Loverayne

Fantasía freak total: León del Resident Evil 4 y Bloodrayne se enrrollan.

LOVERAYNE

León Scott Kennedy nunca había mojado mucho. Era el ejemplo perfecto del guapo al que nadie hacía caso, con pocos amigos y casi ninguna pareja. Para ponerlo todo peor, cada vez que se sentía atraído por alguna mujer y se lanzaba, invariablemente se interponía su trabajo y todo quedaba en nada. Siete años de agente secreto, y ni una sola relación. Excepto Ada. Y ni siquiera estaba seguro de que ella le amase realmente.

Sin embargo, aquella noche todo había cambiado. En aquel bar de góticos al que había entrado por puro aburrimiento había conocido a una chica fabulosa. No sabía como ella había acabado a su lado en la barra, mirándole con sus grandes y gatunos ojos verdes. De repente, él hablaba y ella asentía sin dejar de mirarle, escuchando cortésmente. Cogía la copa llena de liquido rojo con dos dedos y bebía recatadamente. Hablaba poco, pero su cuerpo se expresaba por ella. Un leve parpadeo de sus pestañas, el leve cimbreo de su hermoso busto y un ligero roce de su manos habían animado a León a seguir largando, casi a contarle su vida a cambio de tan sólo una palabra: Rayne . Así se llamaba ella. Una pelirroja alta, despampanante y de piel muy, muy blanca. Hubiera debido ser el centro de la atención, pero se deslizaba como si nada entre el cuero y las caras maquilladas de los góticos, con su pelo aportando un toque de color al murmullo en blanco y negro de la barra del Kölsersnich Bar .

Llevaba un traje bastante ajustado de cuero rojo y negro, con botas altas de lazo y plataforma. De su pelo colgaban dos anillos metálicos, uno a cada lado, adornados de sendas cintas negra que seguía suavemente cada movimiento de Rayne. Inicialmente a León le había parecido joven, pero su aterciopelada voz y su mirada la habían convertido rápidamente en una mujer madura que le hablaba con conocimiento de causa. Le había cogido el punto enseguida: un hombre joven pero hastiado, falto de calor y con un lecho demasiado solitario. Mientras charlaban en una conversación sorprendentemente intelectual acerca de lo jodido de la vida en solitario, León podía percibir que ella también conocía la soledad de la que él le hablaba. Sus ojos verdes, tan redondos y suaves, se curvaban con dura nostalgia mientras León le hablaba de lo fácil que era todo cuando se tenían veinte años.

No hables como un viejo, le dijo ella de repente. Me haces sentir demasiado joven a tu lado, y eso puede tener consecuencias. León le preguntó cuales, y entonces los ojos de Rayne brillaron y tomó de la mano a León. Apenas se pararon un segundo para coger sus abrigos, él una chaqueta marrón y ella una gabardina negra. Con cortés firmeza, León se vio arrastrado por el calor de la mano de Rayne a través de las calles. No quería soltarla. Estaba como hipnotizado mientras pasaban por un vecindario casi deshabitado lleno de casas que parecían sacadas de una película de Bogart.

Rayne no dijo palabra hasta que llegaron a la puerta de un edificio que anteriormente parecía haber sido un hotel. Allí, de improviso, el volvió hacia el y le abrazó rotundamente, mirándole a los ojos insinuante. León sonrió y la besó en los labios mientras la acariciaba. Sus bocas se unieron lascivamente y se tocaron bajo la ropa con un anhelo cada vez mayor. Rayne incluso le pasó una pierna por detrás de la espalda mientras seguían besándose, con sus lenguas enrollándose furiosamente dentro de sus bocas. La saliva de ambos se mezcló y asomó entre las comisuras de sus labios mientras León palpaba el trasero de Rayne que ella le había puesto tan a su alcance al levantar la pierna.

Sin abandonar el beso, Rayne sacó las llaves y abrió la puerta a tientas. Pocos segundos después, estaban en un apartamento en el que el negro y rojo del traje de Rayne se repetían en moqueta, paredes y muebles.

Mientras se sonreían hacia la alcoba, León vio muchas fotos antiguas enmarcadas en las paredes. Algunas parecían de principios de siglo, y en una de ellas le pareció ver a Rayne. Será su abuela, pensó mientras besaba la nuca de la pelirroja que le precedía abriendo las puertas de su idilio.

