Lucía (8)

Nueva entrega de la gama. Perdón por el retraso. Espero tenga la misma acogida que el anterior capítulo.

Un nuevo día de servicio.

Apenas sonaba el despertador, Lucas se despertaba. Creía que el día empezaba justo a esa hora y que estar en la cama más tiempo era un error. Sin embargo, esa mañana se permitió unos minutos más de calma. Además, no llegaba a la mesilla donde estaba su teléfono móvil. Podía sentir los primeros rayos el sol entrando a través de la persiana. Sonriendo para así, abrió los ojos y miró la hora en el reloj de la mesilla: las 07:00. Estaba tumbado boca arriba y a cada lado notó los cuerpos de sus chicas. Lucía, a su derecha, estaba boca abajo, veía su pelo alborotado caer sobre los hombros desnudos. Recorrió con la mirada la espalda hasta llegar a su trasero, ligeramente respingón. Aún dormía. A su izquierda, María estaba despierta. Observaba a su amo tumbada de lado. Lucas la sonrió. Podía ver sus pechos apoyados sobre las sabanas y sus piernas dobladas juntas.

Buenos días – dijo él mientras pasaba la mano por su pecho izquierdo. Pudo notar como éste reaccionaba de inmediato endureciéndose -. ¿Has dormido bien?

Buenos días, Lucas – contestó ella, mientras echaba la cabeza hacia atrás, permitiendo un mejor acceso a su cuerpo -. Sí, he dormido fenomenal, aunque hubiera dormido mucho más, pero tenemos que ir a la oficina.

Buenos días – dijo aún Lucía entre sueños mientras se giraba para mirar a sus compañeros de cama-. Perdonad, me he dormido. Es que me cuesta mucho despertarme, ya me iréis conociendo – sonrió ella.

Bueno, es hora de ducharse y desayunar, ¿no creéis? – dijo él mientras saltaba de la cama

Ambas se levantaron y Lucas las besó lentamente en la boca. Se sentía pleno, sabía que las dos eran suyas y que además harían cualquier cosa que él las demandara. Cuando terminó de besarlas, ellas se quedaron mirándole y tras asentir él, se abrazaron y también compartieron un beso.

Al separarse, él las dijo:

Ducharos en el baño de María. No hay toallas. Tenéis diez minutos. Pasado ese tiempo quiero veros en la cocina preparando el desayuno.

Ellas salieron rápidamente hacia la habitación que anteriormente era de invitados y ambas se metieron en la ducha. Apenas hablaban mientras se turnaban en colocarse bajo el caño del agua. Sabían que no tenían mucho tiempo y por eso mientras una se enjabonaba, la otra se aclaraba. Ahora lo veían claro: Lucas había conseguido que fueran una única mente y su coordinación iba en aumento.

Ambas salieron con cuidado de no caerse de la bañera y se miraron. María le dejó un cepillo nuevo a Lucía para que ésta se peinara mientras ella trataba infructuosamente de escurrir el agua de su cuerpo. Ambas se miraron y se rieron mientras comentaban que menudas pintas tenían y que cuando se vieran vestidas en la oficina les iba a parecer muy extraño.

Cuando salieron al pasillo, ambas escucharon el sonido de la ducha del cuarto que ahora era de Lucas y sonriendo respiraron aliviadas. Habían cumplido la tarea. Bajaron hacia la cocina charlando de lo extraña que era su vida, pero que no querrían cambiarla por nada.

Entraron en la cocina y María comenzó a guiar a Lucía sobre donde estaban las tazas, el café. Ambas se chocaban muchas veces y era frecuente que una de ellas golpeara su cuerpo con el trasero de la otra, o que sus pechos rozaran la espalda de la compañera. Cada vez que eso ocurría, dejaban lo que tenían en las manos y comenzaban a acariciarse nerviosas hasta que una de ellas paraba y decía que no estaban autorizadas y que debían parar. Entonces comenzaba de nuevo el baile de pasos de un sitio a otro.

Lucas, tras ducharse, salió desnudo al pasillo. Él sí se había secado. Escuchaba desde el piso superior el sonido del frigorífico al abrirse y cerrarse, el aroma del café mientras terminaba de hacerse, el olor a tostadas recién hechas y sonrió. Su vida acababa de dar un giro inesperado. Ni siquiera él habría supuesto en el mejor de sus planes que iba a dominar a estas mujeres de forma tan radical, pero el hecho de ver su entrega sin limites espoleaba sus ganas de dignificar más y mejor su sumisión. Se dijo que debía aprovecharlo.

Tras bajar la escalera entró en la cocina. El espectáculo que tenía ante sus ojos era digno de elogio. Dos mujeres desnudas y mojadas iban y venían por la cocina trajinando sin percatarse de que él estaba allí. Las veía rozarse, tropezar, reírse mientras cruzaban de un lado a otro. Observó los charcos de agua en el suelo producto de que se estaban secando al aire, los pechos de ambas moviéndose rítmicamente mientras iban de un lado a otro de la cocina, los traseros elevados cuando se agachaban a buscar alguna de los muebles.

Finalmente, Lucía le vio y le dijo:

Enseguida está el desayuno. Espero que sea de tu agrado

Seguro que sí – comentó él -. Me apetece compañía, puedes poner vuestros cubiertos en la mesa, y tranquilas no os haré jugar con el desayuno.

Los tres se sentaron a la mesa. Empezaron a hablar del día anterior, de lo cansadas pero felices que estaban, de cómo habían estado desnudas al aire libre, de cómo se habían conocido íntimamente, de las ganas de seguir aprendiendo y de la sensación maravillosa que tenían cuando estaban los tres. De repente Lucía dijo:

Ya se que esto no es muy romántico, ni siquiera de actitud sumisa, pero necesito pasar por casa, la ropa de ayer, como que no está muy presentable para aparecer por la oficina.

No te preocupes, si quieres, ponte algo mío, ya sabes todo lo mío es tuyo – comentó con una sonrisa mientras su mano se posaba sobre la pierna de su amiga

Gracias, te lo agradezco – contestó ella.

Se me ha ocurrido una cosa – dijo Lucas mientras ellas se miraban expectantes, sabían por experiencia que algo se aproximaba y como siempre, no sabían si ambas estarían a la altura -. Lucía, ¿tú tienes alguna visita para hoy?

No, toca día de oficina haciendo papeles y atendiendo por teléfono a la gente – contestó ella poniendo cara de "un día aburrido".

