Lucía (20)

La llegada de Cristina (I Parte)

La llegada de Cristina (principios del otoño). De 11 am a 20:00.

Cristina estaba terminando de hacer su maleta. Miraba alrededor despidiéndose de sus cosas. Su madre le había prometido que se las haría llegar, pero no sabía si aquello iba a ser posible. Su padre había sido terminante: esa zorra no puede quedarse en casa después de lo que me ha hecho. Isabel había tratado de convencerle hacía un par de noches de que era su hija y que un error lo tenía cualquiera. Pero había sido en vano. El plan había tenido que activarse de forma prematura y ahora ella lo sabía.

Muchas cosas habían ocurrido desde hace dos días. Sentándose en la cama le vino a la mente la cara de desprecio con que su padre la había echado de su casa. Su madre, llorando como una magdalena había conseguido que le diera un par de días para arreglarlo todo y éste había cogido una maleta y se había ido de casa amenazando con echarla él mismo si a la vuelta de su viaje de negocios no estaba fuera.

Isabel, histérica, había llamado a su amo para comentarle que todo se había precipitado y que necesitaba ayuda. Éste, junto con sus compañeras, decidieron poner en marcha el plan que previamente habían acordado.

24 horas antes...

11 am

Aprovechando que su marido no estaba en casa, Isabel se había acercado a la habitación de su hija y tras hablarle de temas más o menos triviales se decidió a contarle la verdad. Para ello, le dijo, tienes que entender que me estoy poniendo en tus manos, pero lo hago por tu bien.

-          Mamá, ¿qué pasa? – pregunto ella.

-          Cariño, desde hace un tiempo, tu padre y yo vamos cada uno por nuestro lado – respondió la madre mirándola a los ojos -. Hace un tiempo yo conocí un mundo que no es bien aceptado en la sociedad, pero que a mí me ha hecho sentirme más mujer, sentirme apreciada y deseada, y sobre todo protegida.

-          Mamá, ¿eres de una secta? – preguntó su hija mirándola con aire de desprecio -. No estoy precisamente para muchas tonterías últimamente.

-          No cariño, no es una secta, aunque sí es algo que tengo que compartir contigo...

-          Dímelo entonces, cualquier cosa que me digas me va a parecer surrealista.

-          No sé cómo te lo vas a tomar, porque cuando lo sepas, es posible que me desprecies como madre y como mujer. Pero en fin, Cristina, desde hace dos meses, pertenezco a un hombre. Soy su sumisa – confesó Isabel.

Cristina se quedó sin habla. Había oído hablar de mujeres que les encantaba que las hicieran todo tipo de cosas humillantes y dolorosas por el mero placer de sentirse así, pero no pensaba que su madre, con todo su carácter fuera una de ellas.

-          Cariño, lo soy, como lo es otra gente. Pertenezco por pura voluntad a un hombre que me cuida y me hace sentirme una mujer como nunca lo he hecho – continuó ella -. Pero hay más.

-          ¿Más aún? – preguntó su hija asustada.

-          Sí, pero antes de contarte más cosas, necesito que veas este DVD. Y quiero que lo veas como yo te he educado, como una mujer tolerante que sabe ver las cosas como lo que son. Cuando acabes, si quieres saber más cosas, te las contaré. Si no quieres saber nada de mí, lo entenderé, pero en ese caso cariño, tendremos que buscarte un lugar donde puedas vivir.

-          ¿Y la tía María? Me dijiste que podría ir con ella  – preguntó ella casi gritando -. O sea que si no te digo que te entiendo y que es maravilloso lo que hay aquí, ¡no podré irme con ella!, ¿es eso?

-          Cariño – dijo su madre levantándose de la cama donde estaba sentada -. Ponte a verlo y luego hablamos. Y creeme, esto es más duro para mí que lo será para ti.

