Lucía 01: sórdido
Un juego de personajes contrapuestos que quizás continúe un día.
Tomo asiento al fondo de la sala, en el último rincón, y espero. No sé qué película ponen. Me da igual. Miro a cada espectador que entra y pasa de largo. Me excita la espera. Noto mi polla endurecerse. La toco por encima del pantalón. Entra uno más, y otro. Cada uno ocupa su butaca. Dos filas por delante de la mía hay una pareja junta. Noto el movimiento lento de sus hombros. Una de las cabezas desaparece de pronto. Se la está chupando, se la está chupando. Mi polla está más dura cada vez. Noto que se me humedece la piel allá donde la punta contacta con la ingle. Puedo imaginarlo. Se la está chupando. La tiene en la boca, y se siente ardiendo. Pronto se correrá. Se ha corrido. Una cabeza aparece, la otra se esconde. Es justa reciprocidad. Me muero de ganas.
- Veinte y te la toco. Por treinta te la chupo.
Me sobresalta de pronto. He debido quedarme absorto con la pareja de delante. Miro a mi izquierda. Tiene el pelo largo, una melenita lacia. Es menudo. Parece maquillado. Delgadito, como una niña.
- Toma cincuenta.
Sonríe mientras guarda el billete y apoyo la mano en su paquete. Lleva un pantalón blanco, ceñido, que parece de lino, muy liviano, y noto su pollita pequeña, semierecta. ¿Qué edad tendrá? ¿Dieciocho quizás? Parece de la de mi hijo. Me ha desabrochado la bragueta y soltado el cinturón con una sola mano. Se da buena maña. Sin sacarla todavía, acaricia mi polla metiendo la mano bajo el calzoncilo. Me está poniendo a cien. Me tiembla el pulso cuando trato de hacer lo mismo, y tiene que ayudarme. Pronto la noto entre los dedos, caliente y dura. Está depilado.
- ¿Es la primera vez?
No le respondo. Me avergüenza la idea. ¿Qué pensaría Blanca? Ha sacado mi polla y me la pela despacito. Tiene los dedos delgados y la mano pequeñita. Su pollita cabe entera en mi mano. Le imito. Me excita sentirla así de dura. Deslizo la piel arriba y abajo, cubriendo y descubriendo su capullo, y noto la rugosidad debajo. Mi mano se humedece, como la suya. Echa la cabeza atrás cuando la dejo resbalar directamente por encima y gime como una nena.
- Espera, papito, espera, o harás que me corra.
Se arrodilla en el suelo. Se coloca entre mis muslos y mi polla desaparece en su boca. Es cálida. La chupa primero lenta y suavemente, como si la acariciara con la lengua. Es cálida y húmeda. Sin saber qué hacer, acaricio su cabeza. La mete más adentro. Más, más, más adentro. Siento que toda ella está en su boca, que la atraviesa entera y se aloja en su garganta. La comprime. Hace que me tiemblen las piernas. Cuando la saca, brilla a la luz que se proyecta en la pantalla. La recorre con la lengua. Vuelve a meterse el capullo, esta vez solo el capullo, y, por sorpresa, me arranca un gemido como de agonía. La está succionando. La succiona como si fuera un biberón. La comprime con la boca, la succiona, la envuelve con la lengua, y gira la cabeza, a un lado y a otro, a un lado y a otro... Me está volviendo loco.
- Vamos, papito, dáme tu leche, quiero bebérmela.
Lo dice en voz muy baja de falsete, mirándome a los ojos con esa carita casi de niña, de mariquita dulce, y, al instante, vuelve a inclinar la cabeza y comienza de nuevo. Mis manos se aferran a los brazos de la butaca. Me tiemblan las piernas y siento un calor violento en la cara. La siento latir en su boca. Late. Me falta el aire. Me corro. Me corro en su boca y noto que la traga. Me corro como en la vida, gimiendo y temblando. Mi polla escupe una erupción de esperma interminable en la boca del muchacho afeminado. Me quedo paralizado, como vacío.
¿Y ahora?
¿Ahora?
Me has dado cincuenta...
Es como despertarse. Sigue ahí. Su polla sigue dura, asomando a través de su bragueta. La tomo con cuidado, como si pudiera romperse. La tomo y percibo que está viva y despierta. Me inclino sobre ella con aprensión.
- Vamos, papito, ¿No quieres comerte mi pollita?
De repente, casi sin darme cuenta, la tengo en los labios. Acaricia mi cabeza y me anima. La siento caliente, dura, pequeñita. Casi puedo tragármela entera. Jugueteo con ella sintiéndome extraño. Recuerdo su juego, la succiono. Sus dedos se agarran con fuerza a mi cabeza.
- No pares... No paaa... res...
