Lucía (16)

Nuevas sorpresas e incorporaciones... Pido disculpas a todos aquellos lectores que quizá demandan más de estos relatos, pero se escriben tratando de respetar lo máximo posible la identidad e intimidad de las personas

El casting.

15:00

Recostado en la tumbona bajo la sombra de aquel árbol, revisaba una y otra vez los informes que Carmen le había preparado. Parecía imposible que tal cantidad de gente variopinta quisiera entregarse a la sumisión. A sus pies, Lucía permanecía tumbada en el suelo con los ojos cerrados. De vez en cuando, él levantaba la vista para contemplarla. Había ganado el derecho de descansar a su lado mientras las otras cuatro mujeres ocupaban cada una de las columnas de ladrillo del porche. Había sido la que mayor cantidad de pinzas había soportado en su cuerpo, hasta un total de veintidós. Todas y cada una de sus compañeras habían ido cediendo a lo largo de una competición que había durado más de dos horas. Primero y como era lógico, Isabel, la más nueva había suplicado su eliminación con apenas seis pinzas. Luego tras una dura pugna con su madre había caído Carmen en la dieciséis. Finalmente María había sido derrotada con veinte y Clara, sorprendentemente había llegado a la final para caer en la veintiuno. La competición se había desarrollado según el patrón habitual: se iban colocando alternativamente en cada pecho, las primeras cuatro en ángulos de noventa grados, luego rellenando los huecos entre cada una de ellas hasta conformar otras cuatro más para acabar pinzando de forma perpendicular el pezón. Eso sumaba un total de dieciocho elementos. Posteriormente se descendía hasta el sexo de cada una de ellas para aprisionar siguiendo un orden descendente clítoris, labios menores y labios mayores vaginales.

Lucas las había visto morderse los labios para no soltar la pequeña pelota que llevaban en la mano y que les confería la posibilidad de abandonar con solo soltarla. Según el puesto que quedaran en la competición tenían la posibilidad de librarse de permanecer encadenadas a las columnas o ser sujetadas a éstas con mayor o menor número de pinzas en su cuerpo. Así, Lucía como ganadora se había librado de las columnas, mientras que Clara permanecía en la primera fila de columnas con una pinza por pecho, María sumaba dos, y las restantes cuatro.

El amo levantó aún más la vista para observar el porche y comprobar el estado de las mujeres. Todas permanecían atadas con tres juegos de maromas: la primera de ellas a la altura de los muslos, otra justo por debajo de los pechos y rodeando los brazos y por último a la altura del cuello. Las mujeres tenían los ojos vendados y unas mordazas para impedir sus lastimosos gemidos. La visión le llenó de orgullo, no podía decir quien era la mejor porque cada una de ellas destacaba en alguna disciplina sobre las demás. Lejos eso de conferirle una superioridad sobre las demás, todas se ayudaban para hacer evolucionar a las compañeras.

Con un tirón de la cuerda que llevaba alrededor del cuello llamó la atención de Lucía que se incorporó de inmediato. Lucas pudo ver las marcas de las pinzas por su cuerpo y sonrió. Pequeñas mordeduras moradas se repartían por sus pechos. La mujer comenzó a andar detrás de él, siguiendo los tirones hacia el porche. Cada media hora aproximadamente, el amo ordenaba a Lucía que se acercara a ellas y colocara los consoladores que había comprado en la red y que habían llegado en un paquete a su casa. Posteriormente los conectaba y accionaba hasta una potencia media durante unos minutos. Cuando veía que alguna de las sumisas comenzaba a excitarse demasiado, lo desconectaba y aplicaba manguerazos de agua sobre ella. De esta manera conseguía reducir la excitación y provocaba en ellas un desconcierto que le divertía sobremanera. Cuando todas ellas se encontraban mojadas, volvía a la tumbona y se tumbaba de nuevo dejando a aquellas mujeres empapadas y desorientadas.

Lucía volvió a tumbarse en el suelo. Le dolía todo el cuerpo. Estaba siendo un día demoledor. Tras la mañana en la oficina en la que había experimentado aquel artefacto en su interior y del miedo al verse excitada delante de sus compañeros, haber luego recibido a Clara con el consolador activado en su interior y posteriormente a Isabel, haber tenido que estar desnuda en la sala de reuniones en una videoconferencia con María y Carmen, donde éstas habían dado cuenta del análisis de posibles incorporaciones al grupo, había minado su resistencia física. Conocía a su amo lo suficiente para saber que dos de aquellas solicitudes se encontraban entre las seleccionadas. Aquel brillo en los ojos que tantas veces había visto cuando la oportunidad de un negocio se presentada, se había mostrado al oír hablar de ellas.

La primera de ella le había sorprendido, no tanto por lo que significaba si no por la frialdad de aquella mujer. Carmen le había hablado de una mujer ucraniana llamada Yelena, que había venido de forma ilegal y se encontraba con que iba a ser deportada, al no tener un trabajo estable. Su marido la había abandonado en España y estaba desesperada, ya que no tenía hogar y sí una hija en Kiev a la que cuidaban sus padres. Tenía menos de treinta años y se había ofrecido para limpiar casas en multitud de sitios, pero estaba desesperada. Consideraba que podía hacer de todo, hablaba perfectamente español y no le importaba realizar cualquier actividad aunque no tenía claro si las que Lucas requería en una mujer. La habían citado esa misma tarde, y Lucía se preguntaba si la desesperación podía hacer que una mujer se entregara a un hombre como esclava.

