Lucía (15)

Primer trabajo de Isabel con las chicas

Ya somos cinco.

Los primeros rayos de sol de aquel jueves se filtraban por la ventana. Habían anunciado otro día de intenso calor, si bien la noche en la sierra era un poco más benevolente y permitía descansar. Isabel se despertó y se sorprendió al encontrarse en aquella cama. Su hermana se encontraba en la puerta de la habitación haciéndole señas para que se acercara. Se levantó muy despacio y aún somnolienta buscó sin resultado algo de ropa que ponerse. María le hizo señas de que se diera prisa. Al acercarse a ella, Isabel vio que su hermana estaba empapada de agua.

  • Buenos días – le dijo a modo de saludo.
  • Estás empapada – le contestó ella, mientras trataba de orientarse mirando a la cama donde su amo dormía desnudo. No pudo por menos que quedarse observando aquel cuerpo -.
  • Vas tarde. Date prisa – repuso ella.
  • ¿Tarde?, pero ¿qué hora es?- preguntó Isabel mientras cruzaba sus manos sobre su pecho para tratar de cubrir su desnudez -. Déjame algo que ponerme, no encuentro ni mis bragas.
  • Vamos, a la ducha. Tienes cinco minutos. Tenemos que estar abajo en la cocina preparando el desayuno cuando él se despierte.

María tiró de su hermana hacia el baño del pasillo. Había dispuesto una esponja para ella y una toalla pequeña por si quería secarse el pelo. Isabel entró en la ducha y antes de comenzar siquiera a abrir el agua, su hermana le recordó que debería estar abajo en breve, y que por favor no se demorara secándose, todas ellas se secaban al aire. Tras esto, se dio la media vuelta e Isabel pudo ver como su hermana se marchaba dejándola allí para asearse. Comenzó a recordar todo lo que había pasado desde aquel momento en que jadeante se había dado la vuelta para ver a aquellas mujeres desnudas que la habían visto practicando sexo con el hombre que ahora regía sus destinos .

(en cursiva los pensamientos de Isabel de aquel primer día)

Se había quedado de piedra al darse la vuelta y ver a aquellas cuatro mujeres desnudas mirándola. Su mente se había bloqueado de tal manera que ni notó cuando Lucas la hizo levantarse y la cogió de la mano para acercarse a ellas. A una mirada suya, la mujer que conocía como Clara se había arrodillado y había introducido en su boca la herramienta de aquel hombre para limpiarla. Su propia hermana se había acercado y había besado levemente sus labios como alguna vez de adolescentes habían hecho. La chica más joven, mientras, había abrazado a Lucas para dejarse pellizcar el trasero por él. De repente ella notó como unos brazos rodeaban su cuerpo desde la espalda y como unos pechos se aplastaban contra su espalda. Una lengua se introdujo en su oreja susurrando un bienvenida, te estábamos esperando.

De repente, Isabel volvió de su ensimismamiento justo para darse cuenta de que tenía que darse prisa. No sabía el motivo de aquellas prisas, pero recordaba las palabras, amo y castigo con suficiente claridad como para provocar un estremecimiento de placer y dolor. Se lavó el pelo y el cuerpo todo lo rápido que pudo. Al salir, lo escurrió y con toda la rapidez que pudo bajó las escaleras hacia la cocina.

Cuando llegó al pasillo inferior, oyó la cerradura de la puerta y se asustó. La puerta se abrió y pudo ver con total naturalidad como Clara y Carmen entraban y se quitaban las camisetas largas que llevaban puestas y que estaban empapadas marcando todo su cuerpo. Ambas la saludaron con la mano mientras dejaban las camisetas en el perchero de la puerta y cogían sus consoladores de las cajas. Isabel se sintió medio mareada al ver como una madre y su hija se ayudaban a ponerse aquellos falos acabados en crines de caballo en sus anos. Cuando terminaron se acercaron y, como si fuera una rutina, besaron los labios de la nueva sumisa y desaparecieron camino de la cocina.

