Lost & Found (I)

El protagonista satisface el amor de su, hasta ahora, mejor amiga. Esto trae severas consecuencias.

Espero comentarios y/o críticas en mi dirección de correo: laurita18@iespana.es indicando el titulo del relato.

(Sólo asuntos relacionados con los relatos, cualquier otra petición será ignorada)

A la llegada de la primavera, decidí echarme otra vez a la calle. Soy uno de esos niños ricos (bueno, ya no soy tan niño ni tan rico) que no saben lo que quieren hacer, o al menos así me han definido muchas veces. Mi vida adulta comenzó estudiando empresariales, en parte obligado. Muy pronto decidí que lo que quería mi padre no era lo mismo que yo quería y logré convencerle para entrar en bellas artes. Una vez allí, unas asignaturas consiguieron sacarme la vena artística y otras consiguieron hastiarme por completo y decidí dejar los estudios y dar rienda suelta a mi destino. Me encanta la pintura. Desde chico siempre he dibujado y a partir de cierta edad me dio por pasar a pintar. Otra gran afición era la de viajar. Poco después de empezar bellas artes, cuando aún no había decidido que lo mío no era ceñirme a las normas del estudio, realicé una larga vuelta a Europa. Esto me permitió aprender y perfeccionar idiomas, conocer mucha gente (y a muchas chicas, por supuesto), aprender costumbres, encontrar paisajes que no podría localizar aquí fácilmente y... bueno, muchas cosas. Ese tipo de experiencias siempre enriquecen mucho.

Lo cierto es que también hube de madurar, sobre todo una vez de regreso, pues me encontré con que mis padres habían muerto en un accidente de coche mientras se dirigían a una convención de no sé qué. No me es difícil imaginármelos discutiendo mientras un camionero se quedaba dormido al volante y los empotraba contra los quitamiedos. No fue muy duro, la verdad, yo no tenía ese tipo de relación especial entre padres e hijos; ni fui el hijo ideal ni ellos fueron los padres ideales. Por otro lado aquello me dejaba en posesión de una discreta fortuna. Mirándolo un poco egoístamente, tenía la vida resuelta. De aquella época, si tuviera que quedarme con un recuerdo, sería el de Elena.

Elena fue una chica con la que mantuve una muy buena amistad. Confesora mía a la vez que yo hacía de confesor suyo. Nos lo contábamos todo. Es seguramente lo único positivo que saqué de la etapa estudiantil. Pelo largo castaño, alta, ojos verdes, cara hermosa, buen cuerpo... y una personalidad genial: alegre, comprensiva, extrovertida, aunque rígida y muy autoexigente. Pero sólo una amiga. Bueno, no, hubo una vez en la que acabamos juntos en la cama. Como suele suceder, aquel día muchas cosas se perdieron y nuestra amistad se enfrió. De hecho, después de aquel fatídico día nunca más volvimos a vernos.

Los dos, a pesar de ser bien parecidos, llevábamos tiempo sin pareja, yo más que ella, para qué negarlo? Yo ya tenía en mente aquel viaje alrededor de Europa. En realidad se lo había comentado muchas veces, incluso la invité en repetidas ocasiones, todas rechazadas. Un buen día, jueves si no recuerdo mal, cuando el calor empezaba a aparecer, le comuniqué que me iba al fin. Al principio se enfadó por lo repentino de mi anuncio. Lo cierto es que, aunque lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo, fue una decisión alocada porque fue decir "mañana me voy". Luego se relajó y se puso comprensiva y al final nos despedimos como dos buenos amigos, besos en la mejilla, los mejores deseos y me pareció incluso ver una pequeña lágrima en sus ojos. Ella misma me dijo que no iría a despedirme a la estación alegando pasadas despedidas traumáticas y que no le gustaba decir adiós, de modo que la sorpresa fue grande al encontrármela allí, pero no contenta con eso, venía dispuesta a marcharse conmigo.