Noto la mía endurecerse de nuevo muy rápidamente. La succiono, gimotea con su voz aflautada. Parece estar viva en mi boca. La siento palpitándome en la boca. Gimotea. Culea un poquito, como si quisiera follármela. Me excita.
- ¿La quieres, papito? Dime que la quieres ¿Quieres mi... lechi... ta?
Late con fuerza. Parece de piedra. Late, y se me llena la boca de esperma templada. Se me corre en la boca como una zorrita caliente, gimoteando, llamándome papito. Mi polla está dura, muy dura. Me trago su leche insípida y densa. Me excita sentirle temblando, sentir cómo parece que se inflama, se tensa, y dispara en mi boca un chorro de leche caliente. La trago. Deseo a esa mariquita que se me corre en la boca temblando.
- Dame otros cincuenta.
Sonríe mirando mi polla dura de nuevo. Sonríe mientras se abrocha. Me mira con descaro. Se recompone la ropa y se gira para ayudarme. Me abrocha la bragueta, me cierra el cinturón. Parece divertido. Me siento avergonzado, excitado, confuso.
¿Cómo?
Dame otros cincuenta y sube al aseo.
¿Cincuenta? -Se los doy como un autómata-.
Venga, sube al aseo ¿O quieres que subamos juntos?
Me siento idiota. Salgo al hall. Busco con la mirada la escalera que conduce a los retretes. Llevo la chaqueta doblada colgándome del brazo. Trato de tapar con ella la erección violenta que casi me duele. Subo la escalera avergonzado. Un hombre que sale del retrete me mira y sonríe con sorna. Me muero de vergüenza. Trato de orinar. No puedo. Escucho gemir a una pareja tras la puerta de un excusado. No viene. Me ha engañado. Me siento idiota. Me lavo las manos. Se han acabado las toallas de papel. Me seco con el pañuelo.
- Ven, entra ahí.
Está a mi espalda, mirándome. Parece divertido. Parece una niña, con su pantalón blanco, su camisa morada entallada, los labios pintados, un kilo de rimmel en cada ojo y los labios pintados. Es pequeñito, delgado, muy guapo.
- ¡Vamos, entra!
Cierra la puerta a mi espalda y hace resbalar el pestillo. Se me queda mirando muy serio mientras desabrocha mi pantalón y acaricia mi polla de nuevo. Me besa en los labios y doy un respingo.
- ¿Qué pasa? ¿No te gusto?
Está precioso. Tiene la piel blanca y los labios oscuros. Parece una niña de labios carnales. Delgado, pálido, femenino. Agarra mi polla y la acaricia despacio mirándome a los ojos con coquetería y una media sonrisa suficiente. Sí, me gusta. Beso sus labios y agarro con las manos su culito menudo atrayéndolo hacia mí. Me excita sentir la presión de su pollita dura sobre la mía.
- Así, papito, así, hazme tuya...
Estoy como loco, excitado hasta perder la razón. Le beso, acaricio su cuerpecillo delgado. Lo manejo como a un muñequito. Le doy la vuelta, desabrocho su cinturón y bajo sus pantalones. Está depilado, tiene la piel suave, parece una niña. Su pollita, pequeña y dura, baila un vaivén en el aire. Acaricio su culito pequeño. Me alcanza un tubo de crema.
- No querrás hacerme daño ¿Verdad?
Unto su culito con ella. Mi dedo se desliza entre sus nalgas duras acariciándole. Gimotea. Se contonea como una gata en celo. Mi polla va a estallar.
- Hazlo así, papito, no te pares ¿Vas a follarme? Quiero sentir tu polla. Rómpeme con ella.
Dejo que el índice se deslice dentro y gime como una niña. Coloco mi polla entre sus nalgas, la hago resbalar entre ellas, arriba y abajo, sintiendo el tacto suave de su piel pálida. La deslizo entre sus nalgas, lubricándola entre ellas. Está amoratada, dura, venuda. Estoy caliente. Me muero por follarle.
- Clávamela, papi, meteme tu pooo... lla asíiii...
Gimotea cuando empiezo a metérsela. Noto la presión de su culito estrecho. Apenas se ha reclinado apoyándose de manos en el delgado tabique de madera. Me ayuda moviendo su culito de niña, empujándome con él, clavándosela. Gira la cara. Le beso. Me abrazo a su pecho y le beso. Le acaricio el pecho. Desabrocho su camisa y acaricio su pecho delgado besándolo. Mi polla se entierra en su culito pálido, y gimotea animándome.
- Así... asíiiii... No te pares, papito, folla a tu putita...
Me vuelve loco. Su culito menudo, como de piedra, la estrangula, la aprieta. Acaricio su pecho, recorro su vientre con las manos, alcanzo su pubis y gimotea, Mi mano apenas roza la base de su pollita, que se mueve al ritmo lento a que le follo. Entro en él hasta el fondo, hasta que siento sus nalgas rozándome el pubis.
