Luci & Fer (1)

Luciana y Fernanda viven por primera vez la sexualidad de un modo voraz y caliente; mientras Fernanda se obsesiona con el sexo antes de probarlo, Luciana encuentra que se excita demasiado con la sola idea de ser llamada "perra" o "puta", las dos terminan viviendo una situación de mucho placer.

Hola, mi nombre es Luciana, tengo 22 años, este es mi primer relato y quiero contarles la historia de mi vida sexual, que ha estado tremendamente cercana con mi amiga Fernanda, es una combinación de hechos reales, una que otra fantasía y algunas exageraciones para hacer más atractivo el relato, sin embargo la mayor parte esta basada en hechos reales. Empieza un poco lento como introducción, pero subirá de tono mientras avanza. Espero lo disfruten, comenten si les gustó.

Nací en una familia extremadamente conservadora y religiosa, mis padres se casarón antes de tener sexo y siempre intentaron enseñarme los valores que ellos pensaban eran los que debían regir a una mujercita; dos años después nació la hija del mejor amigo de mi padre, que extrañamente era muy distinto a el, tenía ideas bastante liberales y consiguió una mujer que coincidía con muchos de sus pensamientos, a esa niña la nombraron Fernanda. Más allá de las discrepancias lógicas entre mi padre y mi tío Julio, desde antes de que yo tenga memoria solíamos estar juntas con Fernanda en cada oportunidad posible, razón por la que a la hora de entrar al colegio nos matricularon juntas y siempre buscaron que quedáramos en el mismo curso, tanto así, que a pesar de nuestra diferencia de edad, nuestros padres nos matricularon el mismo año en el colegio.

Fernanda y yo siempre estuvimos juntas, parecíamos y nos considerábamos hermanas, siempre fuimos mejores amigas y ya al resto de conocidos, mientras crecíamos, se les hacía algo extraño ver a la una sin la otra; tanto así que un joven, con ánimos de comediante nos empezó a llamar por el diminutivo de nuestros nombres juntos, “LuciFer”; sobra decir que esto no le hizo nada de gracia a mis padres.

Mientras crecíamos estuvimos siempre juntas, siempre en el mismo colegio, en el mismo curso, así entramos a bachillerato y empezamos a ver a los muchachos de otra forma, solíamos pasar horas hablando de los chicos de nuestro curso y calificándolos pronto empezamos a tener noviecitos y a dar nuestros primeros besos, y nuestras primeras penas de amor, a Fer le solía ir mejor con los chicos en esta época, pues era más alta que yo, tenía el pelo rubio y largo, ojos grises realmente hermosos, y aunque sus pechos no erán y nunca fueron demasiado grandes, siempre fueron paraditos, adicionando que su colita era redonda y paradita, además de ser realmente hermosa; mientras que yo era un poco gordita, siempre lo he sido, pero en esta época lo era más, tenía los pechos grandes, pero no tenía una buena colita como la de mi amiga, mantuve siempre el pelo negro, liso y largo y mis ojos son cafés claros, también lindos, pero nunca tan impresionantes como los de mi amiga; sin embargo a Fer nunca le gustó pasar mucho tiempo con un noviecito y prefería estar soltera, yo en cambio, cuando tenía 16 años, pasó un chico por mi vida, de 17 años, que empezó a presionarme para tener sexo por primera vez. Yo, nerviosa, seguramente por la gran presión que ejercían mis padres con este tema, siempre le dije que no, aunque Fernanda, siempre mas atrevida que yo me animaba a hacerlo, fue cuando ya estaba a punto de convencerme cuando por todo el colegio se corrió el rumor de que mi novio se había acostado con una chica. Fer me consoló toda aquella noche, y esa noche nos juramos siempre estar para la otra, tanto que prometimos nunca casarnos con un hombre y cuando ya fuéramos ancianas vivir juntas; después de todo, sería más divertido vivir con Fer que con cualquier otra persona del mundo.

