Lucia (25)
Nueva entrega
Domingo por la tarde
La puerta se abrió lentamente y una mujer completamente desnuda apareció al otro lado. Así que esta es Lola, se dijo Lucas. Un primer vistazo le descubrió a una mujer con media melena grisácea, un cuerpo entrado en kilos pero con curvas sugerentes, unos enormes pechos que caían libremente hacia los lados rematados por unos pezones amplios y generosos.
La mujer les invitó a entrar cortésmente con la mano haciéndose a un lado. Lucas entró seguido de María y de Elena. A una señal, éstas comenzaron a desvestirse en silencio. Ambas miraron donde podían dejar su ropa, pero al no ver nada, las dejaron caer al suelo y siguieron a aquella mujer hacia el salón donde un hombre vestido con un traje gris les recibió ofreciendo la mano a su igual.
- Lucas, ¿verdad?. Encantado. Soy Joaquín
- Efectivamente. El placer es mío – respondió Lucas al tiempo que le estrechaba la mano.
- Si te parece bien, podemos tomar un pequeño refrigerio mientras revisas el contrato. Está como me lo pediste: las condiciones de venta, un informe médico y ginecológico.
Lucas asintió y tomó asiento en una elegante butaca de cuero. Recibió de Joaquín la carpeta con la información que había pedido y comenzó a revisarla. Mientras tanto, Elena y María se acomodaron a ambos lados de la misma, de rodillas, con el trasero apoyado sobre los talones y las manos sobre los muslos. Las miradas bajas, sobre sus pechos para denotar sumisión. Lola, por su parte permanecía de pie, en un terreno neutral al ser el objeto de la venta. Sus manos se encontraban entrelazadas detrás de su cabeza y las piernas abiertas a la altura de los hombros. Aunque miraba al suelo, no había podido dejar de mirar las marcas aún visibles sobre los pechos de aquellas mujeres mientras se preguntaba si aquel iba a ser su nuevo destino.
Joaquín ofreció una bebida y se sentó frente a Lucas. Permanecía en silencio, expectante. Cuando contactó con aquel dominante, éste dejó claras las condiciones de la transacción y Joaquín aceptó: no quería deshacerse de Lola, había envejecido con ella, llevaba más de cuarenta años con ella, pero por motivos que nunca confesó había decidido desprenderse de ella.
Lucas levantó la vista y miró a Lola.
- Quiero antes de cerrar la operación hablar con ella – su comentario distaba mucho de ser una petición, era una orden. No le había gustado la forma de tratar de Joaquín las veces que habían hablado, despectivo, sin hablar bien de la mujer, y quería deshacerse de él enseguida. Pero antes tenía que ver si Lola podría encajar dentro del marco en la que quería colocarla.
- Claro, por supuesto. Os dejaré hablar a solas. ¿Aquí mismo o prefieres el dormitorio?
- No voy a follármela, Joaquín. Si me agrada lo que le veo, podré hacerlo las veces que desee sin tu presencia, así que, me vale aquí – respondió duro Lucas, provocando una sensación de pertenencia en Lola que hacía tiempo no sentía -. Pero como sé lo que buscas, María aliviará tu espera con su boca. Eso sí, no podrás tocarla. Disfrutarás, pero no podrás tocarla.
A un toque en su cabeza, María se levantó y se arrodilló delante de aquel hombre. Éste se incorporó y salió andando hacia otra habitación seguido de la mujer. Una cláusula que habían incluido es que el comportamiento indecoroso supondría la cesión sin dinero de por medio. Y sabía que necesitaba el dinero porque apenas había discutido el precio.
Lucas giró la cabeza y miró a Lola.
- Lola, antes de nada, quiero saber cosas de ti y quiero que hables libremente, ya que quiero que sepas lo que te espera y lo que espero de ti. Sé que tienes 62 años, mides 1.64 cms y pesas 76 kilos. Me gustan las mujeres entradas en kilos en tu edad. Veo que llevas 40 años sirviendo con este ser despreciable que ahora quiere comerciar contigo…, ¿es correcto?
- Sí, señor – balbuceo ella. Era más joven que ella, pero había algo dentro de él que hacía que Lola se sintiera inferior y como una niña.
- Bien, tengo una buena cuadra de mujeres y un hombre repartidas en dos casas una al lado de la otra que espero aumentar en breve. Voy a unir ambas casas y estoy buscando alguien que pueda encargarse de la logística de todo. Te ayudará una chica joven ucraniana y el sumiso, pero debes saber que será a ti a quien exija más que a nadie, quien me rendirá cuentas del trabajo y quien será castigada junto a ellos si no cumplen. Vivirás con ellos en esclavitud permanente, desnuda y no saldrás a la calle, salvo temas médicos o que yo lo decida. Pero eso de estar sin salir a la calle, tampoco te supondría un cambio radical, ¿es correcto?
- No, señor. He vivido en esclavitud, sin ponerme nada de ropa ni cuando había visitas en la casa y sin salir a la calle más que a revisiones médicas y tres veces al año a una peluquería. Vine hace cuarenta años de un pueblo pequeño atraída por mi actual señor que convenció a mi padre de que venir a la capital a trabajar de interna en una casa sería buena salida para la única hija soltera. Al llegar aquí, todas sus promesas fueron mentira, me esclavizó y yo no pude hacer otra cosa que aceptar. Sola, sin dinero, en una ciudad extraña, sin haber salido nunca de mi pueblo, ¿qué podía hacer?. No conozco otra vida que no sea servir. Perdone por hablar tanto, pero dijo que fuera sincera, pero querría…
- Me imagino lo que vas a preguntarme: ¿qué va a pasar si no me convences? Tienes 62 años, estás sola y no conoces a nadie. Tranquila, el contrato de tu venta tiene una cláusula que indica que si en tres meses no me has convencido, volverás con Joaquín y estará obligado a buscarte otro hogar, pero creo que eres capaz de conseguir que no quiera ejecutar esa cláusula, ¿verdad? – terminó él mientras veía como aquella mujer sonreía con la mirada.
