Lucia (21)

Segunda parte de la entrega de Cristina

La llegada de Cristina (II Parte)

20:15

Por fin, suspiró Cristina cuando vio parpadear su teléfono. Un mensaje desde le teléfono de su madre: “habitación 437. Da tres toques a la puerta y recibirás instrucciones ”.

Se levantó y salió del bar sabiendo que aquellos chicos la estaban desnudando con la mirada. El vaquero ceñido resaltaba su trasero respingón, más propio de la tía María que de su madre, como ésta le había dicho en muchas ocasiones. Era una mezcla de ambas y así lo habían hablado. Las formas del cuerpo eran de María, pero la cara y los pechos eran de su madre, grandes, redondos, rematados por dos pezones enormes en unas areolas sonrosadas.

Cruzó la calle y entró en el hall del hotel. Era un hotel de viaje, todo era impersonal. Buscó los ascensores y subió antes de que nadie le preguntara nada. Pulsó el botón de la planta y subió. Dejó caer el teléfono en el bolso y se lo colgó al hombro. Estoy muerta de miedo, debería marcharme de aquí ahora mismo. Joder, tranquilízate pensó. Debo tranquilizarme pase lo que pase.

Un remusgo de inquietud y excitación se apoderó de ella cuando salió del ascensor. Siguió la flecha que indicaba los números de habitaciones en la pared hasta llegar frente a la puerta. Cogió aire y lo expulsó varias veces antes de llamar. Golpeó la puerta suavemente, procurando no hacer mucho ruido. La puerta se abrió y una mano le alcanzó un pequeño paquete con su nombre y una nota que simplemente indicaba: póntelo y vuelve a llamar.

Cristina abrió el sobre y encontró un pequeño antifaz negro, de ésos que se utilizan en los aviones para descansar en los vuelos transatlánticos. “¿Y para qué me lo tengo que poner? Póntelo y no hagas preguntas. Ya te lo ha dicho mamá, todo tiene una explicación, aunque no lo alcances a ver, si él lo quiere así, así es como se hace” se dijo. Se colocó el antifaz y se colocó frente a la puerta.

Lucía vio por la mirilla de la habitación que efectivamente se lo había puesto y, tras esperar un par de minutos a indicación de Lucas, abrió la puerta. Cogió su mano y la hizo entrar. Cristina andaba torpemente, como temiendo caerse. Una voz femenina le susurró al oído: descalzate y sígueme.

Como poseída por otro cuerpo, aquella voz tenía la facultad de tirar sobre ella. Podía oler su perfume, mientras notaba su cuerpo desnudo rozar su blusa.

-          ¿Quién eres? – le preguntó.

-          Sssshhh, no preguntes, no debes preguntar – respondió la voz -. Ahora ven conmigo.

Lucía la hizo pasar a la habitación desde la entrada y detenerse.

-          Estás nerviosa, ¿verdad?. Es normal, es tu primera vez – volvió a hablar la voz.

-          Mucho – respondió ella tartamudeando.

-          Relájate – susurró de nuevo junto a su oreja mientras Cristina notaba como le había cogido la otra mano y se las cruzaba por encima de la cabeza.

Lucas estaba disfrutando de la escena. Isabel estaba de rodillas a su lado. Llevaba el fular al cuello y éste lo sostenía a modo de correa. Al igual que Lucía, llevaba el pelo engominado y estaba muy maquillada. En su caso, la crema hidratante le hacía estar suave y tersa y él lo apreciaba. El amo tenía puesta una mano sobre el pecho derecho y lo amasaba suavemente, pellizcando de vez en cuando para mantener la atención de Isabel, que con la boca abierta, miraba fijamente a su hija, privada de visión, obedecer como un autómata. ¿Cómo lo consigue?, ¿cómo consigue hacer de nosotros lo que quiere? se preguntaba, mientras veía que Lucía comenzaba a desabrochar la blusa de su hija.

Cristina se sobresaltó cuando las manos que seguían a esa voz cogían su camisa. Trató de bajar los brazos pero la voz habló de nuevo: “si lo haces, tendré que atarte y enfadarás al amo, y ni tú ni yo queremos eso, ¿verdad?”. Como un autómata volvió a subirlos hasta entrecruzar los dedos, mientras por primera vez, notó los labios de otra mujer en los suyos.

