Lucia (19)

Lucía y Ana de camino a casa de Clara. Isabel llega al aeropuerto

Camino de casa de Clara y María.

Lucas llamó por teléfono mientras las chicas paraban en una gasolinera a comprar unas botellas de agua, refrescos y algo de comer. Habló con Clara y le dijo que llegarían en un par de horas, pero que esta vez irían directamente a su casa. Ésta le confirmó que allí estarían y colgó al mismo tiempo que las chicas salían de la tienda. El amo les había ordenado que entraran y compraran, más por el hecho de ver a Ana en acción fuera de casa que por la necesidad de beber algo. Esta variante le había proporcionado una nueva forma de trabajar sobre Ana.

Lucía le contó que la chica que atendía en la tienda las había mirado de arriba abajo. De hecho, se había mostrado recelosa al ver los pezones endurecidos sobre la blusa de Ana. Éstos se habían excitado motivados por el aire acondicionado de la entrada y aunque ella lo había tratado de ocultar, una mirada reprobadora de su compañera se lo había impedido. Ahora, le entregaban la bolsa al amo para que lo guardara en el maletero junto a la bolsa de deportes que allí estaban. Lucas comprobó con deleite que además de agua, habían comprado yogur líquido y bollos rellenos de chocolate.

Cuando abandonaron las gasolinera, él les miró intensamente. Lucía sabía positivamente lo que significaba, iban a trabajar. Se desabrochó el cinturón cuando vio hacia donde se dirigían y suspiró

  • Quiero que cada una de vosotros me de la ropa interior que lleve. Cada prenda que os quitéis no podréis volver a ponérosla.
  • ¡No! – gritó Ana - ¡No, por favor, eso no, nos van a ver!.

Lucas detuvo el coche en apenas entraron en el camino del bosque donde tantas veces él y Lucía se habían divertido.

  • Lucía, pasa detrás. Ana ocupa su sitio – ordenó él.

Lucía, se quitó el top y el sujetador y los dejó en las piernas del amo. Con total naturalidad salió del coche y se quedó esperando apoyada en el lado derecho del coche. Sus pechos se aplastaban contra el cristal de la puerta trasera mientras miraba mitad histérica, mitad excitada hacia la entrada del camino. Ana preguntó.

  • ¿Qué hace? ¿Por qué no entra?
  • Porque no puede – respondió él -. Hasta que tú no salgas y cumplas, ella permanecerá así a expensas de que la vean todos los que pasen. Si yo abro mi puerta, ella deberá dar una vuelta al coche. Así que, si me impaciento por tu falta de decisión, la haré dar vueltas. Pero, tranquila, que tú luego también serás castigada.

Ana se le quedó mirando angustiada. Por un lado, estaba aterrada por lo que le habían pedido, pero por otro, veía que su indecisión estaba costándole a aquella mujer el ser exhibida de manera inmisericorde. El amo se la quedó mirando y ella no supo que hacer.

Lucía vio con pavor como la puerta abría lentamente. Respiró hondo. Sabía que esto no era por su culpa, y que el castigo de Ana sería peor que el suyo, pero deseó con todo su alma que aquella mujer fuera más atrevida y solidaria. En el fondo quería sacarla del coche, romperla la ropa y tirarla al suelo por lo que le había obligado a hacer. Miró hacia ambos lados de la carretera y se giró. Mientras no aparezca la guardia civil, pensó. Comenzó a andar mirando los primeros rayos de sol. Estaba abochornada, pero cada vez notaba más aquel cosquilleo familiar dentro de ella. Se estaba excitando. Los primeros pasos fueron titubeantes, buscando el contacto de sus muslos con el chasis del coche. Pero poco a poco fue caminando con mayor naturalidad. Parecía que el coche no tenía fin. Cuando giró y se puso en el lado contrario, aceleró el paso buscando la protección de la chapa. Toda su espalda fue pasando frente a los ojos de Ana, que humillada no sabía qué hacer. Al llegar a la parte delantera, tropezó con una piedra y tras trastabillar apoyó sus pechos en el capó del coche. El amo la miraba desde dentro y le sonreía agradeciéndole el esfuerzo. Cuando acabó de dar la vuelta, sudaba copiosamente, pero no por el calor, si no por los nervios. Volvió a su posición inicial y esperó no tener que darse otra más, aunque lo que deseaba ahora mismo era que alguien apagara su fuego interior.