Cristina se levantó de la cama y fue hasta la mesa donde estaba su ordenador. Tras encenderlo, introdujo el DVD y activó la reproducción. La primera imagen mostraba la cara en primer plano de su madre, saludando y confesándole de nuevo su condición. Cuando el plano se abrió, su boca se contrajo en una mueca de asombro al ver a Isabel, de pie, desnuda con una cadena al cuello. Pudo ver los grandes pechos de su madre rematados por unas pinzas plateadas donde colgaban dos pequeños adornos triangulares. El plano seguía discurriendo por la cadena hasta llegar a la mano de un hombre. El hombre la saludó y le dijo que lo que a continuación iba a ver representaba lo que su madre había decidido ser por voluntad propia.

Cristina estaba asombrada pero a la vez notaba una humedad en sus bragas. Ver la imagen de su madre, sonriendo de esa guisa le había asustado, pero luego su mente se había disparado sola. Detuvo la reproducción y estuvo tentada de romper el DVD, pero no lo hizo. Increíblemente estaba excitada. Decidió seguir.

Isabel estaba en la cocina dando vueltas. Se había preparado un café pero apenas lo había tocado. Miraba el reloj como si cada vez que lo mirara el tiempo se hubiera detenido. No sabía qué hacer. Buscaba una señal, el sonido de la puerta y los pasos de su hija. Pero por otro lado, tenía pánico de que su hija enseñara la grabación por ahí. Se estaba jugando el todo por el todo y no tenía certeza de que iba a ganar. Se sentía indefensa.

Cristina seguía mirando el DVD cada vez más excitada. Era un montaje de cosas que hacía su madre: bañándose desnuda en una piscina, teniendo sexo salvaje con ese hombre al que llamaba amo, introduciéndose un dildo acabado en una crin de caballo por el ano, paseando desnuda por un bosque, o a cuatro patas con el collar en las manos de aquel hombre, comiendo de un plato con la boca, haciendo las tareas de una casa desnuda y encadenada, o simplemente atada a una columna con los pechos llenos de pinzas. No pudo resistirlo más y se quitó el pantalón corto y las bragas negras que llevaba. Con el embarazo las hormonas se le habían disparado y se masturbaba varias veces al día. Siempre lo hacía cuando estaba en casa sola, pero esta vez no podía evitarlo. Ver a su madre desnuda haciendo esas cosas la excitaba y empezaba a pensar que era ella la que quería estar allí.

La siguiente toma mostraba una casa que a ella le pareció familiar y mostraba a su madre tumbada en una cama. A continuación una mujer se tumbaba encima de ella y hacían el amor de manera salvaje y compulsiva, explorándose por todos lados y jadeando. Cuando acabaron, la mujer desconocida se quitó el antifaz que llevaba y la cara de su tía María apareció ante sus ojos. Cristina, que ya se masturbaba salvajemente, abrió la boca de asombro. Su propia tía. La hermana de su madre. Por eso mamá me decía que si no lo entendía, me buscaría otro sitio. Y yo empecé a chillarla se dijo..

Isabel no aguantaba más. Sentía que la espera la ahogaba. Se asomó un par de veces al pasillo a ver si veía a su hija, pero no detectó nada. Volvió y se bebió el café que se había quedado frío. No podía quedarse así, necesitaba respuestas. Recordó las enseñanzas de su amo: cuando te agobies, resetea y vuelve a los orígenes. ¿Pero aquí?, se preguntó, ¿en casa?. Decidió que no era su casa, que su casa estaba junto a él y a sus compañeras. Sin dudarlo más, se quitó el vestido de botones que llevaba y observó el sujetador blanco. Mirándolo con asco se lo quitó. Ya no le gustaba esa clase de ropa interior: lisa, de tirante ancho y copas exageradas. La suya estaba en un cajón de su armario en la oficina. Había hecho acopio de lencería allí y sólo con ella se sentía cómoda. Lo tiró al suelo junto al vestido y se acarició entera. Desnuda estaba mejor. Se sentó en la mesa y apoyó su cabeza en los azulejos. Cerró los ojos y buscó relajarse. Justo cuando empezaba a lograrlo oyó la puerta.


