Lucía (12)

Lucía trata de sobrellevar su exilio de un día mientras las otras chicas cuidan de Lucas.

Lucas despertó temprano esa mañana. Aunque era día festivo, le encantaba despertarse pronto. A su lado, María permanecía dormida. La sábana, recogida sobre su cuerpo, dejaba al descubierto uno de sus pechos y las piernas. Se levantó sin hacer ruido y fue lentamente a la piscina. Le encantaba darse un baño antes de que amaneciera y notar el frescor del agua en su piel. Bajó desnudo por la escalera y abrió la puerta del jardín. Una ligera brisa terminó de despertarle. Miró hacia su dormitorio donde imaginó a su posesión completamente dormida. Sonriendo, recordó la noche anterior y cómo María se había exprimido al máximo para darle el mayor placer. Se lanzó al agua sin dudarlo.

Carmen se despertó e instintivamente buscó el cuerpo de su madre. De pronto recordó que hoy su padre estaba en casa y que hoy no iba a poder estar con ella ni posiblemente disfrutar de la compañía de su amo. Miró su reloj y vio que era temprano. Un buen momento para salir a correr, se dijo. Últimamente salía a correr por las mañanas antes de ir a casa de María a servir junto a sus amigas. Se levantó de la cama y miró el sujetador que le había regalado Lucía. Colgaba del respaldo de su silla. Ambas se habían cambiado la ropa interior el último día y al recordar que los pechos de su amiga se habían alojado en esa prenda se estremeció de placer. Del armario sacó un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Cogió el tanga del día anterior del suelo y tras vestirse con toda esa ropa, se ató las zapatillas y fue hacia la puerta de la cocina. Al entrar vio a su madre en bragas y sujetador sentada esperándola. Al estar su marido en casa, tenía la licencia de usar ambas prendas.

  • ¿Te vas? – preguntó Clara.
  • Sí, me voy un rato a correr – respondió ella -. ¿Y papá?
  • Durmiendo – respondió su madre -. He bajado a beber agua y te he oído. No tardes mucho, que tu padre quiere ir al Centro Comercial.
  • Mamá, no empieces – dijo Maica mientras se bebía un vaso de zumo de la nevera. – Por cierto, hoy no estabas en la cama al despertarme.
  • ¿Cómo iba a estarlo? – preguntó su madre -. Hija, hay veces que pareces boba.

Clara se levantó de la silla y fue hacia la puerta de acceso al garaje para abrirla. Esa entrada era la que usaban habitualmente y así su hija podría entrar sin hacer ruido a la vuelta. Bajó los escalones para abrir la cancela del garaje. Al llegar abajo, introdujo la llave y la giró lentamente, procurando no hacer ruido. Abrió y al ver que no había nadie, puso las manos en su espalda y lentamente desabrochó el cierre de su sujetador bajando las tiras del mismo hasta quedarse con él en la mano. Dejó la prenda encima del capó de su coche y se giró al tiempo que su hija terminaba de bajar las escaleras.

  • Carmen, vas sin sujetador, ¿de verdad piensas ir a correr así?
  • No me queda otra – respondió ella, mientras se abrazaba s su madre. Le encantaba hundir su cara en el pecho de Clara -. Me he puesto el tanga de ayer, y ya sabes que no podemos llevar más que una prenda.
  • Pues hija, lleva lo de arriba. No es cómodo correr así y aunque sea pronto, no me gusta que vayas así dando el espectáculo. Bastante lo damos ya en otros lugares. Ponte el mío y déjate el tanga en casa..

Clara cogió su sujetador del coche y guió a su hija a la parte trasera del garaje. Allí, Carmen se quitó la camiseta para ponerse la ropa de su madre. Cuando Clara vio los pechos de su hija se estremeció por dentro. Sabía que estaba mal excitarse con eso, pero había llegado un punto en que todas esas cosas habían quedado superadas. Instintivamente movió sus manos hacia los pezones de su hija acariciándolos. Ésta, al notar, los dedos de su madre, suspiró de placer y se acercó a su boca. Madre e hija se besaron lenta y pausadamente. Sus lenguas se encontraban y se enlazaban más allá de sus labios. Cuando se separaron, ambas respiraban jadeantes. Sus pechos subían y bajaban rítmicamente. Clara fue la primera en recuperar la cordura. Le recordó a su hija que era peligroso y que debía irse antes de que bajara su padre. Carmen asintió y se colocó el sujetador de su madre. Era un par de tallas inferior y le apretaba pero no tenía alternativa. Se bajó el pantalón y el tanga y se lo dio a su madre. Rápidamente se recompuso la ropa y tras un fugaz beso con Clara salió por el garaje.