Ana había visto todo aquello con los ojos abiertos, humillada, mirando sin querer ver. Cuando el amo se giró hacia ella, comprendió que no tenía alternativa. Aquel hombre podía destrozar a Lucía obligándola a pasear una y otra vez alrededor del coche hasta que ella se decidiera. Con una sencilla e imperceptible mueca de asentimiento, se desabrochó el pantalón y lo dejó en el asiento de al lado. Levantó su trasero para sacar aquel pequeño tanga y cuando estuvo completamente desnuda de cintura para abajo se acercó para dejarlo en el asiento del copiloto. El amo acarició su sexo y pudo notar que se mojaba con la primera de sus caricias. Introdujo un dedo lentamente en su interior y pudo sentir el suave soplido de placer que exhaló aquella mujer

  • ¿Salgo ya? – preguntó nerviosa.
  • Cuando quieras – respondió él con una sonrisa -. Debes llegar a ella, besarla lentamente en la boca hasta que oigas la bocina y luego ocupar su lugar. Ella caminará hasta tu puerta y una vez que entre podrás entrar tú.

Ana fue hacia la puerta más cercana a Lucía, pero la mano de su amo lo impidió. Quería que saliera y recorriera el coche. Se acercó a la puerta y la abrió. Miró que no hubiera coches a su vista y salió del coche. Los rayos del sol de la mañana bañaron sus muslos. Nunca había enseñado su sexo y ahora al hacerlo se sentía extraña. Parecía que se veía desde fuera, como si su cuerpo fuera por un lado, y su mente por otro. Comenzó a andar mientras se preguntaba cuántos pasarían por este camino. Al llegar a la altura de la puerta del amo, éste bajó la ventanilla, y la acarició el trasero como para darle ánimo. Le sonrió forzadamente, estaba aterrada, pero en cambio, deseaba hacer lo que estaba haciendo. Cuando estuvo frente a él, comenzó a sentirse tremendamente excitada: allí estaba ella, semidesnuda, paseando al aire libre alrededor de un coche para satisfacer a aquella persona, un hombre que estaba consiguiendo sin forzar la situación que ella hiciera cosas que pensaba imposibles.

Al llegar a la altura de Lucía, ambas mujeres se miraron y Ana sin dudarlo tomó la delantera. Se acercó a ella y tomando su cabeza entre las manos, abrió su boca y la besó. Lucía reaccionó al contacto de aquella lengua con sus labios y sacó la suya para enroscarla con la de aquella mujer. Ambas se abrazaron mientras rozaban los dientes de la otra, sus pechos se encontraban con suaves golpes propios de la intensidad del momento.

Lucas salió del coche sin que aquellas mujeres le oyeran, enfrascadas en una sucesión salvaje de besos. Lentamente cogió una de las botellas de agua del maletero y se acercó a ellas por la espalda. Los primeros regueros de aquel agua helada les hicieron gritar. El amo, prevenido ante aquella reacción, empujó de nuevo la cara de Ana sobre la de Lucía para obligarlas a que se besaran de nuevo. Insistió en echarles más agua, esta vez desde un lateral para que ambas se mojaran la cara. Ninguna de ellas se separó mientras seguían besándose. El amo estaba tremendamente excitado. Fue hacia el interior del coche y tocó la bocina. Aquellas dos mujeres se separaron jadeando. Buscaban desesperadamente el aire y trataban de entrar en calor. Las ropas que les quedaban estaban parcialmente mojadas. Sin dudarlo ninguna de las dos, se las quitaron y dejaron sobre el capó, quedándose ambas desnudas. Lucas les dijo que subieran así al coche y cuando ellas estuvieron en el asiento de detrás, abrazadas, arrancó el coche.

María comprobó de nuevo la pantalla de información de vuelos. El avión de su hermana acababa de aterrizar. Calculó que en apenas cinco minutos la más lejana de los miembros de su nueva familia estaría con ella. Se giró lentamente procurando que sus pechos no se movieran en exceso y se encaminó hacia la puerta de salida. Había acordado con Lucas que llevaría solamente un tanga y el vestido vaquero, que se abotonaba por delante, comprado en un mercadillo. Unas sandalias de tacón realzaban sus piernas, moldeándolas.