La cama era grande y cuadrada, muy baja y de sábanas blancas. Rayne y León se soltaron sin dejar de mirarse y comenzaron a quitarse la ropa sin pensar apenas en el arrebato que compartían. León miró atentamente el botar de los generosos pechos de su compañera, libres del negro sujetador y rematados por rosados pezones de aspecto endurecido. Deseoso, los tocó ávidamente disfrutando de su suave firmeza. Rayne casi le hizo daño cuando le metió la mano bajo el pantalón a medio quitar y empuñó su miembro ansiosamente, comenzando a agitarlo rítmicamente. Se tendieron de lado en la cama y León le quitó las ligas, medias y bragas, todas ellas negras, que le separaban de la entrepierna de Rayne. Esta apareció, rosada y exuberante, entre un ordenado y rizado vello negro que ascendía hacia su vientre formando un pequeño pico. Rayne ya se había apoderado totalmente de su pene y le acariciaba el torax con la mano libre, palpando su vientre a la altura de la pelvis y quitándole rápidamente pantalón y calzoncillo, que volaron olvidados hacia una silla donde aterrizaron blandamente.

León dio la vuelta a Rayne, sorprendiéndose de la fuerza que necesitaba para moverla. Ella se resistió un poco pero luego se arrodilló sobre la cama, sonriente y desnuda, y entonces León situó su mano entre sus glúteos, calientes y firmes. Excitado, usó los dedos índice y anular para separar los labios de la vagina, en la que introdujo el dedo medio mientras su pulgar acariciaba el cercano ano de Rayne. Agitó el dedo dentro de ella, palpando la húmedas paredes y apartando la suave carne para ahondar más en aquella cavidad que se humedecía por momentos.

Ella respiró con fuerza, gozándose de la masturbación. Su interior empezó a mojarse y el dedo de León se lubricó, aumentando la intensidad del contacto. Sin mirar hacia atrás, Rayne se lamió los dedos y tomó el pene de León, oprimiendo el glande y acariciándolo con todos los dedos a la vez. Lentamente, evitando en todo momento que la mano de Léon abandonara su vagina, Rayne levantó una pierna y comenzó a darse la vuelta. Quedaron así frente a frente, cada uno con el sexo del otro tomado en la mano. Rayne apoyó sus pies sobre los hombros de León y le masturbó con algo más de fuerza el endurecido falo, del que asomaron algunas gotitas de liquido. Los labios de la vagina de Rayne ya estaban hinchados y húmedos, así que León la soltó. Con un movimiento fuerte y preciso, se apoyó en sus rodillas y la penetró, rozándole con la cabeza del pene el endurecido clítoris al entrar en ella.

Unieron sus manos y permanecieron equilibrados, forcejeando con los brazos y copulando con la pelvis. Rayne usó sus fuertes piernas para acercar más a León, aumentando la presión sobre su vagina. León dejó reposar su cuerpo sobre el de ella y le lamió los pechos golosamente. Soltaron sus manos y se abrazaron anárquicamente mientras ella cerraba un poco los muslos para constreñir su vagina en torno al pene en movimiento de su amante. Tras lamerse cuidadosamente el dedo medio de la mano derecha, acarició el trasero de León y empezó a hurgar con el dedo ensalivado en el ano del hombre, que se estremeció un poco debido a la sorpresa y al inquietante cosquilleo. Mientras Rayne profundizaba poco a poco en su ano, León la penetraba con más fuerza al verse asaltado por detrás. Rayne se dejaba hacer, boqueante y con las cintas negras de su cabello reposando sobre la cama. Con cada arremetida, la zona de la unión entre ambos brillaba más y más debido a los caliente jugos corporales que se derramaban alegremente.

El orgasmo empezó a llegar y los dos se abrazaron. Rayne rodeó a León con brazos y piernas y le oprimió con fuerza mientras el le lamía lascivamente garganta y labios, acariciándole sin cesar los pechos. Entonces, en pleno esfuerzo, el ritmo aumentó y Rayne se hizo agua. El viscoso fluido endureció aún más el miembro de León y lo hizo eyacular con tanta fuerza que el espeso semen casi le dolió mientras se derramaba dentro de Rayne. Los jugos de ambos crearon un calor increíble en el punto de su unión, que se fue apagando gradualmente mientras se relajaban sin abandonar la penetración.

Poco a poco, el pene de León salió de dentro de Rayne al perder la tremenda presión de hacía un momento. Ella se oprimió el vientre con ambas manos, deslizándolas hacia abajo para terminar de expulsar el líquido acumulado en su seno. Tomando un pañuelo que parecía dejado a propósito para ello, se limpio el espeso jugo que surgió de su vagina, mezcla de los fluidos de ambos. León la observaba atentamente y le cogió suavemente el pañuelo. Con una sonrisa complice, Rayne se abrió de piernas y se separó con las manos los gruesos labios de la vagina, dejando que León pasara el suave pañito por su rosado interior, enjuagándole el exceso de líquido.

