Lucía (13)

Primera aparición de Isabel. Este relato se divide en dos partes para no dejar ningún detalle sin contar. Dedicado a Petittresor, gracias de todo corazón

LA LLEGADA DE ISABEL (FLASHBACK). I Parte.

Siempre que se llega a un aeropuerto el viajero se encuentra con la incertidumbre de si mis maletas llegaran al mismo destino que yo y si el vuelo saldrá a la hora prevista. Isabel, sin embargo no tenía esos pensamientos. Sentada frente a la puerta de embarque, y aunque en apariencia distraída ojeando una revista, se preguntaba cómo había llegado a ser lo que ahora era, e incluso si era eso lo que quería. Siempre se hacía la misma pregunta, siempre que debía ir a reunirse con sus compañeras, pensaba en lo mismo.

No quedaba nada de la antigua Isabel, ésa que hacía unas semanas estaba sentada en ese mismo aeropuerto pensando si lo que iba a hacer era lo correcto o no. Ahora había descubierto un nuevo mundo y lo único que anhelaba era ser reclamada de nuevo. Y eso había ocurrido hacía unos días. Siempre que recibía la llamada, pasaba por diferentes estados de ánimo. Había recorrido infinidad de veces el camino que partía de lo prohibido hacia la racionalidad. Recordaba que desde muy joven había envidiado el desparpajo de su hermana, que no pestañeaba cuando la veían desnuda. En cambio, ella, movida siempre por el complejo de una educación muy tradicional, siempre trataba de esconder su cuerpo. Ahora lo sabía, había perdido mucho tiempo, y lo único que quería era disfrutar al máximo el actual.

La voz por megafonía indicando el inicio del embarque la despertó de sus pensamientos. Isabel se levantó con cuidado del asiento. Las instrucciones habían sido claras, tres botones abiertos en la blusa transparente y un sujetador de media copa de un color totalmente opuesto al de la blusa. Así, había escogido una blusa blanca y una prenda interior negra, que había comprado el día anterior. Sus grandes senos, apenas protegidos en ese tipo de copas, estaban a merced de un mal gesto para destaparse, y era por eso que tenía que procurar no moverse de forma rápida. Una vez de pie y oculta tras las grandes gafas de sol, entregó la tarjeta de embarque al auxiliar de vuelo y pudo notar cómo sus ojos se desviaban hacia su escote. Tratando de contenerse y recurriendo a toda su fuerza de voluntad, aguantó estoicamente hasta que le devolvieron la tarjeta. Aún lo pasaba mal en esos momentos. Se había sentido humillada, pero extrañamente excitada por despertar algo de interés en los hombres. Y es que ella, Isabel, a sus cuarenta y seis años aún era una mujer espectacular. Su pelo rizado castaño corto, sus ojos negros azabache, su más de metro setenta y cinco y sus grandes pechos hacían que no pasara desapercibida. Desgraciadamente la rutina había hecho que se descuidara, pero ahora tenía de nuevo un buen motivo para volver a ser la mujer que había sido. Cogió la tarjeta de embarque y pasó con su maleta de viaje hacia el avión. Tres días enteros de nuevo con las personas a las que más apreciaba en este mundo.

Se sentó en el avión y se ajustó el cinturón. Cerró los ojos, como siempre hacía, y se puso a recordar el primer viaje hacia su nueva vida.

(Recuerdos de Isabel)

Cuando salió por la puerta del avión, supo que no tenía vuelta atrás. Su vida iba a cambiar. Lo había analizado con mucho detalle y sabía que había que cumplir lo pactado. Nadie le había impulsado a ello. Al atravesar la puerta y ver a su hermana se sobresaltó con lo que vio. Pensó que su hermana cada vez estaba dándole una vuelta de tuerca más a lo de ser desvergonzada. Su hermana María estaba esperándola. Siguiendo instrucciones de Lucas, María llevaba una minifalda vaquera negra y una camiseta sin mangas blanca con un escote en el que cualquiera que se fijara podría descubrir que no había nada más que su cuerpo debajo. El pensar que ella pudiera ir alguna vez así, a petición de ese amo al que aún no conocía más que de oír su voz por el teléfono, hizo que se estremeciera de miedo.

María llevaba en el aeropuerto una hora. Lucas le había enviado con tiempo de sobra para que se exhibiera. De hecho, ya había tenido que cumplir una orden al llegar. Había llegado vestida con un pantalón de deporte y un top que Carmen le había prestado. En una bolsa la minifalda y la camiseta esperaban junto con el tanga de hilo que Clara le había preparado. Iba con el pelo engominado como su amo le había ordenado y maquillada de forma discreta pero resaltando en mayor medida sus labios y ojos. Aparcó el coche junto a una columna en una zona poco transitada del parking y se dispuso a cambiarse de ropa. Se quitó el top con cuidado para no estropearse el maquillaje. Al contacto con el frescor del aire acondicionado, sus pezones se endurecieron y la sensación le hizo estremecerse de gusto. Lo más rápido que pudo se puso la camiseta blanca. Tuvo que pelear para colocar sus pechos dentro de la tela porque con el escote eran terriblemente visibles. María se encontraba agitada, sabía que de los muchos sitios en los que se había desnudado, éste era el más comprometido con mucho. Después se deshizo del pantalón corto dejando su sexo húmedo sobre la tapicería del coche. El contacto con la funda del asiento mientras dejaba la ropa que se quitaba hizo que involuntariamente se moviera excitándose cada vez más. Mientras buscaba el tanga en la bolsa, vio como una pareja pasaba a escasos metros de su coche y se quedaba mirando en su dirección. Se sintió morir, pensaba que iba a ser descubierta y que tendría que dar muchas explicaciones y todas ellas serían incoherentes. Afortunadamente para ella, pasaron de largo sin hacerle caso.