Cuando se separaron, Isabel, desnuda y sudorosa, tenía una mueca de asombro. Había decidido ser suya, pero aunque le había dicho que sería compartida con otras personas en su mismo rol, no podía creerse que aquellas mujeres, incluyendo a su hermana y a una madre y una hija, fueran sus compañeras de viaje. Lentamente trató de separarse de Lucía pero ésta la tenía bien sujeta. Su mente se empezaba a desconectar y ya no pudo recordar más, sólo lo que más tarde le recordaron sus nuevas amigas que pasó.

Un cachete en su trasero la trajo de nuevo a la realidad. Se giró y vio a su amo desnudo tras ella. Con su mano derecha tomó su glúteo derecho y la empujó a la cocina donde lo que vio le hizo abrir la boca. Tres mujeres se afanaban en preparar el desayuno: Lucía y Clara estaban preparando desayuno mientras Carmen ponía la mesa. Lucas se sentó a la mesa y se puso a charlar con ellas.

  • ¿Qué planes hay hoy?
  • Yo tengo que ir al abogado, como bien sabes, por el tema de la separación – contestó Clara mientras le servía el café y notaba como su amo apretaba el consolador hacia el interior de su esfínter provocando en ella una mueca de dolor-. Gracias, iba yo a hacerlo ahora.
  • No quiero fallos, Clara, debes estar perfecta. Aprende de tu hija – comentó él mientras veía a Carmen que llevaba incrustado aquel falo de látex en su totalidad.
  • Yo, en principio estoy de vacaciones ya – dijo María -. Mi idea es quedarme en casa con Carmen haciendo las cosas de la casa.
  • Perfecto, yo acercaré a la nueva y luego quedaremos todos aquí a comer. Vendrá Lucía. Por cierto, espero un paquete. Ni que decir tiene que ni se abre hasta que yo no lo diga. Carmen, recuerda que debes ir preparando las entrevistas del candidato. Ya sabes qué hacer. Y ahora, vamos, es hora de ponernos en marcha – concluyó él mientras se bebía el café.

Lucía estaba sentada en las escaleras del garaje de su casa con una taza de café recién hecho entre las manos. Miraba distraída las gotas de agua que caían sobre los escalones procedentes de su cuerpo. Su marido hacía un rato que se había marchado y ella había aprovechado para prepararse para cuando vinieran a buscarla. Siguiendo instrucciones de su amo, se había aplicado sobre los pechos dos pinzas, que, colocadas de forma longitudinal aprisionaban los pezones. Lucas quería que esos órganos estuvieran duros y sensibles y, por tanto, no podría quitárselos hasta salir de casa. Pensaba absorta en como su vida se había complicado (o simplificado según decía ella) desde hacía poco más de un mes. Ahora, se decía, era simplemente una mujer para servir, sus sentimientos eran los de alguien que se había abandonado al placer de servir, sólo vivía para ello, y daba gracias por haber encontrado a alguien que había extraído de ella la esencia de la sumisión, lo que siempre había deseado. El sonido del móvil la trajo de nuevo al presente.

Lucas inspeccionó a Isabel. El resto de sus compañeras habían hecho un buen trabajo. Llevaba un sujetador negro de copa baja de Carmen que apenas sujetaba sus enormes senos. El vestido de falda y chaqueta de raya diplomática, complementado con una elegante blusa sin mangas hacía de ella la ejecutiva que en realidad era. Debajo de la falda, su sexo al aire libre desmentía esa condición. María le había advertido: poco escote y falda demasiado larga, pero Isabel le había respondido que era lo que tenía.

El amo hizo girarse a la mujer en presencia de las otras tres compañeras. Con un simple chasqueo de los dedos, Clara entendió lo que quería y aquel escote producto de la apertura de un solo botón quedó inmediatamente descartado. Las hábiles mano de aquella sumisa desabrocharon dos más dejando a la vista las suaves curvas de los senos de la recién llegada. Ésta, asustada, miró al suelo avergonzada. El amo la humilló haciéndola agacharse para poder observar como esos pechos se veían casi en su totalidad cuando se doblaba.

  • Vámonos, ahora estás lista – le dijo mientras aquella mujer, hundida en la vergüenza caminaba detrás de él.