Isabel salió del avión somnolienta. Procuraba dormir la hora de vuelo con el fin de llegar lo más descansada posible. Ansiaba el momento de estar con las chicas y con el amo. Por fin podría estar de nuevo cómoda y relajada, siendo ella misma. El vuelo había sido tranquilo, sólo alterado por las miradas de aquel hombre que se sentaba a su lado. Sabía que había estado observando los montes de sus pechos y que incluso había cambiado varias veces la postura para verlos mejor. Se dijo a si misma que si aquel hubiera tenido la hombría suficiente de pedirle que se los dejara ver, quizá se hubiera abierto más aún la blusa. Pero no lo había hecho.

Pasó por las salas de recogida de equipajes sorteando a las familias que se amontonaban alrededor de las cintas y salió hacia el exterior. Allí le esperaba su hermana. Como siempre, le sonrió y se maravilló de lo tremendamente sexy que era. Con un simple vestido vaquero era la mujer más apetecible de todo el aeropuerto. Se acercó a ella y tras dejar el trolley a su lado, la abrazó para fundirse en un lento beso con ella. Es mi hermana, pero es que me da igual. Lo deseaba tanto, pensó. María, a su vez, abrió la boca para lamer suavemente los labios de aquella mujer y cuando se separaron, ambas se miraron con una sonrisa y unos ojos llenos de lujuria.

  • ¿Qué tal el vuelo?
  • Bien, tranquilo como siempre – respondió ella -. ¿y por aquí?
  • Pues tampoco hay muchas novedades – contestó María -. Ana vive con el amo, ya lo sabes, y cada vez está más integrada. Yo tengo en casa a Paco, que ya le verás, es un desahogo increíble para Yelena y para mí. Y Elena está con Clara y Carmen aprendiendo a destajo. Que capacidad tienen las jovencitas. Cada día nos exigen más.
  • Pero seguimos dando la talla – dijo Isabel mientras caminaban camino del parking -. Por cierto, ¿qué llevas en la bolsa?
  • Tu ropa – le dijo su hermana sin mirarla – Tienes que salir ya con ella puesta. Pero, tranquila, que si quieres puedes cambiarte en el baño, yo no le diré nada al amo.
  • ¿Dijo él donde me tenía que cambiar? – inquirió la recién llegada.
  • No, pero me dijo textualmente que esperaba que te comportaras como él espera de ti. Así que, está bastante claro.

Isabel miró a su hermana y asintió. Si el amo quería que lo hiciera de forma pública, ella lo haría. Cuando llegaron al coche, María abrió el maletero y dejó la maleta de Isabel en su interior. A continuación le entregó la bolsa. Ésta lo abrió y vio simplemente una camiseta de baloncesto de un conocido equipo americano. La talla L era suficiente para taparle todo el cuerpo. Suspirando, abrió la puerta del copiloto y dejó la bolsa. Miró a ambos lados y comenzó a desabrocharse la blusa. Pequeñas marcas de sudor se habían marcado ya en las axilas y en la zona de los pechos. Su hermana le miraba apoyada en una columna. Escondía en su mano la cámara de fotos. Cuando la blusa quedó abierta, la sacó y le dijo a Isabel que mirara. Ésta levantó la cara y se encontró con el flash. Boquiabierta se la quedó mirando pero la sensación de sentirse observada pudo más que el aturdimiento.

Dejó la blusa en el asiento del coche y todo lo rápido que pudo trató de soltarse el sujetador. Le sudaban las manos y el cierre resbalaba entre sus dedos. Empezaba a ponerse nerviosa. Para colmo de males, su hermana no le ayudaba. Estaba pendiente de sacarle fotos. Quiso ponerse la camiseta y luego quitarse el sujetador pero María se lo impidió cogiéndola antes que ella. Le dijo que lo intentara quedándose desnuda, que al amo le gustaría verla completamente al natural. Trató de protestar pero la mirada reprobadora le hizo desistir. Sabía que la expresión "a Lucas le gustaría" significaba que la orden partía del Amoy que no admitía discusiones.