Tras respirar un par de segundos con el corazón saliéndole por la garganta, se puso el tanga de Clara. Lucas había insistido en que no fuera uno limpio. De hecho, Clara lo había traído puesto a su casa esa misma mañana. Aún podía sentir el calor de la prenda de su vecina. Se lo puso rápidamente y como no podía ajustarlo bien, abrió la puerta del coche. Salió de un salto del coche y protegida por la puerta se lo colocó. Metió luego la cabeza en el interior del coche y sacó la minifalda negra. Rápidamente se la puso y cuando se vio vestida de nuevo sonrió para sí. No había pasado nada pero la sensación de ser descubierta la había excitado tremendamente.

Lucas había llamado a Lucía. Sabía que era sábado y que ella estaría en el pueblo, pero llegaba Isabel el domingo y según el plan previsto, ella debía estar con ellos. Había fingido una urgencia de trabajo, que realmente existía, se había disculpado varias veces, fingidamente, para aparentar no molestarla y la había citado en la oficina a la mañana siguiente a primera hora. Al ser un piso en un edificio antiguo, sabía que el portero no se extrañaría en verles un domingo por la mañana (ya habían estado muchas veces cuando no tenían esta relación) en caso de que le vieran, puesto que ambos tenían plaza de garaje. Al llegar, vio el coche de su sumisa y subió a la oficina. Abrió la puerta del piso y se dirigió hacia su despacho. Sabía que nadie trabajaba un domingo por la mañana y menos desde la oficina, así que se detuvo para escuchar algún sonido que delatara la presencia de Lucía, pero el silencio fue la única respuesta. De repente la puerta del office donde comían algunas veces se abrió y una mujer con el pelo recogido en una coleta, descalza, con un pantalón vaquero azul ajustado y con la blusa apenas abrochada en sus dos últimos botones salió sonriendo.

  • Hola, pensé que ya no venías – dijo ella.
  • ¿Y perderme esto? – repuso el con una mueca divertida. - Bonito sujetador.
  • ¿Te gusta? – dijo ella, abriéndose más la blusa y dejando al descubierto un sujetador negro totalmente transparente de lencería sin tiras al hombro -.
  • Mucho. ¿Cómo es que estabas así vestida? – preguntó él.
  • Te vi entrar al garaje desde la ventana del office, y empecé a desnudarme pero me has pillado a mitad de camino del despacho.

Lucas se acercó a ella y acarició suavemente las copas de la prenda. El tacto suave de la lencería produjo en él una erección inmediata. Lucía, con la blusa totalmente abierta dejo caer las manos a ambos lados mientras echaba el cuello hacia atrás para poder disfrutar aún más el contacto de los dedos de su amo. Lucas pasó sus manos por el hueco entre sus pechos y subió hacia su cuello donde comenzó a acariciar las gargantillas de oro que Lucía llevaba. Una de ellas era común para todas ellas, las habían comprado en la red y era su distintivo de sumisas. Cuando él se separó de ella comenzó a desabrochar el pantalón vaquero. Podía ir viendo cada centímetro de piel que aparecía según el pantalón iba cayendo. Cuando se cercioró de que no había ropa interior, se detuvo y la miró sonriendo.

  • ¿Qué te pensabas? ¿Qué por estar lejos de ti no iba a cumplir nuestras leyes?
  • Así me gusta – respondió él -. ¿Saliste así de casa?
  • No, y lo lamentó de verdad – contestó ella -, pero mi marido estaba en la habitación cuando me estaba vistiendo. Así que lo que hice fue nada más salir del pueblo, pararme en un recodo de la carretera, desnudarme y quitarme las bragas.
  • Muy bien – afirmó él -.¿Y dónde están esas bragas?
  • Imagino que en algún lugar de la carretera del pueblo a la nacional. Arranqué y las tiré por la ventana – dijo ella riendo.
  • Me encanta tu decisión. Ahora, ven –finalizó él cogiendo su cintura.

Lucía se subió el pantalón y con la blusa completamente abierta le siguió. Entraron en el despacho. Sin que nadie le dijera nada, se quitó la blusa y el pantalón. Lucas le dijo que podía quedarse con el sujetador, que le gustaba. De hecho una idea estaba empezando a tomar forma en su mente. Lucía semidesnuda se sentó en sus rodillas y apoyó su cabeza sobre la de su amo. Era feliz así. Las manos de él acariciaban su cuello y su espalda. Lucas notaba la humedad del sexo de su chica en el pantalón, pero no hacía nada por moverse. Luego lo echaría a lavar. De repente, su mano se desplazó hacia la parte delantera de su cuerpo. Ella notó como su piel se erizaba cuando pasaba por su cuello y llegaba a sus senos. Él se detuvo para sacarlos por fuera del sujetador mientras Lucía permanecía inmóvil. Lentamente comenzó a descender hacia su sexo. A una indicación de su amo, se levantó y se sentó en la mesa con las piernas apoyadas en los brazos de la silla. Lucas tomó uno de sus pezones y dijo mientras apretaba suavemente:

  • Hoy tienes una labor importante.
  • Lo se – repuso ella -. Espero estar a la altura.
  • Confío en ti. Pero ahora quiero que repasemos lo que vas a ser, ¿de acuerdo? – sentenció él mientras se levantaba y se desabrochaba el pantalón.