Lucía se despertó al contacto de su hija. Había pasado mala noche y se había ido a dormir a su habitación. Al abrir los ojos vio su mirada y sonrió. Aunque sus pensamientos volaron rápidamente hacia un chalet en la sierra. ¿Qué estarían haciendo? Supongo que desayunando, aunque ignoraba quienes estarían. Sintió envidia de sus compañeras. Se las imaginaba desnudas en el chalet, haciendo cualquier cosa con él o simplemente preparando la comida. Esta noche estaré con vosotras, se dijo. Se levantó y fue hacia la cocina con su hija en brazos. Llevaba un pijama de camiseta de tirantes y pantalón corto y por supuesto ropa interior. Al llegar, saludó a sus suegros y preparó el desayuno de la niña. Su mente viajaba a los momentos en que estaba sola en casa y esperaba la llamada de su amo, para salir hacia la oficina. Respondía mecánicamente a la conversación de su familia política, mientras recordaba con placer los momentos en que desnuda en las escaleras del garaje esperaba a su amo, como le recibía y subía con él en su espalda, como él le elegía la ropa, como había caminado desnuda por el campo, como había besado por primera vez a una mujer, como había tenido sexo en compañía de sus amigas y sobre todo como había encontrado el camino del placer. Todos esos momentos, que parecían ahora tan lejanos, le hacían sentirse feliz. Sabía que tenía una familia maravillosa, unos hijos a los que adoraba y un marido que le hacía sentirse increíble. Pero al igual que sabía que tenía todo eso, sabía que necesitaba a la otra Lucía, a la Lucía salvaje, controlable sólo por su amo, dispuesta a darlo todo por el placer. Alejó como pudo esos pensamientos y se puso a desayunar con sus hijas.

María se despertó sobresaltada. Lucas no estaba. No debía hacer mucho que se había ido porque el colchón aún guardaba su calor. Se levantó presurosa y se asomó a la ventana con cuidado. Vio el cuerpo de su amo en el agua mientras nadaba y no pudo por menos que llevarse una mano a su sexo. Se separó como pudo de la ventana y todo lo deprisa que fue capaz bajó por las escaleras. Nunca se había levantado tan temprano un día festivo, pero tenía claro que a partir de ahora lo haría. Según llegaba al jardín pensaba que el agua tendría que estar bastante fresca, esperaba que Lucas no le hiciera meterse con ella, aunque mucho se temía que sí. Se acercó a la piscina y se sentó en el borde. Sintió el agua en sus pies y sus pezones se erizaron por la diferencia de temperatura. Lucas paró de nadar. Se acercó a ella y le abrió las piernas con las manos. Ella no opuso resistencia. Una mano de él le indicó, presionando su estómago que debía tumbarse. Mientras la boca de su amo, comenzó a lamer la cara interior de sus muslos, muy despacio, retardando el momento del contacto con su sexo. Mientras, ella obedeció la orden de poner sus manos en la nuca y no moverse pasara lo que pasara. Lucas comenzó a morder su clítoris. Ella jadeaba de placer, estaba tremendamente excitada. Su vulva parecía querer vivir por si misma. Cuando su amo introdujo el primer dedo, ella suspiró. El segundo dedo la llenó de placer. Lucas jugaba con sus dedos, agrandando el orificio. Lentamente introdujo el tercero. María comenzó a asustarse, nunca había tenido tres dedos de su amo dentro de ella. Aunque no le molestaba no sabía a dónde iba aquello. Lucas le preguntó:

  • ¿Hasta dónde serías capaz de aguantar?
  • ¿Por qué lo dices? – contestó ella mientras emitía un jadeo entrecortado al notar como su amo metía y sacaba los tres dedos a la vez.
  • Porque quiero meter la mano entera – sonrió él.
  • Lucas, no, por favor, no creo que entrara – suplicó ella -. Pídeme lo que quieras, pero eso no.

Por toda respuesta, él buscó meter su dedo meñique y ella abrió aún más las piernas tratando de tener más sitio donde alojarlo. Estaba sudando y sentía que su sexo iba a estallar, pero a la vez deseaba más. Nunca le habían hecho eso, pero se maldecía por no estar preparada. Lucas dejó sus cuatro dedos mientras con el gordo aplastaba el clítoris de su sumisa. Él la preguntó si se veía capaz de dejarse meter otro más. Ella, prácticamente llorando por no poder complacerle, negó con la cabeza.