Cuando Lucía se giró hacia su amo, éste asintió autorizando lo que iba a pasar y ella posó sus labios sobre la chiquilla. No abrió la boca, no se buscaba eso y sí terminar de quebrar la resistencia de Cristina, cosa que estaba siendo llevado con mucha calma, pero pudo notar como la chica se adelantaba buscando prolongar el beso cuando ella se separaba.

-          Ven, siéntate – le susurró la voz al tiempo que le quitaba la blusa dejando sus enormes pezones duros y enhiestos.

-          Sí – balbuceó ella.

Cristina hizo ademán de taparse los pechos, pero recordó la voz anterior diciéndole que no querían hacer enfadar al amo y se sentó. Notó como alguien ataba sus manos a la espalda de la silla. Trató de forcejear, pero esta vez no hubo cariño, si no una leve bofetada. Captó el mensaje y se relajó.

Isabel miraba atónita a su hija. Lucas lo captó y llamo su atención tirando del fular. El movimiento era inequívoco y ella así lo entendió. Se metió entre sus piernas y comenzó a masturbar con su lengua a su señor. Al mismo tiempo, Lucía quitaba el antifaz a la joven y se acercaba gateando hacia su amo.

Cristina abrió y cerró los ojos varias veces para poder enfocar la visión. Cuando pudo hacerlo, se encontró a un hombre mirándola intensamente mientras su madre lamía de forma lenta y precisa su pene. A su lado una mujer estaba sentada en el suelo apoyando su cabeza en el brazo de la butaca.

-          Hola Cristina – la saludó cortésmente -. Me han dicho que querías verme. No te preocupes, te hemos atado para que puedas charlar tranquilamente. Te desataremos si deseas irte, no temas.

-          Hola – respondió ella aún mirando la escena. Su madre no la miraba, enterraba su cabeza entre las piernas de su amo -. No sé como debo llamarle, señor, amo...

-          Lucas – rió él para destensar el ambiente -, me llamo Lucas y tú puedes llamarme así, puesto que así me llamo. Olvídate de todas esas fantasías de los relatos, al menos conmigo. Aquí hay respeto, educación, pero eso no quita para que no me puedas llamar por mi nombre.

-          ¿Es mi madre verdad? – pregunto ella señalando con la mirada.

-          No, no lo es. Al menos para mí no lo es – respondió él -. Como para ella, tampoco eres tú su hija. Por cierto, te presento a Lucía, aunque a ella ya la has conocido ¿verdad?

Lucía saludó con una sonrisa. Cristina estaba aturdida. Aquel hombre tenía magnetismo, su voz te atraía, te seducía. La situación era extraña como poco. Su madre desnuda delante de un hombre masturbándolo a conciencia, otra mujer en idéntica indumentaria, sentada en el suelo como si nada hubiera pasado. Y ella enfrente, medio desnuda y lo que era peor, deseando quedarse del todo desnuda y ocupar el sitio de su madre. Lucas continuó:

-          Se cual es tu situación, Isabel me la ha contado. Quiero ayudarte, pero tengo unas reglas. Por cierto, ¿necesitas algo? Yo diría que el vaquero te está incomodando.

-          ¿Por qué dice usted eso? – preguntó Cristina mientras maldecía en silencio. Estaba excitada y seguro que él lo había notado.

-          Por las pequeñas manchas que tiene tu entrepierna. Tal vez quieras ponerte más cómoda – respondió él sonriendo -. Y por favor, no es necesario que me llames de usted.

-          Sí, me gustaría estar más cómoda – dijo ella de forma irónica arrepintiéndose de inmediato – pero estoy un poco liada, ¿sabes?.

Lucas que sabía de la soberbia de la joven, se levantó y Cristina pudo verle con la herramienta al aire. Era grande, posiblemente las hubiera más, pero no podía dejar de apartar la mirada de ella. No vio llegar al amo ni a su madre a gatas. Él retorció, como sabía hacerlo, uno de los pezones hasta un punto medio de dolor. Cristina pegó un salto en la silla y emitió un gemido ahogado.

-          Cuidado con el tonito, niña – amenazó él.

-          Me has hecho daño – repuso ella con lágrimas en los ojos, aunque en su interior aquello le había provocado una sacudida de placer.

-          No he siquiera apretado, Cristina, aunque te ha encantado ¿verdad? Te gusta el dolor y el morbo que despierta esta situación. Ahora verás lo que pasa cuando aprieto de verdad.

Isabel no lo esperaba. Lucas tiró del fular hasta que ella se alzó y retorció con furia el pezón, provocando un alarido que no llegó a más porque introdujo su lengua en la boca de la mujer para acallarlo. Cuando la soltó, la madre estaba blanca.