Suspiró profundamente cuando sus dedos soltaron el cierre. Todo lo rápido que pudo se lo quitó y lo tiró dentro del coche. Miró a su hermana con una sonrisa que parecía decir, por fin, y fue a por la falda. En ese momento oyeron pasos y quiso meterse en el coche, pero María que conocía esta misma tarea le dijo que se ocultara detrás del coche, junto a la pared y siguiera desnudándose. Isabel caminó todo lo rápido que pudo notando como sus senos se movían descontroladamente. Al llegar a la parte trasera, notaba como el sudor caía por sus axilas hacia sus caderas, sus pechos subían y bajaban debido a los nervios. Su hermana, en cambio, parecía tan normal, sacando fotos de su cuerpo. Debe llevar más de diez, la asquerosa, pensaba. Vio que seguía teniendo la camiseta en la mano y tras respirar dos veces para tratar de calmarse, se desabrochó el botón y la cremallera que la sujetaban. Ésta, al perder su sujeción se deslizó suavemente por las piernas mostrando el sexo desnudo de su propietaria. María la hizo girarse para fotografiarla desnuda. Isabel estaba desatada una vez dejó de escuchar los taconeos por el parking. La sensación de pánico había dejado sitio a una excitación salvaje. Empezó a posar apoyada en el coche, abrazada a la columna, sentada en el maletero. María estaba empezando a excitarse, pero ella no tenía autorización para nada más. Haciendo un último esfuerzo apagó la cámara y le tendió a su hermana la camiseta diciéndole que les esperaban. Isabel salió del coche y se miró sus pechos, manchados del polvo de las columnas. Sonrió y tras ponerse la camiseta se acomodó en el asiento del copiloto. María, mientras, fue a pagar el ticket del parking y acto seguido arrancaron el coche abandonando el aeropuerto.

Ana se encontraba atada a la parte de atrás del coche. Su amo había decidido castigarla obligándola a caminar detrás de ellos durante un kilómetro por el camino de tierra. Era el castigo por haber desobedecido una orden y haber puesto en riesgo a su compañera. Cuando se lo habían comunicado, casi se cae al suelo del susto. Lucas había cogido su collar y la cadena y la había atado a la sujeción que tenía el coche para ser remolcado. Posteriormente había arrancado y muy despacio había hecho que Ana comenzara a caminar.

Ésta había tosido cuando el coche empezó a levantar polvo del suelo de tierra. Notaba como su cara estaba ya llena de suciedad mientras apenas veía nada. Simplemente caminaba detrás del coche siguiendo las indicaciones de la cadena. Lo único que deseaba es que nadie pudiera observarla en esa postura. Estaba loca, lo reconocía, pero loca de deseo por estas cosas. Aquel hombre había despertado en su interior unas ganas increíbles de hacer cosas diferentes. Notaba las piedrecitas que las ruedas soltaban en sus tobillos, los restos de hierba seca entre las rodadas del camino, como sus pies se clavaban alguna ramita suelta, pero no le importaba.

De repente el coche se detuvo. Habían llegado a una bifurcación. El camino seguía a su izquierda pero también se internaba entre los árboles a la derecha. Lucas indicó a Ana que giraría a la derecha con los intermitentes, pero antes de eso pisó el embrague y aceleró haciendo que las ruedas patinaran levantando más polvo aún. Ana se tapó la cara con las manos para tratar de no tragar polvo. Después de eso, el amo deceleró y el coche se deslizó suavemente hasta llegar a la zona del merendero. Cuando llegaron al lugar donde finalmente había estacionado el coche, Ana se encontraba tremendamente excitada. La sensación de ir atada como una esclava romana detrás de la cuadriga del amo, le había provocado primero una sensación de humillación para acabar posteriormente excitándose sobre manera.

Lucas había salido del coche y se había acercado a ella. Había vertido agua en la boca de Ana para que pudiera aclarase la garganta. Ésta había tosido y el agua se mezclaba en sus pechos con el polvo. Le agradeció con una mirada lo que había hecho y aquellos ojos le miraron diciéndole que era la última vez que le fallaba. El amo la soltó del enganche y la hizo caminar hasta llegar a un árbol donde se sentó. Envió a Lucía a por la comida y cuando los tres estuvieron reunidos, él les preguntó si tenían hambre. Las dos contestaron que sí y se decidieron a tomar un pequeño tentempié.

