Lucía (2)

Lucía empieza a adentrarse en el mundo que Lucas empieza a mostrarle.

Día 2. Antes de ir a trabajar.

A la mañana siguiente, mientras Lucas se duchaba, su teléfono móvil parpadeó con un sms. Era de Lucía, diciéndole que se iba a retrasar, que si quería llegara más tarde a por ella o que luego se iba ella por su cuenta. Lucas la confirmó con otro mensaje que la esperaba y que la llamaba cuando estuviera cerca.

Tras tomarse un café, salió a por su coche y al subirse y mirar el asiento donde estuvo ayer su nueva posesión, una sonrisa se dibujó en su cara.

Cuando estaba cerca de casa de Lucía, la llamó por el móvil. Lucía contestó que le faltaba terminar de arreglarse, pero que pasara a casa, que estaba sola, ya que su marido y sus hijas habían salido para el pueblo ya. Al oír eso, la mente de Lucas comenzó a trabajar. Rápidamente, le pidió a Lucía que le abriera la puerta desnuda completamente, a lo que ésta le contestó que sería un placer.

Una vez Lucas aparcó se acercó a la puerta del chalet. Al encontrársela abierta, entró y vio un papel en una mesa. El papel decía, la puerta del garaje está abierta, si quieres entra por allí. Yo estaré en las escaleras de acceso a la casa. La puerta del garaje estaba levantada y Lucas entró y miró buscando la puerta de acceso a la vivienda. En ese momento la puerta se abrió y descubrió a Lucía desnuda, perfectamente maquillada, con su pelo lacio cayendo por los hombros, apoyada en la pared.

Hola cariño, perdona que te haya hecho esperar – dijo a modo de saludo, mientras le sujetaba la puerta.

No te preocupes – respondió Lucas -. Creo que hoy quizá lleguemos tarde. ¿pueden molestarnos?

No, no hay nadie, además es lo que tiene ser el último chalet de la urbanización. La puerta del jardín queda oculta.

Vamos a tu cocina. Vamos a practicar el ejercicio bucal de ayer, pero hoy de otra manera, ¿de acuerdo?

Como tú ordenes. ¿Voy yo primero?

Sí, pero irás así – repuso Lucas mientras su mano derecha aprisionaba su pecho izquierdo y se pegaba a su espalda -. Seguro que así vas más cómoda.

Al llegar a la cocina, Lucas se desnudó completamente y por primera vez Lucía pudo verle desnudo. Quiso acercarse y comérselo a besos, pero se contuvo, porque sabía que tenía que ser así. Lentamente se arrodilló y ofreció su boca para alojar a Lucas. Como había aprendido, empezó a lamer y chupar el miembro erecto de su amo. Lucas comentó:

Hoy toca probar tu cara como lugar para alojar el semen.

Lucía dio un sobresalto al escucharlo. Era algo que siempre le había repugnado, pero trató de que no se notara, mientras se convencía de que era un deseo de quien regía su destino y que tocaba acatarlo. Siguió, por lo tanto, aplicándose a lo que ahora era su forma de vida: dar placer.

Cuando Lucas, que iba guiando todos sus pasos, la avisó, ella se recogió su pelo con las manos, abrió la boca a instancias de su amo y cerró los ojos. La primera descarga la sufrieron la zona de su nariz y ojos, quedándose impregnada de los restos de su amo. Las siguientes fueron a parar a sus labios y su por último, Lucas la obligó a bajar la cabeza para recibirlo en su frente.

Lucía jadeaba, mitad de excitación, mitad de asco. Quería limpiarse toda ella, pero no se atrevía ni a moverse. Lucas, la dijo:

Ven, no te limpies, yo te llevo – cogiéndola en brazos y depositándola en la encimera.

Necesito limpiarme, mis lentillas, por favor.

Lucas, sin hacerla apenas caso, la separó las piernas y Lucía dejó de suplicar. Sabía que, por fin, el momento que estaba deseando desde hacía ya 24 largas horas estaba próximo.

Ssssh, silencio, ahora es mi turno de probarte.

Sí, gracias de verdad, no sabes de verdad lo que necesitaba esto.

Así estuvieron un rato, él dándola placer con su lengua y labios. Ella, sin parar de gemir y jadear, retorciéndose de placer, sujetándose con sus manos a la encimera, apoyando su cabeza en los armarios de la cocina. Sabía que quizá alguien pudiera verla por la ventana, pero en ese momento no podía pensar en otra cosas que en sentir y disfrutar. De vez en cuando soltaba una de sus manos y acariciaba la cabeza de su amo, agradeciéndole todo lo que le estaba dando. Ojala pudiera abrir los ojos y verlo entre sus piernas. Deseaba tanto esa imagen, pero el semen de Lucas aún permanecía en las cuencas de sus ojos y, aunque comenzaba a repartirse por la cara debido a los movimientos de su cabeza, notaba aún como pesaba sobre ellos.