María, ¿tú tienes mucho lío hoy? Ya se que como secretaria, siempre tienes trabajo, pero, sabiendo que el jefe está de vacaciones, ¿por qué no te pones enferma hoy? – continuó él -. La idea es trabajar hoy desde aquí..., desnudos, ¿os apuntáis?

Sí – contestaron ellas al unísono casi gritando -, claro que nos apuntamos. Será genial.

Tengo un pequeño problema, Lucas – dijo María -. Mi coche está en la oficina, ayer vinimos en el tuyo y además esta tarde está de lo de mi hermana...

Está todo controlado, chiquilla. Lucía ven aquí, siéntate conmigo – dijo él señalando sus rodillas. Cuando tuvo a su sumisa más joven encima, tomó su pecho izquierdo en las manos y mientras lo amasaba con su mano continuó -. Hoy, Lucía llamará para decir que se queda en casa, que tiene un problema doméstico. María, te dejaré en la estación para que puedas llegar a la oficina sin que nadie pueda sospechar, y a media mañana dirás que no te encuentras bien y te marcharás. Yo recogeré unos papeles que me hacen falta, pondré la excusa de un par de visitas y nos vendremos.

¿Y yo mientras qué hago? – preguntó Lucía con la voz ya un poco entrecortada por la excitación. Su espalda, aún húmeda, se pegaba al pecho de Lucas, quería fundirse con él, apretarse contra su cuerpo.

Mi maleta – respondió él -. Saldremos todos de aquí, te dejaré allí desnuda en mi casa y prepararás una maleta con ropa para que yo deje aquí. Cuando salga de la oficina, vendré a por ti y María se nos unirá con su coche. Vendremos aquí primero a trabajar y luego a disfrutar. ¿Todo claro, chicas?. Venga andando. Como siempre sólo una prenda interior para cada una que no puede repetirse. Tenéis veinte minutos para prepararos. Andando.

Ellas se terminaron el café y salieron por la puerta de la cocina. Era extraña la actividad que tenían a estas tempranas horas. Sin embargo, pensó, era lo que había. Sonriendo, apuró su café y subió a vestirse. Menos mal que voy para casa y me puedo cambiar, dijo para si.

Mientras Lucas se vestía, escuchaba el ruido de la habitación contigua donde las chicas decidían qué ponerse. María abría todos los cajones explicando a su amiga dónde estaba cada cosa. Finalmente se sentó en el borde de la cama y dijo:

¿Qué hacemos? Total, es sólo para un rato

Lo que quieras, yo creo que deberíamos protegerte a ti que vas en transporte público, yo sólo voy a su casa y me va a dejar desnuda..., así que, con un pantalón y una camiseta que tengas – contestó Lucía.

¿Estás segura? – continuó María.

Sí – respondió ella -. Si no te importa, me pondré esta falda azul y esta camiseta sin mangas.

¿Me permites que te haga una sugerencia? – preguntó María, levantándose y cogiendo de la mano a su compañera y llevándola hacia el armario -. Ponte este vestido, hace un escote precioso.

Es chulísimo. Gracias. – dijo ella cogiéndolo de la percha. Tras dejarlo en la silla, se acercó a ella y la besó salvajemente. Lo siento – dijo tras separarse -, creo que me estoy volviendo bisexual demasiado rápido, pero es que verte desnuda me excita demasiado.

No lo sientas, a mí me pasa lo mismo – replicó ella enganchándose de nuevo a Lucía y lamiendo sus labios -. Pero recuerda, debemos comportarnos, porque nuestros sentimientos no nos pertenecen, son suyos. Ahora vistámonos, no nos arriesguemos a ser castigadas.

Dicho esto, María comenzó a vestirse. Se puso un tanga rojo a juego con el pantalón pirata que pensaba llevar y un sujetador negro para la blusa sin mangas. Mientras se vestía observaba el vestido rosa estampado que ya se había puesto Lucía. Su escote de pico realzaba la belleza de sus pechos, las piernas quedaban visibles casi en su totalidad. El vestido estaba un poco pequeño debido a que ella era más alta que María. Eso hacía que sus tetas trataran de salirse del vestido y que tuviera que ajustarlas cada poco tiempo apretaran. Ambas se miraron y confirmaron que era un poco justo, pero Lucía dijo que no la importaba. Lucía se puso las sandalias del día anterior y María escogió unas de color negro. La primera se recogió el pelo tras cepillarlo en una coleta y ambas empezaron a bajar la escalera.

Lucas las esperaba en el garaje. Antes de entrar al coche, él les pidió confirmación de que iban vestidas de acuerdo a los puntos básicos de su acuerdo. Lucía se levantó la falda del vestido y mostró su sexo desnudo. A continuación, se bajó las tiras del mismo mostrando sus pezones duros como ya venía siendo una costumbre. Lucas dijo:

Veo que se lo has cedido a María.

Sí, hemos pensado que íbamos a ir así mejor – respondió ella. No vio llegar la bofetada de Lucas. - ¡Ay!

¿quién te ha dicho que puedes pensar? – dijo Lucas -. Nunca hagáis nada sin consultarme, ¿entendido? María ven aquí.

María se acercó temblorosa. Sabía lo que le esperaba y sólo ansiaba no derrumbarse del impacto. Cuando la mano de su amo golpeó su cara, notó una sacudida en todo el cuerpo y un calor intenso en la mejilla. Al abrir de nuevo los ojos vio como Lucas la miraba con cara de enfado. Lucía, de rodillas, gimoteaba pidiendo perdón. Inmediatamente, se arrodilló también y suplicó que la disculpara.

Lucas, el cual, no podía sentir más que placer en este momento, decidió dejarlas así unos segundos más. Después las levantó y tras acariciarlas en el pelo las dijo:

Cualquier variación de las órdenes dadas, no podéis llevarla a cabo por vuestro capricho, puesto que vuestra voluntad no os pertenece. Debéis saberlo y recordarlo y de la misma manera, si yo decido algo es por vuestro beneficio. Por ello, a la vuelta a casa seréis castigadas de acuerdo a la falta cometida. Ahora, andando que llegamos tarde. Subid al coche.

Lucas se puso al volante, con Lucía a su lado. El viaje en coche fue silencioso. El ambiente era tenso, sólo cortado por el sonido de la radio. Por un lado, Lucas estaba irritado consigo mismo por la falta de atención que había tenido al permitirles tanta libertad de acción. Por el otro, ellas se encontraban pesarosas por haber cometido el error y doloridas por la bofetada recibida.

