Lucia (27)
Begoña, Montse, Miguel Angel
Las tres personas escucharon el ruido de la puerta al abrirse. Ninguna de ellas era capaz de calcular el tiempo que habían pasado desde que las habían dejado allí amordazadas y atadas. Sentían doloridas las rodillas por la postura en la que las habían dejado. El frío del terrazo no era nada en comparación al temor a lo desconocido. Sabían que había más gente que aquellas con las que habían llegado hasta allí. Podían escuchar la respiración propia y ajena en el silencio de aquel rellano.
Además, se sentían observados. Lo habían comprobado porque alguna vez habían tratado de moverse y habían sentido un golpe en la espalda o en las costillas para corregirles la postura. No habían siquiera emitido un sonido, simplemente se habían acercado a ellos y les habían dado ese toque para corregirlos.
Cristina era una de aquellas guardianas. Desnuda como ellas, con su tripa hinchada por el embarazo, excitada por el cambio hormonal miraba a las tres personas con deseo. No conocía a la otra mujer, pero había hecho el amor con Begoña y con aquel chico y había experimentado un placer delicioso, a pesar de que cada vez se podía mover menos y la espalda le dolía cada vez que tenía sexo. A su lado, su madre, Isabel tenía la boca seca. Había sido designada por Lucas para vigilarlas y quería ser puntillosa. Su mano izquierda sostenía las cadenas que tendría que colocar en el cuello de aquellos futuros compañeros de viaje. La derecha amasaba rítmicamente su seno izquierdo en una caricia placentera. De vez en cuando miraba a su hija y le sonreía recordando cómo su vida había cambiado desde hacía unos meses.
La puerta se abrió y apareció Lola. Sus enormes senos se apoyaron en la espalda de Isabel. Hacía pocos días que Lola había empezado a formar parte de la familia, pero le había dado tiempo a establecer ya relaciones más afectivas con alguna de las personas de la familia. Dormía con Yelenia todas las noches y durante el día trabajaba con Clara y Paco en la limpieza y adecuación de las casas. Se había sorprendido de la confianza, cariño y amor entre su nueva familia. Estaba acostumbrada a castigos, golpes y humillaciones, pero ahora comprendía que, aunque tenía que ser castigada (de hecho había presenciado varias sesiones de castigo), aquellos castigos no eran correctivos, eran simplemente nuevos métodos de aprendizaje de acciones incorrectas. Lola abrazó por la espalda a Cristina y con sus manos acarició aquellos pechos duros, que iban creciendo por el embarazo. Cristina, al notar el contacto, giró la cabeza y sacó la lengua que entrelazó con ella. Cuando se separaron, les hizo una seña y avanzaron hacia aquellas personas que esperaban su destino.
Lola cogió una de las cadenas y la pasó alrededor del cuello de Begoña. Esta sintió el contacto frío del metal en su cuello y gimió mientras se movía. Lola, con su rodilla derecha, aprisionó las costillas de la mujer hasta que se rindió y volvió a la posición. Cerró con un candado ambos lados de la cadena y la hizo levantarse. Las tetas de Begoña se movieron rítmicamente al ponerse de pie. Lola la hizo avanzar unos pasos hasta llegar al quicio de la puerta. Una vez allí, la hizo detenerse con un tirón seco de la cadera.
Isabel se acercó a Montse. Los pezones de aquella mujer se habían puesto duros y habían crecido. Pensaba que ella los tenía grandes pero nada en comparación con aquello. Los suyos eran grandes por las ubres que tenía, pero los de Montse eran grandes realmente. Le colocó la cadena colocando la rodilla en la espalda de la mujer. Ésta lo entendió perfectamente y apenas se movió dejándose hacer. Al acabar, el tirón de la cadena hizo que Montse se levantara y caminara hasta quedarse un par de pasos detrás de Begoña.
Cristina repitió la misma acción con Miguel Angel. Este no se movió. No sabía quién era la persona que le estaba atando al cuello, pero sabía que era una mujer. Notaba los pechos duros en la cara. Su falo empezó a ponerse duro. Ella lo vio y sonrío. Aquel falo la tenía obnubilada. Lo había engullido la última vez y deseaba volver a hacerlo. Colocó la cadena y tiró de ella obligando a levantarse. A continuación lo llevó unos pasos detrás de Montse y esperó.
