Lucía (3)

Una nueva variante inesperada entra en juego.

Día 2. Tras salir de la oficina.

Una vez hubieron recogido los ordenadores y salieron de la oficina y del polígono, Lucas salió de la ciudad con el coche. En un apartado detuvo el coche.

¿Estás dispuesta para dar otro paso más?

Lucas, yo ya no se ni lo que soy capaz de hacer, tú dime qué hacer y yo lo haré, pero no se si estoy dispuesta o no – contestó Lucas - . Ahora hago cosas que nunca pensé que haría, me excito pensando en qué será lo siguiente y si seré capaz de superarlo.

Eso es lo que me encanta de ti, que piense en hacerte lo que sea, se que eres capaz de hacerlo aunque el miedo y la vergüenza te estén comiendo por dentro. Pero ahora quiero hacer algo más.

Tú dirás – dijo ella - . Tú pide, que yo intentaré complacerte.

Vamos a ir al pueblo abandonado del final de la carretera de la sierra. ¿Lo conoces?

Sí, me suena de haber ido alguna vez. – contestó Lucía -. ¿Qué haremos allí?

Ya lo verás. Ahora desnúdate anda.

Lucía, como siempre, obedeció puntualmente. Sin salir del coche se quedó completamente desnuda. La carretera estaba desierta, ya que los días de diario no era una vía muy transitada. Lucas arrancó el coche y empezaron a conducir por la carretera. Ella, al principio nerviosa por pasar desnuda por los pequeños pueblos, fue relajándose cada vez más, hasta el punto que al final acabaron hablando de trabajo de la forma más cotidiana. Al cabo de unos kilómetros, Lucía dijo:

Lucas, me estoy quedando dormida, ¿te importa si me duermo un poco?

¿ya no te importa que te vean desnuda? – preguntó él sonriente.

Estoy cansadísima de los nervios y del estrés, me da igual, además, si a ti no te importa, yo no soy quien.

De acuerdo, te aviso en un ratillo.

Al llegar a uno de los cruces, Lucas redujo la velocidad. Lucía dormida, no se dio cuenta de nada. Él paró el coche y se bajó andando hacia el otro coche. Cuando ella se despertó no podía imaginar lo que estaba sucediendo. Una mujer estaba de espaldas a su coche y Lucas hablaba con ella. Lucía empezó a buscar su ropa pero no la encontraba. Él, atento a lo que pasaba levantó la mano en la que llevaba toda su ropa. Lucía, anonadada, no sabía qué hacer. Tratando de taparse como pudo con sus manos, permanecía recostada en el coche. La voz de Lucas llegó clara hasta ella.

Deja tu coche en aquel restaurante..., no, no te preocupes, no va mucho más avanzada..., acaba de empezar.

Lucía no sabía qué pensar. No sabía de que hablaba Lucas, pero poco a poco y viendo que ella no se giraba comenzó a sentirse más cómoda y a destaparse, a lo que su Amo respondió con una sonrisa cariñosa y tierna.

La otra mujer subió al coche y arrancó, Lucas volviendo al suyo sonriendo le dijo a Lucía.

Vaya susto, ¿eh? tranquila, ya ha pasado.

Lucas, me desperté y no te vi, luego te veo allí hablando con alguien y con mi ropa en tu mano, me asusté mucho de verdad.

Lo se, tranquila – repuso él-, ya ha pasado, venga sigamos.

A la salida de unos de los pueblecitos, él paró el coche. Ella miró inquisitiva. Una mujer, con unas gafas de sol y una gorra, salió desnuda de entre los árboles, con una bolsa en la mano y sin mediar palabra subió al coche en el asiento de atrás. Cuando llegó, saludó.

Hola, mi señor, ha tardado usted un poco más.

La voz sobresaltó a Lucía. Al principio no pudo saber quien era ella, no podía verla, pero cuando esa persona la saludó:

Hola Lucía, esta mañana estabas preciosa, me encanta la ropa interior roja.

