Lucía (11)

Nuevo relato. Pido disculpas si este relato no es de vuestro agrado, pero la premura de tiempo me hace quiza saltarme algun detalle

Capítulo 11. Preparando la llegada de Isabel.

Lucas se despertó por la mañana en aquella cama que ahora era suya. El sonido del despertador tronaba en la mesilla. Al abrir los ojos pudo comprobar que estaba en su nueva casa. Las fotos de las chicas desnudas estaban por toda la habitación. Un olor a café recién hecho entraba dulcemente en la habitación. Lentamente se puso en pie y fue al baño a afeitarse. Otro día más en el paraíso, pensó.

En el piso inferior, María se afanaba en preparar el desayuno. Como ocurría algunas veces, Lucía no había dormido en casa y ella tenía el doble de trabajo. Se había despertado antes que él y tras ducharse, salió como era costumbre empapada a prepararlo todo. Fue en la cocina cuando recibió el sms de Lucía preguntándole cómo iba todo y que estaba deseando verlos en la oficina. Ella le respondió que también ansiaba volver a estar con ella. María ahora mismo se sentía absolutamente feliz, tenía un hombre para ella, aunque sabía que tenía que compartirlo con sus amigas, cosa que no le importaba, había una razón para su aburrida vida y había empezado a sentirse joven de nuevo y deseada.

Clara se despertó junto a su marido como todos los días. Sintió un escalofrío de culpabilidad al pasar a cerrar la puerta de la habitación de su hija. Sabía que su vida había cambiado demasiado, pero no llegaba a comprender si para bien o para mal. Siempre había sido una mujer liberal, ahora lo sabía, pero los convencionalismos de la sociedad y un marido chapado a la antigua habían ocultado sus sentimientos. Sólo las pequeñas aventuras que había tenido, y que le habían empujado hasta el momento actual, habían puesto algo de picante en su vida. Desayunó con la mirada distraída junto a su marido. La radio comentaba las noticias, pero ella apenas las escuchaba. Cuando él se marchó a trabajar y se quedó sola, de forma mecánica se quitó el camisón y lo tiró al cesto de la ropa sucia. Hizo lo mismo con las bragas. Terminó el café de pie apoyada en la encimera y se marchó hacia la habitación de su hija. Lucas le había comentado la necesidad de ser cómplice de Carmen, y aunque ella se había negado rotundamente, una bofetada de su amo, el recordatorio de su promesa y la mirada reprobatoria de sus compañeras la habían hecho desistir. Al llegar a la puerta, suspiró y entró a despertar a su hija.

Carmen se despertó al notar el contacto de su madre en su hombro. Se sentía cansada, tras un día completo de trabajo con Lucas y sus compañeras. Hasta su madre formaba parte de este grupo clandestino que tanto placer le proporcionaba. Cuando abrió los ojos, vio el cuerpo de su madre desnudo y se acordó de las órdenes de Lucas. Lentamente notó como ella se sentaba en la cama y se acercaba a ella. Hacía años que su madre no le daba un beso en la mejilla por la mañana, pero desde hacía unos días, Clara llegaba a su habitación y tras besarla se metía con ella en la cama media hora. Mecánicamente respondió al beso de su madre y la hizo un hueco en la cama. Odiaba levantarse tan temprano, apenas eran las siete de la mañana pero su nueva vida tenía esas contraprestaciones.

Lucía se despertó malhumorada por la disputa telefónica de la noche anterior. Su marido y sus hijos le habían dicho la noche anterior que llegarían ese fin de semana. Ella pensaba que los niños estaban mejor en el pueblo todo el verano, y puesto que su marido era profesor y tenía más de dos meses de vacaciones, no comprendía por qué tenían que venir tan pronto. Además a los críos les encantaba estar todo el día en bañador con las bicicletas y las noches eran infinitamente más frescas en la sierra que aquí. Decidió discutirlo con él cuando hablaran. Además, ella iba todos los fines de semana y además procuraba mantener una relación sexual más o menos continuada con su marido para evitar malas interpretaciones, se mostraba cariñosa, amable, como ella era siempre. Se levantó y contempló su cuerpo desnudo frente al espejo. Miró el reloj y se dijo, tengo que darme prisa, si no les haré esperar. Se hizo una coleta con una goma que cogió de un joyero y se metió en la ducha. Allí se depiló la parte de su sexo que no se vio tratada por la depilación láser y tras quitarse la goma del pelo, se duchó y se lavó el pelo. Recordaba el momento en que su marido se había vuelto loco de placer al verla así de depilada. Una fugaz sonrisa se dibujó en su cara al recordar como le había mentido diciéndole que lo había hecho por él: "pobre tonto, si él supiera que seguía a su lado por los niños..." suspiró ella. Salió de la ducha y se secó al aire libre mientras bajaba a prepararse el desayuno. Desde allí mandó un sms a su amiga María para preguntarle como iba todo. Fue a su bolso y sacó el USB del trabajo. Encendió su portátil y accedió a la partición oculta de la llave. Abrió el fichero y comprobó que hoy ella debía llevar el tanga y María el sujetador. Bueno, a ver qué me pongo hoy, pensó divertida.

