Los vicios de Héctor

Un joven futbolista se queda sin follar con su novia después del entrenamiento, pero dos compañeros del equipo le harán descubrir un nuevo mundo de cerdeo que ni se imaginaba

Bueno, yo no soy mucho de escribir mi vida en este tipo de páginas para tíos, pero necesitaba contar en algún lado lo que me está pasando desde hace unas semanas. ¿Sabéis lo que es que tu visión del mundo se derrumbe por una gilipollez? Pues eso me está pasando desde que fui de compras con mi chica hace un par de viernes. Y ya no tengo claro ni quién soy, ni qué hacer con mi vida, ni cómo parar con el puto vicio que se me ha metido en el cuerpo desde entonces.

Me llamo Hector, tengo 24 años, estoy terminando ingeniería industrial y entre lo que me dejan mi novia y mis estudios suelo jugar a futbol los fines de semana. Y hasta hace un par de semanas pensaba que era un tío normal, hetero, al que le molaba irse de cervecitas con los colegas y ver un buen partido cuando toca. Que no digo que los tíos maricas no sean normales, ¿eh? Yo siempre he sido tolerante y tal. Pero siempre he sido de chochitos, deporte y cosas de tíos, no sé. Al menos hasta aquel puto día…

El lío lo comenzó mi novia. Y es que la tía tenía la boda de su prima en unas semanas y me dijo que tenía que comprarse un vestido el viernes. El viernes. El día de mi entrenamiento. ¿Conocéis lo del gato de Schrödinger? Pues lo mismo, tenía que estar a la vez en un lado y en el otro así por mis santos cojones. Eso sí, el outlet donde iba a comprarse el vestidito cerraba a las 10. Así que había margen: podía salir del entrenamiento rápido a las 7, me piraba a recogerla, estábamos allí a las 8, se compraba el vestidito, íbamos a su casa, y me la follaba como a una perra. Pero claro, había un problema: no me daba tiempo a ducharme después del entreno.

Ya, ya sé que en el fondo lo sabía: siempre me quiere limpito para follar. Y encima de que no me depilé las pelotas cuando me lo dijo, pues debería haberlo sabido. Pero coño, era sudor, no otra cosa. No hace falta que me comiera la polla, solo me deja comerle el chochito y ya está. Aunque claro, era demasiado perfecto para ser verdad. Y en cuanto entró en el coche, a pesar de la puta colonia y del desodorante, ya me lo dijo claro: “Hueles a tigre, cariño”.

¡Sí! Es lo que tiene salir corriendo de un entrenamiento para llevarte de compras. Además, a mi no me jode tanto mi olor. Vale que dicen que mis pies huelen cuando llevo náuticos sin calcetos. Pero me mola el olor de mi sobaco. Y el de mis pelotas sudadas también. Incluso el del culo cuando voy al gimnasio. Pero en fin, contentar a las pavas pues es lo que tiene. Le mola que sea un tío peludo de 1.88, pero no escupir pelos de mis huevos ni el olor de mis hormonas. Por eso siempre me dieron envidia los otros dos cabrones que me han metido en este lío, Raul y Jorgete, unos compas del equipo.

A estos dos cabrones siempre les llamábamos cerdos porque a veces se piraban sin ducharse. Claro, no se les conocía novia y no tenían que contentar, así que pensaba que simplemente se las traía floja. Cuando fueran a pillar pues se cuidaban, pero tampoco había que pasarse. De hecho, cuando íbamos de fiesta con los tíos y ligaban pues iban arregladitos y tal, pero ¿tener que contentar a una pava y encima no follar cuando lo necesitas? Ni de coña. Entre lo pijetes que eran, lo masculinos y lo macarras que eran de vez en cuando eran mi prototipo de tíos libres y sin complicaciones. Así que cuando me los encontré en el parking del outlet con mi novia me chocó lo blancos que se pusieron:

-          Pero tíos, ¿qué hacéis aquí? ¿Para eso salís tan pronto del entreno, para venir a compraros ropita? – dije medio riéndome y les daba una palmadita en la espalda.

