Lucha
Un texto dedicado, a todas esas personas que hoy dan su vida por Venezuela... desde esta pequeña ventana, quiero dar lo único que mi cuerpo me permite para la Lucha... mis letras...
Siento en mi estomago la fría sensación del miedo arremolinándose, mientras sin poder abrir mis ojos irritados que arden y pican por igual, tropiezo con algo que me lleva a golpear el asfalto con cruda violencia.
El sonido del impacto calla todo a mí alrededor, y por un breve instante, lo único que puedo escuchar es el brutal ruido del silencio martillando mi cabeza como queriendo dejar una marca permanente en mi cerebro.
Saboreo el hierro de mi sangre combinada con la intensa piquiña que empieza en mi boca, y recorre mi interior a través del esófago, hasta profanar mis pulmones, quemándolos vivamente, impidiendo que pueda agarrar el suficiente aire para no sentirme a punto del desmayo.
Intento arrastrarme, pero mis manos solo se topan con lo que causo mi caída, provocando que el pánico me invadiera, y un grito ahogado saliera por mi garganta irritada con un aire que no sabía que todavía tenía.
Impulsada por mi miedo abrí mis ardidos ojos con dificultad, al tiempo que los gritos, golpes y detonaciones invadían mis sentidos como despertando de un sueño, encontrándome con el rostro desencajado de un muchacho, un niño, un joven que tal vez ni mayor de edad sea, con una herida en su estomago por donde brotaba sin resistencia su sangre.
El miedo y el pánico mutaron en rabia y dolor, provocando que mi cuerpo reaccionara poseído por las ganas de ayudar a ese joven muchacho, protegiendo su cuerpo con el mío propio y poniendo mis manos desnudas en su herida, intentando sin mucho éxito mermar el flujo de su sangre.
Con voz ahogada en su sangre llamaba a su madre, mientras en mi mente intente rezar por primera vez en tantos años, que solo era una improvisada unión entre todas las oraciones que en mi niñez repetía, pero deseando con todo mi corazón que alguien me escuchara.
Escuche como el ruido sordo de las motos se acercaban a nosotros, y las detonaciones se hacían más numerosas, aumentando al mismo tiempo el volumen de los gritos, llenos de angustia, y terror.
De pronto una claridad llego a mi mente, sabiendo que sino hacia algo pronto, el muchacho fallecería con mis manos llenas de su caliente sangre.
Sin importar mi suerte, y con una fuerza que nunca había visto en mi, me incorpore, llevando uno de los brazos del joven muchacho detrás de mi cuello, y metiendo mi mano desde su cintura, cargando todo peso con mi cuerpo.
Comencé a caminar, determinada como nunca en toda mi vida lo había estado por algo, o por alguien, sabiendo en mi interior que era algo por lo que valía la pena todo esfuerzo, aunque mi propia vida estuviera en riesgo.
Cada paso que daba era un sufrido golpe a mis músculos, pero solo pensaba en alejarnos lo más que pudiera del peligro, y acercarlo a él, a quien pudiera realmente ayudarlo.
Dos dolores punzantes en mi espalda me golpearon, casi haciéndome trastabillar, mientras podía sentir dos líneas de algún liquido deslizarse por mi piel, aunque lejos de restarme fuerzas, solo enervó mi ímpetu.
Escucho los gritos desesperados de unas personas corriendo hacia mí, lo siento, no pude salvarte, pensé sin poder articular las palabras por mi cansancio y dolor, antes de sentir varias manos sobre mí.
Entregada a mi destino, pero sin renunciar a mis ganas por defenderlo, apreté al joven muchacho para evitar que lo arrancaran de mis manos, con todas las fuerzas que todavía en mi cansado y herido cuerpo quedaban.
Unas manos suaves tocaron mi rostro acariciándolo, mientras sobre los gritos y detonaciones, el dulce sonido de una voz pidiendo que soltara al muchacho, me hicieron darme cuenta que las personas que habían corrido hacia mí, eran las personas que antes estaban protegiéndose, y ahora habían salido a brindarnos ayuda.
Solté al joven muchacho, sintiéndome desnuda cuando lo arrancaron de mis brazos, cargándolo entre dos personas fuera del tumulto que de la nada nos rodeó protegiéndonos.
Voces de ánimo me transmitían fuerzas, mientras quien me había acariciado el rostro, revisaba mis heridas con cautela, gritando que me sacaran del lugar lo más rápido posible.
Otras dos personas se unieron y me cargaron casi corriendo, era bastante curioso, ya no sentía dolor, ni ardor, ni cansancio, solo orgullo al ver como las personas que antes estaban ocultas, habían salido hacer frente a quienes nos atacaron tan salvajemente.
Dentro de mi sentí la calidez del sentimiento de haber hecho lo correcto, de haber marcado una diferencia, tal vez no sea algo grande, o trascendental, pero si ese muchacho tiene una oportunidad de salvarse, habría valido la pena todo esto.