Lucas se levantó y se acercó a ella. Quedaba comprobar cómo se comportaba al contacto físico. Giró sobre ella y cuando estuvo en su espalda acarició su culo: lo amasó, estaba blando, propio de la edad, de tamaño generoso. Las piernas, con un toque de celulitis, estaban bien moldeadas, se notaban fuertes de haber pasado mucho tiempo gateando. Lola apenas se movía, seguía mirando al suelo. Lucas se puso delante de ella y palpó sus pechos, notando como al contacto aún se endurecían y que su respiración se agitaba. Cogió ambos pezones y tiró de ellos hacia él. Lola jadeó al notar la presión pero apenas se movió. Permaneció quieta con las manos en la nuca mientras sentía el dolor apoderarse de ella. El amo siguió estirando comprobando su respuesta. Cuando notó que Lola iba a empezar a gritar soltó aquellos botones y permitió que descansara. Antes de acabar introdujo un par de dedos en el sexo de Lola y palpó aquella cavidad con gozo de saber que era capaz de excitarse y de permitir alojar sexo.
- Bien, te vienes conmigo, Lola. Vete a buscar a María. Entra donde esté y dile que el amo nos llama. Ella lo entenderá.
- Gracias, mi señor. No le defraudaré. Le debo mi vida – agradeció ella mientras comenzaba a llorar -. Ya sé que no debería, mi señor, pero permítame que llore.
Lucas miró a Elena y ésta como un resorte se levantó y abrazó a Lola, mientras metía su lengua dentro de la boca de Lola. Automáticamente, aquella nueva adquisición respondió al beso. Era un cuerpo para sentir, como se decía ella, y ahora necesitaba sentir y el contacto con aquel cuerpo joven y duro se le antojaba lo más cerca de la calma que tanto necesitaba. Cuando se separó, se arrodilló y gateó por el salón hacia el pasillo hasta desaparecer.
El amo miró a Elena y le guiñó un ojo mientras oía a Lola que le decía aquella frase a María. Lo siguiente que escuchó fue un grito de hombre al eyacular y los pasos de gateo de ambas mujeres. Cuando llegaron a la altura de su nuevo amo, Joaquín apareció en el salón con una sonrisa y le dijo:
- ¿Todo bien? ¿No estarías interesado en venderme a esta zorra? Es impresionante.
- Todo bien, gracias – respondió seco y duro-. Y no, no estoy interesado en deshacerme de ninguna de mis propiedades. Al contrario que tú, valoro a cada una de ellas y sé lo que pueden darme.
Dicho esto, sacó del bolsillo de su chaqueta un sobre y tras dejarlo sobre la mesa, le dijo:
- Lo pactado. Entiendo que Lola tendrá al menos un vestido y unos zapatos. Lola, vístete que nos vamos.
- Ha sido un placer hacer negocios contigo, Lucas – respondió Joaquín -. Espero verte pronto.
- Joaquín, yo espero que no - y tras comprobar que las tres mujeres estaban vestidas y preparadas, se levantó y se marchó
Lunes por la mañana
Isabel se despertó cuando notó que el avión tocaba tierra. Estaba cansadísima después del fin de semana con Mercy en su casa y por eso había decidido viajar el lunes a media mañana. Apenas habían salido del dormitorio más que para prepararse algo de comer y al baño. No sabía si había cometido un error dejándola sola en su casa. Lo mismo a la vuelta no tenía de nada, o lo mismo aquella mujer le estaría esperando para retomar lo iniciado. Cuando encendió su teléfono en la terminal, miró que había recibido unos mensajes y dos de ellos eran fotos de Mercy completamente desnuda que le decía, cuando vuelvas, este cuerpo te estará esperando…, y sonrió. Para eso tengo el seguro de la casa, pero desde luego, nadie me va a quitar ya el fin de semana que he pasado.
Los otros dos eran mensajes de Miguel Angel diciéndole que estaba en la salida de las salas de llegada y que la esperaba. La orden del amo era tajante: se había acabado el encandilamiento, quería un potro joven en la cuadra e Isabel debía hacer que aquello fuera adelante. Entró en el baño justo antes de pasar las puertas de la salida de llegadas y se quitó la blusa, quedándose en sujetador. Abrió la maleta para sacar un top negro con la espalda transparente. Mientras lo hacía, varias mujeres la miraron de forma reprobatoria. Ella les sonrió irónicamente mientras se quitaba el sujetador y sus enormes pechos salían disparados. Se puso el top y sonrió al tiempo que se miraba en el espejo: seguro que me echa mano a las tetas, pensó. Había obtenido autorización para ir sin ropa interior en cuanto él la viera. Había llevado el sujetador en el vuelo para evitar excitarse demasiado, pero bajo su falda no había más que unas medias. Cogió cazadora de ante que llevaba y la colgó del bolso. Tras cerrar la maleta salió del baño notando como los pechos bamboleaban dentro de la camiseta.
Al principio intentó no moverse muy deprisa para no llamar la atención, pero una vez se dio cuenta de que su cuerpo iba por un lado y su mente por otro, suspiró y dijo: “no podemos hacer otra cosa”. Cuando salió y vio a Miguel Angel le sonrió y le tiró un beso con los labios. Éste, levantó la mano ruborizado mientras no podía dejar de mirar los enormes pechos saltando. Cuando se encontraron, Isabel se colgó de su cuello delante de todo el mundo y le mordió los labios.
- Gracias por venir a buscarme, guapo.
