Lucía (14)

La entrega de Isabel

Isabel se encontraba tumbada al sol. Se había sentido medio histérica cuando había tenido que quitarse la parte de arriba del bikini. Nunca había hecho topless y la sensación de que hacía el ridículo debido a sus grandes pechos no se borraba de su mente. Su hermana se había reído al verle la cara, pero no sospechaba que era por motivos diferentes a los que ella suponía.

Había procurado no moverse demasiado, para no ser observada por su hermana, pero en un momento determinado el calor le hizo levantarse a mover la tumbona hacia la sombra. María se había levantado a ayudarla y pudo ver su cuerpo esculpido a base de horas de gimnasio. Sintió una punzada de celos al ver como no había ni un gramo de grasa extra en él. En cambio, podía notar como sus pechos caían a ambos lados de su cuerpo y sus piernas no tenían la tersura de las suyas. Su hermana sonrió para animarla y una vez colocaron la hamaca, le dio un cachete cariñoso en el culo y le dijo:

  • Tú también podrías tener este cuerpo, si lo trabajaras bien.
  • No se como – respondió ella -. Con la niña, el trabajo y Paco, no tengo tiempo para mí.
  • Mira, Isa – respondió María acercándose a escasos centímetros de su hermana y provocando una mirada de susto en su hermana -. Tu hija ya es mayor, tu marido puede permitirse estar dos horas sin tenerte bajo el yugo y del trabajo siempre se puede sacar tiempo.

María se había acercado con total intención. Había aproximado su cuerpo con la firme intención de tocar el de su hermana. Isabel, asustada en un principio había dado un paso para atrás, pero al encontrarse con la tumbona no había podido retroceder más. Ahora, sus grandes pechos rozaban los de María y notaban como aunque no podía evitarlo sus pezones reaccionaban al contacto. Empezó a sentirse incómoda si bien no era por el contacto, si no porque inexplicablemente comenzaba a sentirse excitada. "Hace demasiado tiempo que mi piel no roza otra piel, tiene que ser eso", se repetía Isabel.

Cuando se separaron, Isabel se zambulló en el agua para tratar de relajarse. Vio como su hermana cogía el teléfono y hacía una llamada pero no pudo escuchar el contenido de la conversación.

Lucas conducía su coche camino de casa de Clara. A su lado, Lucía estaba espectacular. A petición de su amo, se había rizado el pelo con espuma, dando un aire más agresivo a su rostro. Llevaba una blusa ibicenca blanca y un short vaquero que dejaba al descubierto sus piernas bronceadas. A petición de su amo llevaba unas sandalias blancas de tacón que realzaban su figura. Lucía se sentía cómoda, cada vez era capaz de llevar menos ropa, de hecho no llevaba más que un tanga de hilo que Lucas le había permitido llevar. La blusa, semitransparente dejaba intuir sus bien formados pechos y unos pezones ya erectos por efecto del aire acondicionado. En el maletero, la bolsa de deportes de Lucas guardaba el bañador del amo y el bikini blanco de la sumisa.

Aparcaron frente a la puerta de casa de Clara. Carmen les abrió la puerta completamente desnuda. Su pelo negro estaba recogido en una coleta y manchado de restos del cacao del desayuno. Parecía como si se hubiera estado deslizando por el barro. Lucas la observó con detalle. Lo que ha cambiado esta chica, pensó. El cuerpo de Maica estaba mucho más definido. Había bajado varias tallas y había empezado a definirse. Les ofreció pasar y les condujo a la cocina donde Clara estaba terminando de fregar el suelo después de recoger los restos de leche de la sesión de amamantamiento.

Lucas las miró y dijo:

  • ¿Aún no os habéis duchado?
  • No, mi amo – contestó Clara mientras se apoyaba en el palo de la fregona para escurrir el agua. Gotas de sudor corrían por su espalda atravesando los restos del juego del desayuno -. No he tenido tiempo. Preferí recoger todo esto para que te sintieras orgulloso de tu otra casa.
  • Carmen – dijo Lucas volviéndose hacia la más joven -. En el garaje, entiendo que hay una manguera, ¿verdad?. Prepáralo todo.
  • Enseguida – asintió ella mientras pasaba de puntillas por el suelo mojado de la cocina.

