Lucha grecorromana

Estoy bien entrenado, me dedico a exhibiciones y necesito un cuerpo cuidado. Una de esas ocasiones se descontrola y se convierte en una orgia entre los pijos y los que íbamos a dar espectáculo.

Soy luchador de grecorromana, lucha libre y cualquier especialidad donde lucir mi cuerpo y no arriesgar mucho el físico. Ahora es una disciplina de exhibición puramente pero hay que mantenerse en una forma física admirable, un cuerpo cuidado, bonito y musculoso. Gano algún extra en exhibiciones e incluso como modelo masculino.

Me había surgido un lucrativo contrato para luchar en una exhibición en una lujosa finca. El público unas cuantas parejas de ricos, gente de la alta sociedad. Ellos tenían su fiesta y nosotros pondríamos el espectáculo.

Mi lastimoso y vetusto vehiculo parecía muy pobre aparcado al lado de aquellos coches de alta gama. Me recibió una bonita secretaria con un fino pantalón de pinzas que marcaba un culo precioso y una americana y por lo que se veía de su escote sin nada debajo, un bello espectáculo en cualquier caso.

Me llevó a un vestuario en el que me esperaba lo que había de llevar para el combate: un mínimo taparrabos de cuero y una botella de aceite. Con un encogimiento de hombros mental, el que paga puede exigir algunas cosas, me desnudé ante la atenta mirada de la bonita secretaria. Me embadurné bien con el pringue. Me puse el tanga que a esas alturas entre el cuerpo de la chica y el sobeteo de mi propio cuerpo no llegaba a tapar del todo mi rabo. Menos mal que me había depilado al completo esa mañana.

Con una sonrisa cómplice me condujo por un cuidado jardín hacia un improvisado ring en medio de una gran extensión de fresco césped recién cortado. Aquello tenía pinta de una escena sacada de una peli de romanos o una serie como Espartaco. Con los patricios examinando a los esclavos desnudos en una bacanal. Supongo que habrían sacado la inspiración para montar algo así de allí.

Alrededor, sentados o reclinados en carísimos muebles unas cuantas parejas con aspecto de pijos. Ellos de traje y ellas con increíblemente sexys vestidos de noche rozando entre si sus torneados muslos cubiertos con medias de seda. Como si yo ya no fuera bastante inspirado y ademas toda esa elegante carne así expuesta.

Viniendo desde el otro lado de la casa y escoltado por una rubia tan impresionante como mi secretaria morena venía mi contrincante. Ataviado con la misma ropa que yo y tan guapo, musculoso y sensual como yo mismo. Tan rubio como la chica a la que acompañaba y con unos ojazos azules que podrían quitar el sentido a más de uno y de una.

Con una reverencia y una ojeada casual a las mujeres del público nos aproximamos agachados mirándonos a los ojos, midiendo nuestras fuerzas.

Sabíamos que no era una lucha de verdad. Se trataba de dar un espectáculo muy caliente, muy sexi y provocativo. Desde luego no íbamos a rompernos la crisma.

Así que en vez de un combate debería parecerse a una mezcla entre ballet y masaje. Agarrándonos de donde pudiéramos, luciendo nuestras pieles y muslos perfectos. De vez en cuando apartando los taparrabos para que el público pudiera ver algo mas de la mercancía por la que estaban pagando. Y así excitarse ellos también.

En el primer envite consiguió dejar mi polla al aire durante un par de segundos, a la vista de los espectadores entusiastas lo que le valió un aplauso.

Encajó el cuello en mi hombro y yo mi cara en el suyo mientras nos sujetábamos de las cinturillas de los tangas. Su piel es tan suave y cuidada como la mía.

Me agarré a sus duras nalgas, me pareció que esa maniobra no le disgustaba. Con un tirón me quedé con su taparrabos en la mano. Si el mío era tan endeble como ese no tardaría en perderlo. La ovación fue mucho mas fuerte mientras notaba su glande duro rozándome el muslo.

De reojo veía como las damas rozaban sus muslos entre si, excitadas, como ellos tenían los penes bien duros y todos nos miraban cachondos. Mi colega y yo sabíamos que aquello continuaría en una orgia. Nosotros solo eramos el cebo, el detonante.