Al llegar a la estación, María abrió la puerta y al bajarse del coche dijo:

Lo siento mucho, de verdad. No se por qué lo hicimos pero no volverá a pasar. No te enfades con nosotras. Sólo buscamos tu felicidad.

Tranquila – respondió él -. Lo se, estoy más enfadado conmigo que con vosotras. Te veré en la oficina. Por cierto, sólo llevas un botón desabrochado de los 4 que tiene la blusa, mejor dos, ya que te gusta llevar sujetador, que se vea bien.

Lucas, se verá mucho. ¿Así está bien? – repuso ella, mientras con las manos soltaba el botón. Él lo confirmó con un asentimiento mientras pasaba las manos por el escote pellizcando un seno -. Pero si tú lo quieres, así será. Te veré allí.

Una vez que María fue hacia el tren, Lucas arrancó y condujo hacia su casa. Era un poco tarde, pero bueno, se podía permitir el lujo de retrasarse algún día. Lucía, a su lado, permanecía en silencio, con las manos en su regazo. Lucas preguntó:

¿No tienes nada que decir?

Sabes que lo he hecho mal, yo se que lo he hecho mal, ¿qué quieres que diga? Merezco el castigo que decidas y que soy tuya, ya lo sabes, y cualquier cosa que quieras que haga, la haré – respondió ella -.

Lo primero es mientras llegamos a casa, déjame verte bien las piernas. Súbete un poco ese vestido, quítate las sandalias y crúzalas.

Lucía lo hizo sin rechistar. Ya le importaba poco quién la viera, sólo reparar el daño hecho. Notaba los rayos de sol sobre sus muslos y su pie. El calor la confortaba. Poco a poco se fue sintiendo cómoda y a despreocuparse de quién podía mirarla y quién no. Sin darse cuenta, llegaron a la entrada del garaje de la casa de Lucas.

Entraron en el garaje y Lucía pudo verlo con calma. Era un garaje prácticamente diáfano, de una sola planta y con varias puertas de acceso a los edificios. Ella no conocía la casa de su amo y trató de ir memorizando todos los detalles que pudo. Cuando Lucas estacionó el coche, la comentó que ya habían llegado. Ambos se bajaron del mismo y caminaron hacia una de las puertas. Lucía notaba como su respiración se agitaba al sentir como la mano de su amo levantaba la parte trasera del vestido dejando su trasero al aire. Las caricias y los pellizcos se alternaban de forma equitativa. De vez en cuando, se oía alguna puerta y Lucas bajaba el vestido. Ella se lo agradecía mentalmente.

Llegaron a la puerta de acceso de su edificio y Lucas abrió la puerta. Afortunadamente no había nadie al otro lado. Entraron en el ascensor donde él se dedicó a pellizcar sus pechos de forma compulsiva con una mano, mientras con la otra mantenía sujetas las de ella. Lucía se mordía los labios para no gritar, no de dolor, si no de placer por sentirse de nuevo solicitada por su amo.

Al llegar al ático, Lucas abrió la puerta y la ordenó desnudarse. Sólo él sabía que su único vecino estaba de vacaciones y que por lo tanto no corría ningún riesgo. Lucía intentó desabrochar la cremallera en la parte trasera. Al quedarle un poco justo, y debido a los nervios, sus manos estaban sudorosas y resbalaban sobre la tela. Lucas la dijo que o se lo quitaba de forma inmediata o se lo sacaba él aunque tuviera que romperlo en tres trozos. Ella, rozando la histeria, forcejeaba con el mismo, hasta que finalmente consiguió desabrocharlo. El sudor recorría su frente, espalda y pecho. Notaba las gotas de sudor correr por su espalda hasta llegar a su trasero. Ahora tenía otro problema: el vestido no era completamente de su talla y se había pegado a su cuerpo. Trató de sacarlo tirando de él hacia arriba, pero sin resultado. Cada vez sudaba más, mientras Lucas, sentado en la escalera observaba divertido con una mueca de impaciencia. Ella le miraba suplicando un segundo más. Consiguió que el vestido bajara hasta casi la cintura, mostrando los pechos enrojecidos por los pellizcos anteriores y la mitad de su cuerpo. Le suplicaba con la mirada que le permitiera dejarlo así, pero él negaba con la cabeza haciendo ademán de levantarse. Lucía, en un último esfuerzo, consiguió que cayera el vestido. Rápidamente terminó de quitárselo y lo dobló, sujetándolo entre sus manos.

Bien, ya era hora – dijo él riendo -. Pensé que me ibas a tener aquí toda la mañana. Ponte a cuatro patas. Hasta que yo vuelva, no te permito otra postura.

Ella arrodillándose adoptó la postura. Se sentía tremendamente indefensa, pensando que alguien podría abrir la puerta enfrente de la de Lucas, o que alguien podría salir del ascensor. Pero, a la vez, se sentía tremendamente excitada. Sabía que no podía remediarlo, ansiaba tener a Lucas dentro de él. Pero decidió no tentar a la suerte, agachó la cabeza y permaneció así. Su amo paseó alrededor de ella. De repente dejó de oír sus pasos. Lo siguiente que sintió fueron dos dedos de Lucas entrando en su sexo. Ella no pudo reprimir un jadeo de placer. Lentamente los sacó y siguió andando para abrir la puerta. La hizo entrar a cuatro patas y caminar así por todo el pasillo. Lucía comenzó a sentir dolor en las rodillas. No estaba acostumbrada a moverse así, pero, mordiéndose los labios para soportarlo y no quejarse siguió andando.

Lucas la hizo pasar a una habitación vacía, sin muebles. Lentamente se desnudó y le dijo:

Esta mañana pensaba haberlo hecho aquí en casa contigo, pero debido a tu error lo dejaremos en una buena mamada. Adelante, ya sabes como me gusta.

