ello solo conseguía excitarme más, y darme un placer tremendo. Y a continuación explotó en un orgasmo ruidoso como hacía tiempo que no escuchaba. No se cortó en absoluto. Y yo mientras tanto, no paraba de hacerle fotos.
Cuando terminó de correrse, le dije que me follase, y no se lo pensó ni un segundo. Se levantó lo suficiente para apuntar el glande a su entrada, y pegándose por completo a mí, se dejó caer clavándose mi polla hasta el fondo. Pegó un bufido enorme, y se quedó un momento quieta con ella completamente metida.
Y – Fóllame zorra. Esto querías, ¿no? Pues venga, demuéstrame cuánto lo querías.
Y empezó un movimiento adelante y atrás, deslizándose por mis piernas, sin levantarse nada. Ese movimiento hacía que cuando tenía su culo atrás del todo, El glande estuviese muy retorcido en su entrada, casi a punto de salirse, y al empujar para dentro de nuevo, notaba un roce muy intenso del glande contra su pared interior, esa que separa el conducto vaginal del anal. Era una sensación tremendamente intensa, que me encantaba.
Lo hacía a una buena velocidad. Ni deprisa, ni despacio. Y desde luego no era la primera vez que lo hacía así, porque enseguida cogió el ritmo sobre la parte final de mi polla, casi sin meterla más de la mitad, y volviendo a sacarla casi hasta el extremo, solo jugando con esa parte más sensible. Aunque de vez en cuando pegaba un apretón para metérsela hasta el fondo de nuevo y pegaba otro bufido. El problema era que si seguía así, me iba a terminar corriendo antes de lo que quería.
Pero antes de que eso se convirtiese en un problema, ella empezó otra vez a correrse. Se pegó contra mi pubis, totalmente metida la polla en su coñito, y pegaba empujones para estimular su clítoris contra mí. Se corrió otra vez sin cortarse en evitar el ruido, así que le di un azote bien fuerte en el culo con la mano derecha. Lo mejor de todo es que en vez de conseguir que se callase, lo que hizo fue gritar más.
Ahora sí que me había puesto cachondo la puñetera niña. Se estaba corriendo como una loca, y además le daba placer que le calentase el culo. De hecho la muy cabrona empezó a follarme más fuerte, y yo empecé a temer que me podría correr dentro de ella, así que la agarré del culo y la pegué contra mí para que se estuviese quieta.
Y – Estate quieta un momento, que no querrás que me corra dentro, ¿Verdad?
L – Avísame antes de correrte para que me pueda quitar
Y empezó de nuevo a moverse. Esta vez me besó, y se volvió a quedar quiera un momento mientras nos besábamos. La puñetera parece que la había enseñado a besar su madre. Lo hacía de maravilla, y me estaba poniendo aún más loco.
Reanudó el ritmo de la follada sin dejar de besarme y abrazarme, mientras yo le amasaba las tetas. Estaba en el séptimo cielo, pero aquello no podía alargarlo más, así que la avisé de que me corría.
Se salió y me agarró la polla con las dos manos mientras la miraba muy fijamente e iniciaba una paja rápida.
Y – Noooo, despacio, despacio que ya me voy a correr. Sigue así, despacio, sigue, sigue
Noté perfectamente como me subía el orgasmo desde los huevos hasta que exploté en esa sensación tan intensa que me recorría toda la polla, hasta desembocar en el glande
Y – Siiiiiii, joder síiii, no pares ahora, despacio, despacio pero sin parar… aaahhhhhh
Y empecé a descargar mi leche sobre sus tetas, su tripa y sus manos.
Cuando ya no quedaba nada por salir, redujo el ritmo hasta que mi polla estaba tan sensible que le pedí que parase. Cogí la cámara y le hice más fotos con mi corrida toda sobre ella, asegurándome de sacar bien su sonrisa de viciosa. Sin decirle nada, subió sus manos y empezó a lamer el semen que le había caído, y yo seguía haciéndole fotos. Fue una imagen tremenda.
Cuando recuperé el aliento, nos besamos y le di un par de azotes suaves en el culo.
Y - Venga, vístete y tira para tu casa, que te va a echar de menos tu madre. Y no te olvides de darte una vuelta corriendo al barrio, que se supone que después de más de media hora deberías llegar bien sudada a tu casa.
L – Jajajajaja, estás en todo... Vale, no te preocupes. ¿Cuándo quieres que vuelva?
Y – Aún no lo sé, pero pronto, no te preocupes. Ya te avisaré por tf.
Cuando se terminó de vestir, me dio un piquito y se fue con una preciosa sonrisa de niña satisfecha, dejándome allí sentado en el sofá todavía con la polla manchada de semen.