Después de eso nunca hubo un chico a quien yo pensara quisiera lo suficiente para tener sexo con el. En ese momento mi pensamiento decía que yo debía esperar a un hombre que lo mereciera. Fernanda, en cambio, solía obsesionarse en nuestras charlas con la idea de perder la virginidad pronto y muchas veces pensé que era realmente una persona para la cual el sexo sería algo muy importante; prueba de esto fue cuando yo teniendo 17 años fui a visitarla de sorpresa y al entrar a su cuarto me encontré con la increíble escena de ver a mi amiga Fer, con lo que para mi eran solo 15 años, desnuda, lavada en sudor, con una peli porno en la tele, agarrándose con fuerza sus téticas de adolescente con una mano y con la otra masturbándose de una manera que a mi en el momento me pareció bestial. Al entrar Fernanda dio un grito y se tapó con la cobija, mientras yo me quedé en la puerta con los ojos como platos, no sabía exactamente que estaba haciendo, pero lo intuía de conversaciones que habíamos tenido. Fernanda estalló en risas cuando el susto inicial se desgastó.

-Toca antes de entrar Luci, jaja.

-Fer, ¿qué estabas haciendo?

-Me estaba masturbando –Me dijo mientras se vestía de nuevo y se arreglaba su desarreglado cabello, luego me observó y notó, como no, mi mirada al suelo. -¿Nunca lo has hecho?

-No, claro que no, eso es muy de perras, Fer.

Fernanda volvió a reír, y solo cuando terminó de cambiarse apagó el televisor que mostraba a una chica rubia  en cuatro recibiendo a un hombre con un pene que a mi me parecía gigantesco. No hablamos mucho más del tema ese día, sin embargo, en la noche recordaba la escena que había visto y la extraña sensación, como un hormigueo que había sentido con esa última frase, “Eso es muy de perras”. Intentaba sacar los pensamientos de mi cabeza y calmar mi respiración, pero mientras me desvestía para ponerme mi pijama esa frase que yo misma había dicho me reventaba en la cabeza una y otra vez, termine desnuda, parada frente al espejo observándome, en el último año había bajado algo de peso, y aunque siempre fui rellenita y solía pensar que a los hombres, como decía mi madre, eso no les gustaba para nada; en ese momento me vi al espejo como alguien que seguramente sería deseable para los hombres, aquella frase y la chica del video se me pasaban por la cabeza; pasé por el baño y depile mi conchita por primera vez, dejándola limpiecita como la de la mujer del video, mientras lo hacía notaba la humedad creciente en mi concha; al pasar de nuevo por el espejo me puse en 4 como la chica rubia y vi mi propia conchita reflejada en el espejo, algo rojita por la afeitada. Y así, en voz baja, y muy nerviosa dije las palabras que me enloquecieron y me hicieron acostarme en la cama a masturbarme con la misma posición e ímpetu que le había visto más temprano a Fer; esa frase fue “Soy una perra”.

Nunca lo había hecho, así que intenté emular los movimientos que le había alcanzado a ver a mi amiga; me agarre un pecho con una mano y pasaba mis dedos por un pezón y luego cambiaba al otro pecho y seguía, mientras tanto bajé mi otra mano y empecé a sentir mi conchita, pase los dedos por los labios vaginales y por mi clítoris, lo que me hacía estremecerme; sentí ganas de gemir, así que me puse una almohada en mi cara para evitar que se oyera afuera de mi cuarto; continué moviendo mis dedos, alternándolos entre mi conchita y mis clítoris generándome movimientos de cadera casi involuntarios, así tuve el primer orgasmo de mi vida, diciéndome en mi cabeza a mi misma: “eres una perra”. Una vez terminé, y descansé sonriente y satisfecha, fui consciente de mi desnudez y de lo que había acabado de ocurrir, sentí vergüenza y culpa por el acto ya consumado, pero logré espantar esos sentimientos de mi, al menos lo suficiente para poder dormir.

Días después, cuando Fer rememoraba mi irrupción a su cuarto y se burlaba en tono amistoso de mi reacción le confesé a Fer que ya me había masturbado.

-y ¿Te gustó?

-Si, creo que si, pero me sentí mal después.

-¿En serio?, yo siempre me siento genial después. ¿Qué sentiste?