Lucía se acercó y comenzó lamiendo toda la herramienta de su amo. Quería ensalivarla bien antes de nada. Una vez la notó húmeda, comenzó a trabajar sobre su glande, muy despacio. Sabía que en un determinado momento, Lucas tomaría la iniciativa y pasaría ella a la actitud pasiva. Lentamente empezó a introducirla dentro de su boca. Suavemente acercaba y retiraba su lengua para que su amo disfrutara. En un momento determinado, Lucas la sujetó la cabeza. Sabía lo que venía a continuación y trató de preparase. Él comenzó a moverse dentro de su boca, primero despacio y luego de forma más salvaje. Lucía buscaba no sufrir arcadas mientras el pene de Lucas perforaba toda su boca, llegando hasta casi la campanilla. Él jadeaba salvajemente mientras aumentaba el ritmo. En un determinado momento, lo supo: estaba a punto de correrse. Puso las manos a la espalda y esperó. Lucas la sacó y apuntó hacia su cara. La primera embestida golpeó su frente y nariz, mientras que las dos siguientes quedaron sobre sus labios y mejillas. Sabía que ahora no debía moverse y espero jadeante por los esfuerzos la voz de su amo. Lucas la dijo:

No te puedes limpiar hasta que yo vuelva. Quédate así hasta que se seque y luego ponte a prepararme la maleta. La dejaré encima de la cama. Coge la mitad de la ropa interior, un par de vaqueros, camisetas y los bañadores. Las cosas de afeitar, colonia y demás están en el baño, ¿entendido?

De acuerdo – contestó ella -. Espero aquí sentada unos minutos y luego me pongo.

Lucas se dio una ducha rápida. Cuando volvió Lucía estaba empezando a moverse. Comenzó a gatear hasta donde él estaba y se acurrucó a sus pies mientras él se vestía. Le dijo que volvería en un par de horas y que esperaba que todo estuviera listo en ese tiempo. La acarició el pelo y se marchó dejándola a ella sola en una casa desconocida. Al principio se notó extraña en un lugar que no era el suyo, pero poco a poco comenzó a sentirse cómoda. Fue encontrando las cosas que tenía que hacer y doblándolas con cuidado en la maleta. El semen iba secándose poco a poco y se notaba la piel tirante. Tratando de olvidar esa sensación, se concentró en verificar que todo estaba correcto. Cuando vio que había acabado, se sentó en el suelo a esperar. Tenía unas ganas locas de masturbarse, pero se contuvo. Sabía que no estaba autorizada.

Mientras, Lucas conducía de camino a la oficina. Usando el manos libres de su coche, llamó a María. Ésta le dijo que estaba entrando en la oficina y asintió cuando le dijo que en hora y media debía empezar a encontrarse mal. Le preguntó si el viaje había tenido alguna incidencia, y ella dijo que sólo un par de niñatos mirándola el escote. Lucas rió y le comentó que esperaba de ella un buen comportamiento hoy.

Al entrar en la oficina hizo un gesto a María indicándole que fuera a su despacho. Tenía ganas de poder tener unos minutos a su madura sumisa. Ella, al entrar en el despacho, cerró la puerta y a un señal de su amo, se desabrochó el sujetador por dentro de la blusa y lo puso en el cajón que Lucas había abierto. Sus pezones, por efecto del aire acondicionado de la oficina, comenzaron a endurecerse y a marcarse a través de la tela. La blusa, de por si ajustada, contribuía a este efecto. Lucas metió la mano derecha por el escote y comenzó a amasar el seno izquierdo de su posesión. Ella sonreía y arqueaba la espalda para poder ofrecer una mayor área de contacto a su amo. De repente, María dio un respingo. Lucas había aprisionado el pezón y jugueteaba con él. Ella comenzó a sentir una sensación de placer y miedo conjunto. Por un lado, se excitaba con la caricia, pero sabía que si él apretaba el dolor aparecería. Miraba a su amo suplicando que no apretara, pero intuía que lo iba a hacer.

María, esta mañana has sido mala.

Lo se – contestó ella –

Sabes que ahora mismo podría castigarte y sabes la forma. - continuó él .

Si, mi amo – asintió ella resignada -. Además entiendo que lo hagas, pero déjame decirte que fue un error, que las dos te queremos con locura y que no haríamos nada conscientemente que pudiera molestarte.

Lo se – terminó él -, tu castigo no va a ser ahora, sólo quiero que sepas que no me gustaría tener que decírtelo de nuevo. Eres la más veterana, tienes una responsabilidad adicional y quiero que asumas de una vez ese cargo.

Dicho esto, apretó el pezón, María gimió. No fue un grito de dolor, si no de sorpresa, simplemente no lo esperaba. Lucas continuó aplicando la misma presión y la indicó que no quería más errores de ella, que esperaba que fuera un buen recordatorio. Ella asentía. Notaba un dolor intenso, amargo al que poco a poco se iba acostumbrando. Pensó que si no apretaba más, podría soportarlo, "¿me estaré volviendo masoquista?" sopesaba mientras comenzaba a disfrutar de ese dolor. Lentamente Lucas dejó de apretar. Ella, abrió los ojos, y le miró. Lucas le dijo:

Vete a comprar la comida de hoy. Haremos barbacoa, ¿de acuerdo? .

Si, Lucas – contestó ella.

Por cierto, quiero una copia de las llaves de casa, ahora que vivo allí no quiero depender de ti, ¿de acuerdo?

La tendrás a la hora de comer. – finalizó ella.

Dicho eso, cogió el sujetador que Lucas le tendía y tras esconderlo en la mano, salió de su despacho.

Habían pasado esos noventa minutos desde su conversación telefónica con María. Desde su ventana, pudo ver como ella salía del edificio camino de su coche. Cuando dejó de verlo, se volvió a su mesa y se sentó. Empezó a coger las carpetas que necesitaba y tras cerrar su ordenador portátil abandonó la oficina.

Lucía estaba adormilada, sentada en el suelo esperaba una llamada de su amo para vestirse y volver a casa. No sabía si con la humillación que había sufrido se había consumado el castigo o si quedaba algo más. En esos pensamientos estaba cuando oyó la cerradura y se asustó. ¿Sería Lucas o alguien diferente? Gateando tan rápido como pudo se escondió detrás de la cama. No sabía dónde estaba el vestido, podía ponerse alguna camiseta de Lucas, pero si era él y la encontraba vestida, el castigo estaba garantizada. Pero si no era él y encontraban a una mujer desnuda a gatas en una casa que no era la suya, sería también malo. Decidió obedecer a Lucas pasara lo que pasara.

Lucas giró la llave y entró en su casa. Estaba un poco cansado del estrés de la mañana. Y son sólo las diez, hoy creo que va a ser un día intenso, pensó. Llamó a Lucía y cuando la vio aparecer desnuda y gateando se sintió reconfortado. Ella le dijo que pensaba que era otra persona y se había escondido por el miedo. Él se rió ante esa ocurrencia pero tomó nota de la misma. Podía ser interesante para un futuro. Le pidió que se lavara la cara y el pecho en la cocina y se pusiera el vestido. Ella se levantó y fue a la cocina. Lucas puso en su mano una pastilla de jabón de manos y la llevó a la cocina.

