Lucia (18)

Lucía y Ana empiezan el día mientras María recuerda la noche anterior

Ana se encontraba sentada en el suelo de la cocina con una taza de café en las manos. Se sentía tremendamente cansada después de que la invadiera un estado de relax como consecuencia de lo ocurrido hacía apenas media hora. Apoyaba los codos en las rodillas mientras su cabeza se apoyaba en los azulejos de la pared. Le dolía todo el cuerpo, especialmente sus pechos. Se sentía confusa. Por un lado acababa de haber sido tratada sin ninguna consideración, pero precisamente por haber sufrido eso se estaba más cerca que nunca de su amo y de Lucía.

Lucía la miraba sentada en la encimera con las piernas cruzadas. Saboreaba su café como hacía todas las mañanas si bien ésta era diferente. Rara vez desayunaba en casa de su amo. Levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Ana. Las dos se sonrieron. Le caía bien aquella mujer. Pensaba que lo que había hecho era muy valiente, había entregado su vida y su hija como Clara pero de diferente manera. Clara había llegado arrastrada por su madre, ella en cambio había concedido separarse de ella para vivir con un completo desconocido.

Lucas entró en la cocina con el portátil bajo el brazo. Ellas le miraron intrigadas. Sin siquiera saludarlas, lo abrió y conectó el skype. Estaba esperando una llamada. Mientras su interlocutor se conectaba se giró y tomó de las manos de Lucía el café. Acercándose a la mesa se sentó y saboreó una de las tostadas de pan con tomate que solía desayunar. Ana se encargaba de su intendencia y lo hacía bien. Un pitido le indicó que alguien se había conectado.

Isabel se había levantado pronto. Quería pasar por la oficina antes de ir al aeropuerto. Allí tenía escondida ciertas prendas de ropa interior que no quería que nadie viera en su casa. No quería incendiar más el ambiente en aquella casa. Se puso un sujetador blanco y sin que su marido se diera cuenta se puso la falda. Una cosa era llevar ropa interior corriente y otra faltar a las normas. Se abrochó la cremallera de la falda y se abotonó la blusa. Tras coger el trolley, se puso las sandalias y tras despedirse de su hija salió de casa. Al llegar al garaje repetía siempre la misma rutina. Dejó las cosas en el maletero y antes de subirse al coche se abrió dos botones más la blusa. Cuando se montó, observó por el retrovisor cómo sus pechos quedaban casi descubiertos. Sonrió y salió conduciendo aquel todoterreno que tanto le gustaba.

Al llegar a la oficina, subió en el ascensor con la blusa abrochada de nuevo. Sabía que no había nadie en la planta, pero no quería arriesgarse. Una vez dentro, cerró la puerta con llave como hacía siempre y entró en su despacho. Puso el cartel que había comprado de no molestar y bajó las persianas del mismo. Necesitaba intimidad.

Encendió su ordenador y mientras el sistema operativo cargaba, fue hacia el perchero a dejar el bolso y las sandalias. Desde que su vida había cambiado, le encantaba estar descalza. Pasear descalza por cualquier superficie suponía para su mente acortar la distancia con la vida que deseaba llevar. De hecho más de una vez se había ido sola a algún camino a las afueras de su ciudad y había caminado descalza más de una hora, notando en sus pies las ramitas, piedrecitas y como el polvo que levantaba con las pisadas se quedaba sobre ellos. Se preguntó si sería capaz de hacerlo con charcos. Se acercó al armario donde guardaba bajo llave la ropa interior que solía llevar en los viajes que realizaba hacia su amo. Con total naturalidad y como si estuviera en su dormitorio, se quitó la blusa y la dejó colgada del perchero. Abrió el cajón y cogió el sujetador negro transparente de media copa que sus amigas le habían regalado. Se desabrochó el que llevaba y mirándolo con indiferencia lo guardó en el cajón. Acarició sus pechos con suavidad, como solía hacer recordando los dedos de Lucas y se puso el sujetador. Notó como la suavidad de la tela acariciaba su cuerpo provocándole una sensación de placer. Como siempre le pasaba, éstos tendían a escaparse de la tela, con lo que tuvo que ajustarlos con las manos. Una vez que estuvo preparada se puso la blusa dejándola abierta y se dirigió a su mesa.