...

Lucas bajó a la cocina donde María estaba terminando las tostadas. La abrazó por detrás y ella se estremeció de gusto. Notaba su pecho en su espalda y como el pene de su amo crecía apoyándose en su trasero. Él acarició su cuello y fue bajando hacia sus senos, donde apoyó las manos.

Buenos días – le dijo.

Buenos días, Lucas – respondió ella -. ¿Descansaste?

Sí – respondió él -. Huele bien.

Gracias – sonrió ella -. Lucas tenemos que hablar de lo de Isabel.

Él le dijo que luego. Fue apoyándose sobre ella hasta que María no tuvo más opción que colocar las manos en la encimera. Lucas lentamente acarició su cuerpo. Ella sabía lo que venía y sonrió para sí. Lucas se acopló a ella muy despacio, dejando que su carne entrara en su interior muy despacio. Los jadeos de su compañera le hicieron saber que podía apretar cuando quisiera. Un pequeño empujón y ambos quedaron acoplados. Ella dobló los codos y dejó descansar su cabeza sobre la repisa. Lucas le preguntó que de qué quería hablar. Ella le contestó que no tenía muy claro cómo convencer a su hermana de unirse, que siempre había sido muy recatada y que se escandalizaría si se le proponía unirse al grupo. Él le preguntó si quería olvidarse de ella, y ella le contestó que no lo sabía. Al oír eso, él comenzó a salirse de María. Ésta, supo al instante que lo había hecho mal, y suplicó el perdón. Decía que sólo tenía miedo de que se enfadara y que no pudiera obtener a su hermana. Lucas se rió y volvió a entrar de nuevo en ella. Le susurró al oído que no se preocupara y empezó a moverse de nuevo muy despacio. María jadeaba de placer, notaba como su cuerpo se llenaba de su amo, aunque sabía que no se correría dentro de ella, era parte del adiestramiento, si Lucas deseaba excitarse y jugar un rato lo haría, pero para un orgasmo completo tenían que estar todas.

Carmen y Clara estaban abrazadas en la cama. La obligación de estar juntas empezaba con media hora juntas en la habitación de la hija. Luego debían levantarse y atarse con unas cuerdas la pierna derecha de una con la izquierda de otra y ducharse juntas. Habían estado a punto de resbalar más de una vez en la ducha pero ahora ya eran capaces de entrar y salir de la bañera juntas. Tras hacer las tareas de su casa, debían ponerse unas camisetas largas y unas sandalias e ir a casa de María donde éstos antes de irse les darían las instrucciones. El hecho de que Clara estuviera de vacaciones ayudaba a que madre e hija pudieran complementarse mejor.

La madre despertó a la hija que se había vuelto a dormir. Ambas se despertaron y al ponerse de pie se ataron. La propia Clara era la encargada. Sujetó ambos muslos con las cuerdas e hizo los correspondientes lazos. Posteriormente pasó la cuerda más larga alrededor de las costillas y se sujetó a Carmen. Ambas notaron el contacto de sus cuerpos y sus pezones se excitaron con la sensación. Cuando ambas estuvieron unidas fueron a ducharse. Se permitieron dejarse los brazos libres para poderse lavar el pelo. Ambas iban en silencio, concentradas en lo que tenían que hacer. Cuando llegaron al baño se colocaron de manera que pudieran entrar en la bañera. Al entrar en ella, ambas se agarraron para no resbalar y comenzaron a lavarse por turno. Carmen no pudo dejar de admirar lo bien que se había tomado su madre su nueva situación. Al terminar de ducharse, ambas salieron chorreando de la ducha y se peinaron. Notaban como las cuerdas apretaban pero sabían que era parte del aprendizaje. Una vez se secaron, fueron a la cocina donde la madre le preparó el desayuno a la hija.

Llegamos tarde, date prisa – le decía su madre.

Lo se, lo se. Ya voy, mamá – respondió Carmen -, nos hemos entretenido mucho en la ducha.

Cuando se desataron, Maica fue corriendo a su habitación donde hizo deprisa su cama. Sus pechos saltaban como locos mientras ella jadeaba arreglando la habitación. Clara, por su lado, había metido las cosas en el lavaplatos y arreglado la cama y la esperaba con la camiseta en la mano. Veía lo mayor que se había hecho su hija, sus formas cada vez más marcadas, un culo firme, unas piernas moldeadas, su pecho duro rematado como el suyo por unos pezones enhiestos. No pudo por menos que admirarlo, mientras se pasaba las manos por sus tetas. No tenían la firmeza de antaño, pero se había cuidado y aunque ya no apuntaban como los de su hija, seguían siendo apetecibles. Apoyada en el quicio de la puerta, sonrió mientras pensaba que si alguien lo supiera alguna vez, no sabría qué hacer, pero desde luego, había encontrado su camino. Cuando ambas hubieron acabado, se pusieron la ropa y, tras coger las llaves de su casa, salieron corriendo. Al llegar a la altura del garaje, vieron los coches y suspiraron aliviadas. Llegaban a tiempo.