Allí, Lucía comenzó a lavarse la cara con fuerza. Los restos del semen resecos estaban adheridos a su piel y decidió frotarse a conciencia. Su cuerpo, poseído de ese esfuerzo, se movía libremente en todas direcciones. Lucas podía observar como sus pechos saltaban furiosos, su culo se movía rítmicamente. No pudo evitar excitarse ante esa situación y decidió darle un pequeño regalo. Cuando ella comenzó a lavarse los pechos, su cuerpo se inclinó un poco más, levantando su trasero. Ella notó las manos de su amo sobre sus nalgas amasándolas y no pudo evitar sentir placer. Cada vez que Lucas la tocaba, su cuerpo desprendía pequeñas descargas de placer incontrolado.

Él la ordenó que colocara sus manos en la cabeza. Lucía obedeció de inmediato. Sentía el contacto de su pene a través de la tela vaquera de los pantalones en su trasero. Trataba de moverse buscando la máxima sensación de placer. A una orden de Lucas, se detuvo. Él comenzó a pasar las manos llenas de jabón por los pechos de su posesión. Ésta, notaba como sus pezones se endurecían por el contacto, necesitando mayor espacio.

Cuando él notó que habían alcanzado el mayor tamaño posible, tomó uno en cada mano y comenzó a apretar. El jadeo de Lucía se interrumpió por unos segundos. Sorprendida, no había sabido lo que le había pasado. Pero tras la sorpresa inicial, volvió a gemir. Lucas, sorprendido por la reacción, aflojó la presión unos breves instantes, pero viendo la situación, volvió a apresar los botones de su sumisa. Ella, gemía cada vez más, mitad excitada, mitad dolorida. Lucas observó con detalle su cara. Sus ojos casi cerrados, el cuello hacia atrás, la boca en una mueca de dolor. Él siguió apretando, quería buscar el límite. Ella, subía y bajaba la pierna derecha, como si buscara una mayor fuerza para soportar la sensación de dolor. Lucas estaba excitado por la situación. Lucía no quería bajar las manos pero necesitaba que ese dolor cesara. El ruido del grifo abierto atenuaba los gemidos cada vez más agudos. Lucas, tremendamente excitado mientras mantenía la presión sobre los pezones de su posesión, le dijo a la vez que aportaba un punto más de presión:

Cuando tú digas acabará esto

Aguantaré, aguantaré lo que me pidas – jadeaba ella mientras apretaba los dientes y se clavaba las uñas en las manos.

¿Seguro? - preguntó el mientras aumentaba la intensidad.

Ella gritó de forma tenue pero sentida. Al cabo de unos segundos, pidió clemencia. Sólo repetía "basta, basta". Cuando él la soltó, ella se relajó y su cuerpo entumecido por el dolor se desplomó. Lucas la sostuvo mientras ella comenzaba a llorar. No lloraba tanto por el dolor, como por la sensación de haber fallado. Lucas la giró y la observó. Sus pechos aparecían rojos por las marcas de sus manos. Cogiendo su cara con las manos la dijo:

Has estado increíble – ella levantó la cara y con los ojos llenos de lágrimas sonrió.

¿En serio?, ¿de verdad? – preguntó ella sintiendo que cada vez que respiraba le dolía todo el pecho.

Sí, has aguantado mucho más de lo que yo esperaba – concluyó él mientras besaba sus labios resecos-. Ahora vístete que nos vamos.

Ella se secó las tetas y la cara y se puso el vestido. Tenía el pecho muy sensibilizado y el contacto con el forro del mismo, le producía dolor. Pensó incluso en ir con los pechos al aire pero la posibilidad de que les vieran era demasiado alta.

Lucas tomó su mano y salieron así cogidos de su casa camino del coche y de casa de María.

Los dos salieron al garaje y cogieron el coche. Durante el camino a casa de María sólo hablaron de trabajo y de los temas pendientes. Lucas quería esperar a que estuvieran los tres para explicarles la agenda del día.

Cuando llegaron al chalet, vieron que el coche de María estaba estacionado en la calle, no en el garaje. Lucas dirigió el suyo hacia el mismo, comprobando que la puerta estaba abierta. Ella les esperaba desnuda sentada en la escalera de acceso a la vivienda. Como ya era costumbre, su indumentaria dentro de la parcela era nula, ni siquiera unas sandalias. Lucía salió del coche y se desnudó con los mismos problemas que había tenido antes, si bien la tranquilidad de saberse en casa hizo que no tardara tato tiempo..

Cuando los tres estuvieron desnudos, Lucas le dijo a María que recogiera las ropas y las colocara en el salón. Mientras, ellos subían por las escaleras a la cocina. Al salir al salón vieron que tenían despejada la mesa del comedor para que pudieran trabajar. Las cortinas estaban descorridas y la puerta de salida al porche trasero y a la piscina abierta. Unas sábanas recubrían las sillas donde ambos iban a trabajar. Además, una camarera contenía unos vasos, café recién hecho y unas pastas. Lucas se sentó en una de ellas y felicitó a María. Acto seguido ordenó a Lucía que ocupara la otra.

A continuación les detalló el plan:

Son las once. Trabajaremos hasta la una, momento en el cual nos daremos un baño y quizá disfrute un rato de vuestra compañía. Comeremos después y luego seguiremos un rato más. María, de ti depende todo. Como anfitriona deberás tenerlo todo listo.

Ellas asintieron. Lucía cogió su ordenador y se hizo un recogido en el pelo con un bolígrafo. Lucas comenzó a trabajar de forma compulsiva, como hacía siempre. María procuraba servir el café y las pastas cuando se la requería. Mientras se dedicaba a las labores de la casa, ponía la lavadora, recogía la ropa y preparaba la comida. Lucas de vez en cuando levantaba la vista de su portátil y miraba a Lucía. Ésta, absorta en sus cosas, no se daba cuenta y a veces se acariciaba un pecho mientras meditaba sobre algún tema. Otras era ella la que no podía dejar de admirar los cuerpos de su amo y amiga, desnudos como ella. Se sentía increíblemente bien, estar desnuda era su mayor satisfacción. Pensaba en el fin de semana, que tendría que ir al pueblo de sus suegros, donde estaban su marido y sus hijos, y aparentar normalidad cuando la normalidad era lo que sentía ahora. Su amo le había abierto las puertas de un mundo que desconocía pero que no quería abandonar. Abatida por esos pensamientos, siguió trabajando. María, a su vez, paseaba por su casa desnuda. No era una novedad, muchas veces en verano estaba así para evitar los agobios del calor. Lo que la tenía extrañada era como podía estar junto a un hombre y a una mujer, y además sentirse increíblemente excitada al verlos. Si alguien se lo hubiera dicho hace tres meses, le hubiera llamado loco.