Lucas miró a Clara y vio una mirada de cansancio pero también de pasión. Le preocupaba la salud de su posesión. Ella le tranquilizó con la mirada. Estoy bien, sólo cansada de discutir y estresada por su nueva condición, le susurró. Dejó la fregona en el suelo y acompañó a su amo y a Lucía por las escaleras hacia el garaje.

Al llegar vio que su hija había desplazado la pequeña moto que tenía dejando un hueco contra la pared lo suficientemente amplio como para que se pudieran mover. El champú, el gel y la esponja estaban apoyados en el coche de Clara. Carmen le entregó la manguera a su amo y se apoyó en la pared. Él accionando el grifo comenzó a mojarla. El contacto con el agua fría le hizo estremecerse. Jadeaba por la sensación de frío y por la fuerza de la presión de la misma. A su lado, su madre miraba con los ojos abiertos. Carmen respiró aliviada cuando el amo cerró el grifo de paso de agua. Sus pechos, fruto del jadeo de haber recibido el agua, subían y bajaban salvajemente. Su pelo empapado caía a ambos lados de su cuerpo mientras gotas de agua recorrían todos los rincones de su cuerpo. Cogió el champú y empezó a lavarse el pelo mientras su madre se aproximaba y Lucas accionaba de nuevo el grifo.

Clara apoyó las manos en la pared justo a tiempo para no verse vencida por la primera ráfaga del agua. La pinza que tenía al pelo cayó al suelo cuando Lucas levantó la manguera. Jadeaba mientras pensaba que el corazón se le iba a salir por la boca. Lentamente y siguiendo las instrucciones de su amo se fue girando para ofrecer su pecho al contacto del agua. Con las manos buscaba irse aclarando los restos de chocolate reseco de su piel. Cuando dejó de recibir el chorro de la maguera, siguió los pasos de su hija y comenzó a lavarse el pelo y el cuerpo.

Lucía había cogido la cámara de fotos del bolso y se la entregó a Lucas mientras éste dejaba la manguera en el suelo. Mientras sus compañeras se enjabonaban, ella se había quitado la ropa, dejándola sobre una estantería y permanecía desnuda observando la escena. Lucas indicó a Clara y a Carmen que se acercaran la una a la otra y que se abrazaran por la cintura mientras mirándose a la cara. Madre e hija se aproximaron y pasaron sus brazos alrededor de la otra. El champú caía por su cuello y rostros. Lucas tomó varias fotografías en diversas posturas: abrazadas mirándose, Clara con su cabeza en el pecho de su hija, abrazada en la espalda de Carmen.

Cuando decidió que era suficiente, tomó de nuevo la manguera y volvió a mojarlas, esta vez a ambas juntas. Las dos mujeres comenzaron a aclararse el pelo y el cuerpo hasta quedar completamente limpias. Lucía les dio un par de toallas y ambas se secaron como pudieron. El amo sonrió y les dijo que se prepararan, era hora de comenzar la barbacoa.

María estaba terminando de colocar el mantel en la mesa del jardín. Se sentía extraña con el bikini completo. Notaba como su cuerpo pugnaba por salir de la ropa y quedarse como se sentía más cómodo: desnudo. A su lado, su hermana se había puesto una camiseta oscura larga y el sujetador. Isabel estaba muy nerviosa. Acababa de recibir un mensaje de texto indicándole que hasta nuevo aviso debía comportarse como una mujer desinhibida pero elegante. Sabía que su camino acababa de iniciarse pero lo que no entendía es cómo su amo podría saber si ella estaba cumpliéndolo. Pensó en seguir como hasta ahora y luego engañarle, pero también sabía que seguramente si mentía, él lo acabaría sabiendo, porque desde su primer contacto, notaba la presencia de su amo en todas partes, aunque no le conociera. Decidió obedecer pasara lo que pasara, porque era su decisión, nadie le había obligado.

