Lucía (10)

la venganza de Carmen le da a Lucas una nueva sumisa

La llegada de Isabel y la entrada de Clara y Pedro.

Breve introducción al relato.

Por obvios motivos (no cansar a la audiencia con relatos cotidianos), y tras meditarlo mucho y comentarlo con las personas implicadas (si bien todas sumisas, se admiten sus opiniones, según en qué foro se traten), se ha decidido suprimir algunos pasajes tales como una barbacoa nudista y avanzar hacia el presente.

Han pasado varios días desde que Carmen decidió unirse al grupo. Desde entonces la vida ha transcurrido siguiendo los patrones de Lucas. Lucía vive con ellos de lunes a viernes (si bien no siempre duerme en casa). María ha abierto su casa a su amo, donde convive con él a tiempo completo y en servicio permanente. Carmen ha ido avanzando en su sumisión, al tiempo de ir cambiando su aspecto físico a las exigencias: se ha cortado el pelo a lo chico y se ha dado mechas caoba, se ha depilado mucho más su sexo y ha comenzado una dieta con ejercicio para lucir mejor figura. Lucía fue nombrada por su amo como responsable de la evolución de la recién llegada y trabaja de forma continuada con ella: van juntas al gimnasio, la acompaña a la peluquería, le está enseñando a cocinar, etc.

En lo que a la vida diaria, Lucas se encuentra plenamente satisfecho. En el trabajo, dos mujeres le atienden de forma personal y en casa, una tercera chica se encarga de satisfacer todos sus deseos. Las tres han llegado a compartir cama con él en la misma noche. Pero todo va a cambiar con la llegada de nuevos personajes a la relación: la hermana de María, la madre de Carmen y un compañero de su clase. Los iremos conociendo en estas nuevas entregas.

Entrega 10.

Lucas y Lucía estaban en su despacho. Los lunes eran días terribles. Se había estropeado el aire acondicionado y la temperatura, propia de mediados de Julio, era elevada. Lucía llevaba el pelo recogido con una pinza. La blusa sin mangas blanca se pegaba a su cuerpo. Sus mejillas estaban coloreadas por el calor. Lucas, sentado enfrente de ella, sudaba también. Llevaba una camisa con dos botones desabrochados y se sentía pegajoso. Ambos trataban de concentrarse en una oferta comercial que debían terminar para entregar a un cliente. De repente, sonó el teléfono del despacho, mostrando el número de la extensión de María. Lucas conectó el manos libres para que Lucía pudiera escucharlo

Dime, María.

Lucas, perdona, me ha llamado Maica – respondió ella -. Dice que su madre ha salido ya y que se va para casa a terminar de ordenar y hacer la comida. Pregunta si necesita comprar algo.

No que yo sepa – dijo él -. Dile que esté lista para las dos y media, ¿ok?, y pregúntale si ha confirmado lo que me dijo el otro día.

Así lo haré – terminó ella -. Un beso.

Lucas había estado hablando con Carmen toda una tarde mientras tomaban el sol en el chalet. Lucía y María habían permanecido atentas, pero en silencio, porque sabían que ella estaba pasando la entrevista definitiva, aquella en la que la nueva sumisa debía contar todo lo relativo a su mundo actual. En esa entrevista, Maica había dado a entender que su madre y su padre se estaban separando, porque, una vez que su madre había dicho que se iba a verle a él, Maica había llamado a su madre y no oyó a su padre, si no a otra persona. Lucas le había preguntado cómo se sentía y ella le había contestado que traicionada y que su madre había empezado a ser una desconocida para ella. En ese mismo instante, la maquinaria para destruir a Clara, así se llamaba, se había puesto en marcha y Carmen era la punta de lanza de esa maquinaria. El objetivo era obligar a su madre a elegir entre conservar su familia o exponerse a la vergüenza de verse descubierta.

Lucas le ordenó que empezara a traerle cosas de su madre para conocerla. Lucía entrevistó a María varias veces, con el fin de ir encontrando información vital sobre ella. Lucía, además, pasaba horas con Carmen, perfeccionando su sumisión, además de irse conociendo íntimamente. Era frecuente verlas tumbadas en el sofá, una encima de la otra, besándose o practicando posturas sexuales, o bien recibiendo clases de cómo permanecer sentadas esperando una orden, quietas sin moverse, o caminando juntas y atadas buscando la sensación de ser una sola, como había aprendido ella con María.