Pero la que verdaderamente le tenía intrigada era la segunda de aquellas proposiciones. Una familia completa se había quedado en la calle, sin trabajo y recursos, y tras haber agotado todas las ayudas posibles estaban desahuciados. Parece ser que eran conocidos de Clara y tras un primer contacto con ellos, Clara les había preguntado hasta donde serían capaces de llegar y la mujer había comentado que hasta la prostitución si fuera necesario para dar de comer a su hija. Clara, tras meditarlo mucho, les insinuó la posibilidad de entregarse como sumisos en una relación ya iniciada. Ellos, lógicamente, se indignaron con aquella posibilidad, y ella no insistió más. Pero al cabo de un par de días recibió una llamada de la mujer en la que quería citarse con ella para hablar de aquella oferta. Clara les rechazó y simplemente les dijo que si estaban dispuestos, conocía gente que podría ayudarles. Esa misma noche debían acudir a casa del amo donde serían entrevistados.

Lucas se levantó de la tumbona y decidió darse un baño en la piscina antes de que llegara la candidata. Cogió la cuerda que llevaba Lucía alrededor del cuello y la obligó a levantarse. Caminó hacia la piscina y la obligó a tumbarse en el borde. Ató la cuerda alrededor de la escalera y la dejó tirante para que ella no pudiera levantarse. Después de eso se zambulló en el agua y se relajó pensando en la estrategia para quedarse con su primera conquista internacional.

17:00

El timbre de la puerta sorprendió a Lucas en la cocina preparándose un sándwich. Lucía seguía atada en la piscina tomando el sol. Podía verla a través de la ventana. Se había puesto un pantalón vaquero y llevaba abierta una camisa blanca de algodón. En el porche, las otras cuatro mujeres seguían atadas. No había decidido aún cuánto tiempo pasarían atadas a las columnas porque le fascinaba la nueva decoración del jardín. Más tarde las soltaría, ahora pensaba usarlas como intimidación de aquella chica que, por unos papeles de residencia, iba a entregarse a sus designios.

Dejó el plato en la cocina y fue a abrir la puerta. Lo que encontró al otro lado le dejó francamente complacido. Una mujer de poco más de metro sesenta, rubia, ojos verdes que miraban asustados hacia todos lados estaba enfrente. La saludó:

  • ¿Yelena?
  • Sí - respondió ella.
  • Adelante, soy Lucas, un placer conocerte

Franqueó su entrada para poder contemplar mejor a aquella mujer. Un pecho pequeño se intuía bajo la blusa blanca de algodón sin mangas. Una falda azul de flores por encima de la rodilla dejaba a la vista unas piernas delgadas pero firmes. Su trasero, ligeramente respingón, terminó de convencer al amo. Le ofreció algo de beber que ella declinó. La acompañó al salón donde la hizo sentarse. Ella lo hizo suavemente, procurando que su falda no se recogiera más de lo debido. Lucas, tomó los papeles del informe, y se acomodó frente a ella. Un pensamiento cruzó su mente: "no seas tan recatada, dentro de nada tomaré lo que me apetece". Tras una serie de preguntas sobre su experiencia limpiando en otras casas, decidió variar la conversación.

  • Como ya sabrás, tú no estarás aquí sólo para eso. Eso ya lo puedo obtener por otros medios.
  • Lo sé – respondió ella con un fuerte acento marcado. Pudo notar como todo su cuerpo temblaba del miedo que sentía. Aquel hombre le atraía pero sabía que debía tratar de mantenerse firme.
  • Bien, lo que yo busco de ti, es algo más. Necesito una mujer que viva de acuerdo de mis leyes, que no discuta nada y que además estés dispuesta a todo. En caso de que no lo consigas, te irás de aquí.
  • Sí – consiguió balbucear ella mientras veía que aquel hombre se levantaba y se acercaba a ella.
  • Levántate – ordenó cambiando el tono afable por uno más autoritario -. Acompáñame.

Yelena se levantó temblorosa. Su bolso se quedó en el sofá. Intentó agacharse pero aquel hombre la había sujetado de la mano y no se lo permitió. Lucas la guió hacia el porche donde pudo ver aquel espectáculo: cuatro mujeres estaban atadas con cuerdas a unas columnas de ladrillo, otra de ellas estaba tumbada junto al borde de una piscina. Se quedó paralizada, aquella imagen superaba con mucho todo aquello que se había podido imaginar cuando contactó con Carmen a través de Internet.

Lucas la hizo sentarse en los escalones de piedra del porche. Tomó de encima de la mesa los mandos de los consoladores y los accionó a espaldas de la ucraniana. Ésta dio un pequeño salto cuando oyó a las mujeres comenzar a jadear.

  • Se que tienes problemas con tu visado y que necesitas dinero para enviarlo a tu hija.
  • Así es – respondió ella. No sabía qué hacer, aquello la superaba.
  • Bien, aquí te arreglaremos el problema. Tendrás un contrato de trabajo y supuestamente un sueldo que nos arreglaremos para que puedas enviar a tu casa. A cambio de ello, entregarás tu pasaporte y tus efectos personales, pasando a convertirte en sumisa de esta casa. Te encargarás de las labores domésticas y no domésticas y vivirás bajo las mismas condiciones que ellas, ¿entendido?
  • No, no sé. Estoy confundida ahora mismo – respondió ella.
  • No hay termino medio. O sí o no. Quítate la ropa, quiero verte desnuda – ordenó de forma autoritaria.

Yelena miraba a todos lados. Estaba confundida a la vez que excitada. Sabía que no tenía trabajo, que no podía pagar el alquiler de su habitación, que tendría que volver a casa a pasar penalidades y que la única salida que le quedaba era ésta o la prostitución.