Lucas se desnudo junto a ella. Obligó a la sumisa a ponerse boca abajo en el lateral de la mesa y a estirar los brazos como si tratara de abrazar el mobiliario. Con una cuerda que sacó de la mochila que había traído unió las muñecas de tal manera que Lucía no pudiera levantarse. Una vez la tuvo así se sentó a contemplarla mientras acariciaba su pene. Ella, mientras tanto, le sonreía y entrecerraba los ojos de placer a la par que trataba de mover sus caderas para calmar la excitación que la poseía. Una simple mirada de su amo le bastó para quedarse quieta. Había aprendido a obedecer y sólo quería eso: poder servir. Se detuvo y apoyó la cabeza en el escritorio. Su coleta estaba medio deshecha y el pelo caía suavemente por su cuello hacia la mesa. Lucas sacó la cámara de fotos y tomó varias instantáneas. Ella sólo podía sonreír y poner cara excitada y de morbo cuando se lo pedía su amo. Lentamente Lucas se apoyó en ella. Soltó la tira del sujetador y lo quitó dejándolo encima de su espalda.

  • Hoy tengo ganas de entrar en este agujero – Lucas acarició con su herramienta el ano de Lucía.
  • Pues, mi amo, ya sabes lo que tienes que hacer. Ese agujero, como todo lo demás, es tuyo – contestó ella sabiendo que el dolor sería intenso pero que su vida era eso, dar placer.

Lucas entró, mientras tanto, en el sexo de Lucía. Al estar tremendamente excitada se deslizó dentro con suma facilidad. Ella, al sentirse penetrada, jadeó de placer mientras balbuceaba palabras que mezclaban la obscenidad con el placer y el morbo, al tiempo que pedía y suplicaba más. Él, acoplado a ella, disfrutaba al tenerla inmovilizada, ya que controlaba mediante las cuerdas el movimiento de la parte superior de su cuerpo y con el suyo bloqueaba las piernas. Tras salirse de ella y volver a entrar durante repetidas veces, decidió que era el momento de utilizar el otro orificio. Lentamente se deslizó hacia el ano y apoyó su glande en la entrada. A la mínima presión, éste cedió permitiendo la entrada hacia su interior de Lucas. Éste, una vez recuperado de la sorpresa inicial, empujó notando como el esfínter se abría cada vez más. Ella le dijo:

  • ¿Qué te pensabas, cariño?, yo también he estado entrenando.
  • Ya lo veo, buen trabajo – respondió él mientras acariciaba su melena.

Lucas continuó bombeando un rato más hasta que permitió correrse a su sumisa. Lucía suplicaba prácticamente en un susurro que se lo concediera. Unido a la sensación de tener próximo el orgasmo, el dolor de la posición provocaba en ella una descarga de placer continuado que no podía detener. Cuando se lo autorizó, estalló interiormente. Lucas se salió de ella y cuando notó cerca el suyo, eyaculó en cada una de las copas del sujetador dejándolo lleno de semen. Acto seguido desató a Lucía y ésta se abrazó a él besándose apasionadamente. Ambos sudaban por el ejercicio realizado. Lucas tras separase le dijo:

  • Ponte el sujetador. Quiero que vayas hasta mi casa en la ciudad así. Allí nos ducharemos.
  • Eres malo – repuso ella mientras notaba como el semen de su amo se pegaba a sus pechos mientras cerraba el fijador del sujetador -, por eso te quiero tanto.

Clara estaba en la cocina cuando entró su marido. Llevaba una camiseta azul larga por la rodilla. Debajo, un tanga negro y un sujetador a juego liso. Discutía con su marido sobre Carmen. Su marido acababa de ver a la niña, como él la llamaba, durmiendo desnuda. El trataba de hacerle ver que su hija estaba yendo por el camino equivocado. Clara, que el fondo lo sabía, trataba de justificarle con que hacía calor, estaban en casa y que a él bien que le gustaba anteriormente ver a su mujer sin ropa. Su marido trataba de hacerle ver que eso no estaba bien y al final, Clara, deseosa de terminar la conversación, le dijo que hablaría con ella cuando él no estuviera, porque eran cosas de mujeres. Él finalizó diciendo que se iba a jugar al golf y que le avisaría si venía a comer, porque lo mismo lo hacía en el club con sus otros amigos.

Carmen se despertó y escuchó la conversación de sus padres. Se levantó cuando oyó abrirse la puerta del garaje y bajó desnuda a desayunar. Se encontró con su madre al entrar en la cocina. Estaba sentada en ropa interior, con los ojos vidriosos y la mirada perdida.

