Lucía (9)

Prosiguen las aventuras con la inclusión de nuevas sorpresas.

Preparando la barbacoa.

Carmen se levantó del suelo. Estaba tremendamente cansada por los nervios y la excitación acumulada mientras Lucas le hacía todas esas preguntas. Incomprensiblemente, había contestado a todas. Muy posiblemente el ver a tres personas desnudas, juntas delante de ella, abrazándose, acariciándose, besándose, había permitido vencer su vergüenza. Tampoco se había dado cuenta hasta ese momento de que verdaderamente estaba desnuda. Aunque, había tratado de cubrirse en algún momento, esa sensación le parecía lejana y no era capaz de ubicarla en el tiempo. Tremendamente desconectada de su cuerpo, tardó en darse cuenta de que unos brazos le rodeaban. Podía notar los pechos de una mujer apoyados en su espalda, y como unas manos sostenían sus pechos amasándolos. Cuando volvió a la consciencia, empezó a comprender la situación. Su vergüenza le hizo intentar separarse, pero los brazos de Lucía lo impedían.

Eres una preciosidad – le dijo ésta última -. No pensé que ibas a hacerlo tan bien la primera vez.

No, suéltame, por favor – forcejeaba ella -, me quiero ir.

¿Seguro? – preguntó Lucas, al que ella no había visto -. ¿Quieres irte? Si te vas no podrás volver.

No lo se, me da cosa estar aquí desnuda con vosotros – respondió ella -. Creo que es demasiado fuerte para mí. Me parece que estáis enfermos.

María, es verdad, tenías razón – comentó Lucas ignorando a Carmen y mirando a su sumisa madura -. Ha sido un error, no iba a poder soportarlo, es demasiado para una cría de mamá, una pija rica, mucho querer tener un lésbico contigo, pero no es capaz de asumir el compromiso. Puedes irte. Tu ropa está en esa silla.

Gracias, pero lo que me dijiste de colgar las imágenes en la red. ¿Lo harás? – preguntó ella mientras se ponía las bragas.

No, mientras María me diga que has mantenido la boca cerrada. Y ahora, perdona, tenemos cosas para hacer, así que ya sabes dónde está la puerta – finalizó Lucas.

Carmen se terminó de poner la ropa y salió corriendo. María, nerviosa, se abrazaba a su Amo preguntándose en dónde iba a llegar esto. Lucas, acariciando su trasero con la mano izquierda, le dijo: "no te preocupes, en dos horas la tienes aquí suplicando volver, y entonces vendrá mi castigo". Dicho esto, la mandó a la cocina a preparar un aperitivo.

Lucía, mientras, había vuelto a sentarse y trabajaba como si nada hubiera pasado. Aunque, en el fondo, estaba histérica. Esa niña, podía hacerles mucho daño, y Lucas lo consideraba una tontería. Sabía que cada paso que daba él tenía una implicación, pero el miedo a un error fatal estaba latente.

Cuando María volvió de la cocina, apenas habían pasado treinta minutos desde que Carmen salió de estampida. Tras servir las bebidas, se sentó en sofá a tratar de calmarse. No acaba de tumbarse cuando sonó el timbre de la puerta. Carmen se levantó sobresaltada. Lucas dijo:

Ahí la tienes. Dócil como un corderito.

¿Tú crees? – dijo María -. ¿y si es su madre?

Hazla sufrir. No abras aún. Habla con ella sin abrir.

Lucas se levantó para acompañarla. María caminaba aterrada impulsada solamente por las caricias de Lucas en su cuello. A llegar a la puerta, preguntó con voz temblorosa:

¿Sí?

María, soy yo, abre, quiero hablar contigo.

Carmen, ahora no puedo – respondió ella mientras Lucas la obligaba a inclinarse hasta apoyar las manos en la puerta. Acto seguido, él comenzó a pasar su miembro por su sexo.

Por favor, déjame pasar, necesito hablar con vosotros – suplicaba ella.

Lucas entró de repente en ella. Lucía desde la puerta del salón observaba la escena con deleite. Comenzó a andar hacia ellos y se abrazó a su Amo para ayudarle a impulsarse. María comenzó a jadear. Él le dijo que siguiera hablando con ella.

Lucas no me lo permite – comentaba ella mientras su cuerpo se retorcía de placer. El sudor comenzaba a aparecer en sus poros y pequeñas gotas caían desde su frente a sus pechos.

De verdad, he cometido un error, perdóname Lucas, lo siento de verdad. Dejadme entrar, por favor – dijo ella.