María miraba divertida la expresión de su hermana. Sabía que estaba en los últimos momentos de la lucha, que dentro de nada tendría que dar el salto. En el fondo se sentía un poco culpable, pero también sabía que no era nadie para frenar los instintos de depredador de Lucas.

Volvía de la cocina con los vasos cuando vio llegar a su amo. Venía de la mano de Lucía. Una punzada de celos al verlos así recorrió su cuerpo, pero comprendía que ella había ganado la oportunidad de ser su pareja. Miró a Lucía y no pudo más que sonreír. Estaba radiante subida en aquellos tacones y con la blusa casi abierta dejando ver el sujetador del bikini. A su lado, su amo, en bañador y con una camiseta azul estaba arrebatador. Detrás Carmen con un pareo rojo en la cintura a juego con un bikini que ella misma le había regalado y Clara con una camiseta rosa hasta justo la mitad del muslo.

María se acercó a ellos y les saludó. Aprovechando que su hermana estaba en el interior de la casa, besó a cada uno de ellos en los labios de forma rápida. Lucas le preguntó por el estado de Isabel.

  • ¿Cómo está?
  • A punto, Lucas, lo veo en sus ojos. Quiere negarse pero creo que no podrá. ¿La cuidarás? – preguntó nerviosa.
  • Como os cuido a todas – concluyó él sonriendo mientras metía la mano por dentro de su bikini y acariciaba el pezón erecto.

Isabel dejó en la cocina la camiseta y salió de la casa medio histérica. Había llegado el momento de empezar a convertirse en lo que siempre había odiado: una mujer ligera de cascos. Se acercó al grupo y saludó con dos besos a Carmen mientras procuraba que el abrazo fuera más cariñoso que de costumbre. Ésta, a su vez, aceptó el abrazo y dejó que los pechos de Isabel rozaran los suyos. Clara, que acababa de percatarse de la situación avisó a Lucas y éste le dio su consentimiento para provocar a Isabel. Ambas mujeres se acercaron y él pudo ver como su sumisa acercaba sus labios casi al borde de los de Isabel. Ésta se asustó inicialmente al notar como otro cuerpo la aprisionaba pero sin dudarlo no retiró su cara. Me estoy volviendo loca, cómo puedo estar haciendo esto, pensaba. Cuando llegó el turno de Lucía, ésta ni corta ni perezosa se acercó a Isabel y tras decirle hola, no dio tiempo a que la hermana de María se preparara. La abrazó y deslizó sus labios sobre los de la novata en un pico rápido. Isabel se quedó boquiabierta, por lo que María tuvo que interceder rápidamente indicándole que Lucía siempre saludaba así. Cuando le llegó el turno a Lucas se acercó a su oído y la dijo:

  • Encantado, Isabel, espero que empieces a demostrarme lo que dices que sabes hacer. - Con total naturalidad la abrazó y metió la mano por debajo de la braga de su bikini para acariciar el culo de la mujer. Ésta, asustada, trató de zafarse pero él continuó. No te separes, si quieres verdaderamente ser mi sumisa.
  • Sí, sí – balbuceó ella. Estaba absolutamente bloqueada. No podía pensar. Odiaba que la manosearan el trasero y aquel hombre que acababa de conocer lo tenía en sus manos. Esperaba que al menos, como veía a todas las demás, nadie se diera cuenta.
  • Bien – continuó él - . De momento, y hasta nueva orden quiero que seas la encargada de todo, si alguien quiere algo, se lo traes, si alguien necesita algo, se lo das. Quiero ver de qué estás hecha.
  • Entendido, entendido. Por favor suéltame, que nos van a ver – suplicaba ella.
  • Escúchame – susurró él -, no estás en condiciones de dar órdenes ni de suplicar nada. Ha sido por tu propia voluntad. Dentro de cinco minutos iré a la cocina a por una cerveza. Deberás estar allí y hacer lo que se te ordene. Si no vas, entenderé que no deseas servirme y no te haré más caso, por mucho que lo supliques.