Cuando el equipo le indicó que estaba operativo, accedió con su cuenta privada al skype y comprobó con placer que estaba conectado. Se sentó delante del equipo y accionó la videollamada.

Lucas escuchó el zumbido que le indicaba que tenía una llamada en espera. Aceptó la llamada y pudo ver la imagen de Isabel en el otro lado. Estaba más delgada. La dieta a la que se estaba sometiendo junto con las sesiones de gimnasio estaban dando sus frutos. Aunque su pecho había disminuido, todavía era grande y hermoso si bien ahora una forma más modelada. Por su parte, Isabel vio el torso desnudo de aquel hombre y no pudo por menos que excitarse.

  • Buenos días, has madrugado – dijo él a modo de saludo.
  • Hola, buenos días – respondió sonriendo ella -. Bueno, ya sabes que cuando voy para allá me gusta pasar antes por la oficina a dejarlo todo atado, aunque hoy me has pillado.
  • No te preocupes, estás muy bien así, pero quizá la blusa debería estar en el respaldo de la silla – dijo él mientras veía como aquella mujer se levantaba mostrando su falda roja por la rodilla -, y otras cosas en el suelo.
  • Por eso te digo que me has pillado, no te esperaba hasta dentro de media hora – protestó dulcemente mientras mostrándole su espalda dejaba caer la falda al suelo. Cuando se giró su amo pudo ver que se había recortado el sexo hasta dejarlo completamente depilado.
  • Veo que has cambiado de look, buen trabajo. ¿Algún problema en casa por eso? – preguntó Lucas.
  • No amo – respondió ella apoyando las manos en la mesa y mostrando en la webcam como sus pechos caían hasta casi rozar las teclas del ordenador -. De otros temas, sí, pero de ése no.

Lucas miró a Lucía que se mantenía en un segundo plano. Se había sentado apoyando la espalda en los azulejos. Con un gesto, Ana se había colocado entre sus piernas abiertas apoyando su cabeza en sus pechos, y con sus manos acariciaba los muslos de Lucía. Ésta a su vez pasaba sus dedos sobre los senos de aquella nueva adquisición. Les sonrió a ambas antes de volver los ojos a la pantalla donde se veía a Isabel sentada en su sillón del despacho.

  • ¿Qué ha pasado? – preguntó
  • No sé si contártelo, pero no por lo que piensas, si no porque no sé como empezar – respondió ella mientras se pasaba la mano por el pelo.
  • Tú hazlo, veremos si tu familia te puede ayudar – sentenció él.

Isabel suspiró y le contó que tenía una hija con diecisiete años que realmente fue no buscada pero que era parte fundamental de su vida. Era una chica muy tranquila y educada pero al igual que su madre tenía una vida oculta. Un día su padre la había descubierto en su habitación con un chico haciendo el amor. Ese día, Isabel tuvo un presentimiento, su hija iba por mal camino. Su padre la castigó y amenazó con echarla de casa si volvía a repetirse. Decía que en su casa no había zorras y ella tuvo que apartar la mirada porque zorras no sabía si había, pero una mujer sumisa que le engañaba o se engañaba a si misma aparentando lo que en realidad no era sí que había.

Todo había vuelto a la tranquilidad hasta la semana pasada. El sábado por la mañana mientras su marido se había ido a tomar el aperitivo, Claudia, que así se llamaba su hija, se había acercado a su madre y le había dicho que tenían que hablar. Llevaba tres semanas de retraso.

Isabel en aquel momento se echó a llorar mientras miraba a su amo. Lucas le dijo que estaba con Ana y Lucía, por si quería hablar con ellas o que ellas abandonaran la cocina. Ella gimoteando las saludó y les pidió que se quedaran porque tenía que contarlo a alguien y aquellas eran también su familia. Acto seguido continuó diciendo que fueron a la farmacia aunque Isabel sabía perfectamente que su hija estaba embarazada. Cuando lo confirmaron en casa, la madre se echó a llorar porque sabía que su marido era muy capaz de verdaderamente echarla de casa. Por eso sólo le quedaba una opción: mandarla a estudiar a casa de su tía, porque además el futuro padre se había lavado las manos. Pero ahí radicaba el problema, que su tía no tenía casa como tal y que ahora mismo las vidas de su tía, de sus amigas y de su propia madre no estaban en sus manos.