12:00

El avión aterrizó con retraso y Lucas miró el reloj. Calculaba que la reunión no le llevaría más que un par de horas y luego podría dedicarse a otros asuntos más placenteros. Lucía había llamado a la oficina el día anterior para confirmar que los clientes habían cambiado la hora de la reunión y el director general le había pedido que la acompañara para cerrar el negocio. María había gestionado las reservas de hotel pero esta vez las habitaciones, aunque en la misma planta no eran contiguas.

Cuando salió de la terminal cogió un taxi hasta el hotel donde se registró. Por el camino consulto su correo electrónico privado inquieto. Todavía no había noticias. Lo cerró con desgana y se dedicó a preparar la reunión. En el hall del hotel coincidió con Lucía que llegaba de visitar a otros clientes que tenía en la zona. Llevaba un elegante traje chaqueta negro con raya diplomática con blusa azul. Un generoso escote mostraba el colgante que identificaba su condición. Se saludaron cordialmente por no llamar la atención y tras recoger la llave de la habitación tomaron el ascensor.

Una vez dentro, Lucas metió directamente la mano por dentro de la blusa y amasó unos de los pechos pellizcando con dos dedos el pezón, lo que provocó un gemido entrecortado de la mujer.

-          Te he echado de menos en la oficina – dijo él.

-          Y yo a ti – respondió ella mordiéndose el labio -. ¿Tienes un rato?

-          ¿Para hablar de trabajo? – sonrió él.

-          Sí, pero del otro trabajo. Te necesito. ¿Te vienes a mi habitación? – suplicó ella.

-          Dame un motivo para ir – sentenció él.

Lucía se separó de él y le miró. Cuando se abrió la puerta del ascensor salieron al pasillo. Ella miró a ambos lados y le pidió que le sujetara el bolso. Cuando él lo tuvo en las manos, ella se quitó la chaqueta y se la pasó. Se abrió a continuación la blusa y dejó al aire sus pechos. Estoy loca pensó, pero ahora no puedo parar. Caminó a su lado mientras se quitaba la falda dejando ver unas medias finísimas acabadas en unas blondas blancas. Un tanga de color morado remataba aquellas piernas. Caminó delante de él mientras llegaba a la puerta de su habitación. Menos mal que son las tres de la tarde y aquí no hay nadie se decía para si. Se volvió para pedirle la llave, pero él se negó con la cabeza. Así no, le dijo. Ella le suplicó que no con la mirada pero su respuesta no admitía dudas. Se agachó hasta ponerse de rodillas y apoyó los codos en el suelo. Él cogió la llave de su bolso y tiró su ropa al suelo. A continuación ató la blusa alrededor de su cuello como si fuera una correa y la hizo gatear hasta recorrer dos habitaciones más, regresando de nuevo a la suya.

Lucía estaba tremendamente asustada. Nunca se había exhibido en un hotel y en cualquier momento podía venir alguna camarera u otro huésped y sorprenderla en esa postura. Precisamente por eso notaba como su sexo se humedecía. Oyó el clic de la llave magnética y suspiró. A un tirón de la improvisada correa, entró gateando en la habitación. Quiso incorporarse pero la suela del zapato de su amo lo impidió. Cuando la puerta se cerró, Lucas la ordenó que se quedara quieta en la puerta. Mientras, él inspeccionó la habitación. Salió a la terraza para comprobar que daba al paseo marítimo donde a esta hora el tránsito de coches era constante. Silbó para que ella viniera.

Lucía gateaba lentamente como él le había enseñado, marcando mucho el movimiento de las caderas y con los codos y antebrazos apoyados en el suelo. Notaba como el sudor caía desde sus sienes hasta los hombros para acabar en los pechos y en el suelo. Su respiración, alterada por su estado de ánimo y el esfuerzo hacía que los pezones rozaran la moqueta provocando en ella aún más excitación, que ya alcanzaba niveles elevados, como lo demostraba las manchas de humedad de la tela del tanga.