Cuando vi a aquella chica con coletas y gafas de sol al lado de la taquilla, con botas, unos pantaloncitos cortos de color caqui y un top negro que dejaba ver en perfecto estado sus encantos, no la relacioné con la imagen de Elena. Lo primero que pensé fue: "Joder, vaya pedazo de pibón". Cuando, al acercarme, pude comprobar que era Elena me quedé realmente anonadado.

Después de hablar sobre la situación, y sin yo poder convencerla de lo contrario, compramos los billetes y cenamos en el bar de la estación. Con su nuevo y juvenil aspecto me había dejado muy sorprendido. Sin embargo colateralmente también dejaba ver un aspecto mucho más agresivo. Su indumentaria me valió para bromear sobre si iba a ir de maniobras o iba a apuntarse a la guerrilla.

Una vez en el tren, cuando localizamos nuestros asientos comprobamos que no íbamos solos. Una chica de aspecto rebelde e imagen un tanto descuidada pero con lo que parecía un cuerpo realmente espectacular estaba sentada al lado de la ventana, mirando el andén a través de ella como si estuviera esperando a alguien que no llegaba. Así me imaginaba yo antes de ver a Elena junto a la taquilla.

Dado que el viaje era bastante largo, unas cinco horas, nos presentamos los unos a los otros. Claro, yo ahora debería tirarme el moco y decir que nos montamos un trío por todo lo alto en la oscuridad de la noche mientras el tren nos llevaba rumbo al Pirineo. Pero nada más lejos de la realidad, ellas entablaron sana amistad y yo me quedé completamente dormido como un lirón. El ruido de las máquinas en movimiento, ya sea el traqueteo del tren, ya sea el monótono motor del autobús, me trasladan a un estado de somnolencia difícil de combatir. Sí, sí, lo sé, soy débil... Ja.

A mitad de la noche desperté ligeramente sobresaltado. Un extraño sueño, muy surrealista, había abordado mi mente. Ya sabéis que es difícil recordar los sueños, y la verdad es que no me acuerdo de qué iba este. Lo que si recuerdo perfectamente es que en aquel momento tenía una erección bastante grande. Elena estaba recostada sobre mi, su cabeza sobre mi hombro, su sedoso cabello cayendo lacio sobre mi pecho y los brazos cruzados mientras se tapaba con una chaqueta. Las tenues luces de emergencia me proporcionaban la borrosa visión de una chica realmente hermosa. Pensé que no podía dejar que aquella chica estupenda tirara el curso por la borda. Yo me lo podía permitir; yo lo llevaba pensando mucho tiempo; yo no tenía nada que perder; ella sí. No podía quedarme de brazos cruzados. Sin embargo una pregunta retumbaba en mi mente: Por qué? Por qué se había venido?

Estas divagaciones que casi me estaban desvelando había provocado que mi erección disminuyera. Mi cerebro pedía más sangre y se la quitaba al "rey" a marchas forzadas. Pero entonces el "rey" volvió a pedir los suministros de sangre en cuanto alcé la mirada y miré a Irene, que así es como se llamaba nuestra compañera temporal. Una camiseta con el cuello dado de sí y sin mangas, de color negro y con el texto "Go Baby" escrito en letras rosas, tapaba de mala manera, pues los huecos mostraban mucho más de lo que ocultaba, diversas partes de su cuerpo. Su pecho se elevaba y descendía acompasadamente, dando muestras de un sueño ligero pero relajado. Por los diversos huecos que dejaba la camiseta podía percibir un sujetador de color oscuro, que me pareció morado en primera instancia. Su vientre con una ligera tripa también se encontraba al descubierto. Si buscaba un poco más hacia abajo podía ver la parte alta de sus braguitas, blancas, pues eso sí se notaba claramente en la tenue oscuridad. Mientras un brazo le servía de improvisada almohada, el otro caía pesadamente sobre su cadera, quedando la mano cerca de la región púbica. No sin cierta imaginación, me recordaba a la famosa obra de Goya: "La Maja Vestida". Quien fuera capaz de ver a aquella "maja" en pelota picada... Lo cierto es que era una escena de lo más erótica y si además le añadimos una mente calenturienta en exceso debido a la falta de sexo pues... empalme brutal.