Lucas abrió uno de los bollos de chocolate e introdujo su pene en él hasta atravesarlo. Se giró y se lo ofreció a Lucía que lo engulló de un solo golpe. Él notaba como el dulce se deshacía alrededor de su miembro mientras la saliva de aquella mujer lo rodeaba. Lucía, por su parte intentó sacarlo pero la presión de Lucas sobre su cuello lo impidió. Tratando de soportar las arcadas y usando su lengua como una pala retráctil retiró todo el bollo de aquella carne. Cuando acabó, él le hizo girarse y la penetró en su sexo de forma seca y rotunda. Ella, excitada como estaba, recibió aquello con placer mientras murmuraba un suave gracias.

Cuando salió de ella, se giró y repitió la operación esta vez en la boca de Ana. Ésta notó el sabor del chocolate mezclado con los jugos que se habían quedado adheridos al pene del amo. Gimiendo por la presión del cuello del amo, trató de limpiar lo mejor que sabía aquella parte del cuerpo de Lucas.

Cuando terminó, él la hizo girarse y la penetró en el ano. Ana gimió de dolor pero a la vez de placer una vez que el esfínter se dilató. Una vez dentro disfrutó de la sensación de tener a aquel hombre en su interior. Las obligó a comerse a cada una, un dulce más mientras las penetraba alternativamente. Cuando acabaron, cogió otro de los bollos de chocolate y ordenó a las chicas que le siguieran.

Al llegar a uno de las mesas de piedras, colocó a Lucía sobre una de las mesas con las piernas abiertas. Abrió el bollo por la mitad y lo rebozó por su sexo. Posteriormente lo giró y con la parte no abierta lo fue introduciendo entre los gemidos de ésta. Los susurros de basta, más no, se confundían con los jadeos que emitía su garganta. Cuando el amo consideró que estaba totalmente dentro, tiró de la cadena de Ana hasta que su cara quedó frente al final del bollo.

  • Sácalo con la boca y comételo. No nos vamos a mover de aquí hasta que no lo hagas.
  • No sé si podré – empezó a decir Ana justo en el momento en que Lucas aplicaba un fuerte azote sobre sus nalgas.
  • Puedo pasarme la mañana azotando tu culo, no tengo prisa, pero desde luego no voy a parar hasta que no lo saques de ahí.

Ana hundió la cabeza entre las piernas de Lucía y comenzó a morder. Su cara, llena de polvo se mezclaba con el chocolate que salía disparado por la presión. Lamía y succionaba provocando en Lucía gemidos de placer. Mientras tanto, el amo, azotaba el trasero de la mujer, intercalando los azotes con caricias en su sexo. Ana consiguió, a base de meter la lengua en aquel sexo palpitante, ir extrayendo el bollo poco a poco, pero también parte del flujo de su cuerpo. Parecía una cadena invisible, cuanto más jugos salían del interior de Lucía, más se mojaba ella. Era como si aquel líquido le atravesara de punta a punta.

Lucía, por su parte, gemía y se agarraba los pechos como si quisiera arrancárselos. Estaba llegando al límite pero la voz de su amo no se lo autorizaba. Notaba como en cada minúsculo movimiento de aquel bollo en su interior, su cuerpo reclamaba más y como su mente no era capaz de contenerlo. Jadeaba pidiendo por favor que aquello parara, pero sus súplicas caían en saco roto. Nadie intercedía por ella.

Cuando notó que la última parte del bollo salía de su interior, no pudo contenerse más y empezó a morderse el labio. Lucas vio que estaba a punto de estallar y sujetó la cabeza de Ana hasta aplastarla contra su sexo a la vez que autorizaba a Lucía a correrse. Ésta, arqueó la espalda y tuvo el orgasmo en el momento en que Ana tragaba el último bocado de bollo.