  • Hola, ¿qué ha pasado con papá? Oí como te gritaba.
  • Hija – respondió ella -. Nada, tu padre y yo no estamos bien, eso lo sabes, y discutimos por todo. Esta vez ha sido por ti, no le gusta que estés medio desnuda por casa y en el fondo le entiendo, sólo que no puedo apoyarle. Tú sabes el motivo.
  • Ya, pero ya soy mayorcita y si quiero estar así en mi cuarto o en casa lo voy a estar, más cuando es una orden del amo – repuso ella sentándose en las rodillas de su madre mientras con su mano soltaba el cierre del sujetador.

Clara dejó hacer a su hija. Su mente estaba pasando por un torbellino de sensaciones. Por un lado, sabía que lo que estaba haciendo con su hija no era normal, era incesto, por mucho que fueran órdenes. Por otro lado, cuando estaba con Lucas y las chicas, se sentía especial, querida y aunque tuviera que hacer cosas que no estaban bien vistas, deseaba hacerlas. Dejó que Carmen retirara su sujetador y apoyó la cabeza en el pecho de su hija. De un tiempo a esta parte, la sumisión era el único consuelo, el único lugar donde aferrarse cuando pensaba que su hogar se desmantelaba.

Lentamente su mano subió hacia la espalda de su hija y cerró los ojos ante las caricias que la otra mujer hacía en sus pechos. Haciendo acopio de toda la fuerza de voluntad que le quedaba, obligó a Carmen a separarse. Ésta le miró sorprendida.

  • Carmen, ahora no, tenemos cosas que hacer. Desayuna y vamos a empezar a hacer cosas, que luego se nos echa la hora encima y llegamos tarde
  • De acuerdo. ¿Vas a ir tu así? ¿Cómo quieres que vaya yo? – preguntó mientras pasaba los dedos por su sexo.
  • Hija, por favor, no hagas eso – suplicó su madre mientras luchaba mentalmente por no arrancarse el tanga.
  • Dímelo, Clara – respondió ella con una mirada desafiante mientras se acercaba a su madre. Dime como quieres que vaya la sumisa de tu hija.

Clara no pudo soportar más la situación y mordió la boca de Carmen con pasión. Sus lenguas entrechocaban mientras ambas se agarraban con fuerza del trasero. Tras separarse y mientras jadeaban con la excitación de dos cuerpos ansiosos, la madre miró a la hija y le dijo a la vez que metía en la boca de Maica dos dedos:

  • Ponte lo que quieras, yo me pondré lo que no quieras tú.
  • Quiero tu tanga, y no me digas que no, que está sucio y empapado – respondió ella.
  • No, toma, cógelo – dijo ella mientras se lo sacaba y lo colocaba en sus piernas.

Clara fue lamiendo la pierna derecha de su hija mientras le subía aquella prenda. Carmen podía notar como su excitación se escapaba sin control de su cuerpo y deseaba que aquel trozo de tela tapara de una vez su sexo. Cuando su madre se lo ajustó pudo notar la humedad en él y se sintió tremendamente excitada.

Clara se incorporó lentamente. Su corazón latía desbocado. Su mente, abandonada a su suerte, pugnaba por mantener el raciocinio. Carmen, por su parte, miraba lujuriosamente a su madre. Sabía que lo que había entre ambas no se encuadraba dentro de los patrones de la sociedad, pero no le importaba. Ambas lo disfrutaban, lo podía ver en los ojos de su madre, y también sabía que ninguna estaba allí obligadas, nadie les había puesto un puñal en el pecho para hacer lo que hacían. Por eso, pensó, lo disfruto tanto, porque es lo que quiero y deseo.

Clara tratando de tomar el control preguntó:

  • ¿Quieres desayunar?
  • Sí – respondió ella mientras salía de la cocina -. ¿Necesitas que te ayude?
  • Vete sacando la leche mientras me pongo algo – dijo ella pasándose la mano por su sexo.

Carmen sacó la leche del frigorífico y la sirvió en su tazón de desayuno. Cogió el cacao de uno de los armarios y echó un par de cucharadas, antes de removerlo. Su madre, subió desde el cuarto que tenían junto el garaje. En esa habitación se encontraba el baúl de la ropa sucia y la lavadora. Se había puesto un tanga morado de hace un par de días. La prenda, casi transparente y estrecha dejaba entrever casi toda su anatomía. Cuando subió su hija había colocado el tazón en la encimera y tenía uno de sus pechos metidos dentro de ella.

  • Carmen, ¿qué haces? – preguntó su madre.
  • Te esperaba para desayunar, mamá. ¿Te apetece? – respondió ella mientras sacaba su pecho lleno de los restos de leche, cacao en polvo y se lo ofrecía -. ¿O prefieres que te prepare un café?