El brazo izquierdo lo tenía inmovilizado por el peso de Elena, pero con la mano derecha pude sopesar y acariciarme el paquete. Mientras me masajeaba mi pene excitado con la diestra, advertí que podía mover mi mano izquierda y palpar uno de los pechos de Elena. Después de unos minutos de magreo, decidí irme al servicio a desfogarme. Casi corriendo, fui a toda prisa hasta los lavabos. Una vez dentro, atranqué la puerta y me saqué el miembro completamente erecto. Echándome un poco de saliva en la mano, comencé a mover mi mano de arriba abajo por toda su longitud, dejando el capullo siempre bien a la vista. Según mi excitación iba creciendo, con mi mano izquierda me tocaba las pelotas. Procurando tener los dedos húmedos, inicié un suave frote del glande descubierto con el dedo pulgar y el índice. Con los ojos cerrados y apoyando contra la puerta, evocaba las imágenes de 5 minutos antes de Irene durmiendo. Aceleré los movimientos. Mi mano se movía ahora vertiginosa, contactando toda la palma con el tronco de mi polla. Entonces oí el agudo ruido del silbato del tren al cruzar un paso a nivel. El susto precipitó la llegada de mi orgasmo y, entre sacudidas violentas de mi polla, me corrí copiosamente sobre el lavabo. Tras descansar unos instantes, me lavé, eliminé las pruebas del delito y regresé adonde estaban las chicas.

Éstas estaban charlando otra vez. Por lo visto Elena se había despertado al levantarme yo y cuando el tren pitó Irene hizo lo mismo. Cuando me senté, Irene me lanzó una mirada escudriñándome, como pensando algo retorcido. Elena sonreía, aguantándose las risitas que le sobrevenían. Cuando pregunté que qué demonios pasaba, ambas soltaron una carcajada. Intentando ocultarlo a mi vista, Elena le hizo un gesto indicativo con la mano a Irene de lo que probablemente había estado haciendo en el baño. "Serás cría!" le solté enojado y me levanté y me fui al coche-bar.

A esas horas de la madrugada apenas había nadie. El camarero me dijo que estaba a punto de cerrar, aunque conseguí sacarle al menos una cerveza. Durante un par de minutillos mantuvimos la clásica conversación camarero-cliente, que interrumpimos cuando apareció Elena. Se sentó a mi lado y se me quedó mirando con una sonrisa en la boca. Finalmente, pregunté mosqueado:

  • Qué?

  • Nada.

  • A qué se supone que has venido?

  • Sólo a comprobar que no te has enfadado - No entendió bien la pregunta. Con aquella pregunta me refería al viaje. Iba a replanteársela cuando continuó hablando -. Deberías saber que mis pechos son muy sensibles. Yo misma te lo he contado. Me despertaste, lo sabías?

  • Yo... - Vaya pillada de huevos! - Llevo mucho tiempo sin... bueno, ya sabes. Fue un impulso, lo siento.

  • Jaja, no te preocupes, no tiene importancia.

  • De todos modos, no tenías por qué decirle nada a ella. Si acabamos de conocerla!

  • Entonces por qué te preocupa lo que pueda pensar? - Buf... Lógica aplastante. Si no se tenían argumentos, con Elena era mejor no discutir, porque te dejaba con el culo al aire en 3 frases.

  • No sé...

  • Bueno, vengo también por otra cosa. Ya sé que acabas de hacerte una pajilla y tal...

  • Yo no he dicho que tuvieras razón - La corté.

  • Bueno, tal y como te has puesto, lo que era una suposición lo he confirmado, así que no intentes engañarme, eh? - Joder con la chica. De todos modos no sé por qué estaba tan nervioso. Muchas veces, medio de broma, habíamos hablado sobre todo eso pero no era lo mismo que te pillaran con las manos en la masa.