- Hola – balbuceó él -, estás guapísima.
- ¿Te gusta la sorpresa? – preguntó -.
- Como para no gustarme, estás medio loca – respondió él
- Ya te lo noto – dijo ella apretándose contra su cuerpo para notar su miembro duro -. Vamos, sé que te apetece, mete la mano por dentro del top, me lo he puesto por ti…. – preguntó mientras la abrazaba y besaba delante de todo el mundo.
Miguel Angel deslizó la mano por debajo del top y le acarició el pecho izquierdo. Ella se apretaba contra él en una esquina de la terminal y notaba como aquel chico estaba al borde de un orgasmo. Le mordió el labio y le dijo:
- Espérate a llegar a mi apartamento, tengo una sorpresa para ti.
- ¿Tienes casa? ¿Me vas a llevar a tu casa? Lo único es que no tengo coche, lo necesitaba mi madre…, he tenido que venir en el metro - se excusó él.
- Pues nos vamos en el metro, cielo, ¿o te da cosa ir con tu chica en el metro y que te vean conmigo?
- No me importa que me vean contigo, me pareces lo mejor que me ha pasado nunca.
El andén del metro estaba atestado de gente e Isabel notaba las miradas de la gente. Una mujer de su edad colgada de la cintura de un chico tan joven. Cuando subieron al vagón y aprovechando que estaba lleno, se apretó contra él y le iba susurrando que tenía una sorpresa para él y que estaba deseando enseñársela. El chico notaba los pechos de la mujer sobre el suyo y apenas podía dejar de pensar en comérselos. Isabel le cogió la mano y la metió por debajo del top: “ahí, llévala ahí si quieres, guapo. Me encanta excitarte”.
Al bajar para hacer el trasbordo, Isabel le dijo que la cogiera de la cintura hasta llegar al siguiente andén. Miguel Angel que llevaba su trolley con una mano, abrazó y atrajo hacia si a la mujer sintiendo como ella se pegaba a su cintura. Cogieron el metro que les llevaba hacia un barrio de la periferia y subieron a un vagón donde apenas había nadie. Una mujer sentada leyendo un libro y un anciano en el otro extremo. Se sentaron frente a ella por petición de Isabel. Miguel Angel no podía dejar de mirar por el escote. Isabel, que lo sabía se echaba de vez en cuando hacia él para que las viera mejor, mientras le decía que si no se las sabía de memoria. Él, sorprendido, balbuceaba cualquier excusa mientras se ponía rojo. Isabel decidida a encelarle más, le decía que no le importaba, pero que no entendía como no prefería meterse en la boca un pezón joven y duro que no los de una maruja de más de cincuenta años.
- ¿Falta mucho para llegar? – preguntó Isabel
- 5 paradas, creo – le respondió él -. Ahora mismo no sé ni donde estoy. ¿Por qué?
- Porque estoy un poco caliente y me apetece jugar, ¿quieres jugar conmigo, cielo? – preguntó juguetona ella mientras sacaba la lengua y se la metía en la boca reseca de su acompañante.
La mujer sentada frente a ellos levantó la vista del libro e hizo una mueca de incredulidad y asco. Seguro que piensa que soy una zorra y una de esas panteras, pensó Isabel.
- ¿Aquí? ¿Qué quieres hacer? – preguntó él, excitado.
- Sígueme – le dijo ella.
Isabel se levantó y se agarró a la barrera lateral. Cuando estuvo así, le dijo, ponte detrás de mí y súbeme la falda, te encantará notar que no hay nada debajo. Miguel Angel se apresuró a levantarse con cara de asombro y se colocó como ella le había dicho. Lentamente le subió la falda de vuelo y mientras se abrazaba a ella, le iba acariciando el culo.
- ¿Te gusta? – preguntó.
- Madre mía, esto es increíble – respondió él – Si no hubiera gente, me la sacaba y te la metía.
- ¿Qué te lo impide? No hay nadie que te pueda ver. Métela una sola vez y despacio, te dejo llevarla dentro 1 minuto. Pero nada de eyacular que me pones perdida y te quiero hecho un toro todo el día.
Miguel Angel con todo el disimulo que pudo se sacó su miembro. Isabel lo notó sobre su carne en cuanto salió del pantalón. Se colocó de tal manera que él pudiera meterlo y cuando lo notó miró a la mujer que tenía delante de ella que había dejado de leer y les miraba atónita. Isabel sonrió mientras le decía.
- ¿Quieres animarte? Estamos solos en el vagón. No me importa compartirlo.
La mujer se levantó e hizo ademán de irse, pero la curiosidad le pudo y en vez de marcharse hacia el otro extremo del vagón se cambió simplemente de asiento y se puso al lado suyo. Al principio Miguel Angel quiso salirse, pero Isabel echó hacia atrás el culo y le dijo que si la sacaba sin su permiso, no la iba a volver a meter más, mientras pensaba, menudo genio que tengo, mira que soy borde. Miguel Angel se dio por vencido y se quedó como estaba.
- Por eso no me pongo pantalones – le dijo a la otra mujer que se pasaba la mano distraídamente por la pierna -, me corta el ritmo. Ven ponte a mi lado, mujer, que no pasa nada, ahí no puedes ver nada.
- No, no, estoy bien aquí, si me voy a bajar enseguida – respondió al tiempo que no podía dejar de mirar a aquel chico y como se apretaba
- Pues por eso, ven y aprovecha, aunque si te quieres pasar un par de paradas, nosotros encantados, ¿verdad, Miguel? – preguntó Isabel mientras se mordía el labio inferior y adelantaba la mano para ofrecerle a aquel chico.