Lucía, mientras tanto, había dejado su ropa encima de la cama a la espera de que Lucas la aprobara, y estaba leyendo su correo electrónico. Sabía que tenía que esperar una llamada para saber si se iba sola al trabajo o no. Había escogido un tanga de hilo blanco, unos pantalones por encima de la rodilla del mismo color y una blusa sin mangas. Por último, unas sandalias esperaban a los pies de la cama. Le encantaba cada vez más estar desnuda por su casa, sentarse a leer un libro, limpiar la cocina o el salón, planchar, se decía que se había convertido en una nudista implacable, si por ella fuera, viviría desnuda, aunque también sabía que fuera de su círculo de gente, no se atrevería. Una vez hubo despachado algunos correos de trabajo, se dedicó a prepararse para verles de nuevo. El mensaje de respuesta de María le había llegado mientras desayunaba. Lo había leído más de une vez y se imaginaba a todas sus compañeras desnudas con él, siendo trabajadas por el amo. Sintió una punzada de envidia mientras notaba como su cuerpo se tensaba de la excitación. A ver si suena el maldito móvil de una vez, pensó.

María suspiraba con cada acometida de Lucas. Le notaba dentro de ella y eso le hacía feliz. Adoraba estar así por la mañana, sabía que luego se tendría que duchar de nuevo pero no le importaba. Estaba tan absorta en esos pensamientos que no oyó como la puerta de la calle se abría. Carmen y Clara acababan de entrar y se estaban desnudando. Lucas, en cambio, sí escuchó ese sonido y el del cajón del armario donde se guardaban los consoladores que debían ponerse. Pudo reconocer el jadeo de Maica al introducírselo y los gemidos, mitad de dolor, mitad de placer de su madre cuando su hija le ayudaba a colocárselo.

Carmen desnuda de arriba abajo se arrodilló para poder colocarse su amigo, como ella le llamaba. Tantos días seguidos con él puesto hacía que dilatara de forma casi inmediata y tras un par de intentos, notó como su ano se abría para albergarlo. Cuando pudo meterlo entero, se incorporó. La presión en su interior era deliciosa, le encantaba estar así. Su madre, por el contrario, apenas había dilatado y, aunque se esforzaba, apenas podía meterlo. Maica le dijo a su madre que se relajara y que ella le ayudaría.

Espera Clara – en la casa le llamaba así -, déjame que te ayude.

Gracias cariño – contestó ella.

Carmen tumbó a su madre y empezó a acariciarle el sexo. Su madre, aunque le costaba reconocerlo se excitaba tremendamente con las caricias de su hija. A los pocos segundos comenzó a mojarse. Maica le acarició los pechos mientras mojaba en sus jugos el consolador. Una vez lo tuvo bien lubricado comenzó a meterlo despacio en su ano. Su madre le rogaba que lo hiciera despacio, pero ella sabía que si lo hacía así, no lo metería nunca. Sin piedad y con una mirada fría lo colocó en tres acometidas. Los gemidos de Clara se hicieron más ostensibles y cuando su esfínter se dilató por completo, abrió los ojos y le dijo a su hija que era una salvaje. Clara se notaba llena por dentro pero feliz. Lentamente se fue levantando y comenzó a notar la presencia de su nuevo compañero. Cada paso que daba pensaba que lo perdería pero su hija ya le había dicho que no se saldría. Las dos juntas fueron hacia donde se oía a María jadear de placer.

Cuando llegaron, Lucas las saludó con un beso en la boca y un cachete cariñoso en el culo. Clara sintió que se le movía todo el cuerpo de placer al sentir las caricias de su señor. Carmen se agachó y besó los bamboleantes pechos de su vecina. Él le pidió el teléfono móvil y cuando se lo trajeron le dijo a María que llamara a Lucía para decirle que estuviera preparada.

Cuando sonó el móvil, Lucía respiró aliviada. Al descolgar pudo oía la voz de María que le indicaba que sería recogida en media hora. Cuando colgó, terminó de prepararse. Media hora significaba que no había tiempo para nada más. Ella había transmitido la ropa y había sido aprobada. En la oficina habría tiempo para más. Subió a la habitación y se vistió. Se miró en el espejo y se dijo que se veía rara, seguramente no andaré mucho tiempo vestida.

Lucas salió de María. Ésta jadeaba sudorosa por el esfuerzo. Clara cogió a su vecina y la llevó al baño donde le ayudó a lavarse, mientras su hija hacía lo mismo con Lucas. Éste se dejó duchar por su joven posesión. Ella le enjabonó y le aclaró todo el cuerpo mientras que en el baño de abajo a María le hacían lo mismo. Carmen secó y ayudó a Lucas a vestirse. Cuando estuvo listo salió al encuentro de María. Ésta había elegido un vestido azul con trazos blancos que se ataba al cuello con falda de vuelo. Debajo, un sujetador azul muy fino protegía sus pechos. Lucas elogió el vestuario y mirando a Clara y Maica las dijo:

Limpiad la casa bien, hoy tendremos visita. Viene la hermana de vuestra amiga.