-          Procura no provocarme nunca – dijo girándose y volviendo a su butaca, mientras acariciaba a Isabel que trataba de no llorar.

Con un chasquido de los dedos, Lucía se acercó a su compañera y lamió el pecho dolorido mientras la mujer sonreía a su amiga agradecida.

-          Bien, después de esta triste interrupción – continuó él -. Conozco tu situación y puedo ofrecerte mi hogar y mi familia. A cambio espero de ti, placer y dedicación, ganas de aprender y humildad. No espero tu respuesta hoy, pero sí mañana. Puedes marcharte – terminó él, sabiendo que había ganado.

-          Perdón, quiero quedarme, quiero quedarme contigo y con ellas. No sé el motivo, pero espero que me ayudes a encontrarlo, pero no dejes que me vaya – suplicó ella.

-          Así que, quieres quedarte, ¿eh? Con una condición: deberás pasar un par de pruebas – sentenció él -. Isabel desata a esta perrita.

Isabel se levantó y sin mirar a su hija fue a la parte posterior de la silla y soltó el nudo que aprisionaba sus muñecas. Cristina una vez levantada, se quedó mirando. Lucas le insinuó con la mirada sus vaqueros. Ella lo entendió a la primera y se los quitó dejándolos caer al suelo. Los tres pudieron ver el brillo inequívoco de la excitación en su sexo. Llevaba el vello púbico corto y en forma triangular invertida.

Lucas la mandó a ducharse y la dijo que no se secara con la toalla. Ella fue al baño obediente y se metió en la ducha. Una voz de aquel hombre la hizo salir del agua y caminar descalza. Él con un gesto con la mano la hizo salir a la terraza donde estaban las otras dos mujeres. La luz de la noche le hizo terminar de excitarse: desnuda, a la vista de otras terrazas y con dos mujeres más. Lucas la dijo:

-          ¿Quieres quedarte entonces? Entonces ven.

Cristina se acercó titubeante, desnuda al aire libre. Ni en sus mejores fantasías, se hubiera atrevido a pensarlo. Atravesó con nerviosismo la puerta de la terraza y el frescor de la noche la sacudió. Las otras dos mujeres estaban allí sentadas en el suelo, apoyando la espalda en la pared del balcón. Se escuchaba el sonido de las olas rompiendo en la orilla solamente amortiguado por los coches que circulaban y las conversaciones de la gente que pasaba por la calle. Se sentó al lado de su madre y esperó.

Lucas las estuvo mirando un rato, sentado en la silla. Las tres mujeres juntas le miraban. Esperaban la señal. Él sonrió para sí. Madre mía, pensó, si hace tres alguien me dice que iba a tener todo esto, le habría llamado loco. En fin, es hora de disfrutar un poco. Vamos a probar a la nueva.

Se levantó y con un gesto las hizo levantarse. Cogió a Cristina en brazos y ella se enganchó casi por instinto a sus caderas cruzando las piernas. Aquel hombre la colocó de nuevo el antifaz y la llevó a la cama. Lo último que pudo ver en casi dos horas fue a su madre y a Lucía sentadas a ambos lados de la cama con las piernas impúdicamente abiertas mostrando la plenitud de sus cuerpos.

De pie junto a la cama indicó a Lucía que la besara con un gesto. Ésta se giró en la cama y se situó a su lado sin tocarla. Podía escuchar la respiración agitada por la privación sensorial de no poder ver lo que sucedía y el miedo a lo desconocido. Lucía sin tocarla abrió la boca y lamió con su lengua los labios carnosos de la chica. Ésta, sorprendida, dio un pequeño brinco pero rápidamente sacó su lengua buscando el contacto. La sumisa más antigua aproximó su cara y permitiendo que aquel apéndice entrara en su boca.

Mientras tanto, Lucas se había acercado a Isabel que miraba atónita y desconcertada desde el otro lado de la cama. Ella tenía la mirada fija y perdida en la escena de su hija besándose con pasión con su hermana, como se llamaban entre ellas. Lucas giró su cara y la dijo:

-          ¿Estás bien?

-          No lo sé. Mira eso – señaló mirándolas -. Es mi hija y no puedo creerlo.

-          ¿Te molesta? – volvió a preguntar él.

Ella por toda respuesta tomó su mano y la llevó a su sexo. Estaba húmedo y el clítoris resaltaba entre el final de los labios mayores. Lucas lo acarició apretando en las zonas que sabía que Isabel era sensible.