Maica había entregado fotos de su madre de joven, ahora tenía 45 años, en la playa con su padre, vestida de noche en bodas, había husmeado entre sus cosas y había encontrado mails y fotos con su amante en su cuenta de correo personal. Todo ese material estaba ya en posesión del grupo y ahora sólo faltaba atrapar a Clara.

Lucas levantó la cabeza y le dijo a Lucía:

¿Por qué no te das una vuelta y me dices cómo está la oficina?

Voy, la verdad es que estaba un poco bloqueada – respondió ella mientras se ponía las sandalias. Le encantaba y ahora más estar descalza en el despacho.

Salió por la puerta y fue hacia la máquina de refrescos. Comprobó el desolador aspecto de la oficina en verano: casi todos los sitios vacíos, apenas el responsable de compras y María. Le saludó con la mano, gesto que ella respondió de igual manera. Aún quedaba un rato para irse para casa, pero sentía que quería salir de la oficina. Pensaba, algunas veces, que su vida era extraña, cuando iba al pueblo a ver a sus hijos y a su marido, disfrutaba con ellos, pero se sentía incómoda tanto tiempo vestida y con la necesidad de comportarse de acuerdo a lo que la sociedad demandaba de una mujer casada de su edad. Ella prefería el morbo, la desnudez y las ganas de hacer cosas diferentes. Por otro lado, en el trabajo, aunque trataba de concentrarse en él, cada vez que levantaba la cabeza y veía a Lucas, se lo imaginaba desnudo, encima de ella o de sus amigas, trabajando sus cuerpos, buscando su disfrute, o simplemente charlando en la piscina. María se levantó de su mesa y se acercó a ella. Se saludaron y entraron en el office donde se encontraba la máquina de café. Cuando se cercioraron de que no había nadie, se abrazaron mientras se preguntaban por el fin de semana. Los pechos de Lucía se endurecieron al contacto con el cuerpo de su amiga. Suspiró le dijo que Lucas le estaba esperando, que tenía ganas de llegar a casa y ponerse cómoda.

Volvió al despacho y al entrar comentó que entre que era verano y que acaba de ver como el de compras se iba ya para casa, la oficina era un auténtico páramo. Sin que Lucas comentara nada, se descalzó y se desabrochó la blusa, dejando sus pechos al aire y se sentó. Hoy había elegido llevar tanga (las bragas sólo estaban permitidas para unos días concretos). Al poco tiempo, sonó su móvil: era su marido. Con un gesto de hastío, descolgó. No le gustaba que le llamaran al trabajo, y menos desde que era propiedad de Lucas. Con un gesto involuntario comenzó a acariciarse el pecho derecho mientras hablaba. Cuando se dio cuenta, sonrió al ver la mirada pícara de su compañero de despacho y se levantó hacia él. Al llegar a su altura, se inclinó para que él fuera quien lo amasara. Permaneció así toda la llamada. Ella misma se sorprendía cómo era capaz de mantener la conversación mientras experimentaba placer, había conseguido que su mente pudiera aislar y trabajar con esa sensación. Le dijo que sí, que había llegado bien, que sí, que luego les llamaba y que esperaba que les diera un beso a los niños. Cuando colgó, soltó un suspiro y comentó que su marido era un pesado. Tras besar a su amo en la boca, volvió a su sitio.

Nuevamente sonó el teléfono de Lucía. En este caso era el nuevo móvil de Carmen. Era un móvil que sólo podía usar en casa de María y para llamadas relacionadas. Lucía lo cogió y se puso a charlar con ella. Lucas podía entender algunas palabras tales como desnuda, cocción, paquete, aceite, "sí, a las 14:30", "yo también", "un beso". Cuando colgó comentó que era Maica y que estaba pidiéndole instrucciones para la ensalada de pasta y que habían traído el paquete que habían pedido el otro día.

Al poco rato entró María y comentó que había hablado con Carmen y que sí, que efectivamente Clara tenía un lío extramatrimonial, que les había seguido y había visto a su madre entrar en un hotel. María comentaba todo esto, mientras se sacaba la falda negra que llevaba y se quitaba la camiseta de tirantes amarilla. Su cuerpo desnudo excepto el sujetador de color rojo se mostró ante Lucas. Lucía, al ver a su compañera, se había deshecho del pantalón corto que llevaba y de la blusa, dejando ver de nuevo sus pechos y su tanga negro. Las dos se abrazaron y se dieron un cálido beso, llevaban toda la mañana deseándolo y hasta ese momento no habían podido estar juntas. Lucas les dio permiso para ofrecerle un espectáculo lésbico en el suelo.