Clara se quedó helada. Su hija le estaba ofreciendo sus pechos. Mecánicamente, se acercó a ella. Su mente le decía que se parara, que no podía ser, que esto no era normal. pero su cuerpo mandaba sobre ella. Lentamente tomó el pecho mojado y lo lamió. Su hija, echando hacia atrás la cabeza jadeó de placer. Clara succionó lentamente el pezón limpiando la zona de cualquier resto de comida. En ese momento, sintió que las rodillas le fallaban y estalló en un orgasmo que acompañó con un grito entrecortado. Cuando se incorporó, Carmen le dijo:

  • Mamá, ¿estás bien?
  • Demasiado, hija – respondió ella -. No podemos hacer esto, no debemos.
  • Mamá, tengo que pedirte algo y es algo fuerte, es algo que deseo desde que te uniste a nosotros. Por eso he hecho lo que acabo de hacer – dijo ella.
  • ¿Y qué es? – inquirió su madre mientras se sentaba en el suelo de la cocina.
  • Dame el pecho como cuando era una niña pequeña – suplicó Carmen.
  • Cariño, ¿cómo te voy a dar el pecho? – replicó Clara que notaba como volvía a perder el control de la situación -. Ya no hay leche en mis pechos, deberías saberlo, menuda doctora estás hecha tú – terminó riendo la madre.
  • Mamá, haz lo mismo que he hecho yo pero teniéndome en tus brazos – dijo ella riendo.
  • Pero, cielo, no tenemos permiso – replicó Clara mientras abría las piernas y su hija se recostaba sobre su pecho-. ¿Qué dirá Lucas? No quiero exponerte a un castigo por incumplir las órdenes.
  • Llámale, por favor, mamá, llámale, mándale un sms o lo que sea, pero lo necesito, quiero ser otra vez tu niña pequeña – insistió ella acurrucada entre los brazos de su madre.
  • Tráeme el teléfono. No te puedo negar nada y eso me preocupa – concluyó Clara mientras Carmen se levantaba e iba de a por el móvil de su madre-.

Isabel estaba sentada en la cama cambiándose de ropa. Se había quedado de piedra cuando había visto a su hermana vestida de esa manera en un aeropuerto. Era extraño, por teléfono, parecía que hubiera cambiado, parecía más formal, más calmada. De hecho, había encontrado la casa con otro aire, como si su hermana no estuviera sola. Para empezar, el cuarto vacío de la planta de abajo estaba amueblado. María había insistido en que lo ocupara ya que era nuevo. Era una habitación de tamaño medio, decorada con una cama de matrimonio, una mesa y un sillón de despacho. El armario empotrado estaba vacío. Ella había insistido en que no era necesario, que utilizaría la de arriba como siempre, pero su hermana se había negado. Sigue siendo la misma, pensó. Los golpes en la puerta le despertaron de su ensoñación.

  • ¿Puedo entrar? – preguntó María asomando la cabeza por la puerta y viendo el clásico conjunto beige de bragas y sujetador.
  • Sí, pasa – respondió Isabel viendo como su hermana aparecía solamente vestida con la parte de debajo de su bikini. Era un modelo clásico, aunque de formas sugerentes y poca tela en la parte de abajo, muy distinto a los de tipo tanga que Lucas había comprado para cada una de ellas-.¿Es que no vas a cambiar? ¿Es que siempre tienes que ir dando la nota? – dijo señalando con el dedo los pechos de María.
  • Isa, en mi casa, voy como quiero, faltaría más. Hija, siempre estás con lo mismo, desde que éramos crías. Como si quiero vivir desnuda, no molesto a nadie. De hecho, venía a decirte si salías a la piscina hasta la hora de comer. Por cierto, vendrán unos compañeros de la oficina y Clara y Carmen, las vecinas. Y sí, cuando lleguen me pondré el resto, no las escandalice.
  • Ah, bien. Salgo ahora. Lo que tarde en ponerme el bikini. Ahora, ¿me permites que me cambie? – dijo ella con aire desafiante.

María cerró la puerta divertida. Si supieras lo que te espera, hermanita, pensó. Creo que no te haces ni una ligera idea.

Lucas y Lucía estaban en la ducha abrazados cuando sonó el teléfono móvil. Habían llegado hacía unos minutos tras pasar por casa de Lucía a recoger un bikini y algo de ropa interior. Tras entrar en casa, se habían desnudado en la entrada. Los pechos de Lucía tenían los restos del semen de su amo. El sujetador, manchado casi se había adherido a la piel y al despegarlo de sus senos, ella había lanzado un pequeño gemido. Lucas la cogió en brazos y la llevó a la ducha. Ella se agarró con sus piernas a sus caderas y con sus brazos a su cuello mientras él con sus manos en sus nalgas la llevaba en vuelo. Lucía deseaba que el mundo se detuviera en aquel momento. Sus pechos sucios y sudados estaban en contacto con el torso de su amo, su lengua entraba y salía de la de aquel hombre que había modificado su vida llevándola hasta un punto de entrega total. Ahora mismo, soy capaz de todo por él.

Lucas le ordenó que saliera a por el teléfono. Ella, obediente, abrió la mampara y chorreando salió andando por el parquet de casa de su amo. Cuando volvió con él, informó de la llamada perdida del número de Clara. Lucas le dijo que la llamara y conectara el manos libres.

