Lucia (23)

Nuevas actividades de nuestras chicas

12:00

Clara cogió la goma que llevaba en la muñeca y se hizo una coleta, una vez que cerró la puerta del horno donde se estaba cocinando el cordero. Hacía calor en la cocina y el pelo se le pegaba al cuello. Desde hacía muchos años no llevaba el pelo tan largo, pero el control al que voluntariamente se había sometido hacía ya tres meses incluía algunos cambios en su aspecto físico. Uno de ellos había sido dejarse el pelo por debajo de los hombros, pero no era el único. Al igual que Ana y María y debido a su condición de separada, en su caso, cumpliendo los trámites legales, llevaba el sexo completamente rasurado. Pero no sólo en eso se parecía a sus compañeras. También llevaba tatuado en la pelvis derecha su nombre abrazado por dos cadenas. Y es que, todas y cada una de ellas iban siendo marcadas de una u otra manera. Para acabar, compartía con ellas una diferenciación más: llevaba en cada uno de los pezones, un pequeño aro plateado.

Miró a la ventana. Llevaban un par de días con constantes tormentas que, aunque no aliviaban la sensación de calor, al menos cambiaban un poco la monotonía de los días. Su vida había cambiado sensiblemente desde que pertenecía a Lucas. Y no sólo los cambios físicos, producto de una dieta estricta y ejercicio, y estéticos. Había más. Su vida social se había reducido hasta casi no salir de casa. Sus amigas habían dejado de llamarla, había roto con aquel amante que fue motivo de su entrada en la familia y se dedicaba única y exclusivamente a lo que siempre había deseado: dar placer. Su único contacto con el exterior eran los chats de internet donde de vez cuando, él la hacía exhibirse completamente desnuda.

Giró la cabeza y vio a Cristina pelando patatas. Su embarazo era ya notable, una pequeña barriguita asomaba de su joven figura. Los pechos ya se le estaban empezando a hinchar y le empezaba a doler la espalda. Catorce semanas de embarazo, se dijo para si. Lleva ya aquí casi cuatro. Lo que ha cambiado esta chica.

(Recuerdos de Clara)

La vio por primera vez cuando Isabel llamó a la puerta de María. Ella estaba cerca de la puerta y abrió. Vio a una chica que se quedó con la boca abierta cuando una mujer desconocida desnuda abrió como si fuera la cosa más natural de mundo

- Hola Isabel, cariño – dijo mientras se acercaba a su madre y la besaba lenta y apasionadamente, recreándose en cada centímetro de sus labios.

- Hola Clara – respondió ella cuando se separaron sus labios -. Esta es mi hija, Cristina – le presentó sin soltarla de entre sus brazos -. Hija, contesta – le recriminó.

- Hola – balbuceó ella un saludo.

No pudo articular más palabras porque sus labios se encontraron con los de Clara. Fue un beso corto, pero que la removió por dentro. No le habían dicho lo que se iba a encontrar. No pensaba que un día normal fuera como los vídeos que había visto con su madre.

- Encantada de conocerte – le dijo -, pero pasad no os quedéis en la puerta.

Les franqueó el paso y ellas pasaron. Isabel mecánicamente buscó su caja en el suelo y comenzó a desnudarse. Clara mirando a Cristina le dijo:

- Aún no tienes caja. Quítate la ropa y déjala junto a la de ella.

Cristina no se movió. Seguía conmocionada por la visión de aquella mujer desnuda delante de ella. La voz de Clara la sacó de ese estado.

- No querrás estar vestida en casa, ¿verdad? – dijo ella sonriendo de una manera si bien parecía amistosa denotaba un punto de orden..

Miró a su madre y, la vio ya solamente vestida con un tanga negro transparente que no sabía que su madre usara. Era apenas una tira negra que bordeaba su cintura y se perdía entre sus nalgas. La falda que traía estaba doblada dentro de la caja junto con los zapatos y la blusa. Ensalivaba un consolador negro acabado en crin de caballo.

Se asustó cuando vio que su madre se lo encajaba de un golpe en el ano. La vio tensarse y jadear mientras que con la mano libre se sujetaba al marco de la puerta del pasillo. Cuando consiguió dilatar lo suficiente para dejarlo fijo, se levantó y mirándola le dijo:

- ¿Necesitas ayuda?. Venga date prisa que tengo que tienes que conocer a mucha gente.

Cristina se fue desnudando como si fuera una autómata .Dejaba la ropa caer en la caja de cualquier manera. Cuando estuvo completamente desnuda, trató de taparse su sexo, pero la mano de Clara se lo impidió suavemente y sin darle importancia.

- Ven, te están esperando – le dijo mientras cogía su mano y la hacía andar al tiempo que abría la puerta del pasillo.

Cristina fue caminando detrás de ella. Había pasado muchos años veraneando en casa de su tía. Había sido el primer sitio donde fue sin su madre, y ahora, estaba allí para quedarse, y quedarse como propiedad de alguien porque se había quedado embarazada de una persona que creía su amigo y ahora había desaparecido.

Clara la llevó a la cocina donde estaba Yelena con Paco. Yelena estaba planchando los trajes de Lucas, mientras el hombre, tumbado a sus pies esperaba pacientemente. Como era su uniforme, llevaba el collar de sumisión con dos cadenas: la primera de ellas caía a sus pies mientras que la segunda acababa en el collar de Paco.

- Cristina, te presento a Yelena. Es ucraniana.. Trabaja con nosotros y es nuestra compañera internacional, por decirlo de alguna manera – dijo Clara sonriendo mientras se acercaba por la espalda y la abrazaba cogiendo entre sus manos los senos de la ucraniana al tiempo que apretaba los suyos contra su espalda -. Como ves, también está embarazada, pero claro, ella tendrá un niño del amo y tú tienes un bastardo.

- Hola - dijo Yelena tras acercarse y darla un beso corto en la boca -. Encantada. Me alegra tenerte aquí. Otra chica más. Te presentó a Paco – dijo tirando de la cadena que llevaba al cuello -. Es el perro de la familia. Te acostumbrarás a él. Normalmente está siempre conmigo, pero seguro que tú también pasarás tiempo con él. Todas lo hacemos. Además es el manitas de la casa, ¿verdad, guapo?

Paco se acercó gateando a ella y le lamió los pies como tenía enseñado. Cristina trató de quitarlos pero Clara la dio un azote seco en el culo que provocó que ella se girara.