Ahora estamos ocupados, ¿verdad chicas? – sentenció él. – Lucía ponte al lado de María para poder hacer "la cuádriga". Además, has dicho hace un rato que esto era demasiado fuerte para ti y que no querías participar, que estábamos enfermos. ¿Qué ha cambiado?

Me he dado cuenta que al veros desnudos había encontrado lo que buscaba, gente con la que poder hacer las cosas que siempre he visto en la red y que he querido hacer – repuso ella.

Ya veremos – concluyó él -. Ahora estoy un poco ocupado con mis dos mujeres.

Lucía se soltó de la espalda de su Amo y cogió un pañuelo que vio colgado del perchero. Agachándose ató el muslo derecho de María al suyo del mismo lado, con el fin de su cuerpo se superpusiera con el de su amiga. Ésta a su vez, levantó el brazo izquierdo abrazando la espalda de su compañera. Cuando las dos estuvieron atadas, Lucas cambió de pareja de baile y comenzó a penetrar a Lucía. Ésta, sabiendo lo que buscaba su Amo, comenzó a gemir y jadear de forma más salvaje. Al otro lado, Carmen seguía suplicando entrar.

Lucas le dijo a ésta que si quería entrar llevaba demasiada ropa. Le preguntó a María si estaba vestida igual que cuando estuvo en casa. María, tras mirar por la mirilla, le dijo que sí, que igual. Lucas, excitado mientras seguía trabajando a Lucía, le preguntó a Carmen si estaba dispuesta a cualquier cosa por volver. Ésta le contestó que sólo tenía que pedirlo, que él haría cualquier cosa. Lucas le hizo la siguiente pregunta.

¿Hay alguien en tu casa?

No, estoy sola, mi madre se acaba de ir. Me ha dejado comida porque se va a comer con mi padre – respondió ella.

Bien, quiero que vayas a tu casa. La llames y la digas que comes aquí. ¿hay algún vecino en la calle?

No, sólo nosotros. Lo se porque mi madre tiene que regarles las plantas a los otros dos chalets de la calle.

Bien, entonces volverás desnuda – sentenció Lucas. María dio un salto. Era exponerla demasiado, sabía que la iba a castigar, pero no pensaba que iba a ser tan fuerte.

¿Desnuda? ¿Y si pasa alguien? – preguntó ella.

Bien, si no quieres hacerlo – respondió él mientras cambiaba de nuevo y Lucía jadeante cogía aire a la par que María recibía a su amo otra vez.

Lo haré, lo haré – admitió ella -. Ahora vuelvo.

María, mientras era penetrada, pedía clemencia por Carmen. Suplicaba que la permitiera venir vestida, que se ofrecía ella a ser castigada en su lugar. Lucía, por amor hacia su compañera, pidió ser incluida en el castigo. Lucas, conmovido por la entrega de sus chicas y el afecto a la recién llegada accedió. María abrió la puerta y gritó a Carmen, mientras Lucía la desataba. Le dijo que esperara un segundo. Lucas la dijo:

No es necesario, puede llamar desde aquí. Simplemente quería saber lo que te importaba a ti.

Mucho – respondió ella -. La he visto desde niña, pero se que te lo debo todo a ti y por ti, haré lo que me pidas. Sólo te pido que, si entra en esta familia, la trates como me tratas a mí: con dulzura y cariño, aunque tengas que castigarla.

Lucas desde la puerta, la obligó a desnudarse en la puerta. Ella tardó muy poco, puesto que la ropa interior se había quedado en casa. Cuando la tuvo desnuda la hizo tumbarse en la alfombra de la puerta y la obligó a estar así durante cinco minutos. Carmen jadeaba de placer. Lucas, tremendamente excitado por su nueva posesión, decidió esperar un poco más antes de tener su orgasmo. La visión del cuerpo de su joven posesión, tumbada en la entrada de la puerta de casa, con sus pechos grandes cayendo a cada lado de su cuerpo, su sexo hinchado por la excitación, le provocaba una tremenda sensación de poder.