María se tumbó boca arriba y Lucía, tras quitarse el tanga se acopló a ella. Su boca buscó la hendidura de su amiga, mientras notaba las suaves caricias en su vulva. Comenzaron a lamerse como salvajes. Se mordían, gemían, succionaban y se apretaban. Parecían un único cuerpo. María aprovechó para hundir uno de sus dedos en el ano de Lucía, gesto que ésta agradeció mordiendo salvajemente el clítoris de la compañera . En un momento determinado, oyeron la voz de Lucas que les instaba a realizar una tijera. Lucía se levantó y se sentó apoyándose en los brazos. María cruzó las piernas sobre ella de tal manera que ambos sexos se juntaran. Ambas empujaron con sus caderas hasta que no quedaba ni un centímetro de piel sin tocarse. Lentamente comenzaron a moverse rítmicamente. Lucía, que había pasado dos días fuera, estaba desatada, se impulsaba mientras echaba la cabeza hacia atrás. La pinza que sujetaba su pelo hacia ya rato que estaba en el suelo, dejando libre su melena. Sus pechos subían y bajaban con cada jadeo. Pequeños gemidos salían de su garganta. María, por su parte, no dejaba de mirar el cuerpo de su amiga. Sus pechos también saltaban. Notaba como las gotas de sudor caían entre ellos y se perdían por su ombligo. Podía escuchar el ruido del chapoteo de sus flujos y de los de su compañera. Lucas, por su parte, miraba feliz la escena recostado en su asiento. Había decidido no masturbarse y reservarse para más tarde. Ellas le miraron suplicando el poder alcanzar el orgasmo. Él les pidió aguantar un poco más y ellas se mordieron los labios para proseguir. Al cabo de un par de minutos, volvieron a suplicarlo y esta vez les dio permiso. Las dos estallaron en un orgasmo al unísono que las hizo estremecerse mientras dejaban caer la espalda contra el suelo.

Cuando se recuperaron, Lucas las obligó a vestirse y les dijo que era hora de irse a casa. María se fue con Lucía a buscar su coche a la estación de tren, mientras él las adelantaba y se dirigía a casa. Cuando estaba a punto de llegar llamó al nuevo móvil de Carmen. Ésta estaba terminando de preparar el pollo asado y así se lo comunicó a su amo. Le dijo que su madre no estaba en casa y que le había dejado comida que ella había tirado a la basura antes de llegar, que no quería saber nada de la zorra ésa. Lucas se rió y la dijo que se fuera refrescando en la piscina y que le esperara en el garaje mojadita. Ella le contestó que con sólo mirarle ya estaba mojada y colgó.

Cuando entró en el garaje de la parcela que ya se quedaba asignado a él siempre, Maica estaba apoyada en la pared chorreando. Su pelo corto, mojado y hacia atrás, su cuerpo ya más perfilado por el gimnasio y su sexo perfectamente depilado hacían de ella una delicia. Lucas salió del coche y la acarició mientras la besaba. Ella devolvió el beso y se dispuso a desnudarle, según era la costumbre. Una vez estuvo sin ropa, él la giró y la sujetó al juego de argollas más bajas de las tres que había instalado en la pared. En esta postura, el culo de la sumisa quedaba a la altura perfecta. Carmen disfrutaba con aquello. Sin perder ni un segundo, la penetró el ano, que se dilató casi por completo. Era una actividad que ella había trabajado llevando un consolador de María el tiempo que estaba sola.

De repente su mente se remontó al primer día en que tuvo conciencia de ser una verdadera sumisa: fue el día en que tuvo que ir a limpiar y cocinar a lo que ahora llamaba su hogar. Lucía le había ayudado los días previos, pero aquel primer día fue especial. Se sintió por un momento madura y responsable de algo. Aún recordaba con una sonrisa el día anterior. Habían estado bañándose todos en la piscina y había disfrutado del amo un rato en su interior, mientras María y Lucía besaban sus pechos, luego había paseado con ésta última atadas por la cintura, jugando a recoger una pelota que Lucas les tiraba. Se fue a su casa pronto para cenar con sus padres. Fue una cena aburrida en la que apenas probó bocado, luego se sentaron a ver la televisión como hacían siempre, ella en camisón. Cuando se fueron a la cama, ella se quedó como hacía siempre en el salón. Aprovechó el rato para salir al jardín y acercarse a la arizónica del chalet de su amo. Tan cerca pero tan lejos, suspiró. Se quitó el camisón y pudo sentir el frescor de la noche en su cuerpo. Decidió no tentar a la suerte, se vistió de nuevo y se fue a su habitación a acostarse. Cuando entró en ella, tuvo la sensación de estar dentro de un horno, y decidió dormir en bragas, le daba igual que sus padres la vieran. Apenas pudo dormir esa noche, imaginaba a Lucas en la cama con sus compañeras practicando sexo y se sentía frustrada por no poder estar allí. A la mañana siguiente, cuando se levantó, su madre se estaba arreglando. Como sabía que su padre ya no estaba. Fue a desayunar con los pechos al aire. Al coincidir con ella en la cocina, su madre la reprendió por ir indecentemente vestida. Carmen le respondió que estaba en casa y que iba como quería , y su madre volvió a insistir en que una hija suya jamás iba como una guarra ni siquiera en casa. Si supieras, mamá, como paso el día, sonrió para si. Dejó a su madre por imposible y cogió un vaso de leche y una fruta y salió al salón.