- No vuelvas a hacer eso. Es una falta de respeto.  Aunque sea el perro de todas, no es diferente a ninguna de nosotras. Es del amo y está a nuestro mismo nivel. Yo misma he paseado a su lado y he lamido pies como él. Y tú también lo harás

- Yo no pienso arrastrarme – protestó ella.

- Bueno, yo creo que sí lo harás – dijo Clara riendo -. Esa soberbia te durará poco, ya lo verás. Ahora ven, supongo que querrás saludar a los demás.

Cristina salió de la cocina siguiendo a Clara, dejando a Yelena con Paco. Notaba su respiración agitada y no era solamente el miedo a lo desconocido. No podía dejar de mirar los pechos rematados por dos piercings de aquella mujer, que se movían libremente y de forma aleatoria con cada paso que daba.. Pensaba qué se sentiría al llevarlos puestos, qué notaría cuando alguien los retorciera. En el fondo, aunque todo le parecía surrealista, se estaba excitando.

Pero no estaba preparada para ver lo que pasaba en el salón. Su tía María, completamente desnuda, estaba siendo penetrada a cuatro patas por una chica joven de enormes senos que llevaba un arnés negro atado a su cintura. María jadeaba y gemía mientras la otra mujer la motivaba con su voz, pidiéndola más. Su tía además hundía la cabeza en la entrepierna de su madre, que tumbada en el suelo se amasaba los pechos mientras levantaba su cuerpo para que su hermana mordiera su sexo.

María arqueaba la espalda al levantar la cabeza para luego dejarla caer salvajemente sobre su hermana. Llevaba los ojos tapados por un antifaz y de vez en cuando se permitía morderse el labio. Su cara brillaba por la mezcla de sudor y jugos de su hermana. Apoyaba los codos en el suelo de tal manera que aquellos enormes senos rozaban el suelo del parqué. Cristina pudo ver que su tía también llevaba piercings en los pezones si bien de los aros colgaban dos pequeñas pesas en forma de bola. La mujer joven en cambio, sólo llevaba tatuado su nombre en la pelvis. Nunca había visto a su tía así. Ambas llevaban el pelo sujeto en una coleta si bien la de su tía estaba más deshecha por los vaivenes a los que estaba sometida y los tirones que de vez en cuando le daba la joven para obligarla a levantar la cabeza y guiar la embestida

Clara saludó con la mano y le dijo a Cristina al oído:

- Es mi hija, Carmen y a la otra ya la conoces.

- ¿Tu hija? No soy la única hija, ¿entonces? – preguntó en un susurro apenas audible que pudiera delatar su presencia.

- No, no lo eres – respondió ella  mientras se acercaban a Carmen y su propia la madre la mordía uno de los pezones como saludo.

Carmen gimió y echó la cabeza hacia atrás al sentir los dientes de su madre sobre sus senos. La sensación de dolor era familiar y le encantaba. Jugaba mucho con Elena a morderse y ver hasta donde aguantaban. Solían hacerlo delante del amo, mientras sus compañeras apostaban por quien sería la que primero se rendiría.

Carmen soltó una de las manos de las caderas de María y sobó sin contemplaciones las tetas de Cristina, que contrariamente a lo que ella misma se esperaba, no se movió. La guiñó un ojo y la lanzó un beso mientras insultaba a María.

- ¿Qué te pasa? ¿Sólo puedes darme esto? Si se apuesta y se pierde, hay que pagar.

- Calla y sigue – respondía María entre jadeos -. La próxima vez ganaré yo y verás lo que pasa.

- Sigue tú, sigue mordiendo y dando placer. Es lo que somos, instrumentos de placer. ¿Sabes a quien estás dando placer? – seguía increpándola Carmen.

- Sí, que lo sé – respondía ella riéndose entre jadeos -. A Isabel. ¿Te gusta así, Isa? – preguntó mientras sus labios succionaban el clítoris prominente y provocaban un grito ahogado de placer de ella.

Clara la alejó de allí y al volver al pasillo, Cristina, anodada, por ver a su madre y tía juntas practicando sexo preguntó:

- ¿Qué se apostaron?

- Nada, una tontería. Quien era capaz de aguantar más tiempo en la sybian. Perdió tu tía. Estuvo reñido, pero desde luego quien más suele aguantar allí es Lucía.

- ¿Qué hay que aguantar? – preguntó ella sabiendo que la respuesta sería la que pensaba.

- Está claro – respondió ella -. Quien aguanta más tiempo allí arriba sin correrse. Ven, vamos a la piscina, querrás volver a verle, ¿no?

Cuando salieron al jardín, Cristina vio una puerta abierta y se detuvo. Clara la empujó dulcemente y la dijo que no pasaba nada, que era la puerta de entrada a su casa. Cristina sin dejar de mirar hacia ella siguió andando hacia la piscina donde Lucía estaba atada junto con otra mujer a las escaleras de la piscina.

Pudo ver que Lucía era de las pocas mujeres que llevaba el sexo sin rasurar. Clara, que se esperaba la pregunta, le respondió que era sólo privilegio de las que vivían con el amo el llevar el sexo rasurado. Lucía, al estar casada, no podía cumplirlo. Cristina recordó los momentos pasados en el hotel con esa mujer y se excitó. Quiso tocarse, pero Clara, atenta, la golpeó en el trasero.

- No puedes masturbarte si él no te lo autoriza

- No iba a hacerlo – protestó ella.

- Ibas a tocarte y no lo niegues.

Clara se acercó a Ana y se arrodilló ante ella.

- ¿Está con él? – preguntó

- Sí – respondió la mujer que le presentaron como Ana. Cristina no pudo por menos que admirar el cuerpo estilizado de la mujer. También llevaba su tatuaje y sus pezones horadados.

- ¿Podemos pasar? – preguntó ella.

- Sí, está acabando con Elena. Dijo que fuerais cuando llegara.

- Gracias – respondió Clara besando dulcemente a su amiga.

Cuando se fueron dejándolas allí Cristina le preguntó por Ana. Es muy especial para mí, dijo ella. Su exmarido, Paco, vive en mi casa y su hija es mi nuera. Cristina se detuvo en seco y la miró sorprendida:

- ¿Nuera?

- Sí – respondió ella -. Carmen y Elena, a la que conocerás ahora son pareja a petición del amo. Y cuando digo pareja, digo pareja, se casan en un par de meses. Ya que estás aquí imagino que me ayudarás con algo de la boda.