Con un gesto le dijo que dejara la ropa detrás de las plantas y entrara. Ella se levantó y tras esconder su pantalón corto y su camiseta,entró en la casa. Lo que vio le dejó una sensación de necesidad de estar allí siempre. Lucía estaba tirada en el suelo, apoyada en la pared. Su pelo sudoroso estaba pegado a su cara, su boca entreabierta buscaba aire continuamente. Una de sus manos se apoyaba en el parquet de la casa, la otra permanecía en la pierna de María. Sus piernas estaban entrecruzadas. Carmen pudo ver la marca del pañuelo en los muslos de ambas. María, a su lado, estaba sudando. Se podía ver pequeñas gotas cayendo entre sus pechos desde su cuello. Sus piernas abiertas mostraban su sexo depilado. De repente el ruido de la puerta cerrándose a su espalda la sacó de ese estado de ensoñación. Las manos de Lucas la agarraron los pechos por su espalda. Tirando hacia debajo de los pezones, obligó a Carmen a ponerse de rodillas. Posteriormente, con una de sus manos, agarró su cuello hasta orientar su cara hacia los pechos de María. Ésta, acarició su rostro con las manos y terminó de colocarla. Carmen, asustada, no se movía. La voz de Lucía le indicó que los chupara y lamiera. Ella, lentamente, abrió la boca. La sensación de la carne le produjo una descarga de placer que recorrió todo su cuerpo. En ese momento Lucas le dijo:

Tus nuevas compañeras han accedido a ser castigadas por tu culpa. No obstante, y debido al tiempo que tú nos has hecho perder, serás sancionada también.

Sin más comentarios, Lucas apoyó su miembro en el ano de Carmen. Ésta se asustó, porque no era eso lo que esperaba, pero se juró a si misma aguantar todo lo que le dieran, ella lo había pedido por dos veces y aunque no sabía lo que iba a pasar de aquí en adelante, la sensación de formar parte de algo especial, superaba todo lo demás.

Lucas se sorprendió al entrar tan fácilmente dentro de Carmen. Ésta, por su parte, dio un pequeño salto al notarle dentro, pero la sensación primero de escozor y dolor se transformó en un placer inmenso que no era capaz de controlar. Empezó a gemir de forma rítmica. Notaba como sus rodillas empezaban a flaquear, nunca había sentido tal sensación dentro de su cuerpo. María acariciaba su pelo mientras cerraba los ojos al sentir la lengua de su vecina pasear por sus pechos. Lucía, se incorporó y tras besar a su amo en la boca, ofreció sus pechos para que Lucas los mordisqueaba mientras acariciaba las tetas de la nueva.

Cuando notaba que la joven sumisa iba a caer al suelo, él la sujetaba pasando una mano por su cintura y la volvía a levantar. Cada vez apretaba más su cuerpo y entraba y salía más fuerte de ella provocando que la intensidad del coito aumentara. Ella lo agradecía aumentando el movimiento de sus caderas. Lucas notaba que su orgasmo estaba cerca y decidió provocar aún más a Carmen. La apretó con fuerza los pechos cosa que ella no se esperaba. Sus gemidos pasaron a ser gritos de placer, ya que el dolor producido aumentaba en ella la sensación de posesión. Cuando notó la llegada del mismo, salió de su trasero y girándola la obligó a abrir la boca. Ella recibió la llegada del semen de su amo y cuando pensó que debía tragarlo, él la detuvo con una orden.

Bien, es el momento de tu beso blanco. Quiero que se lo pases a María.

Ella asintió con la cabeza y poniéndose de pie esperó a que la receptora hiciera lo mismo. Una vez ambas estaban incorporadas, María abrió la boca y esperó pacientemente. Carmen, nerviosa, no sabía como actuar. Lucía le indicó que debía ponerse casi en su vertical y dejarlo salir. Luego una vez lo hubiera entregado todo, debía juntar su boca y lamer los labios de la compañera. Así lo hizo Carmen. María recibió la mezcla de semen y saliva de su vecina y luego notó la calidez de sus labios. Una vez lo hubo realizado, ella se acercó a Lucía y repitió la operación, si bien al conocerse mejor, se abrazaron mientras llevaban a cabo la tarea. Lucas, mientras amasaba el cuerpo de Carmen que apoyada contra él recibía las caricias, le susurró que luego lo recibiera de nuevo, debía tragarlo de una sola vez. Ella, asintió en silencio. Lucía se acercó a ella y devolvió de nuevo todo el semen a su primera receptora. Cuando esta lo tuvo, cerró la boca y tragó. El sabor le resultó extraño, si bien agradable.