Lucía contestó al teléfono. Era un cliente. Su mueca de desagrado fue evidente. Lentamente se fue levantando mientras le atendía. Conocía cual tenía que ser su comportamiento cuando eso pasara y se encontrara sola. Lentamente fue hacia la cocina y abrió el congelador. Con la mayor naturalidad del mundo tomó entre sus manos un cubito de hielo y volvió hacia las escaleras. Maldecía mientras iba anotando mentalmente las operaciones que tendría que hacer cuando llegara a la oficina. Tras volver a sentarse abrió las piernas y comenzó a acariciarse su sexo con el hielo. Su cuerpo emitió un espasmo al notar el frío con el calor de aquella parte de su anatomía. Progresivamente fue acostumbrándose a la sensación, aunque sabía que lo peor estaba por llegar. Decidió que la mejor manera de hacerlo era de golpe, así que aprovechó que su interlocutor buscaba unos papeles para meterse aquel trozo de hielo en su interior. Se mordió los labios para evitar gritar aunque un gemido ahogado salió de su boca. El cliente le preguntó el motivo de ese grito y ella tuvo que inventarse, entre jadeos de dolor y placer, que se le había caído un archivador sobre el pie. Comenzó a respirar trabajosamente, lo que hacía que las pinzas apretaran aún más al subir y bajar sus senos con mayor intensidad. Su cuerpo se tensaba producto de la excitación y del frío que luchaba contra su sexo incandescente. Se sentía desmayarse cuando por fin aquel hombre se despidió de ella. Haciendo un esfuerzo final dejó el teléfono en el suelo y mediante un movimiento pélvico expulsó los restos de aquel cubito de hielo que habían provocado en ella un dolor tan intenso pero a la vez tan excitante.

Lucas conducía de camino hacia el centro con Isabel a su lado. Esta, en silencio, meditaba sobre como podía haberse complicado la vida de esa manera. Lo extraño para ella es que en el fondo, aunque aterrorizada por la situación estaba empezando a sentirse cómoda. La voz de su amo la sacó de sus pensamientos.

  • Por cierto, vas muy guapa, espero que al llegar a tu reunión ni se te ocurra abrocharte.
  • No, no pensaba hacerlo – mintió ella. ¿cómo podía leer en su mente así?, pensó.
  • Eso espero. Por cierto, cuando acabes llámame, te diré donde estoy para que vengas a buscarme – dijo él -. Por cierto, súbete la falda, quiero verte los muslos.

Isabel sin rechistar fue retirando la tela hasta que la totalidad de sus muslos quedó casi al descubierto. El sol que se filtraba por el cristal le daba cierta sensación de bienestar aunque se sentía realmente tensa. Los camones que adelantaban pitaban al ver a aquella mujer mostrando sus piernas casi por completo. Lucas pensaba para sus adentros que la hermana de María iba a suponer un nuevo desafío que le proporcionaría grandes satisfacciones

Carmen estaba planchando cuando sonó el timbre. Se asomó por la ventana de la cocina y pudo ver la furgoneta de la compañía de mensajería. Resopló pensando en lo que tenía que hacer y lamentó que María se hubiera ido al supermercado. Hubiera deseado que estuviera con ella por si acaso. Lentamente se acercó a la puerta y cogió la camiseta blanca semitransparente. Una vez se la puso, abrió la puerta y pudo ver la sorpresa reflejada en la cara del mensajero. La imagen, pensó, debía ser para eso y mucho más. La camiseta larga hasta los muslos tenía un generoso escote del que los ojos de aquel chaval no podían salir. Se había quedado mirando aquellos senos sin siquiera poder disimularlo. Con toda la calma que pudo reunir, Carmen le saludó a lo que aquel joven apenas pudo balbucear el nombre de Lucas y las palabras paquete y firma. Ésta, como si fuera la cosa más natural del mundo cogió el paquete y de forma calculada se giró y lo dejó en el suelo, momento en que la camiseta dejó al descubierto todo su trasero y las crines del consolador allí incrustado. Lentamente se giró agachada para que al levantarse su pecho fuera visible para su interlocutor. Se sentía tremendamente avergonzada a la par que excitada, de hecho temía que no fuera a poder evitarlo y se lanzara encima de aquel chico. Lucas le había dado la orden de exhibirse y llegado el caso desnudarse, pero no tener sexo. Cuando se levantó pudo notar el bulto entre las piernas del joven. Haciendo acopio de todo su aplomo, firmó el papel y cerró la puerta. Ha sido salvaje, necesito agua fría para calmarme, susurraba. Se quitó la camiseta y salió corriendo hacia la piscina donde se lanzó para sentir el frescor del agua y relajarse. Había estado a punto de haberse hecho pasar a aquel pobre mensajero y haberlo violado.