Al alcanzar la terraza vio que su amo estaba sentado en una de las sillas. Estaba en mangas de camisa y tenía el pantalón desabrochado. No necesitó saber más. Llegó hasta sus piernas y apoyándose en los brazos de la silla restregó sus pechos por las piernas del traje hasta quedar su boca a la altura de su miembro. Utilizando sólo su boca lo dejó al aire libre y se lo introdujo entero emitiendo un gemido ahogado.


13:00

Pudo ponerse el vestido de forma rápida aunque no abrocharlo completamente. Con una patada empujó el sujetador hasta hacerlo desaparecer debajo de la mesa de la cocina. Cuando su hija llegó casi toda la curva interior de sus senos era visible. Cristina venía con el DVD en la mano y estaba sudando.

-          Mamá, ¿es esto cierto?, ¿está la tía metida en esto también?

-          Sí cariño, está metida, pero hay otras mujeres más – respondió ella.

-          ¿Más? ¿Cuántas sois? – preguntó sorprendida mientras le ofrecía el DVD.

-          Bueno, Cristina, está la tía María, Lucía que es compañera de trabajo del amo, Clara y Carmen que son como tú y yo madre e hija, Yelena que es la chica que hace las tareas domésticas y Ana, Paco y su hija Elena – enumeró Isabel -, y claro yo.

-          No puedo creerlo – dijo Cristina -. Mamá, por favor, dime que es una broma, que tú no llegas a verle y haces esas cosas. Y por favor, tápate que ya te he visto desnuda en el disco.

-          Cariño, hago mucho más que lo que has visto ahí. El tema es que es lo que te puedo ofrecer, formar parte de esa familia, porque de lo contrario, tendríamos que irnos a vivir a otro lado juntas – apuntó la madre -. Pero una cosa te digo, no voy a renunciar a ellos, ya no.

Cristina miró a su madre. Lo que acababa de ver había removido su interior como pocas veces lo había hecho. Esa mujer que no le había dejado llevar tangas ni escotes, que apenas le había permitido un bikini más estrecho de lo habitual resulta que ahora era una mujer desinhibida, salvaje y sobre todo sumisa. No podía creerlo.

-          Y entonces, ahora, ¿qué tengo que hacer? ¿Desnudarme delante tuya y decirte que sí, que acepto lo que eres? – preguntó chillando.

-          ¡Cristina, no seas cría! – gritó su madre -. Te has quedado embarazada, no creo que haya sido por rezar el rosario, ¿verdad?. Yo no te pido nada ni te ofrezco nada, puesto que no tengo potestad para hacerlo. Te he confesado lo que soy y te he contado, puesto que él me lo ha pedido, lo que soy para que si te decides ir donde tu tía María sepas lo que te vas a encontrar.

-          Pero es que, aunque yo no acepte, ¿van a hacer esas cosas delante de mí? – preguntó la hija con una mueca de asombro.

-          Por supuesto – respondió la madre -. Ni tú ni yo somos más importantes que lo que tenemos allí. Si quieres participar, te presentaré al amo, y si le convences, te unirás. Si no, cariño, te quedarás fuera y esta vez tu madre no puede salir al rescate.

Dicho esto salió de la cocina hacia la habitación que hacía las veces de su despacho y la dejó allí con sus dudas


15:00

Lucía abrió los ojos. No se había quedado dormida pero la sensación de estar apoyada en el pecho desnudo de Lucas le daba una sensación de calma absoluta. Habían sido los veinte minutos más frenéticos en mucho tiempo con el amo. De hecho no recordaba como había llegado desde la terraza a la cama tras lo que había pasado.

