Lucia
Infidelidad en la oficina con la hijastra de mi jefe.
Sus manos recorrían mi cuerpo mientras mi mente se evadía en busca de recuerdos más felices. Y el nombre de Lucía vino a mi cabeza. No era posible. ¿Cómo iba a pensar en ella?; estaba haciendo el amor con mi novia de toda la vida, con la que me iba a casar en unos pocos meses, y sin embargo... Ese maldito nombre martilleó en mi cerebro cuando exploté en la boca de mi pareja.
Nunca antes le había sido infiel. La quería más que a nada en este mundo; me había ayudado mucho a superar mis miedos, y a darme cuenta que la vida no es tan oscura como yo pensaba. Llevábamos juntos tantos años que casi había perdido la cuenta; bueno, ¿a quien pretendo engañar?, salíamos desde que ambos contábamos con apenas 20 años, y ahora vamos por los 33; mucho tiempo juntos y nos queremos incluso más que antes si es posible.
Y de la noche a la mañana mi mundo cambió, llegó el caos, el terremoto. Cuando la vi entrar en la oficina... ¡qué mujer!. Nos quedamos todos mirándola, caminaba como si no llegase a pisar el suelo y su pelo negro flotaba tras ella. Jamás había visto un pelo como el suyo. Negro como el azabache, incluso más oscuro si cabe, que hacía que su rostro pareciese más pálido de lo que ya era, y unos ojos verdes llenos de hielo. Era casi fantasmagórica, pero demasiado bella para dejar a cualquier hombre indiferente.
Creo que todos los miembros de la oficina se irguieron a su paso, ya saben a lo que me refiero, pero era una reacción natural a lo que nos tendríamos que acostumbrar, pues iba a ser nuestra nueva compañera de trabajo. El resto de mujeres no quería que ella tuviera este destino, pero al ser la hijastra del jefe le había dado un puesto importante en la empresa.
Pensar que yo había tenido que pasar por una entrevista como todo el mundo... y esa maldita zorra... Sentí celos nada más verla; celos, sí, yo era el hijo verdadero del jefe, y ella... sólo la hija de la puta con la que se acostaba cuando estaba casado todavía con mi madre, ni siquiera llevaba su sangre, y le había dado el mejor puesto de la compañía.
Llegué incluso a imaginar que esa tía se tiraba también a mi padre, y la sola imagen de ellos dos juntos me hizo estremecer.
Tuve la mala fortuna de que la asignaran a mi equipo de trabajo como coordinadora. Encima tendría que aguantarla todo el tiempo. Fui a hablar con mi padre de inmediato, la única respuesta que obtuve de sus labios fue: "Es más buena que tú en todo. Aprenderás mucho"
¡Viejo cabrón!. Según él yo nunca había hecho nada que mereciera la pena, nunca había estado a su altura, y ahora me metía a la hija de su amante como jefa. Si no hubiese sido por el recuerdo de mi novia le hubiera matado allí mismo, se lo merecía.
Mi novia, mi salvadora, la única cuyo recuerdo hacía que me calmase. Pensar que se lo iba a agradecer de aquella manera.
Con el paso de las semanas descubrí que Lucía no era como yo pensaba. Realmente era muy buena en el trabajo, pero tenía algo en su presencia que hacía que cada vez que se acercaba sintiéramos frío, era como si no tuviera corazón, y lo hubiese sustituido por un pedazo de hielo, pero aún así... No podía evitar excitarme cuando la tenía cerca.
Nos tocó por fin un trabajo de los buenos, en el que tendríamos que pasar muchas horas en la oficina. Me sentía cansado y nervioso en su presencia, absorbía la energía de todos y ella nunca parecía agotada. Es más; los días que nos quedábamos hasta tarde parecía que se llenaba de vida.
Algo salió mal; ahora no recuerdo que fue, sólo sé que mi padre nos llamó a todos al despacho y nos dijo que alguien había metido la pata en el proyecto, que éramos unos inútiles y que Lucía y yo tendríamos que pasar el fin de semana en la oficina trabajando para poder presentarlo a tiempo.
Tuve que llamar a mi novia para anular planes, pues ese fin de semana nos íbamos a ir fuera, se lo había prometido hacía mucho tiempo. Me sentí fatal al tener que cancelarlo, ella se lo merecía. Incluso los días que yo llegaba tarde a casa por culpa del trabajo ella me esperaba despierta con una sonrisa para charlar un rato y darme ánimos. Y pensar que tenía que pasar un fin de semana entero con esa bruja... joder, era superior a mis fuerzas.