Lucas estaba en la oficina cuando llegó Lucía. Llevaba una falda roja y una blusa blanca sin mangas en el que se marcaban sus dos pezones como balas saliendo de un fusil. Hacía menos de media hora que se había quitado las pinzas, una vez que estaba maquillada y preparada y los efectos en la blusa eran los esperados. Menos mal que estamos en verano y aquí apenas hay nadie, porque menudo espectáculo debo ir dando, pensó. Saludó a su amo con un beso rápido que fue correspondido con un pequeño azote y un "estás preciosa hoy, gracias" y se sentó en su mesa a trabajar, no sin antes abrir la blusa los tres botones de rigor y dejar su escote y parte de sus senos a la vista de aquel hombre que controlaba su vida.

Estaba en la impresora recogiendo unas copias cuando Lucas la llamó preguntándole si quería un café. Ella aceptó gustosa y fueron hacia el office donde se encontraban las máquinas. Al entrar, Lucas la empujó contra la pared y tras lamerle el cuello, sacó del bolsillo del pantalón un pequeño consolador que introdujo por debajo de la falda de la mujer. Esta, mirad asustada, mitad excitada intentó girarse pero su amo no se lo permitió. Lentamente la obligó a abrir las piernas y tras retirar el tanga procedió a introducir aquel pequeño juguete en su sexo. Era de forma ovalada y se accionaba mediante un control remoto que Lucas se encargó de enseñarle. Ella, jadeando por la emoción, se acomodó la falda y se sentaron a tomar el café. Entraron un par de compañeros y Lucía le miró angustiada pidiéndole que guardara eso en el bolsillo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de su amo mientras lo escondía. De repente, Lucía dio un pequeño salto. Su amo acababa de conectar el consolador. Le suplicó con la mirada que parara pero él negó imperceptiblemente con la cabeza. Lucía empezó a sentir como su cuerpo había tomado el control y como sus pezones crecían de forma exponencial mientras sus compañeros terminaban de sacar el café. Uno de ellos se puso a hablar con Lucas a su espalda mientras ella sucumbía inevitablemente a aquel zumbido interior que la recorría. Temía que aquellos chicos se sentaran con ellos a la mesa, no hubiera podido disimular nada. Sus pechos pugnaban por salir de la blusa debido a la respiración agitada, sus ojos empezaban a salirse de las cuencas del placer que sentía y sus manos temblaban mientras agarraban el vaso de cartón. Afortunadamente, salieron del office cuando ella empezaba a morderse los labios para no gemir. Cuando se quedaron solos, el amo desconectó el juguete y la miró con una mueca divertida y un simple, buen trabajo, estabas preciosa salió de sus labios. Lucía había estado a punto de tener un orgasmo delante de sus compañeros de trabajo. Se sentía morir pero no sabía bien si era de placer o de vergüenza. Él se levantó y con un gesto le dijo que era hora de volver a trabajar. Ella se levantó y lentamente avanzó detrás de él con la cabeza gacha. Había sido expuesta pero él no le había dado importancia. Le odiaba porque acaba de llevarla a un lugar donde en el fondo, sabía que era feliz, aunque le costara reconocerlo. Es que es lo que soy, se repitió mientras se sentaba de nuevo en su silla, te guste o no, Lucía es lo que eres, suya.