-Pues sentía mucho placer mientras lo hacía pe…

-No, tonta, pregunto que sentiste después, no quiero saber como te masturbaste

-Ah! –Le dije avergonzada –Igual a mi si me tocó ver como lo hacías tu, así que no alegues; me sentí culpable, y sucia. –Una vez mencioné esa palabra un cosquilleo de nuevo me recorrió, pero lo pude ocultar bien.

-Porque eso eres Luci, una sucia – Me respondió con tono burlón provocando un fuerte hormigueo en mi entrepierna y una coloración roja en mi rostro. Fer se rió, seguramente notando mi vergüenza y cambió la conversación.

Y así dure un tiempo prohibiéndome a mi misma repetir lo acontecido aquella noche, pero de vez en cuando caía en tentación y lo volvía a hacer, cada vez la culpa en mi interior era menor, también disminuida, es posible, por lo que me decía a mi misma para tranquilizarme “son solo fantasías, no soy así realmente, no me caliento por que me digan cosas así, solo es algo que hago, no es como si estuviera teniendo sexo, solo lo imagino, imaginar no hace daño” y más cosas por el estilo.

Meses después cumplí mi mayoría de edad; a pesar de tener solo 16 años, Fernanda parecía mayor que yo gracias a su altura y su forma de ser bastante extrovertida y ocurrente, mientras que yo, sin ser propiamente tímida si era más tranquila, para mi cumpleaños 18 entonces, Fer y yo salimos a bailar a una discoteca; para lograr que mis padres no detuvieran nuestro plan les dije que me quedaría en casa de Fer para ver películas hasta la noche. No fue necesario mucho esfuerzo para que dejaran entrar a Fer sin mostrar su identificación, y una vez entramos bailamos bastante, aunque ninguna de las dos se destacaba por su habilidad, logramos entablar conversación con diferentes chicos, a los que no dábamos demasiada importancia; de pronto una mano se posó en mi hombro mientras me dirigía a la barra con Fer para tomar un par de bebidas; al darme la vuelta vi los ojos color miel que me observaban y la sonrisa en el rostro del hombre, tenía una barba bien estilizado, cabello corto, una camiseta negra y una chaqueta gris, era algo musculoso y realmente muy atractivo y mayor; realmente me dejo muda, más cuando me habló con una voz gruesa y profunda.

-Hola, ¿quieres bailar? – Mi boca permaneció un poco abierta, y mi garganta se negó a dejar pasar cualquier sonido.

-Vamos a tomar algo a la barra, tenemos sed, vete. – Le dijo Fer, extrañamente seca con el espectacular hombre; el le sonrió y Fer dibujo una sonrisa mala en su rostro, mala, y coqueta al tiempo.

-Bueno, ¿por qué entonces no les invito yo algo? – Dijo intercambiando miradas entre nosotras.

-Esta bien - le dijo Fernanda fingiendo, según note, un profundo desinterés. En ese momento la música sonaba a bajo volumen debido a anuncios que realizaban desde los micrófonos del bar, pero cuando llegamos a la barra el sonido hizo imposible poder dirigirnos una palabra.

-¿Y si vamos a otro lado, chicas? –Nos dijo esforzándose para que le escucháramos. Fer me miró y le dije que si con la cabeza, por lo que salimos del lugar.

-Conozco un bar cerca de aquí con buena música, ¿quieren ir?

-Si, bueno, mientras tu invites vamos a donde elijas. – Le dijo Fer mientras subía al auto azul del chico, por la puerta de atrás, puesto que no aceptó la invitación con la mano que le hacía el chico al que aún no le sabíamos el nombre a sentarse en el puesto del copiloto, yo hice lo mismo y entre detrás de Fer en el asiento de atrás.

-¿Cómo se llaman chicas?

-Yo soy Fernanda y ella es Luciana. – La respuesta hizo reír al muchacho, ante nuestra confusión se decidió a explicar.

-Ya sabía que las conocía de algún lado, son Lucifer. – Ante nuestra mirada de confusión decidió explicarse –Del colegio, ustedes estaban en sexto cuando yo estaba en último año, siempre iban juntas, las recuerdo, que sorpresa encontrarlas por aquí, me llamo Gabriel, por cierto.

-Pues si, que casualidad – Dijo Fer.

-Así que aún siguen juntas, parecen siamesas siempre la una al lado de la otra.