  • Bueno, déjame terminar. Decía que quizá estés cansado o qué se yo pero... quieres echar un polvo? - La cara de tonto que debió quedárseme tenía que ser impresionante, pues Elena me miraba con una sonrisa cercana a soltar la carcajada.

  • Qué... Cómo... Es decir, qué me estás contando?

  • Pues eso. A Irene le has gustado y dice que no le importaría darse un gustazo. Qué le digo?

  • Yo... bueno, tú... tú qué dices?

  • A mi qué me cuentas, ni que fuéramos novios! Jajaja. Dime, quieres o no?

  • Sí... quiero decir, claro, por supuesto que sí!

  • Jejeje, ya lo sabía yo - Dijo con una extraña sonrisa -. Bueno, yo os dejo solitos y me quedo aquí un rato. 15 minutos está bien?

  • De acuerdo.

  • Pues hasta luego.

  • Hasta luego - Todavía no acababa de creerme la situación cuando pensé en la protección -. Mierda! - Exclamé.

  • Y ahora qué te pasa?

  • Pasa que no tengo condones, eso pasa.

  • Yo llevo en la mochila. En el bolsillo de la derecha.

  • Que tú llevas qué...? Y se puede saber por qué llevas tú condones en la mochila?

  • Nunca se sabe lo que puede pasar - Me respondió como si nada -. Y no te quejes, que vas a poder follar por eso.

  • No, si yo no...

  • Venga, vete ya! O se va a pensar que no quieres ir.

  • Vale, hasta luego.

  • Que te diviertas!

A paso lento, todavía ensimismado por lo extraño que parecía todo aquello, me dirigí a nuestro compartimento. Cuando entré, vi a Irene recostada sobre el asiento. Me siguió con la mirada el trayecto hasta que me senté en mi sitio. El silencio sólo era interrumpido a causa del traqueteo del tren. Fue ella la que se decidió:

  • Has hablado con Elena?

  • Sí.

  • Y bien? Qué has decidido? - "Como si no lo supieras", pensé yo.

  • Que sí... - Respondí con un hilillo de voz.

  • Estupendo! - Y en un abrir y cerrar ojos se despojó de la camiseta y los pantalones y se quedó en ropa interior. Dio dos pasos hacia mí, acercándose sensualmente -. Cuánto tiempo tenemos?

  • Cuarto de hora.

  • Suficiente.

Se echó encima mío y empezó a besarme al tiempo que sus manos me tocaban el pecho y me quitaban la camiseta. Yo en aquel instante por fin reaccioné. Dejé mis paranoias y empecé a pensar instintivamente. Mis manos se encargaban de agarrar sus pechos prominentes, sacándolos de las copas de su sujetador. No intenté quitárselo porque nunca se me dio bien, de modo que saqué sus pechos y tiraba de vez en cuando de sus pezones, cuando no los acariciaba con la palma de la mano. En la pausa que hizo para quitarme los pantalones y sacarme la camiseta por el cuello, ella misma se deshizo del sostén y pude apreciar en todo su esplendor la firmeza de sus tetas de oscuros pezones. Me di a la tarea de chuparlos mientras ella me besaba y daba pequeños mordisquitos en el cuello cual vampira sedienta. Al rato nuestras bocas volvieron a unirse y nuestras lenguas iniciaron otra vez una cruenta batalla como si se tratase del típico juego de "Capturar la bandera". Ella estaba montada encima mío, sus piernas a los lados de las mías, su pubis muy cercano al bulto más que evidente que mis calzones ocultaban; sus manos entrecruzadas detrás de mi cuello; mi mano derecha apoyada en su culo, por debajo de la tela de las bragas; la izquierda sobando su teta derecha; nuestras lenguas enredadas.