Se sobresaltó al escuchar a sus compañeros en la puerta. Se marchaban ya para casa y como siempre se reían de ellos porque les decían que no trabajaran tanto que no iban a heredar la empresa. Tras las típicas bromas de rigor, ambos oyeron como cerraban la puerta. Estaban solos, y era el momento que Lucía había estado temiendo y deseando desde que había llegado a trabajar. Clara les había llamado diciendo que había terminado en el abogado y que se iba a acercar a la oficina para volver con ellos, mientras que esperaban a Isabel, que tenía que ir al mismo sitio. No necesitó de un gesto de nadie para saber lo que tenía que hacer. Se levantó y se desnudó completamente y cuando estaba doblando la ropa para guardarla en el armario notó de nuevo aquella sensación que durante toda la mañana le había acompañado. Había experimentado al menos tres veces la sensación de estar al borde del orgasmo y una de las veces se había corrido en su sitio suplicando que no entrara nadie en ese momento. Su amo había aplaudido con la mirada su entrega y dedicación. Ahora, Lucas insistía de nuevo en aquella dulce tortura. Se giró y le miró como sólo podía mirarle a él, llena de amor, ternura y entrega. De repente, ese zumbido aumentó de intensidad. Ella que pensaba que había experimentado durante la mañana el límite de aquel pequeño engendro se vio sorprendida cuando Lucas le dijo que sólo lo había probado a menos de la mitad. Lucía se sujetó como pudo a la mesa con las manos, mientras todo su cuerpo comenzaba a estremecerse. En ese mismo momento sonó el teléfono interior. Lucas, jugueteando con el control remoto, descolgó. El portero del edificio le dijo que una mujer llamada Clara Guzmán había llegado. Él le pidió que la dejara subir y colgó. Cogió de la mano a Lucía mientras disminuía al mínimo la intensidad del consolador y la obligó a ir a la puerta de la calle. Cuando llegaron, le ordenó abrir la puerta. Ella no sabía lo que pasaba, pero con aquel aparato en su sexo, no tenía voluntad. Ejecutó aquella orden sin darse cuenta realmente de lo que hacía, salir desnuda a un descansillo. Una mujer salía del ascensor en ese momento. Clara fue lo único que pudo murmurar antes de caer de rodillas por un aumento continuo en la vibración que la recorría el cuerpo.

Isabel salió de la reunión con una sensación de cansancio inmensa. Todos sus nervios se habían venido abajo. Se había pasado la mañana tratando de moverse lo menos posible, de buscar taparse mientras prestaba atención y discutía con aquellos proveedores. Al salir de aquella oficina, se desplomó en un banco de la calle y cerró los ojos. Su cuerpo pedía un descanso antes de continuar. Al abrirlos de nuevo se encontró a un par de chicos mirándola descaradamente. Se levantó alarmada del banco cuando comprobó que el cuarto botón de su blusa se había desabrochado y mostraba la totalidad de aquel sujetador negro que le habían prestado. Sin embargo aquello no fue más que el principio de la fatalidad ya que debido al salto para levantarse, las copas del sujetador no pudieron por más tiempo contener aquellos senos y acabaron cediendo para mostrar aquellos grandes pechos. Los chicos se quedaron boquiabiertos mientras Isabel cerraba la blusa lo más rápido que podía con las manos. Se giró para colocarse dos botones y salió corriendo tras coger su maletín. Podía notar sus pechos libres saltar salvajemente fuera de cualquier contención. Entró en un bar y tras pedir una cerveza se fue al baño donde, tras comprobar que estaba sola, se abrió la blusa y recolocó sus pechos dentro de aquellas mínimas copas. Al salir, se sentó en una mesa y degustó la bebida con calma mientras cogía su teléfono y, aún con las manos temblorosas, llamaba a su amo.

Clara cerró la puerta tras de si. Se había sobresaltado al salir del ascensor y encontrarse arrodillada a su compañera. Lucía estaba desnuda, con el pelo revuelto, jadeando y con los ojos cerrados. De repente, como movida por una fuerza interior, había abierto los ojos lentamente y tras darse cuenta de donde estaba, se había levantado y había entrado rápidamente en aquel piso que servía de oficina a su amo y dos de las sumisas.

