Lourditas

De como le hacen el amor por primera vez a Lourditas.

Me llamo Moisés y mi vida siempre estuvo colmada de comodidades y de más o menos felicidad.

Vengo de una familia bien acomodada, como mi esposa Lourdes. Nunca nos ha faltado de nada. Tanto mi esposa como yo, poseemos unos cuerpos bastante bonitos, a pesar de nuestros 40 años. Estamos muy orgullosos el uno del otro y muy enamorados. Nuestras amistades se sorprenden de los constantes abrazos, besos y carantoñas que nos dedicamos constantemente.

En el sexo nunca nos ha faltado nada. Somos unos curiosos de la materia. Empezamos por el sexo anal, seguimos por los consoladores, vibradores, bolas chinas, etc.

No es raro el día en que uno ata al otro a la cama para disfrutar a su antojo de su cuerpo, provocándole los máximos orgasmos posibles. En fin, una vida feliz llena de fidelidad, ya que jamás nos fuimos infieles. ¿Para qué? Lo teníamos todo.

Lo único que crecía en mí como una enfermedad era mi obsesión por las chicas gordas, me ponían a mil. Me imagino follando como un animal con una chica obesa, gritando los dos de placer, me imagino metiendo el rabo entre unas nalgas abundantes perforando el ano que se encuentra al final, vaciando mi crema dentro de ella.

Jamás me he atrevido a contarle nada a Lourdes, pero me pongo malísimo cuando veo una muchacha joven obesa. Es superior a mí.

Todo empezó a empeorar cuando conocí a Lourdes, una chica de 17 años que llegaba de otra ciudad y que se puso a trabajar en la verdulería de debajo de casa. Era el fruto de mis peores pesadillas hecho realidad.

Lourditas era una chica bajita, de 1.60mts debía pesar sus buenos 95 kilos. Poseía unas tetas de impresión, un trasero poderoso y la cara más angelical que jamás hubiera visto. Sus mofletes continuamente sonrosados, sus ojos oscuros, sus labios carnosos y su dulce voz, me cautivaron de inmediato.

Ni que decir tiene que a partir de ese día me volví prácticamente vegetariano. Era capaz de ir diariamente a la tienda sólo para verla. La confianza fue en aumento y las bromas también.

Se ponía de todos los colores cuando le comentaba algo sobre el tamaño de los pepinos, los calabacines, los melones, las sandías y los huevos. Me estaba enloqueciendo. Todo esto me ayudaba a tener unos orgasmos increíbles con mi esposa ya que cuando hacíamos el amor y la llamaba Lourdes, me imaginaba a Lourditas. Teníamos unos orgasmos increíbles y mi producción de semen se duplicó, supongo que por ir todo el día caliente.

Llegó el día en que mi esposa tuvo que partir al extranjero a cuidar a su hermana que acababa de tener un hijo con un parto complicado. Me quedé solo en casa ya que no tenemos hijos. A partir de ahí empeoró todo. La falta de sexo me enfermaba, iba todo el día con el pene semi-erecto. Tuve que masturbarme periódicamente para calmarme. Lo ponía todo perdido, soltaba unas cantidades de semen que jamás había visto.

Una mañana me desperté con todas las sábanas pringadas. Había tenido una polución nocturna, como un chiquillo. Esto no podía seguir así y decidí ponerle solución.

¿Qué era lo que más deseaba? Pues a por ella.

Seguí yendo a la tienda, pero por la mañana compraba antes de ir a la oficina y por la noche Lourditas me traía la compra a casa, cuando yo regresaba del trabajo.

Lo conseguí. Ya la tenía en casa.

En sus múltiples visitas empecé a enseñarle la casa y su distribución, tomábamos algún refresco, alguna cerveza que otra y en esas charlas salía el tema del sexo día sí y día también. Así descubrí que no era virgen porque un medio novio que tenía se encargó de ello. Entre sollozos me confesó que aparte de que le dolió mucho y no disfrutó nada, descubrió que aquel cabrón se acostó con ella por una apuesta con los amigotes.

¡Ayer me follé a la gorda! Le oyó decir a sus amigos ¡Pesa como una vaca y no se sabe mover! Jua, jua jua, rieron todos a carcajada limpia pagándole 5 Euros cada uno al mostrar sus bragas a la concurrencia.