  • Por ahora vale, pero quiero poder hacerlo, ¿entendido?
  • Sí, mi amo, sí – respondió ella entre jadeos -. Ojala pudiera dártelo, pero no puedo, no cabe más.

Lucas sacó su mano lentamente y María experimentó un orgasmo instantáneo. Él la miró sorprendido y ella enrojeció al instante. Sabía cual era el castigo por haberlo tenido sin solicitarlo. Sabía que tenía que ser castigada y lo aceptaba. Lentamente fue entrando en el agua, notaba como la espalda rozaba por el césped, pasaba por la piedra del borde y lentamente se sumergía en el agua. Él la abrazó mientras la susurraba que luego sería castigada, pero que por el momento disfrutara del baño.

María acaba de salir de la urbanización cuando el sol comenzó a brillar delante de ella. Se había programado un circuito de cinco kilómetros por el pequeño bosque que quedaba a continuación de la zona de chalets. Sabía que era un circuito un poco duro, pero buscaba ponerse cada vez más estilizada para su amo. Llevaba apenas un kilómetro y ya sudaba copiosamente. La camiseta, de color gris como el pantalón, estaba mojada del sudor y se pegaba a su cuerpo. La parte de la cintura también dejaba marcas a lo largo del elástico del pantalón. Al llegar a la zona del bosque siguió corriendo manteniendo el ritmo. Cada vez sudaba más y la zona del escote estaba cada vez más mojada. Lucas le había comentado que algún día debería empezar a correr más ligera de ropa. Había sido una sugerencia de ésas que no admiten un no por respuesta. Nadie les había oído por lo que nadie sabía que lo tendría que hacer. Decidió que hoy era tan buen día como otro cualquiera y aprovechando un recodo del camino, se detuvo. Al sacarse la camiseta, vio que estaba empapada. Se miró y se estremeció al pensar que podrían verla. Decidió ponerse de nuevo en ruta. De vez en cuando miraba hacia abajo y veía el colgante de madera con forma de gota de agua que la identificaba como sumisa de Lucas (ella y María eran las únicas que lo llevaban siempre, porque eran las únicas que no tenían que dar cuentas a terceras personas), saltar y golpear su piel, mientras el sujetador trataba de contener en unas medidas escasas sus pechos. Sonreía mientras corría, pensaba que cada vez era más capaz de hacer cosas que hace apenas un mes le parecían impensables. No sabía si esto era amor, sometimiento, o dejadez de voluntad, lo único que sabía era que era adictivo, que no podía parar y que cada vez deseaba más. La voz de Lucas sonaba en su cabeza recordándole idénticos pensamientos: "cuando estés sola pon a prueba tus límites". En ese momento supo que quería más y se detuvo. Aunque pensaba que era de locos, que la podían descubrir y que tendría que dar explicaciones si así ocurría, apenas se paró a pensarlo: miró a un lado y al otro, y al ver que no había nadie, se apoyó en un árbol y se quitó el pantalón corto quedándose prácticamente desnuda. Antes de proseguir la marcha se miró y se excitó al verse de esa guisa. Me quedan quinientos metros, calculó, para llegar a la salida del bosquecillo. Los haré así. Arrancó de nuevo y corrió sólo protegida por el sujetador de su madre. Notaba como se excitaba cada vez más. Miraba el dibujo de la lencería de la prenda de su madre y se humedecía al saber que su madre lo había llevado puesto hasta hace unos minutos. Pensaba en lo curioso que sería llevarlo con su padre, pensando en que diría si lo supiera. Por otro lado, adoraba cada vez el aire fresco de la mañana en su cuerpo. Recorrió la distancia sin apenas cansarse. El morbo de saberse casi desnuda haciendo deporte le hacía no prestar atención al cansancio. Cuando vio la salida del bosquecillo, se sentó en un tronco de árbol y cogiendo la ropa que había llevado en la mano, comenzó a vestirse. Esto, pensó, se lo tengo que contar a Lucía.