A las 9:30 de la mañana y una vez que oyó que su madre salía, se preparó para ir a su casa de verdad. Se dio una ducha de agua tibia y se puso un vestido de tirantes azul vaquero sin sujetador y un tanga que le había regalado Lucía y que ella escondía entre sus cosas, y salió de su casa. Iba temblando de miedo porque no sabía si estaba preparada o no. Lucas le había dado un juego de llaves para poder entrar. Se le cayó varias veces de las manos al intentar abrir la cerradura. Cuando lo consiguió, entró en la casa como una centella y cerró tras de sí. Estaba sudando de los nervios. Trató de serenarse diciendo que ya estaba dentro, que ahora sólo tenía que seguir el plan establecido. Dejó la llave en el cajetín y se desnudó completamente, dejando la ropa en una caja de cartón con su nombre que había en la puerta.. Por aquel tiempo, aún llevaba el pelo largo y estaba gorda, como ella misma decía. Tenía miedo de que le llevara demasiado tiempo el recoger la ropa, hacer las camas, fregar los desayunos, etc, y no tenerlo listo para cuando él llegara. La primera vez que tuvo que cocinar se murió de miedo y la comida, como ella misma decía, fue vomitiva. Lucas se rió con aquello, porque tuvieron que pedir unas pizzas, pero ella se prometió mejorar y ahora se consideraba una cocinera aceptable. Abrió el armario y sacó el juguete que tenía que llevar todos los días en casa. Pensó en la charla de su madre cuando lo vio. Se colocó a cuatro patas como le habían enseñado y lo introdujo lentamente en su ano. Los nervios hicieron que esta vez le doliera un poco más que otras veces porque su esfínter no terminaba de dilatar. Respiró profundamente y volvió a la carga. Cuando éste por fin cedió, suspiró de placer, al notarlo dentro de sí. Al principio no quería llevarlo, le parecía denigrante verse con un consolador terminado en forma de crin de caballo en su ano, pero poco a poco y ayudada por Lucía consiguió acostumbrarse. Ahora casi era una necesidad llevarlo dentro mientras estaba sola. Se levantó y se miró en el espejo del hall. Sonriendo se dijo que era hora de hacer las tareas.

Sus pensamientos volvieron al presente cuando notó el primer movimiento de Lucas. El suspiro de ambos le hizo concienciarse de que era ahora cuando debía estar dispuesta. Lucas fue poco a poco acoplándose a ella y empezaron a conversar sobre el día. Ella le contó que había hecho las camas, limpiado la cocina y los baños y puesto la lavadora, además de preparar la comida. Había recogido el paquete que había traído el mensajero. Se había puesto como le habían ordenado la camiseta larga transparente para abrir la puerta y se había sentido feliz siendo observada de arriba abajo, incluso había demorado el tiempo de firmar el recibo para que el chico pudiera verla mejor.

Carmen podía notar como su esfínter se adaptaba a las necesidades dilatando cuando él empujaba, comprimiéndose cuando reculaba. Abrió los ojos para ver como sus pechos, que seguían siendo grandes, pero ahora estaban más trabajados se movían sin control por el continuo bamboleo. Le encantaba verlos saltar, era de las cosas que más la excitaban. Sus piernas, ahora más fuertes, no sólo soportaban mejor las embestidas, si no que las acompañaban impulsándolas. Le gustaba mirarse mientras lo hacía, era feliz cuando estaba con sus compañeras o con Lucas teniendo relaciones y había cerca un espejo. Además, su amo había empezado a grabar en video las sesiones de sexo o simplemente la vida cotidiana y juntos por las tardes repasaban la filmación del día anterior para corregir posibles errores de comportamiento o posturales.