Ma..., María, ¿eres tú ? – pudo simplemente balbucear ella.

Sí, soy yo, no pensaba que eras tú cuando Lucas me dijo que había encontrado una nueva compeñaero de juegos....

Lucía se giró en el asiento y pudo ver a su amiga y secretaria de la empresa. Su cuerpo desnudo lucía radiante. No delataba que tenía 54 años y es que María se cuidaba tanto o más que ella.. Unas piernas largas y finas, que acababan en unos pies largos, con las uñas pintadas de rojo, su pelo rubio corto, sus pechos grandes, aunque ya ligeramente caídos, sus manos finas sin sus anillos ni sortijas tan características, y su vello púbico apenas visible, al llevarlo muy recortado para su amo. María, su amiga María, a quien tanto había ayudado desde su divorcio, se encontraba allí, desnuda como ella. La mente de Lucía no podía asimilar tanta información.

Sí, soy yo, ¿te impresiona? A mí también, si te soy sincera. Desde hace 2 meses mi vida ha pegado un cambio radical. Yo no pensé que pudiera hacer esto, pero desde que Lucas dirige mi vida me encuentro más feliz y no pienso en otra cosa que no sea hacerle feliz, sea lo que sea lo que hay que hacer, si es por él, se hace.

A mí me pasa también – dijo Lucía, relajándose poco a poco -, desde ayer no me reconozco, fíjate que estoy desnuda en un coche hablando tranquilamente con una amiga mía que también está desnuda y siendo parte de un historia loca de la que no se quiero ni seguir ni bajarme.

Lucas las interrumpió:

María, ¿todo listo en tu casa?

Sí amo – respondió ella -. Dejé la comida lista y la piscina está preparada. No creo que haya nadie en el pueblo a estas horas.

Siento no haberte contado esto y haberte engañado con lo del pueblo abandonado. Realmente vamos a casa de María, que también será tu casa ahora – dijo Lucas-.. Bueno chicas, ¿estáis dispuestas a dar un paso más en vuestro aprendizaje? Desde ahora, estaréis juntas mucho tiempo y, tranquilas, no hay nadie más que nosotros tres.

Al llegar al pueblo, Lucas permitió que se pusieran la ropa por encima, por si acaso. El chalet de María, en el que Lucía nunca había estado se encontraba en una urbanización a las afueras del mismo.

El chalet era parte del acuerdo al que María había llegado con su ex marido, una vez que descubrió la infidelidad de éste. Era un parcela de 350 metros de jardín rodeada por unas arizónicas de más de dos metros de altura. Un camino de piedra sobre el césped hacía de improvisado camino hasta un garaje adosado a la vivienda. El chalet poseía un porche donde se encontraban un juego de sofás (tresillo más dos butacas) de mimbre adornados por unos almohadones rojos. La parte trasera de la parcela poseía una piscina de diez metros de largo por cuatro de ancho, una barbacoa y dos tumbonas con una sombrilla. El césped cubría toda la extensión hasta la vivienda a la que se accedía por un pequeño porche y una puerta corredera. En ese porche había una mesa y cuatro sillas de hierro pintadas de blanco. La casa, de 4 dormitorios, tenía un salón – comedor espacioso donde había un mueble de estilo clásico y unos sofás grandes de piel, protegidos por unas sábanas. La cocina, tipo americana, se encontraba en uno de los rincones. Las habitaciones, a las que se accedía por un pasillo, se abrían a ambos lados del mismo. Una de ellas, vacía, la principal, con una cama king-size y un armario empotrado y cómoda a juego con la cama. La otra, con una cama mediana estaba aún sin decorar.