-          Ah, nada tío, aquí vamos jaja. -dijo Jorgete, el más rubito de los dos, y algo más bajito. Si el diccionario necesitara una pista de audio para definir “risa nerviosa” sería la suya.

-          ¿Pero qué pasa, que hay plan y no me he enterado? – Dije, mientras me seguía cachondeando de ellos. Si hubiera sabido lo que iba a pasar me hubiera callado… O no. La verdad es que no.

-          Que hemos venido aquí a por unas chavalitas, ¿a que sí, Jorge? -dijo, también divertido, Raul, de mi altura más o menos pero con menos musculitos y menos pelo, salvo en las piernas. - Tú porque ya tienes aquí a tu dama, pero déjanos que nos divirtamos un poco, joder.

Mientras intentábamos zanjar la conversación, que parecía que ambas parejas llevábamos prisa, me empecé a dar cuenta que algo no funcionaba. Jorge estaba nervioso, y aunque Raúl estaba intentando quitarle hierro al asunto, algo había que les avergonzaba. ¿Qué pasaba con las chavalitas? ¿No iban a eso? ¿Y a qué iban a ir si no?

Me quedé pensando en estas mierdas mientras mi novia se compraba el vestido, y cuando ya por fin se lo compró y nos íbamos al coche, vino la confirmación de lo que me temía: que no le apetecía hoy, que mejor quedábamos otro día, que estaba cansada. Mi puto gozo en un pozo, así que la llevé a casa y me volví a coger el coche para cascarme una puta paja en mi habitación con el porno y mis cascos a todo volumen. Pero con la polla dura como la tenía no dejaba de pensar en una cosa: ¿por qué coño les dio vergüenza cuando me encontraron Raúl y Jorge? Me daba una sensación y no podía dejar de pensar en ella: se iban a ir de putas. Siempre pensé que era una puta mierda irse de putas, que era de pajeros y desesperados, pero estaba muy cachondo y ellas no les iban a decir que no sin duchar. Ellas me iban a comer la polla sin problema. Y además estaba más bueno que otros tíos, seguro que les molaba y les hacía el favor de librarse de un puto viejales. Tenía la puta polla dura y no podía pensar. Así que les mandé EL mensaje.

“Ey, tíos. Seguís con esas “chavalas”?” No sé por qué lo escribí así. Quizá podría haberlo escrito de otra manera o, qué se yo, no haberles escrito. Pero lo escribí y se lo mandé a Raúl. Así, tal cual. Y me respondió. Para mi perdición, me respondió. “Deja de ser fisgón, cabrón.” Deja de ser fisgón. Al cabrón seguro que se la estaban chupando y yo aquí, sin nada. No, ese viernes iba a ser la primera vez que probaría a una puta. Así que le insistí: “Venga, tío, pásame ubi, que estoy mazo de cachondo y se que no son precisamente “chavalitas normales”. Su respuesta vino rápido: “anda, idiota, deja de tocarme los huevos”. Así que nada, tuve que sacar la artillería pesada: “porfa, tío, estoy cachondísimo, necesito pasarme. Prometo no contar nada, pero joder, pásame ubi”. Y parece ser que eso tocó la puerta acertada: “Lol. No me lo imaginaba de ti. ¿Estas 100% seguro?”. “Sí”. Y al fin, los dos mensajes que mis cojones necesitaban: “De acuerdo, pero te voy a pedir garantías”. Y, en vez de la ubicación, un escueto “quedamos en la entrada de los restaurantes, y traete la bolsa del entrenamiento”.

¿Por qué tanto secretismo? ¿Tanto les jodía que supieran que se habían ido de putas? ¿Y a las guarras les ponía que fuéramos con la equipación? Había algo que me olía raro, y cuando llegué, la actitud de Raúl me lo confirmó. Me entró con un “no sabía que a ti te iban también estas cosas”, y su cara cuando le dije “mira, con que tenga un buen chochito la puta me conformo” fue primero de susto y después de risa. Y cuando le pregunté que qué pasaba, parece que el cabrón ideó un plan que me sigue poniendo mi pollón peludo duro cuando lo pienso.