  • Hola amo, perdona que te moleste, quizá no debiera haberte llamado – dijo Clara.
  • No te preocupes, dime, estaba duchándome con tu tutora – repuso él.
  • Hola, Lucía – saludó ella -, pues que..., verás..., no se ni como decirlo, me da una vergüenza terrible.
  • Dilo como es – le ayudó él -, no tengas miedo, aquí nos conocemos todos.
  • Va, mamá, díselo ya – dijo Carmen desde el otro lado del teléfono.
  • Pues verás, amo, me da mucha vergüenza, pero hoy, como sabes, no hemos podido llevar a cabo la tarea de la mañana, y además he tenido una bronca con mi marido porque Carmen está durmiendo desnuda, tal y como nos mandaste – dijo Clara con la voz entrecortada, mitad por la excitación, mitad por los nervios.
  • Ya – dijo él -, si os produce algún problema, quizá tengamos que replantearlo.
  • Para nada – contestó Clara -. Yo tengo bien claro quien manda en mi vida y no es él. Bueno – continuó -, el tema es que cuando Carmen ha bajado a desayunar, yo me estaba poniendo en actitud de servicio, como tú lo llamas, y al ver a mi hija venir desnuda, pues..., en fin..., ya sabes...
  • Vamos, que nos hemos puesto cachondas – apuntó Carmen -, y claro, queremos pedirte algo.
  • Me encanta que seas tan directa, Maica ¿Y bien? – respondió él -, ¿qué es eso tan importante que quieres pedirme, Clara?
  • La verdad es que en principio no me ha gustado mucho la idea, pero no se lo que me pasa, que cuanto más la pienso, más erótica y prohibida me parece, más ganas tengo de ponerla en práctica..., La petición es que, he visto a mi hija, meter los pechos en su taza de desayuno y me los ha dado a chupar, y al hacerlo no me he podido controlar y claro..., en fin...
  • Te has corrido, ¿verdad? – dijo Lucía, que se había sentado sobre las piernas de su amo para que éste pudiera acariciar sus pechos a su antojo.
  • Sí, pero no ha sido suficiente para ninguna de las dos..., y ahora Carmen quiere..., madre mía, cómo decirlo, es tan de locos..., en fin, vaya, quiere que le de el pecho como si fuera un bebé..., quiere que vierta su desayuno por mis pechos y beberlo de ahí..., ya está lo dije.- dijo Clara.
  • Me parece una idea excelente, chicas, me encanta – confirmó Lucas -, pero claro, tiene que hacerse de una manera concreta.
  • ¿Cuál? – preguntaron las dos a la vez.
  • En videoconferencia con nosotros. Tenéis diez minutos para prepáralo todo. Carmen, llévate el portátil a la cocina y nosotros lo pondremos en mi cama – finalizó él.
  • Ahora mismo, mi amo – dijo Carmen mientras salía corriendo a su habitación a por el PC y su madre y Lucas se despedían.

Al cabo de unos minutos la señal de que madre e hija estaban conectadas apareció en el ordenador de Lucas. Éste, recostado en la cama acariciaba el trasero de Lucía, acomodada a sus pies con una cuerda alrededor de su cuello. Lucas tenía en la mano esa cuerda que utilizaba a modo de correa. Cuando apareció la imagen de la webcam, ambas saludaron con la mano. Él las vio desnudas de cintura para arriba, una al lado de la otra. Clara, se había recogido el pelo con una pinza y miraba mitad excitada, mitad avergonzada. A su lado, Carmen con una mirada de determinación apabullante esperaba las instrucciones. Lucas pudo apreciar los pechos con manchas de chocolate de la más pequeña de sus sumisas. A continuación las conminó a darse un beso y ellas sacaron sus lenguas antes de fundirse en un beso lento y cariñoso. Cuando se separaron, el amo les indicó que debían prepararse. Ellas asintieron. Habían colocado una silla donde se encontraban el tazón de cacao y el brik de leche.

Clara se sentó en el suelo apoyando su espalda en los armarios de la cocina. Cuando estuvo colocada, su hija se acurrucó entre sus brazos apoyando su espalda en los muslos y rodillas dobladas de su madre. Habían decidido que trabajarían el pecho izquierdo. Con mucho cuidado, Maica, colocó las piernas de forma que no golpearan la banqueta. Clara miró a su hija y sin poder evitar empezar a humedecerse cogió el tazón. Lentamente vertió un poco de su contenido en el inicio de su pecho y vio como el líquido corría rápidamente hacia su pezón. Carmen esperaba con la boca abierta la llegada del líquido. Comenzó a succionar suavemente imitando el gesto de un bebé. Su madre, tras dejar el recipiente comenzó a acariciar su mejilla y su pelo. Clara se sintió llevar a un estado de semiinconsciencia motivado por la excitación y la vergüenza del punto al que estaba llevando la relación con su hija. Repetía mecánicamente la acción de coger el tazón, verter la leche, dejarlo en la banqueta y acariciar a su hija.

Lucas miraba admirado de hasta donde estaban llegando esas dos mujeres. Absolutamente alienadas por la sumisión y el placer, hacían cosas que en ningún modo pensaba que podrían llegar a hacer. Se sintió complacido. A su lado, Lucía contemplaba la escena mientras notaba como la mano derecha de su amo se deslizaba por su ano y acariciaba su sexo mientras la izquierda guardaba el extremo de la cuerda que rodeaba su cuello. Estaba tremendamente excitada y cuando Lucas hundió el dedo en su sexo, sonrió. Ella se abandonó de nuevo al placer mientras acariciaba la pierna de su amo.

Lucas, decidió darle una nueva vuelta de tuerca.

  • Chicas, ¿qué tal váis?

  • Bien – contestó Clara -, demasiado bien.

