Los viernes son para disfrutarlos
Tras una dura semana una pareja se hace sufrir y disfrutar.
Nada más entrar en casa me quité los zapatos y me solté el pelo, los pies me estaban matando después de aguantar todo el día con los tacones puestos y la cabeza me dolía de haber llevado el pelo recogido.
Jon apenas tardaría unos minutos en volver a casa del trabajo, así que me quité los pantalones vaqueros pitillos y la camisa y, quedándome con un tanga negro, me puse una camiseta vieja suya con el escudo de su equipo de fútbol. Desde que habíamos empezado a salir, 6 años antes, yo le robaba sus camisetas para usarlas.
Dormir con ellas o, simplemente, ponérmelas y aspirar su olor hacía que me sintiese como en casa, que estuviese protegida.
Encendí el reproductor de música de mi móvil y busqué la lista de canciones de Marwan. Con tan solo escuchar aquella voz o aquellas tranquilas melodías era capaz de olvidarme de todo lo malo que había tenido el día.
- Reina, ya estoy en casa – dijo Jon, gritando desde la puerta, mientras yo terminaba de desmaquillarme en el baño.
- Hola cariño. Estoy en el baño, ahora salgo.
Escuché que sus pasos se dirigían a nuestra habitación y tuve una idea. Terminé de desmaquillarme, dando tiempo a que Jon se desvistiese, y salí del baño.
Antes de entrar en la habitación busqué la lista de canciones de Jon que tenía en el móvil y le di a reproducir. Siempre habíamos tenido peleas por la música y es que, mientras que a mí me gustan ritmos más tranquilos, a Jon le gustaba la música heavy.
Cuando entré en la habitación Jon estaba sentado en la orilla de la cama en calzoncillos. Desde la puerta me quedé embobada admirando los músculos que tenía y recorriendo los tatuajes que adornaban todo su cuerpo. Al verme entrar se levantó de la cama para darme un beso, pero yo le empujé del hombro e hice que volviese a sentarle.
- Sé que has tenido una semana dura, así que los fines de semana están para disfrutarlos. Ahora siéntate y mira – le dije con la voz más sexy que en ese momento supe poner.
No dijo nada, simplemente se limitó a mirarme desde la cama.
Yo poco a poco, y mirando a mi novio a los ojos, me quité la camiseta y comencé a acariciarme los pechos, haciendo que mis pezones saltasen. Cogí cada una de mis tetas con mis manos y las masajeé. Cuando mis pezones estuvieron totalmente duros los pellizqué entre dos dedos y tiré de ellos, provocándome una mezcla entre dolor y placer. Sabía lo que le gustaban mis tetas a Jon, así que no pude evitar sonreír cuando vi cómo se mordía el labio inferior.
Dejé mis tetas y, acariciando mi cuerpo, fui bajando hasta llegar a la goma de mi tanga. Hice amago de bajármelo, pero en el último momento me lo pensé mejor y bajé mis manos hasta tocarme los labios vaginales por encima de la tela.
Recorrí todo mi coñito con un par de dedos, mientras veía como Jon se aguantaba las ganas de acariciarse la polla.
Jugando con la experiencia, y sabiendo lo que le excitaba de mí, dejé que se me escaparan un par de gemidos.
Aparté el tanga de mi coñito, dejándolo a un lado, y comencé a acariciarme los labios depilados, dejando que uno de los dedos se adentrase un poco más en mi rajita.
- Nena, me va a reventar la polla, déjame tocármela – me pidió en un susurro, como tratando de no romper la atmósfera que nos rodeaba.
- Espera un poco, quiero que me supliques.
Notaba mi coñito mojado pidiéndome más caña, así que con tres dedos dentro de mí empecé a moverlos en círculo. Aquella manera de tocarme me estaba volviendo loca, así que eché mi cabeza hacia atrás y, entre gemidos, comencé a acariciarme el clítoris con la otra mano.
Pensar en que mi pareja me estaba viendo y no le estaba dejando tocarse hizo que sintiese más placer, así que acelerando mis caricias llegué a correrme.
- Ya es hora de que disfrutes tú – le dije a mi chico, mientras me acercaba con unos andares felinos.
Jon sentado en la esquina de la cama, y entendiendo mis intenciones, abrió las piernas y me coloqué en medio de ellas. Le di un par de besos en la boca, dejando que nuestras lenguas chocasen y luchasen por ganar su sitio, y me arrodillé delante de él.
Tenía razón en que los calzoncillos le iban a reventar. Tenía la polla durísima, así que haciéndole sufrir un poquito más la acaricié por encima de la tela y le di un par de mordiscos suaves y besitos.