Llegaron a la tumbona donde Elena estaba masturbando con su boca a Lucas. Lo hacía lentamente. Tenía los párpados llenos de semen y no podía abrir los ojos. El amo estaba satisfecho. Había disfrutado de ella en la piscina delante de su madre y de Lucía. Las había masturbado a ambas con su lengua mientras él la penetraba el ano de manera inmisericorde. La propia Elena lo había pedido ya que le costaba llevar el consolador y él la había penetrado hasta que ambas mujeres se habían corrido de forma salvaje agarradas por el cuello a la escalera de la piscina. Luego él la había cogido en brazos y la había llevado a la tumbona, donde tras penetrarla de nuevo, había mordido sus pezones hasta dejarlos huella. Elena se había corrido entre espasmos de placer y luego el amo, se había vaciado en su cara.

- Amo, ya ha llegado – dijo Clara a modo de saludo

12:30

Lucía había terminado la visita cuando recibió un mensaje de texto de Lucas. Isabel había terminado su tarea en la gasolinera pero solicitaba instrucciones sobre qué hacer con su nuevo amigo. Y es que Lucas consideraba que aquel iba a ser un nuevo miembro del grupo. La orden había sido clara: debían volverle loco sexualmente, para que finalmente suplicara ser admitido. Tras borrar el mensaje marcó el teléfono del amo:

-          Hola, ¿qué haces? – saludó ella.

-          Tomándome un café con una buena amiga tuya, la que lleva tu sujetador negro – respondió él sonriendo

-          Ya te veo yo venir, saluda a María de mi parte ¿qué quieres que haga? – preguntó ella con una sonrisa.

-          Sorpréndeme – respondió él -. A ver de qué eres capaz. Espero que no me defraudes.

-          De acuerdo, ya te contaremos – dijo ella a modo de despedida.

Cuando colgó llamó a Isabel. Ésta le contestó que estaba desayunando con Miguel en una cafetería de un centro comercial y que estaba muerta. Lucía le preguntó si podía hablar y ella le dijo que sí, que él estaba en el baño.

-          ¿Has hablado con él?

-          Sí, quiere que vayamos metiendo en vereda al jovencito – respondió ella -. Pero estoy muerta me he pasado toda la noche desnuda en unas gasolinera haciendo cochinadas y exhibiéndome. Tengo ganas de llegar al apartamento y meterme debajo del caño de la ducha.

El apartamento era un pequeño estudio que Clara había alquilado en la ciudad para que Isabel pervirtiera a Miguel. Apenas medía 40 metros y lo habían adornado de forma sencilla. Lucas lo había estrenado con todas ellas en una tarde de verano.

-          ¿En una gasolinera? – preguntó ella incrédula.

-          No preguntes, ya te contaré con calma. ¿has pensado en algo? – preguntó Isabel.

-          No sé, ahora mismo tengo la cabeza un poco bloqueada por una visita a un cliente. Pensaba en irme a casa, darme una ducha y quedar con vosotros. Pero con este tiempo, no sé qué podemos hacer.

-          Con otro tiempo, le habríamos dado un espectáculo en el monte – empezó Isabel.

-          Hacemos una cosa – concluyó Lucía -. Cojo un taxi, me voy a casa, me doy una ducha y te vuelvo a llamar. ¿De acuerdo?

En eso quedaron y colgó. Lucía paró un taxi y le dijo que le llevara a la estación de tren. De allí cogería el primero que pasara y en quince minutos más estaría en casa.

13:00

Lucía llegó a casa y entró como siempre por el garaje. Se desnudo lentamente allí y subió con la ropa en la mano. Dejó en el cesto de la ropa sucia la ropa interior que llevaba y salió al pasillo. Todo estaba en silencio, y aquel silencio la relajó. Subió por la escalera hacia la parte superior, mirando en los marcos de la pared como sus pechos se movían acompasando sus pasos, sus largas piernas aún bronceadas. Al llegar a su habitación, dejó los zapatos y la falda en la descalzadora y entró en el baño..

Se miró en el espejo del baño mientras se llenaba la bañera y vio que su cuerpo sólo tenía por marca de propiedad la cadena con su nombre que el amo había indicado para cada una de ellas y que ella había engañado a su marido para que se la regalara. Se preguntaba qué habrían sentido Ana, Clara y las demás al haber sido tatuadas. No sabía si el dolor que decían que se sufre al hacerse esas cosas que ellas se habían hecho podría haberlo soportado.

Entro en la bañera y cerró los ojos mientras se ponía los cascos. Un ratito de paz, pensó. Creyó quedarse dormida. Los abrió al oír un ruido en su dormitorio. No supo identificarlo. Con el mayor sigilo posible salió de la bañera. Estaba chorreando. Buscó la toalla pero no la encontró. Maldijo en silencio al recordar que las había echado a lavar. Sólo se secaba con ella cuando estaba su marido en casa.

No sabía si salir del baño o quedarse allí. Si había alguien o si había sido su imaginación. Trató de calmarse y cuando lo hizo, pensó: habrá sido un ruido, en fin, voy a comprobar si me he dejado alguna ventana abierta. Iba a abrir la puerta cuando escuchó una risa de mujer. No puede ser, pensó, ¿quién puede ser?. Abrió muy despacio una rendija de la puerta, lo justo para meter la cabeza, y lo primero que vio fue un sujetador blanco junto al quicio.  Al levantar la mirada, su boca se curvó en una mueca de asombro.

Su marido tenía en brazos a una mujer desnuda y la empujaba contra el armario, mientras ella gemía rítmicamente mientras le aprisionaba con sus piernas las caderas. Ella cerraba los ojos y se agarraba con los brazos a su cuello. La cara le pareció familiar, pero no era capaz de recordar de qué la conocía. Ver a su marido desnudo embistiendo a aquella mujer la enfureció, pero poco a poco comenzó a excitarse.

Él giró y con la mujer en brazos se tumbaron en la cama. Entonces ella la reconoció: era Montse, la profesora de inglés de sus hijos. Qué hija de puta, pensó, dando lecciones de lengua con mi marido. Dudó si salir y montar una escena, pero se contuvo. Ella estaba también desnuda y aunque le costaba reconocerlo, su mano acariciaba su sexo lentamente.

Él empezó a bombear lenta pero continuadamente sobre ella. La tal Montse gemía y le susurraba su nombre. En un determinado momento ella dijo:

-          ¿Te gusta así? ¿Esto es lo que le haces a la sosa de tu mujer? Seguro que ella no se pasea desnuda por casa y te masturba con su boca como yo te lo hago.

-          Mmmm, me gusta mucho todo lo que me haces – jadeaba él.