Los flujos de Lucía estallaron contra la boca de aquella mujer entrando hasta su garganta mezclándose con la comida que había engullido. No pudo reprimir una arcada y vomitó al tiempo que la otra mujer comenzaba a relajarse. El vomito salió disparado, alcanzando por el rebote contra el pubis de Lucía, toda la cara de Ana mientras que parte de los muslos y el poco vello púbico que llevaba recibieron el resto. Lucía se dejó caer hacia atrás mientras notaba los trozos de bollo y la bilis de su compañera resbalando por su cuerpo.

Levantó a Lucía y la acercó a Ana. La dijo que la pobre estaba apesadumbrada por lo que había hecho y que la besara. Lucía le miró asustada y recibió como respuesta un pellizco que retorció su pezón izquierdo. Entendiendo que no iba a retractarse, abrazó a Ana y notó como los restos de comida extendidos por el cuerpo de las dos se mezclaban.

Lucía abrió la boca e introdujo su lengua dentro de la de Ana. Ésta a su vez devolvió el beso mirándola con ojos que expresaban una profunda disculpa. La más antigua la respondió abrazándola más aún y obligándola a besarla más intensamente. Era su manera de decirle, no te preocupes, hoy por ti y mañana por mí.

Isabel iba notando el calor en sus muslos. Su hermana conducía por la carretera camino de casa. Al llegar a la salida de cada pueblo se subía la camiseta mostrando sus bronceados muslos. María, nada más salir del aeropuerto se había abierto los últimos botones del vestido vaquero mostrando los suyos. Se había quitado el tanga y conducía sin ningún tipo de ropa interior. Habían charlado del tema que preocupaba a Isabel y María le había dicho que Claudia en casa eran palabras mayores, y encima embarazada. ¿Cómo iba su sobrina a aceptar la vida que ahora llevaban? Era imposible.

Isabel le preguntó si podían charlar del tema en algún sitio tranquilas las dos. Su hermana le preguntó si se atrevía a charlar al aire libre desnuda. Isabel le contestó que sí. María tomó un desvío y se encaminaron hacia el monte. Iban por una carretera semidesierta en mal estado y en un momento determinado, detuvo el coche.

  • Necesito llamar al amo.
  • ¿Para qué? – preguntó Isabel.
  • Porque estoy más caliente que una perra en celo y quiero acostarme contigo, me da igual que seas mi hermana. Llevo desde el parking con ganas de tumbarme encima de ti. El beso que me diste en el aeropuerto me ha disparado. Pero para eso necesitamos su permiso.
  • Hazlo, no lo dudes – sentenció Isabel mientras se quitaba la camiseta y se quedaba desnuda.

María decidió llamarle. Lucas estaba en aquel momento conduciendo con Ana atada al coche. Cuando descolgó y tras saludar a Lucía le dijo lo que pasaba y que sabía que estaba infringiendo una regla, pero necesitaba hacerlo. Él le preguntó a ambas que estaban dispuestas a dar a cambio. Isabel le respondió que lo que él quisiera, a lo que Lucas les comentó que ya lo pensaría entonces y que les autorizaba a que lo hicieran pero desde luego en algún sitio que luego pudieran contar. Luego colgó.

  • ¿Cómo estás de caliente? – le preguntó a su hermana tras guardar el teléfono.
  • Mucho, demasiado, así que, quítate el vestido – dijo Isabel mientras amasaba la pierna de su hermana.
  • ¿Cómo para hacerlo delante de alguien? – preguntó María.
  • ¿En quién piensas? – respondió la hermana con otra pregunta.
  • Anoche estuve exhibiéndome en una gasolinera y el chico debió masturbarse a mi costa como una animal, y estaba pensando en que si está solo todavía podíamos pasarnos por allí y que disfrute de nosotras.
  • Estás loca, pero me encanta. ¿Me visto o voy así?
  • Póntela por encima y ya te digo si es posible o no – sentenció María mientras arrancaba.

Condujo todo lo rápido que podía tratando de no apartar la vista de la carretera pero no podía evitar mirar cada vez que su hermana se quitaba la camiseta de encima. Ella por su parte se había abierto un poco más el vestido y notaba como de vez en cuando Isabel metía la mano por el escote hasta acariciar sus pezones.

Casi se pasa el desvío de la gasolinera. Cuando entró vio que no había coches. "No sé cómo se mantiene abierta, por aquí no pasa nadie desde que abrieron la carretera principal" pensó. Salió del coche y se acercó a la ventanilla. El chico estaba allí.