En un determinado momento, se quedó clavada, quieta y arqueando la espalda todo lo que pudo, impulsó su cuerpo para darle a su amo el mejor orgasmo que podía ofrecerle.

Lucas, viendo que Lucía se corría, se apartó y colocó un vaso que había en la encimera para recoger los restos de los fluidos de Lucía.

Lucía se tumbó sobre la encimera jadeando extenuada. Su cara mostraba una sonrisa única, y su cuerpo la relajación propia a lo que acababa de suceder. De repente notó como las manos de Lucas limpiaban su cara de restos. Cuando por fin pudo abrir los ojos, vio un vaso que contenía ambos líquidos. Lucas estaba mezclándolo con agua. Lucía imaginó lo que iba a pasar pero sabía que no iba a ganar esa batalla tampoco, como ninguna desde hacía ya 24 horas.

Apoyando las manos en la encimera, se incorporó y recibió una caricia y un pellizco en unos de sus pechos. Lucas la dijo:

Toma, bébetelo, te lo has ganado

Lucas, eso tiene que ser asqueroso – comentó ella.

Que te lo bebas – respondió Lucas apretando uno de sus pezones hasta que Lucía gimió de dolor -, no me hagas ser lo que no quiero ser.

Lucía, con total sumisión, se llevo el vaso a la boca y lo bebió de un trago, tratando de que todo pasara más rápidamente. Sin embargo, y aunque le parecía repugnante lamió el vaso hasta dejarlo todo limpio.

¿Lo querías así?

Por toda respuesta, Lucas la cogió en brazos y ella, tras sujetarse con sus piernas a sus caderas, recibió un beso largo y cálido.

Tras ese beso, la dejó en el suelo y la dijo:

vamos dúchate, que tenemos que salir para el trabajo.

Ahora mismo – replicó Lucía -, la verdad es que no hay muchas ganas después de esto de ir a la oficina.

Cierto, pero no podemos hacerlo así de sopetón, con el tiempo y organizándolo, pasaremos algún día entero sin interrupciones laborales – rió Lucas.

Pues estoy deseando que llegue ese día – dijo sonriendo ella -. Por cierto, en el primer cajón de la cómoda está mi ropa interior, ¿te importaría traerme lo que luego te daré de mi boca?

Lucas entró en la habitación y ya se pudo imaginar a Lucía atada al cabecero de forja, con los pechos pinzados en lo que él llamaba su rosa de los vientos, con las piernas sujetas con una cuerda por debajo de la cama, y él comiendo encima de su cuerpo. Tratando de alejar ese pensamiento de su cabeza, abrió el cajón mientras oía el agua de la ducha caer. Eligió un conjunto de tanga de hilo y sujetador de copa baja rojos. Estaban bastante escondidos, por lo que imaginó que no eran los habituales de Lucía.

Tras dejarlos en la cama, abrió el armario y vio toda la ropa de Lucía en el lado derecho del mismo. Buscando entre sus cosas, encontró una blusa blanca de lino y una minifalda vaquera de vuelo. Tras sopesar la gente que la vería y que no, decidió además coger un sujetador blanco, por si acaso.

Cuando Lucía salió del baño con la toalla alrededor de su cuerpo, Lucas la dijo:

Todas sois iguales, siempre os ponéis la toalla igual.

Perdón mi amo – contestó Lucía, al tiempo que se quitaba la toalla y dejaba ver su cuerpo húmedo -.

Vuelve adentro y sal de nuevo, pero esta vez sin toalla.

Lucía entro de nuevo en el baño y salió esta vez sin toalla. Un dedo en alto de Lucas le hizo ver que no lo estaba haciendo bien. Mirando inquisitivamente a su amo, éste le señaló la ducha. Ella, obediente, entró y se mojó entera de nuevo. Tras estar completamente empapada, salió del baño chorreando agua por todo el parquet.

Lo estoy poniendo todo perdido – señaló divertida.

Cuando estés conmigo y no haya nadie más, no podrás taparte, así que, tendrás que secarte como si estuvieras en la playa, al aire, ¿entendido?

Comprendido, ¿voy haciendo algo mientras?

Ven aquí – dijo Lucas- voy a secarte la cara.