No le dio tiempo a pensar en nada más. Lucas se había levantado y la miraba desafiante. Ella asintió levemente con la cabeza. Estaba hecho. Aquel hombre le daría esa seguridad y no pensaba que fuera peor que su marido, el cual le había pegado en más de una ocasión. Se levantó y torpemente empezó a desabrochar la blusa. De repente notó una bofetada leve, pero suficiente para humillarla. Se detuvo en seco al sentir las manos de aquel hombre en las suyas. Con un gestó rápido aferró ambos lados de la blusa de Yelena y tiró con fuerza. Ella vio como los botones de su blusa salían disparados y oyó el inconfundible sonido de la tela al desgarrarse. Su sujetador quedó a la vista de aquel hombre. Era un modelo semitransparentes que apenas ocultaba unos pezones sonrosados y puntiagudos. Su respiración se hizo más intensa, provocando que aquellos pequeños pechos subieran y bajaran mostrándose a su interlocutor. No sabía qué le pasaba, ni siquiera había tratado de impedirlo. Giró la cabeza y pudo ver a aquellas mujeres desnudas, privadas de movimiento que jadeaban a través de las mordazas por efecto de esos consoladores. Yelena no podía ni imaginar lo que aquellas mujeres podrían pensar de aquello: privadas de movimientos, de vista, sólo su oído y su cuerpo parecían funcionar. La voz de Lucas la trajo de nuevo al presente

  • He dicho que te desnudes. No quiero volver a repetirlo – ordenó él mientras acariciaba su espalda en un intento de tranquilizarla. Ella de forma mecánica respondió a ese beso -. Aquí todas vivís desnudas.

Yelena se quitó los restos de la blusa y la tiró al suelo. Lucas se había despojado de la camisa y de los pantalones y le miraba impaciente. Ella no pudo dejar de mirar su cuerpo mientras desabrochaba la falda. Al quitársela dejó a la vista un pequeño tanga negro de hilo.

  • ¿Vale así? – preguntó.
  • No, no vale – respondió el amo mientras se desnudaba –. ¿No las has visto a ellas? O te lo quitas o lo hago yo.

Ella pasó sus manos por la espalda y desabrochó el cierre para sacarse aquella prenda. La miró con pena cuando la tiró al suelo y el amo le hizo quitarse el tanga con un gesto mientras tomaba sus manos y las colocaba sobre su nuca. Le gustaba observar a las mujeres en es aposición. Pensaba, con razón, que así podía ver exactamente y con detalle el cuerpo de una mujer. Su media melena rubia lacia caía sobre sus hombros. Unos pequeños pezones rosados asomaban duros sobre un pecho blanco casi albino. Bajo el ombligo un pequeño mechón rubio en su sexo, que confirmó que era natural, protegía unos labios mayores prominentes. Lucas se acercó a ella y tras acariciar su cuerpo y sopesar sus pechos, se la llevó hacia la zona de la piscina.

  • ¿Las vas a dejar así? – preguntó ella mientras avanzaba de su mano.
  • Sí, ahora es tu turno de demostrarme que eres capaz de todo – replicó él mientras colocado detrás de ella la empujaba con su cuerpo hacia el otro extremo del jardín

Se tumbó en su hamaca y le dijo que le excitara con su boca. Yelena, asustada pero inexplicablemente deseosa, se arrodilló frente a él y comenzó a masturbarle con su lengua. Succionaba lenta pero segura. Lucas, sujetando sus pelos con la mano, la guiaba en sus movimientos, obligándola a apoyar en muchas ocasiones la nariz en su cuerpo. Esto le provocaba tremendas arcadas, pero no cejaba en su empeño. Era buena en esto, pensaba Lucas. Pasados unos minutos en los que ella fue varias veces obligada a sufrir estas arcadas, decidió provocarla más.

  • Yelena, tú no tomarás medidas anticonceptivas. Como esclava las tendrás vetada. Yo decidiré si quiero dejarte embarazada o no.

Ella se asustó con aquello y trató de protestar pero la mano libre de Lucas la oprimió uno de los pechos mientras le decía que si no quería estar aquí, podría irse en cualquier momento. El contacto de aquella mano sobre su pecho, retorciendo, acariciando y pellizcando el pezón hizo que ella se diera por vencida. No quería ser madre de nuevo, pero aquel hombre parecía tener las cosas muy claras, y en el fondo, estar desnuda delante de cinco mujeres, practicando sexo con un hombre le excitaba increíblemente. Además, nadie le había obligado a hacerlo, así que decidió que aquello quizá mereciera la pena, aunque no sabía qué más sacrificios tendría que pasar.

Lucas se levantó excitado. Cogió de la cintura a aquella mujer y la llevó junto a Lucía. Ésta, que no había perdido detalle desde la lejanía se trató de levantar, pero el amo había colocado la cuerda con poco margen y sólo podía permanecer tumbada boca arriba. Él se acercó y le presentó a su nueva compañera:

  • Lucía, te presento a Yelena. Trabajará en la casa como una más.
  • Encantada – respondió ella, mientras le sonreía.
  • Hola – fue lo único que pudo responder la novata.

El amo la arrodilló y le obligó a poner su cara junto al sexo de la veterana. Presionó sobre su cabeza para que ella entendiera lo que tenía que hacer. Lentamente y absolutamente desconcertada sacó su lengua e intuyó que debía lamerlo. Sin ninguna experiencia en el mundo lésbico, comenzó a acariciar con su boca aquella zona del cuerpo de Lucía. Se sentía extraña pero los gemidos roncos de aquella mujer ayudaron a que ella se sintiera cómoda. Comenzó a relajarse, y le pilló por sorpresa que su nuevo poseedor la penetrara salvajemente haciendo que casi perdiera el apoyo de rodillas y manos. Se sintió plena por dentro al notar aquello dentro de ella. De manera inconsciente empezó a morder el sexo de aquella compañera mientras acompañaba con su cuerpo las acometidas de su amo.