-          ¿Te deja ella taladrarle el ano? Porque yo sé que a ti te excita mucho cuando me tumbas en la mesa de mi despacho, me arrancas las bragas y me das clases de anatomía, ¿eh? – dijo ella en voz más alta.

Lucía entornó la puerta y se miró en el espejo. Estaba enfurecida pero a la vez excitada al ver a su marido con otra. Debería avergonzarme pero en el fondo todas estas cosas cada vez me vuelven más loca.

Abrió de nuevo la puerta y vio a ella subida encima de él saltando. Su marido jadeaba mientras acariciaba sus caderas y ella se cogía el pelo con las manos. Repasó con la vista a la mujer y vio que estaba entrada en carnes, con buenos muslos, pero sin embargo con un pecho no excesivamente grande rematado eso sí, por los pezones más grandes que jamás ella hubiera visto. Ella siempre la había visto con las gafitas estrechas cuando había ido a tutorías de sus hijos, pero no se la imaginaba así. Pensaba que era una mosquita muerta. Lucía se sentó en el suelo del baño y sin dejar de mirar comenzó a masturbarse. Ya asumiría el castigo después, ahora quería jadear como ellos, sentirse llena. No tenía su consolador, pero vio la escobilla del WC y sin dudarlo la metió en la bañera para limpiarla un poco. En cuanto la sacó, se la insertó por la zona del mango. Se mordió el labio mientras apoyaba la espalda en los azulejos y separaba las piernas. Con la mano libre se masajeada el pecho derecho. Notaba como su sexo se mojaba al contacto con aquel mango de plástico. Sus ojos no perdían detalle de aquella pareja botando en su cama, en aquel mismo colchón donde ella había estado con ese hombre, pero también con el hombre que más deseaba ahora mismo en el mundo. Murmuraba su nombre mientras apretaba aún más el mango. El ritmo era frenético. Las gotas de agua se mezclaban ya con las de sudor mientras recorrían su cuerpo.

Montse empezó a gritar diciendo que se corría y que no aguantaba más y él la atrajo hacia sí mientras la bombeaba. Los dos estallaron en un gemido salvaje que denotaba el final del coito y se quedaron abrazados jadeando. Lucía tuvo su orgasmo apenas unos segundos después y lo ahogó metiéndose el puño en la boca. Recuperó el aliento mientras se limpiaba el sexo empapado con unas toallitas íntimas que guardaba en el armario bajo el lavabo. Cuando notó que su cuerpo se destensada se levantó y cogió su albornoz. Poseída aún por la excitación del momento, salió del baño y cogió el sujetador.

-          Montse, cariño, creo que esto es tuyo – dijo con un tono falso de enfado. Había logrado sin querer lo que se proponía: conseguir un motivo para lograr pertenecer a su amo de manera continua. Había ideado miles de maneras para ello, pero tenía miedo de ponerlas en práctica. Ahora todo le había salido rodado  -. Vaya os lo habéis pasado bien, ¿eh?. No he querido interrumpiros, se os veía tan bien.

Ellos gritaron por el susto y empezaron a balbucear disculpas y a decir que esto no era lo que parecía, que todo tenía una explicación. Ella, alzando la voz les dijo:

-          Qué asco, qué vergüenza, sois unos mal nacidos. Zorra, fuera de mi casa. En cuanto a ti, vístete, tenemos que hablar. Me tienes que explicar muchas cosas.

Dando un portazo salió de la habitación y fue a la cocina donde se preparó un café. Vio por el rabillo del ojo bajar a Montse con la blusa medio abierta y con cara de culpabilidad. Fingió no verla proporcionándole la coartada necesaria para salir corriendo. No sabes el favor que me has hecho, cariño, has puesto la mecha en la dinamita para romper este absurdo matrimonio. A continuación bajo su marido con cara de culpabilidad. Se giró, le miró, y le dijo gritando:

-          ¿Cuánto lleváis con esto?

-          Lucía, yo... – balbuceó su marido -. Por favor, cálmate y hablamos.

-          ¿Calmarme? ¿Me pides que me calme cuando estaba en la bañera arreglándome para ti? Me he escapado del trabajo para darte una sorpresa y mira, cuando llego soy yo la sorprendida – dijo ella fingiendo una indignación que no sentía.

-          Lucía, por favor, déjame explicarme – suplicaba él.

-          No hay nada que explicar – replicó ella -. ¿Cuánto dura esto? ¿Meses, años?

-          No se puede hablar contigo ahora mismo – dijo él buscando una salida.

-          ¿Sabes qué? – preguntó ella -. Que tienes razón, ahora no vamos a hablar. Ahora me vas a escuchar tú: mira, seré sincera contigo. Esto no me gusta nada, pero tenemos unos hijos que mantener. Si la quieres, sigue con ella, pero a mí no me vas a tocar un pelo más. Fingiremos normalidad por ellos, eso sí, pero quiero que por favor no te acuestes con ella aquí: búscate un sitio. Yo, por mi parte, mantendré las apariencias con ellos, pero considérate divorciado de mí en el acto. Te queda terminantemente prohibido criticar lo que haga y diga  o iremos a un juzgado. A partir de ahora, soy tu compañera de piso, pero nada más. Y no admito discusiones. Tenéis dos opciones: o aceptas este trato y sigues viviendo aquí o te vas con ella y nos divorciamos de verdad. Tienes hasta esta noche para pensarlo.

Dicho esto, se levantó y salió de la cocina hacia su dormitorio. Tenía ganas de gritar de felicidad. Acababa de empezar un nuevo mundo para ella: pertenecía de pleno derecho a Lucas y nada ni nadie podría frenarla ya. Las cuerdas estaban cortadas, y era libre para dejar de serlo en cuanto el amo lo pidiera.

14:30

Carmen estaba sentada en el banco donde siempre esperaba a Elena dentro del centro comercial. Ésta, a petición del amo, había empezado a trabajar en una tienda de ropa juvenil de una conocida marca y sus ingresos se aportaban íntegramente al fondo común de donde salían los gastos generales y las compras de objetos necesarios para el adiestramiento.. Disfrutaba mucho cuando la veía maquillada embutida en esas camisetas estrechas y con pantalones que remarcaban su trasero, atendiendo en la tienda.

Llevaban dos meses de relación lésbica. La primera vez que se vieron fue el día en que llegó a casa de su madre a vivir. Clara la había traído desde casa de María donde había llegado después de separarse de su madre. Vivía desde entonces con ellas y las dos compartían cama todas las noches. La orden del amo había sido tajante: os quiero juntas como pareja. Ninguna de las dos sabía muy bien si aquello iba a ser posible pero Clara había sido la argamasa con el que unir aquellas dos piezas.