Cogiendo una camiseta vieja de Lucía que encontró detrás de la puerta secó la cara de su sumisa. Una vez seca, Lucas permitió que se fuera peinando, mientras él tomaba una ducha de agua reparadora.

Para eso quería tu toalla, yo sí me puedo secar. Por cierto, cogeré un poco de la colonia de tu marido, he visto que es la misma – le dijo Lucas desde dentro de la ducha – Por cierto, tu ropa está encima de la cama.

Sí amo.

Cuando Lucía salió exclamó:

No puedo ir así a la oficina, se me va a ver todo.

¿Algún problema? – dijo Lucas, al tiempo que abrazaba a ella por detrás y le obligaba a doblar la cintura hacia su ropa.

No me hagas ir así, por favor.

Lucas sin responder paseó su miembro por la entrada del coño de Lucía. Ésta no pudo evitar el gemido, y le dijo:

Métemela y me llevaré lo que quieras de ropa.

Si te pones esa ropa, quizá esta tarde haga eso que tanto deseas.

Cuando estuvieron listos, ambos salieron hacia el coche de Lucas. Antes de llegar al mismo, que distaba tres manzanas de donde ella vivía, Lucía se paró al lado de un árbol. Sin que Lucas la dijera nada, ella tomó su tanga rojo en la boca y siguió andando. Su tanga colgaba literalmente de la boca. Lucía rezaba para no cruzarse con nadie. Sabía que con su sujetador rojo, la blusa sin mangas de lino y el tanga en la boca ofrecía un espectáculo impagable.

Cuando llegó al coche depositó, como había aprendido la prenda en las manos de su amo y subió al coche donde procedió a dejarse tres botones de escote. Poniéndose las gafas de sol, le pidió a Lucas que arrancara pronto.

Una vez llegaron a la oficina, Lucía se abrochó uno de los botones hasta llegar al despacho. Por el camino se cruzaron con la secretaria del departamento, María, quien comentó que ella venía muy veraniega, que quien pudiera tener ese tipo.

Una vez llegaron al despacho, Lucía se dejó caer en la silla, y respirando profundamente dijo:

Que miedo he pasado, que vergüenza, iba notando a todo el mundo mirándome el culo. ¿Por qué eres tan malo?

Porque se que te encanta que sea así – contestó Lucas-, Aquí dentro me debes un botón más.

Lucía, sin dudarlo, abrió su blusa ese botón y comentó:

Como entre alguien, me muero de la vergüenza

Tranquila, si no hay nadie, más que María y dos más. Estamos solos. Por cierto, vamos a ir de compras a la hora de comer, quiero que te compres lencería para mí.

¿Y que pasa con quien tú sabes? La verá – preguntó Lucía.

También la disfrutará, pero la estrenarás conmigo.

Lucas, la hizo una indicación, y ella se acercó hasta situarse junto a él. Su pelo lacio caía sobre su cara. Él, empezó a acariciar sus piernas. Con un suave gesto las separó y comenzó a subir y bajar la mano por sus muslos. Lucía empezó a ponerse inquieta.

Uf, no sigas por ahí, que no respondo.

¿Ya estás otra vez? Si apenas han pasado dos horas que estamos juntos.

Sí, pero es que de un tiempo a esta parte, no se que me pasa – dijo ella, mientras su respiración se entrecortaba.

Mientras estaban así, entró María. Lucía trató de levantarse, pero un pellizco de Lucas la hizo mantenerse así, haciendo como que miraba la pantalla. Notaba como una gota de sudor por los nervios caía por la espalda. María dejó unos papeles en su mesa y tras intercambiar un par de palabras, salió, no sin antes darse cuenta de que el escote pronunciado que llevaba Lucía, aún con las piernas temblando por los nervios, miró inquisitivamente a Lucas. Éste, para agradecer el esfuerzo que había supuesto la actuación de su sumisa, introdujo dos dedos dentro del sexo de Lucía, que no pudo evitar un gemido ahogado de placer.

Por favor, sigue, muévelos – dijo ella, al tiempo que se movía tratando de provocar la arrancada de su amo.

Sssshhhh, no te muevas, ¿entendido?¿Te apetece un café fuera de aquí? Vamos a ir a la tienda de lencería que hay un par de manzanas más abajo.

¿Tienda de lencería? – respondió Lucía riendo-. Lucas, ¡es un sex-shop!.

Bueno, es donde vamos a ir a que te compres algún modelito para pasar la tarde en el campo.

Lucía, haciendo grandes esfuerzos, se incorporó muy despacio. Un suspiro se le escapó cuando notó los dedos de Lucas fuera de su cuerpo. Lentamente, se recompuso y cogiendo una diadema de tela que llevaba en el bolso, se la puso al pelo.