Lucas la tomó del pelo y sin soltarla la llevó a los pechos de Lucía, donde la ordenó que hiciera lo mismo. Suspirando por la excitación se acercó y mordió los pechos doloridos, provocando gritos y jadeos de dolor y placer. Succionaba con la boca mientras que la otra mano, abandonó el punto de apoyo en el suelo para acariciar suavemente el pecho restante. Notaba cada embestida como una ola rompiendo en la playa y se sentía con ganas de pasar así mucho más rato. Al cabo de un rato en esta postura, Yelena notó que aquel hombre se salía de ella y trató de que no fuera así, doblando sus caderas. Un fuerte azote en el trasero la obligó a volver a la posición inicial. Lucas se incorporó y se apoyó sobre el ano de la ucraniana. Ella gritó pidiendo que no lo hiciera, pero el amo no sólo no le concedió aquella clemencia, si no que apretó hasta entrar en él sin detenerse a que dilatara. Ella, con unos gritos que Lucía se encargó de ahogar cogiendo su cabeza y apretándola contra sus pechos, trataba de protestar mientras intentaba relajarse buscando que aquel dolor pasara. Lucas permaneció así hasta que el ano de Yelena poco a poco acomodó aquel miembro en él, provocándole . Ella notaba como lágrimas caían por sus mejillas del dolor, pero increíblemente le dijo:

  • Aprieta más, no te preocupes, me gusta.

El amo hundió el resto de su pene en ella. Ella arqueó la espalda por el dolor pero volvió de nuevo a morder aquellos pezones. Lucas la obligó a desplazarse hacia la boca de Lucía y ésta sacó su lengua para encontrarse con la de Yelena. Ambas se fundieron en un beso intenso mientras Lucas bombeaba de forma constante sobre el ano de aquella mujer. De repente, el amo se tensó sobre ella y se corrió en su trasero coincidiendo con un grito de placer de aquella mujer que había decidido cambiar su vida por aquello.

Lucas se salió de ella y la cogió en brazos. Colocó su ano sobre la cara de Lucía y esperó a que su semen saliera de ella para caer sobre la española. Cuando comenzó a resbalar hacia su cara, Lucía cerró los ojos y dejó que aquella mezcla de semen y fluidos de Yelena rebozara su cara. Yelena, por su parte, trataba de buscar aire para sus pulmones.

Lucas, a continuación miró a Yelena y ésta entendió con la mirada lo que tenía que hacer. Tratando de que el asco no le provocara vómitos se tumbó al lado de aquella mujer y comenzó a lamer y tragar aquella mezcla hasta dejar a Lucía limpia. Las primeras arcadas dejaron paso a una simple indiferencia para acabar relamiendo toda la cara y cuello de aquella mujer con deleite.

Cuando estuvo limpia, Lucas desató a Lucía y fue a apagar los consoladores que tenían sus compañeras activos todavía. Al acercarse vio las manchas en el suelo y supo que las cuatro habían tenido un orgasmo. Sonriendo los apagó, las retiró las mordazas y los pañuelos de los ojos. Desde el porche las llamó. Ambas acudieron a su llamada.

Lucas sujetó a Yelena desde su espalda, agarrando fuertemente sus brazos. Ésta miraba alternativamente a cada una de las mujeres y trataba de sonreír, aunque su cabeza aún daba vueltas debido a tratar de analizar todo lo que acababa de ocurrir. Lentamente, el amo fue acercándose y presentando a Yelena a cada una de ellas. Cuando decía su nombre, él la obligaba a apoyarse en ellas y besarlas. Éstas, debido a las pinzas de sus pechos, gritaban o ponían caras de dolor que impedían el beso. Lucas no las dejaba soltarse hasta que se besaban. Así fue besando a cada una de ellas mientras Lucía las iba desatando. Cuando acabaron, Lucas le dijo a Yelena:

  • Creo que me debes algo.

Yelena, salió corriendo hacia el salón y volvió con su pasaporte en la mano. Lo dejo en manos de aquel hombre a quien acaba de entregarse de forma voluntaria.

La tarde transcurrió con normalidad. María fue la encargada de enseñarle a Yelena la casa. Para eso, Lucas la ató como hacía con las recién llegadas. Ésta última se iba poco a poco acostumbrando a ver a la gente desnuda y empezó a conocer las costumbres de sus nuevas compañeras. Aún se sentía extraña entre toda aquella gente, se paraba de vez en cuando a mirar a alguna de ellas o a mirar el cuerpo de su amo. Habían guardado su ropa en un armario con candado del garaje de manera que no podía ponerse nada, apenas sus sandalias. Aprendió que debía levantarse antes que el amo, ducharse y secarse al aire mientras preparaba los desayunos de todas, debía hacer las tareas de las casas (las antiguas de María y Clara) en compañía de quien estuviera en ese momento con ellas y, sobre todo, estar siempre dispuesta a atender las necesidades del amo o de las compañeras.

Isabel y Lucía fueron designadas para acompañar a Lucas a la entrevista de la noche. Ambas se fueron a preparar juntas a la habitación, asistidas por Yelena, mientras María, Carmen y Clara preparaban la reunión con la familia. Habían repasado el dossier con mucha calma, buscando la mejor alternativa para humillar y destruir la resistencia de las tres personas. Al final, se decidieron por separar a la familia. Lucas exigiría, por tanto, al matrimonio que se separaran por un tiempo, quedando la mujer a cargo del amo, el marido bajo la estricta supervisión de María, mientras que Clara sería la encargada de educar a la hija. Era una nueva técnica que iban a intentar, ya que Lucas argumentaba que si no los separaban por un tiempo, no serían capaces de progresar. Acordaron también que la mujer viviría en el piso de Lucas, María acogería en su dormitorio (sin usar el que pertenecía al amo) al marido y la hija compartiría habitación y cama con Carmen.

Isabel fue la primera en bajar. Vestía un sencillo vestido verde de verano con un escote de vértigo que dejaba entrever sus enormes pechos. El vestido por encima de la rodilla mostraba sus piernas. Unas sandalias negras de tacón bajo complementaban su vestuario. Se había dado espuma en su pelo dándose un aspecto agresivo. Un tanga blanco se marcaba en aquel vestido.