“Te pedí garantías, así que te cuento lo que tienes que hacer si vas a querer una buena mamada, ¿de acuerdo? Te voy a poner la camiseta de la equipación de venda y te vas a tener que poner los gallumbos, los pantacas y los calcetos de la equipación. Entonces te pondré en una silla y te la empezará a comer la puta y te haré una foto. La borraré en cuanto tenga garantías que no vas a decir nada de lo que va a pasar ahora, ¿de acuerdo?”

Estaba piradísimo el chaval. ¿Una puta foto? ¿Y con venda? Ni de coña, yo me tenía que pirar de allí. Pero la tenía tan dura, joder. Además, es un buen chaval. No creo que se la pasara a mi chica. Joder… No podía aguantar más. “De acuerdo. Pero la borras, hijo de puta”. “Tranqui, solo quería saber lo cachondo que estas”.

Me tapó el hijo de puta y me llevó a un sitio donde me dijo que por fin me podía cambiar. Allí creo que oí a Jorge, pero como no veía nada, no estaba totalmente seguro. Como pude me puse la ropa de la equipación, Raúl me llevó a la silla, y dijo: “puta, ponte a chupar”.

Nunca me la habían chupado así. Nunca. Era una puta mamada de las de verdad, y no como las de mi novia, que siempre se atragantaba con mis 19 centímetros. Quería follarme una puta boquita, y esta se la tragaba entera y no se quejaba. Así que busqué su cabeza y parecía que… ¿tenía el pelo corto? Me ponen las tías así rebeldes, con pelitos a lo garçon, así que me la follaba con más ganas a la puta. Joder, que buena era. Y qué ganas tenía de que siguiera, pero entonces oí el flash, y a Raúl. “Ya basta con la polla, ahora le vas a lamer los huevos, cerda.” No sé, me daba morbo follarme a la puta, pero si la estaban pagando quizá no era lo más ético. Quería follarla, pero con algo de respeto, no sé. Y la puta fue obediente y me comió los huevos, pero… Algo empezaba a fallar. Ya no estaba tan cómodo ahí.

“Ya está, ahora bájale por la pierna YA”. ¿Por la pierna? ¿A mis calcetos sudados? Ya empezaba a ser demasiado. Y mientras bajaba por la pierna me estaba dando cuenta: Si este cabrón le hace esto a una chica, a mi me puede hacer lo que sea con la foto. Cuando llegó a mi pie y le dijo “olisquea” me harté, le grité que basta y me quité la venda. Y si no podía soportar que abusaran de una pobre chica, lo que vi me dejó aún más impresionado.

La que estaba a mis pies no era una puta obligada por dinero a follar con anormales. Era un chaval jovencito, de unos 19, delgado y con pelillo en el pecho, pajeandose como un puto animal mientras me olía los pies. Y enfrente, en otras dos sillas, estaban mis compañeros de equipo, pelándosela me miraban con cara de vicio y se escupían en el rabo con los calcetos de futbol puestos y los gallumbos por los tobillos, todo en una puta zapatería cerrada con las luces medio encendidas.

-          “¿Qué? ¿Qué tal la puta?” dijo Raúl.

-          “Tío, estoy flipando, ¿qué coño es esto?”

-          “Vicio, cerdeo entre tíos, y una putita a la que le pone mucho como te cantan los calcetos. ¿Te mola?”