La vio salir con el bolso al hombro. Llevaba el pelo recogido en una coleta como siempre que venía a por ella. Se acercó a Elena y la besó en la boca. Dos chicos que estaban mirando un escaparate se quedaron mirando y es que a ellas, aquello les encantaba. Se recrearon un poco en el beso para provocarles un poco. Al separarse, se dieron la mano y salieron hacia el exterior donde estaba la parada del autobús. La lluvia arreciaba y tuvieron que correr. Cuando llegaron a la marquesina, estaban empapadas. Ambas llevaban la camiseta pegada al cuerpo y al no llevar sujetador sus pechos se marcaban con total naturalidad. Pudieron ver a un par de señoras que las miraban despreciativamente, pero ellas les mantuvieron la mirada y se abrazaron por la cintura: señora, pensó Elena, si vieran lo que somos capaces de hacer.

-          Me llamó mi madre, me preguntó si iba a comer con ella – dijo Elena -, que quería contarme algo.

-          Yo te iba a preguntar si querías comer conmigo como siempre – respondió Carmen.

-          Y yo le dije a mi madre que si nos invitaba a las dos en casa del amo, que para eso – dijo alzando la voz – eres mi novia.

Las dos mujeres las miraron de arriba abajo y ellas aprovecharon para darse un pequeño beso.

-          No te puedo negar nada, cielo – concedió Carmen.

Cuando se bajaron del autobús, la lluvia arreciaba aún más. Les quedaban escasos cien metros para el portal. Las dos corrieron de la mano saltando por los charcos, aunque eso no impidió que se calaran de arriba abajo. Cuando llegaron, llamaron al portero automático y Ana les abrió la puerta.

Subieron riéndose de cómo se habían puesto. Al salir del ascensor, Ana les esperaba desnuda con la puerta abierta.

-          Madre mía, cómo venís – les dijo a modo de saludo -. Venga, entrad y quitaros esa ropa mojada.

Elena se acercó a su madre y la besó sin meter la lengua en su boca. Ana la retuvo entre sus brazos hasta que ella lo hiciera correctamente. Intentó protestar pero conocía esa mirada. Abrió de nuevo la boca y dejó que su lengua jugara con la de su madre.

-          Así sí – le dijo ella -. Ven aquí, mi Carmencito.

Carmen se acercó y se enroscó a ella abrazándola fuertemente mientras la más mayor tiraba de la coleta para sujetarla. Cuando entraron vieron que en la mesa había cinco platos. Se miraron y Ana les dijo:

-          Ha venido el amo y María a comer.

Lucas salió de su habitación completamente desnudo y las dos chicas se apresuraron a quitarse las camisetas empapadas. Estaban tan mojadas que tuvieron que hacer esfuerzos para poder quitárselas. Forcejearon un poco, ya que no conseguían que pasaran de los pechos hasta sacarlas por la cabeza. Una vez lo consiguieron se quitaron el resto de la ropa y se arrodillaron frente a él. El amo las acarició el pelo empapado mientras ellas abrían la boca y sacaban la lengua para que él apoyara su miembro en sus apéndices. María salió de la cocina y acarició el trasero de Ana

-          Ahí las tienes, las que nos van a retirar – dijo sonriendo al tiempo que amasaba su nalga.

-          Aún nos queda mucha cuerda, o ¿acaso lo dudas? – preguntó ella mientras se giraba y frotaba su muslo entre las dos piernas de María -. Serán más jóvenes pero nosotras somos sus maduritas.

Lucas sonrió y las dijo que fuera a comer. Cuando se acercaron a la mesa, cada una de ellas cogió su plato y lo puso en el suelo. Ana llegó con la cazueka de pasta y sirvió a su amo en primer lugar y luego a sus compañeras. Una vez que todas tuvieron su comida servida, hundieron la cara en el plato y comenzaron a comer. Las mujeres troceaban con los dientes la pasta.

-          La última friega – anunció el amo -, así que, ya sabéis.

Apenas se oían gemidos y gruñidos de las cuatro mujeres que de rodillas hundían su cara. Para complicarlo un poco más, Lucas se levantó y les quitó los coleteros, y les alborotó el pelo, de tal forma que cayera de forma aleatoria sobre los platos. Ellas no podían tocar nada con las manos y por tanto se chupaban mechones de pelo junto con las comidas. El amo estaba empezando a excitarse y decidió aumentar la dificultad de la prueba.

Se levantó de la mesa y fue hacia el dormitorio donde guardaba el huevo de Ana. Ellas no vieron cuando regresó. Carmen fue la elegida para inaugurar la ronda. Él se lo introdujo y lo colocó a media potencia. La chica pegó un pequeño salto y comenzó a jadear. Le costaba comer porque aquel pequeño artefacto estaba tomando el control de su cuerpo. El amo les dijo:

-          Si alguien quiere más, que lo diga y tendrá premio.

-          Yo – respondió María ansiosa de tener una recompensa de su amo.

Lucas le sirvió otro cazo de pasta, pero sin que ella pudiera apartar la cara. Todo el pelo y la mejilla se llenó de salsa de tomate, pero no se detuvo. Él como recompensa la penetró tres veces de forma continuada: la primera muy lenta, la segunda de forma intensa llegando a apoyar sus testículos en el trasero de ella y la tercera de nuevo lenta. María jadeó como respuesta a aquel regalo y siguió comiendo.

Cuando Carmen creyó que se iba a correr, aquel pequeño ser dejó de zumbar. Se dejó caer sobre el plato, le daba igual mancharse más, pero necesitaba descansar. Lucas metió sus dedos en ella y lo extrajo. Sin perder un segundo se lo introdujo a Ana y lo conectó a casi tres cuartos de potencia. Ana gritó y blasfemó de placer pero no dejó de comer.

-          ¿Quieres más? – pregunto él sin especificar si se refería a comida o a intensidad. Fuera lo que fuera, pensó ella, voy a aceptar.

-          Sí – gritó ella -, más, por favor.

Lucas la levantó del suelo y la puso de cara a ella. Cogió el cazo y lo llenó de pasta que esparció sobre su pecho y luego sobre su sexo y le dijo a Elena que comiera de ahí. Elena se lanzó como una posesa sobre el cuerpo de su madre, hasta que las dos rodaron por el suelo. Ella mordía y succionaba los pezones, apartando los aros con la lengua. Lamía cada centímetro de piel donde hubiera restos de comida. Ana jadeaba de placer, le daba igual que fuera su propia hija. Con la cara llena de salsa de tomate miraba a Elena y la animaba con más jadeos a que siguiera su trabajo.