Lucía bajó de la mano de Yelena. Una minifalda de vuelo y una camiseta sin mangas de distintas tonalidades de azul hacían juego con la goma con la que recogía su melena. No llevaba ningún tipo de ropa interior. Lucas alabó a ambas y fue a vestirse. Les esperaba aquella familia.

21:00

Lucas se encontraba sentado viendo la televisión. A su lado, Isabel y Lucía estaban desnudas. Habían previsto que la primera impresión sería fundamental, así que sería el propio Lucas el que abriera la puerta y condujera a la familia al salón. Ellas esperarían en el estudio y luego saldrían para ir guiándolas poco a poco.

Puntualmente sonó el portero automático. Los tres se levantaron y ocuparon sus posiciones. El amo les abrió la puerta mientras ellas se ocultaban. Descolgó:

  • ¿Sí?
  • Buenas noches, somos la familia Pérez.- respondió una voz varonil titubeante-. Tenemos una cita con Lucas.
  • Soy yo, os abro – contestó él mientras pulsaba el botón.

Abrió la puerta de casa cuando oyó que el ascensor se detenía. La puerta se abrió y un hombre de una edad próxima a los cuarenta años apareció. Le siguió una mujer que parecía un poco más joven y una chica que debía rondar los dieciocho años.

Lucas les invitó a entrar y a sentarse en el salón. Pudo observarles con calma. Paco, que así se hacía llamar el hombre, era moreno, alrededor de metro ochenta, un poco pasado de peso. Sostenía entre sus manos las de su mujer, Ana. Era una mujer gordita, morena de pelo rizado, con gafas, que no dejaba de mirar a su hija y a Lucas. Era una mirada de miedo, resignación y humillación que él pudo observar y valorar como positivas. Por último la hija, Elena, sentada al lado de su madre, miraba al suelo mientras trataba de no temblar.

Lucas decidió ir charlando de temas intrascendentes, tratando de provocar un ambiente propicio. Hablaron de sus problemas laborables, de cómo habían tenido que ir vendiendo sus propiedades y enseres hasta quedar prácticamente desahuciados. Hablaron de cómo Clara les había indicado que había gente que, a cambio, de vivienda, servicio y otras actitudes, les ofrecía sus ayudas. Y tras meditarlo mucho, se habían decidido a intentarlo.

Lucas, consciente de que un paso en falso podría echar al traste con sus planes, había preparado una estrategia. Les dijo que les dejaba unos minutos viendo un video relativo a lo que serían sus funciones y luego volvería para hablar con ellos de forma individualizada, porque quería saber qué pensaban cada uno de ellos. Conectó el video y abandonó la sala.

El video mostraba acciones de un día cotidiano de las chicas. Se había grabado a todas ellas, en diferentes actitudes, duchándose con la manguera en el garaje, cocinando, colocándose los consoladores, teniendo sexo entre ellas, durmiendo. Lucas se había ido a la cocina y tras beber un vaso de agua fue hacia el estudio donde las chicas le esperaban sentadas en el suelo. Las acarició la cabeza y cuando calculó que había acabado, habló con Lucía y le dijo que trajera al padre. Lucía salió del estudio y abrió la puerta del salón. Entró como habían hablado, ignorando a las mujeres, y llamó al hombre. Las mujeres no pudieron dejar de mirar a aquella mujer bronceada por el sol desnuda y maquillada mientras se aproximaba a Paco. Éste, inmóvil por la visión, tardó en levantarse. Lucía fue hasta él y se agachó hasta que sus pechos rozaron su cara. Le susurró que al amo no le gusta esperar y ofreciendo su mano, hizo que el padre se levantara dejando allí al resto de su familia.

Paco entró en el estudio y lo que vio le hizo frenarse en seco. El amo estaba sentado en una silla con otra mujer que él no había visto tumbada a sus pies como si fuera un perro. Lucas le indicó que para estar en esa habitación debía desnudarse. Le comentó que podía darle la ropa a la mujer que le había acompañado. El hombre, sin poder dejar de mirar los enormes pecho de Isabel aplastándose contra el suelo de parquet, comenzó a desnudarse torpemente. Cuando se hubo quedado desnudo, la erección que tenía no pudo disimularse. Lucas lo miró de arriba abajo y sonrió:

  • Así que te gustan.
  • ¿Perdón? – balbuceó él.
  • Las tetas de mis chicas, no puedes dejar de verlas – repuso él con una sonrisa mientras Lucía guardaba la ropa en una caja y se tumbaba al lado de María -. Por lo visto, quieres entregarte a servirme, junto con tu familia.
  • Sí – repuso él -. No tenemos opción, no tenemos dinero, no tenemos familia y estamos en las últimas. No nos gusta esto, no queremos hacerlo, pero tenemos que hacerlo. Clara nos dijo lo que podía ser y tras hablarlo mucho, lo hemos decidido.
  • Bien, ¿qué te pareció el video? –inquirió Lucas mientras observaba el cuerpo de aquel hombre. Nunca le habían atraído los hombres, pero la opción de tener un sumiso para humillar nunca le había importado. Ahora tenía la oportunidad.
  • Bueno, un poco diferente y morboso – respondió él mientras se relajaba -. Pero, personalmente, creo que podría hacer todo eso.
  • ¿Estás dispuesto entonces a entregarte? – preguntó finalmente.
  • Considéreme suyo – respondió mientras se levantaba siguiendo los movimientos de la mano de Lucas y se tumbaba desnudo al lado de las otras dos mujeres.
  • No serás mío del todo mientras tu familia no se entregue también, recuérdalo – concluyó Lucas.