(Recuerdos de Lucía)

Mientras le masturbaba con su boca, él se había quitado la camisa y la había lanzado dentro de la habitación. Ella había aprovechado para arrancarse el tanga, que si mal no recordaba debía estar en la terraza aún, y ponerse de pie. Sin dudarlo, él la había sentado sobre sus rodillas y ella se había girado dándole la espalda. Con mucha calma se había levantado un poco para que él la penetrara y a una orden suya había comenzado a cabalgarle. Nunca en el tiempo que llevaba con él, le había otorgado esa posibilidad. Y ella, le daba igual lo que pasara después, había decidido darle todo el placer del mundo. Una mano la había apoyado en su pierna izquierda, mientras que la derecha se había enroscado en su cuello para sujetarse. Así le daba la posibilidad de acceder con su boca a su cuello y a sus senos con sus manos.

Lucas gemía de gusto mientras acariciaba con su mano derecha el pecho de su sumisa. La vista de la espalda de aquella mujer, unida al reflejo del sol en el mar eran un marco incomparable. Notaba el calor del astro en su cuerpo y el sudor de Lucía cayendo sobre su cuerpo. Con la mano izquierda sujetaba su cabello para tirar de su cuello hacia atrás. Veía saltar la gargantilla sobre su pecho y notaba como sus senos se endurecían según se iba excitando cada vez más. Decidió concederle unos minutos más de placer antes de tomar las riendas. Le gustaba ver como Lucía se desbocaba, como salvajemente perdía el control de su cuerpo y se desinhibía.

En un momento dado, la sujetó con las manos las caderas y la dijo: al suelo. Ella lo entendió perfectamente, había tenido unos minutos para darle placer y él ahora iba a tomarlo a su conveniencia. Sabía lo que tocaba y se relajó. Lucas entró de un golpe seco en ella, provocando un gruñido grave acabado en un “sí” prolongado. Notaba como las rodillas se le clavaban el suelo pero no le importaba. Notaba que su orgasmo estaba cerca y no sabía cómo retrasarlo. Levantó la mano izquierda del suelo y se retorció con todas sus fuerzas el pezón derecho, provocándose un gemido de dolor que retuvo momentáneamente la excitación. El amo sonrió con aquello y decidió acelerar aún más, haciendo que los pechos de la mujer brincaran salvajemente y que su cuerpo no pudiera controlar el orgasmo. Con el último suspiro, levantó la cabeza y susurró: por favor, no puedo más.

Él la hizo callar con un dedo en sus labios y siguió poseyéndola al mismo ritmo. Lucía se mordía el labio buscando aguantar un poco más. Bajaba la cabeza, la giraba, buscando una señal que parecía no querer llegar. Lucas le preguntó si por ser día especial hoy, lo querría dentro y su cara se contrajo en una mueca mezcla de sorpresa, incredulidad y placer. Asintió como pudo y lo que había estado esperando mucho tiempo por fin se producía. Su cuerpo se inundó de calor y estalló en un orgasmo salvaje coincidiendo con la llegada de su amo a su interior.


15:30

Cristina llamó a la puerta del despacho. Su madre trataba de concentrarse en un informe que tenía que presentar aunque no podía. Ni se había molestado en abrocharse el vestido. Estaba enfadada, cansada y derrotada. No sabía qué más hacer. Por eso cuando su hija le habló ni siquiera se giró.

-          Mamá, ¿puedo entrar?

-          Dime, estoy ocupada – respondió de mala gana.

-          ¿Tú crees que puedo hacerlo? En serio, ¿crees que podría hacerlo contigo delante con otra persona, con la tía o incluso contigo? – preguntó entre pucheros mientras abrazaba el cuello de su madre.

Su madre giró la silla y se quedó asombrada de lo que vio. Su hija estaba completamente desnuda. Tenía el mismo tipo que ella, sólo que con dieciocho años, como ella misma reconoció. Mujer de pechos amplios, con pezones grandes, caderas proporcionadas y unas curvas difíciles de no observar. Llevaba el vello púbico recortado en una franja estrecha sobre su clítoris. Se intuía una pequeña barriguita por el embarazo. Se sorprendió de estarle haciendo un examen de tanta profundidad. Es igual que yo, concedió. Se levantó y fue hacia ella.