Una vez colocadas, Lola hizo una seña a Isabel y ésta cogió los brazos de Montse y los colocó sobre los pechos de Begoña. Montse dio un grito que quedó ahogado por la mordaza. “Hay otra mujer, estoy tocándole las tetas a una mujer”. Isabel hizo avanzar a la mujer hasta que su sexo quedó en contacto con el trasero de la que le precedía.
Begoña temblaba de miedo. Unas manos, que luego identificó de mujer, estaban sobre sus pechos. Notó unos muslos contactando sobre sus piernas y como un vello recortado se apoyaba en sus nalgas y unas tetas pequeñas sobre su espalda. “Sin duda, es una mujer. ¿Qué hago aquí?. Quiero marcharme, me da igual todo, pero no quiero estar aquí”. Luchaba porque las lágrimas no salieran a sus ojos. Estaba aterrada. Isabel lo notó y acarició su mejilla y pasó la mano por el sexo de Begoña en un gesto de complicidad. Aquello, aunque lo agradeció provocó otro estremecimiento. Había notado unas uñas largas. Otra mujer concluyó. Reuniendo toda la serenidad que pudo, trató de sonreír. Aquello era una encerrona, pero volver atrás ya no era una opción. Respiró profundamente y se resignó.
Por último Miguel Angel se acercó guiado por los tirones hasta que su falo tocó la espalda de la mujer. Cristina cogió uno de sus brazos y lo colocó en el sexo de Begoña. Miguel Angel notó que lo que sus manos tocaban no era el sexo de la espalda que su verga presionaba.
Aquel contacto hizo que Montse pegara un salto aunque no soltó los pechos de Begoña. “Somos tres” se repetía. “Madre mía, hay un hombre y una mujer aquí conmigo”, “pero qué es esto”, mientras notaba aquel miembro palpitante en su espalda.
Lola tiró hacia atrás de Begoña, mientras Cristina tiraba hacia delante de Miguel Angel. Necesitaba que se compactaran lo máximo posible. Mientras tanto, Isabel había entrado a por unas cuerdas al apartamento y había indicado con la mano a Lucas que les quedaba ya muy poco para presentarle las nuevas adquisiciones. Cuando salió de nuevo al rellano, la imagen que pudo contemplar hizo que su cuerpo se estremeciera de placer. Tres seres humanos estaban comprimidos entre sí, con las cabezas pegadas en la espalda de la predecesora, menos en el caso de la primera que estaba hundida sobre su pecho. Su hija y Lola sonreían mientras corregían constantemente las posiciones del grupo, impidiendo que se movieran y asegurando el contacto total.
Se acercó en silencio y se arrodilló delante de las piernas de Begoña. Ésta se sorprendió cuando con una mano sujetó el muslo y con la otra dio varias vueltas a la cuerda para atarla a la pierna. Begoña notó la presión en su pierna y quiso retirar la pierna, pero el toque fiero de la cadena de Lola hizo que se detuviera y se relajara de nuevo. Sus pechos empezaban a estar sudados fruto del miedo, la desesperación y las manos de Montse, que aunque inicialmente frías, ahora comenzaban a sudar. Isabel tiró fuerte de la pierna provocando un gemido en la mujer y avanzó hacia Montse.
Montse no sabía lo que estaba pasando pero su cuerpo, ya cansado de todo lo que había pasado en el día, se había rendido. Apoyaba la cara en el hombro de Begoña y buscaba algo de reposo. Sus tetas, aplastadas contra la espalda de Begoña, sudaban ya copiosamente notando como pequeñas gotas corrían en el poco espacio que había entre ambas mujeres. Su espalda, aprisionaba, junto con el pecho de Miguel Angel, su falo duro. No sentía ya miedo, solo agotamiento. Su mente hacía tiempo que había decidido rendirse. Notó la cuerda arañando su muslo pero ni siquiera protestó. Tenía la mordaza y de nada hubiera servido. Las babas que caían por la comisura de sus labios se pegaban a la espalda de la mujer que la precedía.
Miguel Angel notó cómo le ataban el muslo y aquello le provocó otro punto de excitación. Sabía que delante suyo estaba una mujer, y que delante de ella, había otra. También sabía que al menos dos mujeres más estarían haciéndole todo aquello. La parte juvenil de su mente decía que aquello era imposible, que era algo que había visto en miles de películas pornográficas, pero una parte asumía que aquello era desconocido, que no sabía que estarían haciéndole ahora mismo y que le harían después.