Eso la destrozó y nunca más quiso saber nada de hombres.

También me entristeció a mí y me hizo sentir fatal. Haría lo posible por no hacerle daño.

Mi mujer ya llevaba 2 semanas fuera y tenía para 2 meses más. Mientras, continuaba con mi cortejo a Lourditas.

Me confesó que no tenía amigas y me sentí muy triste. Un día la invité al cine. Me armé de valor y le dije que veríamos la película que ella quisiera, que no era bueno que una chica de su edad no saliera de casa. Ella aceptó, no sin ponerse totalmente colorada.

La tarde de cine fue muy bonita. Vimos la última de Leonardo Di Caprio y al salir fuimos a un burguer que estaba repleto de juventud. Mi calva era un blanco perfecto para las bromas de los jóvenes que allí devoraban toda clase de hamburguesas y patatas fritas. Lo pasé mal y ella se dio cuenta.

Al salir de allí me dio un beso en la mejilla diciéndome.

No te preocupes, a mí me gusta tu calva, guapetón.

Fuimos cogidos de la mano por la calle y entramos a otro local a tomar una copa. Aunque ella era menor, no lo aparentaba. Además, como la veían conmigo, igual se pensaban que era mi hija.

Sobre la barra del Pub empezamos a hacer manitas, nos tocábamos, nos acariciábamos. Éramos como dos adolescentes más. La conversación fue girando hacia el sexo otra vez y ella me preguntó como me las apañaba sin mi mujer.

Allí le confesé con mucha delicadeza que a falta de mi mujer, era ella la que ocupaba mis fantasías, pero que me sentía incapaz de hacerle daño. Que no pensara que pretendía hacer lo mismo que el autor de su desvirgue, pero que supiera que su belleza me tenía turbado y que me veía obligado a decírselo dada la amistad que cada día nos unía más y más.

Creo que nunca he visto tanto color rojo en una cara como en la de aquella dulce muchacha. Me tomó por loco por decir que ella era guapa, pero se notaba más confiada en sí misma. Se enderezó como un gallo de pelea, orgullosa de que alguien la piropeara. Estábamos muy a gusto en el local, pero yo no podía tomar ni una copa más ya que mi licencia de conducción peligraba si la policía me pillaba con exceso de alcohol al volante.

Fue ella la que me propuso ir a mi casa a seguir la conversación. Y allí fuimos.

Al llegar, nos servimos 2 combinados y pusimos otra película que yo tenía de su actor favorito. La película romántica hizo que nos sentáramos cada vez más juntos en el sofá y ella acabó con su cabeza sobre mi regazo. Mientras no me di cuenta, no pasó nada. Pero en cuanto observé que tenía su mejilla sobre mi polla, ésta empezó a aumentar de tamaño. Intenté relajarme pero era imposible.

Lourditas, lejos de asustarse, giró su cabeza y me dijo.

¿De verdad me crees guapa?

Guapa no, te veo una Diosa.

Se incorporó, me dio un fugaz beso en los labios y volvió a mi regazo.

Empecé a acariciarle el pelo mientras ella acariciaba mi pene que se marcaba desafiante en el vaquero. Soltó el botón y bajó la cremallera de mis pantalones, la película ya no importaba. Mi pene saltó como un muelle y ella se sorprendió. Puedo presumir de un pene de dimensiones digamos grandes que a ella le sorprendió e incluso creo que la asustó. Se puso a masajearlo torpemente mientras alababa su tamaño y su forma, con toda la cabeza al descubierto.

Enséñame a disfrutar del sexo Moisés.

Suavemente y sin prisas la enseñé a chupar un pene. Mi intención era que no se sintiera violenta en ningún momento y creo que el alcohol ingerido me ayudó a ello.

Poco a poco empezó a chupar más a fondo. Se notaba que le gustaba, pero yo no quería eso. A aquella chica aún no le habían hecho el amor, sólo se la habían follado. Y muy mal, por cierto.

Le hice ver que no quería aprovecharme de ella, que me encantaría hacerle el amor, pero que nuestra historia no tenía ningún futuro al estar yo casado.

Me hizo ver que a ella tampoco le importaba, que jamás nadie fue tan cariñoso con ella y que le encantaría que esta noche le hiciera el amor dulcemente.