Clara subió del garaje sin sujetador y con el tanga de su hija en la mano. Cogió una camiseta larga de una percha del tendedero y se la puso por encima. Notaba sus pechos libres, y, al igual que le pasaba a Carmen, agradecía esa sensación de libertad a la que ya se había acostumbrado. Cada vez llevaba peor el convencionalismo de no poder estar desnuda. Desde que estaba con Lucas, el estar vestida se había convertido en una carga, sobre todo cuando por alguna razón hablaba con él por teléfono. Cierto era que sus pechos ya no tan tersos ni duros pero aún realizaban un buen servicio, pensó acariciándolos. Dejó la prenda en la lavadora y fue a ventilar las habitaciones. Se cruzó con su marido por el pasillo. Cada vez tenían menos contacto físico. Las continuas infidelidades de ambos habían hecho que si seguían casados fuera por Carmen, aunque, pensaba Clara, no tenía claro si en la actual situación de ellas, esto tenía mucho sentido. Mientras hacía la cama, su marido le comentó que se iba como todos los festivos a jugar el partido de tenis con los de su oficina y que les vería en el centro comercial a mediodía. Carmen sonrió para sí: menudo partido de tenis vas a jugar tú, pero vete, casi lo prefiero, pensó. Cuando él se marchó, se sentó en la cama y comenzó a llorar. Lloraba de rabia y de impotencia. No soportaba esta situación: tener que fingir que todo estaba bien, que su vida era perfecta, y su vida realmente sólo era perfecta cuando la verdadera Clara aparecía: la Clara desatada, amante de todo lo relacionado con el morbo, que vivía deseando experimentar con su cuerpo, deseosa de seguir creciendo como sumisa. Como un resorte, se levantó de la cama y se fue directa al baño. Se desnudó y comenzó a ducharse. "No se si estaré desobedeciendo una orden, pero voy para allá, no soporto esta casa", pensó. Se secó todo lo rápido que pudo y salió a la habitación desnuda. Cogió su teléfono móvil y mandó un mensaje de texto al número de María pidiendo permiso para la visita. Después, se miró en el espejo, y se dijo: "se acabaron las tonterías, necesito a mi amo". Abrió el cajón de su ropa interior y cogió un tanga rojo de hilo que le había regalado su hija. Se lo puso y descolgó un vestido vaquero de botones que se ponía para estar en casa. Se cepilló el pelo y se perfumó como le gustaba a Lucas: en el cuello y en los senos. Ni se molestó en buscar unas sandalias. La contestación de su mensaje llegó en ese mismo momento: "te esperamos, no tardes". Sonrió y exclamó un sí. Cogió las chanclas de la piscina que estaban en el garaje y salió.

Lucas estaba tumbado en el borde de la piscina, descansando. Una vez había entrado María al agua, él le había ordenado que se girara y se pusiera de espaldas a él. Después había estado amasando sus pechos con ambas manos y le había comunicado que sería azotada diez veces por cada una de sus compañeras en el trasero y diez más por él. Si ellas no cumplían su parte y castigaban como le correspondía, él asignaría el mismo número total de azotes a cada una de ellas. Ella asintió comprendiendo que el castigo sería duro, porque las demás no sabrían nada y sería ella misma la que suplicara que la azotaran con dureza para evitar precisamente que ellas fueran castigadas también.

Lucas continuó acariciando el cuerpo de su sumisa. Ella se relajó en sus brazos y poco a poco comenzó a notar el duro miembro de su amo en la espalda.

  • ¿Sigues excitada? – preguntó él.
  • Contigo siempre – respondió ella -. Dime lo que deseas y te lo daré.