-          No lo sé. Ni siquiera sé si yo podría verte haciendo las cosas que hago yo. Por eso estoy tan asustada – respondió ella -. Tengo pánico por meterte en un mundo que luego no te guste y condenarte a él. Pero ahora mismo, el trabajo está fatal, no podría sostenerte aunque quisiera fuera de esta casa. Por eso, ellos son mi única opción.

-          Mamá, lo he decidido, tengo muchas dudas, pero quiero conocerle – sentenció -. ¿Qué tengo que hacer?

Su madre se levantó y la abrazó. Podía oler su piel, sentía el calor que emanaba. Sus dedos acariciaron su espalda y la emoción la desbordó. Comenzó a llorar.

-          No llores por favor, pero necesito hablar, necesito que me cuentes todo. Se que estáis desnudas con él, porque lo he visto en el DVD. Eso no me molesta, pero desconozco lo demás.

Isabel se tranquilizó y cogió de la mano a su hija para llevarla al salón donde podrían hablar con más calma. ¿Qué estoy haciendo? Se preguntó. Es mi niña. Pero la suerte estaba echada.


19:30

Isabel miró el reloj mientras caminaba por la calle. Llegaba tarde. Había tenido que ir a la oficina por un tema de trabajo, precisamente hoy que estaba de vacaciones por el tema de su hija y se había entretenido en la oficina. Además había tardado más de la cuenta en aparcar en esa zona. Notaba como su respiración estaba alterada por el esfuerzo de tratar de ir deprisa andando con esos tacones y la falda. Se miraba en los escaparates de la tiendas y pensaba: “voy hecha una furcia de primer nivel, como me viera alguien conocido”.

Había conseguido contactar finalmente con su amo y éste le había dicho que estaba en un hotel de la periferia y que esperaba verla. Ella le había dicho que iría volando en cuanto se arreglara convenientemente. Habían hablado de Cristina y ella le había confirmado que quería citarse con él. También había confesado sentirse mal por la sensación de empujar a su hija hacia un mundo extraño en el que, aunque ella se sentía feliz, no le hubiera gustado verla a ella.

Tras colgar a su amo, había llamado a su hija, dándole la dirección de una cafetería frente al hotel para esperar instrucciones juntas. No sabía nada de ella pero Lucas había sido tajante: que se busque la vida para estar allí. Y ella había obedecido.

Volvió a mirarse en un escaparate y vio que el fular que llevaba anudado al cuello se había abierto y mostraba todo su escote. No llevaba más que un sujetador morado de media copa debajo de la cazadora de ante de cremallera que llevaba abierta aproximadamente hasta el inicio de sus pechos. Se miró mientras se anudaba de nuevo el fular y pudo ver como su respiración había logrado que los pezones estuvieran al límite en el sujetador. Su amo la había requerido vestida para la ocasión y ella se maldijo por no tener nada apropiado en la oficina. Había esperado a que todo el mundo se marchara y se había quitado la blusa, había escogido uno de los sujetadores que guardaba en un cajón de su armario y se había vestido de nuevo, dejando las bragas transparentes que llevaba en el bolso. Llevaba una falda negra en forma de tubo por la rodilla que le impedía andar deprisa.

Entró en la cafetería y vio sentada a su hija en una mesa. Llevaba el pelo recogido en una coleta, como su madre le había dicho que le gustaba a su amo, una blusa azul clara con tres botones abiertos y unos pantalones vaqueros ceñidos. La inspeccionó cono ojo clínico y puedo ver que no llevaba sujetador, ya que como ella, tenía unos pezones prominentes. Un par de chicos que la miraban desde la barra también se habían dado cuenta del detalle. Saludó a su hija y pidió una cerveza.