- ¿Te gusto, papito? ¿Te gusta follar a tu nenita? Métemela asíiiii...
Se contonea. Su piel parece responder a mis caricias con un vaivén delicioso de su cuerpecillo menudo. Agarro su polla con la mano, la suelto, la acaricio con la palma presionándola contra su vientre liso y suave. Gimotea. Se inclina un poco más.
- Siéntate, papí, déjame follarte.
Me empuja sobre el asiento frío de la taza y se sienta sobre mí clavándosela, mirándome. Su polla se balancea. Se agarra a mi cuello, me muerde los labios. Acaricio su pequeño apéndice, apenas cinco dedos de piedra húmeda que resbala entre mis dedos. Gime, jadea. A mi izquierda, a través de un agujero practicado en el delgado tablero de madera que separa los retretes, aparece una polla dura, gruesa y curva, amoratada. La ve. No duda. La agarra y comienza a acariciarla.
- ¿Te gusta verlo? ¿Te gusta? ¿Quieres que le haga correrse?
Asiento con la cabeza. Apenas puedo hablar. Estoy hipnotizado, excitado, como loco. Solo puedo pensar en él, en la presión de su culito en mi polla, en su pollita bailándome entre los dedos, en sus labios besándome la boca, el cuello, en su mano de dedos delgados agarrada a aquella otra de un desconocido que brama desde el otro lado de la pared llamándole putita, y maricona mientras se deja pelar la polla por aquel muchachito lindo que me cabalga balanceando su cuerpo con esa gracia felina que me está haciendo perder la cabeza.
- ¡Vamos, dámela, dáme... la...!
El hombre se corre en su mano. Nos salpica con su esperma. Se corre a borbotones. La miro fascinado: casi morada, con una gruesa vena azul dibujándose en el dorso, palpitando y escupiendo chorros abundantes de esperma que lo salpican todo. Termina y desaparece.
- ¡Ahhhhhh!
Está como loco, saltando sobre mí. Me levanto cogiéndole en volandas. Le dejo en el suelo, le giro. No quiero seguir su ritmo, quiero follarle como un animal. Contra la pared, clavo mi polla en su culito con fuerza. Lo atravieso de un golpe. Le follo fuerte, duro, haciéndole chillar como una nena loca. Lo taladro agarrado a sus caderas. Gimotea, chilla.
- ¡Asíii... asíiiii! ¡¡¡Rómpe... me... lóooooo...!
Una nueva polla ha aparecido a través del agujero. Es más pequeña. No espero a que lo haga. Empujo su boca hasta ella y se la traga. Se la come al mismo ritmo frenético al que le follo, empujando su culito a golpes secos de mi pubis, haciendo que se atragante. Sus gemidos, sus chillidos, suenan ahora amortiguados por la polla que se clava en su garganta ante mis ojos. Me corro. Me corro. Me corro en el mismo momento en que veo asomar un chorro de esperma entre sus labios que se estrella en el suelo; en el mismo momento en que le escucho gritar con voz aguda, ahogada, y llevo la mano a su pollita, que palpita escupiendo su esperma lechoso y templado. Me corro en su culito de niña, clavado hasta el fondo de su culito de niña, blanco y duro. Me corro llenándolo de leche, vertiéndome entero en él, que gimotea tratando de respirar mientras el desconocido, todavía salpica en su cara un par de veces más antes de desaparecer dejándonos. Me corro y permanezco un momento todavía muy quieto, agarrado con fuerza a sus caderas, escuchándole jadear, tan guapo, recuperándose.
¿Cómo te llamas? -Pregunto mientras nos recomponemos la ropa-.
Lucía ¿Y tú?
Yo... Yo Carlos.
Estás casado ¿No?
Sí... yo...
Calla, tonto.
Callo. Saca del bolsillo un paquete de toallitas húmedas y limpia de mi ropa las manchas que podrían delatarme. Me atusa cuidadosamente. Termina de vestirme sonriendo. Me arregla como una amante dulce y delicada. Me mira atentamente para asegurarse de que está todo en orden.
Anda, sal tú primero.
Vale... Bueno...
Oye...
¿Sí?
¿Te ha gustado?
… Claro... Ha sido... estupendo...
Bueno, si quieres...
Me da una tarjeta. Apenas una cartulina pequeña: “Lucía” y un número de teléfono. Sonríe mientras lo hace. Me besa los labios, abre la puerta y me empuja. Un hombre que se lava las manos me mira con una sonrisa pícara. Creo que me he sonrojado.
¿Cuanto?
No, ya hoy no... Ya vale.
¡Joder con la princesa!
¡Anda y que te follen, gilipollas!
¡Será posible, la puta maricona!
Los escucho discutir mientras salgo del aseo camino de mi casa. “Lucía”, me repito mientras atravieso deprisa el hall para perderme en el trasiego de luces de colores camino de mi casa.