Se recostó en la cama, aguantado su peso sobre los codos y, arqueando la espalda, le bajé los calzoncillos. Su polla saltó como un resorte y su capullo brillaba por el líquido preseminal.
Acerqué mi boca a ella y comencé a pasar la lengua por su capullo, tratando de limpiarle los jugos y lamiéndole toda la punta. Agarré el tronco y, con su polla en mi boca, comencé a pasarla por la parte interior de mis mofletes.
A mi chico de vez en cuando se le escapaba algún gruñido y, cuando dejó caer su cabeza hacía atrás, me metí toda su polla en la boca del golpe, sin que él se lo esperase.
Comencé un rápido mete-saca que, debido al tamaño del miembro de Jon, hacía que me diese alguna arcada.
- Joder nena, sigue así – dijo notando cómo mis labios hacían presión alrededor del tronco de su polla.
Mientras mis labios se recorrían toda su polla y mi lengua se afanaba por jugar con su capullo, comencé a masajearle los huevos. Por separado y luego los dos juntos.
Sabía que eso a mi novio le volvía loco, así que cuando noté que sus músculos se tensaban supe que estaba a punto de correrse en mi boca.
Me afané por tragarme su polla toda lo que pude, haciendo que los chorros de su corrida fuesen directamente a mi garganta.
He de reconocer que el ritmo de vida que llevábamos entre semana era horrible, así que apenas teníamos tiempo para jugar, lo que provocó que mi chico soltase una gran cantidad de leche y que un hilillo se escapase por la comisura de mis labios.
Terminé de tragar lo que tenía en la boca y, haciendo que me mirase, recogí con un dedo el hilillo que se me escurría y lo unté en uno de mis pezones.
Jon me arrancó el tanga, me cogió por la cintura y, sentándome encima de sus rodillas, pasó la lengua por mi pezón para recoger el resto de su leche. Cuando lo tenía en la boca, me besó y lo escupió dentro de mí para que me lo tragase.
- Sabes que me gusta que te tragues todo – me dijo cuando le enseñe que ya no me quedaba ningún resto en la boca.
Tras decir eso se chupó uno de los dedos, metió su mano entre nosotros dos y me abrió mis depilados labios vaginales. Sin meterme ningún dedo, comenzó a acariciarme el clítoris, notando como se iba poniendo más y más gordito.
Yo incapaz de quedarme quieta por el placer, me lancé sobre su boca y comencé a besarle y morderle.
- Tócame más rápido – le pedí.
Jon aceleró su ritmo y, entre el placer que me estaba dando y los gemidos que yo emitía, noté como su polla iba poniéndose dura otra vez.
Le avisé de que estaba a punto de correrme y, en vez de hacer que terminase, paró de golpe y se levantó de la cama conmigo cogida. Me dejó de pie en el suelo, y poniéndome de espaldas a él, me hizo arquearme y apoyar mis manos contra la pared.
Acercó la punta de su polla a mi coñito y comenzó a recorrer mi entrada despacio, devolviéndome el sufrimiento que le había hecho pasar yo antes.
- Métemela, porfa – le imploré yo.
Hizo oídos sordos a mis ruegos y siguió acariciándome con su polla, llegando incluso a la entrada de mi ano.
Comenzó a besarme la espalda y, cuando menos me lo esperaba, me penetró de golpe, haciendo gritar del placer. Una vez que tenía su polla dentro dejó de ser suave y besarme y, arañándome los hombros y la espalda, comenzó a follarme con fuerza.
Notaba sus huevos chocar contra mi coñito y como su polla iba a partirme en dos.
Estuvo un buen rato follándome en esa posición hasta que, cuando se cansó, me tiró con violencia en la cama, me cogió de los tobillos y me obligó a ponerlos en sus hombros. Sabía que le encantaba esa posición, el ver mi coñito cerrado y tragándose su enorme polla le ponía más bruto.
- Te voy a llenar ese coño con mi leche, zorrita – me dijo clavándome sus dedos en mis caderas.
Aceleró sus embestidas, haciendo que el cabecero de la cama chocase contra la pared al mismo ritmo que follábamos, y tras un rato se corrió dentro de mi coñito.
Se desplomó encima de mí, se acercó a mi oreja y, entre jadeos por tratar de recuperar su respiración, me susurro:
- Antes has sido mala y no me has dejado tocarme, así que vas a estar todo el fin de semana cachonda como una perra. No voy a dejar que te corras hasta el domingo.