Lucas miró a sus sumisas. Ana tenía la mirada baja. No acababa de entender lo que pasaba. Una chica de diecisiete años, con toda la vida por delante, embarazada. Y lo peor es que su madre pedía por favor a su amo que cuidara de ella. Esto es de locos pensaba. Lucía, en cambio, permanecía en silencio. El tiempo al lado de Lucas le había enseñado una cosa: era un hombre que pensaba en todas y cada una de sus mujeres. Por eso todas ellas y hasta un hombre se habían entregado de una manera tan poco convencional.

El amo le preguntó si le estaba pidiendo permiso para entregar a su hija. Isabel le dijo que no quería que su hija se volviera una sumisa como ella, que tenía la vida por delante, pero que entendía que no podía pedirle a todas aquellas personas que cambiaran su vida por ella y por una chica embarazada. Por eso, repetía entre jadeos, tenía un dilema. Él le contestó que cuando estuviera calmada lo hablarían. Por lo pronto, ahora debía darse prisa en ir al aeropuerto. Haría que su hermana fuera a buscarla. Diciéndola que todo se arreglará, que no se preocupara, cortó la comunicación.

María se despertó sabiendo que estaba de vacaciones. Los primeros rayos de sol se filtraban por su ventana dibujando curiosas sombras su cuerpo desnudo. A su lado, aquel hombre dormía tranquilamente a su lado. Pegada a su espalda, Yelena acariciaba su hombro. Había olvidado lo que era dormir acompañada, el saber de un cuerpo en contacto con otro, una respiración acompasada a su lado. Pero desde hacía unos días, compartía su cama con ellos. No era la cama de la que en otro tiempo era su habitación, era una nueva que habían comprado para la habitación que estaba vacía. Estaba en la planta de arriba junto a la de su amo.

Se levantó y al poner el pie en el suelo su cuerpo le recordó las últimas horas pasadas. Sonrió a pesar de la sensación de agotamiento y fue hacia la ducha.

(Recuerdos de María)

Había salido de casa de Lucía ya bien entrada la noche, tras una tarde de servidumbre en la que habían visto varios videos de ellas y de cómo marchaba la educación de Elena. Tras salir de su casa se dio cuenta de que no tenía gasolina de sobra y de pasada se lo comentó a Lucas. Éste le dijo si sería capaz de hacer algo para él. Ella le miró con aquella mirada que decía con los ojos, sabes que lo que quieras.

Lucas entró de nuevo en la casa y volvió con la cámara de video de Lucía. Él le ordenaba siempre tenerla cargada porque nunca sabía lo que podía ocurrir y había veces que la ocasión se pintaba clara.

El amo sabía que las gasolineras de la zona de su casa por la noche se encontraban prácticamente desiertas en pleno verano y que solamente el cobrador estaba dentro del edificio. También sabía que había cámaras grabando y por eso llevaba en la mano una gorra negra. Cuando María vio lo que llevaba maldijo en silencio el haber sido tan habladora.

Lucas le dijo:

  • Bien ya que te atreves a hacer cualquier cosa, ¿hasta dónde llegarías?
  • Hasta donde tú me pidas – respondió María excitándose sólo de pensar en lo que su amo podría pedirle -, ya lo sabes.
  • Me gustaría que te grabaras en la gasolinera. Sería interesante ver lo que eres capaz de hacer tú sola. Lo veremos mañana por la mañana. Iremos a desayunar – continuó él.
  • Mi amo puede pedir, que yo trataré de complacerle.

Así acordaron que María llegaría a la gasolinera con la gorra puesta y un escote que permitiera ver casi la curva interior de sus senos. Posteriormente debería echar gasolina, al menos con la blusa completamente abierta y los pechos al aire.

María, tras besar a su amo, arrancó el coche. Miró el reloj en el salpicadero del coche y vio que marcaba las doce y media de la noche. Apenas circulaban coches. Conducía despacio debido a la excitación que llevaba. La falda, que inicialmente llegaba justo por encima de la rodilla, se encontraba remangada sobre sus piernas de tal manera que éstas quedaran descubiertas en su totalidad. Cuando pasaba por los pueblos veía a la gente sentada a las puertas de las casas y sentía pena por ellos: no sabían el maravilloso mundo que se perdían, un mundo donde los límites los marcaban para ella, donde todos los conceptos conocidos quedaban relativizados a los deseos de una persona.