¿Quitamos las fotos? – preguntó Clara.

No – respondió él -, ¿por qué habría que quitarlas?

Era una pregunta – contestó ella y al punto notó como la mano de Lucas se posaba en su cara en una suave bofetada. No debes preguntar, se recordó, pareces tonta.

Cuando acabéis, no se os olvide ir a la compra – apuntó María -. La lista está encima de la mesa del comedor, incluyendo los apaños de la barbacoa.

Casi me da miedo preguntar – dijo Carmen -, pero, ¿vestuario?

Lucas se sonrió para sí. Les dijo que evidentemente desnudas no podrían ir, pero al igual que pasaba con Lucía y María, sólo podrían llevar una prenda de ropa interior y faldas o pantalones por encima de la rodilla, blusas y camisetas que permitan ver un generoso escote. Asimismo les dijo que esta tarde harían un pedido de lencería por Internet, así que, no se preocuparan mucho de eso. Dicho esto, las dejaron allí y se fueron a buscar a Lucía.

Cuando se quedaron solas, madre e hija se miraron. Clara sentía un dolor más o menos intermitente en su trasero, pero cada vez la sensación de placer era mayor. Lo que más le producía era vergüenza. Llevaba un consolador como su hija acabado en crin de caballo y parecía más una yegua que una mujer. Vio que su hija iba hacia las habitaciones del piso superior. Resignada subió tras ella viendo como la crin de su hija se balanceaba graciosamente sobre su culo. Sin saber cómo ni por qué, le dio un pequeño azote. Su hija, sonriendo se giró hacia ella y le besó ligeramente los labios.

Gracias, de verdad, muchas gracias.

¿Por qué? – preguntó su madre.

Por no echarme la bronca, por no decírselo a papá y por no prohibirme estar aquí. Hubiera seguido estando sin tu aprobación pero lo prefiero así. Me gusta tenerte aquí, aunque aquí no seas mi madre.

De nada cielo, y gracias a ti, también – dijo sonriendo Clara -.

¿Por qué? – preguntó su hija mientras terminaban de subir la escalera.

Por ayudarme con lo de antes y por portarte como una mujer adulta, lo que me recuerda que tenemos que ir al médico para que te la receten.

Gracias, mami – dijo ella abrazando a su madre.

Gracias Clara, ¿recuerdas? – bromeó ella mientras acariciaba las nalgas de su hija. Estoy loca, pensó, estoy incitando a mi hija al incesto...

Clara nunca había estado en la habitación de Lucas. Cuando entró vio varias fotos de todas las chicas desnudas, juntas, besándose con Lucas, abrazadas y se quedó con la boca abierta. Una vez recuperada de la impresión fue mirándolas con detenimiento. Cogió una foto de su hija con Lucía. Era una foto de cuerpo entero, ambas de lado a la cámara, besándose apasionadamente. Enseñándosela a su hija le preguntó:

¿Es muy duro?

¿Lucas? – respondió ella -. No, es una persona maravillosa.

No, eso ya lo se, digo besar y estar con otra mujer – respondió ella sonrojándose.

No, es diferente, pero me gusta. Además, tanto Lucía como María son muy cariñosas, me ayudan, me enseñan, me corrigen – concluyó Carmen

Clara dejó la foto y se puso a ventilar la habitación, recoger la ropa y hacer las camas. Veía a su hija que jamás había movido un dedo en casa agacharse, recoger, remeter las sábanas, colgar pantalones y pasar el plumero. Se sentía contenta porque su hija maduraba de una vez, aunque apesadumbrada de que hubiera salido tan parecida a ella. En una de las veces que iban bajando por la escalera llevando ropa al cesto de la cocina, Carmen le dijo:

Si quieres, puedo ayudarte con lo de perder el miedo.

¿En serio? ¿Se lo dirías a Lucía? – preguntó su madre muy colorada.

No – dijo ella mientras dejaba la ropa en uno de los escalones y se giraba hacia su madre.

Sin previo aviso, se acercó a ella y acarició su espalda. Clara estaba rígida como un palo. Su propia hija estaba excitándola. Maica abrió su boca y deslizó su lengua sobre los labios de su madre. Ésta, apenas pudo hacer nada. Se veía arrastrada por un precipicio de placer. Lentamente sus manos comenzaron a acariciar la espalda de su hija y a devolver el beso con intensidad. Cuando se separaron, Carmen, como la cosa más natural del mundo le dijo:

Esto es lo que pasa.

Cariño, no lo vuelvas a hacer – replicó ella mientras se pasaba una mano por el pelo -, no se si podría resistirlo, aunque no lo sea según estas reglas, sigues siendo mi hija.

Como quieras – concluyó ella mientras se agachaba y recogía la ropa del suelo -, por cierto, te tocan los baños, yo tengo que poner la lavadora.

Lucas iba conduciendo con su compañera al lado. Estaban a punto de llegar al cruce donde habían quedado con Lucía. Cuando la vieron se apartaron a un lado y ella subió al coche.