Vistas así las cosas no me importaría ser yo el primero que probara carne.

Con una espectacular llave calculada como una acrobacia y no como agresión pasé por encima de su hombro para quedar a su espalda. Evidentemente él colaboró conmigo dándome un apoyo en el momento preciso y haciéndose una clara idea de lo que yo pretendía.

Si mi intención hubiera sido seguir el combate habría agarrado sus brazos. No lo era, pero para que disimular mas. Olvidando esa excusa agarré su polla con una mano y un pezón con la otra. Mientras él echaba su cadera hacia atrás frotando sus nalgas contra mi polla que ya llevaba mucho rato dura.

Eché los dientes a su cuello en un beso mordisco al que correspondió apretándose mas a mi cuerpo. Parece que le gustó.

La gente ya no nos aplaudía tenían sus manos ocupadas en los cuerpos de sus vecinos mas cercanos o acariciándose a si mismos. Por allí se veía la mano de un hombre apoyada en la polla de otro. La de una mujer deslizándose por dentro de su escote acariciando una teta y sacándola fuera de la tela que la cubría.

Una falda levantada por otro sitio descubriendo unos bellos muslos torneados. Otros hombres habían perdido sus camisas luciendo sus torsos musculados en caros gimnasios y recibían las atenciones de mujeres ya medio desnudas o de otros chicos.

Mi colega ya me había desnudado de un tirón y mi polla encajada en la raja de su culo que se movía suave y despacio acompañando mis movimientos. Se giró buscando ávido mi boca con sus labios, mi saliva con su lengua. Le devolví las atenciones metiendo la mía lo mas posible hasta su garganta a la vez que agarraba sus durísimas nalgas con las dos manos. Apretaba su cuerpo musculoso contra el mío.

Notamos las manos de una de las invitadas que curiosa sobre nuestros movimientos. Se nos unió para ver de cerca como follaban dos chicos. De su vestido muy ligero y escotado, por cierto,  solo quedaba el elegante tanga, las medidas y unos zapatos de tacón altísimos.

Mientras a nuestro alrededor comenzaba la bacanal con gente ya desnuda del todo y empezando a follar. Había gente que se nos había adelantado. Con dos dedos húmedos de mi saliva y clavados en el ano de mi contrincante dilatándolo, él gimió en mi oído mientras lamía mi oreja. Deslizó en mi oído la frase que esperaba:

-¡Fóllame!

Se giró de nuevo quedando frente a nuestra nueva amiga que arrodillada frente a él se introdujo el rabo en la boca. Ella con sus finas y cuidadas manos separaba las poderosas nalgas del chico esperando ambos por mi durísima polla. Sujeté su cadera rozando las manos de ella y con mi rabo bien ensalivado mi glande fue abriendo su estrecho ano con dulzura y mimo.

Él gemía quedamente notando su culo perforado y su polla rodeada por unos bonitos labios rojos de una chica desnuda que tenía delante. Y todo ello delante de un público que nos miraba excitado o que ya estaba ocupado en su propio placer, en algunos casos ambas.

Pellizcaba sus pezones y lamía el sudor de su cuello. Mordisqueaba su nuca. A la vez que seguía empujando su culo con mi polla, cada vez mas rápido. A la chica no parecía importarle dispuesta a sacar la lefa de mi contrincante con sus bonitos labios.

Por detrás de mí se acercó a nosotros un cuarentón bien cuidado. Una amiga suya le había hecho el favor de ayudarlo a librarse del elegante traje. Y ya venía desnudo del todo y con el rabo tieso apuntando al frente. Para llamar mi atención me pasó la mano por los hombros acariciando mi piel.

El aceite con el que estaba embadurnado le ayudó a deslizar los dedos por mi cuerpo. No me quejé sino que giré la cabeza para besarlo. Me esperó con la boca abierta y la lengua fuera para cruzarla con la mía. Nuestras salivas resbalaban de los labios hacia mí pecho. Tan abundantes que llegaban a mi polla y lubricaban el culo que follaba.

La orgia avanzaba, nadie conservaba ya más que algún tanga, medias o puede que alguna camisa abierta que no impedían las caricias. Todos los movimientos eran sexuales, todo caricias, cuerpos sobre cuerpos.