-No siempre estamos juntas –respondió Fer observándolo a los ojos desde el retrovisor – Solo cuando tenemos la ropa puesta. – agregó para dejar a Gabriel sin palabras mientras estacionaba el auto frente a un bar pequeño.

-Sigan, espero les guste la música que ponen aquí. ¿Qué música te gusta Luciana? – Dijo mirándome; en ese momento caí en cuenta de que no había pronunciado una sola palabra desde que se me había aparecido en la disco.

-Emm, de todo un poco.

Nos sentamos en una mesa y pedimos tres cervezas, mientras el hablaba con el encargado, luego volvió a nuestra mesa y nos preguntó si éramos mayores de edad, cuando le respondimos volvió a hablar con el encargado.

-No hay problema –Nos dijo al sentarse de nuevo- El dueño es amigo mío. Cierran a las 10 de la noche, entonces nos quedamos aquí una hora y luego vamos a otro sitio, si quieren, claro, si no, las puedo dejar en sus casas.

Mientras hablábamos, nos enteramos que Gabriel tenía 24 años, estudiaba literatura, le faltaba año y medio para terminar, vivía arriba del bar en un apartamento pequeño, con una sala y una habitación. Mientras avanzaba la conversación pedíamos más cervezas, por lo que yo me solté bastante y hablé bastante junto con Fer y Gabriel, la verdad la pasamos muy bien, hacía el final de la conversación, la conversación se fue poniendo intensa.

-¿Entonces no tienen  novio?

-No – le dije.

-Así que solo tienen sexo casual. –Dijo en tono burlon, logrando que riéramos.

-No, somos vírgenes. –Dije, provocando que Fer me diera un puntapié debajo de la mesa.

-¿En serio? Es raro ver chicas de ultimo año vírgenes.

-Pues es que no somos tan putas como otras. –Le dijo Fer con su sonrisa malvada en su rostro, inmediatamente sentí el típico hormigueo siempre que escuchaba ese tipo de insultos.

-¿No? – Le dijo Gabriel ya afectado por el alcohol – Seguro que en las noches cuando estas sola te pones a pensar que lo eres. –Agregó, mirando a Fer y produciendo un corrientazo en todo mi cuerpo.

-JA! Parece que ya estas borracho, ahora como nos iremos a mi casa.

-Pues pueden quedarse conmigo, así no tengo que manejar.

-No podemos –Contesté.

-Pues mis padres creen que me quedó en tu casa y los tuyos que te quedas en la mía – Cortó Fernanda.

Subimos de inmediato al apartamento de Gabriel y nos sentamos los 3 en la sala.

-Pueden quedarse en mi cama ustedes y yo en el sofá.

-Esta bien –Dijo Fernanda.

-Perfecto, ya tengo sueño por tanta cerveza –Agregué.

En ese momento, Gabriel abrazó a Fernanda por la espalda, ella se dio vuelta y se empezaron a besar enfrente mío.

-Claro, a no ser de que… - dijo Gabriel.

-¿A no ser de que?

-Quieran dejar de ser vírgenes hoy.

-No, claro que no - le dije mirando al piso avergonzada, al alzar la mirada vi a Fernanda mirándome, no fue suficiente que me dijera más, con la mirada me lo decía todo, me sentí un poco caliente por lo que iba a pasarle a Fer. –Yo puedo quedarme en la sala –Dije sonriéndole a mi mejor amiga.

Ellos entraron a la habitación y yo me quede en el sofá, prendí el pequeño televisor enfrente para no escuchar lo que iba a pasar en la habitación y me recosté, realmente, sentía un poco de envidia por Fer, aquel hombre me parecía espectacular, pero no eran celos lo que sentía, no quería que el fuera mi novio; sabía que Fer hace ya un tiempo que buscaba un placer sexual que yo de algún modo, y rompiendo métodos de crianza, empezaba a entender. Me sentía feliz por mi amiga.