¿Con quien hablabas? – preguntó él.

Con mi marido – respondió ella haciendo una mueca de hastío -, al final ha entrado en razón y no vienen para quedarse hasta finales de agosto. Eso sí, tengo que subir todos los fines de semana. Por cierto, ¿qué tal todo?

Bien – respondió él -, allí se han quedado las dos.

Por cierto, hay que hablar con Carmen – dijo María.

¿De qué? – preguntó Lu.

De Clara – respondió ella -, hay que decirle que sea comprensiva. Es muy duro para una madre ver eso.

Yo hablaré con ella – concluyó Lucía.

Al llegar al trabajo, cada una de ellos inició su jornada. Al llegar a su mesa abrió el correo desde donde había encontrado a Lucía y a María. Tras repasarlo de forma rápida, un mensaje le llamó la atención. La mujer que lo escribía había decidido internarse en la sumisión y solicitaba información al respecto. Solicitaba la posibilidad de citarse con él ya que aunque era de fuera iba a pasar dos días en la ciudad por tema de negocios. Adjuntaba un número de teléfono donde podría localizarle si bien por favor le rogaba que respetara su intimidad y llamara a partir de las once de la mañana de hoy hasta el domingo que dejaría la ciudad. Decidió contestarle diciendo que aceptaba el ofrecimiento, si bien, ella debería ponerse en contacto con él.

Delante de él, Lucía llevaba abierta como era costumbre tres botones del escote, de tal manera que su amo pudiera observar casi la totalidad de sus pechos. Lucas se sentía intrigado y excitado. Con un gesto llamó a Lucía. Ésta, sacándose los pechos de la blusa se puso a su lado como si examinara un documento. El amo procedió a acariciar los pezones. Se echó el pelo hacia un lado y sonriendo le miró. Estaba perdidamente enamorada de él, lo único que deseaba era el contacto de su cuerpo. De repente, el sonido del teléfono móvil la sacó de su ensoñación. Era un número desconocido. Lucas descolgó:

Señor, he recibido su mensaje. Aquí me tiene – dijo una voz temblorosa por la emoción.

Hola, encantado de conocerte... – respondió él -, ¿puedes presentarte?.

Me llamo Isabel, pero en casa me conocen por Isa – dijo la voz misteriosa.

Ajá, y dime, ¿qué puedo hacer por ti, Isa? – preguntó él tratando de aparentar normalidad.

Señor, soy nueva en este oficio, pero he leído cosas de usted en el foro y aunque es posible que no desee nada de una persona de fuera de su ciudad, me gustaría conocerle y presentarle mis respetos – dijo ella.

Isa, no es que no quiera nada de nadie de fuera, pero no busco un contacto de una sesión. Por respeto a ti, y a mí, busco una relación duradera, la distancia no es problema – argumentó él.

Señor, yo no busco tampoco eso...., yo busco a un hombre que me guíe y me eduque, aunque se que la distancia es un problema, por trabajo frecuento la ciudad bastante a menudo.

Lucas miró a Lucía. Ésta permanecía en silencio escuchando la conversación. Una mirada de su amo inquisitoria le hizo responder con un gesto que venía a decir, "lo que tú quieras". Lucas le dijo que si estaba delante de un ordenador con conexión a la red. Ella le dijo que sí. Lucas le pidió una foto actual para corroborar su posible interés. A los pocos segundos un nuevo correo electrónico apareció en su cuenta.

Lucas abrió el correo y casi se echó a reír de la sorpresa. Pasada la sorpresa inicial, miró a Lucía que tenía los ojos como platos. La foto mostraba a una mujer cercana a los cincuenta, de pelo negro recogido, gordita. Era la viva imagen de María pero en morena y con un poco más de peso. Lucas no podía creerse lo que estaba pasando. Le preguntó sobre los motivos por los que quería convertirse en sumisa, y ella le respondió que un día estando en casa de su hermana había ojeado su ordenador y había encontrado unos enlaces sobre el tema y empezó a interesarse. Además de un tiempo a esta parte había empezado a plantearse el convertirse de facto en propiedad de alguien, ya que su matrimonio estaba estancado y ella se veía en disposición de poder dar más que lo que su marido le demandaba. Por ello, tras meditarlo y navegar por los foros, había encontrado el anuncio de Lucas y, aun a riesgo de parecer descarada, había escrito el correo. Él le sugirió la posibilidad de verse esta misma tarde, a lo que Isabel respondió que no lo creía porque su hermana iba a ir a buscarle al aeropuerto y no iba a poder librarse de ella, ya que había organizado una barbacoa con sus vecinas y unos compañeros de su trabajo. Lucas estaba a punto de estallar para celebrar que una nueva mujer se le estaba poniendo en bandeja. Lucía le miraba anonadada, iban a ser una más, cinco nada menos. No sabía cómo ni por qué pero se sentía extremadamente excitada.