Lucas se salió de ella. Era lo que más odiaba, quedarse a la mitad. Carmen sabía que lo hacía porque sus amigas también tenían derecho al amo, pero no soportaba el no terminar nunca a menos que estuvieran todas. Sabía que tenía que corregirlo, pero no podía con ello. Estaba aún atada cuando oyó las voces de María y Lucía que entraban por el portón del garaje. Ambas venían quitándose la ropa. Se acercaron a ella y la besaron y acariciaron. Cuando Lucas la soltó, se arrimó a ellas y las abrazó con fuerza apretando su joven cuerpo.

Los tres se dirigieron al patio trasero (allí habían sido pinzadas) donde Maica tenía puesta la mesa. Cuando todos se hubieron sentado, ella trajo la comida. Le dolía el culo al andar pero no lo demostraba. Empezaba a gustarle esa sensación, pensó. Sirvió la ensalada y las bebidas y posteriormente degustaron el pollo. Los tres alabaron la comida y ella se sintió satisfecha. En los postres decidieron pasar a la acción con la madre de Carmen.

Lucas encendió el portátil y desde una cuenta especialmente creada para esto escribió un correo diciéndole que conocían su secreto, que había sido vista entrando en un hotel donde había mantenido relaciones sexuales con una persona, y que, en caso de no satisfacer las condiciones que a continuación le plantearía, todo el material existente sería enviado a su marido y su hija. Adjuntaron una foto que Carmen le había hecho a su madre, abrazada y besando a un hombre en mirad de la calle y esperaron. Maica mientras fue recogiendo la mesa con María. En la cocina ésta última le preguntó si se sentía bien y ella le dijo que sí, que era feliz y que le encantaba haber cobrado más que una apuesta.

Al cabo de una hora recibieron la respuesta. Era un correo insultante, provocador, "propio de mi madre" como lo calificó Carmen. Lucas sonreía divertido, había picado el anzuelo. Con absoluta calma y usando el nuevo móvil de Maica, marcó el número de Clara. Cuando descolgó, Lucas le dijo:

¿Clara Martín?

Sí, ¿quién es? – contestó ella.

Veo que no te has tomado muy en serio mi correo electrónico.

¿Cómo puedes ser tan cabrón? ¿qué quieres de mí? ¿dinero? – preguntó Clara gritando.

Si quisiera dinero, hubiera ya hecho algo con las fotos para presionarla, ¿no crees? – respondió él mirando a las chicas que estaban a su lado en las tumbonas de la piscina sonriendo. Endureció el tono. – Creo que no lo entiendes, no busco tu dinero, te busco a ti, quiero saber qué estás dispuesta a hacer para mantener a salvo tu vida familiar.

Ella dudó un segundo, ofreciéndole a Lucas la oportunidad que él había buscado. Continuó:

En tu mano está. Si no obtengo lo que quiero, ya sabes el resultado. Si has decidido que quieres seguir adelante, marca este número en menos de una hora. Si no, tu hija verá de lo que es verdaderamente su madre...

Dicho esto colgó. Carmen, sentada en las rodillas de María jugaba con el pecho de ésta. Le miró fijamente y Lucas le dijo que dependía de su madre, que las cartas estaban sobre la mesa. Dicho esto, se levantó y se zambulló en la piscina. Lucía se acercó al borde de la piscina y se sentó con las piernas abiertas metiéndolas en el agua. Era una costumbre del amo que cuando nadaba al tocar el bordillo mordisqueara el sexo de alguna de ellas. A ella le encantaba que lo hiciera, se pasaba ansiosa el tiempo que tardaba en volver hasta donde ella estaba para sacar la cabeza del agua, lamer y morder su sexo y seguir nadando. Ya había tenido algún orgasmo así, de la propia excitación de la espera. En una de las veces, le dijo que acababa de sonar el móvil pero que se había cortado. Lucas paró de nadar y se quedó en el agua hasta que volvió a sonar:

De acuerdo, acepto, pero las fotos tienen que desaparecer.

Lo haré a su debido tiempo, cuando sepa que vales el precio que pido por ellas – repuso él.

¿Qué tengo que hacer? – preguntó ella.