Me gusta – fue la respuesta de Lucas.

Tras decirle a María que iban a ver a un cliente, ambos cogieron el coche y lo aparcaron a un par de manzanas. Lucía iba nerviosa, mirando para todos los lados. Sabía que iba llamando la atención, y aunque lo hacía por quien ahora regía su vida, no podía evitar sentirse aún un poco incómoda. Antes de salir del coche, Lucas le había ordenado que abriera más la blusa, y llevaba un escote de 4 botones que dejaba ver la totalidad de su sujetador. Una vez entraron en la tienda, el fresco del aire acondicionado produjo una momentánea sensación de calma. Tras saludar al chico que estaba en el mostrador, Lucas la dirigió a la zona de la ropa interior.

Lucía, miraba anonadada la cantidad de modelos de ropa interior. Lucas la señaló tres modelos y le dijo que buscara su talla. Uno de ellos, era un conjunto de tanga negro de hilo que apenas cubría su coño y un sujetador de copa baja que dejaba ver la casi totalidad de sus pechos.

El segundo modelo, era un picardías negro que no llegaba siquiera a su cadera. Hecho de gasa, con la espalda al aire y un escote en forma de V hasta sus pechos, Lucía pensaba que no podía haber ningún otro camisón hecho con menos tela.

Por último, el tercero que le habían escogido era un corpiño rojo a juego con un tanga de hilo. El corpiño, muy ceñido, resaltaba su busto a la par que transparentaba totalmente el resto de su cuerpo.

Mientras iba camino del probador, vio que Lucas charlaba con el dependiente. No quiso preguntar, sabía que se enteraría de ello cuando él quisiera. Cuando él llegó hasta ella, le dijo:

¿Cómo te quedan?

Creo que como una auténtica guarra, Lucas - repuso divertida Lucía.

¿Te atreves a probarte el picardías aquí aquí otra vez?

Claro, ven al probador – dijo ella.

No, cariño, aquí.

Lucas, que el chico me verá.

Esa es la gracia. Si no te atreves, lo entiendo, pero entonces esta tarde tendrás que hacer algo de penitencia.

Creo que me tocaría hacerla de todos modos, ¿no crees? – contestó rápida ella.

Dicho esto, y tras mirarle absolutamente entregada, Lucía se deshizo de su blusa y de su sujetador. Era la primera vez que se desnudaba en público y estaba muerta de vergüenza. Sus pezones, al contacto con el aire fresco de la tienda, se pusieron enhiestos y duros como piedras. Lucía no quería mirar. Rápidamente quiso ponerse el camisón, pero la mano de Lucas la retuvo. Ella lo entendió, quería dejarla desnuda en la tienda. Rápidamente desabrochó la cremallera de la minifalda y tras quedarse desnuda, se puso el picardías rápidamente.

Lucas la miró aprobando el conjunto y la besó en la boca.:

nos llevamos los tres, vamos a pagarlos.

como quieras – repuso ella.

Una vez Lucía se hubo cambiado y abierto la blusa como debía, ambos se acercaron a la caja. Ella, aún con un miedo increíble, no movió ni un ápice de su escote y reuniendo la mayor calma posible, buscó en su bolso la cartera para pagar los billetes. Mirando a Lucas dijo:

No encuentro mi cartera, ¿la llevas tú?

Sí – dijo Lucas, dejándola caer al suelo-. Perdona, se me cayó – continuó Lucas.

Lucía vio la mirada que ya empezaba a conocer y con toda la calma del mundo dobló sus rodillas lentamente dejando que el chico contemplara su escote y la redondez de sus pechos. Aún se detuvo un segundo más para que el chico, con los ojos fuera de sus órbitas, mirara un poco más.

Lucía dijo, guiñándole un ojo a Lucas:

ya está, pero la próxima vez te agachas tú, que si no que va a pensar este chico.

Contando los billetes, los dejó en la mesa y esperó el cambio. Cuando salieron de la tienda, Lucía se echó a reír nerviosamente y comentó:

¿Has visto lo que acabo de hacer? Debo estar medio loca.

¿Pero te gustó? – preguntó él.

Demasiado, y ese es el problema. ¿En serio quieres volver a la oficina?

Sólo a buscar los ordenadores. Tengo pensado algo diferente para la hora de la comida. Ya te enterarás.

Dicho esto, metió la mano por debajo de su falda y acarició su nalga derecha. Ella le miró y susurrando le dijo: estoy deseando saber qué es.