Cuando vio las luces de la gasolinera suspiró. Ha llegado mi momento, pensó ella. Detuvo el coche en el surtidor más alejado de la oficina y abrió la puerta. Cogió su bolso para pagar por adelantado y salió del coche, no sin antes ponerse unas gafas de sol negras y ajustarse de nuevo la gorra. La blusa de seis botones tenía solamente los tres últimos cerrados. Podía notar el calor de la noche entrando por los poros de su cuerpo. Se acercó a la oficina y pudo ver al chico que estaba dentro. Estaba viendo una revista porno. Sonrió mientras pensaba: "hoy vas a poder ver algo más que esas revistas".

Se acercó andando despacio, notando el hormigón bajo sus pies desnudos. Había decidido que lo haría descalza. Se imaginó que aquel chico estaría masturbándose. Cuando llegó junto al cristal, golpeó suavemente con los nudillos. Casi lo mata del susto. Efectivamente aquel chico que no tendría más allá de veinte años tenía el miembro fuera del pantalón. Se le cayó la revista al suelo mientras iniciaba una disculpa. Al girar la cabeza pudo ver a María mirando distraídamente la carretera. Notó su mirada recorriendo cada uno de los centímetros de su piel. Tras hablar con él, sacó el carnet de su bolso y deliberadamente lo dejó caer al suelo para que al agacharse aquel joven pudiera ver mejor sus pechos morenos.

Al levantarse notó como aquel chico la desnudaba con la mirada. Se veía la lujuria en sus ojos. Tengo que tener cuidado, pensó porque si no me viola. María le dedicó una sonrisa agradecida y se giró. Empezaba el baile. Se acercó al coche y abrió la puerta del acompañante como si fuera a dejar el bolso. Colocó la cámara en el techo del mismo fuera de la vista de nadie y se desabrochó la blusa. Notó como sus pezones erectos se endurecían aún más. Se acercó al depósito y cogió la manguera de carburante. Tras sacar el tapón del depósito comenzó a repostar. Había pedido rellenar el depósito para tardar más tiempo. Encima me va a costar un dineral, pensó sonriendo.

De repente decidió que necesitaba algo más. Sin dudarlo, dejó la manguera enganchada y se quitó la blusa y la falda quedándose completamente desnuda. Menos mal que no voy a venir más por aquí, se dijo, no está en mi ruta a casa. Dejó la prenda sobre el techo del coche y sonrió a la cámara. A su amo le iba a encantar. Tenía los nervios en tensión pero se sentía excitada. Giró la cabeza y pudo ver a aquel chico que buscaba un hueco para ver a aquella mujer.

Cuando la manguera escupió la gasolina, la retiró y la dejó en el surtidor. Llegaba el momento más difícil. La misión estaba cumplida, pero ella necesitaba más. Aunque se notaba cansada, quería regalarle algo especial a su amo. Cogió la cámara y la guardó en el bolso al tiempo que sacaba un móvil. Se puso la blusa por los hombros sin cerrarla y llamó a su amo escondida en el asiento. Lucas iba conduciendo:

  • ¿Ha pasado algo? – preguntó.
  • No amo, nada. Simplemente he cumplido mi misión pero... – respondió ella.
  • Pero... – repitió él.
  • Amo, estoy demasiado caliente, hay un chico que me ha visto los pechos y yo quiero que quiere algo más. No le voy a dejar que me folle, pero me gustaría regalarle un pequeño espectáculo para la vista.
  • Está bien – concedió él -. Ten mucho cuidado y si no lo ves claro, paga y te vas. No quiero que te pase nada – y colgó.

Por eso estaba loca por aquel hombre. Nunca le obligaba a nada y se preocupaba por ellas. Sólo las colocaba en el momento exacto en el lugar apropiado y dejaba que decidieran. Suspiró y dijo: estoy loca.