Estoy observando tu casa, deberás asomarte a la puerta de entrada con uno de esos bikinis tan bonitos con los que te has ido a la playa con tu amorcito. Cuando estés allí deberás quitarte la parte superior y dejarla colgada en las arizónicas que limitan con el chalet de tu vecina. Luego recibirás más instrucciones. Si no coges el teléfono cuando suene, entenderé que has desistido y sabré lo que tengo que hacer. – dicho esto, colgó.

Lucas mirando a María le indicó que había llegado su momento. Ésta se levantó de la tumbona y se puso un bikini azul corriente, que fue motivo de burla de sus compañeras por lo rectada que iba, y se marchó hacia la puerta de entrada de su chalet. Su misión consistía en dejarse caer cuando su vecina estuviera desnudándose y sorprenderla. Aún no se acababa de creer que Clara tuviera un lío fuera del matrimonio, la misma Clara que defendía la fidelidad, que criticó duramente a su marido cuando María le descubrió con otra, ahora era una mujer diferente. Nunca, pensó, sabré juzgar a la gente.

Se apostó en la acera de enfrente desde donde podía ver la puerta de la casa de Clara. Una vez allí, esperó pacientemente a que saliera. Deseaba que lo hiciera pronto, el sol estaba en lo más alto y calentaba. A los pocos minutos observó como la puerta se abría. Al poco de abrirse pudo ver a Clara. Llevaba un bikini rojo minúsculo en comparación a los que ella solía llevar en la piscina de su casa. La parte de arriba apenas tapaba su pecho y la de abajo era una braga alta y estrecha de ésas que se atan en las partes laterales. Su media melena negra estaba recogida con un pasador. María no pudo evitar admirar su cuerpo, si bien un poco entrado en kilos, bien moldeado. Clara llevaba su teléfono móvil. María miró hacia su casa donde escondida tras las arizónicas estaba Carmen. Levantó la mano para indicar que Clara estaba en la calle. Maica se lo transmitió a Lucas y Lucía que estaban en la puerta del porche delantero.

Clara se encontraba fuera de sí. Miraba a los lados buscando desde dónde estaría siendo observada. Cuando desistió de encontrarle, suspiró y se dio por vencida. Estaba en un callejón sin salida. Si no cooperaba, su vida como tal se iría al traste, si accedía no sabía dónde se metía. Decidió que quizá esa persona sólo quería tener un encuentro sexual con ella, y que una vez pasado, todo volvería a la normalidad. Tras dejar el teléfono en el suelo, se desabrochó la parte de arriba del bikini y lo guardó en la mano.

María pudo observar los pechos de tamaño mediano de su vecina. No eran tan grandes ni tan duros como los de Carmen, pero pensó, que en su juventud, debía haberlos sacado gran partido. Calculó que serían una talla noventa, de forma redondeada, con un pezón oscuro y duro. Tras indicarle a Maica que ya había cumplido, echó a andar. Caminó pegada a la arizónica hasta quedar fuera de su vista. Clara escuchó el zumbido de su móvil.

Veo que estás mostrando tus pechos.

Sí, ya está. ¿Me devuelves las fotos? Estoy colgando en la arizónica el sujetador – respondió ella.

Hola, ¿Con quién hablas?, – una voz sonó detrás de ella. Era María.

Clara se quedó muda, su vecina acababa de pillarla in fraganti. Se dio la vuelta muy despacio con el teléfono enganchado a su oreja. Lucas la pregunto que quién era y ella balbuceo que su vecina. Él le dijo que debería saludarla. María estaba aleccionada para responder como era en su anterior vida.

Hola, no te oí entrar – la voz de Clara era apenas un susurro, sabía que no podía colgar, y pero sabía también que no podía mantener esta conversación -, es, ejem, un amigo.

Ah, perdona, ¿molesto?, por cierto, que bikini más bonito, llevas, la de cosas que te dirá Paco cuando te vea con él – dijo María reprimiendo una sonrisa.

Lucas le obligó a decirle que su marido no lo había visto nunca con él, que nunca se lo había enseñado, que iba a tomar el sol en topless y que le había dado un susto.

¿Desde cuando haces topless? Con las broncas que le has echado a Carmen por eso y ahora resulta que tú las vas enseñando por ahí.

No le digas nada a ella – dijo ella con lágrimas en los ojos -. María, no puedo hablar, de verdad, márchate.

