Lost-town III
Un mundo de posibilidades se abrió ante mis ojos.
Durante la noche las imágenes volvían a mi cabeza una y otra vez. Esa niña era yo. Era yo con nueve años. Detuve la cerca a tiempo y, por esa razón, no se había herido. Y mis cicatrices habían desaparecido.
Un mundo de posibilidades se abrió ante mis ojos. Podía remediar todos los errores del pasado, podía cambiar mi vida por completo. Podía…
Miré a Jem que dormía en la cama de al lado.
Me levanté cuidadosamente sin hacer ruido. Me abrigué y amarré las trenzas de los zapatos deportivos. Eran las 2:13 am cuando salí a la calle.
Era una locura lo que estaba haciendo, pero también era una locura lo que estaba sucediendo. Había leído demasiados libros acerca de alterar cosas que ya habían pasado, para saber que lo más probable era que todo saliera mal. Pero no podía perder la oportunidad.
Crucé la cerca y el frío de la mañana me erizó la piel. Ahí estaba mi casa y por el marco de la puerta que aún no estaba puesto salía yo.
¿Cómo le explicaba a una niña de nueve años que «yo» era «ella» en el futuro? ¿Cómo la convencía para que no cometiera los mismos errores que yo?
– Oye – la llamé – Aiz – ella giró a verme sorprendida y se acercó. No era para nada desconfiada.
– Hola – me saludó – gracias por lo de ayer – dijo señalando la cerca que nos separaba. Confiada y agradecida.
– Te aseguro que iba a doler un montón – le dije.
– Ya sé – dijo sonriendo - ¿Cómo te llamas? – preguntó mirándome.
La miré durante un segundo – Aiz – le dije con una sonrisa – igual que tú – ella sonrió también.
– ¿qué tal va la casa? – pregunté.
Ella giró a mirarla y levantó los hombros – no tengo idea de lo que hacen.
– Dile a papá que no coloque ese techo – le dije – tendrá que cambiarlo en unos años.
– ¿Cómo sabes? – preguntó curiosa.
– Digamos que sé algunas cosas que pasarán – confesé, llamando toda su atención.
– ¿Sabes cuándo estará lista para vivir? – preguntó enlazando sus dedos en la cerca.
– Dentro de cuatro años, aproximadamente – le dije.
Iba a ser sencillo convencerla, era toda una soñadora y me creería sin dudar. Además que sus ojos denotaban sorpresa. Se mordió los labios y preguntó:
– ¿Qué más sabes? – le sonreí.
– Pequeña, voy a cambiar tu vida – le dije. No creí necesario decirle que éramos la misma persona, eso solo la confundiría. Aparte de que ya mi cerebro estaba hecho un lío, no sabía por dónde empezar.
« – Las personas podrán amar mi arte sin necesidad de haber ido a una universidad – le reclamaba a mi mamá.
– Es tu futuro y no voy a permitir que por culpa de tu rebeldía lo eches a perder – decía ella. »
– Debes aceptar la beca – le explicaba – es lo principal.
Ella asentía y absorbía cada una de mis palabras como una esponja.
– Me gusta mucho dibujar – me decía mientras se sentaba y doblaba sus piernas.
– ¿En qué te inspiras? – pregunté, ya sabiendo la respuesta.
– En el universo – dijo mirando al cielo.
Yo no recordaba eso, mis dibujos dependían de mi estado de ánimo, de mis conquistas, de las chicas que me habían gustado a lo largo de mi vida. No recordaba que de pequeña amaba mirar al cielo e imaginar en el papel. Entonces, envidié a la pequeña, su inocencia, su desinterés en los problemas, ella tenía su mundo, uno que también había sido mío y lo había dejado olvidado.
– Tengo que irme ya – le dije – no soy de por aquí y mis amigos deben estar preocupados por mí.
– ¿De dónde vienes? – preguntó con la misma mirada curiosa que ya conocía en mí misma.
– Lejos – respondí sonriéndole – vendré mañana – agregué – sería perfecto que trajeras lápiz y papel. Y dile a tu papá acerca del techo, te lo va a agradecer luego.
Me levanté y me arreglé el abrigo. Volví a cruzar la reja y no pude evitar suspirar, esperando que nada de lo que estuviera haciendo tuviera malas consecuencias.
– Aiz – escuché decir en medio de la oscuridad.
Frente a mí, estaba Jem con los brazos cruzados y el ceño fruncido, temblando de frío.
– ¿Qué estás haciendo aquí? – pregunté, caminando hacia ella y dándole mi chaqueta.
– ¿Qué es lo que estás haciendo tu aquí? – Preguntó furiosa – y en plena madrugada – espetó.
– Yo… - me di la vuelta para mirar la casa abandonada, pero no sabía qué decir.
– No vengas con que necesitabas aire fresco – dijo.
– Es una larga historia – dije, esperando que no preguntara más.
– Tengo tiempo – soltó, cambiando su peso hacia la otra pierna.
Le expliqué todo lo ocurrido, mas no le expliqué lo que planeaba hacer. Ella me miraba como si hubiese perdido toda una docena de tornillos.
– Necesitas descansar – dijo preocupada. No quise hacerme creer, además de que no quería que siguiera preguntando. Optar por mentir con la verdad, con una verdad como esa, era lo más adecuado.
– ¿Cómo se te ocurre salir con este frío? – le pregunté mientras la abrazaba.
– Saliste muy rápido y necesitaba saber a dónde ibas – respondió tomando mis manos para calentarse – has estado muy rara desde que llegamos.
– No tienes por qué preocuparte Jem…
– Pero lo hago – dijo, interrumpiéndome.
– ¿Por qué? – pregunté mirándola.
Ella no respondió. La miré durante un minuto o dos, tal vez. Jem era preciosa, siempre había tenido eso presente, pero evitaba pensar en eso, irónicamente. Cuando la conocí, bloqueé cualquier posibilidad de tener algo más que una amistad con ella, por alguien que no había valido mi esfuerzo, ni mi intento. Ya sabía de qué le hablaría a la Aiz de nueve años cuando volviera a verla.
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Gracias por no olvidarse de mí, amor para ustedes <3