Aproximadamente a la hora de estar trabajando, sonó el timbre de la puerta. María se asustó, no esperaba a nadie porque teóricamente nadie podía saber que estaba en casa. Miró a Lucas y éste le respondió con una mirada que significaba indiferencia. Ella le dijo:

¿Voy a ver quién es?

Deberías – respondió él.

Me pondré esta camiseta por si acaso – comentó María.

No, vete a ver y luego hablamos.

María, muerta de miedo corrió un poco las cortinas de la ventana delantera del salón. En la puerta estaba Carmen, la hija de su vecina Elena. Carmen era una chica morena, con el pelo muy largo, un poquito rellena, pero con un la piel y las formas propias de una chica ya formada. Volvió corriendo al salón.

Es la hija de la vecina de al lado. ¿Qué hago?

Hablar con ella – dijo Lucía -, uy perdón, amo.

Es cierto, habla con ella. ¿Te da miedo exhibirte?

No, no es eso, no se como decírtelo, Lucas ..., ligerita de lengua..., y si encima nos ve a los tres desnudos, irá con el cuento a su madre, y entonces verás los cotilleos.

Entonces, quizás tienes pocas opciones: o bien la despachas rápido o bien la haces pasar y te arriesgas a que salga corriendo – contestó él.

No se iría, Lucas, lo se. Hay algo que tengo que contarte, pero ahora no es el momento, sólo te diré que si la hago pasar, no saldrá corriendo.

María fue hacia la puerta dejándolos en el salón. Al poco rato se oyó una voz joven que decía que si la pasaba algo que su madre había visto el coche y le había pedido que pasara a preguntar, pero que no debía pasar nada si estaba en casa. Después la voz de María semioculta tras la puerta que la decía que sí, que estaba bien, que no se preocupara, que la había pillado cambiándose.

La voz más joven, sonó de nuevo:

María, anda, déjame pasar, si ya te he visto así más de una vez. Así te lo cuento. Me han dado Medicina, al final.

De verdad, cariño, hoy no puedo. – contestó ella.

Mientras en el salón, Lucas miró a Lucía y la dijo sonriendo:

¿Has oído eso? Vaya con María, se va desnudando por cualquier lado

No seas mal pensado, quizá coincidan en el gimnasio – repuso ella con una mirada de comprensión.

Anda, vete a ver qué pasa – ordenó el.

¿Desnuda? – preguntó ella con una sonrisa nerviosa mientras se levantaba con una cara de debo estar medio loca-. ¿Qué hago, me presento allí y le digo, "hola soy Lucía, compañera sumisa de tu vecina"?

Estaría bien, pero no, consigue que entre y os venís para aquí. Se me está ocurriendo que si no va a salir corriendo es porque ambas se conocen mejor de lo que tú y yo pensamos..., y si le gustan esas cosas, quizá le gusten "otras"..., tú consigue que entren.

Estás medio loco – concluyó ella -, pero por eso te adoro, porque lo ves todo tan fácil, que me parece maravilloso. Ahora vuelvo con ellas.

Desde la entrada siguieron llegando voces.

Venga, de verdad, déjame pasar, la gente se va a extrañar de verme aquí en la puerta. Además, me gustaría cobrar la apuesta que he ganado.

Carmen, de eso tenemos que hablar, no fue una apuesta, fue un comentario estando en la piscina con una cerveza de más – dijo María.

De repente, Lucía la preguntó desde el recodo del pasillo.

¿ Cuál fue la apuesta?

María se quedó petrificada. No esperaba que Lucía apareciera. Quería haber liquidado la conversación antes de que todo se descontrolara. Carmen, por su lado, se sobresaltó al escuchar una voz procedente de la casa. Lucía, aprovechando el desconcierto salió del recodo y se acercó a ellas por la parte no visible desde el exterior del pasillo. Al llegar a María se apoyó en su hombro mientras decía:

Deja pasar a la chica, la tienes en la puerta. No pasa nada, es ya mayorcita. Además, ya sabes el motivo. Hola, soy Lucía, amiga de María, encantada.

¿Seguro? – preguntó ella y al ver la mirada afirmativa en los ojos de su compañera abrió del todo la puerta y la dejó pasar.

¡Estáis las dos desnudas! – exclamó Carmen abriendo los ojos -. Pero, entonces, ¿sois pareja?

Es un poco más complicado que eso – respondió María roja como un tomate.

Lucía se acercó y le dio dos besos a la recién llegada.

Así que, ¿tú eres Carmen?, que guapa eres. Yo trabajo con tu vecina.

Carmen, se quedó absolutamente muda. Sólo miraba a las otras dos mujeres. No podía apartar los ojos de sus cuerpos desnudos. Recorrió con su mirada las largas piernas de Lucía, sus caderas bien formadas en el gimnasio, sus pechos duros acabados en sus enhiestos pezones, su pelo recogido. No pudo evitar admirarlo. Lucía se dio cuenta del examen y dijo sonriendo.

Bueno, ¿qué te parezco?. No pasa nada, puedes mirar y tocar si quieres.

Carmen empezó a acalorarse. La habían descubierto observándola y no sabía qué decir. Lucía continuó:

Espero que no le digas nada a nadie de esto. No sería muy agradable.

No, no, claro... – balbuceó ella en una torpe respuesta.

Bueno, ¿cuál era esa famosa apuesta? – inquirió ella.

María respiraba nerviosa. No tenía el control de nada y por la mirada de Lucía, sabía que Lucas había decidido incluir a la hija de su vecina en el juego. Se sentía atrapada a la par que excitada por esta situación. Conocía a Carmen desde que nació, la había tenido en brazos desde niña, había visto como crecía, como se convertía en mujer. Era su confidente. Carmen siempre acudía a ella cuando tenía problemas en casa, hablaban largo y tendido de los chicos con los que ella salía y pedía su opinión cuando se la solicitaba. Habían pasado muchos ratos en la piscina juntas, ella le había pedido permiso la primera vez para hacer topless. En resumidas cuentas, era como una segunda madre para ella.

Carmen, una vez hubo recuperado la voz, dijo:

Bueno, no se como explicarlo. El verano pasado, un día que mis padres estaban fuera vine a ver a María y a darme un baño en su piscina. El caso es que empezamos a tomar cervezas y a hablar de temas picantes. Acabamos hablando de sexo.