Intenté dormir, pero el canal de televisión que había sintonizado tenía lapsos de silencio donde escuchaba primero las risas de la pareja en la habitación; luego murmullos, luego gemidos débiles de Fer, el cosquilleo que sentía desde que había visto a Gabriel pareció dispararse y casi sin pensarlo fui bajando el volumen al televisor. ¿Qué le estaría haciendo? Los gemidos iban en aumento y mientras mas fuertes los escuchaba mi mano parecía acercarse más a mi entrepierna, bajé mi pantalón dejando libre mi conchita y empecé a manipularla con mi mano derecha, desde la habitación escuche un grito seco. Lo supe, Fer ya no era virgen; pronto escuché gemidos más fuertes y en respuesta yo aceleré el movimiento de mi mano dándome más placer. Atenta a los sonidos de la habitación pude escuchar el golpeteo de los cuerpos y los gemidos de placer de mi mejor amiga, que cada vez me sonaban más fuertes, más rítmicos y más deliciosos; pronto empecé a escuchar gruñidos salvajes de Gabriel y mientras sentía mi orgasmo reventar por todo mi cuerpo escuche los gritos desesperados de placer de Fer, que también, intuí, había llegado al orgasmo y  de Gabriel que seguramente también había logrado el orgasmo al mismo tiempo que nosotras, lo último que pensé antes de dormirme aún sintiendo los efectos del climax y que me hizo sonreir fue “Que perra soy”

En la mañana desperté siendo sacudida por Fer.

-Apúrate, antes de que Gabriel venga.

Me quise incorporar, aún algo dormida y me di cuenta de que estaba sin taparme, boca arriba, con mis pantalones en las rodillas y mi mano en mi conchita siempre bien rasurada, morí de la vergüenza y me acomodé la ropa justo antes de que Gabriel apareciera por la puerta de su habitación con el pelo mojado, un jean y sin camisa que tapara sus abdominales y su pecho rasurado pero varonil con su tatuaje de lobo en el pectoral izquierdo que parecía mirarme.

-Me gusta tu tatuaje –Le dije sin pensar.

-Gracias, yo hice el diseño –Respondió.

Fer me sonrió desde la pequeña nevera del apartamento de Gabriel.

Después de desayunar algo rápido y despedirnos de Gabriel, salimos por la puerta, antes de irme Gabriel se acercó a mi oreja y me susurro despacio “Te escuche anoche”

Ya en casa de Fer, me contó, sin usar muchos detalles lo que había ocurrido, me sentí feliz por ella, pasamos un rato juntas y me fui a casa.

En esa noche volví a masturbarme pensando en todo lo ocurrido, más allá de eso la semana siguiente fue como cualquier otra, el viernes Fer me menciono que Gabriel nos había invitado a salir con el en la noche, acepté y repetimos la estrategia de la noche anterior, para mis papás yo me quedaría donde Fer, para los de ella se quedaría conmigo.

La noche transcurrió con normalidad hasta que, estando en el bar donde habíamos pasado la noche anterior, Gabriel empezó a tocarme las piernas. Aproveche para preguntarle.

-¿Qué querías decir con lo de que me escuchaste?

-AH, eso- Dijo Gabriel sonriéndose –Que escuche lo que dijiste.

-¿Lo que dije? – pregunté realmente confundida.

-Si, lo que dijiste.

-¿Qué dije?

-¿quieres que lo diga?

-No se de que me hablas, Gabriel

-Te escuche decir que eras una perra.

Sentí como mi rostro se puso rojo y sentí la necesidad de ser un avestruz para meter mi cabeza debajo de la tierra, Fer llegó para salvarme mientras le pedía a Gabriel que subieran ya.

El incidente en el bar me perturbó bastante, no sabía que hacer ni que decir, las semanas siguientes evité un poco a Fer y a Gabriel, hasta que me decidí, un día, a contarle a Fer lo ocurrido, le conté lo que había pasado en casa de Gabriel, que me había masturbado y que había dicho al terminar, le dije que había pensado en voz alta sin darme cuenta, le conté que Gabriel me había estado tocando las piernas, bastante cerca de la entrepierna en el bar y lo que me había dicho, pensaba que Fer no volvería a ver a Gabriel, que yo tampoco, que me recriminaría no decirle antes, pero no, Fer solo me dijo que ya sabía todo eso, que Gabriel le había contado.

-No me importa, Gabriel no es mi novio, no es nada mío, solo somos amigos que tienen sexo.