La mujer se levantó tambaleándose por el traqueteo del vagón y se puso delante de Isabel. Con la mirada, Isabel le dijo que se pusiera a su lado y lentamente dejó escapar aquel trozo de carne de su interior. Con la mano que tenía libre cogió la mano de la mujer y la acercó hasta que entró en contacto. Miguel Angel estaba muy excitado, mientras la mujer no podía mirar otra cosa que el miembro erecto. Isabel le dijo:
- Está bien, ¿verdad?, ¿por qué no te lo metes? – ofreció, mientras Miguel Angel ponía los ojos en blanco
- ¿Cómo? – chilló la mujer asustada. ¿Qué me lo meta?
- Sí, mira, con que te bajes un poco ese pantalón por detrás, él hace el resto – dijo Isabel mientras sujetaba la mano que aquella mujer había casi soltado del cuerpo de Miguel Angel -, vamos, es una oportunidad única: follar con un desconocido y su amante mirando.
Miguel Angel estaba congelado de miedo y excitación y aquella mujer histérica. Isabel se movió un poco hasta desabrocharle el pantalón blanco y la mujer, que inicialmente quiso poner la mano para impedirlo, finalmente se dejó llevar sin soltar su miembro. Isabel se puso delante y la dijo:
- Tranquila, yo te sujeto. Miguel, métela pero controla, ¿vale?
Él buscó lentamente el orificio y cuando lo encontró se metió dentro con la mujer ya con los ojos casi en blanco. Cuando la tuvo dentro, Isabel le sacó la blusa del pantalón y metió la mano por dentro.
- ¿Te vienes con nosotros a mi casa? – le preguntó mientras levantaba la copa izquierda del sujetador y la acariciaba el pecho.
- Debería volver al trabajo, he salido al médico y debería volver – respondió ella mientras comenzaba a moverse.
Isabel, le susurró al oído: no cambies tres segundos de rapidez por una tarde de placer. Vente con nosotros y pasaremos una buena tarde. La cama es grande y tenemos potro para las dos, te lo prometo. Llama cuando salgamos y dile que te has entretenido.
La mujer, le dijo:
- No puedo, esto es una locura. Estoy casada, me esperan en el instituto. Soy la directora del centro.
- Seguro que puede esperar y nadie se va a enterar. Nosotros no vamos a decirle nada a nadie. Vente, le susurró al oído al tiempo que le lamía el lóbulo.
- Esto es una locura, pero no puedo deciros que no, ya no…, vamos.
Lucía aparcó en la manzana anterior del instituto. Cuando le había contado a su amo lo que había pasado la orden era tajante: venganza sobre ella y humillación y Lucía había sonreído al escucharle decir: “en esa cama, no hay más sexo que el que yo provoco”.
No había empezado aún el colegio ya que eran los días previos al comienzo, pero sabía que Montse estaría allí. Se había citado con ella y ella le había dicho que si hablaban en su casa, pero Lucía le sugirió el colegio. Como miembro de la asociación de padres podría fingir una visita al centro y nadie las vería hablar.
Salió del coche y notó el frescor de las mañanas de los primeros días de septiembre en sus piernas. La minifalda negra que llevaba apenas cubría la parte superior de los muslos. Las sandalias de tacón realzaban sus piernas. Una blusa sin mangas transparente dejaba ver un sujetador blanco de media copa. Llevaba el pelo recogido en una coleta y a petición del amo iba maquillada de colores vivos para parecer más agresiva.
Saludó a la portera del centro y le comentó que menudas horas tenían para citarse con la asociación de padres, pero que en fin, que subía a ver a Montse, que para eso era la jefa de estudios. La portera le respondió con una sonrisa diciendo que ya estaba arriba, pero que la directora aún no había llegado. Conocía a Lucía desde que estudió allí y habían trabado amistad con los años y le dijo que si querían un café, podía prepararlo en la portería, ya que la cafetería estaba cerrada.
Lucía subió al piso de arriba y recorrió el pasillo hasta la puerta del despacho de Montse. La puerta estaba entreabierta. Golpeó con los nudillos y entró. Montse estaba de pie guardando unos archivadores. Llevaba un vaquero ceñido y una camiseta de algodón negra. No pudo por menos que admirar su bien formado cuerpo.
- Buenos días Montse – dijo a modo de saludo.
- Buenos días Lucía. Te estaba esperando – se acercó a saludarla como siempre hacía y Lucía se dejó hacer – Por favor, siéntate. Entiendo que no quieres hablar de nada relativo a la asociación.
- Entiendes bien, Montse. Vengo a hablar de lo otro.
Lucía se sentó en una de las sillas de cortesía y Montse en la otra. Las dos mujeres se miraron fijamente.
- No te voy a decir que me has arruinado la vida, porque eso es melodramático y no es ningún drama. Son cosas que pasan, de verdad. Yo lo entiendo: viajo mucho, trabajo mucho y a mi futuro ex marido le gustan demasiado las faldas.
- Lucía, yo… -empezó a decir.
- No pasa nada, Montse, de verdad. Lo único que me sorprende es que hayas sido tú y que os haya pillado en mi cama.
- ¿Por qué dices eso? – preguntó Montse.
Lucía la miró y la dijo:
- Todo el mundo sabe que te gustan las mujeres, pero no sabía que te gustaran los hombres también – dijo ella, descruzando las piernas y observando divertida la reacción de Montse que había visto sus piernas y lo que mostraban.
- Eso es un bulo infundado – respondió ella a la defensiva.
- Si lo es, ¿por qué no has dejado de mirarme las tetas desde que he entrado? – preguntó ella con una mueca cómplice -. No he venido a preguntarte ni a reprocharte nada. Sois mayorcitos y si queréis estar juntos es vuestro problema. He venido a otra cosa.
