Luchando contra la rutina

Debajo había un pequeño mensaje: “¿Vienes a ayudarme o voy a tener que quitarme esto yo sola?”

El día estaba siendo ameno en lo que cabe. Me encontraba en la biblioteca de la facultad preparando un trabajo con un buen amigo para el profesor de Circuitos Electrónicos.

Tengo veintidós años, estudio Ingeniería de Telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Madrid. Nací en Canarias, pero mis estudios y el amor me llevaron a acabar en la capital del país, sin contar mis ambiciones personales. La limitada isla de Tenerife nunca fue suficiente para mí y no me motivaban las posibles salidas laborales, así que intenté sacar lo máximo que pudiera en mis notas y allanarme el camino hacia mis planes de futuro.

Todo eso ya lo tenía en mente con quince años. A ella la conocí con catorce, por Internet, en un foro de lesbianas, cómo no. No estaba buscando nada en especial y por aquel entonces yo estaba saliendo con un chico, pero simplemente pasó. Empezamos a hablar y fue un flechazo, mutuo.

Aún no me explico cómo aguantamos tanto tiempo con toda esa distancia de por medio, de los catorce a los dieciocho en que me mudé a Madrid con el pretexto de la carrera. Digo pretexto porque antes de darme cuenta de que la relación iba a algún sitio mi objetivo era Valencia.

Ella se llama Amy y es preciosa. Es la mujer más preciosa del mundo, por mucho que ella diga lo contrario.

En Madrid somos cuatro compartiendo piso, vivimos en Pacífico Sur, muy cerca del famoso Retiro. El piso es amplio y tiene cuatro habitaciones y dos baños, amueblado, etc. Luego se le pueden sumar todos esos caprichos que se pueden tener en un piso de estudiantes: ordenadores, televisión, DVD, alguna consola, equipo de música

En el piso vivimos Amy, Ana, Yolanda y yo.

-Oye Rebe, voy a por un refresco ¿quieres algo? –Me preguntó Jorge.

-Hum… un Nestea, gracias.

Estaba bastante concentrada en lo que tenía entre manos, aquel chip tenía que funcionar como fuera para dentro de tres días. Me sobresalté cuando me vibró el móvil en el bolsillo, suspiré y leí el mensaje. Era ella.

Cielo, a qué hora saldrás hoy de ahí? Es viernes y deberías descansar un poco.

Sonreí para mí misma y me dispuse a contestarle. Hoy no tardaría demasiado, Jorge y yo habíamos decidido comer algo juntos y vernos al día siguiente para terminar con aquello.

-Toma, está frío. –Me tendió la lata y se sentó a mi lado con una Coca Cola pegada a los labios. -¿Algo nuevo?

-Sí, no sé si tendremos tiempo suficiente para acabarlo… -Suspiré.

-No te preocupes, no queda tanto. Ya es la una y media, ¿lo dejamos por hoy?

-Sí vale. ¿Te importa si le digo a Amy que se venga a comer?

-¿A mí? ¿Qué pregunta es esa, tía? –Me miró con los ojos como platos.

Reí y saqué el móvil para llamarla.

- Dime.

-¿Te vienes a comer con Jorge y conmigo?

-No puedo

-¿Que no puedes?

-Digamos que estoy… preparándote una sorpresita.

-Me das miedo

-Haces bien en tenerlo… -Rió.- Luego te veo, ¿vale?

-Vale venga, te quiero.

-Y yo a ti.

Jorge estaba acabando de recoger nuestras cosas y se cargó la mochila a la espalda, luego salimos de la biblioteca y nos fuimos a comer solos.

Nos encontramos a unos amigos y nos quedamos hablando y bebiendo unas cervezas.

-Bueno, Rebe. ¿Qué hay de ti? Hace mucho que no nos veíamos. –Preguntó Óscar.

-Pues nada interesante la verdad, sigo como siempre. –Di un trago de la botella.

Volvió a sonarme el móvil. Lo saqué del bolsillo y abrí el mensaje. No sé qué cara se me puso pero me quedé a cuadros, y todos lo notaron.

Era un mensaje de Amy, una foto. Solo se veía una pierna, la falda negra muy corta subida por su mano hasta casi vérsele todo y las medias negras de rejilla hasta la mitad del muslo. Debajo había un pequeño mensaje: "¿Vienes a ayudarme o voy a tener que quitarme esto yo sola?"

-Ey Rebe, ¿pasa algo? –Preguntó Lorena.

-Eh… no. No, no pasa nada. Pero tengo que irme. Esto… ¿quedamos otro día? Hoy no puedo quedarme más, me esperan en casa.

-Claro, tú llama y quedamos para hacer algo por ahí.

-Sí, lo haré. –Cogí mis cosas a toda prisa.- Jorge ¿vuelves solo?

-Sí, tranquila. Mañana te llamo, o esta noche.

-Cuando quieras. Adiós.

-Adiós. –Dijeron todos.

Con que una sorpresa… ¡joder con la niña! Seguro que se me había notado en la cara, pero nadie había preguntado por qué me iba tan apurada. Aunque no habría sabido qué decir, "me largo a follarme a mi novia" era muy animal y yo no estaba para pensar.

Salí del metro y corrí hasta el piso, abrí la puerta con mi llave y solté todo allí mismo. Antes de que pudiera darme cuenta me vendaron los ojos con un pañuelo oscuro.

-Parece que has decidido venir a ayudarme. –Me susurró en el oído.

Volví a sonreír mientras me giraba y buscaba sus labios. No los encontré, me empujó contra la puerta para impedirlo.