-          ¿Crees que esto es de estar molesta? – dijo ella con una mueca -. Estoy como una perra en celo, que es lo que soy. Hazme algo, lo que sea, pero no puedo estar así más.

-          Ven – la dijo él.

Lucas la hizo girar la cabeza y ella supo lo que tenía que hacer. Se la introdujo de un golpe en su boca notando como el glande llegaba hasta la campanilla. Con un ojo miraba a su hija besarse con Lucía y como trataba de tomar la iniciativa, pero Lucía era más experta y se lo impedía, alejándose cuando ella se abalanzaba y volviendo a la carga cuando ella se relajaba. Isabel notaba como aquellas manos que sujetaban su cuello y su nuca presionaban para introducir aquel apéndice en su boca. Notaba las arcadas en su boca, pero no quería ceder. Inspiraba por la nariz todo el aire que podía para evitar ahogarse. La saliva se la salía por la comisura de los labios. En un momento determinado, una arcada la hizo tratar de retirarse, pero Lucas no lo permitió. Cuando se lo permitió jadeó salvajemente mientras lamía con su lengua los testículos del hombre. Había sido increíble.

Repitieron esta acción varias veces, separadas por pequeños periodos de descanso que él utilizaba para esparcir por su cara la saliva y las babas generadas. Isabel notaba como el maquillaje se corría por su cara, pero no le importaba. Ya no miraba a su hija, estaba tremendamente excitada. No sabía que era lo siguiente, no existía un futuro ni próximo ni lejano, sólo esto, y lo aceptaba porque asumía que eso era lo que le hacía feliz.

Lucas tiró del fular y ella comenzó a moverse gateando. Con un gesto de su pie corrigió el gateo, haciéndola apoyar los codos y antebrazos y obligándola a bajar la cabeza. Así recorrieron el perímetro de la cama. Isabel se podía hacer una idea de lo que venía a continuación. Oía los gemidos ahogados de su hija mientras Lucía lamía su cara lentamente. Lucas la susurró al oído:

-          Ya sabes lo que quiero. Hazlo.

Ella se le quedó mirando a los ojos con la esperanza de que aquello no fuera a pasar. Le excitaba sobremanera cuando veía a Clara y Carmen o a Elena y Ana enlazadas en un sesenta y nueve, pero ella era su hija. No pudo pensar en más. La mano de aquel hombre su cuello hizo el resto. Su cara se hundió contra el sexo de su hija.

El vello tan corto rozaba su piel haciendo el mismo efecto que el de una barba de pocos días. Lentamente abrió la boca y lamió aquella zona, provocando un gemido de placer intenso. Lucas le susurró en el oído:

-          Sigue ahí, ¿entendido?

Ella asintió con la cabeza. Estaba masturbando a su propia hija y aquello le parecía surrealista. Pero aún más porque estaba disfrutando. Podía notar sus propias humedades escurriendo por sus muslos. Lucas se sentó en el sofá y las dejó disfrutar un rato.

Pasados unos minutos, el amo se levantó de la silla e hizo levantarse a aquellas mujeres. Agarró a Cristina y la colocó de tal manera que su cabeza quedara en el aire apenas sujeta por el cuello apoyado. La ordenó abrir la boca e introdujo a continuación su miembro en la boca de la joven. Ésta asustada trató de girarse pero las manos de aquel hombre la sujetaban la garganta.

A Cristina le costaba respirar, pero precisamente aquellas arcadas provocadas por aquel falo la provocaban una humedad terrible. No podía ver nada y aquello precisamente era lo más impactante de aquello. Al no tener visión, el resto de sus sentidos se habían agudizado provocándole una descarga de adrenalina que nunca había sentido. Y todo aquello gracias a él.

Cuando Lucas la extraía de su garganta, notaba como la saliva resbalaba por su cara hasta impregnar su pelo. Jadeaba en esos segundos de descanso buscando aire para sus pulmones. Pero, en el momento menos inesperado, aquel apéndice volvía a entrar de nuevo, de manera directa y sin escrúpulos en ella. Pasaron así cinco largos minutos que el amo repartía en periodos iguales para permitirla recuperar unos instantes.