Lucas le propuso lo siguiente: debía tratar de acostarse con alguien de aquella fiesta y como prueba de ello, llevarse la ropa interior de esa persona. Si lo conseguía, a la mañana siguiente debía coger un taxi hasta un centro comercial y volver a llamar a este mismo número donde recibiría instrucciones. Al principio Isabel se asustó un poco, pero pensó que si lograba despistar a su hermana, podría hacerlo y aceptó finalmente. Lucas, antes de despedirse, le pidió que redactara todo lo acordado y se lo enviara para poder corroborarlo juntos al día siguiente. Cuando lo recibió, se despidió de ella y colgó.

Lucas miró a Lucía y ésta le dijo:

No me lo puedo creer, de verdad, que no. ¿Se lo dirás a María?

Había pensado en no hacerlo – respondió él -, pero no me parece justo. Llámala, anda.

Ella cogió el teléfono y marcó su extensión. Le dijo si se podía acercar y colgó. Acto seguido y siguiendo las órdenes de Lucas fue a recoger el correo escrito por Isabel a la impresora. María entró en la sala y preguntó si debía desnudarse. Él le dijo que no, que necesitaba su impresión sobre algo. Al mismo tiempo entraba Lucía con el papel y se lo tendía a su amo. Él, tras hacer que lo leía, se lo entregó a María.

Léelo y dime qué piensas.

No puede ser... – respondió ella con la voz en un hilo -, ¿estás segura de que es ella?

Mira – contestó él girando la pantalla del ordenador donde aparecía la foto de Isabel con un vestido negro de noche.

Es ella – asintió ella -. ¿La vas a admitir? Nunca lo habría pensado de mi hermana

Depende de ti – dijo él -. Si tú quieres, sí.

Lucía, ¿tú qué dices? – preguntó María, buscando un poco de ayuda.

Cariño, yo no puedo decir nada y lo sabes. Es tu hermana, para mí es una posible compañera más – respondió ella que seguía con los pechos al aire.

Es tu nueva sumisa. Dime si necesitas algo de mí – concluyó María.

Carmen estaba terminando de pasar el aspirador a toda la casa. Le encantaba tener la casa de su amo (ya no era la de María) lista para cualquier cosa. Había limpiado la piscina y estaba acabando de pasar el aspirador. Su madre, por su lado, había limpiado la cocina y los baños para acabar planchando la ropa. Carmen notaba como las gotas de sudor caían de su frente a los pechos o resbalaban por su canalillo hasta caer al suelo. Hacía calor y se refrescaba de vez en cuando con una botella de agua fresca que traía Clara. Cuando acabaron de dejarlo todo listo, se apoyaron en la encimera de la cocina y decidieron arreglarse para ir al supermercado. Tenían que vestirse para eso y no sabían cómo. Decidieron que lo verían una vez estuvieran en su casa delante de los armarios. Maica agachándose se sacó el consolador con un gemido de placer y lo lavó en la pila. Su madre hizo lo mismo aunque en su caso su grito fue más acusado. Aun excitada, necesitaba mayor entrenamiento. Los dejaron secando en la pila y poniéndose las camisetas se fueron a su casa.

Cuando llegaron, cada una se fue a su baño. Carmen estaba sentada descansando un segundo, cuando apareció su madre desnuda. Sin decir palabra se arrodilló junto a ella y le besó. Fue un beso lento, pausado. Una vez superada la sorpresa inicial, Maica se abrazó a su madre y le devolvió el beso. Ambas empezaron a buscarse con ansia, lamiendo cada centímetro de los labios de la otra. Jadeaban de la excitación. Clara mucho más torpe acariciaba la espalda de su hija. Su hija, entrenada por Lucía, empezó a morder su cuello y a lamer su cara. Con absoluta normalidad, Carmen levantó a su madre del suelo y cerrando el grifo la condujo a su cama. Ambas se tumbaron si bien Clara se colocó debajo. La más joven de las dos mujeres comenzó a morder y succionar los pezones de la más adulta. Ésta arqueaba la espalda buscando ofrecerlos más, mientras con sus manos acariciaba el sudoroso pelo de la hija. Maica siguió bajando hasta llegar al sexo de su madre, donde comenzó a lamer y morder toda la zona. Los jadeos de Clara fueron en aumento. Estaba muy excitada y sólo articulaba palabras como "joder, sigue, ahí, mmm, me gusta". Carmen introdujo dos dedos en su madre y ésta no pudo evitar un jadeo intenso. Se notaba al borde del orgasmo y no quería que parara. Maica se giró y se colocó sobre ella en un "69" completo. Su madre, como un autómata comenzó a devolver las caricias. Ambas estuvieron lamiéndose durante unos minutos más hasta que la voz de la madre alertó a la hija del inminente orgasmo. Carmen se tensó porque el suyo también llegaba y madre e hija se corrieron al unísono en las respectivas caras. Permanecieron unos segundos así hasta que Maica se giró y se tumbó junto a su madre. Ésta le dijo:

Nunca le cuentes a tu padre esto. Es increíble. Soy una guarra, eres mi hija, pero lo necesitaba

Nunca se lo cuentes tú – respondió ella -. ¿te ha gustado al menos?