Cuando estuvieron atados, Lola tiró de la cadena de Begoña. Al principio, no reaccionó, pero un segundo tirón más fuerte y que la provocó un tirón de su cuerpo hizo que comenzara a andar. Begoña movió una de sus piernas arrastrando a las otras dos personas. Al principio pensó que se caerían porque Montse y Miguel Angel chocaban contra ella empujándola. Notaba las tetas de Montse sobre su espalda, como con su respiración se comprimían y se pegaban aún más a su espalda, como sus manos apretaban nerviosa sus pechos, llegando incluso a provocarle una punzada de dolor, fruto del miedo a lo desconocido y como Miguel Angel buscaba el equilibrio apretando sus dedos contra su sexo. Todo aquello era desconcertante para ella. Tuvo que poner las manos en la pared un par de veces para no vencerse, pero al final, todos acompasaron los pies y entraron en el apartamento.
Montse apenas podía moverse. Sentía que era llevada por la primera mujer y empujada por el hombre detrás de ella. Con cada paso, sentía el falo del chico en su espalda, el vello de su pecho en sus hombros y la respiración en el oído. Ella, privada de toda referencia al ir emparedada entre dos cuerpos luchaba por mantener el control de sus emociones. Notaba el trasero de la mujer que le precedía sobre su cuerpo, como con cada paso se rozaba en su piel. Aunque cansada y entregada, empezó a excitarse.
Lucas estaba sentado en un sofá con Lucía y María tumbadas apoyando las cabezas en sus pies. En una de sus piernas, Ana mostrando ya síntomas del embarazo y en la otra Elena. Detrás de él, Paco en el centro agarrando de la cintura a Clara y Yesenia, y junto a ellas, Carmen y Elena. Todos ellos estaban desnudos a excepción del amo. Sus miradas eran relajadas, asumiendo que la familia iba a aumentar de nuevo y que no sabían quién ni cómo eran aquellas personas.
Lola detuvo el convoy justo frente a Lucas. Este aprobó con un gesto de cabeza la posición y concedió la palabra a la sumisa.
- Estáis aquí porque voluntariamente habéis querido venir – comenzó a decir -, os vamos a quitar la mordaza de la boca. En el momento que empecéis a gritar pidiendo ayuda, os volveremos a amordazar. Además sería un gesto inútil. El edificio está medio vacío y vuestros quejidos serán en vano. Si estáis de acuerdo, levantad la mano derecha y colocadla en vuestra boca.
Miguel Angel, Begoña y Montse, levantaron la mano. Begoña notó como su pecho derecho caía libremente mientras el izquierdo seguía sujeto. Su sexo experimentó una sensación de libertad parecida. Miguel Angel sudaba copiosamente y había mojado el vello de su pubis de sudor. Notaba, en cambio, la espalda húmeda y sudorosa por el contacto con la piel de su compañera de viaje. Su agitación provocaba que el pecho libre subiera y bajara rítmicamente mientras que el sujeto por aquella mano se contraía y expandía hasta el punto que aquellos dedos permitían. Sentía un contrapunto de frío y calor que no sabía cómo identificar y empezaba a echar de menos la mano que pudorosamente, pensaba ella, cubría su sexo.
Cristina se acercó a Montse y le quitó la mordaza. Su mano libre cayó al lado de su pierna derecha y tocó con ella la cuerda que presionaba su muslo hasta un punto de dolor que, todavía, era soportable. La mujer jadeó al sentir la boca libre y comenzó a moverla para recobrar la sensibilidad. Sus labios estaba secos pero la bola estaba empapada. Un golpe seco en las costillas provocó que se retorciera y pudo sentir como sus pechos rozaban de lado a lado la espalda de la mujer que le precedía. No entendía el golpe, hasta que un segundo golpe, más seco y duro, le hizo comprender. Mecánicamente volvió a colocar la mano libre en el seno derecho de Begoña y los golpes cesaron.
Isabel repitió la acción con Begoña mientras Lola lo hacía con Miguel Angel. Miguel Angel abrió la boca para hablar, pero recibió un golpe en las costillas. Quiso separarse pero unos dedos fuertes aprisionaron sus testículos. Lentamente recuperó la posición y volvió a pegarse al trasero de Montse, al tiempo que la mano aflojaba la presión y cogía su mano para colocarla de nuevo en el sexo de Begoña.
Los tres prestaron atención a la voz que antes les había hablado:
- Bien, ahora que podéis hablar, vamos a colocaros unos cascos a los oídos. Así escucharéis sólo cuando así sea necesario. Si estáis de acuerdo, levantad la mano izquierda.