El amo mantuvo el consolador dentro de Ana y mientras se dedicó a meter la mano en los spaghetti dentro del cazo. Le había ordenado hacer más comida que habitualmente y Ana sin rechistar había cumplido, sin saber lo que se proponía. Extrajo la mano llena de pasta y se la rebozó por el cuerpo a María. A continuación hizo lo propio con la espalda de Elena y con los pechos de Carmen.

-          Limpiaros mientras María y yo os vemos.

Carmen se lanzó sobre Elena y las dos chicas empezaron a lamerse y embadurnarse los cuerpos por el roce. Ana tumbada gemía mientras suplicaba placer y atención. Su futura nuera se sentó sobre su boca y Ana comenzó a morderle los labios mientras lamía su interior. En un momento una plácida comida se había convertido en un torrente salvaje de placer.

Lucas continuó embadurnando a María y cuando la tuvo bien llena de pasta la puso a cuatro patas y la penetró. No fue una penetración cariñosa, fue dura, intensa, como a María le gustaba. Él sabía como tratarla y lo que quería en ese momento. Ella recordaba una noche entera haciendo el amor suavemente en su cama cuando sólo existían Lucía y ella. Pero desde que la pasión y el morbo la habían atrapado, prefería sentirse una más, no una especial, si no una compañera y para eso disfrutaba aún más cuando él la poseía de esta manera tan radical.

Ana había conseguido ponerse en pie y sus manos eran ahora unas fuertes tenazas que sujetaban a su hija para que Carmen la dejara limpia. Se escupían, lamían, mordían. Elena experimentaba orgasmos continuados, aunque ella lo negara. Cada cierto tiempo, sus piernas se doblaban. Aún no había aprendido a controlarlo. En eso trabajaba con Clara pero aún le quedaba tiempo para lograrlo. Carmen mordía donde sabía que tenía que hacerlo y lamía donde sabía que a su novia le gustaba. Ana, mientras sentía como su cuerpo se tensaba con aquel artilugio en su interior.

En un momento determinado, Ana soltó a su hija y agarró a Carmen hasta tirarla al suelo. Introdujo su lengua en el sexo de la joven y lo lamió intensamente. Sabía que no iba a aguantar más, pero quería que ella se corriera antes. Gimió, mordió, lamió cada centímetro de aquel órgano. Elena, derrotada por el esfuerzo, sujetaba la cabeza de Carmen entre sus piernas para facilitarle el placer.

Lucas cogió el cazo y se lo puso a María en la cabeza negándole la vista y obligándola a sentir solamente. Ella sintió como la pasta se pegaba a su cara y a su pelo y sintió un poco de grima, pero a la primera embestida todo se olvidó: sólo podía sentir. Cada vez que entraba y salía, provocaba en la mujer gemidos de queja y gritos de placer. En una de las veces, Lucas cambió de orificio y en vez de volver al original, entró en su ano. María dio un pequeño salto aunque ya estaba acostumbrada a estos cambios y enseguida recuperó la compostura. Al estar a oscuras notaba cada centímetro de su piel, desde las uñas de los pies hasta todos los pelos de su cabeza ahora llena de restos de pasta y tomate. El amo siguió percudiendo sobre aquel orificio mientras estiraba los pequeños aros de María hacia abajo, provocándole un dolor controlado que intensificaba su excitación.

María oyó el grito final del orgasmo que tuvieron al unísono Carmen y Ana. Habían suplicado desde hacía unos minutos el poder hacerlo, pero él lo había denegado. Tras verlas sufrir aguantando sus cuerpos hasta el límite lo permitió. En ese mismo instante, él aceleró el ritmo sobre María hasta lograr que ella se corriera al tiempo que él se vaciaba en su ano.

Cuando salió de él, el semen que no cabía en su interior se derramó por sus piernas. Con cariño, quitó el cazo de su cabeza y todos pudieron ver a una mujer toda repleta de pasta que apenas podía abrir los ojos de la cantidad de comida que había en su cabeza. Entre todas se dedicaron a limpiarla con sus bocas.

Una vez acabaron de limpiarla, Ana se arrodilló junto a su amo, que estaba sentado en el sofá, y apoyando su cabeza en el muslo, les dijo:

-          Chicas, estoy embarazada.

15:30

Lucía llegó a los servicios del cine. Allí había quedado con Isabel. Se sentía radiante y absolutamente dispuesta a hacer locuras. Había conseguido liberarse de algo que la ahogaba y ahora podía dedicarse en casi total plenitud a su amo. No sabía qué diría él cuando se lo contara, pero si podía permitirla cuidar de sus hijos, tendría a una mujer para poder disfrutar con ella a niveles increíbles.

Isabel estaba terminando de pintarse los labios. Habían decidido que le darían un bonito espectáculo de exhibición a Miguel. Le había dejado en la sala y había ido al baño con la excusa de retocarse el maquillaje. Habían estado de compras y se había probado como si fuera su mujer, varios conjuntos de lencería llegando a desnudarse completamente en el probador para él. Al final se había llevado un tanga fino blanco que no dejó que pagara.

Lucía había cogido la entrada a continuación de sus dos butacas. La había reservado una vez que Isabel le pasó por mensaje de texto las suyas. Cuando llegó fingió no conocerla hasta que una chica salió del baño. Se acercó a ella y tras besarle en la boca le saludó Isabel:

-          Hola, preciosa

-          Hola, Lucía – respondió ella acariciando el culo de su amiga por debajo de la minifalda -. Te veo muy bien, muy fresquita.

-          Ya te contaré luego – confirmó ella -. Me ha pasado algo genial para mi vida. ¿Hasta donde quieres llegar? Yo estoy dispuesta a la locura.

-          Suenas salvaje – dijo Isabel sonriendo -. Ya veremos. La película lleva ya tiempo en la cartelera y no creo que haya mucha gente en la sala. ¿Cómo lo piensas plantear? Yo estoy un poco descolocada con esto.

-          Mi idea es: llego a la sala antes que tú. Me siento a su lado y no le hago ni caso. Cuando tú llegues, ni me saludas, te sientas y te pones a charlar con él. Yo iré muy escotada para que él se fije y el resto ya veremos – contestó ella.