“¿Te mola?” ¿Me molaba? ¿Me molaba que un puto cerdaco de la hostia, que me había hecho de las mejores mamadas de mi vida, me estuviera oliendo los piezacos, recorriendo mi 46 de pie? ¿Me molaba ver a mis compas cerdos del equipo pelándosela con los gallumbos y los calcetos medio puestos? ¿O me molaba por una puta vez estar haciendo algo que ni me imaginaba que podía hacer? No lo sé, lo único que sé es que mi polla se me puso mucho más dura de lo que la traía en el coche. Y que mi cara de vicio parece que fue suficiente para que mis colegas se dieran cuenta de que el cerdeo solo acababa de empezar.

Cuando se quitaron los gallumbos y se levantaron mis colegas, dirigieron al chaval de mi pie a sus pelotas sudadas, pasando de uno a otro. Y yo me empecé a pajear lento, como ellos estaban haciendo antes, porque sino me hubiera corrido en segundos. Se me pasaban mil ideas por la cabeza, pero solo pude preguntar una cosa: ¿desde cuándo?

“¿Desde cuando qué? ¿Desde cuándo somos unos cerdos, desde cuándo nos la pelamos, desde cuándo guarreamos con tíos, o desde cuándo este cabrón nos come las bolas?” dijo Raúl. “¿Lo de pelárnosla desde el instituto, no?”, respondió Jorge. Como les seguía mirando con una cara entre cerdeo y estupefacción, Raúl empezó a responder a la última.

“Con este cabrón todo empezó cuando vine un día a comprarme unas zapas nuevas”. Y mientras decía esto se volvía a sentar y le ponía el pie en la cara. “Estaba este chaval tan majete de dependiente y cuando me trajo las zapas que quería probarme, vi que se fijaba en mis pies, y pensé en hacer una prueba”. Y Jorge, que se había quedado sin hacer nada, se bajó al suelo y empezó a comerle el culo al dependiente, que empezó a gemir con la boca llena del pie de mi colega. “Así que le dije a Raúl y nos vinimos con la equipación sucia y sin duchar a probarnos zapas a última hora”. Yo estaba cada vez más cerdo y necesitaba meter mi polla en algún puto lado. “Y qué, ¿le gustó, Jorge?” Y levantando el hocico de su culazo, Jorge le respondió: “Claro que sí, se le notaba durísimo al maricón”. Y acto seguido se incorporó, le levantó el culo, y se lo empezó a follar a saco. Raúl necesitaba una boca para su polla, así que le cambió el pie por el rabaco, que tendría más o menos como el mío, y le empezaron a follar el culo y la boca a la vez como condenados. Yo no podía dejar de pajearme, como siguiera así me iba a correr pronto, pero entonces Jorge me miró. “Es una pena que esa polla se quede desaprovechada” “Claro que sí, ¿te apetece follártelo, Hector?” Mi corazón empezó a latir como un puto condenado. Y entre la mirada de cerdo del chaval pasivo, que me miraba de reojo mientras se la comía a Raúl, la polla de Jorge saliendo del culo del dependiente, y Raúl invitándome a follármelo, me levanté como un puto poseído por el vicio. Yo, el heterito, que me moría por follarme un chocho, ahora estaba al borde del colapso por un culito de un chaval que me había comido los pies y que estaría dispuesto a hacerlo siempre que se los pusiera en la cara. Me puse detrás de él y como no me movía, fue Jorge el que encaminó con su mano mi durísima polla hacia su culito. Me puso la otra mano al final de la espalda y me empezó a empujar para que me lo follara. Estaba entrando mi capullo y mientras el otro pavo empezaba a gemir con la polla de Raúl en la boca yo cada vez estaba más vicioso. Quería follarmelo, quería más, y mientras más avanzaba en su culo, más bajaba la mano de Jorge en mi culo peludo. La metí entera, y empecé a meter y sacar hasta que algo me hizo volver a la realidad. El cabrón de Jorge me había empezado a tocar el puto ojete. Y no, joder, yo no era maricón.