-          ¿Nerviosa, mamá? – preguntó ella mientras dejaba el libro en su bolso. Procuraba que no le temblaran las manos.

-          Histérica – respondió Isabel mientras se ajustaba el fular-. No sé si hago bien dejándote seguir con esto. No debe ser muy normal. Por cierto, ¿cómo es que no llevas sujetador? ¿No ves que vas marcando?

-          Vaya – respondió ella burlona -, la que se ha dejado la blusa en el coche o lo que es peor en casa.

-          Eres muy graciosa – repitió indignada su madre mientras buscaba el teléfono en el móvil que había empezado a sonar..

-          Perdona mamá – dijo Cristina -, estoy muy nerviosa. No sé si voy a poder con todo esto.

-          Ssshhh, calla, es él – sentenció Isabel.

Cristina se quedó mirando en silencio mientras su madre descolgaba. Apenas escuchaba palabras como “hola, sí, estamos aquí, de acuerdo, sin problemas, ¿no podría ser?, entendido, un beso”. Cuando colgó, la cara de Isabel era un poema.

-          Tienes que quedarte aquí hasta que te llame. Yo debo subir ya – dijo la madre.

-          ¿Por qué? ¿No puedo subir contigo? – preguntó ella mientras su corazón se aceleraba y se ponía blanca.

-          No, me ha dicho que debes esperar tu momento – concluyó la mayor de las dos mujeres -. Pase lo que pase, cariño, quiero que sepas que te quiero mucho, pero allí arriba no seré tu madre, no puedes buscar en mí ni consuelo ni ayuda. Si subes es que quieres afrontarlo tú sola. Es muy fuerte, pero no puedo hacer nada.

Dicho esto, se levantó y apuró la cerveza que restaba de un trago. Se acercó a la barra, pagó las dos consumiciones y salió del bar camino del hotel donde esperaba su amo.

A esa misma hora, Lucas estaba sentado en el suelo de la bañera disfrutando de cómo el agua tibia recorría su cuerpo. Su mente estaba repasando como si de una reunión de trabajo se tratara la forma de enfocar la entrevista. Sabía que no debía presionarla, si no engatusarla poco a poco. No es su madre, se repetía. También se cuestionaba si le salía a cuenta el incorporar a otra persona a su mundo, tengo ya bastantes problemas, como para encima una nueva. Pero su lado salvaje le indicaba que era una presa y él un depredador.

No oyó la puerta. Se habían cambiado el segundo juego de llaves magnéticas de las habitaciones para poder entrar y salir convenientemente, ya que esta vez, no disponían de la posibilidad de la puerta interior, como había pasado cuando hacían las reservas a la vez.  Ni siquiera oyó la voz de la mujer que le llamaba. Lucía estaba en la puerta completamente desnuda.

En un instante determinado giró la cabeza y vio el cuerpo de aquella mujer entre la cascada de agua que caía desde la ducha. Estaba espectacular. El pelo, como él le había pedido estaba engominado y sujeto por un coletero de tal manera que dejara la cara libre para que todos pudieran verla. Se había maquillado a conciencia, siguiendo su consejo, marcando mucho los ojos y los labios. No llevaba adorno ninguno, sólo la gargantilla que él le había regalado y que le identificaba como su posesión. Las manos cruzadas a la espalda dejaban ver que se había arreglado las zonas íntimas dejando simplemente una pequeña sombra negra sobre su clítoris. Además, la crema hidratante aplicada por todo su cuerpo hacia que éste brillara a la luz de los halógenos.

El amo cerró el grifo del agua y salió. Su sumisa le había preparado la ropa y ésta estaba encima de la cama. Un pantalón negro de raya diplomática y una camisa blanca de seda, sin ropa interior. Él le dio una palmadita en el trasero como agradecimiento, a la que ella contestó con una sonrisa de felicidad. Acto seguido se arrodilló en el suelo y se sentó sobre los talones a esperar instrucciones.