Lucas tomando la iniciativa recordó a Carmen que tenía que llamar por teléfono. Obligó a Lucía a estar pendiente de ella mientras María y él salían a la piscina. Las dos primeras fueron hacia el salón. Allí Carmen se sentó en el sofá mientras Lucia se sentaba en sus rodillas pasando las piernas por su espalda. Antes de descolgar, Lucía la besó en la boca de nuevo. Ella, ya preparada, respondió con pasión. Sus lenguas jugaban entrelazándose. Ambas aprovecharon para abrazarse no dejando un hueco libre entre sus cuerpos. Podían notar la piel de la otra sobre la propia. En esa posición, Lucía le entregó el teléfono y se agarró fuerte a su espalda. Carmen entendió que quería escuchar la conversación y con una sonrisa marcó el número de su madre. Ambas estuvieron hablando que sí, que María estaba bien, que de hecho se iba a quedar a comer con ella y que por favor, cuando fueran a venir llamara. Su madre le dijo que de acuerdo y que no molestara si su vecina tenía algo que hacer. Lucía le susurró al oído: "sí, estar desnuda con tres personas más obedeciendo como una zorra que es lo que somos las tres". Carmen sonrió y colgó el teléfono tras despedirse. Una vez lo dejó en la mesa, se agarró de nuevo a su nueva amiga para confesarle que no se podía imaginar que esto era así, a lo que recibió como respuesta, esto es mucho más, aunque no siempre tan agradable, ya que cuando no cumplían era castigadas. Dicho esto, se levantó de sus piernas y salió hacia la piscina donde les esperaban.

Al salir se detuvo en seco. Sabía que debían dos castigos: el de la mañana de cada una y el de Carmen. Pero no se imaginaba que fuera ser lo que iba a ser. María estaba atada a una de las cuatro columnas redondas del porche. Estaba de cara a las otras tres, con sus brazos y piernas sujetas a la parte trasera de la columna para impedir sus movimientos. Ella permanecía con una mueca de concentración porque sabía que la hora de pagar el precio de los errores había llegado.

Lucas llamó a Lucía y la ató en la columna de enfrente. Ella no opuso resistencia. Ambas pudieron verse y se desearon todo tipo de suertes y de valores juntas. Lucas cogió a Carmen y ató a su cuello una cadena que cerró con una candado a otra de las columnas, permitiendo que se pudiera mover y verlas a ambas.

Cuando las tres se encontraron perfectamente sujetas, dijo:

Esto me gusta tan poco como a vosotras. De hecho, las dos sabéis el motivo de esto. Espero de vosotras el sacrificio y entereza que se os supone. Debéis ser un ejemplo para Maica. Ella será posteriormente castigada, pero ahora quiero que vea a lo que puede llegar a enfrentarse si desobedece mis órdenes.

Sí mi amo – contestaron ellas sumisamente.

Lucas se acercó a cada una de ellas y las besó en la boca. Carmen pensó que el castigo sería mantenerlas así un rato, pero se equivocaba completamente. Lucas fue hacia una bolsa que había encima de la mesa y sacó las pinzas de la ropa.

El castigo será la imposición de 9 pinzas en cada pecho. Debéis saber que si alguna no aguanta tal cantidad, sus compañeras, incluida Maica recibirán la parte proporcional de las restantes de la compañera –dijo él -. Como siempre, podéis hablaros y animaros, ya lo sabéis.

Ellas asintieron y Lucas se dirigió a María. Tomando su pecho izquierdo colocó en la parte superior de la areola la primera pinza. Ésta gimió un instante pero miró amorosamente a su amo. Él la besó en los labios. Después se dirigió a Lucía donde repitió la operación. Ésta se mordió el labio pero no dijo nada. Sabía que tenía que aguantar, no sólo porque lo había hecho mal, si no porque de no soportarlo, las demás deberían pagar por su falta de fortaleza.

Carmen, por su parte, miraba con los ojos muy abiertos preguntándose cuánto debía doler eso y si ella podría soportarlo. Había fantaseado alguna vez visitando páginas en la red sobre esta temática, pero nunca se había atrevido a experimentarlo. Por la cara que veía en sus nuevas compañeras, debía ser doloroso.

Lucas fue colocando alternativamente en cada pecho las pinzas de acuerdo a la siguiente configuración: si tomaba como norte, la parte superior del pecho, el orden sería norte – este – sur – oeste. Con cada pinza, besaba a las chicas y las preguntaba si querían abandonar. Ellas, por su parte, trataban de concentrarse ante este dolor que las invadía. Luchaban, no sólo por ellas, si no por Carmen. Lucía le preguntaba a María cómo estaba, podía ver su mueca de dolor. Ésta le respondía afirmativamente. La segunda batida de pinzas rellenaba los huecos existentes entre cada dos. Lucía pidió clemencia para María al acabar la sexta pinza.

Lucas, no puede más, yo soportaré el resto.

No, cielo, de verdad, yo puedo – sollozaba ella.

En tu mano está – respondió el con la séptima pinza para el pecho derecho -, ya sabes el precio.