Bueno, ya, no es necesario decir más – interrumpió María.

Sí que lo es – repuso Lucía -. Ya sabes por qué. Continúa por favor.

¿Por qué es importante que lo diga? – preguntó ella -. No se si debería, es un tema entre María y yo.

Bueno, es que soy muy cotilla, y además, creo que te puedes imaginar lo que pasa, y que además, no te resulta ni incómodo ni extraño, ¿verdad?, porque si no habrías salido corriendo y no me habrías hecho ese examen – apuntó Lucía.

Carmen, poniéndose roja de nuevo dijo:

Es cierto, no me es extraño y además tienes un tipazo, tía.

Gracias cielo – respondió ella -. ¿Continúas?

Sí – respondió sonriendo -. Pues el caso es que mientras hablábamos, bebimos un poco de más y entonces me envalentoné y le dije que no tenía claro si me gustaban más los hombres o las mujeres y que si ella sabía lo que era estar con una mujer. Me contestó que nunca había estado con una, aunque ahora veo que sí lo sabe. Yo le pedí que lo descubriéramos juntas y me desnudé delante de ella. Ella me pidió que me tapara y yo me acerqué y le di un abrazo. Si te soy sincera, no sabía lo que estaba haciendo, el alcohol lo hizo todo. Ella me rechazó pero conseguí quitarla la parte de arriba del bikini y luego la de abajo. Tapándose con las manos, me dijo que la devolviera el bikini a lo que le dije que si accedía a estar conmigo, se lo daría. Me dijo que no era posible, que le había visto de pequeña y que eso que jamás sucedería. De repente, sonó el timbre de la casa. Yo sabía que eran mis padres y así se lo dije, que como entraran por el jardín nos iban a pillar desnudas y que habría que dar muchas explicaciones. Ella me dijo que le devolviera la ropa, y yo le dije que se la daba mientras me prometiera acostarse conmigo. Al final, accedió. Dijo que sería mi regalo de selectividad si conseguía entrar en Medicina. Acepté la apuesta y nos vestimos justo cuando mis padres entraban por el jardín. Desde entonces, he esperado este momento y he estudiado como una loca para lograrlo.

Bueno, sí, pero eso no va a poder ser – interrumpió María -. No puedo acostarme contigo, no me parece bien.

Sí que puedes – repuso Carmen -. Te acuestas con una compañera de trabajo y a mí me rechazas. No es justo.

Una cosa sí puedes hacer y seguro que María no dice que no. Quédate hoy aquí y mira a ver lo que ocurre, seguro que es de tu agrado. Lo único que te pido es que seas discreta y no lo cuentes por ahí. ¿Quieres?

Sí – dijo Carmen dando saltos de alegría y abrazándose a Lucía-. ¿Qué tengo que hacer? Haré todo lo que me pidas, lo que sea. Tú sólo dímelo y yo lo haré.

María, resignada a su suerte, decidió tomar la iniciativa. Tras pedirle silencio, se acercó a ella y le dijo:

Lo tendrás que poner por escrito. Quiero que a partir de ahora lo que pase en esta casa lo acatarás y no lo discutirás, que cualquier cosa, repito cualquier cosa, que se te diga que hagas lo harás y que mantendrás todo esto en secreto.

Me estás asustando – dijo ella -, pero sí, si es por estar con vosotras y poder cobrar la apuesta, lo haré.

Cobrarás mucho más que la apuesta, eso te lo aseguro – concluyó Lucia mientras María se iba al salón y volvía tras mirar a Lucas para decirle que estaba hecho, con un papel y un bolígrafo -. Escríbelo con todos tus datos, no quiero luego que haya malentendidos.

Carmen cogió el boli y de rodillas en el suelo comenzó a escribir su consentimiento. Lucía miraba a Lucas, que se había asomado por la puerta del salón, triunfante. Cuando terminó de escribir, María se acercó a ella y la besó en los labios. Carmen no se lo esperaba. Fue un beso corto y dulce. Cuando se separó de ella la susurró: "bienvenida, no sabes hacia que mundo vas, pero espero que te guste, a fin de cuentas es tu decisión, no la mía".

Lucía le comentó que era momento de que se pusiera cómoda. Ella le miró intrigada y tras un segundo de duda, lo entendió. Se quitó la camiseta de tirantes que llevaba dando paso a un sujetador marrón bastante corriente que atrapaba unos pechos que superaban con mucho los 110 cms de medida y una figura un poquito rellena. A continuación se quitó el pantalón corto que llevaba mostrando unas piernas un poco regordetas pero perfectamente depiladas. Unas bragas altas trataban de ocultar su tripa. Lentamente, sus manos se deslizaron a su espalda y soltaron el cierre de su sujetador dejando al aire unos senos grandes, redondos y tersos acabados en una areolas claras y un pezones en punta. Sus bragas ocultaban un sexo arreglado pero velludo que vieron la luz cuando ella se retiró las bragas.

Una vez desnuda, Lucía le dijo que jamás volvería a llevar una ropa interior tan poco femenina con ellas y acercándose a ella, le cogió las manos y las puso en su trasero. Ella, a su vez, se arrimó más a ella y cogió su culo con las suyas. Tras acariciarlo y amasarlo, comentó que era una auténtica delicia y le dio un beso en la frente. Tras separarse le dijo:

¿Y bien?

Lucía, estoy nerviosa, pero muy excitada, es una maravilla. Cuando me has hecho que te toque el culo, primero me he sentido aterrada, luego relajada y por último, mojada, muy mojada. Gracias.

¿Quieres más? Entonces, necesitas saber que nosotras, efectivamente, somos pareja, pero no una pareja al uso como tú puedas entenderlo – dijo María -. Por eso, debes saber que todo lo que veas mientras estés en esta casa, es puramente confidencial, y para eso, tenemos que tener garantías de tu fidelidad.

¿Qué necesitas? – preguntó Carmen al tiempo que notaba que Lucía se colocaba detrás de ella y apoyaba sus pechos en la espalda y pasaba las manos por su cuello hasta acariciar sus pezones. -. Lo que quieras, en serio. Es mucho mejor de lo que había soñado.

Simplemente, tu consentimiento para ver a una persona que te hará unas preguntas – intervino Lucía al tiempo que dejaba sus pechos y la abrazaba -. Estaremos contigo, tranquila, pero deberás responder sinceramente si quieres estar con nosotras. En caso de que no quieras, podrás irte. Eso sí, debes saber que la conversación será grabada para proteger nuestra intimidad.