Es impresionante, cariño. No pensé que fuera así – asintió Clara.

Vamos a ducharnos, no nos sobra el tiempo.

Lucas acababa de volver de visitar a un cliente. Sólo pensaba en llegar a casa y darse un baño en la piscina con las chicas. Llamó a Lucía para preguntarle si había mucho lío en la oficina. Le respondió que el normal en un día de verano, que la gente andaba casi toda fuera o estaba en casa trabajando. Él comentó que tenía ganas de pasar un buen rato. Ella comentó que enseguida bajaban.

Lucía recogió su bolso y su ordenador. Con una seña, llamó a María y ésta al no estar el director le acompañó. Bajaron en el ascensor hasta el parking donde estaba esperándolas Lucas. Salieron del edificio y él las condujo hasta el centro comercial donde sabían que Carmen y Clara estaban comprando.

Carmen fue la primera en bajarse del coche. Su minifalda apenas llegaba a la mitad de los muslos. Un fino tanga negro de hilo guardaba sus intimidades. Llevaba una camiseta sin mangas elástica que marcaba fieramente sus pezones. Su madre salió después, vestía un vestido de vuelo ibicenco por encima de la rodilla con un generoso escote por delante que permitía entrever un sujetador blanco de encaje de media copa. Cuando entraron en el supermercado, el guardia de seguridad se regodeó en las vistas. Maica le sonrió provocativamente mientras su madre bajaba la cabeza. Estuvieron comprando todo lo que había en la lista. Al principio Clara se encontraba muy nerviosa al ir sólo con un sujetador, pero con el tiempo fue relajándose y hasta bromeaba con su hija. Llegó incluso una de las veces a agacharse mostrando todo su trasero a lo que Carmen respondió poniéndose detrás de ella y recordándoselo. La madre se levantó como un resorte al darse cuenta y al hacerlo vio a Lucía que se acercaba hacia ellas.

Lucía saludó a las dos con la mano y les comentó que traía la orden de besar a una de ellas. Lucas venía detrás con María y les daba la oportunidad de decidir. Carmen, con total calma, se adelantó y la dijo:

Bésame a mí.

Bien, entonces, tu madre tiene que entregar la ropa interior que lleve y ponerla en mi bolso – asintió ella.

Clara se paralizó. Tenía que quitarse el sujetador en un centro comercial. Esperaba que le permitieran ir al baño. Lucía le leyó el pensamiento y le dijo que o bien lo hacía en el supermercado o en el parking, pero si escogía esta opción tendría luego que hacer algo más. Clara se colocó entre ellas y todo lo deprisa que pudo se soltó el cierre de la prenda. Al no llevar tiras a los hombros, éste quedó libre depositándolo en el bolso. Una vez lo hizo, se apartó y vio como su hija lamía la boca de Lucía. Se sintió morir de vergüenza pero excitada por la situación.

Lucas y María lo estaban viendo todo desde el principio del pasillo. Él la sujetaba por la cintura acariciando sus caderas. Ambos sonrieron al ver la prueba y se acercaron como dos conocidos a saludarlas.

Muy buen trabajo, chicas.

Gracias – respondieron ellas.

Tengo un trabajo para una de vosotras adicional – dijo él -, alguien tiene que hacer algo por mí mientras yo me divierto con las demás.

Si quieres voy yo – comentó Carmen -. ¿Qué hay que hacer?

Ir con María al aeropuerto a por su hermana. Los demás nos vamos a la piscina, eso sí, previo paso por el pinar.

Cuando terminaron de comprar, guardaron las provisiones en el coche de Lucas. Éste les dijo a María y a Carmen:

Quiero que compréis unas hamburguesas desde el coche. María, tú conduces, ¿arriba o abajo?

Abajo – respondió ella intrigada.

Me queda entonces arriba. – apuntó Carmen.

Lucas les dio unos paquetes marcados con las palabras arriba y abajo. Les dijo que era ropa que deberían ponerse antes de entrar al servicio del burger para coches. Ellas lo abrieron y se asustaron. Eran la parte de arriba y de debajo de un bikini combinadas con un pantalón y una blusa transparentes. María comenzó a sudar. Clara lo miraba atónita. Lucas les dio el adelante y ellas avanzaron hacia el coche de la madre. Cuando se alejaron, Lucía sonreía divertida. Sabía que ahora les tocaba a ellas.

Los tres se subieron al coche de Lucas. Clara iba paralizada. Él estacionó a unos metros para poder verlo bien y le ordenó a Lucía que se quitara los pantalones cortos y el tanga. Ésta obedeció dejándose sólo la blusa sin mangas y abriendo las piernas en el asiento trasero. Estaba comenzando a excitarse. A Clara le ordenó que se desabrochará el vestido y lo dejara caer hasta la cintura. Ésta mirando incrédula, no se movió. Un pequeño cachete de su amo la hizo volver la cabeza y comenzó a desabrocharlo. Al momento, sus pechos quedaron al descubierto. Lucas se entretuvo en mirarlos con detenimiento. Al poco, desabrochó sus pantalones y obligó a Clara a masturbarle con su boca.