Lucas la hizo desnudarse de forma inmediata. Y allí estaba ella, quitándose los pantalones de lino que llevaba. Un fino tanga de hilo apareció ante sus ojos. Desde que se había separado, y debido a su nuevo estatus, llevaba todo su cuerpo completamente depilado. Lucía sostenía su ropa entre jadeos. Aún no sabía qué estaba pasando aunque estando el amo de por medio, cualquier cosa era posible. Cuando se quitó la camiseta, sus pechos quedaron al aire y se erizaron por el contacto con el aire acondicionado. Tras darle el tanga a su compañera procedió a cruzar sus manos por detrás de su cabeza para ser inspeccionaba. Su amo asintió y las autorizó para entrar en el despacho que Lucas y Lucía compartían. Al llegar a él, Lucas se detuvo detrás de ésta última y con sus dedos se introdujo dentro del sexo de la sumisa. Lentamente sacó aquel consolador que se encontraba empapado y se acercó a Clara mientras Lucía suspiraba de alivio. Sin siquiera dudar, y tras asegurarse de que ésta estaba preparada, introdujo aquel elemento en su sexo. Clara notó algo húmedo dentro de ella, pero no sabía lo que era, hasta el momento en que aquel aparato pareció tomar vida dentro de ella.

Un grito se escapó de su boca, mientras Lucas sonreía maliciosamente. Ahora lo entendía todo. Por eso Lucía tenía esa cara cuando la vio. Ahora estaba sentada sobre la moqueta con la cabeza apoyada en la pared. Resoplaba mientras trataba de recomponerse. Se había hecho una coleta con un bolígrafo y la miraba con cara de comprenderla perfectamente. Lucas miraba por la ventana distraído mientras variaba la intensidad de funcionamiento a su gusto siguiendo aquellos gemidos entrecortados. Clara notaba que sus piernas empezaban a fallar y aunque, no tenía permiso, se agarró a la mesa. Lucas se giró para verlo y una mueca de placer se dibujó en su rostro. Recorrió los escasos metros que le separaban de Clara y le susurró que colocara las manos en la nuca. Ésta le respondió que no podía, momento en que Lucas le mostró el mando. Clara pudo notar el cambio de la intensidad de movimiento de aquel pequeño demonio al tiempo que escuchó la orden de levantar los brazos. No pudo resistirse y empezó a levantarlos cuando las piernas se le doblaron. Consiguió ponerse de rodillas mientras suplicaba que parara aquello o le permitiera tener un orgasmo. Gemía descontroladamente mientras se preguntaba si su cuerpo iba a poder aguantar esto. Su cardiólogo le había dicho que evitara las grandes emociones, pero aquello era demasiado. Con un supremo esfuerzo, cruzó los brazos sobre la cabeza y notó con alivio como la vibración disminuía. Jadeando miró agradecida y a una orden de su amo se sentó al lado de Lucía.

El portero del edificio se extrañó cuando Isabel le indicó donde iba. Era tarde para una visita, pero el porte de aquella mujer no le dio mayor sospecha. Se comportaba como una alta ejecutiva. Le indicó la planta donde estaba y tras confirmarlo con los ocupantes del despacho, le acompañó al ascensor. Dos mujeres en menos de una hora. Esta gente estaba muy ocupada pensó. Isabel había recibido órdenes muy claras. La puerta estaría abierta. Debía ir siguiendo las notas que se fuera encontrando. Al salir del ascensor, comprobó efectivamente que podía entrar en aquel piso. Nada más cerrar la puerta se encontró un sobre en el suelo con su nombre. Lo abrió y leyó la simple nota firmada por su amo que había dentro: "quítate la blusa, tírala al suelo y avanza hasta el siguiente grupo de mesas donde verás otro sobre". Sin dudarlo, se desabrochó los botones y obedeció la orden. Estaba desatada. Lucas le había dicho que era una prueba definitiva, si confiaba en él pertenecería de pleno derecho a esta familia, si no, simplemente sería una mujer prescindible dentro del grupo. Nadie en toda su vida le había dicho que era prescindible. Avanzó hasta alcanzar el siguiente sobre. Tras abrirlo, leyó la nota: "quítate el sujetador y déjalo sobre la mesa. Abre el cajón y verás dos pinzas de cocodrilo. Colócatelas en los pezones y avanza hacia la sala de reuniones". Isabel obedeció sin rechistar, dispuesta a conseguir ser parte del equipo. Dejó con cuidado el sujetador y tomó entre sus manos aquellas pequeñas pinzas. A saber de dónde las han cogido, tienen pinta de equipos de laboratorio. Con la mano derecha abrió las pinzas mientras que con la izquierda sujetó su pecho. Temblando de miedo, la aproximó a su pezón. No pudo reprimir el grito de dolor al cerrar aquel frío metal contra su carne. Pataleó varias veces para tratar de aliviar aquella sensación, a la que poco a poco se fue acostumbrando. Notó que de sus ojos caían dos pequeñas lágrimas. Apretando los dientes repitió la misma operación y esta vez se tuvo que clavar las uñas en las palmas de las manos para soportarlo.