¿Grabada?¿Con quién tengo que hablar? – preguntó Carmen.

Relájate y quédate conmigo mientras María lo prepara todo.

Una vez se quedaron solas, pasaron a la cocina y Lucía se sentó en la encimera de la cocina. Carmen, excitada por estar desnuda pero nerviosa por este nuevo mundo donde se adentraba, estaba en silencio. Lucía le preguntó si tenía dudas, miedos y ella le contestó que estaba histérica porque no sabía nada. Ella sonrió y la dijo que se acercara. Le abrazó fuertemente y acarició su espalda. Notaba la presión de sus pechos subiendo y bajando poderosamente debido a la excitación. Lucía pensaba para sí, que como las chicas tenían ahora estos pechos y como eran de desinhibidas, ella con dieciocho años jamás se hubiera desnudado delante de nadie y menos de una extraña. Acarició su culo y le dijo que se relajara, que si como había demostrado, le encantaba el morbo y el sexo, iba a disfrutar como nunca lo había imaginado a sus dieciocho años.

María, mientras, entró al salón y vio a Lucas de pie y excitado. Le miró y le dijo:

Si no te quisiera tanto, si no te adorara, pensaría que estás loco. ¿Sabes a lo que nos arriesgamos?

¿Tú cómo lo ves? – preguntó él.

La conozco bien y se que la tienes en el bote, pero esto se está desmadrando, vamos a ser tres, ¿crees que es posible mantenerlo en secreto? – inquirió ella -. Yo no se si voy a poder estar con una niña a la que he visto desde recién nacida, se me va a hacer duro, aunque la chica tiene unos pechos que se que te van a encantar.

Por toda respuesta, recibió una caricia en su sexo. Ella emitió un gemido ahogado de placer y sonrió.

Tú eres mi Amo .- sentenció ella -. Te deseo y por eso te sirvo. Ahora mismo te la traigo y sólo espero que todo salga bien, de lo contrario, no se qué pasará.

Una vez hubo terminado de montar la cámara, Lucas la dirigió a una pared sin adornos. Después se sentó en un sofá a esperar. No pasaron más de 2 minutos cuando Carmen hizo su entrada en el salón. Lo primero que vio fueron unos ordenadores en la mesa. Al girar la cabeza vio a Lucas desnudó y se asustó. Lucía que iba detrás de ella, la sujetó las manos para que no pudiera taparse. María se separó de ellas y se tumbó a los pies de su Amo.

Bienvenida. Soy Lucas, adelante. Es un placer conocerte tras unos minutos oyendo tu voz. Hay que reconocer que María se ha quedado corta, eres una delicia.

Gracias – fue lo único que pudo contestar en el estado de bloqueo que tenía.

Lucía dirigió suavemente a Carmen hacia el lugar donde se encontraban ellos. Ésta no podía dejar de temblar a la par que miraba el pene de Lucas. Él consciente de esto, permitió que su vista se deleitara con esta parte de su cuerpo. Una vez consideró que era suficiente, se incorporó y fue hacia ella. Al llegar a su lado, tomó su mano y la posó en su miembro. A continuación introdujo su lengua en la boca. Carmen, totalmente paralizada, apenas pudo participar en el beso, sólo mover un poco los labios.

Lucas la acompañó tomándola de la cintura mientras Lucía se separaba. Lentamente sus caricias en la cadera y cintura fueron relajándola. En un momento dado, preguntó:

¿Qué es todo esto?

Esto, como tú lo llamas – respondió él -, es una especie de sociedad de placer en la cual ella voluntariamente han ofrecido entregarse a mi servicio dándome dicho placer a cambio de que yo las de cuide y las exija ampliando sus conocimientos de ellas mismas y del morbo. No esperábamos tu presencia, pero tu insistencia en querer cobrar una apuesta ha hecho que me planteé si te gustaría formar parte de nuestra pequeña familia.

Pero, - balbuceó ella -, esto es como en las películas porno, ¿no?

No, ni mucho menos – contestó él sonriendo mientras se detenía y pasaba la mano por la entrepierna de Carmen. Ésta a su vez podía notar como se humedecía y aunque no sabía qué hacer sólo deseaba no tener un orgasmo allí mismo, parecería que era una niña calentona y no quería dar esa imagen -. Tú disfrutarás, querrás hacer cosas que nunca pensabas que pudieras hacer, desearás tener placer a cualquier hora y a cambio de cualquier cosa. Te propongo que hoy pases el día como uno de los nuestros, y acabado el día decidamos entre todos si de verdad quieres formar parte de esto.

¿Y si no quiero? – preguntó ella tartamudeando.

Entonces, ese papel que has firmado y las fotos que te ha hecho María en la cocina mientras charlabas con Lucía aparecerán en unos foros relativos a estos temas – respondió él -. Pero como se que no hará falta recurrir a eso, tu presencia aquí será voluntaria, ¿verdad?

Acto seguido, lamió el cuello de Carmen mientras uno de sus dedos entraba suavemente en el interior de su sexo. Ella, emitió un jadeo y susurró: "¿qué tengo que hacer?

Lucas la colocó frente a la cámara y colocando sus manos en la nuca, le pidió que no se moviera. Él, mientras, le haría unas preguntas que esperaba que ella respondiera de buena fe. Ella, asintió excitada. Lucía y María tumbadas en el suelo la desearon suerte y la dijeron que estuviera tranquila. Lucas, miraba la forma de su cuerpo, cómo caían sus pechos en esa posición que él adoraba para mostrar a la mujer tal y como es en realidad. Vio sus pechos bamboleantes por la excitación, sus axilas perfectamente depiladas, su pelo cayendo alborotado por los hombros y sintió que había adquirido un diamante a pulir pero un diamante a fin de cuentas.

Le hizo toda una serie de preguntas comprometidas e íntimas sobre su vida y su cuerpo en un orden que sólo hacía que excitar a Carmen. Al final, ella jadeaba excitada pidiendo masturbarse ante la imagen que veía frente a ella. Lucas tenía a María en sus rodillas con las piernas abiertas y la obligaba a frotarse contra él. Lucía, de pie, en la espalda del sofá acariciaba los pechos de María. Cuando le preguntó si se comprometía a entrar al servicio fuera cual fuera, Carmen gritó de placer pidiendo que la tomara a su cargo. En ese momento, Lucas bajó a María de sus piernas y apagó la cámara para concluir: "bienvenida Maica"