El la hizo volverse y con la mayor calma del mundo la besó en la boca. Lentamente la tomó entre sus brazos. Ella se enganchó a su espalda y tras, apoyarse Lucas en la pared de la piscina, la colocó para penetrarla. María comenzó a subir y bajar ayudada por el poco peso en el agua. Estaba absolutamente feliz. Sus pechos aparecían y desaparecían en el agua según el sentido del movimiento que siguiera su cuerpo. Jadeaba de placer sintiéndose llena a la vez que emitía pequeños gritos cuando su amo pellizcaba con fuerza su trasero. Lucas levantó la mano y ella se paró y se bajó lentamente. Él la giró y la hizo colocarse apoyada en el borde de la piscina. En esa posición comenzó a entrar en su sexo. Lucas le dijo que si movía siquiera un dedo de una mano, la dejaría allí todo el día. Comenzó a penetrarla de forma lenta pero continua. María gemía, deseaba tocar sus pechos con las manos, pero al instante comprendió el motivo de la orden del amo. Era él quien los tenía. Pero a cada caricia que hacía con cada uno de sus pezones le seguía un fuerte pellizco. A ella le encantaba esta combinación de ternura y dolor y disfrutaba con ello. En un momento determinado, Lucas le hizo salir del agua y ponerse a cuatro patas en el borde. Ella obedeció y él comenzó de nuevo a trabajar sobre ella, pero esta vez el ano fue el receptor de su pene. María dilataba con facilidad, así que enseguida pudieron estar de nuevo acoplados. La cadencia hacía que la excitación en ella se tradujera en un jadeo continuo. Los sonidos que emitía pasaban del gruñido al jadeo y de nuevo al gruñido y gemido. Su cuerpo se movía al son del ritmo de su amo. Sus pechos saltaban sin control de un lado a otro. Por momentos sentía que s brazos flaqueaban y que se caería. Su cabeza subía y bajaba buscando desesperadamente más aire. Encima de él, Lucas apoyado en sus piernas, trabajaba sin descanso a su sumisa. Adoraba la entrega de María. Ella se creía que por ser la más mayor de las cuatro, era la menos deseada y por lo tanto, se exigía más que ninguna de las demás. Pero la realidad era que conseguía excitarle a unos niveles máximos, debido a que no tenía complejos, no decía que no más que a lo que veía imposible y siempre buscaba mejorar. En un momento determinado, él la avisó y ella girándose completamente abrió la boca para que su amo introdujera su pene en la boca y eyaculara allí acompañado de un gemido ahogado. María recibió tres descargas fuertes, que, aun estando acostumbrada, provocaron una sacudida de su cuerpo, que pugnaba por no ahogarse debido a la llegada del semen. Lucas en previsión de eso, sujetó su cabeza para evitar ese renuncio. A continuación, salió de ella y María, tras mostrar los restos en su boca los tragó de una sola vez.

Carmen volvía trotando cuando un pensamiento cruzó por su mente: ¿y si me acerco a ver a mi amo y a decirle que me tiene a su disposición?, total, al centro comercial puedo ir otro día, y tal y como estoy hoy, le necesito". Al llegar a la altura del chalet decidió ver si podía entrar. Entro por la entrada delantera en busca de la llave que le dejaban para cuando tenía que entrar a hacer la casa. Como siempre, estaba donde solía estar. Se acurrucó detrás de las arizónicas comenzó a desnudarse. Se detuvo en seco cuando se sacó el pantalón corto al acordarse de que no había enviado el sms que tenían pactado para pedir audiencia. Ahora tendría que vestirse de nuevo e ir a casa. Iba a comenzar a vestirse cuando alguien por su espalda le pasó un teléfono móvil. Se levantó y vio a María desnuda a su lado.

  • Buenos días – dijo ella -. ¿Buscas esto?.
  • Hola, María – respondió Carmen mientras se levantaba y abrazaba a su vecina -. Mmmm, estás chorreando.
  • Sí, estaba en la piscina, vine a preparar café y te ví por la ventana de la cocina. – respondió ella -. ¿Vienes de correr?
  • Sí, me desperté pronto y salí un rato. Venía a ver si podía entrar a estar con vosotros. Os necesito.
  • ¿Tú que crees? – preguntó María mientras metía su pierna izquierda entre las de Maica y la abrazaba -. Pero así no, deberías ducharte un poco, estás sudada.
  • ¿La manguera? No, por favor, la manguera ahora no – imploró ella..
  • A Lucas le gustará el regalo. Mándale el sms mientras te saco un poco de café – concluyó María.

Lucía estaba en la ducha. Su marido y sus hijas estaban viendo la televisión en el salón. Por fin tenía un minuto de paz y de intimidad para ella. El agua templada caía por su cuerpo mojando todas las partes de su cuerpo. Le encantaba la sensación de frescor que una buena ducha le proporcionaba. Instintivamente sus manos comenzaron a acariciar su cuello, bajando inexorablemente hacia sus pechos. El tacto de sus dedos le trasladó hacia un lugar en el que ahora mismo deseaba estar. Podía imaginar sin mucho temor a equivocarse a Lucas tumbado en el sofá o en las tumbonas de la piscina, con María a sus pies desnuda y quizá esperando la llegada de Clara y Carmen. Instantáneamente comenzó a excitarse y aunque lo tenía prohibido, decidió que lo necesitaba. Comenzó a amasar sus senos primero suavemente, aumentando la fuerza luego para acabar pellizcando sus pezones de forma compulsiva. Deslizó posteriormente una mano por su ombligo hacia su sexo. Lentamente empezó a acariciarse la zona externa, pasando un dedo por la cara interior de sus labios. El agua continuaba cayendo sobre su piel, mientras su excitación aumentaba otro par de puntos en la escala. Sin dudarlo introdujo dos dedos en su interior y sintió como las piernas comenzaban a flaquear. Soltando el pecho que aún tenía agarrado, se apoyó con el brazo libre en la pared y aumentó la cadencia, decidida a terminar rápido por miedo a ser descubierta. Su espalda comenzó a arquearse debido a la excitación hasta que finalmente estalló en un tremendo orgasmo que le hizo arrodillarse para no caer. Sonriendo para sí, recordó que en cada una de sus caricias rememoraba una escena con su amo o con sus compañeras y se dijo que ahora mismo, si no fuera por sus hijas, quizá lo abandonaría todo por él. Se incorporó como pudo y terminó de ducharse al tiempo que su marido entraba en el baño para preguntarle por qué había tardado tanto.