A pesar de lo que me estaba gustando tener el rabo en tan ajustada cueva, no quería correrme tan pronto. Quedaba mucha diversión por delante. El mismo hombre que me besaba se encargó de limpiar mi sable. Y le dejé el sitio. Se encargó de seguir follando al otro gladiador que por la pinta debía estar a punto de correrse en la boca de la invitada.

Me apetecía probar un coñito, o dos. Es más deseaba echarle un segundo vistazo a las secretarias sexis que nos habían recibido al principio de la fiesta. Suponía que visto el cariz que había tomado la reunión aquellas pájaras no andarían lejos.

Efectivamente un poco más lejos, sobre una cómoda tumbona de jardín, se estaban enrollando. Ya se habían desprendido de los trajes y hasta de los tangas. La rubia encima de mi morena en un precioso sesenta y nueve.

Solo tuve que acercarme con la polla en ristre. Mi secretaria desde abajo solo tuvo que estirar la mano para agarrar mis huevos y tirar de mí. Me acercó hasta su colega y me fue guiando con su propia mano hasta que me introdujo en la vulva que ella había estado lamiendo segundos antes. Los dedos de su otra mano sostenían los labios abiertos.

Cuando mi glande estuvo dentro su lengua empezó a repasar mis testículos. Se agarró a mis nalgas abriéndolas quizá como invitación a quien pasara por allí. Aunque la postura ya era complicada. Tampoco me hubiera importado. Pero como parecía que ningún otro aceptaba la sugerencia. Ella misma metió uno o dos de sus dedos en mi ano para estimularme.

Y a fe mía que no lo necesitaba. Ya estaba cachondo de sobra. Acariciaba la espalda y toda la piel que alcanzaba. Incluso podía amasar las importantes tetas de las dos.

  • Ahora fóllame a mí.

Me dijo ella. Me empujó con suavidad para que la sacara y diera la cuenta a la tumbona. La rubia levantó la piernas de su colega y guió mi pene hacia el ano de la morena. No podía aguantar mucho más. Pero ellas tampoco, llevaban mucho rato calientes y dándose caña. Pocas entradas en ese culito apretado y me estaba corriendo.

Ellas lo hicieron en segundos gimiendo. Al sacar mi rabo de su ano la rubia se dedicó a lamer todo del clítoris al ano. Por supuesto que me agaché a ayudarla. Soy un caballero.

Estaba convencido de que alguien me ayudaría a volver a ponerme en marcha. Nadie parecía dispuesto a dejar de gozar. Me acerqué a la barra a pedir un reconstituyente.

Me ayudaron, desde luego, una pareja de lo que parecía toda una pantera y su gigoló. Melena teñida, muchas horas de gimnasio, muchas operaciones de estética, en realidad sólo una arrugada aquí y otra allá delataba su verdadera edad. El chico aún más joven que yo, más delgado también llevaba sus horas de ejercicio. Como en mi oficio en el suyo un cuerpo perfecto era algo necesario.

Entre los dos me cogieron en un suave corro de césped. Se dedicaron a lamer cada centímetro de mi piel. Ella me cogió del culo, separó mis nalgas y me comió el ano como pocas veces habían hecho antes. El chico dedicado a lo mismo pero en mi polla y huevos. En segundos entre los dos me habían puesto en condiciones de nuevo.

La pantera se tumbó en la hierba para recibirme con las piernas bien abiertas. Y el gigoló detrás de mí empezó a follarme clavándome a su pareja como si estuviéramos pegados con cianocrilato. Ella me exprimia la polla como si sus horas de gimnasio las hubiera dedicado a ejercitar los músculos de su vagina. Y encima era multiorgásmica, así que gemía y suspiraba en mi oído como una locomotora de vapor del viejo oeste.

Ella lamía una de mis orejas y el chico la otra. Cualquiera diría que tenían ensayada esa coreografía. Polvo por interposición de cuerpo podían llamarlo. No me hizo falta más para llenarla el coño de semen y poco más tarde mi culo recibió la descarga de su amante.

Para entonces la fiesta decaía y yo ya había cobrado.

Así que hice un discreto mutis y me metí en mi vetusto vehiculo para volver a casa. Si alguien de la fiesta necesitara de nuevo alguna de mis habilidades podría localizarme sin problema.