Cuando Lucas aparcó el coche, todos salieron del coche. María, aún vestida, fue hacia uno de los extremos del garaje y, abriendo un pequeño armario, extrajo tres cestos, cada uno con un nombre. Sin mediar palabra, María comenzó a desnudarse completamente y a depositar su ropa en el cesto. Lucas hizo lo mismo, y Lucía, ya tremendamente excitada, hizo lo propio. Tras tener los cestos llenos, María los recogió, cerró el armario y le dio la llave a Lucas que se la colgó al cuello. Tras salir de nuevo al jardín, ya los tres desnudos, él las cogió de la cintura y las llevó hacia la piscina. María con su gorra, Lucía con la cinta y las gafas de sol. Al llegar a la piscina, Lucas las soltó y se zambulló en el agua. Lucía y María se miraron y tras despojarse de los complementos que llevaban y cogerse de la mano, saltaron ambas.

Lucía notaba la sensación nunca experimentada de bañarse en una piscina desnuda. María, que ya había salido a la superficie, se abrazó a la espalda de Lucas. Sus pechos se comprimían con fuerza contra su amo, Lucía, a su vez, se acercó por delante y trató de abrazar a Lucas. Éste, la atrajo contra si y la dijo:

Agárrate a María, si no te soltarás.

Pero, es que, nunca he tocado el culo a una mujer, me da un poco de reparo – contestó ella ruborizada.

Aún estaba respondiendo cuando notó como las manos de María subían y bajaban por su espalda hasta tocar su trasero. De repente, sintió un estremecimiento al notar también las de Lucas y, sin dudarlo, acarició las nalgas de su compañera. Al principio se notaba rara, pero poco a poco fue sintiendo la piel de ella, su tacto y se atrevió a juntarse más.

Así estuvieron 5 minutos, hasta que Lucas comentó:

Va a ser una tarde tremendamente interesante. Espero, chicas, que no queráis perdérosla – dijo riendo

Yo desde luego no,- dijo Lucía sonriente -, esta es mi vida y así espero vivirla.

Yo tampoco – replicó María mientras sus manos buscaban con ansia la carne de su compañera -, me comprometí a ser tuya, Lucas, y nada ni nadie me hará dejar esta promesa sin cumplir.

Los tres salieron de la piscina. Totalmente mojados, se tumbaron en el césped. Lucas en el centro y María y Lucía, una a cada lado, con su cabeza apoyadas en su pecho. Aunque mentalmente se dijo que estaba mal, Lucía no pudo evitar sentirse feliz. Le encantaba la sensación del aire fresco en su cuerpo desnudo, el ver a un hombre desnudo a su lado y aunque se negaba a creerlo, la tranquilidad de tener a otra mujer como ella cerca.

Lucía estaba quedándose casi adormilada cuando la mano de Lucas en su sexo, la despertó.

Mmmmm, que bien se está aquí, podría pasarme así la vida.

Ya, pero me apetece algo de ejercicio antes de comer – dijo Lucas.

¿En qué estás pensando? – intervino María.

Me gustaría veros hacer un poquito de deporte – respondió Lucas.

Tras eso, las hizo levantarse y, se alejó hacia el coche. Ellas se quedaron mirando inquisitivas. Cuando volvió traía en la mano dos cuerdas gruesas.

Venid aquí, chicas

Ellas se acercaron caminando hacia el porche de atrás donde se había quedado Lucas. Cuando llegaron las hizo que se quedaran juntas, una al lado de la otra. Sin mediar más palabra, tomó una de las cuerdas y ató el tobillo y la pierna derecha de María con la izquierda de Lucía. Con la otra cuerda sujetó sus caderas de igual manera, de tal manera que parecían un solo cuerpo. El brazo derecho de María quedó sujeto al la cadera derecha de Lucía por su espalda y el izquierdo de ésta a la cadera de su amiga. Tanto María como Lucía notaban el contacto de la carne de la otra.

Que guapas estáis.

Gracias – respondieron las dos al unísono.