  • Bueno, es momento de aumentar la intensidad – comentó él -. Clara, bebe del tazón y déjalo escapar por tu boca hacia Carmen.
  • Sí, mi amo – asintió ella -. ¿Se ve bien o necesitamos cambiarnos de posición?
  • Así estáis genial – dijo Lucía con la voz entrecortada ya que Lucas había introducido un segundo dedo.

Clara cogió el tazón con una mano y tomó un buen trago de leche con cacao. Lentamente, tras dejar de nuevo el tazón, acarició el pecho donde su hija chupaba y succionaba. Recordaba cuando ella era casi veinte años más joven y Carmen se alimentaba de ella. Con toda la calma que pudo, puesto que la excitación iba en aumento por los constantes lametones y mordiscos de su hija, abrió la boca y dejó salir el líquido. Pudo ver como caía por su cuello y tomaba caminos aleatorios por sus dos pechos hasta llegar bien a la boca de Carmen, bien a su propio cuerpo y sus piernas. Repitió la operación varias veces si bien en una de ellas, el amo le obligó a no dejarla caer si no a impulsarla. Pudo ver como la cara de su hija y su hombro se manchaban. En un momento determinado notó como una mano acariciaba la tela del tanga. Su propia hija había comenzado a masturbarla. Empezó a marearse de la excitación. Su mente trataba de parar todo esto, pero su cuerpo había tomado el control y no iba a cederlo. Lucas habló de nuevo.

  • Clara, quiero que ahora viertas parte del brik desde tus cabeza.
  • Amo, se pondrá todo perdido, no me hagas hacer eso – imploró ella.
  • Clara, no quiero tener que enfadarme y repetirlo de nuevo – dijo él mientras sacaba los dedos del interior de Lucía y tiraba de la cuerda para levantar a la sumisa. Ésta, sorprendida por el tirón, se giraba hacia él permitiendo que él apretara uno de sus pechos provocando un dolor intenso que acentuó aún más la excitación de la mujer -. Si no obedecéis, tendré que descargar el enfado con alguien hasta que os vea a vosotras.

Lucía echó hacia atrás la cabeza. "¿Qué estaba pasando?. Estoy tremendamente excitada porque este amasando con esa fuerza mi pecho. Debo estar loca, pero sólo consigo desear que siga haciéndome cosas, las que sean, pero que no pare".

Rápidamente, Clara pidió perdón y agarró con la mano derecha el brik. Le temblaba todo el cuerpo. Carmen, mientras la miraba con los ojos brillantes de la excitación. Lentamente movió la tela del tanga con su mano derecha y comenzó a pasar el dedo por la entrada de su sexo. La madre, asustada por el rumbo que tomaba esto, la miró como pidiendo que parara. La hija, en cambio, no sólo no paró si no que empezó a hundir su dedo dentro de los labios de Clara. Ésta rendida ante la evidencia de no poder parar aquello, desconectó su mente y se dedicó a sentir.

Con el brik temblando en la mano, dio gracias por tenerlo ya abierto y colocándolo sobre su cabeza lo giró para permitir que saliera la leche. El líquido golpeó su cabeza y comenzó a escurrir sobre su pelo. El hecho de que cayera por su cara hizo que empezara a jadear, mitad provocado por la temperatura del líquido, mitad producido por su excitación. La leche comenzó a caer hacia sus pechos y la cara de Carmen manchándola. Clara miraba alternativamente a su hija y al ordenador. Desesperada por la excitación abría la boca, sacaba la lengua y jadeaba como si estuviera siendo poseída. Carmen mordisqueaba, succionaba y lamía el pecho de su madre a la vez que suspiraba cogiendo aire.

Cuando notó que quedaba poca leche, movió el brik hacia la cabeza de su hija y la bañó completamente desde la cabeza a las piernas. Dejó caer el cartón al suelo y comenzó a esparcir con su mano el líquido por su cuerpo. En ese momento de excitación no recordaba cómo había llegado hasta allí, pero no quiso parar ya. Impulsivamente apartó la tela del tanga de Carmen, ya manchado de leche e introdujo dos dedos en el sexo de su hija, provocando un gemido ahogado de ésta.

Lucas, tremendamente excitado, tiró de la cuerda y Lucía levantó el cuello y se incorporó. El amo comenzó a morderle los pezones con furia, atrapando esa zona sensible de la mujer y tirando de ellos hacia atrás. Los gritos de placer de unas y otras se confundían. Lucía con las manos en la nuca se curvaba para paliar el dolor. Trataba de seguir a su cuerpo pero Lucas tirando de la cuerda lo impedía. En el monitor, Clara había tirado la banqueta al suelo en un movimiento y con unas tijeras de limpiar el pescado había arrancado el tanga que llevaba su hija. Ambas comenzaron a rodar por el suelo. La madre, alienada por completo, mordía cada palmo de piel de su hija mientras sus dedos entraban y salían del sexo de su hija. Ésta a su vez sujetaba la cabeza de su madre y la comprimía contra sus pechos. Mantuvieron la intensidad en sus movimientos hasta que en un determinado momento, Maica gimió una última vez y con un grito ahogado tuvo un orgasmo que su madre se encargó de acallar con un beso.