- ¿A qué? – preguntó Montse retirando la vista sabiendo que había sido pillada in fraganti. No había podido dejar de mirar a Lucía desde que había entrado en la sala. Ver aquellas piernas largas y tonificadas, aquel pecho que quedaba prácticamente a su vista le había excitado.
- He venido a aprovecharme de ti. He venido a destrozar tu carrera profesional y vida personal o a solucionártela. En tu mano está – dijo Lucía mirándola a los ojos.
- ¿Perdona? – preguntó ella
- Lo que oyes. Puedo presentar una queja al consejo escolar sobre tu comportamiento en el centro. Sabes que sé lo de tu incidente en el vestuario de la piscina y otras muchas cosas – insinuó Lucía.
- No puedes hacerlo. Aquello fue un error. Me prometiste que no lo comentarías. Pensaba que no había nadie y me masturbé en el vestuario. No sabía que habías entrado a recoger la mochila de tu hija.
- En tu mano está que no sea público – sugirió ella.
- ¿Qué pretendes? – preguntó Montse.
- Cierra la puerta del despacho – dijo Lucía -, lo que vamos a hablar no nos puede escuchar nadie.
Montse se levantó y se acercó a la puerta. No sabía lo que pretendía, pero sí sabía que no iba a ser nada normal. Había cometido varios errores pero no pensaba que fuera a complicarle tanto la vida. Cuando se giró, Lucía la miró:
- No puedes pretender que yo sea aquí la única que pague esto. No te puedes ir de rositas. Y yo vengo a proponerte algo. Está en este pen drive. Míralo atentamente y dime algo.
La mujer cogió el pen drive y lo conectó en su equipo. Había un archivo de video y un documento de texto. Miró a su interlocutora y ésta le dijo: el video.
Accedió al contenido del video y una imagen de un hombre se visualizó en el monitor. Sus palabras atronaron en el cerebro de Montse.
- “Montse, ¿cómo estás? Si estás viendo esto, Lucía estará frente a ti y estarás dudando sobre el propósito de esto. Es muy sencillo. Has humillado a una de mis sumisas y eso no lo puedo consentir. Sí, has oído bien: sumisa. Lucía me pertenece por voluntad propia, como las otras personas que así lo han hecho. Te agradezco de corazón que la hayas brindado la oportunidad de librarse de su marido y poder ahora dedicarse en plenitud a mí. Pero no todo lo que tengo para ti es gratitud… Para nada. Como te he dicho antes, has humillado a esta mujer y vas a tener que pagar por ello. El precio, lo pones tú, claro está. En el documento que hay en ese USB hay un contrato. Sí, un contrato. Un contrato por el que voluntariamente has decidido seguirme, seguirme como sumisa. Sin condiciones ni alternativas. En ese contrato figuran tus obligaciones hacia nosotros y nuestras obligaciones a ti. Te conmino a que lo leas con detenimiento, puesto que tu futuro depende de ello… Como puedes ver, estas fotos son tuyas, en la piscina. Sí, Lucía no sólo te ha visto masturbarte en la piscina. Te ha visto nadar desnuda, y tumbarte en el bordillo a darte placer. Y es la piscina del instituto. Supongo que te fue placentero, pero es una debilidad que voy a explotar. ¿Por qué? Porque a mis propiedades, el único que las humilla soy yo. Si aceptas el contrato, esta información permanecerá oculta. Si no lo haces, todo el mundo conocerá a la verdadera Montse. Lucía debe notificar tu respuesta. En media hora, deberá tenerla. Gracias”
Montse cerró el archivo con la boca abierta una vez acabó la reproducción. Miró a Lucía incrédula buscando apoyo y compasión, pero no lo obtuvo. Lucía era un bloque de hielo. Su mirada era aquella de decir: “tú te lo has buscado. A él no se la juegas”.
La mujer volvió la vista al monitor y leyó el contrato. Las condiciones eran las mismas que todas aquellas sin pareja: un tercio de la nómina, copia de llaves de la casa y del coche, numeración y pines de las tarjetas y de la cuenta corriente. Por otro lado, facilitar un juego de lencería y camisón negro, otro blanco y otro de color para compartir con las compañeras. En cuanto al aspecto físico: pelo largo por debajo de los hombros para recoger en coleta, sexo depilado para poder realizar el tatuaje en la parte delantera de la cadera. En cuanto a convivencia se le asignaría alguien con quien empezar a vivir además de pasar tiempo en la casa madre con el resto de personal sumiso.
Suspiró y dijo:
- ¿Tengo media hora?
- Sí, es lo que has oído – respondió ella.
- ¿Tienes prohibido responderme a una pregunta? – preguntó ella con las lágrimas en los ojos.
- No, de hecho, él dijo que me preguntarías – respondió Lucia.
- ¿Eres feliz? ¿Merece la pena el sacrificio? – inquirió
- No es una respuesta que puedas llevar a tu terreno. A mí sí me mereció la pena, y nunca fue un sacrificio, si no una liberación De hecho, te dije que no era un drama, y como él te ha dicho, nos has solucionado un problema, porque él quería más y yo no tenía espacio de sobra para dárselo – respondió ella -. Ahora, sí…. Lo que deberías preguntarte es si a ti te va a merecer la pena o no. Si decides jugártela a que te expulsen del centro y tratar de buscar trabajo con esa nota en tu informe, o si prefieres adentrarte en un mundo desconocido.
Montse le dio a imprimir el documento y se levantó para ir a la sala común donde estaba la impresora. Lucía se cruzó delante de ella en la puerta:
- ¿Vas a firmar? – preguntó
- No tengo muchas alternativas, ¿verdad? Es una humillación en toda regla. Supone renunciar a todo lo que soy. Ni siquiera sé lo que significa, pero necesito el trabajo y el dinero. Prefiero vivir con dos tercios de mi sueldo y desnuda que sin dinero, sin casa y estigmatizada – respondió ella.