Isabel miraba como poseída a su hija. Estaba de rodillas a los pies de Lucas, frente a Lucía. Ambas dos, acariciaban las piernas de su poseedor, mientras esperaban su momento. En un determinado, vio como él se retiraba y se colocaba al otro lado de la cama. Cuando llegó allí tiró suavemente de los pies de la joven hasta que su cabeza quedó apoyada en el colchón. Fue en ese momento cuando Isabel vio lo que él deseaba de ella. Cerró los ojos negando la evidencia, pero sabía que tenía que hacerlo.

Se subió a la cama y colocó las rodillas a ambos lados de la cabeza de Cristina. Después se dejó caer y apoyó su sexo empapado sobre la cara de su pequeña. La mirada de Lucas fue aprobatoria.

Cristina notó algo que se colocaba en su cara y se asustó. No sabía lo que le esperaba pero aquel calor que la inundaba la sacó de dudas: era un sexo femenino. No pudo siquiera analizarlo porque a continuación notó como la penetraba aquel hombre. Al abrir la boca para emitir un jadeo los labios rozaron aquel órgano y se sintió aún más desconcertada. ¿Será el de aquella mujer?, se preguntó, o lo que es peor, ¿el de su madre?.

Lucas inspeccionaba a través de los ojos de Lucía lo que sucedía en el otro lado de la cama. Ésta informó, levantando un brazo que la chica no estaba haciendo lo que se presuponía que tenía que hacer. Lucas asintió y se salió de ella. Cristina notó que aquel falo abandonaba su cuerpo y se sintió mal. ¿Por qué se iba? se preguntó. Quizá, se aventuró a suponer, si abro la boca y lamo, él vuelva a entrar. Pero al mismo tiempo, se sentía morir, pensando en lo que estaba haciendo. Notaba como aquel hombre se detenía rozando con el glande sus labios mayores y se sentía excitarse por momento. ¿Qué hago?, volvió a preguntarse. Necesito que la vuelva a meter, no puedo soportarlo, estoy caliente como una perra en celo.

Insultándose a sí misma, abrió la boca y sacó la lengua para rozar con la punta aquel sexo. Tenía un sabor extraño, amargo pero cálido. Al mismo tiempo, otra vez aquella herramienta volvió a su interior. Cada vez que ella paraba, aunque fuera para respirar, notaba como se salía de ella y no quería que eso sucediera, por eso apenas respiraba, sólo mordía, lamía, succionaba aquel sexo mientras el placer se extendía por su cuerpo.

Mientras tanto Isabel había pasado del asco interior por obligar a su hija a masturbarla, aunque fuera a través de su amo, a una excitación incontenible. Al principio, ella había sido torpe, llegando incluso a hacerla daño con los mordiscos que le daba. Pero ahora, parecía tener un don natural para provocar el placer ajeno. Si a eso le sumaba que Lucía estaba enfrascada en una lucha por morderle los pezones, resultaba una ecuación difícil de sostener. Estaba llegando al final y lo sabía, pero también sabía que él quería esperar aún más. Por eso, agarró la cabeza de Lucía y la acercó a sus labios:

-          No llegó, ayúdame – imploró en un susurro apenas audible.

-          ¿Qué quieres que haga? – le inquirió ella tras levantar la cabeza e introducir su lengua en su oreja.

-          Muérdeme salvajemente el pecho. Aprieta, clava y tira hacia ti. Tiene que dolerme o no lo soportaré y me correré salvajemente – suplicó.

Lucía miró alternativamente a la mujer y al amo. Éste conocía la situación, porque la cara de Isabel la delataba. Está bien, pareció asentir con un susurro.

La más veterana se acercó hacia aquel pezón, duro y grande por efecto de la excitación y lo introdujo lentamente en su boca. Cuando lo tuvo dentro, hincó fuertemente los dientes y retiró la cabeza hacia atrás. Isabel ahogó un grito de dolor con la palma de la mano que previamente se había metido en la boca. Jadeó buscando el aire cuando aquel dolor tan agudo se calmó. Su cuerpo se había relajado, pero no sabía por cuanto tiempo.

Lucas había asistido divertido a semejante acto y de nuevo penetraba de forma continua a Cristina. Ésta, que se había asustado por el gemido ahogado, volvía a aplicarse intensamente a aquel sexo del que ya conocía a su propietaria. Estaba masturbando a su propia madre. Lejos de producirle asco, le produjo placer.  Levantó sus manos y agarró el trasero de Isabel como queriendo acercarlo aún más a su boca.

Lucas observaba con deleite como Cristina se iba entregando más y aceptando los vínculos de sumisión. Rompía los lazos y tabúes al ritmo de su excitación. Pero Lucas sabía también que aquello no era más que el principio y que mañana sería más difícil que hoy.