Él, al otro lado de la línea, le gritó que quien era ella para poder opinar sobre lo que iba a tener que hacer. Ahora quítate todo el bikini. Ella suplicaba que no, que por favor, no. María le preguntaba como una tonta que a quién le decía que no. Lucas decidió tensar la cuerda. O lo haces, o tu hija verá las fotos ahora mismo. Clara rompió a llorar y dijo:

Está bien, tú ganas – y acto seguido se desató el bikini -. ¿Qué más quieres? Ya estoy desnuda, me está viendo mi vecina, no puedo más, esto es lo peor que he hecho nunca, manda las fotos, mi vida está arruinada, todo el mundo lo sabrá, sí he engañado a mi marido, y lo volvería a hacer, él tiene un lío también, no nos separamos por Carmen..., haré lo que me pidas, ¿dónde estás? Aparece y me acostaré contigo..., seré tuya, total mi vida no vale una mierda – terminó ella mientras caía de rodillas al suelo.

Pásale el teléfono a ella – dijo él.

¿Cómo? ¿Qué le pase el teléfono a mi vecina? – preguntó ella llorando

Sí, hazlo – respondió él mientras Clara le pasaba el móvil

Hola, amo – la voz de María sonó divertida mientras Clara gimoteaba, aún no era capaz de entender nada -. Está hecho..., sí, de acuerdo..., vale, hasta ahora, un beso. – dirigiéndose a su vecina -. Venga, levanta, ya está, ya está...

María la cogió de la mano, la levantó suavemente y la abrazó. El contacto con su piel le excitó sobremanera. Ella, por su parte, parecía un autómata. María tenía claro lo que tenía que hacer y lo hizo. Lentamente, levantó su cara y acercó su boca a la suya. Clara no lo vio llegar. Lo siguiente que notó fue la boca de María en la suya y las manos en su trasero. Fue un beso breve pero muy cálido. La madre de Maica respondió de forma instintiva abriendo sus labios. Cuando se separaron, María le dijo:

Te están esperando, ven.

¿Qué, qué pasa? Me has besado, he besado a una mujer, madre mía, ¿qué está pasando?

María se limitó a mirarla y echó a andar. Mecánicamente, Clara caminó detrás de ella. No se dio cuenta que iba desnuda. Al salir a la calle, dio un respingo y trató de zafarse, pero la voz de su amiga diciéndole que cuanto más se resistiera, más posibilidades habría de que la vieran desnuda la hizo desistir. Clara abrió la portezuela que daba acceso a l jardín trasero y lo que vio la dejó helada: dos cuerpos estaban de rodillas en el césped, lamiendo a la vez el miembro de un hombre que tumbado en una hamaca les saludaba. María le sonrió y le dijo que eran sus nuevas compañeras y su amo. Clara sacudió la cabeza aturdida mientras automáticamente se tapaba con las manos y la pierna: un amo, ¿qué era aquello? ¿una orgía?, tres mujeres desnudas además de ella y un hombre, sin darse cuenta empezó a excitarse.

Adelante, pasad, acercaos – dijo él.

María se desnudó como si nada ocurriera y Clara no pudo evitar mirar el cuerpo de su amiga. Cuando estuvo desnuda, la dejó allí sola y se sentó junto a Lucas. La madre de Carmen no sabía qué hacer, decidió obedecer, en el fondo sentía curiosidad por aquello y nunca había participado en una orgía, su lado oscuro, el desconocido para todo el mundo pugnaba por emerger. Lucas sonrió maliciosamente. Aún le quedaba por pasar la mayor humillación. Tocó en el hombro a Lucía que se levantó y se acercó jadeante a ella. Sin preguntarle siquiera, la agarró de la mano y la hizo ponerse de rodillas. Clara aún no veía a su hija. Cuando se arrodilló dio un grito de espanto, acaba de ver a su propia hija desnuda en mitad de aquello, su niña. Maica, con total naturalidad, le dijo:

Vamos, no hagas perder el tiempo al amo

Hija, ¿qué es esto?, ¿qué haces tú aquí?

Carmen agarró a su madre del cuello y la acercó a Lucas. Éste le dio la orden de lamer y, como poseída como un autómata, comenzó a lamer. Lucas dijo:

Clara, esto es lo que te ofrecemos, puedes vivir como una esclava sexual como lo es tu hija, como lo es tu vecina y como es tu nueva amiga Lucía. Tú misma lo has dicho, tú vida es una mierda, no existe, yo te ofrezco la posibilidad de unirte a nuestra familia, como una más, pero eso sí, tu vida me pertenece.

Clara le dijo que dejara a su hija fuera de esto, que era una niña. Él le contestó que esa niña como ella le llamaba había accedido voluntariamente a esto, que era más mujer que muchas otras que él había conocido, que era feliz así y que no era quien como par dar órdenes, a la par que daba un azote en su cara. Maica le dijo que para ella, esto era su vida, que era mayor de edad y que era lo que había decidido hacer, que se lo podía decir a su padre o a quien quisiera, que se iba de esa casa a su casa que era donde estuviera su amo.