  • Hola – le saludó –
  • Hola – balbuceó él -, usted es, usted es...
  • Veo que me recuerdas – respondió ella desabrochándose el vestido -. Anoche me pareció que te gustaba lo que veías.
  • Mucho sí – respondió él fijándose de nuevo en aquellos pechos que tan nervioso le habían puesto la noche anterior.
  • He pensado que anoche fui mala contigo. ¿Puedo pasar? - preguntó
  • Sí claro – respondió él levantándose para abrir la puerta -. Si piensa atracarme, le diré que no tengo las llaves así que no podrá llevarse nada.
  • Chico, no llevo más que este vestido. ¿Me harías un favor? – preguntó él.
  • Claro, dime – respondió él cada vez más excitado.
  • ¿Dónde puedo dejar el coche? No pretenderás que lo deje ahí aparcado.
  • Llévalo a la parte de atrás, junto a mi moto. Te abro por allí. Pero...
  • Dime – respondió María apoyándose en el quicio de la puerta.
  • ¿Cómo sé que no te irás y me dejarás así? – preguntó.

María le dijo que abriera la puerta y el chico la abrió. María se plantó delante de él y se quitó el vestido. Lo dejó caer al suelo y le dijo:

  • Dame tu camiseta. Cuando me abras la puerta, tú me darás mi vestido y yo te devolveré lo tuyo, ¿te parece buen trato?

Dicho esto, se le quedó mirando mientras el chaval aturdido no sabía qué hacer. María hizo ademán de marcharse pero él la retuvo con la mano y se quitó el polo que llevaba. Ella se despidió emplazándole en un par de minutos.

Al llegar al coche desnuda, Isabel la miró con ojos de vicio. Ella asintió con la cabeza y se sentó en su asiento. Arrancó el coche y lo condujo hasta estacionarlo junto a una moto. Una puerta se abría en esos mismos momentos. Las dos hermanas salieron desnudas del coche y se acercaron de la mano.

María abrió la puerta completamente y pudo ver a aquel chico desnudo junto a las estanterías. Le saludó observando su cuerpo y sonriendo. Pero él no estaba preparado para lo que venía a continuación. Cuando pensaba que la puerta se cerraría, otra mujer entró detrás. También venía completamente desnuda, a excepción de los bolsos que llevaba en la mano.

María se presentó para luego hacer lo mismo con su hermana. Las dos le enseñaron el DNI donde un cada vez más desconcertado chico comprobó que decían la verdad. Isabel le preguntó cómo se llamaba y él le dijo que Miguel.

La más mayor de las hermanas se acercó a él y le dijo:

  • Mira, mi hermana y yo estamos buscando un sitio tranquilo donde hacernos unas fotos eróticas y tener sexo. Hemos pensado que tú podrías hacérnoslas y luego a cambio estar con nosotras un rato.
  • Claro, claro – respondió él mientras se acariciaba su pene cada vez más duro -. ¿Qué necesitáis?
  • Intimidad sobre todo y luego un chico joven y guapo que nos ayude – respondió María cogiendo su mano y pasándola por su cuerpo -. Eso sí tendrás tu rato de placer, pero será para la vista, no tendrás sexo con nosotras.
  • Bueno, tenemos como una hora hasta que venga mi padre a relevarme, así que podemos hacer lo que queráis, eso sí, dentro de la tienda no, hay cámaras.

Isabel le dijo a su hermana que salieran fuera con la luz del día. Una vez fuera, el chico empezó a hacerlas fotos: unas veces cogidas de las manos, otras abrazadas, otras besándose. En un momento determinado, María le quitó la cámara y le dijo que se pudiera con su hermana. El chico fue corriendo y ambos se sentaron en la moto donde ella le abrazó, le besó y se dejó tocar. Miguel estaba tremendamente excitado e Isabel decidió que quería más de él.

Se acercó a su hermana y ambas se sentaron en las escaleras con las piernas abiertas. Llamaron al chico y éste se puso a su lado. Ellas empezaron a masturbarse y le incitaban con la lengua a que se acercara y las lamiera. Miguel, asustado preguntó si podía hacerlo, y ellas le dijeron que sí. Se agachó y hundió su boca en el sexo de Isabel. Ésta se echó hacia atrás al tiempo que María se levantaba y empezaba a morderle las tetas a su hermana.