- Entonces, lee este mensaje en mi teléfono: “si vas a firmar hazlo desnuda”. Ya sabes lo que te toca.
- ¿Desnudarme? ¿Aquí? ¿Ahora? – preguntó casi gritando por los nervios -. No puedo, me pueden ver.
- Entonces no quieres pertenecer a nuestra familia – respondió ella -. No creo que estar desnuda sea tan sencillo para ti.
- Es mi trabajo, me pueden ver – argumentó ella – Entiéndelo.
Lucía sin siquiera pronunciar una palabra más se quitó la blusa y la dejó caer al suelo. A continuación se quitó el sujetador y sus pechos se liberaron. Llevaba un sujetador con una copa diferente a la suya, y al liberarlos sintió una sensación de alivio. Me ahogaba, pensó. Se desabrochó la cremallera de la minifalda y la dejó caer por sus piernas. Estaba completamente desnuda. Dándole la vuelta, salió al pasillo y lo recorrió así en ambos sentidos.
- ¿Ves? No es tan difícil – dijo ella plantándose delante de Montse -. Déjame te ayudaré. Sube los brazos.
Montse se quedó quieta. Estaba asustada por la facilidad con la que aquella mujer se había desnudado en un sitio extraño y sin preocuparse de si podían verla. Montse, como un autómata subió los brazos. Lucía tiró de la camiseta de algodón y se la sacó por los hombros. El olor a su perfume le llegó como una ola y no pudo por menos que sonreír. Soltó la tira trasera del sujetador y se lo sacó por encima también. Aprovechó para que sus pechos tocaran los de Montse. Ésta, comenzaba a sentirse más relajada.
- El resto puedo yo, de verdad, aunque yo no voy tan arreglada como tú.
Se desabrochó el vaquero, y se quitó las merceditas que llevaba. Lo dejó en el suelo y se bajó unas bragas negras de algodón. Un sexo con un poco de vello en la parte superior asomó. Lucía cogió las bragas del suelo y las guardó en su bolso. “Las tiraremos luego. No son apropiadas”, le dijo.
- Voy a la impresora. ¿Quieres venir conmigo, por favor? – suplicó ella.
Lucía le dio la mano y salió detrás de ella. Tenía decidido pedirle a Lucas que fuera ella su tutora. No podía quitar la vista de aquellos pezones enormes que le habían hechizado desde el día que la vio saltando encima de su marido aquella tarde. Llegaron a la sala y entraron. Lucía dio la luz y esperó. Llevaba su teléfono móvil en la mano. Montse cogió los papeles y los firmó mientras su compañera hacia varias fotos como prueba. Cuando terminó de firmarlo, se acercó a ella y la abrazó. Su boca buscó la de Montse y la dio un beso largo, intenso donde las lenguas se entrechocaron varias veces y los cuerpos se retorcieron buscando fusionarse en uno solo. Cuando se soltaron, Lucía le dijo:
- Bienvenida a la familia, Montse. No te vas a arrepentir.
Llegaron enseguida al bloque de apartamentos. Isabel les dijo que había alquilado el ático, porque tenía una bonita terraza y mejores vistas. La idea había sido de Lucas. Habían buscado un bloque de pisos apartados con el ático lejos de las vistas de otros bloques. Habían tardado tiempo en encontrarlo. Muchas tardes paseando por los barrios buscando esa disposición. Finalmente se habían decantado por un loft de sesenta metros cuadrados, con una terraza amplia y protegida de las miradas ajenas por las tejas, que habían decorado mínimamente. Apenas una cama King size, una televisión de cincuenta pulgadas para ver desde la cama y poco más. Lo que se pretendía es tener un sitio donde ir encelando a las nuevas pertenencias.
A Lucas le había encantado del loft es que era puerta única en el ático y que no había otros vecinos de descansillo. Eso le proporcionaba más seguridad y ventajas para las sumisas. El ascensor se abría en un recodo y había que girar por un pasillo hasta la puerta. Lucía y él lo habían comprobado una mañana antes de decidirse a alquilarlo. Habían salido del ascensor y Lucas se había ido hasta la puerta y había llamado a Lucía. Ésta había estado andando despacio descalza para que no la oyera nadie hasta el punto donde comenzaba a ser visible. Habían hecho una marca en la pared y lo habían repetido a gatas y de rodillas, de tal manera que el paseo de la sumisa pudiera estar protegido. Finalmente lo habían hecho al revés, de la puerta del ático hasta el ascensor. Por eso lo habían alquilado. Tenía la distribución perfecta.
Isabel abrió la puerta del portal. Al ser un edificio relativamente nuevo, no había muchos pisos ocupados. Y mejor era así, pensó, porque venían desesperadamente excitados. Habían salido del metro y habían empezado con juegos entre ellos, hasta acabar medio desnudos en un parque. Begoña apenas llevaba la blusa sujeta por un par de botones, Miguel Angel venía con la camisa abierta e Isabel no llevaba más que su cazadora para taparse los pechos. La ropa iba metida en los bolsos de las mujeres.
Se metieron en el ascensor y las mujeres se lanzaron a morderle la boca al chico. Isabel le dijo a Begoña:
- El ático tiene una única puerta, ¿os atrevéis?
- ¿A qué? – preguntaron los otros dos
- A esto… - dijo Lucía quitándose la cazadora y quedándose con las tetas al aire. Miguel Angel se quitó las zapatillas de deporte y el pantalón y lo dejó en el suelo mientras Isabel le ayudaba con la camisa.
Begoña se quedó un segundo parada, pero rápidamente se vio superada por dos pares de manos que la quitaban la blusa y la desabrochaban los pantalones. Cuando el ascensor llegó a la última parada estaban los tres desnudos. Isabel salió la primera y vio la marca en la pared que le había dicho Lucas que buscara. De aquí en adelante somos visibles, que no haya nadie, por favor.