No sé cómo pasó; recuerdo una conversación sin lógica entre Lucía y yo, la caída de un vaso de su mano y que se cortó un dedo con los cristales cuando los fue a recoger; me acerqué a ella para ayudarla y curarle la herida, le puse un tirita, y pensé que aunque pareciese algo irreal era humana pues sangraba. Menudas tonterías se pueden pasar por la mente de uno cuando quiere negar lo evidente.
Sin darme cuenta la estaba sujetando de las manos y besándola apasionadamente, y ella me estaba devolviendo ese beso. Sus labios eran suaves y muy jugosos; su largo pelo negro parecía revolotear alrededor de nuestras cabezas. Le solté sus manos y me empezó a acariciar todo el cuerpo, con desesperación, como si no hubiese mucho tiempo.
Sentí sus manos deslizarse por mi pecho para desabrocharme la camisa, botón a botón, y con cada botón yo iba bajando poco a poco la cremallera de su vestido.
Quedamos los dos desnudos, o mejor dicho: yo en calzoncillos con mi pene completamente erecto, y ella desnuda del todo; me sorprendió darme cuenta que no llevaba ropa interior. Me la había imaginado muchas veces así, pero quitaba esa idea de mi cabeza al recordar a mi novia.
Me empecé a sentir algo culpable por lo que estábamos haciendo y sentí como si me estuviese leyendo el pensamiento. "Una vez solamente, por favor". "No se va a enterar nunca". "Lo deseas tanto como yo". Y me dejé llevar. Jamás había sentido algo tan excitante. Su lengua me recorrió por completo. Había perdido el control de la situación y me dio igual. Quería que ella me hiciese todo lo que quisiera. Pensé que así no tendría tanto remordimiento después.
Solté un gemido cuando sentí su lengua en mi ano; nadie antes había jugado en esa zona... y me estaba encantando, mi verga parecía que iba a explotar; sentí como iba introduciendo sus dedos en él y yo no podía dejar de gemir. Ella paró de pronto y se lanzó hacia mi poya; la engulló como si hiciese mucho tiempo que no sentía una tan cerca. Estuve a punto de acabar en su boca. Menuda lengua tenía. Tan pronto me daba suaves mordisquitos como me lamía como si fuese una piruleta, chupaba mis huevos, los masajeaba, los metía en su boca y los escupía. Conseguía meter toda mi poya hasta el fondo de su garganta. La tengo de un tamaño considerable, 19 centímetros de los que me siento orgullo. Sabía que estaba a punto de acabar en su boca pero no me lo consintió. Me la mordió y grité de dolor. Un simple "aún no cielo, quiero sentirme llena de ti" me bastó para que todo el odio que sentía hacia aquella mujer volviera a surgir. La tiré al suelo dándole la vuelta y la puse a cuatro patas. "Ahora vas a ser mía, zorra". Y se la clavé, Muy fuerte, muy dentro, mientras le daba azotes en su culo. La muy puta disfrutaba. Me decía que así disfrutaba mi padre con su madre, que era igual que él. Creía que la iba a partir en dos con mis fuertes embestidas, pero me daba igual, quería que sufriera. Se la saqué de su coño empapado y se la metí de golpe en su culo, el cual ya estaba rojo de las cachetadas que el estaba dando. Gritó de dolor, y entonces pasó. Se la saqué, sin correrme, la di la vuelta, la acaricié, y la bese con amor. Pasé del odio al amor en una fracción de segundo. No podía dejar de besarla y acarciarla, quería que me perdonara por haberme portado tan bruscamente, y ella me devolvía los besos con el mismo amor que yo. Pasamos de la lujuria al amor, nos acariciamos despacio, como si el tiempo se hubiese detenido para nosotros. Y la hice el amor, como jamás antes lo había hecho; ni siquiera con mi pareja. La olvidé en ese momento, ya me daba igual todo.
Aquella joven de 24 años recién salida de la universidad, de pelo azabache y ojos verdes, tan blanca como el papel, hijastra de mi padre, de nombre Lucía me había conquistado, quería estar con ella el resto de mi vida.
Con un gemido llegamos juntos al orgasmo, llené su interior con mi esencia y nos prometimos amor eterno.
Pero esa clase de amor no existe; a la semana ella desapareció del trabajo sin dejar rastro, ni se despidió de mi padre; simplemente dejó una nota: "Es mejor así"
Volví de mis recuerdos con mi poya todavía dentro de la boca de mi novia; subió hacía mí y me dijo: "Te quiero, Carlos"; sin darme cuenta respondí: "Te amo, Lucía".
Y una lágrima de dolor salió de sus ojos.