Lost-town IX - Final.
Si lo permites, yo puedo ser completamente tuya y tú completamente mía.
¿Cómo puedes existir al lado de la persona que conecta tus sentimientos a tu cerebro sin quererla profundamente?
¿Cómo no puedes pensar en ella cuando suspiras mirando al cielo, esperando una vuelta de la vida?
Todo iba a estar bien y no importaba si me equivocaba, porque la tendría a ella conmigo.
Solemos pensar que la locura está relacionada con enamorarse, que aquella que dispara tus emociones al borde del abismo es la que merece la pena. Una persona que te quiere jamás permitirá que te llenes de inseguridades, ni de temores. Una persona que te quiere inventará chistes para iluminar tus sombras y alejar tus demonios, ella no se hará amiga de ellos, ella te protegerá.
No esperaba que Jem hiciera todo aquello que me gustaría, yo esperaba que tomara sus decisiones y cruzaba los dedos para que fueran parecidas a las mías. Porque había cambiado mi pasado, le había puesto el mejor traje de gala a mi alma y había sanado mis heridas, para ella.
– No temo equivocarme esta vez – le dije.
– ¿De qué estás hablando? – preguntó nerviosa.
– Te quiero – le confesé apretando sus manos junto a mi pecho.
Ninguna galaxia se comparaba al brillo de su mirada, ni a la forma en como mordió su labio inferior antes de volver a besarme.
Caminamos tomadas de la mano hasta la casa y una inquietud azotó mi cerebro.
– ¿A qué vinimos a este sitio? – le pregunté confundida.
– Terminaste tu carrera – dijo ella extrañada.
– ¿Alguna vez he tenido cicatrices en la espalda? – me atreví a preguntar.
– No que yo sepa – respondió.
Había un universo a mi favor, cambiándome la vida por completo.
En la puerta estaban Laura y Pablo esperándonos, sonreían como si sabían lo que había pasado. Laura me guiñó el ojo y Pablo me hizo una seña para que fuera con él.
– No sé lo que has hecho, Jem – dijo cuando estuvimos lejos de las chicas – pero me alegra que lo hayas hecho.
– ¿A qué te refieres? – pregunté totalmente confundida.
– Algo pasa en este sitio – dijo señalando el pueblo – que cambia – agregó señalando su pecho – no quiero que me lo expliques, pero sabía que traerte aquí era la mejor decisión, un poco de “magia” nunca viene mal – dijo levantando sus dedos en comillas – no es hacerle trampa a la vida – finalizó riendo.
– Es hora de celebrar, me parece – escuché decir a Laura mientras destapaba una botella de algo que desconocía.
Sonreí mientras llevaba mis manos a los bolsillos de la chaqueta, Jem se acercó a mí, besando mi mejilla. Sentirse afortunada y ser afortunada, mezclados entre sí, eran la sensación más increíble del mundo.
Salimos del pequeño pueblo escuchando Hear you me de Jimmy eat world. El letrero de Lost-town nos despedía está vez igual de oxidado que antes, pero con un secreto bien guardado.
Jem abrazaba una bolsa de papas sin destapar, recostada en mi hombro y mis ojos fijos en el sol que se ocultaba. Mi mente se llenó de nuevos recuerdos, hermosos recuerdos.
« – Sé cuánto te gustan las galaxias, estrellas y todo eso – dijo sin esforzarse por sonar científica – conseguí esto para ti – dijo tendiéndome un frasco en miniatura lleno de colores brillantes.
– ¿Es una galaxia en un frasco? – pregunté sorprendida.
– Es tu estrella favorita – dijo orgullosa – ¿Alfa centauri?
– Es el regalo más increíble que me han hecho nunca – le dije emocionada, la tomé de la cintura, levantándola un poco del suelo y besando todo su rostro. »
Sonreía al pavimento, a la vez que me daba cuenta de lo afortunada que era.
– Te mostraré algo increíble cuando lleguemos a casa – le dije besando su frente.
Había pasado todo el día trabajando en algo realmente especial. Le dije a Jem que llegara a las 8 en punto, que un fenómeno astronómico iba a ocurrir y quería que ella lo viera.
Saqué el telescopio al jardín, encendí algunas luces tenues y llené la mesa de bolsas de papas.
– Tendrás que explicarme cada detalle, no sé nada de estrellas – dijo al llegar.
– Tú come papas – le dije divertida – deja a los expertos trabajar.
En menos de quince minutos se empezaron a ver las estrellas fugaces. Ella se levantó de golpe sorprendida.
– Quiero verlas, quiero verlas – repetía mientras halaba mi camisa para mirar por el telescopio.
Sus gestos eran terriblemente encantadores. Yo sonreía mientras comía las papas. Al cabo de unos cinco minutos ya se habían desaparecido.
– ¿Qué es esto? – preguntó sin dejar de mirar.
Me levanté y me situé a su lado. Las estrellas formaban a la perfección una frase.
Si lo permites, yo puedo ser completamente tuya y tú completamente mía.
– ¿Cómo hiciste eso? – preguntó sin poder creerlo.
– El universo no es tan amigable – dije riendo mientras despegaba un pedazo de seda transparente llena de puntos plateados – de eso tuve que encargarme yo.
Ella sonrió.
– ¿Lo permites? – le pregunté.
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Besos y abrazos a los bellos que leen y comentan.