-Eres muy joven en el sexo para algo así, Fer.

-Si, puede ser, pero no me importa así soy.

-Lo se – le dije sonriéndole.

Esa noche me quede a dormir con Fer, me desperté en la noche y la sentí dormida, empecé a pensar en Gabriel, en lo que me había dicho Fer, en todo lo que había pasado y empecé a tocarme rogando que Fer no despertará, logré llegar al orgasmo queriendo gritar “Gabriel” sin que Fernanda se moviera, así que me acomodé y me dormí.

-¿Ya estas lista Luci?

-Si Fer, me estoy peinando.

-Apúrate, Gabriel nos esta esperando en la esquina.

-Ya, ya esta vamos. Aunque digo que no entiendo para que me quedó en ese sofá mientras ustedes dos tienen sexo.

-Luci…

-Dime

-Hoy no voy a tener sexo.

-¿Por qué?

-Lo vas a tener tú.

Sentí como se me congelaba el cuerpo mientras un calor desde mi entrepierna empezaba a despertarlo, sentí el rostro una vez más de color rojo vivo mientras Fer me miraba con la misma sonrisa maliciosa que alguna vez le dio a Gabriel.

-¿Qué? No, yo no Fer, yo soy virgen.

-Hoy es tu último día.

-No, no quiero Fer.

-Luci, si quieres, ese día te masturbaste en el sofá y te quedaste dormida semi desnuda, diciendo que eras una perra –Empecé a sentir como el calor aumentaba- Te excitó mucho que Gabriel te escuchara decirlo y que te tocará en el bar, te excita Gabriel, mucho, seguro que desde lo conoces no has pasado un día sin tocarte a ti misma –Tenía razón- Se que tienes miedo Luci, pero no lo tengas, la vas a pasar muy bien, mejor que masturbándote en mi cama creyéndome dormida.

-Bueno – atiné a decir por fin.

-Eso es, sé una buena perrita. –Me respondió y sentí que mi cuerpo enteró reacciono con una oleada repentina de placer, ¿por qué diablos me excitan tanto esas cosas? Me pregunté a mi misma mientras el placer y la culpa peleaban mano a mano.

Fuimos directo al bar, tomé unas cuantas cervezas, que normalmente debilitan más a la culpa que al placer y abandonamos la mesa a las 10 de la noche sin que yo hubiera podido elaborar ni una vez una oración de más de tres palabras.

Ya en el apartamento de Gabriel dude un poco en la puerta, Fer me abrazo y no me dijo ni una palabra antes de acostarse en el sofá, Gabriel me esperaba, suspiré y me fui al cuarto de Gabriel, él entro detrás y cerró la puerta; me abrazó diciéndome:

-Esperé mucho este momento, linda.

-Yo también – le dije mirando al piso. El levanto mi rostro y me beso apasionadamente, yo estaba muy nerviosa así que no me movía mucho.

-¿Tienes miedo, preciosa?

-Si…-

-O debería decir… Perrita.

En ese momento, teniéndolo al lado el corrientazo de siempre se convirtió en una necesidad, necesidad de besarlo, de sentir su cuerpo, me lancé hacía el y lo besé como loca, luego quise ver su tatuaje, quise besarlo; así que como pude me deshice de su camiseta y me entregué a su pecho, el se acostó en la cama y yo me puse encima de el para poder seguir sintiendo su cuerpo; el me quitó mi blusa y hábil me quitó el sostén, me besó los pezones mientras yo moría de placer, me dio la vuelta y me sacó el jean y luego se acostó a mi lado mientras su mano me pasaba por encima de mi ropa interior.

-No tengas miedo – Me dijo

-No lo tendré, Gabriel.

Me sonrió y mientras me besaba empezó a pasar su mano por debajo de mis pantys rosados para acariciar directamente mi clítoris mientras yo empezaba a gemir y sentía como me excitaba más y más. Se acomodó para dejarme completamente desnuda para luego besarme la conchita, pasaba su lengua y probaba toda la humedad que salía de mi, mientras yo movía mis caderas acorde a sus movimientos, después se acostó a mi lado y miré su pene, el primero que veía en vivo. Lo observé algo impresionada y algo asustada.