De nuevo los tres levantaron la mano de forma automática. Las tetas de Begoña cayeron de forma natural y Lucas pudo admirarlas convenientemente. Le gustaba el físico de aquella mujer. Se notaba un cuerpo maduro, pero cuidado, una piel fina, una figura con curvas, pero muy elegantes, unas uñas cuidadas, unos labios no muy gruesos. Estaba deseando ver el trasero, que se notaba eso sí, un poquito caído.
Ninguno de ellos hizo ya un movimiento, ya que sabían que pasaría. Permanecieron en silencio, quietos y con el brazo levantado.
Lola y Cristina colocaron a Montse y Miguel Angel los cascos y una vez que los tuvieron colocados, Paco se acercó a ayudarles. Cuando ellos notaron los cascos en sus cabezas, bajaron las manos y las volvieron a colocar en la posición inicial. Lucas sonrió desde su posición: habían aprendido la lección.
Las vigilantes y Paco cortaron las cuerdas de la pierna y les separaron. Se tambalearon al sentirse zarandeados, pero no dijeron nada. Dejaron caer los brazos a los lados de su cuerpo. Las tetas de cada mujer cayeron a su posición natural y el amo pudo ver los pezones de las mujeres, la forma de sus sexos, mientras el falo de Miguel Angel saltaba libre y apuntando alto. Paco agarró del pene a Miguel Angel y lo llevó a tirones contra la pared del salón. Paco se sorprendió a sí mismo. Había tenido y mamado el de su amo, pero nunca había actuado con esa determinación. Pensaba verdaderamente que estaba domesticado.
Una vez ahí le hizo pegar la espalda a la pared y subir los brazos. Allí había unas argollas con cadenas rematados en unos grilletes. Colocó los grilletes en las muñecas y confirmó empujando el pecho que la espalda estaba bien pegada a la pared. Miguel Angel se asustó. Había un hombre allí que le había movido como si nada.
A continuación, fue a buscar a Montse que estaba escoltada por Isabel. Montse estaba de pie, la mirada baja, los hombros caídos, las manos a ambos lados de las piernas, sin moverse siquiera. Paco sonrió a la guardiana y con la mirada le dijo, ya me encargo. Isabel soltó la cuerda y fue junto con Cristina al lado de sus hermanas.
Montse notó la cadena al caerse y se estremeció. Uno de los extremos golpeó sus pies y no pudo evitar un pequeño gritito ahogado cuando una mano presionó entre las costillas. Parecía uno de esos perros de los programas de la televisión al que le daban un toque para corregir una acción errónea. Apenas se movió al notar como una mano fuerte y recia cogía su pecho derecho y tiraba del pezón para hacer que se moviera. Lentamente se giró y siguió a aquel hombre hacia donde le guiara. Tropezó con los pies de Miguel Angel y se precipitó sobre él. Paco la dio un azote seco en el trasero y rápidamente se incorporó.
Una vez de pie, el esclavo apoyó la mano en la espalda hasta que ambos cuerpos quedaron uno pegado al otro. Ambos cuerpos estaban en contacto y Miguel Angel sintió los pechos de la mujer y su tripa pegando en su cuerpo mientras él apoyaba su miembro en el ombligo de la mujer. La respiración de ambos se agitó. No sabían qué estaba pasando. Paco la hizo abrazar el cuello del chico y colocó unas esposas que enlazó con una cadena a uno de los grilletes de Miguel Angel. Confirmando que estaban bien apretados, volvió a su posición con su amo.
Begoña se había quedado sola. No la habían colocado los cascos, luego suponía que la iban a preguntar algo. Había intentado cubrirse el cuerpo con las manos en un vano esfuerzo de pudor, pero las manos de la otra mujer se lo habían impedido con un golpe en las costillas. Aun le dolía cada parte de su cuerpo, por los golpes, los nervios y la humillación. Lucas habló:
- Buenas tardes, Begoña
- Buenas tardes – respondió ella -. No sé con quién hablo, pero por favor no me haga daño – continuó ella -. Tengo mucho miedo, no sé dónde estoy. Por favor, deje que me vaya, no diré nada a nadie, no haré nada, pero quiero irme, de verdad.