Dejó que aquel hombre estuviera tumbado a sus pies junto a las dos mujeres. Con un gesto Isabel le masturbó con su boca de manera frenética, mientras Lucía le mordía salvajemente los pezones. Los gritos de placer y dolor de aquel hombre, seguro se oirían en el salón, pero era lo que quería el amo. Seguro que la madre y la hija estarían preguntándose lo que pasaba. Con un toque a Isabel, le indicó que parara y fuera a por la hija. Quería dejar a la madre para el final. La sensación de que ella fuera la última le haría estar muy nerviosa.

Isabel fue hacia el salón despacio. Se sentía cansada pero estaba terminando el proceso de volverse alguien simplemente irracional, sin voluntad. Sabía que no estaba bien, pero no podía evitarlo, disfrutaba con aquello. Al llegar al salón entró y la madre y la hija la miraron. Sabía lo que pasaba por su mente, quería ayudarlas pero entendía que era algo que no sólo podían hacer ellas. Con un gesto le dijo a Elena que se levantara. Su madre dijo que no, por favor, que la niña no, que era muy joven, pero la mirada de Isabel era inexpresiva. Realmente sus ojos decían, no puedo hacer nada, no es mi voluntad.

Elena salió andando detrás de ella pero se detuvo a mitad del pasillo. Isabel se volvió hacia ella y le dijo:

  • Entiendo que estés nerviosa, pero debo pedirte que te desnudes y dejes en el suelo toda tu ropa.

Ella sonrió como pidiendo clemencia. Pero al ver la negativa de los ojos de aquella mujer comenzó a desnudarse.

  • ¿qué me voy a encontrar allí? Por favor, dímelo – preguntó mientras se quitaba el sujetador y unos pechos duros rematados en unos pezones oscuros asomaban.
  • No puedo decirte nada – contestó Isabel mientras se acercaba a ella.
  • ¿Es bonito ser sumisa? – preguntó de nuevo mientras se quitaba la falda y dejaba ver unas bragas de encaje negras.
  • Si te gusta, te apasionará – respondió ella mientras veía el tatuaje tribal que llevaba en su trasero.

Cuando se quedó desnuda, Isabel pudo contemplar y envidiar aquel cuerpo. Sus pechos debían rondar la talla noventa y cinco, su cintura esbelta sin un gramo de grasa. Su pelo rizado como el de su madre caía sobre sus hombros tras deshacer la coleta. Isabel admiró que aquella chica iba completamente rasurada. La acarició un brazo y la hizo avanzar.

Elena no estaba preparada para ver lo que le esperaba. Se quedó boquiabierta ante la escena. El hombre que les había abierto la puerta se encontraba sentado en un sillón mientras su padre estaba siendo sodomizado por una mujer que ella no conocía. Aquella mujer llevaba un arnés negro rematado por un falo con el que penetraba a su padre, que, cubierto con un máscara y una mordaza le impedía escuchar y hablar.

  • Hola Elena, pasa siéntate – le ofreció Lucas al tiempo que miraba su cuerpo -. Soy Lucas, como sabes. La mujer que te ha traído a mí es Isabel y ella es Lucía.
  • Hola – contesto mecánicamente ella mientras no podía quitar la vista de su padre a cuatro patas en el suelo y sus oídos parecían no querer escuchar unos jadeos que en principio pensó que era de dolor, pero que luego comprendió que no sólo era dolor, si no placer.
  • Eres muy atractiva – dijo el amo -. ¿Te han contado lo que es la sumisión?
  • Sí, he leído cosas, pero no pensé que fuera a verlo tan de cerca y con mi padre. – respondió ella mientras notaba como los nervios iban dando paso a otros sentimientos que ya conocía.
  • Él no te oye tranquila. He decidido que la impresión podría ayudarte. ¿Estás segura de querer hacer cosas así? No sólo será placer y morbo – comentó Lucas mientras acariciaba suavemente el pecho de Isabel y a la vez introducía un dedo en el sexo de la mujer -. Tendrás que trabajar, humillarte, serás explotada, poseída... – continuó a la vez que comenzaba a retorcer el pezón de la mujer y ella echaba la cabeza atrás para contener el dolor.
  • No, no lo sé – respondió ella. Deseaba ahora mismo quitar a esa mujer de ahí y ser ella la receptora de aquello -. Pero he visto el video y estoy dispuesta a todo por mis padres.
  • Cuidado, tu decisión es tuya – le reprendió él mientras soltaba el pecho y la miraba fijamente -. Una vez iniciado el camino, no tendrás padres, tendrás compañeros y ellos no podrán protegerte, porque sólo yo seré el dueño de tu vida.
  • Quiero intentarlo – asintió ella.

Con un gesto, Lucía dejó de penetrar a aquel hombre. Le notaba sudoroso pero excitado. Nunca había hecho eso, pero se sentía muy excitada. Lástima su amo no le hubiera dejado seguir, pero sabía lo que venía a continuación. Se levantó y guió a aquel hombre hacia un extremo de la habitación donde lo ató por el cuello a la pata de la mesa de estudio del amo. Después se levantó y se acercó a Elena. Ésta le miró con ojos inquisitivos y antes de que se diera cuenta, aquella mujer estaba besándola. Le sorprendió aquel beso, pero más aún que de repente, Isabel se colocara detrás de ella y la sujetara los brazos. Notaba los pechos duros de Lucía sobre los suyos y como su cuerpo se colocaba junto a ella. Cuando la lengua de aquella mujer encontró la suya su mente se desconectó de su cuerpo y comenzó a devolver el beso. No se dio cuenta que la otra mujer había comenzado a rodear sus brazos con dos pañuelos. Cuando Lucía se separó, notó que tenía las manos atadas y miró como preguntando el motivo. Nadie la respondió. Aquella mujer se apretaba contra su espalda. Podía notar su carne apretando su cuerpo pero no estaba preparada para lo que vino después. Lucía ató con una cuerda sus muslos a los de su captora.