Lucas lo había contemplado todo extasiado. Las había dejado que dieran rienda suelta a sus instintos, porque quería ver hasta dónde podían llegar. Había quedado complacido. Las ordenó que se levantaran y ellas, tras ponerse primeramente de rodillas, se incorporaron como pudieron, ayudándose la una a la otra. Ambas buscaban aire con sus bocas abiertas. Sus pechos se hinchaban y deshinchaban tratando de regularizar la respiración. Tanto el amo como Lucía pudieron ver el aspecto que tenían. Casi todo su cuerpo estaba manchado por la leche. El pelo de ambas, pegado a su cabeza y sucio, la cara desencajada de la excitación, los pechos subiendo y bajando a gran velocidad por el esfuerzo.

  • Habéis hecho un buen trabajo, estoy orgulloso de vosotros. Ahora ducharos y prepararos para la barbacoa. Os quiero al cien por cien allí.
  • Nos tendrás, amo, nos tendrás – dijo entrecortadamente Clara.

Ambas se besaron por última vez ante la cámara y después cortaron la comunicación. Tenían tres horas para arreglarse para la nueva prueba a pasar.

María estaba tumbada secándose al sol. Su mente vagaba por los recuerdos de los últimos días. Se sentía extraña vestida en su piscina. Pensó que pronto pasaría. Sin decirle nada a su hermana, se levantó y fue a por su teléfono. Envió un sms a su amo diciendo que la nueva sumisa estaba ya en la casa. El siguiente paso era sencillo. Le había dicho a Lucas que su hermana era discreta pero muy coqueta. Por eso siempre se desabrochaba el bikini cuando tomaba el sol en la espalda. Él iba a iniciarla sin que ella se diera cuenta. María volvió y dejó un refresco al lado de la tumbona de su hermana y volvió a sentarse, no sin antes desplazar el teléfono móvil de su hermana a una distancia tal que no le permitiera cogerlo sin levantarse de la tumbona. A los pocos segundos el teléfono móvil de su hermana comenzó a sonar. Isabel hizo ademán de cogerlo, pero no pudo al estar lejos. Se ató la parte de arriba del bikini y se levantó. Desafortunadamente no llegó a cogerlo. Su cara se petrificó cuando al ver la llamada perdida reconoció el número de quien iba a ser su amo. A los pocos segundos, el teléfono volvió a sonar. Con la voz temblorosa, descolgó:

  • ¿Si?
  • Isabel, ¿eres tú?,¿dónde estabas?, ¿no quieres ya hablar conmigo? – inquirió la voz del amo.
  • No, sí, claro que quiero – tartamudeó ella mientras se alejaba de una María que oculta tras los cristales de sus gafas de sol disfrutaba de la situación -, es que estaba tomando el sol con mi hermana, con la parte superior del bikini desabrochado y...
  • Silencio – dijo casi en un susurro -. ¿Es así como piensas servirme? ¿Anteponiendo a tu hermana a mí?
  • No – admitió ella con lágrimas en los ojos -, quizá no valga para esto, pero piense que es muy duro para mí.
  • Lo entiendo – concedió él -, pero debes comprenderme a mí. Mereces ser castigada, ¿de acuerdo?
  • Sí, lo asumo, pero sea benevolente conmigo – suplicó ella.
  • Tu castigo, y no admito discusión es que en este mismo momento te quites la parte de arriba del bikini y estés así hasta la hora de comer, ¿entendido?. Para comprobarlo hazte una foto ahora mismo con el móvil y envíala a este número. En caso de no recibirla en cinco minutos, nuestro contacto acaba aquí y no atenderé ninguna llamada tuya más.

Isabel se quedó muda. Finalmente, se despidió. Su mente giraba a miles de revoluciones. Pensó en dejarlo todo de golpe, pero no había llegado hasta aquí, no había vencido todos sus miedos para parar ahora. Poniéndose roja de la vergüenza, lentamente se colocó de espaldas a su hermana y soltó el cierre del bikini. Sus enormes senos, de talla 120, quedaron al descubierto. Eran unos pechos grandes redondeados, si bien, ya empezando a caer por la edad y los embarazos rematados en unos pezones grandes y sonrosados. Y ahora a fingir que quiero ponerlas morenas, madre mía, estoy medio loca. Lo dejó caer al suelo y apoyando su móvil en la barandilla del porche, junto a las columnas, programó el disparador. Se puso de rodillas en el suelo y esperó hasta oir el clic del teléfono. Rápidamente buscó la foto y la adjuntó al mensaje multimedia. Al enviarlo pensó que aún le quedaba lo peor. Cuando volvió a la tumbona, reunió toda la dignidad que pudo y dijo mintiendo:

  • ¿Moviste tú mi teléfono? Me costó cogerlo, y encima, se me ha roto la tira.
  • No – respondió María haciendo esfuerzos por no reírse -. No, al menos conscientemente. Si quieres otro bikini.
  • Déjalo, da igual, total, estamos solas, me pondré boca abajo y cuando nos metamos dentro voy con la toalla.
  • Como quieras, por cierto, ¿quién llamó? – preguntó picaronamente su hermana.
  • Un compañero de trabajo, nada importante.

Un compañero de trabajo, pensó ella, menudo compañero vas a tener a partir de ahora, aunque al menos estás cumpliendo. En el fondo, se nota que eres mi hermana. Isabel, por otro lado pensaba: no se está tan mal con las tetas al aire.