-Estate quieta, aquí mando yo. –Me dijo tirando de mí por la camiseta.

Me dejé llevar y me sentó en una silla, la que teníamos en la habitación, de ruedas. Me puso las manos detrás del respaldo y me las ató.

-Cielo, ¿qué haces? –Me entró la risa tonta.

-Tú ríete, pero siempre quisiste que te hicieran esto.

-Lo de la foto es hacer trampa.

-¿Y eso por qué?

-Porque no puedo verte

-Tiempo al tiempo, Rebe… tiempo al tiempo.

Yo ese día llevaba puesto un vaquero estrecho, una camiseta blanca sin mangas y encima una camisa de cuadros roja y blanca con los botones sin abrochar y las mangas arremangadas hasta los codos.

Me quitó los zapatos, desabrochó mi pantalón y bajó la cremallera. Se sentó sobre mí y me besó. Intenté soltar mis manos y no pude, pero no dejé de sonreír, ella tenía razón, siempre quise que me hicieran eso, dulce tortura.

-Oye mi amor… -Me dijo mordiéndome el labio inferior.

Gemí como respuesta.

-Tienes más camisetas como esta, ¿verdad?

-Sí, creo que tengo dos o tres. –Dije.

-Hum… eso lo hace todo más fácil.

Intenté averiguar el significado de aquello pero no se me ocurrió nada así que pregunté cuando noté que se movía sobre mí, buscando algo que le quedaba lejos quizá.

-¿A qué te refieres? ¿Qué vas a hacer?

-Shhh… calla. –Me puso un dedo en los labios. –Estate muy quieta, no te muevas ni un pelo.

-Pero ¿qué…?

Noté algo frío contra mi vientre, algo afilado. Ella tiró de la tela de mi camiseta y escuché como se rompía la tela.

-¡Amy!

-Quieta, no quiero cortarte.

Dejé de forcejear para proteger mi camiseta de las tijeras cuando abrió del todo la camisa de botones y empezó a acariciarme y a besarme el cuello. Incliné la cabeza hacia atrás. Ella seguía besándome el cuello y sus manos ya oprimían mis pechos. Mis jadeos y mis pezones duros delataban el grado de excitación en el que me encontraba.

Se quitó de encima de mí y me bajó los pantalones y el culotte que llevaba, me separó las piernas y me las ató a las patas de la silla de ruedas. Luego me quitó la venda de los ojos y la lanzó encima de la cama.

Parpadeé varias veces y la miré. Llevaba las medias de rejilla, una minifalda negra y un corsé negro y blanco muy provocativo, el pelo revuelto y unas botas de cuero negras.

Se sentó frente a mí y cruzó las piernas, mirándome fijamente. Tragué saliva ruidosamente y la recorrí con la mirada de arriba abajo.

Me aclaré la garganta. Ella sonrió.

-¿A qué viene esa cara?

-E… Estás… preciosa.

-Venga Rebe, di lo que estás pensando de verdad, dilo.

Respiré hondo.

-Estás tremendamente buena. –Solté.

Rió y volvió a acercarse a mí para besarme.

-Así que eso piensas… hum… interesante. Tanto como esto… -Pasó un dedo por mi vagina empapada y rozó despreocupadamente mi clítoris.

Hice una mueca y ella se llevó el dedo a la boca para probar mis fluidos.

Cerró la puerta de la habitación y volvió a sentarse frente a mí, esta vez con las piernas abiertas. Pude apreciar por qué lo hacía, no llevaba ropa interior. Me estaba poniendo mala. Tenía una vista perfecta de su coño mojado delante de mí. En ese momento sentí la necesidad de soltarme y pegar mis manos y mi boca a su cuerpo, pero no podía.

Se pasó un dedo por el cuello y lo bajó por encima de su pecho y su vientre hasta llegar a sus muslos, luego subió, levantando la falda y acariciando su entrepierna. Comenzó a masturbarse y cerró los ojos. No podía creerlo, con lo tímida que era para esas cosas y ahora estaba masturbándose delante de mí, sin ningún pudor. Dios, yo no podía más. Sus gemidos y su respiración acelerada me mantenían alerta. Sus fluidos resbalaban por sus dedos y por el interior de sus muslos mientras jugaba con su clítoris mordiéndose el labio inferior.

Arqueó la espalda e inclinó la cabeza hacia atrás cuando llegó al clímax, gimió más alto y se dejó caer, relajando la musculatura.

Yo no podía apartar los ojos de ella. Cuando recuperó un poco el aliento abrió los ojos y volvió a mirarme. Le sonreí, con ganas de reírme, pero ella se mantuvo desafiante.

Se acercó a mí y me puso los dedos delante, me acerqué como pude y le chupé los dedos uno a uno, sabía a gloria.

Empezó a morderme los pezones y a frotar mi clítoris con su muslo, enseguida me sentí en el borde del autocontrol, estaba haciendo lo que podía para no correrme. Dejó lo que estaba haciendo y se puso a comerme el coño como nunca lo había hecho. No aguanté mucho más y tuve un orgasmo brutal atada a aquella silla.

Me soltó las manos y los pies y la tumbé sobre la cama para cubrirla de saliva. No tardó demasiado en terminar en cuanto empecé a lamer y mordisquear su clítoris. Arqueó la espalda y se agarró con fuerza a la colcha que cubría la cama para luego caer rendida debajo de mí.

Cuando abrió los ojos me miró sonriendo, la besé con ternura.

-Te amo. –Murmuré.

-Y yo a ti.

La abracé y nos quedamos dormidas en tiempo récord.