Notó como la joven se corría salvajemente y sin control y sonrió. La queda mucho por aprender. Autorizó a Isabel a hacer lo mismo a través de Lucía y aquella mujer estalló sobre la cara de su hija sin control, gritando de placer y moviendo la cabeza y las caderas, aplastándolas sobre la cara de su hija que recibía con gemidos ahogados los flujos del orgasmo de su madre.

Lucas salió de Cristina y se dirigió a Lucía que le miraba con ojos anhelantes. Todas habían tenido su recompensa, y aunque sabía que podía quizá no tocarle a ella, lo deseaba fervientemente. Lucas la tomó de la mano y la dijo:

-          Ahora tú, veterana. Isabel ven aquí con Cristina.

Lucía se tumbó boca abajo en la cama y esperó a que Cristina se quitara el antifaz empapado de su madre. Isabel, poseída por el amor que sentía hacia aquel hombre, cogió el fular del suelo y se acercó a su hija. Ésta, con la cara desencajada por todo los nervios, la excitación y el orgasmo acontecidos en todo el día se dejaba hacer. Isabel pasó el fular por la pierna derecha de su hija y luego por su izquierda y lo ató fuertemente uniéndose a ella. Sonriendo la dijo:

-          No te preocupes, todas lo hemos pasado.

-          Mamá, esto, esto... – balbuceó ella.

-          Sí, es increíble, pero para mí es mi vida – y dicho esto la besó suavemente los labios provocando un temblor en su propia hija.

Mientras tanto, Lucas tumbado encima de la espalda de Lucía la penetraba sin piedad, salvajemente, provocando gemidos de placer y jadeos de la mujer que se agarraba con las manos a las sábanas. Mirando la escena, madre e hija estaban abrazadas por el fular, con la hija con los ojos fuera de las órbitas y notando como de nuevo su cuerpo se excitaba. Ver a aquel hombre entrando y saliendo de una mujer, delante de dos mujeres más, le provocaba un morbo increíble. Lo tenía decidido, sería una de ellas.

Lucas en un momento determinado, notó que su orgasmo se acercaba y tenía una sorpresa final para la recién llegada. Se levantó de la cama y Lucía lo interpretó. Se puso de rodillas delante de él y esperó con los ojos cerrados y la boca abierta a que su amo eyaculara en su cara. Cuando lo hizo, recibió tres descargas poderosas en su cara y su pelo ante la atónita mirada de Cristina, que notó como su madre la desataba de ella.

-          Cristina – dijo el amo -, ven aquí.

-          ¿para qué? – preguntó ella.

No vio llegar la bofetada a su cara. Sólo notó un calor en su mejilla. Hacía años que nadie le pegaba y aunque su primera intención fue revolverse, su madre la sujetó de los brazos y ella lo entendió. Bajo la mirada reprobatoria del amo se acercó y se arrodilló a instancias de Isabel que la seguía sujetando.

-          Déjala bien limpia – ordenó él -, y que no tenga que repetírtelo de nuevo.

-          No, no, por favor – suplicó ella, al tiempo que una nueva bofetada le daba la respuesta a su súplica.

Lucía con el cuello hacia atrás, notaba el líquido viscoso que reposaba en las cuencas de sus ojos maquillados, como resbalaba por sus mejillas y pensó: venga, “niña remilgada, que me canso”.

Cristina se aproximó tratando de reprimir el asco que la situación le producía, pero un poco excitada por todo aquello. Cierto que se había visto videos de mujeres haciendo esto muchas veces, pero nunca le había tocado lamer a otra mujer con semen en la cara. La mano de Lucas la hizo decidirse y fue limpiando con su lengua todas las partes del rostro de Lucía. El amo le indicó que cuando estuviera completada la tarea tragara y ella fue guardando todo eso en su cara. Cuando acabó, abrió la boca y mostró aquel líquido. Después tragó y fue felicitada por su madre y Lucía con un sonoro beso en la mejilla.

Lucas se levantó y dijo:

-          Buen trabajo, chicas. Es tiempo de darse una ducha y cenar un poco.

-          Sí amo – contestaron ellas al tiempo.

-          ¿Os quedaréis a dormir? – preguntó retóricamente él.

-          Será un placer – contestó la madre.

Dicho esto, Lucas la cogió de la mano y se la llevó a la ducha.

-          Vosotras dos, Lucía y Cristina, después. Esperadnos aquí.