Se desabrochó cuatro botones de los seis de la blusa y se colgó la chaqueta del brazo, para ocultarlo por el pasillo. Se le veía toda la curva interior de sus pechos. Se subió un poco la minifalda para dejar a la vista casi todos los muslos, y tras sonreír a su amiga, salió del baño. Isabel la miró con una sonrisa de complicidad y susurró: “qué guarra”.

Miguel comía palomitas de forma distraída. No sabía porque había querido ver una película que estaban a punto de quitar, pero Isabel le había dicho que le apetecía verla y se había puesto zalamera hasta conseguirlo. La sala estaba prácticamente vacía, apenas un par de parejas mayores en la otra punta. Era una sala de tamaño mediano, con unas treinta filas partidas por un pasillo central. No vio llegar a la mujer hasta que se sentó a su lado. Ésta se tomó su tiempo para dejar la chaqueta en la butaca de al lado. Lucía se recreó en esta operación ya que con la blusa en ese estado todos sus pechos era visibles a los ojos de Miguel. Éste, como hipnotizado, no podía dejar de mirar el tremendo escote. Ella se sonrió interiormente cuando con el rabillo del ojo, observó la mueca de asombro del joven.

Una vez colocó la chaqueta, se giró y se agachó para dejar las palomitas en el suelo. La visión de su trasero y su sexo completamente al aire casi hizo atragantarse a Miguel. Se demoró unos segundos de más y se levantó. Estaba segura de que la había inspeccionado a fondo. Cuando se sentó, sus pechos botaron libremente al no llevar sujetador y uno de ellos estuvo a punto de salir completamente de la protección de la blusa: aún no pequeño, pensó ella, ya tendrás tiempo.

Isabel había visto toda la escena desde la puerta de entrada a la sala y no pudo por menos que sonreír y admirar lo tremendamente erótica que era Lucía. Cada uno de sus movimientos destilaba morbo y sensualidad, de tal manera que quien lo veía no podía por menos que excitarse. Cuando vio que había acabado su show particular comenzó a andar. También ella iba provocativa: su ropa interior descansaba dentro de su bolso y sus enormes senos se bamboleaban dentro del vestido ibicenco. Entró en la fila y pidió permiso a Lucía para poder pasar. Ella cómplice se levantó de nuevo del asiento y la dejó pasar. Miguel estaba en estado de shock: de nuevo los pechos de aquella mujer estaban prácticamente visibles. Tan pendiente estaba de ellos que no notó como las dos mujeres se rozaban de forma casi imperceptible. Cuando pasó Isabel se sentó en su silla y las luces se apagaron.

La película comenzó y los tres cada uno sin hablar empezaron a comer palomitas. Miguel no podía dejar de mirar los pechos de Lucía. Isabel, sonriendo, miraba divertida la escena. Dejó pasar cinco minutos y le dijo:

-          La película no te atrae, ¿verdad?

-          ¿Por qué? – preguntó él acercándose a ella.

-          Pues porque no has parado de mirarle las tetas a esa mujer, que te estoy viendo – respondió ella fingiendo celos -, ¿no te valen las mías? – volvió a preguntar mientras pasaba su mano por la pernera del pantalón vaquero del chico dirigiéndose hacia su entrepierna.

-          Lo siento, lo siento – dijo él ruborizándose.

Isabel se estaba divirtiendo y decidió seguir provocándole.

-          ¿Por qué no le pides que te las enseñe? Si las lleva así, seguro que no le importa.

Un silencio se apoderó de Miguel mientras Isabel le cogía la mano y se la llevaba a sus muslos. Él, azorado, no sabía qué hacer. Ella le condujo hasta su sexo desnudo.

-          ¿Ves?, no es la única que puede ir sin ropa interior por la calle.

-          ¿Vas sin nada? – susurró él mientras notaba como su miembro se endurecía.

-          Mira el bolso y verás – respondió ella mientras le lamía la oreja.

Miguel se agachó y abrió el bolso. En él estaba el sujetador y el tanga que Isabel llevaba desde la noche anterior. Lo cerró de golpe y la miró sorprendido. Isabel le dejó hacer unos minutos. Él tenía la mano fija apretando su sexo y miraba fijamente a su acompañante. Ella le insinuó con la vista que mirara a la otra mujer, mientras con la mano libre liberaba los botones de la cremallera del vaquero. Miguel estaba excitado y asustado. El cine prácticamente vacío era cómplice de la situación.

Isabel extrajo su miembro y lo dejó al aire. Miguel trataba de ocultárselo pero ella le apartaba la pierna. Jadeaba por la emoción, no quería que la otra mujer le viera. Isabel, decidida a provocarle un poco más se bajó el tirante del vestido que estaba más próximo al chico dejando ver parte de la curva de sus senos. Miguel giró la vista para comprobar que la mujer del otro lado no hacía nada y volvió de nuevo a concentrarse en el cuerpo de Isabel.

Lucía miraba divertida la película mientras con el rabillo del ojo veía como su compañera estaba excitando a aquel chico. Cuando vio que estaba absolutamente centrado en Isabel decidió pasar a la acción. Dejó cuidadosamente el bol de palomitas en el suelo para que no se percatara de nada y deslizó en el aire su mano hasta ponerla a la altura de la de Isabel. Ésta notó el contacto y permitió que la de Lucía acariciara también aquel miembro.

Miguel se giró asustado al comprobar que dos manos acariciaban su cuerpo. Se encontró con los ojos de Lucía que le miraban fijamente.

-          Vaya, así que, mis pechos provocan esto. He visto como los mirabas. Veo que no tienes suficiente con los de tu amiga.

-          Yo, yo – empezó a decir él.

-          ¿Por qué no pides lo que quieres? – le susurró Isabel al oído.

Miguel no sabía qué hacer. La mujer sentada a la derecha se levantó el vestido hasta apoyar sus nalgas en el asiento. Con la mano libre apretó la del joven contra su sexo mientras se reclinaba en el asiento.

-          ¿Quieres ver más? No hay mucho más de ahí que no hayas visto – se insinuaba Lucía.

-          Sí, sí – balbuceó él.

-          Pero no te corras, que te veo muy lanzadito – respondió riendo ella.

Cogió la mano izquierda de Miguel y la metió dentro de su blusa. Sentía sus dedos torpes acariciando sus senos. Poco a poco se fue envalentonando y comenzó a amasar la carne de las mamas y a pellizcar los pezones para endurecerlos. Al poco rato, notó como Isabel desataba el botón del pantalón y le dejaba el pubis al aire.