León iba a decir algo cuando Rayne, magníficamente desnuda, se puso a cuatro patas en la cama y se inclinó sobre el, acercándole el trasero al rostro. Bajó lentamente el cuerpo y León reconoció de inmediato el sesenta y nueve que le proponía su compañera. La ayudó a tenderse sobre él y se acomodó para tener el sexo de Rayne a pocos centímetros de su rostro. Tras el climax, segregaba un olor dulce y tibio.

Por su parte, Rayne tomó el miembro de León con dos dedos de cada mano y le estiró la piel hacia atrás para dejar el glande al descubierto. Con la punta de la lengua, recorrió la sensible unión entre el glande y la piel del pene mientras movía a ritmo lento los dedos, apretados sobre el miembro. Su hábil bombeo llenó de sangre limpia y caliente las venas del duro bastón de carne, y León empezó otra erección.

Debajo de ella, León, impresionado por la destreza de su amante, introdujo ambos pulgares dentro de su vagina y empezó a moverlos mientras le cosquilleaba la entrada del ano con la lengua. Sus dedos modelaban el interior de la suave vulva, que latía y se humedecía gentilmente.

Ambos siguieron así unos instantes, hasta que él se incorporó y tomó las caderas de Rayne, sentándola sobre su pelvis al tiempo que la penetraba. Ella gimió y puso las plantas de sus pies sobre las rodillas de León, ligeramente flexionadas. Teniendo aquel punto de apoyo, empezó a contonearse rítmicamente. Al cabo de unos instantes, cuando León notó que su erección estaba en el punto máximo, le puso las manos a Rayne debajo de sus suaves glúteos y la levantó unos centímetros al tiempo que salía de ella. Entonces, apoyó la punta de su glande en el apretado ano de la mujer, ensalivado y sudoroso, y empezó a sodomizarla.

El miembro de León se comprimía a medida que entraba en el estrecho tunel, y Rayne se estremeció debido al ardiente pero excitante contacto que enviaba nuevas olas de calor hacia su entrepierna. Con una mano acarició la zona en la que León la penetraba y con la otra comenzó a estimularse la vulva.

Muy excitado, León llegó al fondo del cuerpo de Rayne y se concentró en disfrutar del suave y limpio ano de Rayne. A pesar de la escasa lubricación, ella aguantaba el tipo y disfrutaba de aquel doloroso placer con adulta firmeza. Era evidente por lo apretado de sus carnes que pocas veces había ofrecido a alguien aquella parte de su cuerpo.

León cogió por debajo las rodillas de Rayne, y, admirando la suavidad de aquella zona, le apretó las piernas una contra la otra para abrirle aún más el trasero. Ella levantó los pies y se apoyó únicamente en las puntas de las manos. Todo su peso cayó entonces sobre la pelvis de León, cuyo miembro entró del todo en las tripas de Rayne. Comprimido y sobrecalentado, el pene eyaculó lava ardiente dentro de ella, lubricando con el semen sus movimientos en su interior. El dolor de Rayne aumentó agravado por una sensación de escozor, y León la sacó muy a tiempo del enrojecido ano, cuya propietaria se tendió de espaldas a el, disfrutando del resto del estímulo. Con un pañuelo, León le limpió el abundante esperma que empezaba a gotear proveniente del interior de la forzada cavidad. Rayne hizo fuerza para expulsarlo todo y León terminó de asearla adecuadamente.

Desde que habían empezado aquella salvaje relación sexual, aún no se habían comunicado más que con sus gemidos y sus sexos. Pensando que se disponían a descansar un poco, León iba decir algo cuando Rayne se volvió hacia el, sudorosa y sonriente. Se sentó ante él y extendió las piernas. Sus blancos y suaves pies, de delicados tobillos, rozaron su miembro. Abriendo los hermosos deditos de sus pies, Rayne comenzó a acariciarle el escroto y el glande con insistencia, aumentando el ritmo y tomándole el pene entre los pulgares para hacer más fuerza al masturbarle. León se tendió mientras ella le daba placer y le cogió los pies para alterar el ritmo a su gusto. Juntándolos con una mano, los usó un rato mientras con la otra le metía cuatro dedos a Rayne en la vagina, abriéndosela mucho y tirándole un poco del pelo del pubis con el pulgar. Sonrientes, mirándose a los ojos, ambos siguieron hurgándose mutuamente hasta que Rayne apartó sus ágiles pies, se incorporó sacándose la mano que ocupaba su sexo

y se sentó encima de León mirándole al rostro. Tanteó con sus finas manos y le tomo el totalmente erecto miembro, introduciéndoselo en la vagina y dejándose caer para cerrar su presa y tomar el control. Empapada debido a la sobreexcitación, la vagina de Rayne era ahora de una suavidad increíble. Apoyándose sobre las puntas de los pies, Rayne empezó a saltar encima de el, con sus pechos y cabello botando rítmicamente. Sus ojos eran aún más enormes y verdes que antes, con las pupilas muy dilatadas. León le acarició las labios con los dedos y ella se los lamió lujuriosamente mientras seguían copulando. Les costó un buen rato alcanzar el orgasmo, que fue un tanto doloroso para León debido a lo enrojecida y sin descanso que estaba su cola. Rayne se vino encima con abundancia de espasmos y cuando soltó todo lo que su cuerpo quiso, se derrumbó sobre su amante, rendida.