Clara dijo que necesitaba pensar, que tantas emociones le habían trastornado, que no se encontraba bien. De hecho Carmen le había advertido que tenía problemas hipertensión y que aunque estaba medicada solía tener taquicardias pasajeras. María la levantó y la llevó al salón donde, tras darle un poco de agua, la ató a una silla y le dijo que aquí podría tomar su decisión con calma. A continuación le puso el video de la última sesión de las tres con Lucas y que les llamara cuando estuviera decidida. Dicho esto salió de la habitación y volvió a la piscina donde su familia le esperaba para darse un baño.

La proyección comenzó. Lo primero que la madre de Carmen vio fue una cama enorme y dos mujeres, Lucía y María desnudas acariciándose los pezones hasta ponerlos duros. Posteriormente se incorporó su hija con un bote de nata líquida que se dedicó a esparcir por las otras dos mujeres para posteriormente lamerlas. Se oían risas, jadeos, caricias, pequeños azotes, mientras ellas se acariciaban de forma salvaje y se excitaban las unas a las otras. La siguiente escena mostraba a su pequeña a cuatro patas en el jardín siendo penetrada por el hombre mientras María le insertaba un consolador en el ano, la otra mujer abierta de piernas ofrecía su sexo a su hija que lo disfrutaba con placer.

Por último apareció su vecina siendo penetrada por un arnés que su hija llevaba colocado en la cintura. Ambas se reían y se insultaban cariñosamente, mientras la otra mujer, la llamada Lucía, jugaba con la lengua de su hija.

Clara, completamente destrozada por las imágenes, lloraba de indignación, pero no porque su hija hiciera esas cosas, si no porque era ella la que quería estar allí con ellas. Ahora descubría que su vida había sido un engaño, que la perversión que veía era lo que deseaba y que el camino que quería elegir estaba en la pantalla del televisor.

Con un grito trató de llamar la atención de aquel grupo al que deseaba unirse. Lo que no se esperaba era que fuera su hija la que entrara.

Hola Clara, ¿qué querías?

¿Clara?, cariño, soy mamá – repuso ella gimoteando -. ¿eres tú la que aparece en estos videos?

Claro, Clara, soy yo, y aquí no eres mi madre, si no una compañera – repuso ella -, aunque mi madre como tal no me hubiera engañado como tú lo has hecho durante todos estos años. Mi madre, no me hubiera estado echando broncas sobre con quien iba, con quien me besaba o con quien decidía ir a la piscina

Lo siento, mi vida – se disculpó ella -, no quería hacerte daño, sólo buscaba protegerte, no quería que fueras como yo. ¿eres feliz haciendo esto?

Mucho, por fin he encontrado mi sitio – aseguró Carmen -, y además me tratan como lo que soy, una mujer. Clara, ¿qué quieres? – se impacientó ella.

Quiero saber si te sentirías muy mal si aceptara el ofrecimiento de convertirme en una de vosotras – dijo su madre.

No, en lo que a mí respecta eres una sumisa como yo, te cuidaré y amaré como a ellas, si tengo que tener sexo contigo lo tendré, así que, no me pongas como excusa – sentenció Maica.

Cariño, se por un momento mi hija y ayúdame – suplicó ella.

Carmen se acercó a su madre y la besó en la boca suavemente, lamiendo sus labios. Después la abrazó y la dijo,

Estaría muy feliz de poder tenerte conmigo, serías una gran ayuda para las cosas que desconozco, pero no seré tu hija, si no tu amiga, y no querría que me trataras como en casa. Si lo aceptas, estaré encantada de estar contigo y si no lo aceptas, dormiré sólo en casa y tendrás que asumirlo, mi vida está aquí.

Clara se echó a llorar y pidió ver a Lucas. Éste entró de la mano de Lucía.

¿Y bien? ¿Has tomado la decisión?

Sí, - respondió ella -, quiero unirme a vosotros.

No hay condiciones, aquí está el contrato, léelo y fírmalo si estás de acuerdo – le repuso él mientras María le soltaba -.

Si Maica lo ha firmado, no tengo dudas – sentenció ella sonriendo a su hija, mientras firmaba con su nombre y dni.

Bienvenida entonces – le felicitó Lucas.

De esta manera, el grupo aumentó a cinco.