Siguió andando con el bolso colgado de su hombro desnudo y la ropa sobre él. Detrás de ella y abrazada a su espalda iba Begoña, casi con los ojos cerrados pero con la respiración agitada y tratando de contener el miedo y la excitación. También llevaba su bolso colgado del hombro con la ropa encima. Por último, el chico iba agarrado a Isabel con sus manos encima de las de Begoña. Caminaron despacio hasta llegar a la puerta. Isabel dejó el bolso en el suelo y se agachó para coger las llaves. Sus acompañantes vieron como sus enormes tetas casi caían hasta el suelo cuando se puso en cuclillas a mirar dentro del bolso.
- Que me tiráis – dijo ella sonriendo tras apoyar una rodilla -. Tomad, las llaves, id abriendo mientras guardo todo esto.
Miguel Angel cogió la llave y abrió. Vio la televisión encendida y dijo:
- ¿Te dejaste la televisión la última vez?
- No – dijo una voz desde la cocina -. Ahora mismo voy.
De repente oyeron unos pasos y una chica de apenas dieciocho años salió de detrás de una columna. Era una chica embarazada de cinco meses con una tripa ya incipiente y unos pechos preciosos y duros. Ninguno de ellos, excepto Isabel pudo contener la sorpresa. Begoña se quedó con la boca abierta al verla. Isabel se adelantó y se acercó a ella:
- Hija, ¿cómo estás?. Os presento a Cristina, mi hija. Cristina, ellos son Miguel Angel de quien ya te había hablado y Begoña, es una historia interesante.
- Hola, un placer – dijo Cristina acercándose a ambos. Se colocó delante de Miguel Angel y tras acariciarle el miembro con una mano le metió la lengua en la boca. Cuando se soltó de él, hizo lo mismo con Begoña, que se había quedado petrificada.
- Esta era mi sorpresa, cielo. Que nos acostáramos con mi hija, pero ahora vas a tener que cuidar de tres mujeres, ¿te ves capaz? – preguntó mientras abrazaba a Begoña -. Begoña, tranquila, ya verás como disfrutamos.
Cristina les acompañó a la cama donde estaba todo dispuesto. Les dijo que dejaran encima de una caja las ropas y se tumbaran. Había escondido la cámara de video en el sitio donde el amo les había indicado tras probarlo con ella una tarde. De esa manera, toda la cama se vería recogida por la óptica y quedarían inmortalizadas.
Cristina se sentó en un lado de la cama, con su madre al lado. Begoña, absolutamente desconcertada pero moviéndose por impulsos casi automático se sentó en el otro. Miguel Angel se acomodó entre medias y dijo:
- Uf, y ahora ¿qué hacemos?
- Esto – le respondió Cristina tumbándole con una mano y metiéndose en la boca su falo.
Como un resorte, Begoña se tumbó a su lado y comenzó a lamerle el cuello como un animal en celo. Estaba desconocida, algo animal y primario se había apoderado de ella. Mientras lamía, con su mano hundía la cabeza de Cristina en el miembro de Miguel Angel, mientras se acariciaba con la otra mano. Isabel, se tumbó y abrió las piernas de su hija con los brazos para meter su boca en la entrepierna. Sus piernas colgaban en la cama, mientras todos ellos empezaban a gemir de placer. Llevaban reprimiendo todo el día el ansia de tener sexo.
Isabel fue la primera en levantarse y tras apartar a su hija montó a horcajadas a Miguel Angel. Éste gimió de gusto al notar como entraba en ella. Las otras dos mujeres se besaban a conciencia mientras el chico tocaba los pechos de ambas, amasando con fuerza. Cristina gemía al tener los pechos más sensibles, pero Begoña sólo podía repetir: “hazme más daño, hazme daño”.
Isabel se apartó y Begoña se subió encima. Junto sus manos a las de Miguel Angel y comenzó a cabalgarle. Su pelo rizado se venía hacia su cara y ella soplaba para echarlo hacia detrás. Cristina mientras tanto, abrió el cajón de la mesilla y sacó un arnés negro que se colocó. Su madre mientras se había colocado a cuatro patas y besaba la boca del chico. Cristina, con su tripa ya prominente, empujó hasta penetrar a su madre que murmuró un “sí” cuando la tuvo dentro. La joven agarró un pecho de su madre y lo amasaba mientras entraba y salía de su cuerpo. Las gotas de sudor resbalaban por su espalda, que comenzaba a cargarse ya.
- Le quiero a él – rugió -, quiero hacerle mío.
Begoña se apartó y entre ellas le levantaron. Isabel le ofreció su sexo para que lo lamiera mientras su hija se colocaba detrás de él. Miguel Angel decía, “no, por favor, dejadme que os de yo, mi culo, no”. Isabel le hundió la cabeza con sus manos en su sexo mientras le decía: “te va a gustar, de verdad, mira lo que tienes en la cama, haznos ese favor…, o si no quieres, vístete y vete, que no volverás a vernos. No creo yo que muchos chico de tu edad participen en una orgía así todos los días”.
Cristina vertió un poco de gel en el falo y en su culo. Él sintió grima al notar aquella crema por su trasero, pero no dijo nada, sólo seguía lamiendo. Isabel había trastornado tanto su vida, que no veía otro sitio donde estar. Cristina se apoyó poco a poco y notó como el ano iba cediendo. No quería apretar mucho, porque a ella le había dolido mucho tiempo atrás. Begoña se había arrodillado en el borde de la cama y lamía nerviosamente el miembro del chico. Miguel Angel notó que aquello entraba dentro de si, y sintió un dolor grande seguido de un placer que no había sentido nunca.