Se levantó y pudo notar la mirada de aquel chico aún antes de volverse. Desde esa posición sí podía verle. Se cerró un par de botones de la blusa y se giró. Aquel chico la seguía con la mirada. Se acercó a la ventanilla y le dijo:

  • ¿Me cobras?
  • Sí, sí, ya voy – tartamudeó una respuesta.
  • ¿Te gustan? – preguntó ella apoyándose en el zócalo de la ventanilla. No puedo creer lo que estoy haciendo.
  • ¿Cómo? – preguntó aquel chico sin apartar los ojos del escote de María.
  • Vamos, te llevo viendo como me miras sin parar. Ni que nunca hubieras visto unas tetas.
  • Bueno, yo perdone, es que claro, con ese escote – se disculpó él.
  • No pasa nada, es normal, eres un chico, ¿no? – preguntó María mientras se abría otro botón y le entregaba la tarjeta de crédito -

El chico le devolvió la tarjeta y el recibo y María se le quedó mirando mientras sacaba su cartera del bolso. Aquel chico estaba que estallaba.

  • Ha sido un auténtico placer charlar contigo – dijo mientras se abría la blusa completamente y le enseñaba los pechos completamente -.

Tras quitársela se giró para que pudiera verle y tras colgarse el bolso del hombro se encaminó hacia su coche con la blusa en la otra mano. Cuando llegó a la altura de los surtidores, dejó el bolso en el coche y colocó de nuevo la cámara sobre el coche. Cuando la encendió se volvió para mirarle y pudo ver que aquel chico se estaba masturbando. Tras saludarle y tirarle un beso con la mano, se desabrochó el botón y bajó la cremallera de la falda dejando que ésta cayera suavemente por sus piernas al suelo. Le sonrió y se agachó para recogerla. Después apagó la cámara y se metió rápidamente en el coche. Arrancó y abandonó la gasolinera.

María salió de la ducha sonriendo. Se peinó su pelo corto sin secarlo y fue hacia la cocina. Al pasar por el dormitorio vio que la cama estaba vacía. Yelena ya se habría levantado y se habría llevado a Paco a la cocina. Al entrar en la estancia lo vio. La ucraniana estaba preparando el café de la mañana. Su pelo rubio caía lacio sobre sus hombros. Alrededor de su cuello, y como correspondía a las recién llegadas, llevaba su collar de cuero con anclajes. En uno de ellos estaba su cadena y en el otro, la cadena de Paco. Ella debía llevarla asociada hasta que alguna de las hermanas mayores, como así llamaban a las veteranas la cogiera.

Yelena le sonrió desde la puerta. Se habían hecho muy buenas amigas y, al igual que le pasaba con el resto de compañeras, se sentía plenamente integrada con ella. Se acercó y la abrazó. Pudo notar las pequeñas gotas de sudor que caían por su cuello. Ella no se bañaba hasta que todo estuviera listo. Sabía, porque se lo había dicho María al llegar a casa, que venían a desayunar y se había levantado pronto para prepararlo. Estuvieron comentándolo cuando ella llegó a casa y se bajó del coche desnuda.

(Recuerdos de Yelena)

Yelena estaba en la cocina terminando de recoger la cena cuando vio las luces. Había atado a Paco en las columnas del jardín como todas las noches. Yelena tenía la orden de atarle al menos durante tres horas y aprovechaba los ratos en los que ella estaba haciendo cosas de la casa en las que no necesitaba su ayuda para atarle. En el fondo, era un buen hombre, demasiado bueno quizá.

Salió de la cocina hacia el garaje. Una de sus funciones era abrir la puerta. Al principio y debido a su condición física, era pequeñita y delgada, le costaba empujar hacia arriba la puerta. Pero la práctica le había dado la habilidad suficiente. Bajó las escaleras escuchando el tintineo que producían los eslabones de la cadena al saltar de un escalón a otro. Abrió la puerta del garaje y se acercó a la puerta. Prefería no dar la luz hasta el último momento. Lucas le había prometido que cambiarían la puerta para dotarle de una apertura automática pero mientras tanto le tocaba a ella abrir cada vez.