Pusimos una música romántica y fuimos a la cama. Allí la hice tumbar suavemente y la fui desnudando con parsimonia. Llevaba un vestido tipo túnica con una cremallera atrás, por lo que quedó enseguida sólo con su ropa interior.

Sus pechos eran increíbles. En cuanto le quité el sujetador, esas maravillas quedaron espachurradas, al estar ella tumbada. Sus pezones eran pequeñitos, pero muy desarrollados y muy duros. La estaba colmando de besos y no paraba de decirle cosas dulces mientras ella ponía sus ojos en blanco. Yo mientras, lamía sus pechos, sus brazos, su barriga, su ombligo y la acariciaba por todo el cuerpo.

Al llegar a sus braguitas nos miramos a los ojos y ella me dijo. – Sigue, ahora ya no hay vuelta atrás.

Su pubis era un inmenso matorral de vello castaño que me dediqué a lamer con decisión. Poco a poco mi lengua fue accediendo a sus labios, a su sexo. La hice incorporarse en la cama y me decidí a abrir aquel tesoro. Su interior era de un color rosado que jamás había visto, las gotitas de humedad se deslizaban hacia su ano y su clítoris se coronaba desafiante. Ante tal espectáculo, me dedique a hacerla disfrutar como nadie.

Lamí su sexo de mil formas posibles. Le introducía la lengua, le mordía el clítoris, le metía mis dedos, esparcía los jugos por su ano jugueteando con el dedo índice. Coronó dos orgasmos terribles, tuvo que ponerse una almohada en la cara para amortiguar sus gritos de placer.

Después de quince minutos, ya no pude más y me deshice como un rayo de la ropa que me quedaba puesta. Allí de pie, al lado de la cama, mis 21 cms se mostraban desafiantes y procedí a cubrirlos con el condón de rigor. Al verlo, ella me dijo que no quería ninguna barrera entre los dos y que no me preocupara ya que ella tomaba la píldora hacía tiempo. Eso me excitó más si cabía. Líquido pre-seminal me salía por la punta, dejando la cabeza brillante y lubrificada. Había llegado el momento.

Me puse sobre ella y le levanté las piernas. Sus dos agujeros quedaban a la vista saturados de humedad, puse mi pene en posición y empecé a empujar. La humedad existente ayudó a que no tuviera ninguna molestia y se la fui metiendo despacio hasta notar que llegaba al fondo de ella, que algo hacía tope.

La delicadeza, el amor y las palabras dulces dejaron paso a la lascivia, al lenguaje vulgar y a los arañazos. Comencé a bombearla de manera brutal, pero sin metérsela toda. Me quedaban unos cuatro cms de reserva. Aquella estrechez hacía que notáramos un placer brutal en nuestras embestidas. Ella volvió a correrse como una loca mientras yo aguantaba como un campeón.

Cambiamos de posición y la hice poner encima de mí. Ella estaba temerosa de aplastarme por su exceso de peso pero la convencí. Aún así, se puso en cuclillas y empezó a bajar con cuidado de no dejar caer su peso encima de mí empezando el sube-baja cada vez más progresivo

Hasta que el placer de un inminente orgasmo la hizo resbalar, cayendo de golpe y metiéndose los 21 cms. de polla por completo.

Gritó tan fuerte que me asustó. Se mezclaron gritos de dolor con los gritos del orgasmo conseguido. Lágrimas de felicidad rodaban por sus mejillas, pero ella seguía rellena de polla hasta su ombligo y no hacía ninguna intención de levantarse. Yo estaba a punto de explotar y así se lo hice saber, entonces se esforzó en moverse un ratito más, sacándola toda para luego clavársela de golpe. Eso fue superior a mí y exploté como un toro dentro de ella. Los abundantes chorros de esperma la hicieron llegar otra vez al orgasmo definitivo, cayendo sobre mi torso casi sin sentido diciendo – Gracias, gracias a cada chorretón de semen que le entraba.

Aquella noche cambió para siempre la vida de Lourditas, que a partir de entonces dejó de ser una amargada para pasar a ser una tremenda mujer que desprendía sensualidad por todos los poros de su piel.

Mi vida, por el contrario, no experimentó cambios notables a excepción de las sesiones de sexo que no pudimos evitar de seguir teniendo entre nosotros.

Si quieren, luego les explico de cómo me entregó su ano y de cómo lo hacíamos para amortiguar sus gritos de placer.

Osito