Clara miraba atónita a esa mujer que luchaba contra sus propios instintos. Lucía mientas estaba siendo montada por su amo con las manos atadas a la espalda. Gemía rítmicamente acompañando la cadencia. En su espalda tenía el mando a distancia del consolador que Lucas manipulaba a su antojo provocando continuos espasmos en el cuerpo de Clara.

Isabel llegó a la sala de reuniones y encontró un nuevo sobre: "desnúdate y ve gateando hasta el despacho de tu amo. Tus pezones deben ir rozando el suelo". Isabel se quitó la falda precipitadamente y la tiró al suelo. Las pinzas comenzaban a provocar un dolor más soportable, pero aún así, necesitaba liberar sus pechos. Se arrodilló y notó como su cuerpo parecía pesar un quintal. Cuando puso sus manos en el suelo y sus senos cayeron hacia el suelo se curvó en una nueva mueca de dolor. Apretando los dientes salió de la sala de reuniones y comenzó a notar como el suelo se clavaba en sus rodillas. Iba inclinada hacia delante para poder ir rozando el suelo como le habían dicho. Sentía que los pezones se iban a salir de su cuerpo por el dolor. Al llegar a la mitad del recorrido empezó a escuchar los gemidos de dos mujeres. Son mis compañeras, ya debo estar cerca, pensaba.

Lucas notó que iba a correrse y se salió de su sumisa Lucia. Llamó a Clara con la mirada y tras colocar el consolador en la posición máxima se acercó a ella. Lucía jadeaba por el orgasmo que acababa de tener mientras se apoyaba en la mesa completamente para descansar las piernas. Clara al borde de un colapso se arrodilló mientras notaba un inminente placer que no iba a poder controlar. Su amo le autorizó a no retenerlo mientras él eyaculaba en su cara.

Isabel entró en el despacho al tiempo que Clara tenía aquella sacudida de placer. El gemido de ella mientras alcanzaba el clímax se mezcló con el grito por no esperarse aquel semen en su rostro. Parte de él cayó sobre su nariz y ojos, parte en sus labios y otro poco descendió por su barbilla hasta alcanzar. Isabel venía sudando por el esfuerzo, pero se quedó helada al ver la escena: Lucía tumbada sobre una mesa con todo su ano y sexo visible, Clara de rodillas sobre una mancha de humedad, con la cara llena de semen y ella a gatas en la puerta.

  • Bienvenida, Isabel, buen trabajo
  • Gracias – balbuceó ella.
  • Ven aquí y límpiame, sumisa – ordenó él.

Isabel se acercó a su amo y abriendo su boca comenzó a lamer el pene hasta dejarlo sin resto alguno de semen. Lucas le acarició el rostro mientras lo hacía en señal de agradecimiento. Cuando él consideró que estaba todo correcto, la tomó del pelo y la acercó a Clara.

  • Limpia su cara – le dijo
  • ¿Cómo? – preguntó ella asustada

Él abofeteó su cara y se lo repitió. Isabel asustada y repugnada por aquello lamió y tragó todos los restos del rostro y cuerpo de Clara. De vez en cuando le sobrevenía una arcada o un gesto de asco que trataba de disimular. Cuando se notó ya limpia, Clara abrió los ojos y pillando por sorpresa a Isabel, la besó metiendo su lengua dentro de la boca de su compañera. Ésta quiso zafarse pero las manos de su amo la obligaron no sólo a recibir si no a devolver ese beso. Isabel se sintió extraña al besar a una mujer pero no le pareció tan extraño, empezaba a gustarle.

Mientras tanto, Lucas había desatado a Lucía y ambos se besaron con pasión. Tras el beso, le ordenó que saliera a buscar las cámaras de vídeo que ambos habían escondido por la oficina. Después las ordenó que salieran del despacho y recogieran sus ropas. Les dijo que tenían una videoconferencia en la sala de reuniones con María y Carmen. Ellas se levantaron y le siguieron.