Carmen esperó pacientemente a que Lucas respondiera el mensaje. Acurrucada tras las arizónicas y con un café caliente que le había dejado María en la puerta de entrada se sentía inquieta. Nunca había tenido que esperar más de unos segundos para entrar al paraíso, como ella misma decía. Pero hoy, ignoraba el motivo, se estaba demorando más de la cuenta y, aunque pensaba que nadie podía entrar a casa de su vecina, no podía estar completamente segura. Finalmente, los dos bips del móvil le indicaron que podía entrar pero, como ella se suponía, pasando por la manguera. Lentamente se encaminó hacia el garaje. Había que asomarse a la calle un par de metros y esperó a que la puerta se levantara y una vez vio la oportunidad entró rápidamente en el garaje.

Lucas la estaba esperando. Carmen no pudo por menos que excitarse de nuevo al ver a su amo desnudo. Su sonrisa conseguía evaporar todos sus miedos y temores y hacerse sentir cómoda, segura de sí misma y deseosa de servir. Con la mirada, él le señaló lo que ella ya sabía, las cadenas de la pared donde se solía colocar cuando se usaba la manguera. Mansamente se situó de cara a la pared y María le sujetó los brazos y las piernas de tal manera que su cuerpo formaba una X perfecta. Lucas abrió la manguera y la situó a una presión media para no dañar el cuerpo de su joven posesión. Carmen emitió un grito al notar el agua fría en su espalda. Notaba como resbalaba por ella hacia su trasero. El amo subió la manguera hasta mojarle la cabeza. Su respiración se entrecortaba por la temperatura haciendo que respirara más trabajosamente con los que sus pechos se movían de forma poderosa con cada respiración. Lucas giró alrededor de ella mojando también la parte delantera. Cuando cerró el grifo de la manguera autorizó a María a enjabonarle todo el cuerpo. Ésta vertió gel en la esponja y comenzó a pasarla por la cara, los brazos, axilas, senos, y estómago. Ambas se encontraban terriblemente excitadas por la situación: la una por estar atada y humillada de esa manera, la otra por el morbo producido de lavar a la compañera. Incluso Lucas tenía ese mismo estado. Sin dudarlo, abrió el grifo de la manguera y mojó a ambas. Ellas chillaron por el susto y rieron. El amo acercó la goma hacia la cara de Carmen y luego hacia el cuello de María. Ésta última se agarró para no caer a las piernas de la mujer atada y los tres rieron por la situación. Finalmente, cerró de nuevo el grifo y permitió que terminaran el baño. Cuando hubo concluido el proceso, ambos soltaron a Maica y se dieron cuenta de que no estaban solos.