Isabel subía en el ascensor hacia la planta seis. Los números indicando los pisos parecían permanecer inmóviles haciendo que el ascenso le pareciera muy lento. Iba sola en aquella cabina que parecía no querer conducirle ante su amo. Su cabeza era una marejada de sensaciones. Por un lado, estaba deseando quitarse la ropa, arrodillarse ante él y sentir su calor y su exigencia. Pero por otro lado, sabía que acababa de aproximar a su hija a un lugar donde no quería que estuviera. Si esta niña hubiera tenido cabeza, esto no habría pasado, maldijo entre dientes.

La puerta del ascensor se abrió en la planta donde ella debía bajarse y tras suspirar salió de la cabina. Mientras miraba los letreros que le indicaran hacia donde debía dirigirse realizó la primera de las tareas: se abrió la cazadora completamente dejando a la vista de cualquiera su cuerpo y las copas del sujetador. Empezó a caminar mientras un sudor empezaba a pegar el forro de la prenda con su espalda. Miraba de forma histérica  Cuando llegó a la puerta, se detuvo ante ella y llamó. Tres golpes secos como le habían indicado. Un papel se deslizó por debajo de la puerta.

Tardó unos segundos en verlo. Cuando se agachó vio que era la letra de Lucas. Abrió el sobre con cuidado y su boca se abrió en una mueca de asombro y terror. La nota textualmente decía: desnúdate completamente y llama a la puerta. Lo único que pudo murmurar fue un no, por favor, aquí no.

En vista de que la puerta seguía cerrada y así seguiría estando mientras no cumpliera, apoyó una de sus manos en la pared y se quitó los zapatos. Dejó a continuación el bolso en el suelo y suspiró: había estado esperando un poco de piedad y que la puerta se hubiera abierto. Pero no, no había piedad con él. Ella debería saberlo. Miró alternativamente a la izquierda y a la derecha esperando encontrarse a alguien y contó mentalmente hasta cinco. Cuando llegó a ese número, deslizó las manos a la espalda y desabrochó el botón y la cremallera de la falda. Ésta se deslizó por las piernas hasta caer al suelo completamente. Todas sus piernas quedaron al descubierto, salvo por las finas medias blancas que llevaba y que acababan en una blonda del mismo color.

Temblando por el miedo se quitó la cazadora dejando a la vista el sujetador. Los pechos se habían salido de las protecciones de las copas del mismo debido al aumento de la respiración de aquella mujer, mostrando unos pezones duros, y excitados por la situación y el frescor de la temperatura ambiente Rozando la histeria cruzó de nuevo las manos a la espalda, buscando el cierre de la prenda. Por los nervios no era capaz de soltar el broche, las manos le resbalaban y soltó una blasfemia. Forcejeó varias veces, y al final, respiró hondo y consiguió desabrocharlo. Con toda rapidez lo tiró al suelo y se quedó delante de la puerta. Ésta seguía sin abrirse. Lo he hecho todo susurró. Entonces cayó en la cuenta de que aún llevaba ropa encima. Apoyó el trasero en la pared y se quitó las medias. Temblaba de excitación y miedo a la par que sudaba copiosamente. Notaba las gotas de sudor resbalando por la espalda y por entre sus pechos. Se volvió a colocar delante de la puerta, pero ésta seguía sin abrirse. ¿Por qué? ¿Qué faltaba esta vez? Se miró de arriba abajo y volvió a maldecir: el fular dijo entre dientes. Se lo quitó y lo dejó en el suelo, mientras la puerta se abría justo a tiempo para que ella cogiera toda su ropa y entrara en la habitación antes de ser vista por una pareja de turistas que acababan de salir del ascensor.

-          Buen trabajo – susurró el amo desde la butaca de la habitación mientras Lucía cogía la ropa de sus manos -. Tienes quince minutos para ducharte y prepararte. Cuando estés lista, llamaremos a Cristina.