- Ya está dentro, ¿te gusta?
- Sí, me gustas tú y vosotras. Esto es increíble – gimió de gusto.
Cristina empezó a bombear dentro del chico. La espalda empezaba a dolerle pero la orden que habían recibido del amo era tajante: “encelarle”. Por otro lado, Isabel y Begoña, que se había incotporado y vuelto a tumbar en la cama, habían empezado a compartir un consolador doble, y ambas se juntaban todo lo que podían ayudándose con los brazos mientras se movían al compás de ambos empujones. Apenas se escuchaban otra cosa que los jadeos y gemidos de los cuatro. Isabel fue la primera en llegar al orgasmo y agarrándose al cuerpo de Begoña como pudo, tensó su espalda y tras gritar “sí” notó como su cuerpo se convulsionaba. Su compañera siguió montando unos pocos segundos más hasta que también alcanzó el clímax. Ambas se abrazaron y besaron mientras buscaban aire para sus pulmones.
Cristina le dijo a Miguel Angel:
- ¿Quieres montarme? ¿Quieres correrte en una chica embarazada?
- Sí, sí, por favor, quiero metértela ya.
- ¿Te gusta que te den por el culo, guapo? – insistió ella -. ¿Te gusta sentirte un poco perra?
- Uf, nunca pensé que te diría esto, pero me gusta, me gusta mucho.
- Ven, móntame, pero tienes que prometerme una cosa – le indicó ella
- Córrete en mi boca, no en mi cara, en mi boca – le dijo Cristina
Miguel Angel giró a Cristina y la tumbó boca arriba en la cama. A continuación entró dentro de su cuerpo. Casi eyacula allí mismo. Tenía el ano dolorido, pero estaba muy excitado. Estuvo montándola despacio. Cristina aceleró su cuerpo para llegar al orgasmo antes que él. Cuando notó que llegaba jadeó y se estiró los pezones mientras le decía a Miguel Angel que aguantara, que ya le llegaba. En cuanto se corrió, Miguel Angel sacó su herramienta del sexo de Cristina y se lo metió en la boca. Ésta, adiestrada por el amo para extraer el placer rápido, succionó como él le había enseñado y en pocos minutos, notó como su boca se llenaba de semen. Dejó escapar un poco por sus labios para no atragantarse y cuando acabó, le guiñó un ojo para que se apartara. Su madre y Begoña estaban sentadas en la cama.
Cristina miró a su madre y ésta lo entendió. Lo habían hecho varias veces con Lucas. Abrió la boca y dejó que el semen que expulsaba su hija por la boca, entrara en la suya. A continuación miró a Begoña. Ésta negó con la cabeza, pero Isabel insistió.
- Abre la boca – le dijo Cristina -, luego se lo tienes que pasar al guapo y éste a mí, para que me lo trague. No os estropees el momento, por favor.
- Es asqueroso – dijo -, de verdad, no pienso hacerlo.
Cristina la agarró del pecho y la atrajo hacia sí. Su mirada era determinación pura.
- Ayúdanos, por favor – le pidió mientras la metía la lengua en la boca salvajemente y notaba como el cuerpo de Begoña -. Me gustas, y me gustaría que nos viéramos más, pero si no lo haces, no podré verte. Mira lo que acaba de pasar. ¿No te ha excitado? Sigue un poco más, es otro escaloncito.
Isabel mientras se había colocado al lado de su hija y abría la boca mostrando la mezcla de salivas y semen. Begoña, cerró los ojos y abrió la boca. No le parecía coherente nada de lo que había pasado en las últimas dos horas, pero su cuerpo parecía ir por otro lado. El beso de esa joven había hecho que de nuevo quisiera más sexo. Ella, un mujer tradicional, había sido penetrada en un vagón del metro, tras haber visto como otra mujer lo era, se había quitado el sujetador detrás de un árbol en un parque, se había desnudado en un ascensor y participado en una orgía. Y con todo eso, quería más.
Sintió su boca llenarse de aquellos líquidos y como lo poco que se había quedado en su barbilla era recogido por sus propios dedos e introducido de nuevo en su boca. Echando la cabeza hacia atrás se acercó al chico, que miraba con la boca abierta de incredulidad. Éste, también había visto como su mundo saltaba otra vez por los aires. Era auténticamente feliz, o eso pensaba. Sexualmente había tenido más encuentros en un par de meses que en toda su vida, y acababa de participar en una orgía. Isabel se puso detrás de él, y sujetó su cabeza mientras apoyaba sus tetas en su espalda para darle ánimo. No quería que saliera corriendo, ahora que lo tenían tan cerca, no. El chico abrió la boca y recibió el presente de Begoña. Le dio un poco de asco, pero Cristina enseguida se ocupó de ello metiéndole la lengua para rebañar sus labios.
- Dámelo – le dijo y el chico le pasó todo el líquido.
Cuando lo tuvo en la boca les miró y se lo tragó mostrando su garganta limpia. Los cuatro se fundieron en un abrazo iniciado por Isabel. A su vez, les dijo:
- Nos quedamos un rato a dormir todos, ¿verdad?. Ha sido increíble y no quiero que acabe.
Como respuesta, todos se tumbaron en la cama abrazados y escucharon a Begoña llamar al instituto diciendo que se le había complicado el día y que se lo comunicaran al resto del claustro que hubiera. A continuación llamó a su casa y le dijo a su hija, que no podría comer con ella en casa y que se preparara algo.
- Estoy ocupada, tengo otros planes, Alejandra. – dijo sonriendo y apoyando la cabeza en el pecho de Miguel Ángel. Claro que los tengo y pasan por no moverme de esta cama en toda la tarde…, pensó mientras colgaba a su hija