Mientras, Carmen se había subido en el coche de su madre y se había cambiado. Se quitó toda su ropa y se quedó desnuda en el coche. Se puso la parte de arriba del bikini que apenas si tapaba sus enormes pechos. Trató de ajustar la tela para quedar lo más tapada posible. A continuación se puso el pantalón corto. Al ser de gasa dejaba a la vista todos sus muslos y el comienzo de su pubis. Voy desnuda, pensó, aunque lleve esto, voy desnuda. María, en el asiento de atrás se había puesto ya su tanga y su blusa transparente. Las órdenes eran tajantes, aguantar la visión de los chicos del burger y luego llevar la comida al monte donde había estado con Lucía. Pasó al asiento del conductor y arrancó el coche.

Lucas estaba disfrutando con la sensación. Su nueva posesión era buena en el trabajo oral. Él iba marcando los tiempos y ella los respetaba. No trataba de adelantarse ni tomar decisiones. Paraba y llegaba hasta la garganta, apoyando la nariz en la base del pene de Lucas, cuando él empujaba su cabeza. Obligaba a que ella jadeara mientras mantenía su glande apoyado en su lengua. En el asiento trasero, Lucía, con las piernas abiertas completamente, abrazaba los reposacabezas de los asientos delanteros para observarlo todo. De repente vieron que las otras dos mujeres llegaban a la ventanilla del burger.

Carmen bajó la ventanilla. Un chico de unos dieciocho años apareció. Ella, sin inmutarse, solicitó el pedido. El empleado no escuchó nada. Sólo veía las piernas de las chicas y los pechos de María tras la tela transparente. Aún tuvo que repetirlo varias veces hasta que consiguieron hacerse entender. Ellas se miraron divertidas, diciendo que esperaban no tener que repetirlo de nuevo. De repente sonó el móvil de Carmen. Descolgó y comentó con Lucía lo que estaba ocurriendo. Cuando el chico sacó el pedido, sus ojos se salían de las órbitas. Les dijo que tenían una oferta especial del día, bebidas gratis si el pedido superaba los veinte euros. Maica tomó la iniciativa y le dijo que si se las regalaba le dejaría ver algo más mientras se acariciaba los pechos. El chico desapareció y apareció con unas latas de refresco. Ellas se miraron y le sonrieron mientras María se levantaba la camiseta y Carmen se sacaba los pechos y los lamía con su lengua. Hecho esto, le dieron las gracias y arrancaron.

Lucas continuaba disfrutando de la mamada. Dudaba si correrse o penetrarla. Arrancó el coche y le dijo a Clara que siguiera así, que enseguida llegarían al monte. Condujo despacio para darles tiempo a las otras chicas. Clara se mantuvo agachada todo el viaje, Lucía detrás miraba divertida. Al llegar al merendero del monte, se detuvieron. Él las mandó salir del coche para hablar con todas. Las desnudó personalmente guardando la ropa en el coche. Decidió que antes de comer, las montaría a todas.

Ellas aceptaron la prueba. Cada una de ellas sería penetrada durante diez segundos. No podían masturbarse ni tocar a las otras mujeres, aquella que tuviera un orgasmo antes que Lucas quedaría eliminada, la que recibiera la descarga del amo se haría pasar por su novia en la barbacoa de la tarde. Carmen quedaba excluida del juego porque no tomaba anticonceptivos. Ella se encargaría de filmarlo todo. Todas aceptaron de buen grado, menos Maica que, tras una reprimenda en forma de pellizco en los pechos, asumió su posición.

Todas se colocaron a cuatro patas en el suelo, apoyadas en los codos, ofreciendo su cuerpo al amo. Por este orden, María, Clara y Lucía. Lucas se acopló a la primera de ellas y lentamente fue bombeando. Cada diez segundos, Carmen daba la orden de cambio. Cuando cambiaba se oían los jadeos de quien se quedaba libre y la respiración entrecortada de quien iba a recibirle. Él oía los suspiros de las chicas, notaba como acompañaban las acometidas con sus caderas, veía sus cabezas girar resoplando. Si aquello no era el paraíso, estaba muy cerca seguro. Así estuvieron tres rondas completas, al inicio de la cuarta, María gimió y Lucas le preguntó si había concluido. Ella le dijo que sí y Carmen confirmó que estaba eliminada. Lucía y Clara se enfrascaron en una competición personal en la que el descanso era menor. Ambas se mordían los labios tratando de aguantar lo máximo posible, querían demostrar quien era la mejor. Pasaron dos rondas hasta que Clara con un gemido ahogado reconoció su derrota. Lucía, feliz por dentro por haber ganado continuó aún un par de minutos más hasta que notó que Lucas, que había aumentado el ritmo, se vaciaba en su interior. En ese momento, ella estalló en un sonoro orgasmo que provocó las risas y aplausos de sus compañeras. Por esta noche, ella era la novia y disfrutaría de las caricias de Lucas durante la comida.