Isabel gemía de gusto. Aquel chico no tenía ninguna delicadeza, pero era tenaz. No sabía como dar placer, pero lo intentaba y el morbo de la situación le hacía excitarse. Le levantó con la mano y le dijo que fuera delicado, que aprendiera de su hermana. María ocupó su lugar y comenzó a morder con placer mientras se acariciaba a si misma. Mientras Isabel se introdujo el pene de aquel chico en la boca y comenzó a masturbarle. Miguel no paraba de gemir y decir que se iba a correr, momento que utilizaba ella para apretarle los testículos y pararle la excitación. Te correrás cuando nosotras digamos le susurró a su oído.

Isabel cogió su cabeza y le dijo que lo intentara con el de su hermana. Él se fue hacia atrás y arrodillándose se colocó entre las piernas de María. Ésta, al notar la lengua acariciando su sexo comenzó a morder el clítoris de su hermana. Ahora lo hacía mejor. Más calmado, aquel chico empezaba a entender dónde y qué hacer.

María comenzó a excitarse y decidió que su hermana debía correrse antes que ella. Aceleró los mordiscos y lametones e Isabel empezó a gemir más ostensiblemente. En un momento determinado, le dijo a su hermana.

  • No puedo más, déjame que acabe.
  • Espera un poco – gemía María – ya casi estoy yo.

Isabel se tensó y tuvo un intenso orgasmo que descargó en la cara de su hermana. Ésta, una vez recibido el impacto apoyó la cara en el estómago y cerró los ojos. Isabel le dijo a Miguel:

  • ¿Se ha corrido alguna vez una mujer en tu cara?
  • No, nunca – respondió él mientras seguía chupando y lamiendo el sexo de María. Nunca había hecho esto pero se sentía muy orgulloso del trabajo que estaba haciendo
  • Pues no te muevas y tendrás la recompensa – respondió la propia María al tiempo que jadeaba como una salvaje.

De repente dejó de jadear y emitió un sonido ronco mientras su cuerpo se tensaba por última vez para descargar todo su placer en la cara de aquel chico imberbe. Cuando acabó se dio la media vuelta y sin decirle nada, le besó en la boca metiendo su lengua en la de aquel chico. Su hermana se levantó y arrodillándose se metió su pene en la boca y lo chupó furiosamente.

Miguel pensaba que aquello era un sueño, que no podía ser real. Nunca nadie le había hecho una mamada como aquella. Sabía que no las iba a montar, se lo habían dicho, pero aquello era lo máximo que nunca había sentido. De repente dijo que no podía aguantar más y María le contestó que se dejara llevar. Él la miró con los ojos fuera de orbita: me voy a correr en su boca, pensó. Aquel pensamiento le hizo estallar en un orgasmo salvaje dentro de la boca de Isabel.

Cuando acabó no pudo sostenerse de pie y se sentó desnudo en los escalones. Isabel con la boca llena se acercó y se sentó a su lado. Su hermana al otro lado. María abrió la boca e Isabel colocándose encima de su cara dejó caer el semen hacia su hermana. Ésta lo recibió y lo tragó sin decir nada más. Ambas chicas se apoyaron en él, María en sus piernas e Isabel en su hombro.

  • ¿te ha gustado? – preguntó esta última.
  • Mucho - respondió él -, nunca nadie me había hecho esto antes. ¿Podríamos vernos más a menudo?

María levantándose de sus piernas le dijo:

  • Todo es posible. Ahora cielo, tenemos que irnos. Lo que sí te digo es que nunca he estado en una gasolinera tan bien como este rato contigo. Espero tu discreción, de lo contrario, serás muy famoso en la red.

Dicho esto, cogió el vestido del interior de la puerta y tras tirarle el polo a aquel chico se levantó y se dirigió al coche. Isabel le besó en la boca, le dio las gracias y se fue desnuda con su hermana.

Lo último que vio Miguel fueron esos dos hermosos traseros alejándose con la sensación de que había entrado en un terreno inexplorado pero que no quería dejar de descubrir.