-Tócalo.

-¿Eh?

-Tócalo.

Estiré mi mano y le toque su miembro, lo empecé a acariciar y luego lo agarré con mi mano.

-Mueve tu mano.

Empecé a masturbarlo suavemente sintiendo como se ponía duro y grueso en mi mano.

-Dale un beso.

-¿Un beso? No.

-Dale, se una buena perrita – me dijo, sonriéndome coquetamente.

Baje mi boca y le di un beso en la punta, ocasionando que se moviera un poco y se pusiera más grueso, luego le pasé la lengua y finalmente lo metí en mi boca, empecé a mover mis labios de arriba abajo sintiendo como crecía más hasta quedar duro como una madera.

-¿Te gusta? – Me preguntó mientras mantenía sus manos en mi cabeza marcándome un ritmo suave y lento, le dije que si moviendo la cabeza un poco sin sacarme su pene de la boca.

Cuando me soltó la cabeza entendí que ya era hora y me puse boca arriba, el se acomodó entre mis piernas y empezó a frotar su miembro con mi sexo haciéndome gemir.

-¿Quieres que te lo meta?

-Si

-Pídelo

-Métemelo

-Así no se piden las cosas Luci – Me dijo sonriendo pícaro.

-Por favor métemelo Gabriel, por favor. – Le dije entre gemidos mientras movía mi cadera intentando conectarme con su miembro, me desconocía completamente.

-Dime que quieres que haga.

-Quiero que me quites la virginidad Gabriel, por favor, hazlo, méteme tu pene en mi conchita, por favor, te lo pido.

Gabriel sonrió y empezó a meterlo poco a poco mientras sentía un placer que no había sentido hasta ese momento, luego se detuvo un poco mientras yo lo miraba, excitada y nerviosa; lo sacó un poco y empezó a meterlo más profundo hasta que se llevó mi virginidad para siempre. Empezó a meterlo y sacarlo cada vez más rapido

-Que rico follas Luci.

-No. – le dije entre jadeos de placer

-¿No? -Me dijo sorprendido

-No.. digas… Luci.

-Ah perdón, jaja. Que rico follas, perrita.

Eso hizo que me pusiera como loca moviendo mis caderas más y más; luego recordé por un segundo aquel día en que vi a Fernanda masturbándose y me moví para sacar su pene, me puse en 4 patas para sorpresa y le dije:

-Dale a tu perrita.

Gabriel se metió de nuevo en mi, visiblemente excitado por mis palabras y empezó a meterlo aumentando aún más el ritmo haciéndome gemir como una autentica perra, pidiéndole que me diera más mientras el me llamaba su perrita, sentí mi primer orgasmo, para nada parecido a los que yo misma me provocaba, sentí que perdía el sentido pero lo empecé a recuperar solo para sentir una nueva oleada de placer que me sacudía el cuerpo, luego sentí los gruñidos de Gabriel hasta que sentí que sacó su miembro y sentí como se mojaba mi espalda, se salió de mi y caí boca abajo en su cama, en cuestión de segundos estaba limpiándome con pañitos, pensé que ya todo había acabado y aunque seguía excitada, estaba satisfecha.

-Espera, ya vuelvo, voy por algo de tomar.

Dijo Gabriel de pronto y salió de la habitación con una toalla en la cintura; a los segundos abrí con cuidado la puerta y lo vi desnudo besándose con Fer en la sala, luego Fer lo miró a los ojos y se puso de rodillas para chuparle su verga hasta que quedó parada de nuevo; cerré la puerta y me acosté con las piernas abiertas, a esperarlo. Entró con el pene que Fernanda había hecho el favor de parar y volvió a metérmela haciéndome sentir de nuevo un orgasmo y dejándome por fin completamente satisfecha, me di la vuelta para dormir y antes de cerrar los ojos le pregunté:

-¿Soy una buena perrita?

-La mejor.

En la mañana siguiente me encontré a Fer ya despierta, nos abrazamos sin decirnos nada, nunca la había sentido tan cerca de mi, supe que mejor amiga que ella no conseguiría jamás.

-¿Qué paso? – Me dijo por fin.

-Fui una buena perrita.