Llegado cierto punto, percibí que Irene movía ligeramente las caderas, como si tratara de frotarse sobre mí. En ocasiones su pubis chocaba con mi miembro y esto me volvía loco. Decidí que debía pasar a mayores, así que la hice quitarse de encima mío y me levanté para buscar en la mochila de Elena. Todavía estaba buscando cuando Irene me había bajado los calzones dejando en libertad a la bestia, aunque por poco tiempo, pues la capturó rápidamente entre sus labios. Notar la humedad tibia de su boca en mi pene fue algo sublime. No tuve más remedio que cerrar los ojos y agarrarme a la barra para no perder el equilibrio. Quizá no fuera la mejor felación de mi vida, pero las ganas y el entusiasmo que vertía en el acto, quizá unido a la escasez de relaciones que había mantenido en los últimos meses, me hicieron gozar como si estuviera con la mejor actriz porno.

Por fin localicé la caja de preservativos en la mochila. Saqué uno y lo abrí. La separé un momento de mí y me lo puse. Ella se levantó, se quitó rápidamente las bragas y, echándose sobre los asientos con las piernas abiertas, me indicó con el dedo índice que me acercara. Ya estaba a punto de penetrarla cuando la puerta del compartimento se abrió de golpe y entró Elena. Su cara no reflejaba enfado ni nada parecido, pero estaba muy seria.

  • Vete ahora mismo de aquí - Se dirigió a Irene. Ésta no sabía a qué venía el cambio de actitud, igual que yo.

  • Qué dices?

  • Que te vayas ahora mismo fuera!!

  • No me da la gana, he pagado el billete de tren igual que vosotros.

  • QUE TE LARGUES!!! - Ahora ya daba un poco de miedo verla así. Irene se vistió y recogió sus cosas.

  • Anda y que os jodan. Vaya parejita de raros. Que te den mucho por el culo, bonita - Una vez que se marchó, miré a Elena buscando una explicación.

  • Mira, siento haberte jodido el polvo pero... tenía que hacerlo.

  • Eso no es ninguna explicación. Tú sabes bien lo que acabas de hacerme?

  • Ya te he dicho que lo siento. Joder, déjame, estoy hecha un lío.

  • Está bien, voy a hablar con Irene.

  • No, por favor.

  • Por qué? Tengo que disculparme con ella.

  • No puedo explicártelo, pero por favor quédate aquí - Sus ojos reflejaban una cierta humedad, de modo que no pude negarme.

La mamada inconclusa me había dejado bastante jodido y tardé bastante en volver a coger el sueño. Elena tan sólo miraba hacia la oscuridad a través de la ventana, con la mirada perdida, y ella misma perdida en sus pensamientos. Sabe Dios lo que estaría pensando. Por qué había actuado de aquella forma? Si había sido ella la que lo había organizado todo. Algo no acababa de encajar.

Desperté justo cuando el tren estaba entrando en la habitación. Elena yacía acostada en el asiento. Los rayos de sol entraban oblicuos a través de la ventana y se posaban en su cuerpo, dándole un aspecto angelical. A pesar de todo, no podía perdonarle lo de la pasada noche. Sin apenas dirigirnos la palabra, descendimos del tren. A Irene no llegamos a verla. Nos colgamos las mochilas y echamos a andar por la ciudad. Nos dirigíamos a un pequeño hostal que me habían recomendado, que era muy acogedor a la vez que económico. Tardamos más de la cuenta en encontrarlo pues las señas que me habían proporcionado parecían estar equivocadas.

A media mañana nos detuvimos en un parque a descansar y tomar algo para reponer fuerzas. Allí se resolvieron mis dudas sobre la actitud de Elena la noche anterior.

  • Está bueno el bocadillo, eh? - Me comentó.

  • Vaya. Por fin hablas.

  • Sí - Más silencio. No tenía que haber dicho nada. Afortunadamente, ella misma lo rompió -. Quería pedirte disculpas por lo de anoche.

  • No tiene importancia.

  • Bueno, eso dices pero... la verdad es que me comporté como... bueno, lo siento mucho.

  • Ya te he dicho que lo he olvidado.