- Si quieres irte, adelante, puedes irte – dijo él -. No quiero a nadie que no quiera estar conmigo, así que alguien te llevará a la puerta y te dará tu bolso para que te vayas. Lástima que no tengas ropa y tengas que irte desnuda a estas horas de la tarde por la calle. Con un poco de suerte, te detendrá la policía. Y si presentas denuncia sobre nosotros, Cristina e Isabel simplemente mostrarán las fotos del otro día y dirán que participaste libremente en una orgia y que ahora quieres chantajearlas. Será tu palabra contra unas pruebas físicas de que no estabas aquí forzada. Además de que claro, tu familia tendrá que recogerte en una comisaria, tendrás que responder a las preguntas de por qué tienen que llevarte y, por supuesto, las fotos aparecerán misteriosamente en el buzón de tu casa para que tu familia las vea.
- No, por favor – suplicó ella -. Eso no. Deje a mi familia en paz. Haré lo que quiera y me pida, pero por favor, ellos no pueden enterarse de esto.
A continuación comenzó a gimotear y las lágrimas asomaron a sus ojos vidriosos.
- ¿Te parece bien, entonces, que volvamos a empezar? – preguntó él con sorna.
- Sí, lo que quiera, haga lo que quiera conmigo.
- Bien, Begoña Martínez Iribar, nacida en Bilbao hace … - y dejó la frase en suspenso, aunque sabía la respuesta porque tenía en sus manos el carnet de identidad de la mujer
- 43 años – respondió ella.
- Pues no los aparentas, estás muy bien – concedió el amo -. Tienes unas tetas preciosas para la edad que dices tener. Casada y con una hija llamada Alejandra que tiene…
- 15 años – dijo Begoña
- Una joven preciosa – dijo él -, claro como la madre. Muy bien, zorra, te habrás preguntado qué haces aquí, desnuda, privada de la vista – su tono se endureció radicalmente-. Bien, yo te lo diré. No te tenía en mis pensamientos, pero hace unos días, viniste a follar a esta casa atraída por un chico y su amante, y acabaste participando en una orgia con – y acentuó bien la frase – mis sumisas y este chico, que es con quien has venido hoy. Sí, has oído bien, sumisas. Isabel y su hija Cristina son mis sumisas. He visto la grabación de esa tarde y me he encaprichado de ti. Por eso estás aquí.
Begoña se bloqueó mentalmente. Sumisas. Había oído historias, documentales sobre mujeres que se entregaban a desconocidos por el placer de ser explotadas, degradadas. Pensaba que eran mujeres desequilibradas, carentes de toda vergüenza y pudor, y ella estaba allí con la terrible decisión de convertirse en una de ellas y salvaguardar esta humillación o mantener sus principios y ver
- ¿Quiere que sea …? – preguntó la mujer
- Yo no quiero nada, eres tú la que debes responder a esa pregunta.
- ¿Y si dijera que no? – preguntó de nuevo.
- Si dijeras que no, ahora mismo te marcharías y destruiría tu vida porque es lo que puedo hacer. El colegio donde trabajas aparecería con miles de fotos tuyas desnuda encima de un chico, o debajo de una mujer… - respondió él-. Que por cierto, te mueves muy bien en estos juegos. ¿Eres bisexual, acaso?
- Nunca he estado con mujeres – confesó ella – y nunca he participado en una orgía antes. Pero he de confesarte que me gustó, aunque eso esté significando mi perdición.
- ¿Y estarías dispuesta a seguir perdiéndote? – inquirió el amo levantándose del sofá y acercándose a ella.
Lucas comenzó a acariciar el cuello de la mujer. Una piel fina confirmó. Begoña se asustó al sentir el contacto. Su cuerpo comenzó a tensarse de nuevo. Podía oír la respiración de aquel hombre que pasaba la mano libremente por su cuello y bajaba hacia sus senos. Sabe dónde tiene que tocar, sabe dónde hacer que el cuerpo de una mujer salte de sus resortes concedió ella, mientras sentía como los pezones se le endurecían al tacto de las demás de Lucas. Notaba con claridad la colonia de aquel hombre, que jugueteaba con ellos, los acariciaba y de pronto estiraba de ellos hasta que parecía que se los iba a quedar en la mano, al tiempo que ella abría la boca y emitía gemidos placenteros. “No puedo creer esto, me está gustando, lo estoy disfrutando”. Aquella mano abandonó su pecho dolorido y bajó lentamente introduciéndose en una caricia en su ombligo y tirando de la piel de la incipiente barriguita. Al llegar a sus caderas las acarició con ambas manos y la mujer notó como su resistencia se venía abajo. Los dedos sabían dónde tocar. Cuando notó que su vello púbico estaba entre ellos, jadeó. Sabía lo que venía y no pudo impedirlo. Los dedos acariciaron sus labios y comprobaron la humedad de la cavidad. No le hizo falta más que apoyarse en él para que se abriera suavemente a la presión. Lucas sonrió. Ya era suya.:
- Te he hecho una pregunta, Begoña.