Clara salió de su casa aún con lágrimas en los ojos, si bien eran de completa felicidad. Podía ir a ver a quien verdaderamente le importaba ya, excepción hecha de su hija. Su marido le daba estabilidad y seguridad económica, pero sentimentalmente desde hacía mucho tiempo había dejado de importarle. Producto de esa carestía de afecto, había buscado el amor a base de relaciones esporádicas sin ningún resultado hasta ahora. En la actualidad, había encontrado a alguien que había logrado extraer de ella lo que nadie había conseguido, llevándola a un estado de felicidad casi perfecta. Salió a la calle y saludó a varios vecinos que regaban el césped mientras recorría los escasos metros que le llevaban a donde ella pensaba que estaba su hogar. Cuando llegó, se aproximó a la zona donde debía dejar su ropa antes de entrar a la casa. Vio las zapatillas y la ropa de Carmen y sonrió: su hija y ella eran demasiado iguales. Se descalzó y las ocultó. En ese momento oyó ruidos que procedían de la zona del garaje. "¿Qué andarán haciendo?", pensó, mientras comenzaba a desabrocharse los botones del vestido. Cuando acabó se dio cuenta de que tenía que haberse ocultado un poco, y se agachó hasta llegar a las arizónicas. Su tanga rojo resaltaba sobre su piel. "Estoy empapada ya, soy una guarra" pensó para sí. Sentándose en el suelo se lo quitó y notó el césped sobre su trasero y su sexo, provocando de nuevo una excitación. Lentamente se arrastró hacia donde tenía que guardar la ropa y colocó el tanga junto al resto de las cosas. Se levantó y dio un pequeño trote hasta la puerta del garaje donde oyó de nuevo las risas y los grititos entrecortados. Se ocultó como pudo para que desde fuera no pudieran verle y se apoyó en cuclillas en el coche. Lo que vio le provocó un auténtico escalofrío de envidia y morbo. Su hija completamente enjabonada estaba atada a unas cadenas que salían del techo y la pared mientras María estaba a su lado acariciándola. Lucas, por su parte, sostenía una manguera y miraba divertido la escena. De vez en cuando accionaba el grifo y mojaba a su hija. Clara notaba como su cuerpo se excitaba y comenzaba a fluir no sólo sensaciones de su cuerpo. Cuando él las mojaba, ellas se reían y pedían que parara. Él no sólo no paraba si no que las mojaba más mientras disfrutaba con ellas riendo. Cuando acabaron y desataron a su hija la vieron y entonces él le permitió acercarse y tras besarse con todos, salieron los cuatro charlando hacia la piscina.

Estuvieron toda la mañana charlando desnudos en la piscina. Lucas tenía entre sus piernas a Clara que se apoyaba en él con la seguridad que se tiene en su hombre. Él acariciaba sus pechos pellizcando de forma suave los pezones. En la otra tumbona, Carmen se recostaba medio dormida sobre María. Ésta última había preparado un desayuno para todos ayudada por Clara. Tras haber desayunado todos juntos de pie en la cocina, se habían salido a tomar el sol y conversar. Lucas les había preguntado hasta que hora se quedarían y Carmen le había respondido que aunque tenía planes con sus padres, prefería quedarse en casa ayudándoles en lo que fuera. Clara le había mirado mitad asombrada, mitad envidiosa porque iba a saltarse el ir con su padre al centro comercial. En su fuero interno deseaba hacer lo mismo, porque cada vez tenía más claro donde quería estar. A mediodía sonó el teléfono. María hizo ademán de levantarse pero una señal del amo, hizo que fuera Carmen quien tuviera que hacerlo. Era Lucía, indicando que saldría después de comer y pedía autorización para pasarse. La petición le fue transmitida a Lucas que dijo que la esperaban siempre y cuando viniera como debía venir.

Lucía colgó el teléfono y sonrió. Medio desnuda, eso era la expresión "como debía venir". Terminó de preparar la bolsa de deporte que había traído con la ropa del día anterior y se puso el bikini para darse un baño junto a su marido y sus hijas en la piscina. Se sentía extraña mientras se lo ponía. Como ella misma decía, "era demasiado casto, pero ¿qué esperabas, boba?, se supone que esto es un bikini y no lo que te pones cuando estás con él". Bajó por las escaleras y llegó a la piscina y tras coger en brazos a su hija se metió en el agua.

Clara se levantó de la tumbona y se desperezó. Había pasado las dos mejores horas en mucho tiempo. Entre sol y sombra había dormitado en los brazos de su hombre, de la persona a la que quería dedicar su existencia. Ahora se veía en la obligación de marcharse a cumplir con las tareas que su otra vida le reclamaba. Como Lucas le había dicho, tenía que ayudar a Carmen a colocarse el consolador, ya que aunque la joven era capaz de hacerlo sola, la orden era que fuera su madre quien lo introdujera. Clara entró en la casa y fue a buscarlo al cajón de la entrada. Cuando volvió con él vio a su hija a cuatro patas lamiendo el miembro erecto del amo y a María lamiendo alternativamente sexo y ano de Carmen. No puedo evitar quedarse parada, pero una mirada de su amo hizo que se moviera casi por instinto. Tras besarle lentamente en la boca se colocó junto al trasero de su hija. Escupió varias veces sobre el consolador y apuntó hacia el orificio de entrada. Empujó suavemente con él y notó como el esfínter cedía pero lentamente. Tuvo miedo de apretar y hacerla daño pero entonces oyó a su hija:

  • Clara, vamos aprieta.
  • Hija, ¿de verdad? – preguntó ella asustada.
  • Mamá, aquí no soy tu hija, venga vamos, no tenemos todo el día.