Lucas se acercó y besó en la boca a María que devolvió el beso sacando la lengua todo lo que pudo. Lucía se removía inquieta y recibió un cachete en el pecho que no quedaba en contacto con el de su compañera.

Estate quieta, debes tener paciencia, y esperar tu turno.

Si, amo, perdón – dijo avergonzada ella.

Te has quedado sin beso – respondió él sonriendo.

Una vez se separó de ellas, cogió una pelota de tenis y la lanzó hacia el césped.

Tenéis que aprender que sois una sola, que lo que disfrute una deberá disfrutarlo la otra, así que repetiremos este ejercicio hasta que ambas seáis como un solo cuerpo.

Acto seguido lanzó la pelota. Cuando ellas fueron a darse la vuelta, cada una de ellas quiso hacerlo hacia un lado y vieron que no podían separarse, con lo que tuvieron que decidir quien sería la líder en cada ocasión. María tomó la decisión de indicar hacia que lado, y empezaron a caminar hacia la pelota. Como sus pasos no eran coordinados, cayeron varias veces al suelo y tuvieron que utilizar cada una el peso de la otra para levantarse. Al principio, se enfadaban entre ellas, pero poco a poco iban entendiendo que el motivo del ejercicio, era que Lucas quería que cada una de ella supiera entender a la otra. Cuando volvían con la pelota en la mano, él las acariciaba una parte de su cuerpo.

Una vez que entendieron como había que caminar y moverse, fueron ganando agilidad. María iba guiando los pasos de Lucía y entre ambas empezaron a reírse cuando tenían que agacharse. Sus cuerpos se iban entrelazando, los pechos de ambas se golpeaban entre sí, las piernas juntas iban pareciendo ya una sola.

Lucas disfrutaba de la prueba, animándolas. En uno de los momentos, decidió subir un punto más en el nivel de dificultad y cogió un pañuelo se lo puso en los ojos a María. A su vez amordazó a Lucía y las dijo:

Ahora vais a tener que confiar la una en la otra.

Así lo haremos – dijo María.

Lucas para darles más ánimos acarició sus sexos con las manos y ellas emitieron un gemido de placer al notar el contacto. Acto seguido, volvió a lanzar la pelota. Ellas, como la primera vez, volvieron a caerse porque la que veía quería dirigir, pero no podía hablar y la que hablaba no sabía donde tenía que ir. Tuvieron que serenarse, y valiéndose del contacto de sus cuerpos, moverse al unísono como hacían cuando ambas veían. Aunque volvían a caerse, cada nuevo paso las afianzaba más.

Una vez que Lucas vio que estaban coordinadas, en uno de los momento las dijo:

Quiero que ahora no penséis en vosotras y sí en el grupo, ¿entendido?

De acuerdo – respondió María que era la única de las dos que podía hablar.

Lucía se limitó a asentir. Sus pechos y parte del cuerpo de María estaban recubierto de la saliva que había ido escapándose de su boca. No se atrevía a limpiarla por la vergüenza que sentía al mirarla. Ambas estaban sudando y jadeantes. Sus pechos subían y bajaban tratando de coger hasta la última gota de aire. Sus pelos, secos de la piscina, mostraban los primeros signos de sudor y se pegaban a su cabeza.

Lucas las llevó hasta la manguera del jardín y las empezó a refrescar. El agua fría hizo gritar levemente a María, que no sabía que estaba sucediendo. Ambas agradecieron el contacto de la misma para refrescarse. Una vez Lucas cerró la manguera, las dijo:

Ahora, entre vosotras, tenéis que decidir quien va a follar conmigo, sólo una de vosotras por la posición que tendréis podrá disfrutar, mientras la otra sólo sentirá el placer de la contraria mientras sirve de colchón.

Dicho esto, las comentó que una estaría boca arriba en el césped y la otra boca abajo sobre la primera. Ambas quedarían cara con cara, pero ellas decidirían cual sería la posición de cada una. Lucas retiró la mordaza de Lucía y se la colocó en los ojos como a María.