- No sé qué contestar – gimió cuando aquel hombre extrajo el par de dedos de su interior y se los puso en sus labios -. Por favor, para, no sigas. Esto es demasiado para mí. – A continuación chupó los dedos de su amo como si fuera un animal fiel.
- ¿Esa es tu respuesta? – dijo él sonriendo.
- Mi respuesta es que hagas conmigo lo que quieras. Si la palabra es te pertenezco, la diré, si la palabra es poséeme, hazlo, pero no juegues conmigo. Vas a destruir mi vida, lo sé, me lo tengo merecido, por pensar con mi coño en vez de con la cabeza, pero si la decisión es que controles mi vida o la destruyas, contrólala, aunque signifique destruirla.
Y dicho esto, se echó a llorar.
- Te asignaré una de mis sumisas para que ella te controle y te adiestre. Ahora te irás con ella y firmarás tu contrato de pertenencia a mí. Como estás casada, el tercio de tus ingresos que deberás darme lo harás con trabajo. Yo guiaré tu vida, y tú me obedecerás en todo. Si estás de acuerdo, arrodíllate y abre tu boca.
Begoña apoyó una de las rodillas y luego la otra y abrió la boca. A continuación sintió como el falo de su amo entraba en su boca provocándola una arcada que trató de contener sin éxito
- Bienvenida a la familia, zorra.
Dicho esto, hizo una seña a María y ésta, se levantó del suelo y se la llevó hacia el dormitorio donde la quitó el antifaz. Begoña parpadeó varias veces antes de ver a su interlocutora. Maria estaba sentada en el borde de la cama mirándola fijamente. Con un gesto le dijo que no podía hablar y que se acercara. La mujer se acercó a ella y recibió un beso lento cálido y atento que correspondió, primero mecánicamente, y luego disfrutándolo. A continuación, la sumisa experta le colocó de nuevo la mordaza y le dijo:
- El amo no quiere que hables mientras entrevista a los demás. Ponte los cascos porque tampoco quiere que oigas nada.
Begoña se dejó amordazar de nuevo y posteriormente se puso los cascos mientras leía su contrato. Éste básicamente decía que se entrega a su amo en obediencia, que al estar casada debería entregar un tercio de su vida a la sumisión presencial en vez del dinero pactado, debía pasar al menos seis horas al día desnuda, sin incluir las de sueño y que al igual que sus compañeras renunciaba voluntariamente a una prenda de lencería, pudiendo llevar sólo una al día. Asimismo debería estar disponible para su tutora, que sería María, en todo momento y lugar. Asustada, preguntó con la mirada a su tutora y ésta por toda respuesta le entregó un bolígrafo. Con la mano temblorosa, lo firmó y se lo entregó a María. Ésta lo guardó en una carpeta y le dijo con señas que se tumbara en la cama mientras volvía a ponerle el antifaz. Begoña obedeció y se acurrucó en el pecho de su ahora nueva hermana, sintiendo el calor del abrazo y la sensación de que su suerte ya estaba echada.
Mientras tanto, Lucas, había ordenado a Paco desatar a Montse. Ésta será fácil, ya tengo todo firmado.
- Hola Montse, bienvenida – saludó
La mujer saludó inclinando la cabeza mientras Cristina le quitaba la mordaza y los cascos. Estaba cansada. Las ojeras denotaban extenuación, su expresión corporal con los hombros bajos, la cabeza gacha y las piernas abiertas así lo indicaban.
- Bueno, en tu caso no tenemos mucho de qué hablar, ¿verdad? Las normas contigo están claras, si bien tengo una proposición que hacerte.
- Usted dirá, mi amo – respondió Montse resignada.
- Tu tutora, como ya imaginas, será Lucía – dijo Lucas mirando al suelo donde la mujer estaba tumbada -. Quiero además que te traslades a su casa, y que pongas la tuya en alquiler, y que la renta del mismo me la entregues. Por otro lado, dejarás al marido de Lucía y te centrarás sólo en servirme.