Dicho esto, la soltó y se alejó como si nada hubiera pasado. Isabel estaba asustada. Se apoyó como pudo en una de las hamacas y se sentó. Acababa de sufrir una experiencia única. Un hombre había destrozado su mente en apenas veinte segundos y lo peor de todo, es que ella, una mujer de negocios acostumbrada las grandes reuniones había caído rendida sin presentar batalla. No lograba entenderlo, trataba de analizar lo que había pasado pero no era capaz. Su cuerpo había experimentado una sacudida cuando él le había dicho quien era. Se había excitado con la sensación de ser poseída. Y aunque su mente trataba de ser coherente, su cuerpo había tomado la decisión: se entregaría, sería su sumisa. Susurró aquella palabra y pudo notar como sus pezones se endurecían con cada una de las sílabas. De repente cayó en la cuenta de que no sabía el tiempo que había pasado. Vio como su amo se dirigía a grandes pasos hacia la casa: iba a la cocina. Como poseída, se incorporó todo lo rápido que pudo, caminó todo lo rápido que le daba su cuerpo mientras maldecía por estar tan gorda, dejó a su hermana que iba a su encuentro con la palabra en la boca y entró unos pocos segundos antes que él en la casa.

Lucas la encontró apoyada en la encimera de la cocina, de espaldas a la puerta. Jadeaba por el esfuerzo. Lentamente se acercó hasta ella y le dijo:

  • Tenemos que hablar, Isabel.
  • Sí, cierto – dijo ella entre jadeos, mientras trataba de recuperar la compostura.
  • Tú has decidido dar este paso, yo no te he reclamado, ¿recuerdas? – preguntó él.
  • Sí, Lucas – respondió ella temblorosa -, o ¿debo llamarte amo? Nunca he sido iniciada, creo que se dice, pero deseo serlo, necesito experimentar ser importante para alguien, o no ser importante pero sentirme al menos parte de algo.
  • Puedes llamarme Lucas – concedió él -. Quiero que sepas una cosa antes de que tomes una decisión: no estás sola, hay otras personas involucradas en una relación de sumisión conmigo. Por lo tanto, deberás empezar desde cero, desde abajo, aprendiendo y no poniendo pegas. No hay límites, aunque hay cosas que por su naturaleza quedarán excluidas, no te haré nada que no crea que no puedes hacer, pero te exigiré que cada día seas más.
  • No se si podré, tengo mucho miedo, miedo al ridículo, al fracaso, a no ser lo que esperas de mí ¿Qué debo hacer? – preguntó tartamudeando Isabel.

Lucas no la contestó. Simplemente se acercó a ella y con la mayor naturalidad del mundo metió las manos por el sujetador del bikini y le sacó los pechos. Isabel trató de taparlos con las suyas cuando notó que algo estallaba en su mejilla. La bofetada fue sonora. Como movida por un resorte interno, ella bajó las manos y permitió que su poseedor acariciara sus senos. A cada caricia que recibía, su cuerpo comenzaba a estremecerse. Nunca nadie había tocado sus pechos con tanto poder sobre ella. Lucas le ordenó levantar los brazos y ella obedeció sin rechistar, mientras él cogía unas tijeras y rompía aquella prenda.

  • No la quiero ver más, pertenece a tu pasado.
  • Sí – fue todo lo que pudo balbucear ella.

Sus pechos cayeron a su posición cuando se liberaron de la tela. Él estuvo mirando durante varios minutos sus pechos, sopesándolos con las manos, pellizcando sus enormes pezones que respondían hinchándose y endureciéndose por momentos. Cuando consideró que estaba preparada le dio la camiseta que ella había dejado y le dijo:

  • Si estás dispuesta a ser de las mías, esta es tu gran oportunidad de demostrarme lo que vales. Yo te diré qué hacer y cómo hacerlo. Quiero que hagas todo lo que te dije antes, pero deberás hacerlo a mi manera.
  • Así lo haré - dijo ella mientras se ponía la camiseta y sus pechos quedaban apresados dentro de la prenda -, pero te suplico un último favor: ayúdame.
  • Te ayudaré – dijo él mientras la atraía contra él y la besaba en la boca -. Ahora quiero que salgas ahí fuera y en media hora vuelvas aquí a buscar algo y me esperes ... desnuda
  • No, desnuda, no, me podrán ver – chilló ella al tiempo que recibía una segunda bofetada -. Perdón, estaré desnuda, lo siento.
  • Así me gusta. Ahora sal y disfruta de las chuletas.