Pasó un buen rato. León y Rayne se miraban a los ojos mientras el sudor terminaba de secarse. Ninguno dijo nada, temiendo violar el acogedor silencio del dormitorio. Al cabo de un rato, Rayne se levantó de la cama y salió tranquilamente de la habitación, moviendo seductoramente la cadera. León la oyó abrir una puerta y después un sonido parecido al de un grifo. Habrá ido a lavarse sus partes intimas, pensó León mientras se levantaba de la cama.

Ahora que se fijaba en algo más que en el cuerpo de Rayne, su entrenada vista de agente secreto reparó en lo antiguos que eran todos los muebles de la habitación. El armario, la cama y la mesita de noche debían de ser de principios del siglo XX, pero estaban impecablemente cuidados. Lo que más llamó su atención fueron las fotos enmarcadas que abarrotaban una estantería al lado de la ventana. Tomó una al azar y observó sorprendido que Rayne aparecía en ella, aunque la emulsión y el tipo de foto estaban totalmente amarillos. Y no sólo eso, sino que el dirigible junto al que estaba fotografiada la chica parecía el Hinderburg. O era un montaje o era su madre, por que si no...

Había muchas más fotografías. Desde los años treinta a la actualidad, no faltaba una época de la que no hubiese un recuerdo. Una foto autografiada de Walt Disney, el lanzamiento de un Apolo, protestas contra la guerra de Vietanam... aquello era una vida, la vida de alguien, pero... ¿quién podía vivir tanto tiempo, viendo todo el siglo XX?

León empezó al maldecir su recién descubierta promiscuidad. Buscó rápidamente por la habitación algo que le pudiera servir si las cosas se ponían feas, pero estaba cómicamente desnudo y la habitación no tenía a la vista nada utilizable como arma. Decidió probar con el armario.

Lo que había dentro le hizo enarcar una ceja, y no precisamente por el provocativo traje de cuero negro y rojo ni por el gran medallón con una gema roja engastada que allí había. Más bien lo hizo por las dos enormes cuchillas de antebrazo colgadas de un gancho, complementadas por un par de botas de tacón metálico que parecía muy afilado. Ya iba a buscar su ropa cuando, de repente, notó las manos de Rayne sobre los hombros. Estaban mucho más frías que hacía un momento...

  • ¿No sabes que está mal mirar en los armarios de las casas? – le dijo.

No la había oído volver, y allí estaba detrás de el, desnuda como había venido al mundo. Antes de poder decir algo notó como dos cuerpos pequeños pero muy afilados se enterraban en su cuello, perturbadores pero apenas dolorosos al atravesar la carne. Trató de zafarse, pero Rayne le rodeó con brazos y piernas en un abrazo fuerte como el acero. León era corpulento y estaba en plena forma, pero no consiguió mover ni un centímetro la presa de la vampira, cuyos suaves labios notaba ahora sobre su cuello, apurando la sangre que sus colmillos derramaban de su cuello. Las fuerzas le abandonaron antes de que pudiera gritar, y el miedo y la ira se convirtieron en un suave sopor a medida que Rayne bebía de el con lenta fruición. Ya decía yo que había monstruo encerrado, se dijo. Estaba seguro de que iba a morir, y aunque maldecía internamente a Rayne, reconoció que era el monstruo más considerado al que se había enfrentado nunca... al menos, le había dado la ultima copa antes de morir. Después, el sopor le venció por completo y lo ultimo que sintió fue un par de finos colmillitos saliendo de su cuello y una lengua lamiéndole la herida.

León se despertó en su cama, sudoroso. Vio la ventana abierta ante sí y el tormentoso cielo matutino. Se tocó el cuello infructuosamente, buscando señales de la mordedura de la vampiresa. Nada. Pero cuando iba a permitirse pensar que había tenido una pesadilla, se fijó en la nota que había en su mesilla escrita con fina y elegante letra.

"Lamento haber terminado todo de forma tan brusca. A cambio del placer y la sangre que me proporcionaste, te daré un consejo: busca a esa chica, sácala de ese estúpido mundo de espías y vete con ella muy lejos."

PD: Soy una dampira, no una vampira. Por si las moscas.

Bloodrayne.