- Sí, mi señor. ¿cuándo debo trasladarme?
- La semana que viene te quiero allí. Lucía te ayudará, ¿entendido? Ahora quítate el antifaz y ponte la mordaza. Quiero que veas quien es tu familia pero quiero evitar que emitas ningún sonido.
Montse se puso la mordaza con la ayuda de Lucía, que se había levantado del suelo para ayudarla. Conscientemente había rozado su cuerpo y se había magreado con ella. Cuando le quitó el antifaz, Montse parpadeó para adaptarse a la luz y lo primero que vio es la boca de su tutora que buscaba la suya. Se la entregó sin dudarlo. Ella ya sabía su recorrido. Cuando se separaron, Montse pudo ver a su nueva familia y se quedó asombrada. Un número de mujeres de todas las edades y complexiones y dos hombres, uno de ellos su amo, estaban mirándola. Lucía tiró de ella y le dijo:
- Ven conmigo y pase lo que pase ahora, obedéceme.
Dicho esto, entraron al dormitorio donde Montse pudo ver a su directora abrazada a la mujer que la había conducido allí. Con la mirada confirmó que así era. Begoña estaba desnuda abrazada y apoyando en las tetas de María su cara. No podía verla, se la notaba calmada y relajada. “Me he pasado un buen rato con mis manos en sus tetas y las mías en su espalda”, pensó mientras su mente recordaba la cantidad de veces que habían discutido en el colegio, cuando Montse quería cambiar alguna cosa y se encontraba con la negativa frontal de la directora. “Y ahora, míranos, desnudas, con la vida en manos de otras personas”. No pudo por menos que admirar la figura de la mujer.
Lucía la empujó suavemente hacia la cama y se fijo en el bonito trasero de su alumna. “No sé qué haremos para ocultar esto a mis hijos, pero es decisión del amo. Que me vean desnuda, vale, pero que me vean desnuda con otra mujer, va a ser duro de explicar”. Guiándola con suaves toques en las nalgas hizo que se sentara en la cama y se tumbara a la espalda de Begoña.. Ésta notó un movimiento en la cama, pero ya no podía pensar más. Alguien se estaba tumbando a su lado. Ni siquiera se movió, pensaba que sería aquel hombre que ahora era su propietario, pero al sentir de nuevo unas tetas en la espalda, lo rechazó. María le dijo que no se moviera y que esperara mientras ella se levantaba.
María se acercó a Begoña y le dijo que iba a quitarle los cascos y la mordaza. Ésta, asintió y se quedó quieta. Cuando estuvo libre recibió su primera orden como sumisa:
- Túmbate boca arriba y relájate – dijo María
Obedeció y esperó mientras Lucía le indicaba por gestos a Montse que se tumbara encima de ella. La profesora obedeció y se colocó sobre su directora. Ésta abrió los brazos cuando notó en su estómago la tripa de la subordinada. Notó la presión del contacto de los pechos y desposeída de toda referencia moral, esperó la orden que no tardó en llegar.
- Bésala – le dijo María.
Abrió la boca y abrazó la cabeza de la compañera. Ambas iniciaron un beso lento pero cariñoso, buscándose con los labios y la lengua, explorando las cavidades de la boca de la otra, mientras sus brazos acariciaban su cuerpo. Lucía y María, como fruto de la envidia se besaron mientras las dejaban explorarse. Cuando acabaron, las mujeres de la cama seguían besándose y acariciándose. Lucía les ordenó parar y cuando lo hicieron, quitó el antifaz de Begoña. Ésta, al abrir los ojos y ver quién estaba encima murmuró:
- Oh, no, eres tú. Me quiero morir – y dicho esto, volvió a besar a su compañera mientras pensaba que el primer resorte de su mundo acababa de saltar por los aires.
Mientras tanto, en el salón, Paco había liberado a Miguel Angel y le había obligado a presentarse al amo. Le había quitado el antifaz, los cascos y la mordaza y el chico mira atónito a tantas mujeres desnudas y a aquel hombre misterioso que era el único que estaba vestido.
- Hola – le saludó
El chico repuso al lado:
- Hola, ¿puedo preguntar qué es esto?
- Tu futuro – respondió el amo -, o lo que podría serlo. Has pasado unos buenos ratos con las hermanas, ¿verdad? – dicho esto, ordenó con la mirada a Isabel que se acercara y que se metiera el miembro del chico en la boca -. Un pequeño detalle.