Isabel salió aún doliéndose de las dos bofetadas. ¿Qué me pasa? Si alguien me dice que me van a pegar dos veces y encima voy a pedir perdón, le hubiera llamado loco. Pero no. Le había encantado. Ella, una mujer con personal a su cargo en el mundo laboral, había sido humillada y se había excitado con ello. ¿Cómo era posible?

Se unió al resto de mujeres y empezó a comer como si no hubiera comido en una semana. Había encontrado su lugar y era feliz en él. De repente vio una mirada de su amo y sonrió como si aquel hombre tuviera la facultad de controlarla. En un momento determinado se levantó de la silla y fue a la cocina con la excusa de coger una cerveza. Nada más entrar en la casa y como si otra mujer la poseyera, se quitó la camiseta y la dejó encima de una silla. Siguió caminando por la casa y al llegar a la nevera se apoyó en la puerta y se quitó el bikini. Su sexo negro recortado pero frondoso quedó a la vista.

  • Bonito trasero – dijo su amo mirando como ella se sobresaltaba por el susto -. Gírate.
  • Gracias – dijo ella mientras se daba la vuelta y dejaba ver su cuerpo desnudo. Ni siquiera estoy intentando taparme, estoy loca.
  • Ese vello tendrás que recortarlo – indicó él -, y deberás perder algunos kilos, por lo demás, me gusta tu cuerpo.

Lucas se quitó el bañador y ella no pudo evitar mirar su sexo. Él cogiendo un pañuelo negro que había traído consigo y que Isabel pudo reconocer como de su hermana la atrajo hacia si y la llevó a su habitación. Allí le ató los ojos y aquella mujer no pudo evitar excitarse. El amo se sentó en una butaca sin brazos y la obligó a sentarse encima.

Isabel notó como aquel hombre entraba en ella y no pudo cuanto menos que jadear de placer. Estaba siendo penetrada por un desconocido que para ella empezaba a significar su vida. ¿Y si viene alguien?¿y si nos descubre su chica?, pensaba. Su cerebro estaba perdiendo el control y ella no quería que lo recuperara. ¿Cuánto hace que no hago esto?¿cuánto hace que no disfruto del sexo?

Lucas comenzó a morderle los pechos de forma compulsiva. Ella gemía de placer cuando el estiraba su carne como queriendo separarla de su cuerpo. Mientras, Isabel sólo podía sentir y disfrutar. Al tener los ojos tapados, no podía distraerse en nada, sólo sentir cada embestida de aquel hombre al que le había jurado lealtad infinita. En un determinado momento tiró de su pelo hacia atrás y ella no pudo hacer otra cosa que arquear su espalda, momento que aprovecho él para obligarla a moverse más deprisa. Isabel notó el orgasmo al mismo tiempo que su amo eyaculaba dentro de ella.

Cayó sobre el cuerpo de aquel hombre, jadeando, respirando trabajosamente. Hacía demasiado tiempo de esto, ha sido maravilloso, pensaba. Las palabras de su amo la hicieron volver a la realidad.

  • Entonces, Isabel, ¿estás dispuesta a servirme?, ¿estás dispuesta a entregarte a mí y dejar que yo te cuide y te exija según mis deseos?
  • Sí, mi amo – respondió Isabel con una sonrisa en los labios.
  • Entonces, quítate el pañuelo y nace en tu nueva vida.

Isabel se retiró el pañuelo. Estaba sudando y el sudor corría por su cuerpo mezclándose con el de su amo. La claridad le hizo cerrar los ojos un instante, pero la imagen que se había formado en su retina se quedó allí grabada a fuego. Cuatro mujeres estaban desnudas apoyadas en la puerta abrazadas por la cintura.

Cuando abrió los ojos de nuevo, Lucas le dijo:

  • Te presento a tus hermanas: María, Lucía, Clara y Carmen