Empujé a Jorge, me salí del culo de aquel chaval, y me fui para atrás rápido a coger mi ropa y pirarme cagando leches de allí. Pero Raúl se abalanzó sobre mí para impedir que me fuera. Me lo intenté quitar de encima, pero acabamos en el suelo, y con la ayuda de los otros dos me inmovilizaron y me hicieron la cosa más cerda que había hecho hasta entonces. El dependiente se sentó en mi pecho, Jorge me levantó las piernas, y Raúl me empezó a comer el culo como un animal. Mi culo peludo. En donde no podía entrar nada y que olía de puta madre después del gym, sudado pero limpio. Mentiría si dijera que sentir su puta lengua en mi culo sudado y peludo no fue la cosa más cerda que había hecho en toda mi vida. Que notar como mi compa de equipo el machote disfrutaba de mi culo sudado no me llevó al puto límite. O que no me corrí sin manos mientras el dependiente se pajeaba y Jorge me empezaba a comer los putos pies. Pero lo hice. Joder que si lo hice. Y fue la corrida más bestia y cerda que he tenido en mi puta vida.

No sé si ahora debería contar como se comió mi corrida el dependiente. O como esa corrida pasó a mi amigo Raúl, después a Jorge, y después a mí. Quizá aquella leche me poseyó y fue lo que hizo que luego me terminara de follar al maricón ese, que dejara a esos tres cerdos comerme los pies, las axilas o el culo a placer, o, joder, empezar a comerles las pollas sudadas a mis colegas, mientras el dependiente les comía los huevos, hasta que se corrieron en mi boca. Pero la cosa es que, cuando salí de allí, noté que algo había cambiado en mí. Y durante estas semanas no he podido pensar en otra cosa.

Dejé de ir a los entrenos para no ver a esos cabrones que me habían hecho esas cerdadas en la puta zapatería, intenté hacer vida normal y seguí quedando con mis amigos y mi novia. Pero ya no era lo mismo, joder. Ahora, cuando he estado viendo a mis colegas estas semanas con pantaloncitos cortos y las piernas peludas se me ponía morcillona. Cuando iban de machitos en la facultad y decían que se habían follado a tal tía, yo me imaginaba los culazos de macho de mis compas moviéndose y sudando mientras se la follaban. Y hasta en casa con mis hermanos en gallumbos me daba latigazos la polla. El vicio me está poseyendo y no puedo pararlo. Y encima me he empezado a meter en páginas como esta para pelármela por las noches como un puto mono cuando se me va la olla y no puedo más. He llegado tres días tarde a la facultad y esto no puede seguir así. Así que creía que contándolo me iba a sacar el morbo, se me iba a pasar y podría volver a la puta normalidad. Pero, no sé, así pensándolo… ¿en serio está tan mal? Vale, estoy a las 3 de la mañana en pelotas con la polla dura y sudada del huevo de pajas que me he hecho. Pero no sé, quizá lo que tengo que hacer es dejarme de gilipolleces y empezar a disfrutar, ¿no?  No he dejado de pasármelo bien con mis colegas de cervecitas y hablando de tías, ni he dejado de ser como soy, ni me ha cambiado las ganas de hacer deporte y salir de fiesta. Simplemente he descubierto que tampoco está tan mal oler a tigre de vez en cuando. Que te lo puedes pasar de puta madre con otros tíos cuando no hay un chochito libre para mi rabazo. Y que se me pone durísima, más dura que con las tías, pensando en las cerdadas del otro viernes. Sí, creo que ha estado bien escribirlo. No solo por la pedazo corrida que me voy a pegar, sino porque mañana hay entrenamiento y creo que empieza a ser la hora de volver. Porque necesito sudar y comenzar a explorar este vicio. Sí, me ha poseído el vicio, y qué coño, no quiero que pare. Estas pelotas durísimas llenas de leche no quieren que pare, joder. Y no está mal, coño, el cerdeo no está mal. Tendré que dejar a mi chica, sí, pero bueno, al menos ahora va a haber un trío de cerdos en el equipo. Sí, decidido: soy un puto vicioso. Me han convertido en un vicioso. Pero ahora os dejo, que tengo la polla a mil y voy a necesitar las dos manos para descargar.