Oyó al otro lado de la puerta cómo el motor se ralentizaba. Se agachó y tomó el tirador en la mano y se levantó. No pudo evitar el suave chirrido de la puerta. Las luces de los faros del coche se empezaron a filtrar al interior. Ella no podía ver a María, pero María sí la veía a ella. Dio unas ráfagas con las luces para saludarla. Yelena se apartó y dio la luz. Todo el garaje resplandeció mientras entraba el coche.

Bajó rápidamente la puerta mientras el motor se detenía. Cuando se giró, la puerta del coche estaba abierta y pudo ver una pierna desnuda asomando por ella. Sonrió cuando vio bajar a su amiga con la ropa en la mano. Se acercó a ella y se abrazaron fundiéndose en un beso largo y cálido. María dejó que su lengua jugueteara con la de aquella mujer, mientras notaba como sus senos se aplastaban contra el cuerpo menudo de Yelena. Emitió un gemido cuando las manos de la ucraniana acariciaron su espalda.

Al separarse, ambas se preguntaron por el día y María le contó todo lo que había hecho. Yelena miraba incrédula y cuando terminó le preguntó si quería cenar algo, aunque lo que deseaba era ver el vídeo que María había grabado y acabar después haciendo el amor con ella y con Paco. Ésta le contestó que algo sí que tomaría. Yelena le dijo que fuera a ver a Paco a la zona de la piscina mientras ella le preparaba un tentempié.

María le entregó su ropa y fue al cajón del armario donde tenía sus cosas. Sacó el consolador rematado con la crin de caballo y tras ensalivarlo lo acercó a su ano. Gimió al presionar sobre él hasta que éste se dilató y le permitió alojarlo en su interior. Salió por la puerta lateral del garaje todavía sintiendo la opresión en su cuerpo. Tardaba siempre unos minutos en acostumbrarse. Se apoyó en la pared con la mano mientras apretaba fuerte los dientes para impedir que se saliera de su interior. Cuando ya lo notó acoplado, fue hacia la piscina.

Allí vio a Paco. Estaba de pie, atado por el cuello a la columna. Cuando le vio, no pudo por menos que volver a excitarse. Aquel hombre sufría toda clase de humillaciones sin rechistar. Es más, parecía que las buscaba. María empezaba a sentir un afecto muy especial. No era el amor por su amo, era una sensación que pensaba olvidaba, era cariño, afecto y sobre todo excitación.

Se acercó a él y le besó en la boca salvajemente, mordiendo sus labios con fuerza. Él le devolvió el beso con la misma intensidad mientras notaba como el miembro de aquel hombre se endurecía contra su estómago. Ella le dejó tocar y manosear sus tetas, mientras éstas respondían a sus caricias provocando en ella los primeros síntomas de la excitación. Sin dudarlo, se agachó y comenzó a masturbarle con la boca introduciéndose su miembro de forma compulsiva y escupiendo sobre el glande, para volver de nuevo a tragarse aquel trozo de carne palpitante. Los ojos de Paco se tornaban en agradecimiento y excitación. No podía evitarlo, cada vez pensaba menos en su mujer y más en aquella hembra con la que convivía. Ése era uno de las tareas que Lucas le había impuesto en secreto a María y a Yelena: destruir lo que quedaba de la relación de Ana con su familia.

Yelena llegó con una bandeja con un par de sándwich en el mismo momento que María se levantaba del suelo y se giraba para ofrecerle su sexo. Paco se acopló a ella pero fue la mujer la que se movía penetrándose con el miembro de aquel hombre. La ucraniana por su parte mordía el sándwich y tras masticarlo para ella se lo pasaba dándole un beso. Hacía lo mismo con el refresco de cola que había servido. María entre bocado y bocado, gemía y se apoyaba en la mesa que había acercado su amiga para impulsarse y engullir en su sexo el pene de aquel hombre atado. Lucas le había dicho que ella podría elegir donde iba a eyacular aquel hombre. Notaba como sus pechos saltaban libremente mientras comenzaba a sudar de forma incontrolada. El frescor de la noche no era suficiente para amortiguar el calor que sentía por el ejercicio. Pequeñas gotas se deslizaban por sus sienes y caían en sus pechos, otras descendían desde el cuello serpenteando por el hueco entre sus pechos y notaba las que caían del cuerpo de aquel hombre sobre su espalda.