María no sabía qué hacer, no quería dejarle a Lucía y a Carmen ese peso, pero no podía más, el dolor la atenazaba. Haciendo un último esfuerzo le dijo: "ponla". Lucas procedió a ponerla cuando oyó la voz de Carmen.

No, no por favor. No puede más. Yo acabaré su tarea.

No la hagas caso, Lucas, por favor, tiene dieciocho años, es demasiado joven para eso – suplicó ella.

María, no puedes más, admítelo, me encanta que la protejas, pero si está aquí vive bajo las mismas reglas – contestó él.

María, cielo, tiene razón – dijo Lucía.

Si estoy para lo bueno, estoy para lo malo – argumentó ella -. Tú te has sacrificado por mí, déjame que yo te ayude.

María asintió y se rindió. Lucas comenzó a quitar todas las pinzas. Pero su castigo no terminó. Él le dijo que sería ella quien iba a poner las tres restantes a Carmen. Ella hizo un amago de negarse pero Lucas arrancó de golpe cuatro pinzas del pecho derecho y ella jadeó de dolor. Él la miró y ella comprendió que las quejas no estaban permitidas.

Lucas volvió a Lucía y colocó la séptima y octava pinza por pecho. Pidió que terminara poniendo el resto mientras las lágrimas asomaban a su cara. Le dolía de forma terrorífica, pero al igual que María pensaba que era un sufrimiento excesivo para Carmen. Mientras, la mayor de las sumisas se acercaba a una Maica que se había incorporado y ofrecía valientemente sus pechos. Lucas jugaba con la última pinza, la que tenía que colocar en el pezón. Al hacerlo, Lu se retorció de dolor mientras comenzaba a llorar. María la miraba desde lejos sabiendo que nada podía hacerse. Lucas besaba su boca diciendo, buen trabajo cielo, aguanta un poquito, hasta que ellas acaben. Ella movía su cabeza diciendo que sí, aunque el dolor se extendía por todo su cuerpo.

María miró a Carmen y le dijo:

No tenemos mucho tiempo.

Lo se – contestó ella -. Lucía no aguanta. Hazlo deprisa, no te pares aunque yo te diga que me duele. Pinza y besa.

María colocó las pinzas de en un ángulo de 120 grados, dejando libre el pezón. Carmen gemía, jadeaba pero su mirada era de placer y de concentración. Lucía atada en su columna, miraba con pasión desatada el acto de Maica, su manera de implicarse. Cada vez que respiraba, Lu podía sentir como si le estuvieran clavando puñales, y al estar excitada por los acontecimientos, la respiración iba aumentando. Cuando María acabó, Carmen gimoteaba, pero Lucas le dio dos pinzas más para los pezones. Ésta se las colocó y como vio que su vecina iba a gritar, besó su boca para acallar el dolor.

Lucas aplaudió la entrega en el castigo y las desató para que ellas pudieran quitarse las pinzas. Lucía respiraba aliviada según las iba retirando. Cuando hubo terminado, sonrió y comentó que nunca había sentido tanto dolor. María, apesadumbrada por no haber cumplido, miraba al suelo. Lu se acercó y la consoló besando sus mejillas. Le decía que no era nada, que otras veces ella había fallado. Maica, por su lado se había liberado de las suyas y permanecía expectante. Lucía se percató y le dijo que viniera. Las tres se abrazaron. Lucas fue a por la cámara de fotos y las pidió que se quedaran de pie abrazadas de la cintura. Las hizo varias fotos. Las tres con sus pechos más o menos rojos y marcados sonreían y comentaban lo duro de la prueba.

Les pidió que se acercaran al borde la piscina donde les hizo fotos de grupo y en pareja. En las de grupo iban alternando de posición. Maica se hizo fotos de espaldas mientras las demás posaban de cara a la cámara, luego fue Lucía la que se giró y finalmente María. Posteriormente comenzaron las fotos de parejas. Eran fotos idénticas si bien iban cambiando las parejas. En la primera de ellas se abrazaban y miraban juntas a la cámara entrelazando sus piernas, otras eran besándose en la boca, acariciándose los pechos, con las manos en el trasero de la compañera. Por último, Lucas las hizo meterse en el agua juntas y agarradas al bordillo de la piscina, posar con los pechos fuera del agua. Ellas se reían comentando las fotos, diciendo que parecían modelos profesionales. El buen ambiente reinante hacía que se sintieran cómodas.

Lucas se metió en el agua con ellas y comenzó a abrazarlas por turno. Les dijo que era hora de empezar a hacer la barbacoa.