María, ¿qué quieres hacer? – preguntó Lucía, mientras buscaba recuperar la movilidad en la mandíbula..

Chica, yo preferiría ser yo, pero si quieres disfrutarle tu... – contestó ella.

¿Tú has tenido sexo con él ya?

Aún no, sólo masturbaciones – respondió María.

Yo tampoco, pero tú llevas más tiempo, así que yo me pondré abajo.

Lucas les dijo que tenían un minuto más o ambas se quedarían sin premio. Lucía sin dejar que María rebatiera, se empezó a dejar caer al suelo, arrastrando a María.

Cariño, perdona, pero que al menos una disfrute, no vamos las dos a perder la posibilidad. No me importa sacrificarme ahora, aunque lo deseo tanto como tú, pero disfrutaré oyéndote, eso seguro – dijo ella, tumbándose en el suelo- . Ven súbete encima.

María guiada por el tirón de Lucía se colocó encima. Los pechos de ambas estaban pegados. Podían sentir la respiración de la otra, aunque no podían verse. Sus cuerpos, de cintura para arriba, estaban perfectamente entrelazados. Como ambas no podían ver nada, permanecían en silencio, quietas, esperando.

Lucas se aproximó a María y sin avisar la penetró. El gemido de placer de ésta hizo que Lucía la atrajera hacia si con el brazo libre. Los pechos de María, perfectamente acoplados a los de su "colchón", rozaban su cuerpo mientras ella jadeaba de placer. Lucía, debajo, sentía como el cuerpo de su amiga se contorsionaba buscando mayor placer. Lucía la susurraba:

Disfruta por las dos, siente también por mí.

Yasaaaa, ooooohhh, esto es por las dos, de verdad cariño

¿Qué tal es? – preguntaba Lucía visiblemente excitada.

No se, no puedo explicarlo, cuando lo sientas, lo comprenderás.

Lucas, mientras empujaba rítmicamente llevaba la cadencia sobre la mujer de 54 años, que cada vez adoraba su nuevo estatus. Ya no pedía nada, sólo sentía. Durante diez minutos, Lucas estuvo penetrándola. Con una mano en su cuello, guiaba el movimiento de María. En uno de los momentos, ella dejó de jadear para gritar levemente un orgasmo brutal que conmocionó a la pobre Lucía que casi experimentó otro. Pero Lucas siguió sobre ella, hasta que en uno de los momentos álgidos que tuvo, se fue hacia la cara de las dos y arrodillándose se corrió sobre los pechos de sus chicas. Una vez lo hizo, las empujó una sobre la otra para que ambas quedaran llenas de semen.

María, tumbada encima de Lucía, no podía moverse. Nunca había estado tan cansada ni tan feliz. Había realizado una de sus mayores ilusiones desde hacía dos meses. Estaba tan asustada como Lucía, sabía que no estaba bien que su cuerpo estuviera en contacto con el de su amiga, pero el cansancio hacía que no pudiera moverse. Lucía, por su lado, tenía sentimientos contradictorios. Por un lado, sentía repulsión hacia estar abrazada a otra mujer, pero a la vez, le parecía atrayente y morboso.

Sin que nadie la dijera nada, comenzó a acariciar la espalda de María, despacio, de forma suave, recreándose en cada centímetro de piel. A ella le gustaba que la acariciaran después del acto, así que, empezó a hacer lo mismo. María, levantó la cabeza y miró de forma tierna a Lucía. La respiración de ambas era entrecortada, por un lado tenían miedo y por otro lado no querían frenar. Finalmente, el ruido de la zambullida en el agua de Lucas, hizo que el momento pasara y que María se girara para tumbarse boca arriba al lado de Lucía, jadeando aún. Con mucho trabajo, ambas consiguieron levantarse y, siguiendo atadas, se dejaron caer al agua donde Lucas las besó a ambas.