Yelena, a su vez, se había sentado en la tumbona de playa y se masturbaba salvajemente metiendo tres dedos en su sexo. Había mirado a María suplicándole que le permitiera hacerlo y ésta había asentido. Desde que vivía en esa casa, aquella mujer necesitaba imperiosamente masturbarse o tener sexo. No podía vivir sin él. Era una adicta y disfrutaba con aquello. En un momento determinado, tensó su espalda y abandonándose al placer gimió mientras se corría de forma continuada, manchando los brazos y parte de un pecho de María.

Ésta, a su vez, notó el momento en que llegaba su orgasmo y apretó fuerte su cuerpo contra el de aquel hombre al que sabía que iba a dejar a la mitad. Estalló interiormente y notó como sus rodillas se doblaban mientras tragaba el último bocado. Cuando recuperó el control sobre su cuerpo se giró y comenzó a masturbar con su mano a Paco, haciéndole subir y bajar de excitación a su criterio. Decidió que sus pechos estarían bien para recibir aquellas descargas y cuando notó que el hombre cerraba los ojos, dirigió su miembro hacia su cuerpo. Notó el calor del semen sobre sus pezones y como las descargas se sucedían sobre sus senos hasta un total de tres. Paco gimió como un salvaje para casi caer de rodillas. Yelena le soltó la cadena y tras obligarle a arrodillarse caminó al lado de María hasta la piscina donde los tres se dieron un baño a la luz de la luna.

Lucas conducía por la carretera camino de casa de María. Tenía una sorpresa preparada para Ana. Los primeros rayos del sol entraban por la ventanilla del conductor, ofreciendo al coche aún una sensación de intimidad. A su lado viajaba Lucía. Dormitaba en el asiento después de todo lo ocurrido. Tras hablar con Isabel, ambas mujeres se habían levantado y tras hacer la cama y recoger la cocina se habían arreglado para salir. Lucas había dejado encima del salón las prendas que podrían llevar: un pantalón corto de lino cortado para dejar ver parte del trasero, una minifalda blanca de algodón de las que se ataban con un cordón sobre si misma, un tanga de hilo negro y otro de hilo rojo, dos sujetadores de media copa negros, una blusa ibicenca sin mangas y a la que habían descosido los tres primeros botones y un top blanco atado a la espalda al que le habían quitado el forro interior. Ellas podían elegir tres prendas nada más. Las había dado cinco minutos mientras él se vestía. Las dos mujeres se habían quedado mirando la ropa. Ana, asustada por su primera salida a la calle en apenas dos semanas, no sabía qué hacer. Lucía le dijo:

  • Escoge lo que quieras, yo llevaré lo que tú no quieras.
  • Pero, esto es imposible – contestó ella -. No podemos ir así, nos van a ver por la calle como una cualquiera.
  • Ana, he hecho cosas peores, y tú las harás también. Nos ha ofrecido esto, escoge, no vaya a ser que tengamos que ir desnudas si le hacemos esperar – insistió Lucía -. Elige.
  • No se atrevería – discutió ella.
  • No le provoques, hazme caso, llevo más tiempo que tú – concluyó ella.

Ana se le había quedado mirando asustada con la última afirmación. Decidió coger el pantalón de lino pero no sabía qué más escoger. Alguna vez había llevado una blusa sin sujetador, pero nunca había ido sin bragas. Respiró profundamente y cogió el tanga negro y la blusa ibicenca. Lucía tomó la minifalda, el top transparente y el sujetador negro. Las dos mujeres se vistieron en silencio, acabando en el mismo momento en que Lucas entraba a por ellas.

Lucía veía como parte de sus nalgas quedaban al descubierto ya que el pantalón estaba recortado justo un par de dedos por encima del trasero. Se miró en el espejo de la entrada y pudo ver como aquel sujetador era visible a cualquiera que pasara a su lado. Suspiró diciéndose a si misma que esto era lo que había.

Ana a su vez miraba al suelo avergonzada. Sus pechos quedaban prácticamente visibles debido al escote, y además al ser medio transparente, sus pezones que de por si eran salientes, el roce con la tela les hacía endurecerse más, marcándose salvajemente sobre la misma. La minifalda, más parecida a un cinturón ancho que a una falda, dejaba ver la totalidad de sus muslos. Había intentado arreglarse un poco para pasar desapercibida pero no había encontrado la manera de hacerlo.