El chico no sabía qué hacer. El cine a oscuras era su cómplice, pero estaba aterrado por si alguien pudiera verles así. Lucía sabía que no era así. Una película ya casi a punto de retirar de las salas y la primera sesión eran sus mejores aliadas. Isabel mirándole le dijo:

-          Dile que se abra la blusa, seguro que lo hace.

-          ¿Te abrirías la blusa? – preguntó él con los ojos fuera de las órbitas.

-          ¿Para qué? ¿Es lo que quieres tú o lo que quiere tu amiga? – preguntó ella burlona.

-          Lo quiero yo – dijo él con ojos de súplica -. Estoy muy cachando y me gustaría verte más.

-          Verme más – repitió ella mientras se abría el botón y hacía una mueca que parecía significar: “estos jóvenes de hoy en día son unos salidos”  -, pero tu amiga deberá dejar ver lo mismo que yo, ¿de acuerdo?

Lucía se abrió la blusa completamente dejando al aire sus dos pechos. Isabel que había oído la conversación sonrió perversamente. No iba a dejarse amilanar. Se desabrochó lentamente los botones restantes de la blusa dejando al aire libre sus pechos. A continuación volvió a acariciar el miembro de Miguel.

El chico estaba asustado y muy excitado. Dos mujeres que él no creía que se conocieran estaban medio desnudas con él en un cine. Lucía miró por encima del hombro. Las dos parejas de ancianos estaban demasiado lejos y le dijo.

-          Ahora te tocaría a ti darme algo. Bájate el pantalón hasta los tobillos – le susurró mientras acercaba su boca a la de Miguel y le besaba entreteniéndose en morderle el labio inferior-, si quieres algo debes dar algo a cambio.

-          No, nos van a ver – respondió él -.

-          No, es ése el trato – le indicó Isabel -, ella tiene razón, bájatelo y seguro que tienes algún premio más.

Miguel, asustado, se levantó lo justo para dejar caer el pantalón a los tobillos. Isabel le miraba sonriendo, mientras Lucía le acariciaba los muslos.

-          Mmm, buenas piernas amigo, tal vez quieras acariciar las mías – dijo cogiéndole la mano de sus pechos y pasándola por la cara interior de los muslos.

Isabel le dijo:

-          ¿Por qué no le pides algo más?. Me estoy excitando viéndote con ella, no pensé que fuera a gustarme verte con otra tanto.

Miguel volvió a preguntar:

-          ¿Querrías quitarte algo?

-          ¿Cómo qué? Vamos, dime que quieres – le provocaba ella mientras acariciaba sus testículos

-          Lo que quiero no es posible aquí – respondió él.

Isabel, que estaba a su espalda sonrió. Sabía que Lucía lo iba a hacer. Lucía se levantó del asiento lo justo para girar la minifalda y desabrochar el botón.

-          Quieres que vea la película desnuda, verdad?

-          ¿Lo harías?

-          Si tú te desnudas cinco minutos, yo estaré ese mismo tiempo desnuda – respondió ella deslizando por sus piernas la minifalda. Verás si no acabamos en comisaría. Espero que la minicámara que he dejado en el bolso esté grabando todo esto, porque si encima no vale para nada me da algo.

Lucía le abrió las piernas dejando ver el vello húmedo de su sexo.. estaba empapada de la excitación. Su clítoris asomaba entre las carnes de sus labios mayores. Necesitaba que aquel chico la cabalgara, pero las órdenes cuando le contó el plan eran estrictas: sólo masturbarle y excítale hasta que se corra . Apenas la blusa cubría ya algo de su cuerpo.

Miguel envalentonado se bajó los calzoncillos y se abrió la camisa que llevaba. Isabel por su parte desabrochó la cremallera de su falda ibicenca hasta que ésta se deslizó por sus piernas. La recogió del suelo y la dejó junto a la blusa en la butaca de al lado. Volvió a sentarse en la silla. Sus enormes pechos caían a cada lado de su cuerpo, con los pezones duros y enhiestos y se levantaban por los jadeos de cada una de sus respiraciones. Su sexo brillaba con los primeros jugos.

-          Yo también me uno – dijo

Miguel se quitó la camisa y la dejó en el reposabrazos. Nunca había estado desnudo en un cine, como ninguna de ellas. Su miembro apuntaba hacia el techo como un cohete en la base de lanzamiento.

Lucía se quitó la blusa y se quedó completamente desnuda. Podía notar el aire acondicionado erizarle el cuerpo y eso le provocaba mayor excitación. Se notaba a punto de estallar de placer y decidió hundirse en la butaca para facilitarle el acceso a su sexo. Los tres estaban completamente desnudos. Las manos de ellas se enlazaban en aquel miembro duro y lo masajeaban juntas. Las manos que le quedaban libre a cada una de ellas guiaban los torpes dedos de Miguel por su interior, hundiéndose en su sexo o acariciando los labios cuando abandonaban aquellas cuevas. Poco a poco fueron dejándole hacer y ellas se dedicaron a sobarse cada una sus propios pechos, estirando de los pezones para provocarse aquel punto de dolor que Lucas les había enseñado a tener para estimular sus orgasmos.

-          Me corro – susurró él.

-          Yo también – jadeó Isabel -, no pares cariño, no pares.

-          Sigue, sigue, no puedo más – indicó Lucía

Los tres se corrieron al unísono dejando los restos en las butacas y en el suelo. Sudaban copiosamente. Miguel tenía los ojos cerrados y las manos caían a ambos lados de su cuerpo. Lucía fue la primera en incorporarse. Las ordenes habían sido claras: cumple tu cometido y vete. Isabel se encargará de él. Recogió su ropa rápidamente y se levantó sigilosamente. Cuando Miguel abrió los ojos, aquella mujer se estaba abrochando la blusa. No podía hablar, estaba exhausto. Isabel reclinada completamente sobre la butaca sonreía pícaramente.

-          Ha sido un auténtico placer. Espero repetirlo pronto – dijo ella levantándose de la silla.

-          No te vayas – suplicó él -. A los dos nos encantaría verte de nuevo.

-          Nunca se sabe. El mundo no es tan grande – sentenció ella con una mueca -. Disfruta de la película ... y de tu amiga también.

Lucía recogió el bolso donde estaba la minicámara y salió andando por el pasillo. Miguel quiso seguirla, pero Isabel le dijo:

-          Tú y yo no hemos acabado aún. ¿Quieres venirte a mi apartamento? Tengo una cama muy grande donde podemos estar toda la tarde y hacer otras cosas que sé que te gusta que haga.

Miguel asintió como un autómata mientras se ponía la ropa. Isabel pensó: es nuestro.