Como poseída por un espíritu, Clara empujó e introdujo la mitad del consolador mientras escuchaba los jadeos y blasfemias de su hija. Tuvo la tentación de retirarlo un poco pero la mano de María la detuvo. Ayudándola, volvieron a empujar un poco más y Carmen arqueó la espalda al notar como su ano se dilataba a la fuerza. Le encantaba esa sensación. Muchas veces había pensado si no sería masoquista, pero poco le importaba. Poco a poco se fue incorporando y acostumbrándose a llevar de nuevo aquel artefacto terminado en cola de caballo en su ano. Lucas llamó a Clara y ésta tras ver como la crin se movía en el trasero de su hija mientras ésta entraba en casa y se ponía a hacer las labores del hogar, se acercó a él.

  • ¿Por qué tienes envidia de tu hija?
  • Bueno, yo... – balbuceó ella -, no es envidia realmente, es que es mi niña y me da apuro que ella haga estas cosas.
  • ¿No te gusta que las haga? – preguntó él mientras acariciaba su sexo e introducía un dedo dentro de él.
  • No, no lo se – respondió ella excitándose por momentos.
  • Clara, déjala hacer lo que quiera – sentenció él -, es mayorcita. Ahora ven conmigo.

Lucas la cogió en brazos y ella se agarró a su cuello. Hacia años que nadie la llevaba así. Entraron en la casa y vio a su hija como ayudaba a pasar el plumero a María retirando objetos del mueble. Ellas por su parte vieron al amo y la sumisa desaparecer por el pasillo rumbo a la habitación y ambas se sonrieron.

Cuando llegaron al dormitorio, Clara vio la cama sin hacer. Ahí había pasado junto con las chicas algún rato agradable, pero pensaba que nunca iba a estar ella allí sola. Lucas la depositó sobre la cama mientras ella le atraía con sus brazos.

  • No me dejes así ahora, amo, no podría soportarlo.
  • No pensaba, sumisa – respondió él mientras besaba su boca.

Clara abrió las piernas para facilitarle la entrada. Lucas no la penetró aún. Cogió del cajón unos pañuelos de seda de María y ató las manos unidas de la mujer a los barrotes del cabecero. Repitió lo mismo con el pie de la cama y sus tobillos. Ella jadeaba mientras el amo la inmovilizaba. Estaba tremendamente excitada y podía casi sentir en su cuerpo los latidos de su corazón acelerado. Lucas se dedicó a pellizcar primero de forma lenta, sujetando el pezón suavemente y soltándolo, para luego estirar de forma continuada pero rápida. Clara gemía con cada tirón, su cuerpo se convulsionaba de placer con cada caricia y sin pronunciar palabra suplicaba con la mirada que siguiera, que no se detuviera.

Lucas no tenía pensamiento de parar, deseaba convertirla plenamente, tenía planes para Clara, como los tenía para cada una de ellas, pero hoy sobre todo deseaba que su sumisa se fuera a casa con la certeza de que nunca le abandonaría. Prosiguió pellizcando pero esta vez sus labios externos y su clítoris que asomaba provocador. Estaba tremendamente empapada y un hilo de sudor comenzaba a caer entre sus pechos. Cuando Lucas consideró que estaba preparada, la penetró. Tan excitada estaba que ni siquiera tuvo que hacer fuerza, la mujer le acogió sin problemas. Se acopló a ella de tal manera que apenas quedara espacio entre ellos. Clara deseaba poder abrazarle, trataba de mover las manos para liberarse pero una mirada de su amo le hizo desistir. Éste le susurró que se concentrara en disfrutar, que no pensara en otra cosa, y ella relajando los brazos se limitó a sentirle. Lucas continuó penetrándola entre orgasmos incontrolados de Clara que aunque trataba de resistirlos no podía. Jamás había tenido tal catarata de convulsiones, estaba destrozada pero no quería ni deseaba parar. En su último momento de éxtasis, coincidió con la eyaculación de su amo. El grito de placer de ella se oyó en el piso de abajo, a lo que María dijo:

  • Que exagerada es tu madre.

Y ambas se rieron.