Isabel se arrodilló sin siquiera mirarle, abrió la boca y sin tocarle siquiera metió en su boca el falo de Miguel Angel. Ni siquiera se lo masturbó, simplemente lo introdujo en su boca y lo apoyó en la lengua. El chico gimió de placer. La boca de Isabel siempre le había proporcionado tremendas horas de placer.
- ¿Qué quieres de mí? – preguntó él.
- Todo – fue la respuesta del amo -. Lo primero que quiero es tu mente, luego tu cuerpo, y por último moldearte en lo que yo deseo.
Miguel Angel estaba aturdido. Por un lado, la excitación del momento, por otro, el miedo y la humillación pasado. Su mente estaba dividida.
- ¿Y qué tendría que hacer? – volvió a preguntar.
- Simplemente, obedecer – respondió el amo mientras ordenaba a Carmen que se colocara el arnés.
Miguel Angel vio lo que significaba el arnés y se asustó. Otra vez no, pensó. Pero esta boca hace conmigo maravillas.
- Obedeceré – respondió el chico mientras su mirada no podía apartarse de los grandes pechos de aquella chica que se acercaba hacia él.
Miguel Angel, humillado, esperó que le tumbaran en el suelo y le penetraran, pero Carmen pasó a su lado sin mirarle siquiera y acariciando la espalda de Lola la hizo doblarse lentamente. El chico vio aquellas ubres caer de golpe y a una mujer de una edad avanzada abrir las piernas y recibir como si tal cosa aquel falo. Con la boca abierta, vio como la chica joven movía sus caderas y penetraba a la más mayor. Los gemidos hacían que la mente del chico girara a miles de revoluciones. No podía apartar los ojos de la escena, por lo que no pudo ver a Paco que se acercaba y le agarraba el cuello para arrodillarle. Miguel Angel se asustó, pero la fuerza de aquel hombre era superior a la suya. Isabel sacó el miembro de su boca y se levantó al tiempo que él se acercaba al falo de aquel hombre. Su mente supo lo que iba a pasar, y quiso revelarse, pero no podía evitarlo. Lentamente abrió la boca y engulló aquella herramienta.
Paco dirigió la mamada con experiencia. Había sufrido aquello mismo muchas veces y sabía lo que su amo le había obligado a hacer. Le dejaba el movimiento justo para que bajara la cabeza y subiera, sin agobiarle. Isabel se volvió a acomodar entre las piernas de Paco y colocando las piernas del mamador en una posición cómoda volvió a mamarle. Miguel Angel gimió de gusto mientras comenzaba a disfrutar su trabajo bucal. No pudo ver como Carmen, que había salido discretamente del sexo de Lola le agarraba de las caderas. Se asustó al notar el contacto de aquel trozo de látex húmedo en su ano, pero las manos de Paco en su cabeza le disuadieron de moverse. Poco a poco, su esfínter se fue abriendo para dejar espacio a aquel falo entre gemidos entrecortados.
Paco levantó la cabeza para preguntar con la mirada si debía llegar al final. Lucas estaba disfrutando de la escena cuando Isabel levantó la mano anunciando que aquel chico estaba a punto de eyacular. El amo le concedió el placer de que se corriera, pero en el suelo e Isabel sacó la boca del falo y comenzó a frotarlo. Miguel Angel gimió de placer hasta que en un espasmo empezó a eyacular en el suelo de parquet.
Al mismo tiempo, Paco salió de su boca y sujetándole la cara con la ayuda de Cristina, se vació en el rostro del chico, que descompuesto, recibió aquello entre gemidos y jadeos. Lucas aplaudió la escena.
- Buen trabajo. Y ahora hablemos de lo serio – dijo, mientras Carmen le impedía que se limpiara -. Cristina será tu tutora. En un plazo de un mes se la presentarás a tus padres y dirás que la has dejado embarazada y que te vas a vivir con ella. Mientras tanto, quiero que pases ocho horas diarias desnudo, me da igual dónde y cómo, pero tendrás que hacerlo. Luego vivirás aquí obedeciendo mis órdenes cuando esté o a través de Cristina o de cualquiera de tus hermanos. Quiero que aparentes ser su novio para todo el mundo. Seguirás estudiando, de momento, pero quiero que lo que ganes en la gasolinera de tu padre me lo entregues tal cual en concepto de sumisión. ¿Alguna duda?
- Ninguna, mi señor – concedió él humillado de rodillas.
Las tres nuevas incorporaciones habían llegado.