Lucas le dijo a Lucía que fuera a por su ordenador al coche y que luego acudiera a la puerta del garaje. Ella asintió y pensando que ya sólo le quedaba ponerse desnuda en mitad de la calle, cerró la puerta tras de si. Tomó el ascensor y bajó hacia el portal con tal mala suerte que se cruzó en él con la mujer de la limpieza que la miró de arriba a abajo con un rictus de desprecio. Se habrá pensado que soy una zorra de medio pelo. Yo, que soy una ingeniera con más de diez años de experiencia. Lo que hay que hacer, pensó sonriendo.

Fue hacia el coche cruzándose con gente que se la quedaba observando. Ella iba ruborizada y apesadumbrada. Sentía las miradas de la gente taladrando la poca protección que le daba la ropa. Menos mal que el coche estaba cerca, aunque para ella cincuenta metros equivalía a cruzar un desierto. Se preguntaba si toda la gente de la ciudad iba a pasar por aquella acera. Cuando lo tuvo a la vista, respiró aliviada. Llegó hasta él y cogió el portátil del maletero. Salió hacia el garaje. Tenía que cruzar un parquecillo para llegar hasta él. Había un par de chicos paseando un perro. Se le quedaron mirando y la empezaron a piropear de forma basta. Ella no sabía qué hacer. No podía ir muy rápido si no quería que el sujetador, de por si de copa baja y más sensible a perder su lugar, le dejara los pechos al aire. Decidió colocarse la bolsa al hombro y cruzarla con el fin de poderse tapar un poco. Se sintió más cómoda así y caminó hacia la puerta del garaje.

Lucas salió de casa cogiendo de la cintura a Ana. Ésta se dejaba hacer. Estaba tan descolocada por todo aquello que no era capaz de articular palabra. Antes de salir, él le había colocado el consolador de Lucía en su interior y lo había activado a una intensidad baja pero lo suficiente para conseguir aturdir por la excitación a la mujer. Ésta había emitido un pequeño grito cuando notó el zumbido inicial y pequeños jadeos. Cuando Lucas supo que había perdido el control de sus emociones, la sujetó de la cintura y la obligó a salir.

En el ascensor le dijo que debía portarse bien o si no sería castigada. Llegaron al garaje donde se encontraron a un vecino. Él se acercó y aquel hombre le saludó no sin antes fijarse en el escote de la mujer. Lucas se la presentó como su novia y tras saludarle con dos besos, Ana trató de alejarse un poco. El amo, consciente de que haría ese movimiento, había llevado la mano al bolsillo donde estaba el mando a distancia y aumentó la intensidad.

Ana se quedó paralizada por el aumento en el movimiento de aquel artefacto en su interior. Trató de aislarlo de su mente pero no podía. Si aquel zumbido no paraba iba a tener un orgasmo de forma inmediata. Sus rodillas querían doblarse y tenía que hacer un gran esfuerzo para concentrarse y no caerse. Dedujo con la poca lucidez que le quedaba que si aquello había aumentado la intensidad al tratar de alejarse, si se pegaba a Lucas y se dejaba mirar por aquellos ojos lujuriosos quizá podría detener lo inevitable. Dio un paso y cogió de la cintura al amo. Éste, viendo el detalle, aflojó la intensidad para su alivio. Ana decidió que mejor que dar la nota con un orgasmo, ella era de las que gritaba sin poder contenerse, era que aquel hombre disfrutara desnudándola con la mirada. Espero que al menos no se esté media hora.

Cuando por fin se despidieron, Ana estaba histérica. Había notado como aquel hombre se había regodeado con la vista de sus pezones duros y marcados sobre la blusa, había sentido sus ojos en sus piernas. Además, su cuerpo había experimentado sensaciones que desconocía. Estaba excitadísima y sólo quería que aquel hombre terminara lo que había empezado. Deseaba que la dijera que se quitara la ropa y que se sentara encima suyo para cabalgarle. Pero sabía de igual modo, que eso era demasiado fácil y que no iba a suceder de una forma tan sencilla

Al salir del garaje vieron a Lucía apoyada en la pared. Sin decir nada, entró en el asiento de delante y se marcharon.