De nuevo el silencio, si se puede llamar silencio al ruido y al ajetreo típicos de una gran ciudad. Después de terminar el almuerzo y descansar alrededor de un cuarto de hora, me levanté para ponernos en marcha de nuevo.

  • Espera. Tengo algo que decirte.

  • Uh? - La miré extrañado.

  • Sí, supongo que habrás pensado en por qué hice todo lo que hice y...

  • Ya te he dicho que no pasa nada - Intenté interrumpirla pero ella siguió hablando haciéndome caso omiso.

  • ... sólo quiero decirte que, bueno, si me he decidido a acompañarte y anoche me molestó tanto que estuvieras con aquella chica y, bueno, todo, es sólo porque... porque creo que te quiero - Eso sí que me hizo quedarme a cuadros.

  • Cómo?

  • Que te quiero.

  • Yo...

  • No te estoy pidiendo correspondencia ni nada por el estilo. La verdad es que creo que tampoco es una justificación para lo que hice pero... es la razón de todo esto.

  • Elena... no sé qué decir. Tú eres una muy buena amiga, mi mejor amiga, de hecho. Esto es muy fuerte, tengo que digerirlo poco a poco...

  • Lo sé. Yo tampoco lo tenía claro pero cuando me dijiste que te marchabas sentí que algo muy dentro me empujaba a seguirte. No podría soportar las tardes sin vernos, sin tomar el habitual café en la cafetería de la facultad, sin tus bromas sin sentido, sin tus abrazos, sin ti... en definitiva - Madre mía, esto era una declaración en toda regla. Sólo le faltaba ponerse de rodillas y pedirme que nos casáramos.

  • No sabía que sintieras eso...

  • Pues ya ves.

El resto del día fue bastante emotivo. Yo no sabía muy bien cómo dirigirme a ella y decidí hacerlo como siempre. Su estado de ánimo cambió y cada vez sonreía más a menudo. Comimos, nos tomamos un café, la entretuve con mis bromas sin sentido, la abracé siempre que quiso y volvimos a hablar como si de un día normal se tratase.

Cuando ya anochecía regresamos al hostal y subimos a la habitación. Elena, exhausta a causa de un día agotador y de no haber descansado prácticamente durante el viaje en tren, se tumbó en la cama. Yo me metí en el baño para asearme un poco. Mientras tanto, en la habitación, Elena, tras la comodidad de la cama, se incorporó y se deshizo de la camiseta. Se acercó por mi espalda y se abrazo a mí. Sentí sus pechos aplastarse contra mi espalda.

  • No sabes cuánto te amo! - Me dijo mientras me daba besitos por el cuello.

Esa misma tarde yo también descubrí que la quería. Me di la vuelta y la besé. Bueno, en realidad nos besamos los dos. El uno al otro. Un beso cálido y cargado de sentimiento, dulzura y amor. Pudimos estar así durante horas, que no nos dimos ni cuenta. Cuando por fin nos separamos, lo cual nos costó pues nuestras propias lenguas se negaban a la separación e incluso salían de nuestras bocas para seguir en contacto, ella me dijo mirándome a los ojos:

  • Hazme el amor. Te quiero, te necesito, y quiero que siempre estemos juntos.

La levanté en vilo y la llevé hasta la cama, donde la deposité suavemente. Todavía de pie empecé a desnudarme mientras ella se quitaba lo que le quedaba de ropa. Me tumbé a su lado y seguimos besándonos y acariciándonos. Pronto comencé a dirigirme hacia abajo y tan solo hube de entretenerme en juguetear un poco en su ombligo, zona que a ella le gustaba particularmente sentir acariciada. Toda la región púbica exhalaba un calor natural. Separé ligeramente los labios exteriores para abrir lo suficiente la entrada a mi lengua, la cual lamió tímidamente toda la raja de Elena de arriba abajo. Aunque no estaba especialmente desarreglado el jardincito, coloqué la palma de la mano sujetando los traviesos pelillos para no tener que tragarme ninguno y, al mismo tiempo, con el dedo índice y pulgar mantenía separados los labios vaginales.