  • Bien – dijo Lucas -, quiero que esperes a tu madre así, pero con un aditamento especial.

Lucas colocó unos cocodrilos como los que había llevado Isabel por la mañana. Elena se retorció de dolor en el momento en que aquellas bocas acariciaron sus pezones. Gimió pero la excitación se había apoderado de ella. Levantó la cabeza y miró a su nuevo amigo con una sonrisa en los labios. Él la miró sonriendo irónicamente si pensaba que aquello era lo máximo que iba a soportar, estaba equivocada. Lucía apareció detrás de ella con un peso para colocar en la cadena que unía aquellos cocodrilos. Al engarzarlo sobre la cadena, Elena gimió de dolor al notar como el peso tiraba de los cocodrilos y éstos de sus pezones. Isabel, colocada detrás de ella, se acercó a su oído:

  • No te muevas, cuanto más te muevas, más te dolerá –susurró.
  • No puedo, me duele, no puedo – gemía ella.
  • Silencio – ordenó el amo -, o tendré que amordazarte. Quiero que tu madre te vea así y sé que podrás soportarlo, ¿verdad?

Ella asintió con la cabeza mientras que Lucas se quedó mirando a Isabel. Ésta sabía que había desobedecido al tratar de ayudar a Elena, así que bajó la cabeza y se preparó para recibir el castigo. Lucas cogió otro juego de cocodrilos y se los colocó de nuevo. El dolor se disparó dentro de ella. Sus senos aún recordaban las pinzas de por la tarde. Con una mueca trató de no gruñir de dolor, pero aún no había acabado. Colocó una pesa en la cadena como había hecho con Elena y luego la obligó a pegarse a la chica. El dolor provocado por el peso, unido a los cocodrilos y al contacto con el cuerpo de Elena hizo que sus piernas se aflojaran. Lucas la miró y le dijo que esperaba que fuera la última vez. Ella asintió con los ojos cerrados tratando de alejar de ella el dolor que el castigo le infería.

Lucas hizo una seña a Lucía, que tras quitarse el arnés fue a buscar a Ana. Ésta estaba junto a la puerta. Había oído la voz de Elena quejándose y se había levantado del sofá decidida a saber qué pasaba. No estaba dispuesta a que le hicieran daño a su hija. Llevaba allí sola más de quince minutos y no sabía nada. Sólo había oído susurros y luego los lamentos de Elena. Iba a salir cuando la figura de Lucía se traslució en la puerta. Soltó el picaporte y se apartó para que aquella mujer entrara.

Las dos mujeres se miraron frente a frente. Lucía le dijo que se desnudara. Ella preguntó que qué pasaba. La sumisa miró a aquella mujer y le repitió que se quitara la ropa. Ana parecía no entender nada. Su no reacción provocó que se acercara a ella y le abofeteara.

  • Tengo órdenes de llevarte desnuda, Ana. Por favor, no pierdas el tiempo, al amo no le gustaría – dijo Lucía al tiempo que pensaba que nunca había pegado a nadie y ahora tenía que hacerlo.
  • Pero, ¿y mi hija?, ¿y mi marido? – preguntaba ella acariciándose la zona de la cara donde había alcanzado la mano

Una nueva bofetada le hizo darse cuenta de que no podía conseguir nada de aquella mujer. Lentamente Ana se quitó la camiseta que llevaba mostrando un sujetador negro alto. Lucía sonrió cuando vio una ropa interior tan básica. Se quitó los pantalones que llevaba y los dejó encima de una silla. Unas bragas del mismo color e igualmente simples aparecieron ante los ojos de Lucía. Con la idea de que cuanto más rápido se desnudara antes podría ver lo que había pasado, Ana se desabrochó el sujetador dejando al aire unos pechos grandes, un poco caídos pero duros aún al tacto. Unos pezones de tono oscuro, semejantes a los de su hija mostraron la incipiente excitación de aquella mujer. Cuando se quitó las bragas, un sexo completamente depilado sorprendió a Lucía. No lo esperaba. Le dijo que dejara allí mismo la ropa y la acompañara.

Llegaron al estudio y entraron. La ventana abierta permitía refrescar un ambiente cargado. Una luz intensa apuntaba directamente a una silla donde Lucía le hizo sentarse. Ana no podía ver nada. No sabía si su marido y su hija estaban allí. Lucía sujetó con pañuelos sus muñecas y piernas por la parte de atrás de la silla. No se resistió. Estaba demasiado confusa.

  • Hola Ana. Tu familia sí ha admitido unirse a mi familia, pero la decisión de aceptarlos depende de ti. Ellos saben que si tú no aceptas, ellos no serán admitidos – dijo Lucas.
  • ¿Están bien? - preguntó -. He oído gritar a mi hija.

Lucas se levantó y se acercó a ella. Ana no podía verle pero se alertó al oír los pasos por la alfombra. Hacía mucho que no veía otro hombre desnudo frente a ella. Trató de moverse pero no podía debido a estar en esa posición. El amo se acercó y comenzó a acariciar su cuello, lentamente. Subía alternativamente hasta su boca donde pasaba sus yemas por los labios. Después se desplaza hacia sus mejillas para bajar por su cuello nuevamente. De repente, sintió una sacudida hacia atrás. Lucas tiraba de su pelo hacia atrás obligándola a seguir el movimiento.

  • Silencio, Ana – le susurró -. Piensa en ti, no en ellos, ellos no lo han hecho cuando les llegó el turno.

Su marido libre de la máscara, pero no de la mordaza, podía ver desde su posición la escena mientras Lucía, que se había vuelto a colocar el arnés le penetraba y le mantenía quieto en esa posición. Se sentía impotente aunque tremendamente excitado con lo que estaba pasando. Apenas se preocupaba de su hija, a la que no podía ver ya que el único foco de luz apuntaba a Ana. Se sentía humillado pero comprometido con su nuevo estatus. Elena mientras seguía atada a Isabel mirando con los ojos bien abiertos lo que ocurría con su madre. Un pañuelo en su boca impedía también cualquier expresión. Aquello no parecía que le estuviera ocurriendo a ella, pero increíblemente estaba excitada y deseosa de hacer más cosas. Hasta empezaba a sentirse cómoda notando el cuerpo de Isabel a su espalda. Más de una vez se había pegado más a ella provocando el gemido de dolor de la mujer.

Ana notó como las manos de aquel hombre sabían donde tocaban. Encontraba los puntos de excitación con facilidad. Acariciaba sus pezones hasta endurecerlos y luego los pellizcaba con fuera para detener la excitación. Lamía sus orejas y su cuello y luego mordía los lóbulos para provocar el cambio de sensaciones. Colocó su miembro entre sus pechos y él mismo se fabricó una cubana. Ver aquel apéndice aparecer y desaparecer de su vista le provocó una oleada de placer.

  • Soy tuya. Sí, hazme lo que quieras. Estoy dispuesta. Si ellos han aceptado, yo lo haré. Pero no pares, por favor – suplicó ella.

Lucas consciente de que no podía detener su propia excitación obligó a Ana a introducirse su pene en la boca y aceleró su movimiento para taladrar aquella boca. La mujer gemía de gusto entre arcadas y finalmente, el amo se salió de ella para eyacular en su rostro. Ana nunca había sufrido esa sensación y dio un grito cuando el primer chorro chocó contra su nariz a poca distancia. Los siguientes recorrieron su rostro llegando hasta su pelo. En ese mismo momento, aquella mujer gritó de placer para tener un orgasmo incontrolado.

Lucas se separó de ella y encendió la luz general de la habitación. Ana pudo ver a su familia y un jadeo de sorpresa volvió a apoderarse de ella. Increíblemente estaba excitada de nuevo. Todos pudieron verse y cada uno de ellos pudo comprobar cómo se había denigrado y humillado. El amo ordenó a cada una de las mujeres que se separan de sus respectivas parejas de la sesión y desató a Ana. Los tres miembros de la familia se acercaron. Paco apenas podía moverse del dolor, Elena tenía sus hermosos pechos doloridos y Ana se encontraba en un estado de excitación mezclado con humillación por haber permitido que todo aquello pasara.

Lucas cogió de la cintura a sus mujeres y les dijo:

  • Bien, esto es una pequeña muestra de lo que podréis tener en nuestra familia. Pero todo esto tiene un precio adicional.
  • ¿Cuál es ese precio? – preguntó Ana.
  • Punto uno: tu marido y tú deberéis dejar de ser matrimonio. No me importa si lo llamáis separación, divorcio o simplemente os quitáis las alianzas. Pero no podréis volver a ser lo que sois ahora. Punto dos: renunciáis a todo lo que sois como personas físicas, pasando a ser yo el propietario de todo. Tercero y más importante: dejaréis de vivir juntos – enumeró Lucas. Lucía se le quedó mirando fijamente procurando que no se notara su incredulidad. Había decidido dar el paso definitivo. Habían hablado de eso en la preparación, pero no tenían claro si sería posible -. Tenéis quince minutos para decidirlo.

Dicho esto salió del estudio con sus mujeres de la cintura. Los tres se quedaron en silencio en la habitación. Al cabo de unos minutos, el padre les pidió disculpas por lo que acababan de ver, pero la hija les dijo que no era eso lo que habían venido a hacer, pues que no valían arrepentimientos. Ella se había excitado mucho con todo aquello y sabía que vendrían cosas peores, pero estaba dispuesta a sacrificarlo todo en vez de no tener donde ir. Allí al menos tendrían casa y comida y no se verían obligados a mendigar en casa de los familiares con los que ninguno se llevaba bien, y que además estaban deseando que llegaran para humillarles. Ana comentó que si alguien le tenía que humillar que, al menos, no fuera su suegra. Ella también se había sentido increíblemente bien y que por ella al menos no quedaría el intentarlo. Decidieron entre todos aceptar si bien no se divorciarían, simplemente dejarían de vivir juntos.

Salieron del estudio los tres desnudos. Elena miraba el miembro de su padre duro por la excitación y sin que nadie se diera cuenta se rozó con él cuando entraban en el salón. Lucía estaba leyendo un correo de trabajo en el ordenador de su amo y se oía a Isabel en la cocina.

  • Ya tenemos una respuesta, señor – dijo Paco con la cabeza gacha.
  • ¿Y bien? – preguntó Lucas mirando a Ana cuyo rostro aún mostraba las marcas de semen.
  • Hemos decidido entregarle esto – dijo Ana mostrándoles las alianzas -. No nos separamos, pero aceptamos todas sus condiciones.
  • Bienvenidos – dijo Lucía desde la silla.
  • Bien, en ese caso, estas son mis órdenes. Paco, desde este momento pasarás a convivir con mi sumisa María. Es mi sumisa mayor y será quien guíe tus pasos siguiendo mis órdenes. Elena, te irás con Clara, allí compartirás adiestramiento con su hija Carmen. Ana, tú te quedarás conmigo
  • De acuerdo – contestaron los tres.
  • En ese caso, vosotros dos vestiros – dijo señalando a Paco y Elena -. Vendrán vuestras compañeras a buscaros. Ana, no es necesario que te vistas. Acompaña a Lucía e Isabel a arreglarse, porque os marcháis ya.

Dicho esto, todos se retiraron a cumplir sus tareas mientras que Ana se tumbó en el sofá con el hombre con el que a partir de ahora compartiría su hogar. Estamos locos, pensó, pero ¿Qué más da?