Toda su flor quedaba abierta a mí y a mi lengua, que escarbaba en su interior adentrándose cada vez más. Por momentos su clítoris parecía crecer más y más como un garbanzo dejado en agua, o quizá todo fuera producto de mi imaginación. La cuestión es que cuando mis labios contactaron con él, Elena soltó un prolongado suspiro. Atenazado por mis labios húmedos de una mezcla de saliva y flujo, su perlita quedaba expuesta al ataque de mi lengua, la cual se encargó de inspeccionarla desde todos los puntos de vista posibles. En el momento en que notaba que sus jadeos se acentuaban, soltaba la presa y me dedicaba a dar lentas y largas lamidas por todo lo largo de su vagina, esparciendo sus flujos por todas partes y cuando notaba que volvía a la calma, atenazaba de nuevo su clítoris para torturarla a base de placer. Sin embargo, una retirada tardía la hizo caer en el primer orgasmo de aquella velada. No obstante, continué con mi trabajo y me dediqué a seguir chupando incansablemente su precioso coño durante largo tiempo. Con la lengua agotada, me incorporé y me coloqué a su lado, dejando que me besara y saboreara su propio sabor. Una mano mía permanecía en su sonrosada vagina acariciándola suavemente por encima mientras la otra pasaba por uno de sus senos apenas rozándolo, haciendo que se le erizara el vello.

  • Eres genial, cariño, te amo.

  • Aún te espera el gran final - Le contesté.

Me levanté y busqué en su mochila. Cogí un preservativo y me lo coloqué. Echándome previamente algo de saliva en el miembro cubierto por el chubasquero, lo situé a la entrada de su tesoro. Una vez el capullo estuvo dentro, coloqué ambas manos sobre la almohada, a los lados de su cabeza, y fui empujando muy despacio, notando cada contracción de su vagina, que iba arropando a mi miembro en su interior. Cuando por fin estuvo toda en su interior, nos besamos otra vez de forma apasionada aprovechando la postura. Entonces muy lentamente la fui sacando y llegado al tope cambié otra vez el sentido y la fui metiendo. Y así durante no menos de 20 minutos, gozando de forma relajada y tranquila el uno del otro. A veces más rápido, otras veces de forma más lenta. A veces ella encima, moviendo su culito en círculos sobre mi bastón, a veces yo encima, acelerando los movimientos. No me voy a aventurar en el número de orgasmos que pudo tener aquel día, pero supongo que no me mintió cuando me dijo que lo había pasado genial. Fue ella la que aceleró el ritmo justo antes de correrse por última vez y yo acompasé mis movimientos a los suyos, aunque los orgasmos de cada uno llegaron a destiempo. Ella estaba terminando de saborear su orgasmo cuando yo empecé a eyacular copiosamente, con lo cual su orgasmo se alargó algo más al sentir las contracciones de mi pene en su interior.

Yo me quedé recostado, pensando en muchas cosas, sobre todo en Elena. Ella, por su parte, se quedó dormida como un bebé, con su cabeza sobre mi pecho. Con la mano acariciaba su suave pelo castaño mientras decidía qué iba a hacer.

Pasé casi toda la noche despierto a excepción de algunas rápidas cabezadas que echaba de vez en cuando. Alrededor de las 7 de la mañana, ya tenía más que decidido lo que tenía que hacer. Me levanté de la cama sin despertarla y me preparé para marcharme. Le dejé dinero para poder regresar cómodamente a casa y la siguiente nota:

"Confío en tu amor hacia mí, mas no acabo de confiar en el mío hacia ti. Te quiero de una forma tan especial que no sé si te amo como pareja o como amiga. En cualquier caso, no deseo arriesgarme a hacerte daño y dejar que me acompañes sería dañarte de un modo u otro. El camino que te llevará a cumplir tus deseos y ambiciones pasa por regresar a casa y terminar el curso. No espero que lo comprendas, ni siquiera yo sé por qué hago esto, pero creo estar tomando la decisión adecuada. Te quiero."